06 junio, 2007

Sonia González Valdenegro

La secreta fragilidad del día a día

Relatos en los que el mundo interior de los personajes es más relevante
que lugares y nombres, son los cuentos de “La preciosa vida que soñamos”.
Personas comunes y corrientes, como la autora, que luchan
por no derrumbarse en cualquier instante.


Por Nicolás Sepúlveda Guzmán

Sonia González Valdenegro nació en 1958. Es abogada, casada con el escritor chileno Ramón Díaz Eterovic y madre de tres hijos. Nació en Santiago, ciudad donde actualmente vive con su familia. Nota biográfica.
Probablemente usted no la conozca, aunque tal vez debería.
No porque se trate de la esposa de un escritor reconocido en Chile, sino porque ella misma escribe. Y no sólo eso, ha publicado novelas como el “El sueño de mi padre” e “Imperfecta desconocida”, aunque el mayor reconocimiento de su carrera lo ha tenido como autora de cuentos, género en el que ha publicado los volúmenes “Tejer historias” y “Matar al marido es la consigna”.
Además, sus relatos han aparecido en compilaciones nacionales, como “Salidas de madre” y “Voces de Eros”, y extranjeras, entre las que se cuenta “El cuento hispanoamericano del siglo XX”, de España. Su labor literaria ha sido galardonada con los premios Metro-SECH y Consejo Nacional del Libro y la Lectura. Más notas biográficas.
Después de esos datos, usted podría preguntarse no sólo quién es Sonia González, sino también por qué no la conoce.
Tal vez la respuesta se encuentre en la vocación de esta escritora por la vida tranquila, la tarea introvertida y la predilección por observar antes que protagonizar, como ella declaró a algún matutino nacional.
O simplemente en la mezquindad que en nuestro país caracteriza a editoriales y medios en la difusión de la obra de quienes se afanan, pluma y papel en mano, en dilucidar los misterios del comportamiento humano a través del simple ejercicio de narrar.
Estas expresiones, en el caso de Sonia González, dejan de ser lugares comunes y se convierten en cientos de páginas de relatos sencillos, bien escritos y amables con el lector. Su nuevo tomo de cuentos “La preciosa vida que soñamos” (LOM Ediciones, 2007) confirma todo lo dicho.

Ni nombres ni lugares

Lo fundamental en cada relato de González son los personajes.
Casi no importa si el cuento se desarrolla en primera o en tercera persona, porque el tono siempre roza lo íntimo, confundiendo descripciones con sensaciones del o de la protagonista. Incluso las distintas épocas en que transcurren diversos hechos se ponen a disposición de la forma de contar, efecto que se nota especialmente cuando el autor parece fundirse y confundirse con el narrador.
Así, la protagonista de “Asunto de a tres”, por ejemplo, va y vuelve en el tiempo, compara y enmaraña a su colega Mercedes con la época de la facultad de Derecho y oculta al lector lo mismo que su memoria le oculta a ella. El tono del relato se torna cada vez más secreto, hasta que el final nos introduce en lo más íntimo del mundo que los personajes quieren pasar por alto.
Hay aquí dos características transversales a los 14 relatos que componen “La preciosa vida que soñamos”: primero, la intimidad de hombres y mujeres que esconden y se esconden de secretos que se develan en frases sutiles, claves delicadas que la autora comparte tanto con nosotros como con sus héroes. Segundo, el final anunciado, pero sorpresivo; deseado, pero no del todo cómodo.
Estos elementos conforman cuentos por sí solos, aunque la escritora los redondea con descripciones mínimas, justas y necesarias, de los ambientes y de los lugares físicos: un campus universitario, un céntrico café, una pequeña habitación en una pensión, un condominio.
La sola mención de ellos parece suficiente a los propósitos de González. Las puertas para que el lector desate cada experiencia que esas palabras tan vagas puedan evocarle, quedan abiertas de par en par. El efecto que provoca la lectura atenta permite que la construcción final del cuento se afirme en la conciencia y en la emotividad de quien sostiene el libro abierto de par en par entre sus manos.
El mejor caso se presenta en el relato que da nombre al libro. La vida perfecta de una familia común y corriente se ve alterada cuando los secretos que sostienen esa apariencia de felicidad se vuelven más grandes. En menos de diez páginas la autora despedaza las seguridades de un núcleo familiar que podría ser el suyo o el mío, en cualquier parte del mundo y en cualquier época, porque no hay fechas ni nombres propios ni referencias a lugares.
Ese “soñamos” del encabezado no es casual, pues puede referirse tan bien al pasado como al presente.
No obstante preferir Sonia González la tranquilidad de su hogar, sus heroínas buscan emanciparse de todo lo que les estorba en su propio camino.
Temores, amores e inhibiciones, tal como la protagonista de “Políticas editoriales”, una mujer mayor de setenta con aficiones literarias que a partir de la no publicación de una novela, aparentemente autobiográfica, inicia un pudoroso viaje catártico hasta la inocente rebeldía de su juventud.
Quién sabe si la autora ha pasado por procesos similares. Tal vez prefiera una vida tranquila en lo exterior, porque las experiencias interiores que transmite son lo suficientemente intensas. Si gracias a ello puede seguir brindándonos su obra gratificante, bienvenido sea.

04 junio, 2007

charles harper webb



POR NECESIDAD WEBB CUENTA CHISTES SOBRE SU ESTATURA

Iba muy bien hasta que llegué a la prepa: de
uno cincuenta a casi uno setenta en tres años.
Caminaba orgulloso con un aura de dos metros
como la niña de doce años, tamaño 32A, que
se compra un brasier de 38D para ver como
se va llenando. Luego, como la cabeza de
un trampolinero que se encuentra de sorpresa
con un árbol, mi crecimiento se detuvo abruptamente,
arruinando la función.

Ni medirme dos veces al día ni desear desesperadamente
Me ayudó a acercarme a esa estatura normal de
uno setenta y cinco que había marcado con desprecio
sobre la puerta de mi recámara: yo razonaba que mi auto
de carreras sólo se había detenido por refacciones, era sólo el
primer campamento camino a la sima.
Pero ninguno de mis ejercicios de estiramiento, ni mis dietas
que constantemente elaboré y revisé, pudieron exprimir un
solo micrón.

Había oído de el poder de pensar en forma positiva;
y fui positivo. Había oído que "Si miras la olla,
nunca hervirá". Dejé de medirme por semanas enteras,
sólo viendo de reojo, creyendo que la marca de uno setenta y
cinco ya había bajado al nivel de mis ojos.
Le pedí perdón a Dios por dudar de Él, y recé cada momento
que podía, por si las dudas. Devoré libros sobre la
adolescencia , leyendo y releyendo (junto con las partes sobre
sexo) la sección que decía que algunos hombres siguen
creciendo hasta los veintiuno.

Pero la verdad, como el olor a zorrillo sobre un traje
de mil dólares, por fin fue evidente. Mi papá era bajo
y corpulento; mi mamá era alta y delgada. Y sería bajo
y delgado. No sería un Mickey Mantle, ni un Joe Namath,
ni un Wilt Chamberlain, ni Rocky Marciano, ni Big John
Wayne. Nunca haría 60 jonrons, ni las 1000 yardas,
ni encestaría 50 puntos en el juego. Nunca noquearía a un
hablador con un manotazo descuidado de mi gigantesca mano
derecha. Brigitte Bardot, Raquel Welch, no serían mías.

Me escabulliría del gimnasio con miedo a las rufianes,
tendría novias desabridas que me dejarían por hombres altos.
Tomaría un poco de karate y pesas, un poco de guitarra jazz,
jugaría ajedrez, escribiría poesía. Me convertiría
en un intelectual.

NO SERÍA BUENA TRANSACCIÓN

Dicen que el sol es el padre de la felicidad.
O creo que eso es lo que dicen.
Dos átomos de hidrógeno se funden, creando un
átomo de helio, energía, y felicidad.
No sé los detalles. Lo que sí sé es
que el buen sexo, los peces grandes colgando de una caña de
pescar ligera,
y mucho dinero por poco trabajo, me traen felicidad,
sin embargo los granos, el pay de riñón, el cáncer, y el
rechazo, no. Me imagino que algunas cosas chupan más
sol que otras. No estoy seguro.
Las cosas se complican. Algunas veces me confundo

tanto la cabeza me da vueltas, como dicen,
aunque dudo que sea la cabeza; más bien
son mis pensamientos, o el cuarto, o el mundo
o algo que a nadie se le ha ocurrido todavía.
De todos modos, digan lo que digan,
aunque me hagan dar vueltas todo el día
Es más divertido comer un Sunday de Chocolate
que darme cuenta que me estoy quedando calvo. Siempre
he preferido las olas buenas para surfear
que la conciencia cívica. Nunca cambiaría mi erótica
gatita sueca por una meningitis de la espina dorsal,
no,
no sería buena transacción.

LA MUERTE DE SANTA CLAUS

Ha tenido dolores en el pecho
por varias semanas, pero los doctores
no hacen visitas al hogar en el Polo Norte.

dejó de pagar su seguro médico Blue Cross,
se marea cuando le hacen exámenes de la sangre,
las batas del hospital siempre se le abren, las

salas de espera le causan dolor de estómago, y
de todos modos nada más tiene indigestión, por lo
menos eso pensaba, hasta el día en que al estarles

dando de comer a los renos, sintió como si la mano
de un monstruo le hubiera agarrado el corazón
y no dejara de apretar. No puede respirar, y el

mundo blanco tan hermoso se torna negro,
y cae sobre su panza de gelatina en la nieve
y la Sra. Claus sale corriendo de la fábrica

de juguetes, gritando, y deja a los duendes
frotándose sus manitas nerviosas, y la nariz
de Rudolph se prende y se apaga como una luz de ambulancia

triste, mientras en Houston Texas en una de esas casas en serie,
yo, de 8 años, le digo a mi mamá que los mensos
de la escuela dicen que Santa Claus es pura mentira,

y ella, tomándome la mano, se sienta conmigo en el sofá
de flores moradas, con lágrimas en los ojos,
y con una terrible noticia en la garganta.

COSAS QUE PUEDES HACER EN UNA LECTURA DE POESÍA CUANDO TE GUSTA EL POEMA PERO NADIE ESTÁ APLAUDIENDO Y TÚ NO QUIERES SER LA ÚNICA

Procura mostrarte conmovida.
Mueve la cabeza con ánimo.
Suspira.
Di Mmmmm.
Muestra que estás muy conmovida.
A escondidas pregúntales a otros lo que piensan acerca del
poeta;
si les cae bien, haz un pacto para aplaudir al terminar el
siguiente poema, sea bueno o malo.
Ríe calladamente.
Ríe a carcajadas.
Frótate la nariz.
Solloza.
Gime.
Cambia de lugar en la silla, cruza y vuelve a cruzar tus
hermosos muslos.
Párate y agita los brazos como si tuvieras banderas al final de
la carrera.
Quítate la camisa y agítala como diciéndole al poeta
Bienvenido a casa.
Canta You Light Up My Life, luego I Want You, I Need
You, I Love You.

Saca la cartera y avienta tu dinero sobre las piernas del poeta.
Saca una pistola, asalta a todos en el cuarto, luego avienta
todo el dinero de ellos en las piernas del poeta.
Ábrete las venas, y dale al poeta un termo de tu sangre.
Cédele todos los derechos de propiedad de tu BMW, tu casa,
tu yate, abandona todo, y sigue al poeta.
Ayúdale al poeta a ganar premios, a publicar libros, etcétera,
usando tu influencia, tus familiares ricos y tus contactos.
Colúmpiate del candelabro, proclamando las virtudes del
poeta;
si no hay candelabros, cuelga unos y luego procede.
Trae arrastrando un bloque de mármol, y has una estatua del
poeta.
Saca un volumen de las obras completas de Shakespeare,
borra el nombre Shakespeare, y escribe el nombre del poeta.
Transcribe la Biblia a un disco floppy, luego usando el
mandato de Encontrar y Reemplazar, sustituye el nombre del
poeta por el de Dios.

Siéntate sin moverte, considera qué bajo ha caído la poesía
moderna, piensa en todo lo que ha sacrificado el poeta para
estar aquí, cómo ha de haber arruinado su vida por esta arte
despiadada,
aunque sabes bien que la suerte del poeta no es peor,
no es más trágica, que la de otros artistas,
o de cualquiera que trata
de hacer buenas obras en un mundo basura,
un trabajo con amor en un mundo que gruñe,
un trabajo con alma en un mundo sin alma,
un trabajo bondadoso, en un mundo cruel,
un trabajo generoso en un mundo que empuña,
un trabajo expresivo en un mundo que suprime,
un trabajo con sabor en un mundo malcarado,
un trabajo vivo en un mundo muerto,
entendiendo esto, y claro está, el poeta no es ningún mártir,
ningún santo, la poesía es egotística, acaparadora
como todo, pero sigue siendo admirable, sigue siendo digna,
tú de verdad lo crees, mientras permaneces allí sentada, en
silencio, habiéndote gustado el poema, sientes gratitud,
esperas que de alguna manera lo sepa el poeta.

Traducción de Juan Hernández-Senter

31 mayo, 2007

humberto costantini



-A lo mejor está debajo de la alfombre
-A lo mejor nos mira desde adentro de un ropero.
-A lo mejor ese color habano es una seña.
-A lo mejor ese pez colorado es guerrillero.
-Yo juro haberlo visto de gato en azoteas.
-Y yo corriendo por los hilos del teléfono.
-Señor, ¿ha revisado bien adentro de su cama?
-Oh John, ¿qué es esa barba que asoma en tu chaleco?
--Debiéramos filtrar todas las aguas de los ríos.
-Lavar todas las caras de los negros.
-Picar la cordillera de los Andes.
-Poner a South América en un termo.
-Dicen que en Venezuela montaba una guitarra.
-Que en Buenos Aires entraba en bandoneones y discépolos.
-Que en Uruguay punteaba una milonga con el Diablo.
-Y en Brasil vestido de caboclo bajaba a los terreiros.
-Pero si ayer nomás saltó en Santo Domingo.
-Si en Colombia era cumbia de los filibusteros.
-Si lo vi esta mañana con su risa terrible soltándole los duendes al espejo.
-A mí casi me mata la otra noche, se me subió con un millón de sátiros al sueño.
-Ese lío en Bolivia es cosa suya.
-Y esos ladridos en la noche no son perros.
-Y esa sombra que pasa, ¿por qué pasa?
-Y no me gustan nada esos berridos junto al pecho.
-A lo mejor está en la pampa y es graznido.
-A lo mejor está en la calle y es el viento.
-A lo mejor es una fiebre que no cura.
-A lo mejor es rebelión y está viniendo.

26 mayo, 2007

Entrevista a Scott Fitzgerald


Scott Fitzgerald, su esposa Zelda y
su hija Scotty, París, 1926.

El periodista holandés Michel Mok entrevistó para el New York Post, en la navidad de 1936 al autor de El Gran Gatsby.


Francis Scott Fitzgerald
25 de diciembre de 1936

Hace mucho, cuando era u n hombre joven y se sentía seguro de sí mismo, ebrio por su repentino éxito, F. Scott Fitzgerald le dijo a un periodista que nadie debería vivir más allá de los treinta.
Eso ocurría en 1921, poco después de que la publicación de su primera novela. A este lado del paraíso, alumbrara los cielos de la literatura como una encendida explosión de fuegos artificiales.
El poeta-profeta de la neurosis posbélica se enfrentaba ayer a su 40 cumpleaños en su habitación del Gove Park Inn. Pasó el día igual que pasa todos los días: intentando volver desde el otro lado del paraíso, salir del infierno del abatimiento en que se retuerce desde hace un par de años.
Su única compañía fuimos su maternal y complaciente enfermera de dulce acento sureño y el periodista que esto suscribe. Con la muchacha intercambió las chanzas típicas entre enfermera y paciente. Con su visitante mostróentereza, como comenta su próxima reaparición estelar un actor consumido por el miedo a que su nombre no vuelva a aparecer jamás en las luminarias.
No engañaba a nadie. Era obvio que en el fondo de su corazón albergaba tan pocas esperanzas como sol había en el lloroso cielo, cubierto de nubes, que velaban la vista de Subset Mountain.
Físicamente sufría las secuelas de un accidente ocurrido ocho semanas antes, en el que se había fracturado el hombro al zambullirse desde un trampolín de cinco metros de altura.
Con todo, aún cuando la fractura le causara alguna molestia, no explicaba su continuo y nervioso entrar y salir de la cama, su desasosegado deambular, sus manos temblorosas y la penosa expresión de niño cruelmente apaleado que se dibujaba en su rostro crispado.
Tampoco se podía responsabilizar al dolor de sus frecuentes visitas a una cómoda en uno de cuyos cajones había una botella. Cada vez que se servía un trago en el vaso medidor de cristal que tenía enla mesilla de noche miraba implorante a la enfermera y le preguntaba: ¿Una onza más?.
Una y otra vez, la enfermera bajaba la mirada sin darle respuesta alguna.
A fuerza de ser sinceros, no puedo por menos que reconocer que Fitzgerald no intentaba convertir su lesión en una excusa para justificar su sed.
-A papaíto le ha pasado una serie de cosas dijo con burlona jovialidad_. Por eso está deprimido y ha empezado a beber un poquito.
Se negó a explicar cuáles eran esas cosas.
-Una desgracia tras otra replicó-, y al fin al se me rompió algo.
Sin embargo antes de viajar a Carolina del Norte, este visitante había tenido oportunidad de averiguar algunos detalles sobre la historia reciente de Fitzgerald a través de unos amigos de Baltimore, donde había vividohasta el mes de julio. Al parecer la señora Fitzgerald se había tirado a la vía del tren delante de un expreso. A pesar de su delicado estado, el propio Fitzgerald se había lanzado a rescatarla, salvándole la vida de milagro.
También había habido otros contratiempos. La señora Fitzgerald había sido finalmente internada en un sanatorio cerca de la ciudad y su marido la había seguido hasta allí, instalándose en una habitación del edificio de piedra del Grove Park Inn, uno de los hoteles de recreo más grandes y populares de los Estados Unidos.
Sean cuales fueren las causas de las crisis nerviosas de Fitzgerald, resultan menos importantes que sus efectos sobre el escritor. Fue en un trabajo titulado Pasting it Together (Uniendo las piezas), uno de los tres artículos autobiográficospublicados en Esquirre, donde habló de sí mismo como un plato rajado.
Con todo escribía- a veces hay que guardar el plato agrietado en la despensa, mantenerlo en servicio como necesidad doméstica. No será posible volver a calentarlo sobre el fogón o meterlo en el fregadero con los demás platos. No sería conveniente utilizarlo para servir a las visitas, pero sí usarlo para poner en él unas galletas por la noche o para meter las sobras en la heladera.
Hoy, el remedio habitual para alguien que está hundido es pensar en aquellos están en la indigencia o sufren padecimientos físicos. Tiene una acción balsámica contra la melancolía en general y es un consejo razonablemente saludable para cualquiera en el transcurso del día, pero a las tres de la madrugada la cura no sirve para nada. Y en una noche realmente oscura del alma son siempre las tres de la madrugada, día tras día. A esas horas, la tendencia es negarnos a hacer frente a las cosas durante tanto tiempo como sea posible, retirándonos a un sueño infantil del que continuamente nos arranca, sobresaltados, el contacto con el mundo.
Nos enfrentamos a esas situaciones tan rápida y descuidadamente como nos es posible, y luego nos refugiamos de nuevo en el sueño, confiando en que todo vuelva a recomponerse por símismo merced a alguna milagrosa material o espiritual. . pero cuando el repliegue persiste y cada vez hay menos esperanza de que se produzca dicha bonanza, ya no aspiramos a que se desvanezca un único pesar, sino que más bien nos convertimos en testigos involuntarios de una ejecución, de la desintegración de nuestra propiedad personal.
Ayer, al final de una larga, digresiva e inconexa conversación. Fitzgerald expresó lo mismo con diferentes palabras, no tan poéticas, pero no por ello menos emocionantes:
-Un escritor como yo dijo- ha de tener una profunda confianza en sí mismo, una inmensa fe en su buena estrella. Se trata de un sentimiento casi místico, una sensación de que nada puede ocurrirle, nada puede dañarlo, nada puede afectarlo. Thomas Wolfe lo tiene, y Ernest Hemingway lo tenía. Yo lo tuve una vez, pero después de una serie de desastres, muchos de ellos responsabilidad mía, algo le ocurrió a mi sentimiento de inmunidad y perdí pie.
A modo de ilustración, me contó una historia acerca de su padre.
-Durante mi infancia, mi padre vivía en Montgomery County, en Maryland. Nuestra familia ha estado bastante involucrada en la historia de América. El hermano de mi bisabuelo fue Francis Scott Key, el autor de The Star-Spangled Banner. A míme llamaron así por él. La señora Surrat que murió ahorcada tras el asesinato de Lincoln porque Booth había planeado el atentado en su casa, era tía de mi padre. Recordará que ejecutaron a tres hombres y una mujer.
Cuando tenía 9 años, mi padre cruzaba el río a espías en un bote de remos. Al cumplir los doce, pensó que la vida había acabado para él. Tan pronto como pudo se marchóal Oeste, tan lejos del escenario de la guerra civil como le fue posible. puso en marcha una fábrica de muebles de mimbre en St. Paul. Sufrió el impacto del pánico financiero de los años 90 y fracasó.
Regresamos al Este y mi padre consiguió trabajo como vendedor de jabón en Búfalo. Conservó ese puesto durante varios años. Una tarde, cuando yo tenía 10 u 11 años, sonó el teléfono y lo tomó mi madre. no entendí lo que decía, pero percibí que nos había alcanzado algún desastre. Poco antes, mi madre me había dado 25 centavos para que fuese a nadar. Le devolví el dinero. Sabía que había ocurrido algo terrible y decidí que en ese momento no podía malgastar el dinero.
Luego me puse a rezar: Dios mío, por favor, no permitas que vayamos al asilo. Poco después mi padre regresó a casa. yo había estado en lo cierto. Había perdido el trabajo. Al salir de casa esa mañana era un hombre relativamente joven, lleno de fortaleza, de confianza. Cuando regresó por la noche era un anciano, un hombre totalmente destrozado. Había perdido su energía vital, su inmaculada pureza. Fue un fracasado el resto de sus días.
Fitzgerald se frotó los ojos, la boca. Recorrió de un lado a otro la habitación con paso rápido.
-Por cierto, recuerdo algo más -dijo-. Recuerdo que cuando mi padre regresó a casa mi madre me dijo: Dile algo a tu padre, Scott. Yo no sabía qué decirle. Me acerqué a él y le pregunté: Padre, ¿quién cree que seráel próximo presidente?. Él estaba mirando por la ventana. No movió ni un músculo. Luego contestó: Creo que será Taft.
A mi padre se le había abierto el suelo bajo los pies y a mí me ha ocurrido lo mismo. Pero ahora estoy haciendo lo posible por empezar otra vez. Comencé escribiendo unas colaboraciones Esquirre. Quizás haya sido una equivocación. Demasiado de profundis... Mi mejor amigo, un gran escritor norteamericano al que llamo mi conciencia artística en uno de los artículos de Esquirre, me escribió una carta muy enfurecido. En ella me decía que era estúpido escribir acerca de cosas tan personales y sombrías.
-¿Cuáles son sus planes en este momento señor Fitzgerald? ¿En qué está trabajando ahora?
-En todo tipo de cosas, pero no hablemos de planes. Cuando se habla de proyectos se pierde algo de ellos.
Fitzgerald abandonó la habitación.
-Desesperación, desesperación y desesperación dijo la enfermera- Desesperación día y noche. Intente no hablarle de su trabajo o su futuro. Trabaja, pero muy poco, puede que tres o cuatro horas a la semana.
No tardó en regresar.
-Debemos celebrar el cumpleaños del autor dijo alegremente- Mataremos el ternero cebado a tal efecto, o al menos cortaremos el pastel con velitas.
Se sirvió otra copa.
-Sé que esto va muy en contra de su sensato criterio querida le dijo a la muchacha con una sonrisa.
Atendiendo al consejo de la enfermera, este visitante desvió la conversación hacia los primeros días de la carrera del escritor y Fitzgerald le explicó cómo había dado en escribir A este lado del paraíso.
-Lo escribí cuando estaba en el ejército dijo- Tenía 19 años. Rescribí todo el libro un años después. También le cambié el título. Originalmente se llamaba El egoísta romántico.
A este lado del paraíso es un título precioso, ¿verdad? Se me dan bien los títulos. He publicado cuatro novelas y cuatro volúmenes de relatos cortos. Todas las novelas tienen buenos títulos: El gran Gatsby, Hermosos y condenados, Suave es la noche. Ese es mi libro más reciente. Trabajé en él durante cuatro años.
Sí, escribí A este del paraíso cuando estaba en el ejército. No fui a Europa. Mi experiencia bélica se redujo casi exclusivamente a enamorarme de una chica en cada ciudad por la que pasaba. Estuve a punto de cruzar el charco.De hecho nos subieron a un transporte y después nos hicieron bajar de nuevo. Fue por una epidemia de gripe o algo por el estilo. Eso ocurrió alrededor de una semana antes de la firma del armisticio.
Estábamos acuartelados en Camp Mills, en Long Island. Me escapé a hurtadillas del campamento y llegué a Nueva York, territorio prohibido. Sin duda debía de haber alguna chica por medio. Perdíel tren de regreso a Camp Sheridan, Alabama, donde habíamos hecho la instrucción.
Total me fui a la estación de Pensilvania y requisé una máquina y un vagón para que me llevase a Washington y poder unirme a las tropas. Le dije al personal del ferrocarril que llevaba conmigo documentos secretos de guerra para el presidente Wilson. No podía perder ni un minuto. No podía confiárselo al correo. Se lo creyeron. Estoy seguro que es la única vez en la historia del ejército de los Estados Unidos en la que un teniente ha requisado una locomotora. Me uní al regimiento en Washington. No, no me castigaron.
-¿Qué fue de A ese lado del paraíso?
-Es verdad, estoy divagando. Una vez que nos licenciaron viajé a Nueva York. Scribners rechazó mi libro. Entonces intenté conseguir trabajo en un periódico. Recorrítodos y cada uno de los diarios con las partituras y las letras de los espectáculos del Triangle de los dos o tres años anteriores bajo el brazo. Había sido un personaje importante en el Triangle Club de Princenton y pensé que eso me serviría de ayuda. A aquellos tipos no lo impresionó.
Un día Fitzgerald se dio de manos a boca con un publicista que le dijo que se olvidase de la prensa. Lo ayudó a conseguir un empleo en la agencia Barron Coolier y durante algunos meses escribió eslóganes para los carteles publicitarios de los tranvías.
-Recuerdo el éxito que tuvo un eslogan que escribí para la lavandería Muscatini Steam de Muscatine, Iowa. Con Muscatini irá como un pincel. Me subieron el sueldo por aquello. Puede que sea un poco demasiado imaginativo, me dijo el jefe, pero está claro que usted tiene futuro en este negocio. Dentro de poco, esta oficina no será lo bastante grande para retenerlo.
Y así fue, en efecto. No pasó mucho tiempo antes de que Fitzgerald se aburriese hasta la extenuación y alzó el vuelo. Volvió a St. Paul, donde aún vivían sus padres, y le propuso a su madre que le cediese el tercer piso de la casa durante un tiempo y lo abasteciese de cigarrillos.
-Así lo hizo, y en tres meses rescribí completamente mi libro. Scribners aceptó el manuscrito revisado en 1919 y el libro fue publicado en la primavera de 1920.
En A este lado del paraíso. Fitzgerald hace que uno de sus principales personajes lance una pulla contra los autores más populares de la época, algunos de los cuales son aún conocidos, con estas palabras:¡Cincuenta mil dólares al año! Dios mío, míralos, pero míralos... Edna Feber, Gouverneur Morris, Fannie Hurts, Mary Roberts Rinehart... Entre todos ellos no han escrito una sola novela o relato que vaya a sobrevivir diez años. El tipo ese, Cobb, no me parece ni inteligente ni divertido. Lo que es más, no creo que se lo parezca a demasiada gente, salvo a los editores. Simplemente está medio sonado con tanta publicidad. Harold Bell Wright, Zane Grey, Ernest Poole, y Dorothy Canfield hacen lo que pueden, pero cargan con el pesado lastre de su absoluta falta de sentido del humor.
El muchacho concluía afirmando que no era de extrañar que escritores ingleses como Wells, Conrad, Galsworthy, Shaw y Benett obtuvieran en América más de la mitad de sus ganancias por venta de libros.
-¿Qué opina Fitzgerald acerca de la situación literaria del país hoy?
-Ha mejorado mucho dijo-, Todo empezó con Calle principal. En mi opinión Ernest Hemingway es el mejor escritor en lengua inglesa vivo. Ocupó ese puesto a la muerte de Kipling. Luego está Thomas Wolfe y después Faulkner y Dos Passos. A Erskine Caldwell y a unos cuantos más que llegaron poco después de nuestra generación no les ha ido tan bien. . nosotros fuimos producto de la prosperidad. El mejor arte se genera en periodos de riqueza. Los hombres que llegaron unos años más tarde no tuvieron tanta suerte como nosotros.
-¿Ha cambiado de opinión respecto de los temas económicos? Amory Blaine, el héroe de A este lado del paraíso, predecía el éxito del experimento bolchevique en Rusia y la eventual nacionalización de todas las industrias de este país.
-Cielos, aquello fue una auténtica metedura de pata respondió Fitzgerald-, ¿Recuerda que dije que la publicidad acabaría por destruir a Lenin? Menuda profecía. Se convirtió en un santo. ¿Mis convicciones? Bueno, si me pone entre la espada y la pared, diría que siguen siendo bastante de izquierda.
Seguidamente, el periodista quiso saber qué opinaba ahora acerca de la generación loca por el jazz y la ginebra de cuyas febriles andanzas hizo la crónica en A este lado del paraíso. ¿Qué había sido de ellos? ¿Qué lugar habían llegado a ocupar en el mundo?
-Por qué iba a preocuparme por ellos? me preguntó-. ¿Acaso no tengo ya bastante problemas propios? Sabe usted tan bien como yo qué ha sido de ellos. Algunos se hicieron especuladores y saltaron por la ventana. Otros se convirtieron en banqueros y se pegaron un tiro. Otros se hicieron periodistas. Y unos pocos llegaron a ser autores de éxito.
Su rostro se contrajo.
-¡Autores de éxito! exclamó- ¡Oh, Dios mío, autores de éxito!
Se tambaleó hasta la cómoda y se sirvió una copa más.

23 mayo, 2007

rodrigo mimiza hernández

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El beso del payaso

Cuando eras chica, ¿te daba miedo la oscuridad? No me mires a mí; mira a la Estefani. Estar sola en una pieza oscura, sentir que alguien está mirándote en un rincón, sin pestañear, esperándote. Sí. Te daba miedo la oscuridad. Ahora también te da miedo, cuando te despiertas y sientes lo mismo que hace tanto tiempo. Hay un par de ojos mirándote siempre. Dejas la cabeza quieta mirando al techo y no miras nada. No puedes mover el pescuezo. Tienes miedo de ver algo, de que algo salte, de que te salte encima. Como si en vez de haberte despertado tú, algo más tuviera que despertarse. Como si tuvieras una laucha al lado tuyo, oliéndote. Pero no has visto esos ojos, no has visto la laucha oliéndote, ni nada. Es la fantasía de siempre, ésa que todos tenemos. Pero ella sí. Ella sí la vio, la sintió, y por más de tres años, le partió la concha. Vivía con la laucha, y tenía que decirle papá. La Estefani estaba sentada en la taza, revolviéndose el útero con una lima. Se estaba provocando un aborto. Tenía doce años, y eran suficientes. Lo suficiente para ella lo decidía un payaso, que fregaba y fregaba con su mismo chiste dos veces por semana. - Oye, apura- le largó su vieja- Apura, que estoy que me cago. ¿Te paso un serrucho?- Ya salgo, mami. Espérate un cacho. - Con vos lo único que hago es andar esperando, pendeja huevona. ¡A este paso que vas, me van a salir canas en la raja antes que pases de curso!Le dio lo mismo escuchar eso. Estaba a oscuras, igual que cuando esa mujer y el payaso la encerraban para que no los viera dándose como caja. Se acordó de la primera vez que él la violó. Había sido tres años atrás, mientras Chile empataba con Perú a uno por la tele. Estaba limpiando el living, y el tal Heriberto Agüero miraba el partido en el sillón, mirando su reloj a cada rato.- Córrete, me cago- se corrió la bigotada de la trompa- Deja ver el partido. - Al tiro termino. Limpio acá y me voy.- ¿A qué hora llega tu mamá?- No sé. Siempre llega como a las ocho. Qué raro que se demora tanto.- ¿No me estará gorriando, la concha de su madre? - No sé yo. A mi no me...- ¡Me estará gorriando la puta ésa! ¡Sí, ésa es la única güeá que hacen! Yo me las conozco mejor que a mis huevas a las conchudas. Se creen la última chupada del mate porque ganan más que uno. ¿Y qué tanta mierda? ¡Qué algo hagan, las culeras! ¡Apura, te dicen!- Al tiro termino. Sin darse cuenta, estaba haciendo justo lo que él quería: agacharse, y dejarle el culo en bandeja.- Te faltó acá- el payaso le aforró al brazo del sillón- Está lleno de polvo. Parece que te cagaste encima.- No, tío, pero si está limpio...- A mí me vas a decir papi, pendeja culiada- la agarró de un ala- Ahora yo soy el macho acá. Conmigo vas a aprender lo que es bueno, no como con este amariconado que tenías antes. Vente pa ca.- Oye, para...Ella se quedó pegada al piso, no forcejeó. Agüero se bajó el marrueco y le subió el volumen a la tele. Carcuro fue cómplice, pero Estefani apenas gimió. Apenas tuvo tiempo de cerrar los ojos mientras el otro se la afilaba. Después hizo su movida, que iba a ser la primera de como cincuenta firmas. Agarró la piscola, se echó un sorbo en la trompa y, con la creencia de que la Coca- Cola era el mejor espermicida, se lo fue escupiendo, inyectándoselo en la vagina. Lo dulce se mezcló con sangre, para siempre. En la punta de la lengua le colgaba un chorro de semen. - Esta güeá es para enseñarte, maraca. Mírame bien. ¡Mira, te dicen, me cago! Y pobre de ti que sueltes la pepa, o ayayai. Con esta misma tranquita te entierro viva. ¡Ya, limpia acá!- ¡Pero si no hay nada!- ¡Acá, mierda! ¡Limpia acá!- le puso una mano en su paja, para que se la limpiara- ¡Y ojito con mancharme el calzoncillo! ¡Así me gustas, mierda! ¡Así hay que hacer con ustedes! ¡Enseñarles desde pendejitas!Por supuesto que cuando llegó la mamá, fue llorando a decirle lo que el gallo ése le había hecho. Pero la otra no hizo nada. Durante treinta años, no había sido nada más que un simple pedazo de culo tetón. Fue tan cómplice que de un día para el otro pasó a ser culpable también. Le tenía tanto miedo al otro, o estaba tan enganchada con él, que se quedó callada. Daba lo mismo, porque el resultado siguió siendo el de siempre. Dos días después, Agüero violó a la Estefani en el baño por primera vez, a oscuras. Encima de la lavadora habían dos velas prendidas, y una estampita de la Virgen mirando. Velas para la buena suerte, para espantar el mal de ojo. - Yo soy tu viejo ahora, pendeja- le sobó el hoyo del poto- Así recuperamos el tiempo perdido, digo yo... bien rica que saliste. ¿Te gustó?Como no le dijo nada, la besó en la boca. Le lamió los labios.- Dime si te gustó, mierda.- Sí...- Qué rico. Porque yo soy tu pololo. Ahora yo te voy a hacer feliz. No tienes que decirle nada a nadie, porque nos pueden pillar, y capacito que se arme la casa de putas. Yo te quiero a ti, no a la peuca que está adentro... Yo vine acá para tenerte a ti, guagüita. Yo te quiero. Por eso vine a vivirme acá. Tenís suerte, porque pillar a un macho como yo es difícil. Huevones como yo no hay hoy en día. Ni las minas de la tele tienen tanta cueva como tú. - Ya.- ¿Le vas a decir a alguien?- No.- Júralo. Júralo por la Virgencita que te está mirando. - No, mi mami me dice que no jure. - Pero yo soy tu papi, y soy tu pololo. Dale, jura... - Lo juro.- Eso, guagüita. ¿Me quieres?- Bueno, ya...- Toma- le pasó un chocolate, que sacó de su bolsillo- Mañana te traigo uno más grande. Toma, cómetelo. Fuera eso lo que fuera, le hizo efecto a la chica, que se creyó el cuento con algo más que inocencia. Había estado esperando algo, y quiso creer que Heriberto Agüero, ese piñufliento sebiento con tetas de vaca, era lo que necesitaba. Tenía nueve años, y eso que le dijo el payaso se lo tomó como un regalo, como un favor del cielo. El otro hacía favores y se los vendía a él mismo. Después se los limpiaba con confort y los tiraba por el wáter, para que no quedaran señas de su estafa. Estafan ya no tenía tiempo para ser inocente. Nunca lo había sido, y alguien iba a pagar por eso. Su mamá, y sus treinta años de culo, era el objetivo. Ella, que le aforraba, que le apagaba los puchos en la mano, que la quemaba con la plancha, que se lo hizo zumbar a su viejo- el de verdad- hasta provocar la separación, tenía que pasar por caja. Hay cuentas pendientes que siempre salen a la luz, como los trapitos viejos, y la Estefani no iba a esperar más. Se le plantó de igual a igual a su vieja esa vez que estaban en esa micro donde vendían verduras. - Pasa esas frutas. Apúrate, mierda, que me dio un calambre.- Anda a buscarlas tú- dijo la chica-, que yo estoy que me cago.- ¿Ya te cayó mal el zapallo?- No. Me caíste mal tú. La Estefani se quedó sola por un rato, con la chauchera de la otra al lado de ella, y le sacó quince lucas. Después, en la casa, se las pasó a Heriberto Agüero:- Toma. Para que salgamos más tarde.- Yo lo guardo, perrita. Tengo que irme a la función ahora. Después vamos los dos al cine, a ver Shrek.Pero no llegó. Terminó la función, se corrió una buena paja en el baño del circo pensando en él y se fue con dos amigos al bar On Peyo, a celebrar que le habían dado pega como nochero en una construcción. Andaba en una de esas rachas de buena cueva que sólo se pasan chupando. Emputecida, la Estefani sabía adónde estaba, y agarró un colectivo que la dejó afuerita del barcito ése. Los curados se quedaron mirándola, al ver cómo caminaba, igual que una reina.- ¿Y ésta?- el socio del Agüero le habló al payaso, mientras ella iba hacia ellos. Agarró el vaso del Agüero y se lo bajóde un esquinazo. Salud.- ¿Y vos adónde estabas, conchudo? Te estuve esperando como huevona, me cago. ¿Ya me vas a gorriar? ¡Yo no soy como esa maraca que te estai tirando!- ¿Qué le diste a la cabra, Heri? ¿Bencina?- Dijiste que íbamos a ver una película, maricón. Vamos a verla o te parto la pichula. - Estoy chupando. No jodas las huevas. Ándate a jugar con tu muñequita, mejor.- ¿Qué muñequita?- La que tenís en el chape, pendeja lesa.- No decís eso cuando me estás afilando, hijo de puta. ¡Ya! ¡Quiero ver la película!- ¡Sale, mierda!- largó el payaso, que tenía como a cuarenta huevones mirándolo- ¿Y quéchucha miran ustedes, mierda? ¡Es mi hija, me cago! ¡Está cagada del mate!- ¡Yo soy su polola! ¡Él dijo! ¡Yo tiro con él!Para salvar la patria, Agüero llamó a su compadre:- Jonny, presta el reservado. ¿Tenís Buscando a Nemo? Voy a tener que usarte el DVD. - Tengo las tres. A ver cómo se te baja la callampa después.Dejaron atrás una cortina azul y llegaron hasta una piecita que tenía una tele, el DVD y un sillón con una manta chilota encima. Era la pieza del pajero eterno. El payasito iba cagado de la risa, con su polola de la mano. Cerróla puerta, y la risita se le fue a la cresta: - ¡A mí no me vas a venir a controlar, mierda! ¿Quéte has creído? ¡Pendeja puta! ¡Ponte ahí! ¡Yo te voy a enseñar a respetar!Lo único que quería era hacerla llorar, dándole con fuerza, pero ella ni se inmutaba. Se reía, con una risa de diabla:- Así me gusta, culiado. Más duro mejor. ¡Te dicen que más duro, concha tu madre! ¡Así me gusta el hueveo a mí! Descascarado, Agüero se la llevó de vuelta a la casa. Eran como las tres de la mañana, y la mujer los estaba esperando, con un cuchillo en la mano.- ¿Adónde estaban?- En el cine- dijo él, sacando su testamento-: Mira. La huevona te sacó quince lucas. No sé qué educación le dio ese otro piñufliento de mierda. Afórrale, que yo con ladrones no vivo ni cagando. Te agachas y te roban las ganas de comer.- Ya sabía. Menos mal que me dijiste. Y vos, pendeja, al baño.- ¿Por qué no me cagas acá mismito? Yo te hago mierda, vieja culiada. Te estoy corneando con tu minito. Mira. Me lo estoy haciendo chupete. Y a vos... a vos te paso por la raja...- ¡Dímelo acá, mierda!- ¡No me grites, puta!Y le puso el cuchillo cocinero en el cogote. Menos mal que no se lo restregó con el lado afilado. Era una advertencia. Una advertencia de un pedazo de culo de treinta años, que no quería dejar de serlo. - ¡Déjame, vieja culiada! ¡Mátame, que te vengo a penar! - ¡Cállate, pendeja, cállate! ¡Oye, Heri, ayuda! ¡Mándale su buen rebencazo!- Mi amorcito... no le creas a esta mocosa... no tiene idea de la güeá que dice... Nos quiere cagar, eso pasa. - ¡Sácale la chucha, que la odio! ¡Ya no la aguanto! ¡Me tiene llena!- ¡Ustedes me tienen llena a mí, hijos de puta! ¡Mátame, que te vengo a penar por el culo! Heriberto Agüero controlóa la mujer, que estaba curada como maceta, y salió a escena, igual que en el circo. Un ritual de cinco minutos, a charchazo limpio, que le dejó el culo rojo a la Estefani y una ceja abierta. - Y pobre de ti que hables, que te entierro viva...La encerraron en el baño. Macho y hembra se dieron, mirando una película porno que despertó hasta a los quiltros afuera. Estefani escuchaba todo, ya no con miedo, sino que con celos. En ese baño, su furia había conocido otra dimensión, que le estaba sepultando. Estaba enterrada viva. El celo te agarra y te hace adulto; tengas nueve o quince años, te hace adulto. Tienes que ser adulto para conocer las armas de verdad. Luego, él se levantó en pelota, fue al baño en pelota, con su pirula colgando. Parecía una sandía troceada con esos michelines colgándole del buche. Ella se la agarró. Consideraba suya esa penca. Tenía poder sobre el hombre si hacía que esa pirula eyaculara.- Métemela acá- se apuntó la vagina- Te estoy esperando. - Bueno. Total, mañana tengo que puro mear.- Vamos adentro. Yo quiero acostarme contigo. Llévame.El otro había estado chupando, y obviamente, no cachólo que estaba haciendo. La metió en la cama, al lado del pedazo de culo dormido, y se la afiló ahímismito. La Estefani se puso a relinchar como bestia, para que la otra se despertara:- ¡Dale, papi! ¡No te pares!- ¡Quéte calles, pendeja culera! ¡A vos te hicieron magia negra!- Yo te la cago en el hocico, flaite culiado.Estaba demasiado niñita como para sentir un orgasmo, pero ver de repente a ese par de ojos congelados mirándola, fue su mayor placer. Su mamá la estaba mirando, a centímetros de ella, y unas lágrimas brillaban en esas pepas, con miedo hasta de dejarlas caer. No hizo nada mientras los otros se abrazaban y se agarraban a besos. Pasaron quince minutos y se levantó a buitrar. Cara de raja, Agüero le dijo cuando volvió:- La pillé en el baño... Estaba cagada de frío. Le falta cariño, eso pasa... - Sí sé. Asíhacen estas pistoleras de mierda. Sácala de la cama. Que se vaya a la chucha.- Pero es que...- ¡Que la saques, me cago! ¡Saca a esta guacha de acá!Empezaron a volar las lámparas, y todo lo que estaba en condiciones de hacerse mierda se hizo mierda. Hasta la Estefani, que otra vez terminó en el baño, con la vagina irritada por el lavado que le hizo su mamácon un cepillo para lavar ropa. - Te faltóel sapolio, vieja puta. - ¡Vos no me vas a quitar el mino! ¡Éste no!Le cerró la puerta, y en la pieza otra vez se empezaron a dar como caja. La mujer gritó como nunca, igual que su hija. Iba a ser una pelea a muerte.Pasaron varios días, y la picazón que la Estefani sentía en la vagina no se le pasaba ni con agua helada. Para colmo, la otra tenía los mismos síntomas. No le quedó más remedio que ir al consultorio, donde le dijeron que podía tener una infección urinaria. El doctor pilló bastante raro el caso, sobre todo porque a la madre le estaban saliendo unos poros verdosos propios de una infección de tipo sexual en el chape. El payaso había hecho maravillas otra vez. El doctor pensó que la mujer había podido contagiar a la chica mientras la lavaba o le limpiaba el culo, sin querer. No pensó en nada más, como era de esperarse, hasta que la chica lo espantó:- No se limpióbien el pico, eso pasó. Ésta tiene un mierdal adentro.En la casa, la mujer le hizo unos remedios caseros y le encajó una toallita higiénica en la vagina, amarrada con scotch:- Pobre de que te andes poniendo con el Heriberto, o te cago. Pobre de que te saquís el chape, que te mando coser el chape como las quiltras.- ¿Y cómo pico voy a mear?- Por el culo, como las gallinas.- Él me anda hueviando, mami. Me hace el amor. Dice que me quiere.- No seas lesa. Vos te pones igual que esas putas del 484. Pendeja puta. Qué sabes tú de hacer el amor.- Cuando me estátirando, me chupa los pezones y me dice que me quiere, y que tú valís callampa. ¿A vos te dice eso, acaso? Ni cagando. Te tiene para puro remojar la callampa. - ¡No huevees, concha tu madre!- le aforró un mangazo.- ¿Y por qué no haces nada?- Es hombre. Los hombres se calientan.- Eres una maraca. Yo sé. Dices que puteabas para alimentarme, pero puteabas porque te gusta el pico. Te gusta que te afilen, que te metan la callampa hasta la mierda. Eso te gusta. Puta. Hija de puta. Ahí te topaste con ése.En eso llegó Agüero, con su peluca verde de payaso verde.- ¿Qué pasa, mijita?- Ya no la soporto, Heri. Ya no doy más. Esta guacha me quiere matar...- Pendeja, córtala. Te fuiste al chancho.- Yo te amo. Tú me tienes que amar. Mira. Alas dos nos contagiaste lo cagón.- Tú me valís hongo. Yo la quiero a ella, que es mujer de verdad. Tú... tú no valís ni media callampa.- A ver, deja ver...En vista y presencia del pedazo de culo de treinta años, la Estefani le bajó el cierre al Agüero y le manoseó la maceta. El otro se dejó, para variar. Se cagó de la risa, sobre todo cuando la chica agarró un cortaúñas y le rajó la penca. Nunca antes ella habló mejor:- Para que aprendas, cagón, a no hacerme huevona. A la próxima te cago. - ¿Qué mierda pasa, Heriberto? ¿Qué chucha está pasando?- Ésta, ésta está envidiosa. Qué se yo qué le pasa... Ahh, la puta madre.- Él es mi pololo, yo lo amo. Tú eres puta. Putanga. Te la pasas tirando con los de la construcción. Vas a la construcción y te los tiras uno por uno cuando me voy a la escuela. Así te compraste ese juego de ollas, vieja culera.- ¡Cállate, mierda! ¡Ojalá hubieses nacido muerta!Ojalá te mueras tú, vieja puta. Me tenís chata.Tras cartón, quedó la escoba en el baño. A la Estefani se lo hicieron zumbar hasta que quedóinconsciente, pero el dolor ya no lo sentía. Los coscachos eran lo único que no sentía. Se los tragaba igual que un remedio con mal gusto, pero los tragaba a fin de cuentas. Lo que le dolía era lo que estaba haciendo. No podíacompetir ni hacerle ningún daño a su vieja, porque la otra tenía un solo santo, que se llamaba Heriberto Agüero. Las chuchadas siguieron por otros dos años, y el alfabeto no cambió demasiado. Mismas palabras que no se hablaban. Se enseñaban a guaracazo limpio. Agüero siguió violándola, en el bar, en el baño del circo, echándole piscola en la vagina para no preñarla como él creía. Pero ella no le respondía. El papel de pedacito de culo le quedaba bastante bien. Y aunque para la Estefani todo había sido un simple juego, el payasito ya no tenía muchas ganas de andar riéndose. Sentía que se estaba enamorando de ella, y que cada tiro le estaba saliendo por el culo. Fue por eso que, cuando en el gimnasio de la escuela la eligieron reina, casi se comió crudo al chico que hacía de rey feo. Lo tirócontra la pared, sintiendo que le estaban comiendo la comida.- ¿Señor?- lo paró la directora- ¿Qué pasa?- ¡Qué te importa, mierda! ¡Vamos, pendeja!Los celos lo tenían agarrado de las huevas como nunca. Ni con la galla le hervía tanto el mote, aún sabiendo que se puteaba a media cuadra. Esa noche, se la llevó a la casetita donde laburaba, cuidando la construcción de un consultorio. Estaba lloviendo. Ya estaba hasta las masas. Le iba acariciando el pescuezo sabiendo que esa misma mano se lo iba a partir apenas llegaran, y dejó que ella mirara y sacara la mollera por la ventana mientras iban hasta Río Seco. Total, uno solo iba a volver de ese viaje. Era lo mismo que un amo y su perro, que van al campo. Con una mano el gallo soba al perro, y con la otra agarra la escopeta. Agüero, en todo caso, no necesitaba nada más que su cinturón.- ¿Por qué no me dices que me quieres?- A vos no te quiero ni mierda. Qué huevón que puedes ser. Vieras cada mino que me estoy comiendo. No te llegan ni a la punta del mazo. Ni a la puntita.Dos celos se miraban. Uno iba a terminar tieso, y ella lo sabía. Lo pensó mientras el otro sacaba una botella de whisky y cebaba un trago con leche.- Mándale un pencazo, Estefi. Dale. - No quiero esta güeá.- ¡Mándale un pencazo, mierda!- ¿Qué querís? ¿Guasquearme? Cáchate. Ya no te da para tirarme.- ¡Tienes doce años, pendeja puta! ¡Te chalaste del chape!- No sé yo. Alguien habrátenido la culpa. Vos me dabas. Yo te doy ahora.- No... Vos no tenís idea de la callampa.Estaba viendo todo rojo, imaginándosela con otros chicos, acostada con ellos. Se sintiócomo lo que era, un perfecto fracaso compartido. Sólo que ya nadie iba a aceptarlo.- Tengo sueño- ella lo espantó, desde el catre- Después seguimos.Ya no aguantó más. Se sacó el cinturón, y se mandótres dedos de whisky de un tirón. Iba a matarla. Era de él no más, y nadie la iba a tocar más que él. - Tú... tú erís mía. Nadie más que yo te va a tocar, mierda.- Vos no me tocas ni el timbre. Te tengo para puropasar el rato no más.- Hija de puta...- Ven a acostarte. Yo sé que vos me quieres.Se lo dijo a sangre fría, y el techo le cayó en la mollera a Heriberto Agüero. Algo le estaba cavando un boquete en el mate, y no era más que el celo congelado. Se curó y se echóen el catre, al lado de ella. Estefani lo miraba, sabiendo que los celos no son otra cosa que una herramienta desesperada para darte cuenta de que algo hiciste mal. Por eso quiso matarla. Ahora ella iba a replicar. Se levantó despacito, y echóa andar los cuatro quemadores de la estufa. En esa pieza chica, el gas iba a dejarla inflada como un globo. Sin hacer ruido, se fue. La única ventana medía veinte centímetros de superficie.El tufazo despabiló al payaso, que la buscótanteando la cama. Pero como todo era noche, prendió la luz para verla mejor. Desde afuera, ella vio cómo se hinchaba el globo, y explotaba a la mierda. Un globo relleno de celos. Agüero llegógateando hasta la puerta, pero se fue a la cresta: ella lo había dejado encerrado con llave.- ¡Ayúdame, me cago! ¡Abre la puerta!Ella veía, imaginándoselo. Nunca más iba a hacerse el choro con nadie.- ¡Ayúdame, concha tu madre! ¡Yo te amo, Estefi! ¡Abre, por favor!Estefani fue hasta la puerta, que ardía, y la abrió. Agüero salió cascando, quemado por completo. Se quedó mirándola, y ya no vio más. Terminóen el hospital, con medio espinazo asado. Tres meses después de eso, nada había cambiado en la casa, y por eso ella estaba en el baño, revolviéndose el útero con una lima y un alicate. Ahí adentro, el mal de ojo se había convertido en el simple gorgoteo de la mala muerte.

La tos de una señora alemana

Por Julio Cortazar

La mentalidad científica quiere que todo tenga explicación, incluso lo maravilloso. Qué le vamos a hacer tal vez sea así; pero entonces, apenas se acepta resignadamente esta supuesta conquista total de la realidad, lo maravilloso vuelve desde pequeñas cosas, lo insólito resbala como una gota de agua a lo largo de una copa de cristal, y quienes merecen el comercio con esas mínimas presencias olvidan la sapiencia y la conciencia y la ciencia para pasarse a otro lado y hacer cosas como por ejemplo escuchar la tos de una señora alemana. En 1947, poco después del fin de la guerra, Wilhelm Furtwngler dirigió un concierto entre las ruinas de una Alemania derrotada, que la mayoría de sus vencedores empezaban a rehabilitar al oeste después de haberla repudiado al este. También Furtwngler había sido repudiado en un principio por su condescendencia frente a la megalomanía de y melomanía de Adolfo Hitler, tras de lo cual parecía de buen tono rehabilitarlo; así terminan muchas guerras, lo cual explica que un tiempo después vuelvan a desatarse, pero no es de eso que vamos a hablar sino del concierto en el que Yehudi Menuhin, invitado por las fuerzas de ocupación, tocó esa noche el "Concierto en Re" de Beethoven que el ilustre Furtwngler sacaba una vez más de su jaula para mostrar lo que era capaz de hacer con ése imperecedero leopardo de la música. La radio alemana difundió el concierto y además lo grabó con los medios técnicos disponibles en ese momento, que no eran muchos. La grabación (¿disco, alambre, cinta magnetofónica?) quedó en los archivos hasta que el otro día, más de treinta años después, fue prestada a la radio francesa que la prestóa su vez a mi receptor sintonizado en France Musique. Un argentino en París escuchó así a una orquesta alemana y a un violinista judío que tocaban bajo la batuta de un muerto; todo eso, que hubiera sido perfectamente incomprensible hace menos de un siglo, formaba y forma parte de lo ordinario, de lo que la ciencia explica a los niños en las escuelas; todo eso era cotidiano, simplemente apretar unos botones e instalarse en un sillón.
Tal vez Menuhin no tocó jamás el concierto de Beethoven como esa noche; le sobraban razones para hacerlo tan prodigiosamente en el mismo lugar donde habían sido exterminados siete millones de judíos y donde acaso algunos de sus exterminadores se sentaban en las plateas del teatro y lo aplaudían frenéticamente. Del concierto en sí, de su intérprete y de su director, solo puede hablarse con admiración, pero noes de eso que hablamos sino de ese instante, creo que en el segundo movimiento, en que un "pianíssimo" de la orquesta dejó pasar una tos, un solo golpe seco y claro de tos que no habría de repetirse, una tos de mujer, la tos de una señora que cualquier cálculo de probabilidades definiría como la tos de una señora alemana.
Durante más de treinta años esa pequeña tos anónima había dormido en los archivos de la radio; ahora reiteraba su diminuto fantasma en millares de oídos que escuchaban un concierto en otro tiempo y otro espacio. Imposible saber quién tosió así esa noche; ninguna ciencia, ningún caballero Dupin podría rastrear su origen. Sin la menor importancia, sin la más pequeña significación, esa tos se repitió multiplicada por infinitos altavoces para recaer instantáneamente en la nada; pero alguien que acaso nació para medir cosas así con más fuerza que las grandes y duraderas cosas, oyó esa tos y algo supo en él que lo maravilloso no habla muerto, que bastaba vivir porosamente abierto a todo lo que habita y alienta entre lo concreto y lo definible para resbalar a otro lado donde de pronto, en la enorme masa catedralicia de un concierto beethoveniano, la breve tos de una señora alemana era un puente y un signo y una llamada. ¿Quién fue esa mujer, dónde se sentó esa noche, está aún viva en alguna parte del mundo? ¿Por qué esa tos hace nacer estas líneas en otro tiempo, bajo otro cielo? ¿Hasta cuándo vamos a seguir creyendo que lo maravilloso no es más que uno de los juegos de la ilusión?


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Y ahora lo puedes escuchar...

18 mayo, 2007

ray loriga

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Caídos del cielo

-¿Y ahora qué?
No sabía muy bien a qué se refería. Llevaba toda la mañana con el estómago revuelto. Un dolor agudo, como un clavo. Lo sé porque me lo dijo ella misma antes de darme la pistola. La pistola no era suya. Eso se dijo, pero no era cierto. La pistola era de él. Se dijeron muchas tonterías, da igual, era de él. Seguro. Una pistola grande, automática, negra.
-No se mueve.
-Ni se moverá, está más muerto que yo.
-Tú no estás muerto.
-Lo estaré.
Tenía razón. Dos horas después le pegaron tantos tiros que hacía falta quererlo mucho para ir a mirarlo. Nadie lo quería mucho. Nadie lo quería nada. Ella tampoco. Ella había visto todas esas películas de asesinos juveniles, estaba en babia. Pero de eso al amor hay un paso.
-No da asco.
-No.
-Tampoco da mucha pena.
-Da lo que da, vámonos de aquí.
Subió al coche, se acordó de mamá, seguro, se acordó de mamá diciendo; Algo me dice que todo esto estará limpio mañana. Arrancó el coche y dijo:
-Algo me dice que esto no va a estar limpio mañana.

(Fragmento de Caídos del cielo, de Ray Loriga. Editorial Plaza y Janés, 1995).

12 mayo, 2007

marilyn manson

El Hombre Que Temes

Entre todas las cosas que pueden ser contempladas bajo la concavidad de los cielos, nada es visto que sacuda más el espíritu humano, que embelese más los sentidos, que provoque más terror o admiración que los monstruos, prodigios y abominaciones a través de las cuales vemos los trabajos de la naturaleza invertidos, mutilados o truncados.

-
Pierre Boaistuau, Histories Prodigieuses, 1561



círculo uno: Limbo

Para mi el infierno era el sótano de mi abuelo. Apestaba como un baño público, y estaba casi igual de sucio. El húmedo piso de concreto estaba cubierto con latas de cerveza vacías y todo estaba envuelto con una película de grasa que probablemente no había sido limpiada desde que mi padre era un niño. Accesible solamente a través de unas destartaladas escaleras de madera fijadas a una tosca pared de piedra, el sótano estaba prohibido para todos excepto mi abuelo. Este era su mundo.
Colgando de la pared había una bolsa para enemas de color rojo descolorido, símbolo de la confianza equivocada que Jack Angus Warner tenía en el hecho de que ni siquiera sus nietos se atreverían a pasar. A su derecha había un deformado gabinete, dentro del cual había una docena de viejas cajas de condones genéricos a punto de desintegrarse; una lata oxidada de spray desodorante femenino; un puñado de esas cubiertas de látex para dedos que usan los doctores para exámenes proctológicos; y un Fraile Tuck de juguete que mostraba una erección cuando su cabeza era presionada hacia abajo. Debajo de las escaleras había un estante con alrededor de diez latas de pintura las cuales, después descubrí, contenían 20 cintas porno de 16 milímetros cada una. Coronándolo todo había una pequeña ventana cuadrada parecía un vitral, pero en realidad estaba cubierto con un limo gris- y mirar a través de ella realmente se sentía como observar hacia la oscuridad del infierno.
Lo que más me intrigaba en el sótano era la mesa de trabajo. Era vieja y toscamente construida, como si hubiese sido hecha hace siglos. Estaba cubierta de peluche naranja oscuro que parecía el cabello de una muñeca Raggedy Ann, excepto que había sido manchado de años de tener herramientas sucias encima. Un cajón había sido torpemente construido en ella, pero siempre estaba bajo llave. En las vigas del techo había un espejo barato de cuerpo completo, de los que tienen marco de madera para ser clavado en la puerta. Pero estaba clavado al techo por alguna razón -yo solo podía imaginarme el porque. Aquí fue donde mi primo, Chad, y yo empezamos nuestras diarias y progresivamente más atrevidas intrusiones dentro de la vida secreta de mi abuelo.
Yo era un escuálido muchacho de 13 años , pecoso y con un corte de hongo cortesía de las tijeras de mi madre; él era un delgado muchacho de 12 años con pecas y dientes de conejo. No queríamos nada más que llegar a ser detectives, espías o investigadores privados cuando creciéramos. Fue mientras tratábamos de desarrollar las habilidades requeridas para el espionaje cuando fuimos expuestos por primera vez a toda esta iniquidad.
Al principio, todo lo que queríamos hacer era escabullirnos en el sótano y espiar al abuelo sin que él lo supiera. Pero una vez que empezamos a descubrir todo lo que había escondido ahí, nuestros motivos cambiaron. Nuestras incursiones dentro del sótano al volver de la escuela se convirtieron en parte unos muchachos adolescentes queriendo encontrar pornografía para masturbarse y en parte una mórbida fascinación por nuestro abuelo.
Casi todos los días hacíamos nuevos y grotescos descubrimientos. Yo no era muy alto, pero si me balanceaba con cuidado en la silla de madera de mi abuelo podía alcanzar el espacio entre el espejo y el techo. Ahí encontréuna pila de fotos de bestialidad en blanco y negro. No eran de revistas: eran fotografías individualmente numeradas que parecían escogidas de un catalogo que las enviaba por correo. Eran fotos de principios de los setentas de mujeres montando penes gigantes de caballos y chupando penes de cerdos, los cuales parecían suaves sacacorchos de carne. Yo había visto Playboy y Penthouse antes, pero estas fotografías estaban en otra categoría totalmente diferente. No era sólo el que fueran obscenas. Eran irreales todas las mujeres mostraban una inocente sonrisa infantil mientras chupaban y cogían a estos animales.
También había revistas fetichistas como Watersports y Black Beauty escondidas detrás del espejo. En vez de robar la revista completa, tomábamos una navaja y cortábamos cuidadosamente ciertas páginas. Después las doblábamos en pequeños cuadros y las escondíamos debajo de las grandes rocas blancas que rodeaban la entrada coches de la casa de mi abuela. Años después, regresamos a buscarlas, y aún estaban ahí pero raídas, deterioradas y cubiertas de lombrices y babosas.
Una tarde de otoño mientras Chad y yo estábamos sentados en el comedor de mi abuela después de un día particularmente aburrido en la escuela, decidimos averiguar que había dentro del cajón de la mesa de trabajo. Siempre obstinada en atiborrar a su familia de comida, mi abuela, Beatrice, nos forzaba a comer pastel de carne y gelatina, la cual era principalmente agua. Ella venía de una rica familia y tenía toneladas de dinero en el banco, pero era tan avara que trataba de hacer que una sola caja de gelatina durara por meses. Ella solía usar medias enrolladas hasta los tobillos y extrañas pelucas grises que obviamente no le quedaban. La gente siempre me decía que me parecía a ella porque ambos éramos delgados y teníamos la misma estrecha estructura facial.
Nada en la cocina había cambiado durante el tiempo que pasé ahí ingiriendo su repugnante comida. Sobre la mesa colgaba una fotografía amarillenta del Papa dentro de un marco barato de latón. Un imponente árbol familiar que rastreaba a los Warner hasta Alemania y Polonia, donde eran llamados los Wanamaker, estaba en la pared cercana. Y coronándolo todo había un gran crucifijo hueco de madera con un cristo dorado encima, una hoja muerta de palma envuelta a su alrededor y una tapa deslizante que escondía una vela y un vial con agua bendita.
Bajo la mesa de la cocina había un conducto de calefacción que conducía hasta la mesa de trabajo en el sótano. A través de él, podíamos oír a mi abuelo carraspear y toser ahí abajo. Tenía su radio de onda corta encendido, pero nunca hablaba por él, sólo escuchaba. Había sido hospitalizado con cáncer de garganta cuando yo era muy pequeño y, hasta donde recuerdo, nunca oí su verdadera voz, sólo el mellado ronquido que forzaba a través de su traqueotomía.
Esperamos hasta que lo oímos salir del sótano, abandonamos nuestro pastel de carne, tiramos nuestra gelatina dentro del conducto de la calefacción y nos aventuramos hacia el sótano. Pudimos oír a nuestra abuela llamándonos inútilmente: ¡Chad! ¡Brian! ¡Limpien el resto de sus platos! Tuvimos suerte de que lo único que hizo esa tarde fue gritar. Usualmente, si nos atrapaba robando comida, contestando o vagando, éramos forzados a hincarnos sobre un palo de escoba indefinidamente desde 15 minutos hasta 1 hora, lo cual tuvo como resultado unas rodillas permanentemente lastimadas y costrosas.
Chad y yo trabajamos rápida y calladamente. Sabíamos lo que teníamos que hacer. Mientras recogíamos del piso un destornillador oxidado, rezamos por que el cajón de la mesa de trabajo se abriera lo suficiente como para que pudiéramos echar una mirada dentro. Lo primero que vimos fue celofán: toneladas de celofán, enrollado alrededor de algo. Chad empujó el destornillador más adentro del cajón. Había cabello y encaje. Él hizo cuña con al destornillador aún más, y yo jalé hasta que el cajón cedió.
Lo que descubrimos eran bustieres, brasieres, slips y pantaletas -y muchas pelucas de mujer enmarañadas con el cabello tieso y sucio. Comenzamos a desenvolver el celofán, pero tan pronto como vimos lo que escondía, dejamos caer el paquete al piso. Ninguno de nosotros quería tocarlo. Era una colección de dildos que tenían ventosas en la parte inferior. Tal vez fue porque yo era muy joven, pero parecían enormes. Y estaban cubiertos de un limo endurecido color naranja oscuro, como la costra gelatinosa que se forma alrededor del pavo cuando es cocinado. Más tarde dedujimos que era vaselina vieja.
Obligué a Chad a envolver los dildos y ponerlos de vuelta en el cajón. Ya habíamos explorado bastante ese día. Justo cuando tratábamos de cerrar el cajón de nuevo, la perilla de la puerta giró. Chad y yo quedamos paralizados por un momento, después tomó mi mano y se metió debajo de una mesa de contrachapado sobre la cual mi abuelo tenía sus trenes de juguete. Estuvimos justo a tiempo de escuchar sus pasos cerca del final de la escalera. El piso estaba cubierto de accesorios para trenes de juguete, en su mayor parte pinos de juguete y nieve falsa, la cual me hizo pensar en donas glaseadas hechas polvo. Los pinos de juguete nos espinaban las manos, el olor era nauseabundo y estábamos respirando pesadamente. Pero el abuelo no pareció notarnos ni al cajón medio abierto. Lo oímos caminar alrededor de la habitación, resollando a través del agujero en su garganta. Hubo un clic, y sus trenes de juguete empezaron a hacer ruido a lo largo de la vía. Sus zapatos negros de charol aparecieron en el piso justo frente a nosotros. No alcanzábamos a ver a la altura de sus rodillas, pero sabíamos que estaba sentado. Lentamente sus pies empezaron a rascar contra el piso, como si estuviera balanceándose violentamente en su asiento, y su resuello se volviómas ruidoso que los trenes. No puedo pensar en ninguna forma de describir el ruido que salía de su inservible laringe. La mejor analogía que puedo ofrecer es una vieja y descuidada podadora de césped tratando de arrancar. Pero viniendo de un ser humano, era un sonido monstruoso.
Después de que pasaron diez incómodos minutos, una voz llamó desde arriba de las escaleras. ¡Por el amor de Dios! Era mi abuela, y evidentemente había estado gritando por algún tiempo. El tren se detuvo, los pies se detuvieron. Jack, ¿qué estás haciendo ahí? gritó.
Mi abuelo le ladró a través de su traqueotomía, molesto. Jack, ¿puedes ir a Heinies?, se nos terminó el refresco de nuevo.
Mi abuelo ladró de nuevo, esta vez aún más molesto. Permaneció inmóvil por un momento, como decidiendo si ayudarla o no. Entonces lentamente se levanto. Estábamos a salvo, por el momento.
Después de ocultar lo mejor que pudimos el daño que habíamos hecho al cajón de la mesa de trabajo, Chad y yo corrimos escaleras arriba y hacia el pasillo, donde Chad y yo guardábamos nuestros juguetes. Juguetes que en este caso eran un par de pistolas de municiones. Además de espiar a mi abuelo, la casa tenía otras dos atracciones: el bosque cercano, donde nos gustaba dispara a los animales, y las chicas del vecindario, con las cuales intentábamos tener sexo pero nunca tuvimos éxito hasta mucho después.
A veces íbamos al parque de la ciudad justo pasando el bosque y disparábamos a los niños pequeños que jugaban foot ball. Hasta el día de hoy, Chad aún tiene una munición alojada bajo la piel del pecho, por que cuando no encontrábamos ningún otro blanco nos disparábamos entre nosotros. Esta vez, nos mantuvimos cerca de la casa y tratamos de derribar pájaros de los árboles. Era malévolo, pero éramos jóvenes y no nos importaba. Esa tarde buscaba sangre y, desafortunadamente, un conejo blanco se cruzó en nuestro camino. La emoción de dispararle era inconmensurable, pero entonces fui a examinar el daño. Aún estaba vivo y la sangre manaba de su ojo, empapando su blanco pelaje. Su boca se abría y cerraba lentamente, tomando aire en un último y desesperado intento de vivir. Por primera vez, me sentí mal por un animal al cual le había disparado. Tomé una gran roca plana y terminé su sufrimiento con un sonoro y rápido golpe. Estaba a punto de aprender una lección aún mas dura en sobre matar animales.
Corrimos de regreso a la casa, donde mis padres estaban esperándonos afuera en un Cadillac Coupe de Ville café, la alegría y orgullo de mi padre desde que se asentó en un trabajo como gerente en una tienda de alfombras. Él nunca entraba a la casa a buscarme a menos que fuera absolutamente inevitable, y raramente hablaba con sus padres. Usualmente sólo esperaba afuera intranquilamente, como si temiera revivir lo que sea que haya experimentado de niño en esa casa.
Nuestro departamento Duplex, tan sólo a unos minutos de distancia, no era menos claustrofóbico que la casa del abuelo y la abuela Warner. En vez de dejar su casa cuando se casó, mi madre trajo la casa de sus padres a Canton, Ohio. Asíque ellos, los Wyer (mi madre nació como Barb Wyer), vivían en la puerta de al lado. Gente buena de campo (mi padre los llamaba campiranos) de West Virginia, su padre era mecánico y su madre una obesa ama de casa cuyos padres solían encerrar en el closet.
Chad cayó enfermo, así que no fui a casa de los padres de mi padre por alrededor de una semana. Aunque estaba asqueado y asustado, mi curiosidad sobre mi abuelo y su depravación aún no había sido satisfecha. Para matar el tiempo mientras esperaba a reanudar la investigación, jugaba en nuestro patio trasero con Aleusha, quien de alguna forma era mi única amiga verdadera además de Chad. Aleusha era una perra Alaska del tamaño de un lobo y reconocible por sus ojos de distinto color: uno era verde, el otro era azul. El jugar en casa, sin embargo, venía acompañado de su propio conjunto de paranoias, ya que mi vecino, Mark, había regresado a casa de la escuela militar para el día de gracias.
Mark era un muchacho gordinflón con un rubio y grasoso peinado de hongo, pero yo lo respetaba porque él era tres años mayor que yo y mucho más loco. A menudo lo veía en su patio trasero lanzándole rocas a su pastor alemán o metiéndole varas por el trasero. Empezamos a andar juntos cuando yo tenía ocho o nueve años, principalmente porque él tenía televisión por cable y a mí me gustaba ver Flipper. El cuarto de la televisión estaba en el sótano, donde también había un pequeño elevador para la ropa sucia. Después de ver Flipper, Mark inventaba juegos como prisión, el cual consistía en meterse dentro del elevador y pretender que estábamos en prisión. Ésta no era una prisión ordinaria: lo guardias eran tan estrictos que no dejaban a los prisioneros tener nada, ni siquiera ropa. Ya que estábamos desnudos en el elevador, Mark tocaba mi piel con sus manos y trataba de apretar y acariciar mi pene. Después de que esto paso algunas veces, eché a llorar y le dije a mi madre. Ella fue directo con sus padres, quienes, aunque me llamaron mentiroso, pronto lo mandaron a una escuela militar. Desde entonces, nuestras familias se volvieron grandes enemigas, y yo siempre sentí que Mark me culpaba de ser un soplón y de haber causado que lo enviaran lejos. Desde que regreso, no me había dirigido una palabra. Tan sólo me miraba maliciosamente a través de su ventana o por sobre la cerca, y yo vivía con el miedo de que tratara de tomar algún tipo de venganza sobre mí, mis padres o mi perra.
Así que fue casi un alivio regresar a la casa de mis abuelos la semana siguiente, jugando al detective de nuevo con Chad. Esta vez estábamos determinados a resolver el misterio de mi abuelo de una vez por todas. Después de tragar a la fuerza medio plato de la comida de mi abuela, pedimos disculpas y nos dirigimos hacia el sótano. Podíamos oír los trenes correr desde arriba de la escalera. Él estaba ahí abajo.
Aguantando la respiración, nos asomamos dentro del cuarto. Estaba de espaldas a nosotros y podíamos ver la camisa azul y gris de franela que siempre usaba, con el cuello estirado, revelando un anillo caféamarillo en el cuello de su camisa y su camiseta manchada de sudor. Una banda elástica blanca, también ennegrecida por la suciedad, colgaba de su garganta, sosteniendo el tubo metálico del catéter en su lugar arriba de la manzana de Adán.
Una lenta y emocionante ola de miedo agitónuestros cuerpos. Era el momento decisivo. Nos arrastramos por las ruidosas escaleras tan silenciosamente como pudimos, esperando que los trenes cubrieran el ruido. Una vez en el fondo, dimos la vuelta y nos escondimos en el apestoso hueco detrás de la escalera, tratando de no escupir o gritar mientras las telarañas caían sobre nuestros rostros.
Desde nuestro escondite podíamos ver los trenes: había dos vías, y ambas tenían trenes corriendo sobre ellas, rechinando a lo largo de los rieles colocados aleatoriamente y dejando tras de sí un insalubre olor eléctrico, como si el metal de las vías se estuviera quemando. Mi abuelo se sentó cerca del transformador que albergaba los controles de los trenes. La piel de su nuca siempre me recordaba la piel del prepucio. La carne arrugada colgando despegada del hueso, vieja y correosa como la de una lagartija y completamente roja. El resto de su piel era blanco grisáceo, como el color de la mierda de pájaro, excepto su nariz, la cual se había enrojecido y deteriorado a causa de años de beber. Sus manos estaban endurecidas y callosas por toda una vida de trabajo; sus eran uñas oscuras y quebradizas como las alas de un escarabajo.
El abuelo no ponía atención a los trenes que circulaban furiosamente a su alrededor. Tenía los pantalones hasta las rodillas, una revista abierta sobre las piernas, y carraspeaba y movía rápidamente su mano derecha en su regazo. Al mismo tiempo, con la mano izquierda, limpiaba las flemas de su traqueotomía con un pañuelo tieso y amarillento. Sabíamos lo que estaba haciendo, y queríamos irnos en ese momento. Pero estábamos atrapados detrás de las escaleras y teníamos miedo de salir al descubierto.
De repente, el carraspeo cesó y el abuelo giró en su silla, mirando justo hacia la escalera. Nuestros corazones se paralizaron. Se levantó, con los pantalones en los tobillos, y nosotros nos apretamos contra la mohosa pared. Mi corazón apuñalaba mi pecho como una botella rota y yo estaba demasiado petrificado hasta para gritar. Por mi mente pasó un centenar de cosas perversas y violentas que él nos haría, aunque habría sido suficiente que me tocara y para que cayera muerto de miedo.
El carraspeo, el movimiento de su mano, y el raspar de sus pies contra el suelo comenzaron de nuevo, y nosotros dejamos escapar nuestro aliento. De nuevo era seguro espiar en la escalera. En realidad no queríamos hacerlo. Pero teníamos que hacerlo.
Después de varios minutos dolorosamente lentos, un macabro sonido escapó de su garganta, como el sonido que hace un auto cuando ya está encendido y alguien gira la llave. Girémi cabeza, demasiado tarde para evitar imaginar la pus blanca saliendo de su amarillento y arrugado pene como las tripas de una cucaracha aplastada. Cuando volví a mirar, él había bajado su pañuelo, el mismo que había estado usando para limpiar sus flemas, y estaba limpiando su desorden. Esperamos hasta que se fue y trepamos por las escaleras, jurando nunca poner un pie en ese sótano de nuevo. Si el abuelo alguna vez supo que estuvimos ahí o si notóque el cajón de la mesa de trabajo estaba roto, nunca dijo una palabra.
Durante el viaje de regreso a casa, dijimos a mis padres lo que había pasado. Tuve la sensación de que mi madre creyó la mayor parte si no es que todo, y de que mi padre ya lo sabía ya que el había crecido ahí. Aunque mi padre no dijo una palabra, mi madre nos dijo que años atrás, cuando mi abuelo aún trabajaba como camionero, tuvo un accidente. Cuando los doctores lo desvistieron en el hospital, encontraron ropas de mujer bajo las suyas. Fue un escándalo familiar del que supuestamente nadie debía hablar, y juramos guardar el secreto. Ellos lo negaban totalmente y lo siguen haciendo hasta el día de hoy. Chad debió haberle dicho a su madre lo que habíamos visto, por que no lepermitieron pasar tiempo conmigo por varios años después de eso.
Cuando llegamos a casa, caminé hacia la parte de atrás para jugar con Aleusha. Ella estaba echada en el pasto junto a la cerca, vomitando y convulsionándose. Para cuando el veterinario llegó, Aleusha estaba muerta y yo estaba llorando. El veterinario dijo que alguien la había envenenado. Tuve la extraña sensación de que yo sabía quien era ese alguien.

08 mayo, 2007

El contagio de la locura

Autor: Juan Mihovilovich



LOM Ediciones 2006, 190 páginas

Al abrir el libro en la página 109, se lee: Su mundo interior ha enmudecido, como si perdiese para siempre las palabras. Luego en la página 59 señala: Tuvo miedo, no podía negarlo, pero simuló no tenerlo. De igual forma en la página 163 el narrador expone: - Si lo desea, podemos visitar el pabellón de las perversiones- dijo el Alcaide, dirigiéndose al juez-. No hay un solo ser humano ahora- agregó.
Las entradas que tiene el libro para su lectura son múltiples. No importa por donde empecemos su descubrimiento; la obra, está construida de manera tal, que al soplar una palabra, este efecto hará moverse al libro de principio a fin. No sólo tiene esa característica, sino que además, en cada capítulo - con oficio en la prosa- el lector se acerca al otro mundo cotidiano, que es insondable e infinito, un campo pleno y abierto que fundar.
En otra perspectiva, cuando el juez al levantar la vista, ve que está condenando a un colibrí, ¿qué puerta nos invita a abrir el autor? Muchas puertas. Así, nuevos caminos para la contemplación de la naturaleza, del ser, de la belleza, de la delicadeza, la atención que se debe prestar a los sin voz y a los oprimidos. El choque entre lo absoluto y lo temporal. Como conjugar los poderes terrenales; en fin, nuestra relación con los demás y la propia conciencia.
El colibrí es todo lo anterior y mucho más. También, es espejo de nuestro quehacer. La figura de esta ave maravillosa es lo que permite al narrador entrar en la profundidad del hombre y de la ciudad, porque se da cuenta que nada está derrotado, todo está en blanco, hay mucho por hacer y existen ideales posibles que realizar. El colibrí es la libertad: pequeña, lluviosa, barrosa, huidiza, costera, marina, perdida, atada. No importa, pues al fin y al cabo, es una luz, una ventana potente, que nos afirma y nos hace creer en la dignidad del hombre.
Muy bien logrado es el monólogo del señor de las tuberías, en la página 30 y siguientesy que resume el amor y el desamor, la compañía y la soledad, la prisión y la libertad. Por otro lado, la novela mantiene al extremo los recursos literarios actuales. Esto es, la amplitud y corte de capítulos; índice absolutamente nuevo; narración en primera y tercera persona; adjetivos que se trasforman en sustantivos y viceversa; uso especial de puntos y comas. Frases cortas, muy cortas, que como tarugos hacen presión, afirman y hacen volar -como el colibrí- toda la novela. Personajes principales que son secundarios y secundarios que pasan a principales. Además, el uso del tiempo, que en este caso, es sólo un instante - el momento en que el juez levanta la vista y ve al colibrí-. En ese segundo está todo el universo del autor.
En fin, como se expuso, el lector puede empezar el libro por donde quiera. Este es un libro abierto, que tiene también miradas agudas, tanto del interior femenino como del masculino y que, por último, hace universal a Curepto.

Álvaro Mesa Latorre

Punta Arenas, Chile, otoño del 2007