4.- ESCLAVISMO, GUERRA Y LIMITACIÓN TÉCNICA.
Poco a poco voy introduciéndome en el meollo del tema a debate porque, a estas alturas de mi exposición, estimo que está suficientemente aclarado que en un momento muy tardío por no decir en el final de la antropogénesis empieza a adentrarse en su excisión interna y, simultáneamente, en la monopolización progresiva del uso de la energía y de la explotación de la fuerza de trabajo social en beneficio de la minoría que se constituye en propietaria de ambas cosas. No puedo hacer siquiera una pequeñísima síntesis del proceso de opresión de la mujer por el hombre tan minuciosamente analizado por G. Lerner, y que P. Rodríguez ha enriquecido con un estudio específico sobre la conversión forzosa de las diosas en dioses debido a la victoria del patriarcado (37).
La razón de fondo de la sumisión y explotación de la mujer por el hombre hay que buscarla en los beneficios materiales y simbólicos que el segundo obtiene con la opresión de la primera. En el tema que tratamos, esos beneficios se pueden resumir tanto en el aumento del tiempo libre por parte del hombre al apropiarse del tiempo de la mujer; en el aumento de la energía disponible por parte del hombre mediante la explotación de la fuerza de trabajo de la mujer y, por no extendernos y como síntesis, un aumento de la capacidad de reproducción de la riqueza acumulada por el hombre gracias a la explotación de la mujer. Desde que la antropología feminista y crítica en general ha dado el salto a la investigación radical y no dogmática (38) de las múltiples formas de opresión de la mujer, los incuestionables los datos que demuestran la existencia de unos beneficios globales que los hombres extraen de la expoliación de la fuerza de trabajo sexo-económica de la mujer.
Sobre la base de la explotación global de la mujer, la sociedad patriarcal dispuso de un plus o excedente de tiempo, energía y fuerza de trabajo que pudo dedicarlo a ampliar y acelerar el proceso de apropiación de la fuerza de trabajo de otros pueblos y, por fin, del propio. Hay que decir claramente que en estos siglos decisivos se sientan algunas de las bases que con más o menos mejoras y ampliaciones perdurarán hasta el asentamiento definitivo del modo de producción capitalista, pero otras desaparecerán porque no están en modo alguno capacitadas genético-estructuralmente para ser adaptadas. Se trata, sencillamente, de las diferencias cualitativas e insalvables que hay entre distintos modos de producción y que como veremos en su momento afectan esencialmente a los correspondientes modos tecnológicos.
Por ejemplo, K. Hopkins indica que la economía esclavista romana desconocía algo tan común y obvio para nosotros como es el mercado de trabajo, y que por tanto los romanos carecían de tradiciones y leyes para legitimar el empleo regular de hombres libres (39). Esta ausencia incapacitaba a la sociedad esclavista para disponer de una concepción "moderna" -capitalista- del tiempo de trabajo, requisito para la existencia de una concepción siquiera embrionaria de la ley de la productividad del trabajo. En realidad, como ya demostró entre otros B. Farrington (40), se trata de una incapacidad global del "mundo antiguo" grecorromano para disponer de una "mentalidad" capaz de explotar todas las potencialidades latentes ya entonces en la economía dineraria y mercantil que había comenzado a gatear por el Mediterráneo.
Es cierto que la simple "mentalidad" no explica por sí misma la decadencia griega, y que hay que explicar esa mentalidad en cuanto efecto de las transformaciones sociales objetivas y subjetivas, como tan bien hace Farrington, pero no es menos cierto que, una vez irrumpe la contrarrevolución idealista con la victoria de las clases reaccionarias oligarcas se instaura una concepción peyorativa y despreciativa de concepciones y prácticas anteriores que M. Medina Gómez define así:
"Esta concepción cultural de las técnicas, que encontramos tanto en la Grecia arcaica como en la clásica, no sólo se distingue por una valoración positiva del papel de las mismas en el desarrollo de la historia, como motor de la cultura propiamente humana. La práctica técnica se concibe, asimismo, no como un trabajo manual o rutinario sino como todo tipo de actividades inteligentes dirigidas al mejoramiento de las condiciones humanas. Desde Homero a Protágoras, pasando por Esquilo, la techne se asocia con sophia, es decir, el saber fiable y el conocimiento inteligente (...) concepción unitaria de la cultura como multiplicidad de técnicas y de la técnica como prácticas inteligentes" (41).
Muchos investigadores insisten en que con Platón y también con Aristóteles, en cuanto intelectuales de la reacción, se instaura un corte insalvable entre techne y episteme en el que el segundo, o sea el saber teórico abstracto desligado de la materialidad práctica, se impone y dicta las condiciones al primero, a la técnica reducida al trabajo manual rutinario y carente de creatividad. Este tema es importante para mi exposición por las consecuencias posteriores en el debate sobre la tecnología. Parto del criterio indicado por A. Sohn Rethel en su excelente y obligado texto de que con los griegos de la época de Platón se instauró una forma de pensamiento que no tuvo en cuenta el intercambio material del hombre con la naturaleza, ni desde el punto de vista de las fuentes y los medios implicados, ni desde el punto de vista de su propósito o uso:
"En este invernáculo del pensamiento griego, no entró "ni un solo átomo de materia natural", exactamente igual a lo que pasa con las mercancías y con su identidad fetichista como "valores". Constituía el puro formalismo de una "segunda" naturaleza o de una "paranaturaleza", de lo que parece inferirse que en la antigüedad, la forma del dinero como capital, o, en otras palabras, el funcionalismo de la naturaleza secundaria, fue finalmente estéril. Aunque de hecho liberó al trabajo de la esclavitud, no logró bajar el coste de reproducción de la fuerza de trabajo humana. Podemos comprobar, retrospectivamente, la verdad de esta afirmación por el hecho de que el desarrollo posterior a Euclides (Arquímedes, Eratóstenes, Apolonio, el legendario Herón y otros muchos en cuya matemática era patente la presencia de elementos de la dinámica abstracta) sólo logró una aplicación técnica para fines militares o para otros fines igualmente improductivos" (42).
Los fines improductivos impedían que el modo de producción esclavista desarrollara una tecnología capaz de rentabilizar la fuerza de trabajo de millones de esclavos y trabajadores libres empobrecidos. Las consecuencias de esa impotencia sobre la lucha de clases eran directas, como a su vez eran directas las presiones anteriores de esa lucha de clases en el aumento de los obstáculos que abortaban la posibilidad de avances tecnológicos posteriores. Quiero decir que de la misma forma en que esa sociedad ya había introducido la explotación de la mujer, ahora con el esclavismo y con las crecientes luchas de las masas trabajadoras empobrecidas, se produjo un tapón que frenó el inicial desarrollo del pensamiento protocientífico desde el siglo VI hasta finales del siglo IV, y luego lo apagó definitivamente.
Hay que pensar que la lucha de clases no es sólo un "producto" de las contradicciones anteriores a las luchas concretas, sino una totalidad procesual que engloba a las contradicciones objetivas y subjetivas e influye desde dentro de ellas mismas en sus evoluciones. Contradicciones que fuerzan a las clases dominantes a intervenir con sistemas represivos y de censura intelectual (43) desde el interior mismo de la creatividad intelectual las posibilidades de avances posteriores. No es, por tanto, algo "externo" a la economía y a la tecnología, sino que es el contexto objetivo de esa economía y su síntesis material. Desde este criterio marxista, comprendemos que la lucha de clases en el "mundo griego", tan minuciosamente descrita por Ste. Croix (44), fue tanto la partera como la sepulturera de la "cultura técnica", que se agotó no sólo por la reacción de las temerosas clases dominantes sino también porque la totalidad social del sistema hacía imposible una mejor racionalización de los recursos energéticos existentes, como demuestra B. Gille (45).
Un ejemplo de este agotamiento global pero en su forma más básica y decisiva como es el problema de la alimentación, nos lo ofrece el citado Ritchie:
"En los tiempos de la República romana, el trigo se convirtió en el combustible de la guerra de entonces, algo parecido a lo que ocurre hoy con el petróleo. Se precisaban cantidades enormes de alimentos para sostener una guerra en la antigüedad. Un sitio, como el de Eryx, en Sicilia, podía durar varios años, y mientras durase ambos contendientes tenían que alimentarse sin producir nada, y en la práctica en único alimento que podía conservarse durante tanto tiempo era el grano. Este se podía obtener casi en cualquier parte, se podía almacenar en grandes cantidades y en diferentes climas, y además se podía consumir en forma de platos muy variados. Por su parte, la carne, como señalaba el gastrónomo romano Apico, sólo se podía guardar durante dos días de verano sin guisarla o sin salarla. La falta de grano era la mayor calamidad que podía padecer las legiones romanas. "El ejército", escribía Julio César, "pasó graves dificultades a causa de la escasez de grano, hasta tal punto que, durante algunos días, los soldados estuvieron sin trigo y tuvieron que ir a los pueblos cercanos para buscar ganado y combatir el hambre. Sin embargo, no hubo quejas por parte de la tropa". Está claro que César consideraba que un ejército sin trigo estaba al borde del hambre" (46).
Me he extendido en esta cita porque trae a colación un problema estructural de todos los ejércitos antiguos, de Sumer a Roma, y en buena medida también de los posteriores. Y no sólo de los ejércitos, sino de las sociedades que los empleaban, reclutaban, armaban y alimentaban, es decir, el problema de la alimentación y, en síntesis, el problema doble de, por un lado, la obtención y/o producción de los recursos energéticos totales necesarios para el mantenimiento del ejército y, por otro lado, la técnica necesaria para trasladar, conservar y repartir esos recursos entre las tropas sobre todo cuando estaban en tierras lejanas. Es el problema de la logística, que tan brillantemente analiza J. Harmand (47).
Pues bien, ya desde esas épocas la estructura militar y en concreto la logística es uno de los campos de experimentación práctica en los que confluyen e interactúan todos los conocimientos adquiridos y todas las decisiones estratégicas tomadas por el poder. E. Wanty afirma que: "La "logística" romana tenía cuidadosamente en cuenta las condiciones higiénicas y sanitarias, con reglas precisas relativas al campamento, a las marchas, a la utilización de las aguas. El avituallamiento corría a cargo de las provincias y en cantidades superiores a las normales, almacenando en puestos fortificados, al alcance del terreno de operaciones. Nada parece haber sido dejado al azar ni a la improvisación" (48). Sólo con esa racionalidad práctica extrema se podía asegurar la efectividad en combate de un ejército que era imprescindible para asegurar el flujo hacia Roma de las inmensas cantidades de alimentos necesarios.
La obtención de trigo, y de todos los restantes recursos energéticos, era vital para Roma, pero el método empleado -en esencia, la esquilmación y expoliación de las tierras entonces conocidas- tenía un límite insuperable determinado por la misma naturaleza del modo de producción esclavista que en el desarrollo protocientífico y técnico no podía dar más de sí para superar dicho tope interno pese a sus logros sorprendentes y hasta curiosos. En el fondo, las preguntas que flotan a lo largo de estas consideraciones son las que nos hace Magalhaes-Vilhena:
"¿Por qué la ciencia antigua -griega o china- no llegó a constituirse en tecnología? (...) ¿Por qué la ciencia griega no intentó hacer factible -al igual que la ciencia moderna- una tecnología verdadera, creando la física necesaria? (...) Al fin y al cabo, el "brusco" estancamiento (el adjetivo es de Koyré), del magnífico impulso de la técnica y de la ciencia griega, así como en China, en absoluto parece poder explicarse dentro de la perspectiva idealista a través del exclusivo movimiento interno de las ideas propias de la ciencia griega o china". La respuesta que el autor ofrecer es que el modo de producción dominante no estaba capacitado para dar ese salto, y por tanto, tampoco lo estaban los humanos de la época porque: "En realidad, el hombre sólo entiende los datos de un problema cuando las contradicciones que lo han provocado, se desarrollan de tal forma que indican el camino por emprender. Aquí también, sin duda alguna, son los marcos de la estructura social los que determinan, en última instancia, el progreso o el bloque científico, técnico y social" (49).
El descalabro grecorromano, mirado desde el punto de vista occidental, fue un desastre para la emancipación humana porque las clases dominantes mantuvieron durante siglos una férrea dogmática a sus reglas formales pero, como explica W. Cecil Dampier: "Afortunadamente, los científicos modernos dedicados a la experimentación no se han preocupado poco mi mucho por las reglas formales de la lógica; pero el prestigio de que gozaban las obras de Aristóteles contribuyó en gran parte a orientar la ciencia griega y medieval hacia la investigación de premisas absolutamente ciertas y hacia el empleo prematuro de los métodos deductivos. Los resultados fueron que se atribuyó la infalibilidad a muchas "autoridades" sumamente falibles y que se abusó del razonamiento falso o sofístico en forma engañosamente lógica" (50).
(37) Pepe Rodríguez: "Dios nació mujer". Ediciones B. Barcelona 1999.
(38) AA.VV: "Antropología y feminismo", Anagrama, Barcelona 1979.G. Duby: "El caballero, la mujer y el cura", Taurus, Madrid 1982. S. Martí y A.Pestaña: "Sexo: naturaleza y poder". Nuestra Cultura, Madrid 1983. AA.VV: "Amor, familia, sexualidad", Argot, Barcelona 1984. B.S. Anderson y J. P. Zinsser: "Historia de las mujeres, una historia propia", II Volúmenes. Crítica, Barcelona 1991. H.L.Moore: "Antropología y feminismo". Feminismos, Madrid 1991. C.Delamarre y B.Sallard: "Las mujeres en tiempos de los conquistadores", Planeta, Barcelona 1994. C.D.Noblecourt: "La mujer en tiempos de los faraones". Edit. Complutense, Madrid 1999. AAVV: "Arqueología y teoría feminista", Icaria, Barcelona 1999.
(39) Keith Hopkins: "Conquistadores y esclavos", Península, Barcelona 1981, págs 127-162.
(40) Benjamin Farrington: "Ciencia y filosofía en la antigüedad", Ariel nº 52, Barcelona 1972, y ""Ciencia y política en el mundo antiguo", Ayuso, Madrid 1979.
(41) Manuel Medina Gómez: "Técnica", en "Compendio de Epistemología". Ops. Cit. Pág 552.
(42) Alfred Sohn Rethel: "Trabajo manual y trabajo intelectual". El Viejo Topo, Barcelona 1979, pág. 103.
(43) Luis Gil: "Censura en el mundo antiguo". Alianza Editorial nº 432, Madrid 1985.
(44) G.E.M. De Ste. Croix: "La lucha de clases en el mundo griego antiguo". Crítica, Barcelona 1988, y también, AA.VV: "Clases y lucha de clases en la Grecia Antigua". Akal Madrid 1979.
(45) Bertrand Gille: "La cultura técnica en Grecia", Edit. Granica, Barcelona 1985, págs 195-222.
(46) C.I.A. Ritchie: "Comida y civilización", ops. Cit. Pág 54-55.
(47) Jaques Harmand: "La guerra antigua, de Sumer a Roma", EDAF, Madrid 1976, págs. 158-170.
(48) Emile Wanty: "La historia de la humanidad a través de las guerras". Alfaguara. Barcelona 1972, Volumen Iº, págs. 35.
(49) V. De Magalhaes-Vilhena: "Desarrollo científico y técnico y obstáculos sociales al final de la antigüedad". Edit. Ayuso, Madrid 1971, págs 83-84.
(50) Willian Cecil Dampier: "Historia de la ciencia y sus relaciones con la filosofía y la religión". Tecnos. Madrid 1997, pág 67.