lunes, 17 de enero de 2005

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Sergio Lausic Glasinovic: Raza de gigantes

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Cuando se habla del pueblo aonikenk, por lo general, se están refiriendo a los llamados tehuelches. Aunque era varios grupos con denominaciones locales, se puede afirmar que todos ellos mantenían origen y tronco común. Sus desplazamientos correspondían a un espacio geográfico bastante vasto y que se limitaba desde las llanuras pampeanas hasta las costas del estrecho de Magallanes. La cordillera de los Andes y las costas atlánticas eran los lados de este imperfecto triángulo continental americano. Las aguas del estrecho interrumpieron en un momento su viaje hacia el confín austral. Al igual que los selk'nam, que no pudieron retroceder hacia el norte, los aonikenk se encontraron con esa barrera de agua que limitó físicamente los extremos americanos. Esta etnia aonikenk corresponde al tipo de los denominados cazadores recolectores de ambientación terrestre. Así los diferenciamos de otras etnias patagónicas y fueguinas que hicieron del mar su razón de la existencia.

Los aonikenk mantuvieron sus características como cazadores, de individuos que originalmente, desplazándose a pie, recorrieron las extensiones esteparias patagónicas. La llegada de la civilización europea impactó fuertemente sus costumbres, pero, es necesario decirlo, fue uno de los pueblos americanos que mejor había comenzado a convivir entre este mundo autóctono y aborigen y el otro mundo, extraño y complejo, que traían los blancos. La incorporación del caballo a sus costumbres de cazadores fue sin duda la mejor respuesta y el mejor intento de adaptación de este extraño mundo del blanco. Este cambio en sus vivencias culturales no cambio eso sí su modo intrínseco de vida, la de continuar siendo cazadores esteparios. No existe gran documentación sobre las características de los aonikenk, cuando comenzaron a contactarse con los primeros europeos. Lo que si no cabe duda es la enorme especulación que se dio a nivel de literatura, expresada en narraciones de viaje, crónicas, mapas, etc., que los europeos construyeron desde la primera vez que los encontraron. Las descripciones sobre sus dimensiones corporales fue una fuente constante, durante varios siglos de especulaciones, donde la imaginación, fantasías y deseos de conmover a la opinión europea fueron utilizadas con fines muchas veces de índoles muy variadas, menos la de entregar una información una información veraz y confiable. Los lectores europeos fueron impactados durante varios siglos sobre las características físicas de los aonikenk, y fue justamente una descripción de un rastro dejado por el pie la que entregó la denominación "patagones", con que popularmente fueron conocidos y motejados. Se hace necesario entonces desandar el camino y escudriñar y analizar con ojos que no quieren asombrar, sino explicar y constatar las reales características de estos cazadores esteparios, como los fueron los aonikenk.

Sin duda alguna que el primero que describió a estos individuos de la patagonia continental, o por lo menos cuyos escritos se divulgaron masivamente, y que ha llegado hasta nuestros tiempos, es Antonio Pigafetta. Esa es, por ejemplo, su obra titulada "Primer viaje en torno al globo" o como también se la tituló "Viaje alrededor del mundo por el caballero Antonio Pigafetta". Viajaba Pigafetta en la expedición de Hernando de Magallanes. El entrega la primera descripción del habitante de las estepas patagónicas. Su descripción está basada en el primer encuentro entre en aborigen y la expedición de Magallanes, hecho ocurrido en el mes de mayo de 1520. La escuadra de Magallanes había llegado hasta el puerto de San Julián, donde invernaba después de haber soportado violentos temporales, para después continuar viaje hacia el sur en busca de tan codiciado paso que uniera los dos grandes mares del Norte y del Sur, como se conocía el Atlántico y el Pacífico. Fue entonces que, en estos parajes se presentó a los expedicionarios un personaje que, parado sobre la arena de la playa, daba muestras de llamar la atención con una serie de movimientos y voces que Pigafetta describió como cantos y danzas. Este individuo, agrega el cronista, es de estatura gigantesca y al ser observado por la nave capitana, deciden enviar por él con una embarcación. En este primer encuentro se empieza a tejer una serie de especulaciones sobre las características físicas de estos habitantes patagónicos. Manifiesta Pigafetta que él en persona se encontraba en esos momentos y que la figura del aborigen "era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura". Por lo que se tiene a la vista, las primeras descripciones, de las que Pigafetta es el iniciador y divulgador, el hombre patagónico es definido, usando la propia lengua del cronista "… un homo de estatura de gigante…".

COSTUMBRES ECUESTRES

La etnia aonikenk fue impactada por la llegada de los conquistadores europeos; la presencia española en casi gran parte de América del Sur motivó cambios en sus costumbres de cazadores paleolíticos. Estos cambios estuvieron marcados por la incorporación del caballo como vehículo de traslado y de cacería en sus andanzas por todos los territorios esteparios patagónicos. De hábitos de cazador pedestre, el hombre aonikenk pasó a ser un cazador ecuestre. Esto significó cambios importantes que permitieron un movimiento y traslado mucho más rápido desde la costa atlántica hasta las estribaciones cordilleranas. Con el caballo, el cazador aonikenk dispuso de una seguridad no sólo en su movilidad dentro del espacio, sino en obtener el alimento. Guanacos y ñandúes eran presas más fáciles de abatir cabalgando que en jornadas prolongadas de a pie, donde debía utilizarse más astucia y esfuerzo para obtener el alimento. El caballo por lo tanto dio seguridad al grupo, que como banda era el símbolo de la unidad social de estos cazadores. Es más, el caballo y su crianza dio oportunidad de cambiar también, en parte, sus hábitos y dietas alimenticias, ya que este cuadrúpedo fue incorporado a ella. Ahora, el hombre aonikenk estepario y su grupo familiar, tenían asegurada su alimentación. Esta la tenían al alcance de la mano si se quiere así graficar. La crianza de caballares estuvo entonces incorporada a las actividades del cazador aonikenk, no sólo como medio de traslado y de cacería, sino que de alimentación. Con el caballo lograba poseer proteína animal, muy importante para superar el invierno largo, en forma segura y tranquila de vicisitudes por buscar el alimento. Junto con estas innovaciones, la introducción del caballo significó cambios en el vestuario. La utilización de mantas, pantalones, calzado -en función de un jinete cazador- marcaron una diferencia con los antiguos aonikenk descritos por Pigafetta. Al mismo tiempo, se hizo necesario incorporar todo un trabajo artesanal que implicara el confeccionar aperos para la cabalgadura. Mantas, correajes, adornos, estribos y monturas fueron los más importantes. Unido a lo anterior se hizo necesario confeccionar atuendos para el jinete, como fueron las espuelas, lazos, látigos y objetos de uso para un jinete. Sin duda alguna un aspecto que también significa variaciones fue el uso de sus armas. Pigafetta nos relata que los hombres, por ellos vistos, usaban arcos, flechas y que incluso algunos de ellos las llevaban amarradas al cabello sobre la cabeza, como una forma de tener las manos libres y listas para usar el arco. Ahora el cambio en este sentido los representa la utilización en forma más destacada de las boleadoras. El arco y la flecha dejan de ser un arma de uso generalizado, para ir cada vez más perdiendo importancia. Esta arma era poco práctica para ser disparada desde un caballo en movimiento rápido, de ahí que su uso comenzó a disminuir. Ahora la lanza y las boleadoras sus armas características, incluidos los sables, machetes que adquirían y lograban confeccionar, obteniendo los materiales por trueque o recogiéndolos de los desechos que encontraban en la costa, por naufragio o abandono de los navíos que recalaban en las costas patagónicas.

Sobre estos cambios cualitativos en las costumbres de los aonikenk han escrito algunos viajeros o también misioneros. De estos últimos, sin duda, el que llama la atención es Nicolo Mascardi, misionero jesuita, quien después de conocer la realidad de los araucanos y otros pueblos que habitaban la vertiente sur del Pacífico entre este océano y la cordillera de los Andes, decide atravesar dicha cordillera. Con una expedición que organiza con aborígenes puelches, emprende el camino en enero de 1670. Arriba a orillas del lago Nahuel Huapi donde funda una misión, con el propósito de evangelizar a los habitantes aborígenes. Desde esta misión se dirige a recorrer toda la Patagonia, llegando hasta el estrecho de Magallanes y así atravesar por tierra todo este vasto hinterland. Sus informes a su superior, como las epístolas a su padre, nos entregan importantes antecedentes sobre esta etnia aonikenk. Justamente, Mascardi hace ver el cambio cultural que se ha explicado: la introducción del caballo y sus consecuencias. Mascardi nos dice que los "patagones" (así se denominó a los aonikenk o tehuelches desde el primer viaje e Magallanes) vivían de la caza y de la pesca. El ñandú o avestruz americano era una de sus fuentes alimenticias, como igualmente el guanaco. De este último los aborígenes obtenían su sustento; de su piel construían sus viviendas, toldos de cuero de guanaco sujetos con varas enterradas en el suelo. A su vez, nos dice N. Mascardi, de este animal obtenían la "piedra belzar" a la que atribuían condiciones terapéuticas. Ahondando en sus descripciones, este misionero jesuita dice que estos grupos aborígenes se llamaban a sí mismo "tsoneca", que quiere decir "hombres". Su vestuario consistía en una capa de guanaco con la que cubrían el cuerpo, comentando "di pelli per coprire quelo chi deve coprire". Esta situación llamó profundamente la atención al misionero quien, describiendo las costumbres morales de esta etnia, escribió el siguiente comentario: "… esi potrebbero esser esempio di moralitá ai cristiani". En relación al uso del caballo, animal traído a América por los conquistadores españoles y que se divulgó su crianza todo el continente, expresa N. Mascardi que le correspondió presenciar su incorporación a la vida de las etnias aonikenk: "… vinieron con mucho lucimiento, y gente de a cavallo, I muchos más adornos que los primeros con muchos machetones, o espadas anchas, frenos, pretales, cavallos enjaesados al uso de los españoles, y cavallos con jerro mui hermosos…". Se puede decir entonces que la incorporación del caballo significó un cambio muy importante en la vida y costumbres de estas etnias de la Patagonia. Para el aborigen el caballo lo acercaba al europeo, en cuanto a su uso e imitación. A caballo se hacía la guerra, a caballo se hacía la caza y a caballo también se festejaba y hacía la fiesta. La costumbre de cubrirse el cuerpo con grasa de los animales que comían, también la describe este jesuita. Más aún, agrega que la cara era su punto central de ornamentación, en cuanto a pintura se refiere; esta se la pintaban de diferentes colores según las circunstancias. Así se pintan a veces de negro, pero cuando van de visita a otro grupo, se pintan con los colores de aquellos. Agrega Mascardi que esta costumbre es más común en las mujeres. Los hombres cuando andan a caballo llevan un mayor número de ornamentos "… muy aderesados con metal de vasinica, I muchos pretales de cascabeles chicos y grandes de los antiguos de España". Una costumbre, que otros autores no la manifiestan es que algunos individuos, los que hacían de jefes en algún momento, se perforaban la nariz para colocarse adornos en ella. Esta situación según Mascardi, era más frecuente a medida que se internaba por la Patagonia hacia el estrecho de Magallanes. La costumbre de "las narices agujereadas" debía practicarse en algún momento y después abandonarse, ya que no se repite en posteriores descripciones; la perforación y adornos de nariz, labios u orejas fue costumbre original de algunos pueblos de la cuenca amazónica que la trasladaron a otras regiones americanas.

De la vida nómada y los cazadores aonikenk hemos recibido varios testimonios que hablan sobre las costumbres de esta destacada etnia de la Patagonia. Fueron muchos los navegantes que en el transcurso de varios siglos navegaron las costas atlánticas del extremo austral americano y se introdujeron en el interior de estrechos y canales. De ellos, principalmente, conocemos sus descripciones, sus juicios y opiniones, todas ellas valiosas, ya que la escasez de materiales es muy grande para tener conocimientos definitivos. Sólo nos resta, aplicando metodología de trabajo científico, analizar dichos informes, ya que no están exentos juicios errados, donde los prejuicios raciales y de otra índole borran los verdaderos elementos de estos pueblos, en los campos de las creencias, de sus cosmovisiones. Una de las expediciones navales a las aguas del estrecho de Magallanes que más aportes serios entregó al conocimiento de los aonikenk fue, sin duda alguna, la de la fragata española "Santa María de la Cabeza". Esta expedición española llegó hasta estas latitudes australes con finalidades bien precisas en los campos de la investigación. En su "Relación…" que narra los acontecimientos de dicha expedición, más el apéndice respectivo, se encuentran importantes aportes al conocimiento de la etnia aonikenk. Así esta expedición naval los llama con el nombre genérico de "Patagones", incluyendo con ese término a todos los habitantes de la vertiente atlántica. La definición por ellos establecida nos dice que los "patagones son unas tribus se salvajes errantes que ocupan el vasto país que se extiende desde el Río de la Plata hasta el Estrecho". Esta definición es demasiado amplia, ya que en ella engloba a varias etnias aborígenes, que en el marco geográfico citado, habitaron esas tierras. En todo caso sirve de referencia y de punto de comparación, ya que más adelante comienza a precisar su espacio al señalar que se encuentran más bien en el interior de estos territorios realizando excursiones hacia otras regiones. En este contexto expresa la "Relación…": "… sus domicilios más fijos es en el interior del país; pero en la estación de caza se acercan al Estrecho…".

Fue justamente en las tierras inmediatas al estrecho de Magallanes que se encontró en repetidas ocasiones con un grupo destacado de 300 a 400 nativos de sexo masculino. Este es un dato muy importante, pues estaría otorgando uno de los primeros informes sobre las cantidades de población aonikenk que existían hacia fines del siglo XVIII. La misma "Relación…" expresa que no les fue posible conocer a sus mujeres y de esta manera conocer su número y características Se podría inferir que, de acuerdo a estos datos que nos entrega la expedición de la fragata española, los grupos aonikenk que frecuentaban las tierras aledañas al estrecho de Magallanes serían de una cantidad no superior al millar; esto no consideraría poblaciones de otros sectores de la Patagonia, tanto en sus áreas precordilleranas como en sus valles que descienden hacia la costa. Uno de los temas que siempre han suscitado interés, cuando hablamos de los aonikenk, es el que se refiere a su estatura. Ya Pigafetta había lanzado al mundo descripciones que hicieron de los aonikenk, llamados por este "Patagones", raza de gigantes. La expedición de la fragata "Santa María de la Cabeza" abordó este tema y efectuó varias mediciones sobre la población autóctona expresando que la común estatura era de 1,82 metros. Aquí habría que contrastar que la opinión de otro navegante, como lo fue Boungainville, quien relata que "… no es tan notable su estatura como su corpulencia…" En todo caso, la opinión de la expedición española no deja duda sobre la estatura de los aonikenk, a los cuales encontró altos y corpulentos, al decir en su "Relación…" que "su controvertida estatura excede por lo general a la de los europeos…". Las descripciones de los rasgos físicos de estos habitantes patagónicos fue un tema de investigación por parte de los expedicionarios, quienes señalaron que estos hombres eran de buena contextura física y de aspecto agradable. Lo dice así la "Relación…": "están llenos de carne sin poder llamar gordos…", agregando más adelante "…y no es desagradable su figura, aunque la cabeza es grande, o la cara algo larga y un poco chata, los ojos vivos y los dientes extremadamente blancos…" Cuando se trata de entregar una descripción del cabello ésta expresa "… llevan sus negros y recios cabellos amarrados hacia arriba con un pedazo de correa o cinta que les ciñe la frente, dejando la cabeza enteramente descubierta…" Con respecto a las mujeres de la etnia aonikenk no fue mucho más lo que esta expedición pudo investigar, pues los hombres desconfiaban de los españoles y temían que ellas fueran motivo de incidentes. Por eso se encuentra la opinión de uno de los oficiales que alcanzó hasta una de sus tolderías y viéndolas "…aseguró que su estatura es en algo inferior a la de los hombres…" Las descripciones de la expedición de esta fragata española son de un gran valor, pues ellas corresponden a una época en que las costumbres de los aonikenk correspondían a la incorporación del caballo. Ya no era los cazadores de a pie que había visto Magallanes y descrito Pigafetta. Ahora se trataba de individuos que habían asimilado una serie de costumbres de los europeos, léase españoles que desde las tierras del Virreynato de la Plata o del Reino de Chile influían en sus hábitos de vida. Lo fundamental fue la incorporación del caballo y la utilización de toda una indumentaria para el jinete y el animal. En este contexto "… realza mucho su figura el traje que usan, y se compone de una manta de pieles de guanacos o de zorrillos medianamente compuestas con rayas de diferentes colores en la parte interior…" A lo anterior se puede agregar que si bien asimilaron algunas costumbres en los hábitos de vestirse, llama la atención que los aonikenk seguían manteniendo la costumbre de pintarse la cara con sus colores tradicionales "… es bastante general la costumbre de pintarse la cara de blanco, negro y encarnado…" Es esta parte de la presentación de esta etnia patagónica, se hace necesario recalcar que muchas de estas descripciones sobre la vestimenta vista a fines del siglo XVIII, corresponden exactamente a las piezas etnográficas de las colecciones que el museo "Mayorino Borgatello" posee en la actualidad. Así cuando se refiere al calzado y a las espuelas, éstas eran confeccionadas con "dos palitos en forma de horquilla" que se amarraban al calzado. Este era un cuero liado alrededor del pie conformando así una especie de zapato. Con todo lo anterior, es necesario expresar que aún en estos tiempos la mayoría de estos habitantes patagónicos acostumbraban a no tener mucha vestimenta sobre el cuerpo. Si bien algunos de ellos utilizaban las mantas, ponchos y "calzones de igual género y hechura que los criollos del Reyno de Chile y Buenos Ayres…", la mayoría de ellos no poseía estas indumentarias y así lo expresa "Relación…": "… los más estaban desnudos y reducidos a sus mantas de pieles y a una bolsa de cuero, que colgando de una correa que llevaban ceñida a la cintura les cubría sus partes vergonzosas…".

Frente a estas descripciones y sus posteriores comentarios cabe preguntarse: ¿Cuál sería el grado de felicidad de estas etnias?, o también para expresarlo desde otro punto de vista. ¿Serían ellos tan felices como los europeos, a los que veían con mayores elementos de civilización? Sobre estas interrogantes, que salta de la opción de comparar ambos estilos de vida, podemos referir como base de conocimiento, y al mismo tiempo de valorización, las propias opiniones y comentarios de los expedicionarios europeos. Ellos expresaron al escribir sus opiniones en la "Relación del último viaje de la fragata de S.M. Santa María de la Cabeza": "…pocos hombres se hallan en mejor proporción para llamarse dichosos y estar contentos con su suerte como los Patagones: disfrutan de los esenciales bienes de la sociedad…, y gozan de una salud robusta hija de su sobriedad… y no acosados por un trabajo perpetuo y necesario…".

viernes, 3 de diciembre de 2004

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Los mitos Aonikenk: Leyenda del calafate

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Por Mario Echeverría Baleta

Los bosques de ñires, lengas y coihues, comienzan a tomar un tono característico anunciando el otoño y dando a los arboles una gama multicolor que va desde el amarillo pálido hasta el rojo intenso pasando por todos los matices imaginables del dorado y del naranja. Esta transformación se viene repitiendo año tras año desde épocas inmemoriales. Los tehuelches o tsonekas, verdaderos dueños de la tierra, conocían los secretos del sur patagónico en su permanente deambular de Aike en Aike.
Los guanacos, alimento y abrigo de esta gente, comenzaban a descender de las mesetas en tropillas hacia los valles encerrados en grandes cañadones, viejas cunas de antiguos glaciares, en un permanente rito milenario, al que se suman los ñandúes en busca de abrigo y de alimento. Hacia el oeste, la espina dorsal de América que son los Andes, ha amanecido de nieve. El invierno llegará inexorablemente y ellos lo saben.
En esa época, las tribus tehuelches comenzaban su viaje hacia el norte, donde el frío no era tan intenso, además la caza no faltaba, pero tengamos en cuenta que el viaje se hacía a pie, ya que los primeros caballos arribaron a Santa Cruz allá por el año 1.526 con la Expedición de Jofré de Loaiza.
KOONEX, la anciana curandera de la tribu, no podía caminar más, sus viejas y cansadas piernas estaban agotadas; pero la marcha no se podía detener y es una ley natural cumplir con el destino. Ella lo comprendió. Las mujeres de la tribu Ie hicieron un KAU con pieles de guanacos y juntaron abundante leña, prepararon CHARKIKAN, reunieron huevos conservados en sacos con grasa y se despidieron de ella con el GAYAU de la familia, luego ella entonó con un hilito de voz, el milenario canto de la raza y envuelta en su KAI-AJNUN, fijó sus cansados ojos en la distancia, hasta que la gente de su tribu se perdió tras el filo de una meseta. Se quedaba sola para morir, ya que los alimentos no Ie alcanzarían para pasar el largo invierno, aunque tal vez algún puma hambriento Ie acortara la espera.
"Mejor si me encuentra dormida-, total es un ratito...", pensó.
-Terro, terro-, repetían los teros, que en tehuelche quiere decir: Malo, malo. Y agregaban: -"No volveremos más". La "V" de los KAIKENES eran mil flechas que viajaban cielo al norte. Todos los seres vivientes emigraban, se quedaba sola sintiendo el silencio como un sopor pesado y envolvente.
El cielo multicolor se fue extinguiendo lentamente en un oeste de mesetas grises y azuladas, hasta perderse el ultimo rayo de luz reflejado en los picachos más altos del CHALTEN. Pasaron muchos soles y muchas lunas, hasta que llego ARISKAIKEN con el nacimiento de los brotes; arribaron las golondrinas, los chorlos, los alegres chingolitos, las inquietas ratoneras, las charlatanas cotorras... Los esbeltos flamencos vistieron de rosa una franja de cielo hacia el sur. El cuello de los cisnes Ie puso signos de interrogación a las lagunas ya deshieladas y el grito de las bandurrias se hizo eco en las barrancas.
Volvía la vida en todas sus expresiones. Sobre los cueros del abigarrado toldo de KOONEX, se posó una bandada de avecillas cantando alegremente. De pronto se escuchó la voz de la anciana curandera que desde el interior del kau, les reprendía por haberla dejado sola durante el largo y duro invierno. KIKEN, tras la sorpresa Ie respondió: -Nos fuimos porque en otoño comienza a escasear el alimento, además durante el invierno no tenemos donde abrigarnos.
-Los comprendo -dijo la anciana-, por eso desde hoy en adelante, tendrán alimento en otoño y buen abrigo en invierno. Ya nunca más me quedare sola..." -Luego calló.
Cuando una brisa volteó los cueros del toldo, en lugar de la anciana, se hallaba un hermoso arbusto espinoso de perfumadas flores amarillas. Al promediar el verano, las flores se hicieron frutos y antes del otoño comenzaron a madurar tomando un color azul-morado de sabor exquisito y gran valor alimenticio.
Algunos pajaritos no emigraron nunca más y los que se habían ido para no volver, al enterarse de la novedad, regresaron para probar el nuevo fruto, del que quedaron prendados.
También los tsonekas lo probaron adoptándolo para siempre y desparramaron las semillas de Aike en Aike, dándole el nombre KOONEX. Desde entonces: "El que come calafate, vuelve".

ETIMOLOGIA

CALAFATE: (Berberis Cuneata) Arbusto espinoso propio de la Patagonia. Crece generalmente en matorrales. En primavera se cubre de pequeñas flores amarillas muy perfumadas que luego se convierten en racimos de pequeñas frutas madurando en febrero. Con este fruto se hace dulce y un licor exquisito al que los tehuelches llaman "guachacay".
CALAFATE: Se denomina así a la persona que tiene por oficio rellenar y taponar las uniones de las maderas de los tablados de las embarcaciones, con estopa y brea. A esta tarea se la llama: calafatear.
Durante el invierno de 1520, las naves de la Expedición de Magallanes, ancladas en la Bahía de San Julián (actual provincia de Santa Cruz) fueron sometidas a un calafateo y necesitando de alguna fibra vegetal que suplantase a la estopa, utilizaron las de "una mata espinosa que abunda en la región" y tomando ésta el nombre de "calafate".

VOCABULARIO

AIKE: Paradero, lugar, vivir, morar.
ARISKAIKEN: Epoca de los guanaquitos nuevos o primavera.
CHALTEN: Montaña sagrada de los tehuel-ches, rebautizada como Fitz Roy.
CHARKIKAN: Charqui ahumado y salado.
GAYAU: Canto identificatorio de cada familia.
KAI AJNUN: Capa o quillango pintado.
KIKEN: Chingolito.
KAIKENES: Avutardas.
KAU: Toldo, vivienda.
KOON: Fruto del calafate.
KOONE: Anciana.
KOONEX: Calafate en flor

Revista Impactos: Año 4, Nº 46 Punta Arenas, 3 de julio de 1993.


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