El presidente del Miss Venezuela abre por primera
vez las puertas de su intimidad
A LA CAMA CON OSMEL
Caminando por la calle parece circunspecto y distante.
Se sabe que es huraño y comprador compulsivo. Pero cuando al final
del día se refugia en su cuartel, blindado con un nuevo papel tapiz
a rayas vinotinto, le mejora el talante y su mirada deja de escrutarlo
todo, para dedicarse a su más delirante pasión: mirar televisión.
En exclusiva para El Nacional, Osmel Sousa, el hombre que dirige la Organización
Miss Venezuela, invita a conocer su cotidianidad puertas adentro: "Ustedes
son los primeros que entran aquí", garantiza
LAURA HELENA CASTILLO lcastillo@el-nacional.com
· FOTOS IVAN GABALDON
6:30 pm
Osmel
está agotado. ¿Qué tendrá Osmel? Será
que viene de la calle, de hacer vida con el resto de los mortales. Se
acaba de bajar de una Jeep Cherokee, con la agenda Louis Vuitton en una
mano y un ramillete de lirios en la otra. Sobre unos zapatos blancos Gucci,
a juego con los pantalones Zara, talla 33 medida orgullo de su nueva
y estilizada figura post by pass, recorre el estacionamiento de un
edificio normal, en una zona normal de Caracas. Saluda a los vecinos en
el ascensor, marca el piso 12, sortea las trancas Mul-T-Lock, y penetra
en el número 12-B. Tranca la puerta, asegura todas las cerraduras,
y al fin, cautivo en un área de 54 metros cuadrados, se siente
un hombre libre.
6:35 pm
En la primera mirada que hace a su apartamento,
una andanada de aguijones centelleantes se le clavan en los ojos. Pero
a él no le incomodan, más bien le fascinan los destellos
que disparan las piezas de cristal de baccarat, integrantes del ejército
de manías vítreas que se apilan por escuadrones en todo
el lugar. "Me gusta todo lo barroco, lo recargado", se adorna
Osmel Sousa. El espejo que tapiza toda una pared de la minúscula
sala, multiplica por millones las rayas, cuadros y flores que empapelan
el apartamento, donde se comienza a rodar La guerra de las extravagancias.
Episodio I.
Dentro del hogar de Sousa no cabrían jamás
las veintitantas candidatas que concursan cada año en el Miss Venezuela
porque, a pesar de lo que sería justo y necesario imaginar, el
hombre que ha hecho de la confección de mujeres bellas for export
un negocio rentable y competitivo, habita un apartamento, que, si fuese
verde, sería un petit pois. Los ratos libres del día puede
gastarlos mirándose el perfil en la faz de las lágrimas
de cristal que gotean de los adornos "me gusta todo lo que cuelga,
lo que chorrea"- y, practicando el hobbie de espejito espejito: "Sí,
me agrada mirarme en el espejo. No me hace falta hablar con nadie".
Con su reflejo tiene para ser feliz.
7:00 pm
Alguien
que está husmeando con unos binoculares desde el edificio de al
lado, podría estar sonriendo ahora, viendo a Sousa en ropa interior,
sentado en la mecedora del balcón, atento a la programación
de Televisión Española. "Me gusta mecerme", comenta.
"Cuando estoy de viaje añoro la mecedora", y añade:
"En la mecedora me inspiro". Y se sabe: del bamboleo puede salir
cualquier cosa, incluso, una diosa coronada.
Cuando Sousa está cómodo dentro de
su caja de sachet, se expresa con un verbo desbocado, de pierna cruzada
en la poltrona del salón, confesándose como si de un sacramento
de cordialidad se tratara. Cuenta que con una ficha de 600 bolívares
usa la lavadora del edificio para los paños y las sábanas;
dice que los recibos los paga su asistente, aunque en una oportunidad,
por un descuido de éste le cortaron la luz --¡Horror! Se
fue a un hotel porque no puede vivir sin el arrullo de la televisión--;
revela que cambia el número de teléfono todos los años
porque al acercarse el Miss Venezuela las llamadas lo vuelven loco, y
eliminó la contestadora telefónica porque le dejaban "unos
mensajes que ni te cuento"; y remata con la confidencia de que en
Nueva York prefiere ir de compras que a los museos y galerías.
"¿Será que soy un frívolo?", se pregunta.
¿Será?
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8:00 pm
Como ya oscureció, Sousa sale del balcón
y enciende el aire acondicionado de la habitación a temperatura
glacial. Antes de recostarse sobre los almohadones de hilo blanco de su
cama, se come algo ligero comprado en Da'Enzo, como de costumbre, ya que
él va a los supermercados para pasear por los pasillos de víveres,
en lugar de ir a comprar. Una delicada operación del corazón
obligó a Sousa a cambiar sus hábitos alimenticios, hasta
el punto de condenarlo a vivir sin dulces ni grasas, porque sus niveles
de colesterol se niegan a ser normales. "Comer con pura ensalada
es horrible", dice el hombre que todos los años pesa sin piedad
a cientos de mujeres, sin permitirles ni un gramo mal puesto, con la promesa
de hacerlas reinas.
¿De dónde saca Sousa tanto decorado?
"Compro mucho en Miami", responde. Pero, aparte de las tiendas
clásicas que todo derrochador de profesión conoce en esa
ciudad, él tiene méritos excepcionales al descubrir los
lugares más insólitos. Uno de sus favoritos es la tienda
Salcedo, especializada en recibir los objetos valiosos de los difuntos
mayameros que no tienen a quien heredárselos. Con un buen puño
de dólares en el bolsillo, Sousa pasa feliz su weekend en ese establecimiento
de vocación cubana --"el llamado de la sangre", le dicen.
"Compro lo que me gusta en los sitios, sin saber
si sirve o no. Lo más probable es que no
sirva", cuenta.
9:30 pm
El pijama azul marino de lana de la boutique inglesa Selfish,
es uno de los pocos gestos sobrios de su temperamento -tomando en cuenta
que en una época de su vida ahorraba durante dos meses el sueldo
de Univisión, por encargarse del certamen Nuestra Belleza, únicamente
para comprarse una camisa de seda Versace de 2.000 dólares-. Una
vez vestido para soñar, se acurruca bajo los edredones y prende
los dos televisores del cuarto, alternando el volumen de uno y otro. Está
viendo el programa de la Madre Angélica, luego lo cambia a un film
de Hallmark, y se detiene finalmente en The Gossip Show, del canal E!
Entertainment Television. Pero esa dinámica dura muy poco: "A
los 10 minutos ya estoy dormido". A partir de este momento, un ritual
de ensueños ha comenzado.
2:40 am
Una turba de mujeres está persiguiendo a Sousa por una
pasarela infinita, mientras él corre despavorido con una corona
en la mano. Por culpa de esa pesadilla, se despierta sobresaltado. Eso
le pasa por dormir con los televisores encendidos. Sucede que el aparato
continúa sintonizado en el canal E! Entertaiment Television, que
transmite durante la madrugada el programa Fashion Files, con modelos
muy flacas desfilando ropas de marca. "A veces estoy durmiendo y
sueño con algo que me despierta, y cuando veo es lo mismo que están
pasando por televisión. Pero nunca me desvelo", asegura, y
cae rendido de nuevo, hasta la próxima perturbación de su
placidez.
6:00 am
Luego de una noche -¿tan linda?- como esta, Sousa se despabila
al amanecer. Hace una hora de caminadora, viendo CBS Telenoticias o Venevisión
con Napoleón Bravo, y después remata con 100 abdominales.
"Luego me baño, y si cupiera la televisión en la regadera
la metiera". Para no bañarse solo, pues. En la piel todavía
húmeda se fricciona una tisana de olores que guarda en un botellón
tallado, regalo de Maruja Beracasa. Como no es bueno salir a la calle
sin desayuno, Sousa prepara un café con Decaf, se sirve un jugo
de naranja natural con tres cucharadas de avena, come dos tostadas de
pan integral, y traga 15 pastillas. En un último vistazo al espejo,
revisa su atuendo en tonos vivos -"para el día me gusta el
colorinche cubano, y para la noche el negro"-, y abre las puertas
de su refugio, para salir hasta la prisión de las masas y las misses.
"Esta casa no la conoce nadie. Ni mis más íntimas amigas".
Hasta hoy, por supuesto.
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