CRÍTICA ABERTZALE DEL PARADIGMA DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA
LIMITES TEÓRICO-POLÍTICOS DE LAS IZQUIERDAS NACIONALISTAS ESPAÑOLAS
2. LIMITACIONES INSUPERABLES DEL NACIONALISMO DE LA IZQUIERDA ESPAÑOLA.
Y esto nos lleva a la segunda cosa que queremos decir. Las izquierdas españolas, casi en su totalidad, no cuestionan la naturaleza expoliadora del Estado al que pertenecen. No cuestionan su contenido imperialista ni su necesidad de seguir manteniendo las opresiones sobre otros pueblos. Excepto una honrosa minoría, a lo máximo que llegan es a reconocer el derecho de autodeterminación aunque insistiendo en la necesidad de la "libre unión" de los pueblos oprimidos. Ahora bien, esta es sólo la parte formal, exterior y superficial del problema porque la cuestión decisiva, al menos para nosotros, los que realmente padecemos la opresión, es el conjunto de condiciones que esas izquierdas, en su gran mayoría, ponen para hacernos dignos de su apoyo. Básicamente, son dos exigencias: que ETA deje la lucha armada y que se acepte la "democracia" actual, el sistema constitucional impuesto en sus aspectos decisivos por el poder fáctico estando todavía el franquismo plenamente operativo.
Antes de pasar a la primera exigencia, y con respecto a la segunda, recientemente CC.OO ha vuelto a reafirmar no sólo su fidelidad constitucionalista sino, lo que es peor, su inflexible decisión estratégica de moverse siempre dentro del actual estatuto autonómico, eso sí, "plenamente desarrollado". Semejante reafirmación en una vía fracasada además de mostrar una ceguera teórico-política insostenible, saca a la luz su asunción práctica del entramado simbólico-material que sustenta interiormente la ideología del nacionalismo imperialista español tal cual funciona en la actualidad. Este ejemplo es uno de entre muchos y una práctica constante en las dos últimas décadas y media. Su gravedad histórica radica en que CC.OO tiene todavía, aunque cada vez menos, una legitimidad izquierdista superior a UGT y a otros sindicatos españoles en la parte de Euskal Herria integrada en el Estado español, y en que, por ello mismo, es mayor su influencia en sectores relativamente combativos, aunque cada vez menos, del movimiento obrero vasco.
Además, ha sido y es una constante sostenida contra viento y marea la práctica obstruccionista de CCOO y de UGT en algo tan decisivo como el desarrollo de un marco vasco de relaciones laborales. Por motivos que no podemos exponer en detalle ahora, entre los que destacan su dependencia presupuestaria total con respecto a la burguesía española y a su Estado, estos sindicatos necesitan y desean mantener, reforzar y ampliar el "marco español de relaciones laborales", para lo cual participan conscientemente en los ataques contra los derechos laborales, sociales y sindicales del pueblo trabajador vasco, e incluso en la política del PP de desmantelamiento gradual de la muy limitada descentralización administrativa concedida por el tardofranquismo, oficialmente denominado "Estatuto de la CAV". Ambos sindicatos están interesados objetiva y subjetivamente en reforzar del ultracentralismo laboral y sindical español.
Su convocatoria de Huelga General del 20-J, sin considerar en absoluto a los sindicatos no españoles de nuevo confirma además de su concepción estatal, también su desprecio nacionalista español hacia los derechos elementales de otros pueblos trabajadores no españoles que tienen sus propios sindicatos. La normalidad con la que han procedido al despreciar esa existencia real, indica también que no sienten ninguna duda al respecto, que conciben su nacionalismo como lógico en sí mismo. Peor aún, la reacción furiosa y enervada con la que han respondido a la negativa vasca -al derecho vasco de expresarse en cuanto tal con otro día diferente de Huelga General- de participar ese día y a su propuesta para adelantarla al día 19-J, así como los comentarios realizados ayer día 20-J, etc., todo ello confirma otra vez pero a un nivel más preocupante, la facilidad extrema con la que pierden los nervios, se desquician y se lanzan al insulto y la descalificación.
Dejando de lado, porque no es este el momento, que CCOO y UGT no tienen en absoluto legitimidad ni credibilidad alguna por sus permanentes claudicaciones desde aquellos humillantes Pactos de la Moncloa hasta hoy mismo, que se han multiplicado -sobre todo CCOO- bajo el gobierno del PP hasta lo que parecería inconcebible de no disponer por nuestra parte de una concepción teórico-política de lo que es el reformismo sindical y qué función cumple, no entrando en esto, sí hay que denunciar la soberbia altanera con la que una y otra vez salen en defensa de la españolidad práctica, expresada en el lo sindical y lo laboral mediante la supeditación del sindicalismo abertzale a los dictados de la burguesía española y de su Estado. Un mal pensado diría que así pagan indirectamente, hincando la pica de los Tercios españoles en las fábricas vascas, lo que cobran de la patronal, de la banca, de los ministerios estatales, etc., pero el problema es más hondo porque ambos sindicatos eran ya esencialmente españolistas antes de cargarse de deudas y préstamos del capital.
Pero lo decisivo radica en la primera exigencia y, ya más concretamente, en su forma de realizarse. La inmensa mayoría de las izquierdas estatales exigen a Batasuna y a la izquierda abertzale en su conjunto que presione a ETA para que abandone su intervención militar. Peor aún, estas izquierdas acusan a la izquierda abertzale de cosas que no hace, y sin embargo, pese a todos los reiterados fracasos y hasta ridículos cometidos por el poderoso sistema represivo español, incapaz de demostrar con pruebas y datos judicialmente verídicos la identidad entre ETA y Batasuna, y el conjunto de la izquierda abertzale, esas izquierdas se han empecinado en afirmar esa identidad prácticamente desde el mismo día de la aparición legal de la primera Herri Batasuna. El grueso de las izquierdas españolas ha sostenido desde hace tiempo la misma tesis que la derechona más franquista aunque con diferentes argumentos pero con la misma acusación de fondo. De este modo, gradual e imparablemente, la criminalización ascendente de todo lo vasco desarrollada por el Estado español era apoyada de un modo u otro por esas izquierdas.
Sin embargo, la solución era muy fácil. Cada vez que acusaban, cada vez que insistían en que ETA debía y debe abandonar la lucha armada, en vez de perder el tiempo dirigiéndose a quien no deben podían optar por el camino más corto y directo, más efectivo, que no es otro que el de propiciar un debate público y abierto con ETA bien en su propia prensa, bien en otra, bien en todas ellas. Hubiera sido lo correcto, lo revolucionario. Hubiera servido para facilitar la resolución del histórico e irresuelto problema español, problema que todos padecemos, también los propios españoles porque es necesario no olvidar nunca que un pueblo que oprime a otros pueblos, nunca será libre. Pues bien, las diferentes izquierdas no sólo no hicieron una cosa tan sencilla como la indicada sino que se volvieron más y más beligerantes contra la izquierda abertzale. Existen dos bloques de razones principales que explican este giro nacionalista español, además de otras secundarias, y son, por un lado, el miedo a la represión directa, a la pérdida de influencia entre las gentes españolas o de otras naciones, y al rechazo público, etc.; por otro lado, y relacionado con lo anterior pero con una lógica propia, el progresivo afianzamiento del nacionalismo español en esas izquierdas, en el sentido de aceptar las razones de fondo de la ideología imperialista de la burguesía española, aunque en apariencia y en la propaganda partidaria y/o sindical no se la defienda abiertamente.
Pero esta deriva degenerativa hacia la aceptación explícita de la ideología nacionalista española por el grueso de las izquierdas estatales, si es que alguna vez se había liberado realmente de ella, es sólo una parte del problema. La recuperación del caudal del río españolista se ha producido sobre todo gracias a los torrentes de cuatro grandes afluentes. Ya hemos visto uno de ellos, la reespañolización de la mayoría de las izquierdas, y los otros tres son, además, la propia y necesaria recuperación interna, endógena, de la ideología nacionalista que el capitalismo español hace en su mismo proceso productivo simbólico y material, en su necesidad de periódica mejora de sus sistemas de autolegitimación como Estado imperialista. Según sea el complejo lingüístico-cultural, nacional, histórica y socialmente dominante en un contexto de acumulación capitalista, aparte de otros factores, la burguesía propietaria de ese capitalismo potencia conscientemente la dinámica de producción de la ideología nacionalista dominante que legitima y lubrica la acumulación de capital. Se trata de una necesidad que periódicamente adquiere más importancia que otras veces, y que conjuga la producción endógena de ideología, y su producción exógena a la estricta explotación económica porque corresponde a la explotación política, etc. Cada formación social capitalista tiene sus propias características peculiares en esta dinámica, pero el modo de producción en cuanto tal tiene necesidad básica de esta periódica producción de ideología nacionalista opresora.
Sobre estas dos bases, actuó también una tercera, la producción política desde las múltiples instancias estatales, paraestatales y extraestatales de la ideología nacionalista española desde el primer día de gobierno de la UCD hasta el hoy mismo por parte del PP, pasando por todos los años del PSOE. Y aquí no puedo olvidar, además de la intervención planificada de los sistemas educativos, mediáticos, culturales, universitarios, etc., tampoco el creciente esfuerzo reespañolizador desde mediados de la década de 1981, cuando la entrada en la OTAN y luego en el MCE acercaba la proximidad de la Unión Europea mediante el Tratado de Maastricht. La burguesía española, su Estado y los partidos que aceptaban su ideología nacionalista, multiplicaban su nacionalismo imperialista para cohesionar la solidez interna del Estado ante las exigencias de la UE. No puedo hacer un seguimiento de este proceso en el que tuvieron un papel destacado muchos intelectuales orgánicos cercanos o afiliados al PSOE, que más adelante, desde la mitad de la década de 1991, coquetearían abiertamente con el PP o se integrarían en sus aparatos gubernativos e institucionales.
Por último, el cuarto afluente reforzador del nacionalismo español, convirtiéndolo abiertamente en imperialista interno y en subimperialista externo, fue la necesidad de aumentar la explotación de las naciones oprimidas en el interior del Estado, e impulsar un proceso de expansión subimperialista del capitalismo español especialmente en América Latina, aprovechándose de las ventajas relativas que otorga la lengua española en aquellos países. Interiormente, la burguesía española multiplicaba su nacionalismo imperialista contra catalanes, gallegos, vascos, andaluces, asturianos, aragoneses, castellanos, etc., parando el seco la anterior descentralización administrativa -oficialmente denominado "Estado de las Autonomías"- e intensificando la recentralización madrileña. Entre 1991 y el 2002, la concentración de sedes fiscales de grandes empresas en Madrid ascendió del 82,4% al 90,2%, respectivamente. A la vez, en el exterior, como hemos visto, el capitalismo financiero, de telecomunicaciones y de aviación civil, básicamente, se lanzaron como tiburones asesinos contra los pueblos amerindios. Este imperialismo interno y suberimperialismo externo no sólo exigían sino que a la vez producían su correspondiente ideología nacionalista opresora, y racista.
Estas son las grandes condiciones objetivas y subjetivas (quedan otras también importantes aunque no estructurales como, por ejemplo, la necesidad de la industria político-mediática española para mantener una cota de mercado propio ante la avalancha de culturilla mercantil estadounidense, para lo que se aumentaron las ayudas directas e indirectas estatales, y las inversiones privadas, en la producción de mercancías de consumo cultura generalmente de muy baja calidad pero muy alienadoras y nacionalistas españolas) que contextualizan el proceso degenerativo de las izquierdas españolas y su creciente rechazo chauvinista teórico-político de las reivindicaciones de los pueblos oprimidos. Y estas son las razones, también, que explican por qué esas izquierdas no llegan nunca a aceptar la reiterada y repetida afirmación de Batasuna de su estanca separación con ETA. Esas izquierdas, aunque no digan explícitamente lo contrario, es decir, que sí existe esa supuesta relación nunca demostrada judicialmente, sí insisten en exigir a Batasuna no sólo que presione a ETA sino que además responda teórico-políticamente por ETA, y por tanto la represente en los debates, cosa manifiestamente imposible. Este problema es de suficiente importancia como para que detenerse un poco más en él, aunque es comprensible que para las izquierdas españolas carezca de cualquier relevancia.