"El burgués es fundamentalmente espiritualista. Y el revolucionario es fundamentalmente materialista. Esta vieja batalla no está cerca de su fin. "No me gustan las personas que gritan: abajo el dinero. Terminan siempre por gritar: abajo el espíritu", decía Duchesne. He ahí la línea de defensa burguesa. "No me gustan las personas que gritan: viva el espíritu. Terminan siempre por gritar: viva el dinero; por defender, en nombre del espíritu, castas y privilegios". Es, justamente, la línea de ataque revolucionario. La de Lenin, la de Marx".
Emmanuel Berl
"La muerte de la moral burguesa"
El texto que sigue es la puesta en limpio de uno de los capítulos que están sirviendo como base para un estudio más amplio titulado "CRÍTICA DE LA ÉTICA CAPITALISTA—APUNTES PARA UNA ÉTICA COMUNISTA", de próxima aparición. Aunque el capítulo que aquí se adelanta, el tercero, aparece sin su definitivo acabado, cosa que sólo se puede hacer cuando todo el texto esté disponible, sí tiene empero los fundamentales argumentos que estimo imprescindibles. Posiblemente con la redacción completa del texto se le añadan algunas nuevas ideas, pero éstas no anularán las ya expuestas sino, a lo sumo, las desarrollarán. Tampoco en este adelanto aparece la bibliografía expuesta definitivamente, sino sólo los títulos, a la espera del texto completo.
Los capítulos, que están en forma de borrador más o menos perfilados, son y serán:
3.1. Contradicciones personales: sencillez y machismo.
3.2. Unidad de objetivos: dialéctica de la diversidad.
3.3. La lucha revolucionaria contra el servilismo y la sumisión.
3.4. Contra la credulidad y por la praxis consciente.
3.5. El comunismo como ascenso del ser-genérico al uomo totale.
3.6. Spartacus: un pasado presente en la revolución actual y futura.
3.7. Solidaridad, odio y amor revolucionario contra odio burgués.
3.8. La duda marxista y la praxis histórica como criterio de verdad.
La razón que aducimos para publicar ahora, un poco precipitadamente, este capítulo tercero sin su definitiva elaboración, no es otra que la urgencia por ampliar y profundizar no tanto un debate teoricista y abstracto sobre la Ética y la moral, cuanto la práctica revolucionaria que asume y defiende la coherencia ético-moral de sus actos.
Es un lugar común afirmar que el marxismo apenas ha teorizado sobre Ética. Por el contrario, pensamos nosotros que, en primer lugar, el marxismo está rebosante de teorizaciones muy concretas y muy profundas sobre Ética, en segundo lugar, además, dichas teorizaciones se basan en una práctica ética y moral impresionante, permanente y sistemática y, en tercer lugar, las conquistas y avances prácticos logrados por el movimiento revolucionario mundial han hecho infinitamente más en la aplicación práctica de la Ética que las montañas de libros sobre Ética abstracta producidos en serie por el pensamiento burgués. Incluso una obra tan empleada por estudiosos e intelectuales para salir de apuros como es "Diccionario de Ética" de O. Höffe, (ed.) (Critica 1994), sus autores se permiten el lujo de no entrar al debate de su existe o no existe una "ética burguesa" y menos aún una "Ética capitalista", distinción que se basa en que la segunda corresponde a dogmática básica de la Ética sustancial correspondiente al modo de producción capitalista, mientras que la primera es el conjunto de corrientes, modas y diferencias entre autores burgueses. En el libro citado, se nos habla de ética budista, cristiana, estoica, médica, china y japonesa, hindú, islámica, normativa, teonómica, corporativa, judía, epicúrea, etc., y hasta social, de clase y marxista, pero no existe ni la burguesa ni la capitalista.
¿A qué es debida esta radical diferencia entre la crítica burguesa y la práctica marxista? No se trata, en efecto, de un malentendido fácil de resolver simplemente precisando algunos conceptos y circunstancias históricas. Al contrario. Cuanto más se investiga más nítida aparece la diferencia irreconciliable entre ambos bloques. Cuanto más se agudizan las contradicciones sociales y más fracasos cosecha la política reformista y burguesa, tanto más se acrecienta el abismo entre la Ética capitalista y las prácticas éticas de las masas explotadas. Esto es precisamente lo que ocurre en la actualidad, como ha escrito C. Brandist en "El marxismo y el nuevo ‘giro ético’" (Rebelión 13/I/2001):
"En los últimos diez años aproximadamente, la ética ha vuelto para situarse en la avanzada de la teoría social y cultural. Si en los '80 el prefijo pos -posmodernismo, posmarxismo- parecía proliferar exponencialmente, ahora "ético" parece haberse vuelto un sufijo que va alcanzando la misma ubicuidad: ética empresaria, bioética, homo-ética, etc. En efecto, los dos fenómenos están conectados, no siendo el segundo sino un desarrollo que sigue la lógica del primero. Mientras los posmodernistas de los '80 intentaban justificar su retirada de la política colectiva apelando a una pluralidad indefinida de identidades autónomas, en los '90 esta retirada se transformó en un intento de reemplazar la actividad política con el acto ético".
Una de las razones por las que ha vuelto la discusión ética a la palestra política reformista no es otra que el perplejo desconcierto de una casta profesional de intelectuales y políticos de universidad ante el conjunto de cambios profundos acaecidos desde mediados de la década de 1971, cuando la crisis capitalista mundial precipitó la furibunda reacción capitalista, denominada neoliberal. La presión burguesa internacional no fue contestada ni por la socialdemocracia ni por el eurocomunismo, y mucho menos por un "socialismo realmente existente" que se precipitaba a su implosión durante toda la década de 1981-90. Durante esos tres lustros, la casta intelectual fue quedándose huérfana de toda protección dogmática. Pero lo peor vendría desde 1991 en adelante, cuando tras la guerra imperialista contra Irak y el triunfalismo burgués, ni el postmodernismo más indiferente y cegato podía seguir negando el aplastante empeoramiento de las condiciones humanas bajo la multiplicación del beneficio capitalista. Tampoco la religión cristiana en general, y menos aún su versión católica, podía ofrecer calor, luz y seguridad emocional en medio del caos incomprensible. No debe sorprender por tanto que algunos giraran su mirada angustiada hacia la Ética en su forma más abstrusa, bien para justificar la adoración atemorizada de la tecnociencia capitalista, del "Ídolo de silicio", como critica M. Shallis (Salvat 1986), y otros muchos autores, o bien caer en la nueva moda irracionalista y esotérica, entre las que pretenden destacar por su supuesta cientificidad el "principio antrópico", o las "nuevas" relaciones entre razón y fe, como denuncia R. Alemañ en "Evolución y Creación" (Ariel 1996).
En el Estado español, además de estas razones, también presionaron otras dos típicas de la miseria intelectual de este Estado. Por un lado, la humillante claudicación estratégica ante el franquismo, no sólo evitando todo esfuerzo de recuperación de la memoria de sus atrocidades inhumanas, mantenidas sin piedad y públicamente incluso después de la muerte del dictador Franco –verdadero asesino múltiple y en serie--, de modo que para mediados de la década de 1981 prácticamente se había impuesto la amnesia colectiva sobre la historia del dolor humano y de la injusticia burguesa en el Estado español; si no sobre todo impidiendo cualquier valoración moral y reflexión ética –con sus inseparables efectos sociales-- sobre el sistema político "democrático" –monarquía-- impuesto por el franquismo y aceptado por la oposición reformista. Esta decisiva crítica ético-política fue saboteada, negada e impedida por el grueso de las fuerzas "democráticas" y por las esencialmente antidemocráticas, como la influyente Iglesia, verdadero poder fáctico que siempre hay que tener en cuenta sobre todo en cuestiones éticas y morales.
Por otro lado, sobre la desertización y deforestación de la dignidad humana colectiva, inherente a la "transición política " y a la "reforma democrática", medraron rápidamente los arribistas y advenedizos que tras aposentarse en periódicos, editoriales, universidades y fundaciones subvencionadas por la gran banca, luego pudrirían también a las ONGs, iniciaron la fabricación en serie de moralina y mercancías éticas de baja calidad y altamente contaminantes y dañinas para la salud humana. Si algo ha caracterizado a los pancistas de la ética del pesebre ha sido la ausencia de toda crítica al poder realmente existente, y el fervor converso en la denuncia inquisitorial de la oposición a ese poder, sobre todo y con especial inquina racista e irracional, contra la parte del Pueblo Vasco, Euskal Herria, bajo mandato español. Desde mediados de la década de 1991 y en especial desde 1996 con la victoria del PP en Madrid, los pesebreros de la ética se han hundido aún más en la abyección inmoral de la apología del régimen dominante.
Estos y otros factores explican suficientemente la "vuelta de la ética" de atemorizados intelectuales burgueses y reformistas en un mundo en el que, en apariencia, el "terrorismo", el "fundamentalismo", la "delincuencia social", las "algaradas callejeras", la "insolencia obrera", el "nacionalismo de los pobres", el "tomarse la justicia por su mano", etc., son causas todas ellas de la "enfermedad de la civilización". Más aún, en este marco de incertidumbre básica causada por la quiebra definitiva del orden, se multiplican exponencialmente otros factores de inquietud como son, uno, los causados por el desarrollismo capitalista en su impacto destructor contra la Naturaleza; dos, las nuevas potencialidades de las fuerzas productivas y de la tecnociencia convertida en capital constante, especialmente la capacidad de abrir una nueva rama de producción, la de la fabricación vida; y tres, a la vez y como su contrario dialéctico, la terrible capacidad del capitalismo para destruir la vida entera del planeta y no sólo la que él mismo puede fabricar en la irracional carrera por el beneficio máximo. Como advirtieran Marx y Engels en El Manifiesto Comunista:
"Las relaciones burguesas de producción y tráfico, las relaciones burguesas de propiedad, la sociedad burguesa moderna, que ha producido, como por arte de magia, medios de producción y tráfico tan ingentes, se asemeja al hechicero que ya no logra dominar las fuerzas subterráneas que ha conjurado".
Descubrir las razones que imposibilitan al hechicero dominar las fuerzas subterráneas que ha conjurado; controlar y domeñar el arte de magia que lleva a la humanidad a la destrucción de la Naturaleza y de ella misma, y abrir un nuevo período histórico, esta necesidad de mera supervivencia colectiva, es también una cuestión ético-política de urgente resolución. Pero aquí mismo surge el antagonismo a la hora de practicar la Ética y la moral. La razón es tan simple que se comprende diciendo que ni comunistas ni burgueses pueden ponerse de acuerdo en lo que es la Ética y para qué sirve. Podríamos recurrir a una lista inacabable de textos, autores y experiencias prácticas que así lo demuestran, o simplemente comparar a Kant y su rechazo explícito y tajante del derecho de resistencia contra la injusticia, con Marx y su permanente reivindicación de ese derecho como necesidad misma practicada recurriendo incluso a la violencia –tema este decisivo al que volveremos en su momento— pero hemos preferido plantear el tema en su esencia misma, a saber, lo que entienden por Ética los capitalistas y los comunistas.
Hablamos de "apuntes para una Ética comunista" porque, según nuestra interpretación, sólo con la extinción de la ley del valor-trabajo, con la superación histórica del salariado, de la mercancía y del valor de cambio, además del patriarcado y la opresión nacional, sólo entonces dispondrá la especie humana –otra especie humana, desde luego—de condiciones de pensar y practicar una verdadera Ética comunista. No antes. Mientras tanto, debemos y deberemos avanzar en un complejo ético-moral revolucionario alternativo al capitalista, que ya existe. En este sentido se puede hablar de una moral del período de transición social, o como dice N. Moreno en "La moral y la actividad revolucionaria" (Edit. Perspectiva, 1988) de "un programa de transición moral", tema al que volveremos en el siguiente capítulo. No puede haber una Ética comunista plena y acabada dentro de una sociedad capitalista porque la pervivencia de restos de alienación y de restos de los valores, normas, códigos, criterios, etc., creados por varios miles de años de existencia del valor de cambio mercantil, con todo lo que ello supone, lo impiden, simplemente lo impiden. El principio regulador esencial del comunismo: "de cada cual su capacidad, a cada cual según sus necesidades", es subjetiva y objetivamente inviable en el marco capitalista por razones que no podemos exponer ahora.
Incluso es muy difícil y problemático dentro del capitalismo avanzar y enriquecer una ética socialista –marxista y/o anarquista, con decisivas aportaciones feministas, ecologistas --sin entrar ahora en mayores desarrollo que corresponden al capítulo cuarto-- que integre y absorba gracias a la capacidad de inclusión del materialismo histórico a las vitales críticas feministas, ecologistas, de liberación de los pueblos oprimidos, etc., porque toda la sociedad burguesa está estructurada para abortar cualquier posibilidad de materialización de del principio regulador esencial del socialismo: "de cada cual según su capacidad, a cada cual según su trabajo". Tengamos en cuenta que el capitalismo es el modo de producción dominante a escala mundial, con los efectos subjetivos que ello acarrea, y que sistemas sociales postcapitalistas y protosocialistas, como Cuba y sus méritos impresionantes en el ámbito material y ético-moral, o sistemas postcapitalistas estancados en su avance liberador o hasta con claras muestras parciales de retroceso al peor capitalismo, como China pese a sus innegables avances progresistas en muchas cuestiones decisivas, se enfrentan a tremendas dificultades no sólo para mantener los niveles de enriquecimiento ético-moral alcanzados, innegables se mire por donde se mire, sino para siquiera evitar que por el lado contrario crezcan los peores vicios burgueses. Debiéramos recordar aquí, aunque no podemos hacerlo, que una de las prioridades obsesivas de la "perestroika" en la URSS desde mediados de la década de 1981, era la de detener la creciente "podredumbre moral" que se plasmaba en la corrupción, en el alcoholismo, en la indiferencia y en la pasividad, en los robos, en el resurgimiento del peor machismo sexista, etc.
Pues bien, si estas dificultades profundas que no sólo son pervivencias del pasado sino también son creadas por las nuevas, específicas y particulares contradicciones inherentes a los sistemas sociales en transición del capitalismo al socialismo, minan desde dentro los heroicos esfuerzos de estos pueblos, ayudando en algunos casos a su derrota, fracaso y retroceso terrible en la escala del progreso humano –existe el progreso humano, como veremos--, si esto es así, como lo es, en sociedades que gracias a su lucha han logrado dotarse de instrumentos que facilitan implementar medidas sociales básicas para la emancipación humana, ¿qué no sucederá entonces dentro de la bestia burguesa? ¿O será que la especie humana tiene por su propia "animalidad" según la reaccionaria sociobiología neodarwinista, o por su "pecado original" según los cristianos, un "instinto del mal", un Thanatos o "pulsión de muerte" según una interesada tergiversación autoritaria del segundo Freud, de modo que no tenemos ninguna alternativa de progreso ético-moral que no pase por la eterna lucha contra nuestro "lado oscuro", lucha en la que necesitamos imperiosamente la protección siempre vigilante y con frecuencia castigadora de una "autoridad superior", de "dios", del "líder, guía y padre del pueblo", sea monarca, presidente, militar, sacerdote, empresario, profesor, periodista, científico, médico, marido o simple amigo?
Cualquier pregunta, duda o debate sobre moralidad y sobre Ética se enfrenta más temprano que tarde a estas cuestiones. Pero eso es, en realidad, sólo el principio inmediato y muy superficial de un estudio mucho más extenso e intenso, y mucho más profundo, más radical. El recurso al "pecado original" y/o al "lado oscuro", por decirlo de alguna forma sintética, es la manera más tramposa y fraudulenta, por tanto ella misma inmoral, de impedir conscientemente que se descubran las egoístas razones materiales que están por debajo de las mistificaciones idealistas sobre "el mal". No es este el lugar para una historia social del pensamiento humano, pero sí debemos decir que, en Europa, la capacidad humana de pensamiento crítico fue muy severamente reprimida por la auténtica contrarrevolución idealista dirigida por la oligarquía griega. Desde entonces, con altibajos, ascensos y caídas, el problema de la Ética ha girado de un modo u otro alrededor de negar o afirmar que es el "problema de la propiedad" el que estructura interna y genéticamente toda cuestión moral y toda reflexión ética. Cuando no se parte de esta base, es lógico reducir la Ética a una técnica, como hace E. Guisán en, su por demás interesante texto "Razón y pasión en la ética" (Anthropos 1990):
"En cierto sentido la ética es únicamente, aunque esto no disminuye su importancia, una técnica o método auxiliar de las ciencias sociales, para ayudar a disolver interrogantes y aclarar duda acerca de los objetivos perseguidos, aunque desde luego, no esté capacidad para dar soluciones definitivas que, por lo demás, tampoco parecen deseables. La ética no sólo ayuda a saber discernir sino que enseña a dudar razonablemente y a buscar salidas razonables al impasse al cual nos aboca la duda irrestringida".
¿Qué "salida razonable" puede haber ante la cuestión capital de la propiedad privada de los medios de producción? Un problema --el problema-- que está en la base de espeluznantes genocidios, masacres, exterminios y sufrimientos humanos apenas imaginables. Un problema --el problema-- que está en la base de la destrucción de la naturaleza por el modo de producción capitalista, y en la base de los efectos incontrolables desde el capitalismo de la evolución de la tecnociencia burguesa. La solución del problema no es otra que pensar y sobre todo practicar una racionalidad cualitativamente diferente a la que encadena a la autora que citamos. Hablamos de la racionalidad revolucionaria, comunista, que ya estaba en embrión, como veremos, en las primeras luchas de las masas explotadas. Esa respuesta nos lleva, como es obvio, al debate sobre "las ciencias sociales" y sus relaciones con/contra el marxismo, debate en el que no podemos entrar pero que palpita en el interior de cada palabra de este texto.
Un problema que puede y debe solucionarse optando prácticamente entre dos corrientes antagónicamente enfrentadas. Por un lado, la corriente sistemáticamente aplastada, reprimida y perseguida, que se ha manifestado con muchas dificultades --¿quién no tiene miedo a la tortura?-- pero que ha logrado mal que bien dejar un rastro tenue y débil pero perceptible cuando otros lo recuperan y comunican a los demás, de una concepción humana en la que desaparezca la propiedad privada de los medios de producción. Por otro lado, la corriente oficial, la del poder, la dominante, la que ha dispuesto de todos los instrumentos de dominación material y simbólica para defender la propiedad; corriente que por necesidad ontológica, epistemológica y axiológica dentro del encuadre histórico que analizamos, el determinado por la escisión social impuesta por la propiedad, es objetiva y subjetivamente inhumana. Por último, entre ambos extremos, múltiples interpretaciones idealista, agnósticas, ateas y materialistas que según sus marcos sociohistóricos mezclan contradictoriamente en dosis diferentes partes de uno y otro extremo. Incluso hay clamorosos retrocesos reaccionarios, como es el caso de Agnes Heller en "Ética general" (CEC 1995) que retrocede de un Marx aprendido en las universidades burocráticas de la Europa del Este, el "socialismo real" (sic), a mezcolanza en la que Weber se entremezcla con Durkheim, Luhmann y otros burgueses.
Solamente con el marxismo se llegó al punto de salto teórico cualitativo en la praxis ético-moral de las masas en su lucha emancipadora. Sin profundizar ahora, ya en un texto decisivo en la evolución praxística como es el "Manifiesto del Partido Comunista" de 1848 de Marx y Engels, pese a sus todavía vacíos en aspectos importantes de la crítica de la economía política burguesa, podemos leer que:
"Los comunistas apoyan por doquier cualquier movimiento revolucionario contra las condiciones sociales y políticas imperantes. En todos estos movimientos destacan el problema de la propiedad, cualquiera que sea la forma más o menos desarrollada que pueda haber adoptado, como el problema fundamental del movimiento".
Una de las muchas impresiones que causa el "Manifiesto..." es la sorprendente dialéctica interna entre una condena ético-moral implacable de la civilización burguesa pese al reconocimiento de sus logros, y unas propuestas concretas y prácticas para desarrollar por las masas trabajadoras, propuestas silenciadas u olvidadas significativamente por la mayoría de los comentaristas. Se condena sin piedad y sin pelos en la lengua, pero simultáneamente, a la vez, inserta en esa misma praxis como componente esencial suyo, se presentan alternativas materiales, sociales, destinadas a superar el orden de cosas existente. Dialéctica ético-política y socioeconómica.
Esta característica propia del marxismo fue desarrollada durante años, aunque siempre de forma fragmentada. No existe una obra explícitamente dedicada a Ética entre la amplia bibliografía de ambos amigos, aunque sí existe una permanente presencia de denuncia de la Ética capitalista y una muy frecuente exposición concreta pero limitada a aspectos particulares de la ética marx-engelsiana. Quiere esto decir que, al igual que ocurre con la crítica de la economía política burguesa, en donde prima muy abrumadoramente la crítica radical antes que el estudio positivo de cómo serán el socialismo y el comunismo, exactamente igual sucede con la crítica de la Ética capitalista, que es pasada a cuchillo desde las primeras letras escritas por ambos revolucionarios, mientras que apenas está expuesta la base positiva sobre la que puede elevarse la Ética comunista. Posiblemente esta es una de las causas por las que el marxismo haya teorizado tan poco el problema de la Ética, porque, con razón es antes que nada una práctica ético-política en la que lo político integra a lo ético en la acción misma. Pero hay otros factores, de entre los que destacamos, además de los efectos del reformismo socialdemócrata y del stalinismo, también la propia capacidad de integración de la burguesía, que ha absorbido a muchos intelectuales marxistas.
De este modo, relacionando esas y otras causas, podemos comprender que incluso autores como F. Fernández-Buey cocine una sopa tan insabora e insípida, llena de tópicos que nunca hincan el diente en los problemas cruciales, como su "Ética y filosofía política" (SGU, Bellaterra 2000). En las paginas que siguen en este capítulo analizaremos muy someramente algunos de estos fragmentos decisivos por su calidad. También podemos comprender que otros autores sigan alegremente la moda burguesa de hablar de socioeconomía sin citar para nada el capitalismo o citándolo poco y sin ningún contenido real, y en el plano de la ética, plantear que con los cambios tecnológicos actuales --producidos conscientemente bajo los impulsos irracionales y compulsivos del máximo beneficio capitalista-- los que fuerzan los cambios éticos. N. Bilbeny en "La revolución en la ética" (Anagrama 1997) es un ejemplo paradigmático de esta tendencia al retroceso teórico recubierto con palabrería tecnicista, retroceso que ya fue santificado en el plano de "las ciencias sociales" por A. Touraine y su sociedad post-industrial y posteriormente ha sido repetido por el saber oficial para negar el agravamiento de las contradicciones capitalistas a escala mundial. El autor que citamos parece que escribe dentro de una campana de cristal, en la que la ética no tiene ninguna relación con el sufrimiento de las masas y sí mucho con un neokantismo modernizado por la tecnociencia capitalista. Por no extendernos, incluso una obra clásica como la de A. MacIntyre "Historia de la Ética" ( Paidos 1982) no logra engarzar esa historia con la historia social en su sentido pleno, el de la lucha entre explotadores y masas explotadas.
Inmediatamente el lector se dará cuenta de la estrecha relación entre los temas que vamos a trabajar. No se trata de una repetición sino de una característica del marxismo en todo, pero especialmente en la problemática ético-moral. En todo porque, desde el método marxista de la permanente interacción dialéctica de las contradicciones, sometidas a una lógica de prioridades que ahora no podemos explicar, desde este método, siempre existe una tensión creativa entre el análisis concreto de la realidad concreta y la síntesis totalizante superior, de manera que muy frecuentemente parece que los problemas se repiten unos en otros, aunque lo que ocurre es que salen a la superficie sus relaciones mutuas, sus interpenetraciones y sus contradicciones, aunque luego el método de exposición permita dejar en claro la jerarquía del análisis, su prioridad expositiva en ese momento, etcétera. Si la realidad social es ya suficientemente compleja, y asciende en su complejidad, todo lo relacionado con lo ético-moral siempre se presenta más enrevesado por su propia naturaleza abstracta y metafísica hasta que no se descubran las razones materiales y sociales del antagonismo ético entre la minoría explotadora y la mayoría explotada.
Hasta sacar al descubierto ese antagonismo de base material y sus efectos ideológicos, todo parece un caos, un agujero negro que absorbe los gigantescos pero inútiles esfuerzos de la filosofía dominante desde Aristóteles hasta ahora. Para salir de ese pantano, se presentan dos alternativas, recurrir a una lectura individual de los sucesivos investigadores del problema, manteniendo el error metodológico de individualización del análisis, y, otra, intentar bucear hasta las causas materiales del antagonismo ético. Por la primera vía sólo se logrará un pequeño y superficial orden que no resuelva el caos metafísico de la palabrería ética al uso. Por la segunda vía, consistente en bucear hasta la raíz histórica, se va logrando lenta y costosamente poner un cierto orden interno, venciendo al caos y sacando a la luz su racionalidad y su ley interna. Esta es la tarea y el mérito del marxismo, y aunque ello exige que al comienzo del estudio muchas cosas aparezcan tan entremezcladas que parecen revueltas, esta sensación va superándose paulatinamente hasta descubrir que su estructura interna, su problema, siguiendo aquí a K. Kosik en "Dialéctica de la moral y moral de la dialéctica" (El Hombre Nuevo, Mtz. Roca 1969), se resuelve resolviendo la contradicción entre la práctica divinizada y fetichista, y la humanizada y revolucionaria, la praxis revolucionaria.
Capítulo 3º LA ÉTICA MARXISTA COMO CRITICA RADICAL DE LA ÉTICA BURGUESA