Y EMANCIPACIÓN NACIONAL Y SOCIAL
DE GÉNERO
3-2).- LEY DEL VALOR-TRABAJO Y OPRESION INVISIBLE:
La inmensa mayoría de los hombres, al margen de su edad, piensan que lo que hacen las mujeres en sus casas no es trabajo, o que si es trabajo, es un trabajo que no tiene importancia, que aunque canse y agote nunca es tan nefasto como el trabajo asalariado que ellos hacen fuera de casa. Creen incluso que las mujeres que sufren la doble jornada de trabajo, fuera y dentro de casa, no están doblemente explotadas porque en casa no padecen explotación alguna ya que lo que hacen les realiza como mujeres. A lo sumo ellos les ayudan en algunas cositas por eso de la igualdad de los derechos humanos.
Visto el problema desde la economía política oficial, burguesa, tienen "razón" porque el trabajo doméstico no existe para esta economía, incluso para algunas versiones especialmente simplonas y desvirtuadas de la crítica marxista a la economía política burguesa. Esta gente no quiere reconocer que su vida personal cambiaría a peor drásticamente sin ese "trabajo que no existe" y que tendrían que dedicar mucho más tiempo y energías personales a realizar ellos mismo esos trabajos inexistentes, o, también, que tendrían que enfrentarse mucho más ásperamente a la patronal para lograr un aumento de los salarios suficiente para pagar a una persona que realice esos mismos trabajos pero cobrando un sueldo, el añadido al salario "normal". Pero también ocurre que esa gente si intuye y hasta sabe lo que obtiene de ganancia en su comodidad física y en su autoestima machista con esa opresión que hemos intentado resumir torpemente arriba en esos siete grandes beneficios. Por estas razones el sistema patriarco-burgués está objetiva y subjetivamente interesado en que la opresión de la mujer siga siendo invisible, que "no exista" en suma.
Invisibiliza esa opresión excluyendo el trabajo doméstico y el trabajo socialmente necesario de la vigencia objetiva de la ley del valor-trabajo mediante muchos trucos -desde la misma contabilidad hasta las economías criminal y sumergida, pasando por las leyes e imposiciones que cambian el status legal del trabajo asalariado y/o no asalariado de la mujer, etc.- de modo que no hay manera de demostrar su existencia.. Pero también puede lograrlo negando explícitamente la existencia de la ley del valor-trabajo de manera que se evita cualquier discusión molesta e inoportuna. Se corta de cuajo y basta. El hecho es que la inmensa masa de la población desconoce que, primero, el trabajo doméstico, que es trabajo socialmente necesario, sin embargo no es un trabajo productor de valores de cambio, es decir, que se venda en el mercado aumentando el salario familiar porque así lo impide el sistema patriarco-burgués que se niega en redondo.
Segundo, ya que es un trabajo necesario pero que no crea valor por esa decisión, la mujer que lo realiza malvive en una contradicción personal diaria entre la posibilidad creativa inherente a todo trabajo necesario y el hecho de que no se plasma en algo provechoso, lo que genera un vacío existencial, un verdadero fracaso vital que amarga la vida de quien lo padece en silencio. Tercero, ese "trabajo que no existe" por decisión del sistema patriarco-burgués impide que las mujeres se organicen por su cuenta como lo hace la clase trabajadora, porque la misma naturaleza impuesta del trabajo doméstico es incompatible con la creencia, insostenible por otra parte, de que la mujer es una clase social específica del supuesto modo de producción doméstico y, cuarto, para colmo, ese fracaso existencial sentido diariamente por millones de mujeres beneficia al capitalismo por varias vías que veremos en su momento, entre ellas el aumento de la masa de plusvalía. Son tan importantes estas cuatro cuestiones que nos exigen un análisis más detallado.
En primer lugar, la ley del valor-trabajo sólo actúa para aquellos valores de uso que se venden en el mercado y que por tanto son también valores de cambio, es decir, son mercancías. Sin embargo, el trabajo doméstico no produce mercancías sino productos para el consumo privado, familiar, o en algunos casos para regalar o a lo sumo para economía de trueque y reciprocidad. Si alguna familia se dedica a hacer productos para el mercado porque la penuria económica se lo exige, no es trabajo doméstico y menos de sólo una mujer, sino trabajo artesanal independiente o trabajo artesanal coordinado si está dentro de una cadena de compra-venta sea cooperativa o no, o simplemente trabajo asalariado a domicilio si cobra de una industria exterior. Es cierto que en situaciones de crisis aguda algunas familias intentan vender en los mercados locales productos realizados en su casa, pero entonces han dado un paso cualitativo porque inmediatamente, bajo la economía capitalista, deben aceptar su competencia, precios, productividad media y reglamentaciones existentes, lo que suprime la vida familiar, barriendo su independencia y supeditando su tiempo y fuerza de trabajo a los dictámenes del mercado y de la ley del valor-trabajo.
Pero la inmensa mayoría de las mujeres sólo trabajan para el uso doméstico, para cocinar, limpiar, coser, arreglar, aguantar al marido, atender psicológica y afectivamente a la familia, cuidar de los enfermos, etc., y no para vender fuera de casa. Es más, esta posibilidad se va haciendo más remota en la medida en que el capitalismo industrializa áreas enteras del antiguo trabajo doméstico, desde alimentos precocinados hasta ropa barata, de modo que trabajar para el mercado artesanal es cada vez más difícil. Estas y otras transformaciones económicas hacen que el trabajo doméstico vaya desplazándose hacia los componentes simbólicos, psicológicos, afectivos, pero sin perder nunca del todo los componentes materiales y palpables.. Ahora bien, si existiera una decisión social destinada a visibilizar el trabajo doméstico dándolo un valor, estas dificultades cambiarían rápidamente, como veremos luego.
En segundo lugar, el trabajo doméstico es un trabajo concreto que hace cosas concretas -limpiar un retrete- pero que no puede dar el salto a un reconocimiento público porque no se quiere medir su costo medio, aunque se le puede perfectamente comparar con el salario que cobra una persona que limpia otro retrete en un colegio u hospital. Desgraciadamente para la mujer, la ley del valor-trabajo sólo reconoce como "trabajo que existe" el que se somete a la ley del mercado, y esa exigencia obliga a ese trabajo concreto a tener una identidad pública, una relación objetiva con los demás trabajos del mismo orden. Estamos hablando del "trabajo abstracto", es decir, en cuanto abstracto, del trabajo que puede ser medido y comparado con los demás del mismo estilo. Eso lo determina el mercado capitalista. Cuando una mujer obrera limpia la letrina de una casa burguesa, hospital o colegio, cobra según el costo social medio del trabajo asalariado en esos lugares, pero cuando esa mujer vuelve cansada a su casa y limpia su retrete, entonces ese esfuerzo no es reconocido por la economía capitalista porque su mercado no quiere medir ese cansancio. Es por tanto "trabajo invisible" que no lo ven ni sus hijos ni su marido, que se ríen de ella diciendo que apenas hace nada en casa. La invisibilidad del propio trabajo agota psicosomáticamente a la mujer, genera el vacío existencial, la certidumbre del fracaso vital, cosa que se confirma con la vejez y la viudedad, cuando la mujer se queda sola o abandonada en la pobreza, muy frecuentemente sin el apoyo de los hijos. La alienación en todas sus formas de existencia es la que interviene para rellenar falsamente ese vacío y para aparentar plenitud y felicidad vital.
El mito del "instinto maternal", creado por la burguesía ascendente para fortalecer su familia patriarco-burguesa, legitima esa y otras miserias. La burguesía, en una muestra más de cinismo, utiliza esas tragedias para ampliar sus beneficios con programas-basura en televisiones, radios, revistas "del corazón", etc., para obtener dinero, fortalecer la alienación y hacer aguantable la soledad de la mujer. Pero no solamente para esto, con ser básico para el poder. También busca mantener preparada a la mujer para que mejore su capacidad de "transferir" tranquilidad, suavidad, descanso emocional, serenidad y sosiego, es decir, para producir el suficiente "amor maternal" imprescindible para compensar el creciente desgaste emocional y psicológico introducido por las nuevas disciplinas laborales, por la intensificación del desgaste intelectual y de las nuevas disciplinas de trabajo en grupo. Lo mismo sucede con los actuales sistemas educativos que al someter al niñ@ a mayores presiones competitivas los agotan y tensan emocionalmente, lo que de inmediato repercute en la carga emocional del trabajo doméstico. Aunque más adelante nos extenderemos sobre este particular al analizar la reproducción de la fuerza de trabajo social, ahora hay que decir que la ley del valor-trabajo actualmente no está capacitada para cuantificar este "trabajo psicológico" de la madre, pieza clave en la opresión y dominación patriarco-burguesa y con resultados directos en la productividad del trabajo mediante la creación de una estructura psíquica obrera adaptada a la explotación psicológica intensiva del capitalismo actual.
En tercer lugar, el trabajo doméstico aísla e incomunica a las mujeres, y aunque muchas de ellas tengan un trabajo asalariado, su vida entera está dominada por la dictadura del tiempo doméstico, de la familia. Dado que la ley del valor-trabajo impide que las mujeres se relacionen estructuralmente en el mercado, les condena a coincidir momentáneamente en las compras, tiendas, peluquería, sacando a l@s hij@s o padres, y siempre bajo la dictadura del tiempo doméstico. Relacionarse estructuralmente es crear lazos colectivos e individuales, prácticas de conciencia crítica frente a la injusticia. Dado que esa ley determina los grandes ciclos de aumento o retroceso del paro, dependiendo que otros factores que no podemos exponer, agrava la debilidad e incertidumbre de las mujeres al carecer estas, como hemos visto, de bases estructurales y objetivas en el proceso productivo y en el mercado, lo que debilita aún más sus ya débiles posibilidades de autoorganización como género. Los debates en los años setenta sobre si la mujer era una clase social del llamado modo de producción doméstico; los posteriores sobre cual es la base objetiva de la centralidad de género, o los actuales sobre los problemas de ciudadanía de la mujer, sin extendernos, tienen en común el olvido de la ley del valor-trabajo. Así se han construido castillos de arena teórica que se han pulverizado cuando el capitalismo cambiaba su dinámica, demostrando su ineficacia para luchar sistemáticamente contra el sistema patriarco-burgués.
En cuarto lugar, el mantenimiento del trabajo doméstico no responde sólo a los intereses particulares de los hombres sino también a los del capitalismo en cuanto tal porque el trabajo de las mujeres en casa supone un considerable ahorro en el capital variable y un aumento consiguiente de la masa de plusvalía. Tengamos en cuenta que el valor de la fuerza de trabajo del marido viene determinado, a grandes rasgos, por el conjunto de gastos que éste debe hacer para mantener esa capacidad, y, si está casado, esos gastos son los de su familia. Cuando la mujer trabaja en casa, hace cosas imprescindibles para que el marido trabaje fuera con lo que reduce el valor del trabajo del marido porque éste no puede cobrar al patrón lo que no existe, ya que el trabajo doméstico es un "trabajo que no existe", como hemos visto. Cuando el trabajador no tiene familia debe pagar él todas esas cosas, si no vive con sus padres y entonces se las hace gratis su madre o sus hermanas. Cuando ese trabajador debe desplazarse fuera, debe pagar la pensión, etc., en el sueldo se le especifican esos extras, pero muy medidos para que no pierda el patrón. Todos los Estados burgueses tienen instituciones para medir el valor de la "cesta de la compra" por lo bajo y siempre presionan para que los salarios no suban. Las luchas obreras pueden forzar ese límite pero el equilibrio es muy inestable y precario.
Para la burguesía mantener los salarios por debajo de su valor real es aumentar su masa de plusvalía pues el capital variable, que es de donde se pagan los salarios, ha ahorrado el dinero que no ha pagado al trabajador. Y una forma muy efectiva de mantener bajo el valor real del salario es mantener el trabajo doméstico, es decir, hacer que no sea controlado por la ley del valor-trabajo, lo que redunda en el mantenimiento de la familia patriarco-burguesa. Incluso aunque un salario pequeño del marido obliga a la mujer a buscar trabajo fuera de casa, aumentando los recursos totales, incluso así debe mantener el trabajo doméstico. Prácticamente ninguna familia obrera puede contratar una trabajadora doméstica a pesar de tener dos sueldos o incluso tres, el de algún/a hij@ e incluso la "ayuda" de la jubilación del padre, y son pocas las familias pequeño burguesas que pueden hacerlo.
Vemos así cómo la ley del valor-trabajo tal como ahora la manipula el capitalismo condiciona totalmente la vida de las mujeres. Ser conscientes de esta realidad es ser conscientes, a la vez, de que el futuro de la emancipación de las mujeres se juega en la misma lucha contra el futuro del capitalismo y de sus relaciones de opresión patriarco-burguesa. Hay que decir claramente que esta visión teórica es más realista y lúcida que la que reduce las causas de esa opresión a factores culturales, políticos, biológicos, etc. No negamos la existencia de estos y otros factores, y la historia del feminismo muestra una larga lista de valiosas investigaciones en ese sentido, pero el problema radica en que si están descentradas de la lógica capitalista y son vistas como causas únicas y exclusivas, en ese aislacionismo metodológico, se desconoce que la sociedad actual tiene una coherencia material impuesta por la dialéctica entre las fuerzas productivas y las relaciones sociales de producción, dialéctica que, en la opresión de la mujer, explica cómo y porqué el capitalismo supo depurar y adaptar a sus intereses el sistema patriarco-feudal, y de crear sus propios mecanismo de opresión de las mujeres, diferentes a los anteriores. Desconociendo esta totalidad social, la emancipación de las mujeres deriva hacia luchas parciales, aisladas, algunas de las cuales pueden ser integradas y desinfladas con relativa facilidad si así le conviene a la clase dominante en ese momento.