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2 El hombre como agente cultural y factor de cambio del medio ambiente
2-2 Historia regional desde la llegada del espaņol hasta el siglo XIX
2-2-1 Los pueblos precolombinos

Previo a iniciar el tema de la conquista hispana del territorio de Chile, creemos necesario dar una visión general del elemento indígena que habitaba nuestra región con quienes tuvieron los españoles el primer contacto.

A través de las propias crónicas y documentos hispanos se ha podido conocer y rescatar parte de la historia de estos grupos humanos. Desde el siglo XVI cronistas de Perú y Chile aluden a los ‘‘promaucaes’’ y a la ‘‘provincia de los promaucaes’’.

El término promaucae o pormocae es la deformación de la voz quechua purun auca o purum auka1 que significa enemigo salvaje, rebelde, y que fue aplicado por los incas a las poblaciones de Chile Central, que vivían entre los ríos Maipo y Maule2, poblaciones que con su resistencia frenaron los afanes expansionistas del Tawantinsuyo, impidiendo la conquista de sus territorios y por consiguiente fijaron el limite sur de este imperio.

Este encuentro entre promaucaes y contingentes incaicos quedó registrado en forma notable en el poema La Araucana de Don Alonso de Ercilla y Zuñiga (1569).

Los Promaucaes de Maule que supieron
el vano intento de los incas vanos
al paso y duro encuentro les salieron,
no menos en buen orden que lozanos,
y las cosas de suerte sucedieron
que llegando estas gentes a las manos
murieron infinitos orejones
perdiendo el campo y todos sus pendones.

Los españoles, desde su llegada a la Zona Central, adoptaron este término para designar a la población que allí vivía y el de «provincia de los promaucaes» para denominar al territorio comprendido en el interfluvio Maipo-Maule.

Desde el siglo XVI hasta el siglo XVIII se aprecia en documentos el uso de este término en sentido muy general y aludiendo al territorio antes mencionado. Llama la atención que casi no se utiliza para denominar a la población o a lugares específicos, con presencia indígena evidente, como es el caso de los pueblos de indios y/o estancias.

Los aborígenes asentados en nuestra área de estudio, hablaban «mapudungu» con variaciones locales, esta aseveración se ve respaldada por documentos que afirman que en litigios a los cuales se llamaba a comparecer a testigos indígenas que no hablaban español, debían ser acompañados por los intérpretes o lenguas, que se desplazaban por diferentes localidades desde el valle del Mapocho al sur del reino de Chile, realizando tal actividad. Al respecto el jesuita Luis de Valdivia señala que ‘‘la lengua de Chile corre desde Coquimbo y sus términos hasta las yslas de Chilue, y desde el pie de la Cordillera grande nevada hasta la mar... aunque en diuersas prouincias destos Indios ay algunos vocablos diferentes... assi los preceptos desta Arte son generales para todas las Prouincias’’ (Valdivia, [1606] 1887).

El cronista Bibar que acompañaba a Valdivia hace una descripción en los siguientes términos «…Esta provincia de los Pormocaes, que comienza a syete leguas de la ciudad de Santiago, que es una angostura…y aquí llegaron los ingas cuando vinieron a conquistar esta tierra. Y de aquí adelante no pasaron… Y de aquí hasta el rrío de Maule que son veinte y tres leguas, es la provincia de los Pormocaes. Es tierra de muy lindos valles y fértiles. Los indios son de la lengua y traje de los del Mapocho. Adoran al sol y a las nieves porque les da agua para regar sus sementeras, aunque no son muy grandes labradores …Es gente holgazana y grandes comedores... sembraban muy poco, y se sustentaban el mas tiempo de raíces de una manera de cebolla...».

«Visto los Incas su manera de vivir los llaman Pomaucaes que quiere decir «lobos monteses» y de aquí se quedaron Pormocáes que se ha corrupto la lengua»... (Bibar, 1558).

El cronista Reginaldo de Lizárraga (1605) explica a su vez el origen del término «promaucaes»... «El capitán del Inga llegó hasta Santiago de Chile y doce leguas más adelante y viendolos tan bárbaros los llamo en su lengua Purun Auca que quiere decir barbarízimos... no tienen dos dedos de frente, que es señal de gente traidora y bestial, porque los caballos y mulas, angostos de frente lo son... es gente sin ley, sin rey, sin honra, sin vergüenza».

La organización de los promaucaes

Tanto la información documental como los diversos estudios realizados por investigadores actuales (Silva, 1978, 1983a, 1983b, 1985-1986; León, 1982, 1983, 1985, 1989, 1991; Tellez, 1990, 1991; Planella, 1988; Manríquez, 1995) afirman que los denominados habitantes de la «provincia de los promaucaes» al momento del contacto constituían una realidad diferente internamente articulada y organizada en relación al resto de la población que habitaba los territorios al sur o al norte del interfluvio Maipo-Maule.

Jornada Segunda del Viaje (Santiago - Chillán, incluye la actual Región del Libertador B. O’Higgins), Fray Diego de Ocaña, Viaje a Chile.

Poseían grados complejos de organización social y política que no se corresponde con la descripción de «gente sin Dios ni ley». Había caciques y principales que tenían indios «sujetos» a su autoridad, poseían pueblos y cultivaban la tierra desde tiempos prehispanos (op. cit., 1995). Al respecto, el mapa que traza Diego de Ocaña del territorio promaucae en 1600 y el comentario que sobre él hace, es especialmente ilustrativo: «de Santiago se va subiendo al polo antártico porque está toda esta costa de norte a sur, a la ciudad de Chillán que está 60 leguas de Santiago, toda tierra llana y muy poblada de indios los cuales se llaman indios promaucaes. Es tierra fertílísima. Estan poblando estos indios riberas de grandes rios, los cuales se llaman: el primero que esta 3 leguas de Santiago, se llama Maypo; más arriba Cachapoal y adelante el río Claro, Tinguiririca, Peteroa, Maule, Ñuble, el cual esta 5 leguas de Chillán. Los más destos se pasan con balsas y no vadean.

Los nombres de los pueblos de los indios promaucaes que estan riberas de estos ríos son: Tango, Lampa, Upeo, Pomayre, Talagante, Melipilla, Aculeo, Rancagua, Peteroa, Mataquito y hasta este pueblo y río de Mataquito llegaron los capitanes del inga conquistando la tierra antes que los españoles llegaran y desde aquí lo resistieron y lo hicieron volver. Esta delante de Mataquito, Malloa y Copequen y otros muchos que por ser tantos se dejan hasta llegar a Chillán.

Toda esta tierra destos indios promaucaes es de regadío, la cual se riega toda con las acequias que salen de estos rios, aunque llueve en el invierno…»

India y cacique picunche, Mauricio Rugendas.

Esta aparente contradicción entre lo consignado por los españoles y la información documental y arqueológica manejada por investigadores actuales, respecto al grado de desarrollo alcanzado por los indígenas promaucaes, podría explicarse como una forma de estrategia de subsistencia y resistencia adoptada por éstos frente a los invasores, que en momentos de peligro les obligó a abandonar sus lugares de asentamiento para huir a los montes y «pucaraes» manteniéndose fundamentalmente de la recolección de frutos y semillas silvestres (Manríquez, 1995 ms.).

Durante el siglo XVII la denominación promaucae y la provincia de promaucaes va perdiendo fuerza, las referencias son casi inexistentes, y se asocian a la delimitación de un territorio («en 1607 se señala a los promaucaes en una merced de tierras concedida entre Rapel y Legueymo»), a la existencia de caminos (en 1611 se hace mención al «camino que va a los pormocaes» ) y «al partido de los promaucaes» en 1625 (ibid, 1995 ).

La connotación original del término de «rebeldía, no sujeción, barbarie» que le dio el Inca a los indígenas al sur del Maipo, parece modificarse con el correr del tiempo. Es adoptado por los españoles para denominar a las mismas poblaciones, pero más que destacar su condición de rebeldes se percibe el predominio de la connotación geográfica «que delimita» un territorio específico e «interpreta» a la población que en él habita como un grupo homogéneo, como una sola etnia.

Este apelativo dado por los incas a los habitantes de nuestra región y luego aceptado por los españoles es un término exógeno, carente de sentido para quienes les fue impuesto. En todos los documentos revisados no se encuentra ningún testimonio por parte de los indígenas locales en que se reconozcan a sí mismos como «promaucaes» ni al territorio que habitaban como «su provincia». Ellos se declaraban originarios o naturales de determinados lugares, por ejemplo de Rapel, de Colchagua, de Topocalma, de Malloa, de Copequén, teniendo clara conciencia de sus ancestros, incluso después de dos o tres generaciones, y hacen prevalecer esta condición que se sustentaba en férreos lazos de parentesco y en un territorio común, a pesar de no haber nacido en los lugares que ellos consideraban de origen (Manríquez, 1995 ms).

La única denominación específica que señalan los documentos en territorio promaucae y que pudo corresponder a un grupo distinto, fue la de los indios tagua-taguas, presente desde los primeros escritos de la época colonial. En la información de servicios de Juan Bautista Pastene, se señala que se le encomendaron «… los caciques llamados Maluenpangue… que tiene su asiento en los promoaucaes é se llaman Taguataguas.» (CDHCH Tomo XVIII: 444)1

El término promaucae pierde vigencia en el siglo XVIII, encontrándose una sola referencia que alude a un «... camino real que va para Santa Rosa que llaman de los promaucaes que divide las tierras de Longovilo». (RA 1096, p. 3, 4 vta.)2. Es reemplazado por el de «picunche». Al parecer la primera mención de este término habría sido hecha por el sacerdote Luis de Valdivia en su Gramática de los indios de Chile. En ella señala que los mapuches llamaron a los pueblos que habitaban al norte de su territorio como picunches.

Posteriormente aparece mencionado en 1775 en el mapa de Juan de la Cruz Cano y Olmedilla, donde se da cuenta de la ubicación de los diferentes grupos que habitaban nuestro territorio.

Este vocablo mapuche cuyo significado etimológico es «gente del norte» tiene una connotación geográfica que alude a su ubicación respecto a este mismo pueblo o gente de la tierra. En ese sentido es utilizado por Oyarzún (1927), Latcham (1928 a), Guevara (1929), León Echaíz (1957) y Berdichewsky (1954).

En nuestra región se extendían desde el Valle Central hasta la Costa, agrupados en los poblados de Codegua, Rancagua, Copequén, Pichidegua, Codao, Peumo, Tagua-Tagua, Malloa, Talcarehue, Nancagua y Ligüeimo.

Los grupos indígenas que habitaban Chile central, aún cuando tenían en común varios elementos culturales, se separaban en muchos linajes territoriales. No reconocían vínculos más que con su suelo ancestral, salvo que se tratara de alianzas temporales o luchas sempiternas (Silva, 1996).

Adaptación del Plano de Cano y Olmedilla (1790).
Se mencionan los indios picunches y chiquillanes (Téllez, 1988).

No actuaban como un pueblo de acuerdo a la concepción occidental, tampoco tenían una historia general que involucrara a varios linajes, sólo la memoria oral registraba hechos comunes a uno a más linajes por algún pacto efímero (op. cit., 1996).

En los siglos coloniales, las autoridades hispanas fomentaron los antagonismos entre los grupos indígenas, a fin de terminar con su poderío, pues ponía en peligro los asentamientos y propiedades hispano-criollas. Aparecieron los caudillos que aglutinaban guerreros de diversos linajes con la promesa de compartir un botín. Como consecuencia, el grupo de parentesco perdió importancia y emergió el «cacique», situación que se aprecia especialmente en el siglo XVIII (Silva, 1998). Pese al debilitamiento y al cambio en las relaciones parentales y sociales al interior de la comunidad indígena, paradojalmente el parentesco siguió constituyendo el sustrato más sólido para la validación del cacique como autoridad designada por los españoles. De esta manera, el cacicazgo entre los indígenas promaucaes fue una institución política impuesta, que contribuyó a reorganizar la comunidad indígena, a establecer un lazo de comunicación y a entregar un tributo al conquistador (Cabeza y Stehberg, 1984).

El cargo de cacique legitimaba el poder de aquellos individuos que resultaban elegidos por los españoles por ser los de mayor prestigio y autoridad al interior de la comunidad. Estos se convertían, por tanto, en intermediarios oficiales entre el encomendero y los indígenas de su encomienda, obteniendo ciertos beneficios y privilegios en una sociedad dominada por el español. (ibid., 1984). Ejemplos de la vigencia de esta institución encontramos en Rancagua, Malloa, Copequén, Pichidegua, etc.

Indios cordilleranos

Las primeras referencias a los grupos aborígenes que habitaban el sector cordillerano de nuestra región, mencionaban a estos indios con el apelativo de chiquillanes y

fueron hechas alrededor de 1620 por fray Luis Jerónimo de Ore, obispo de Concepción. Al hablar del estado de abandono en que se encontraba la conversión de los indios dice: «Los pueblos de Maule, Putagán... vivían en su gentilismo y barbarie... por falta de operarios evangélicos. Los Chiquillanes, Chiyocanes, Thithilanes de los Andes o cordillera... aún no se habían descubierto» (Latcham, 1929).

Los chiquillanes en San Fernando

Respecto de los indios cordilleranos, existe información colonial que señala que «estos indígenas, solían salir por los meses de diciembre y enero a los llanos vecinos a San Fernando a comerciar con los españoles de Colchagua y que los artefactos que ofrecían en venta o en cambio del trigo y otros productos eran principalmente cueros aderezados de guanacos, venados, etc., sal, riendas, lazos y cabestros y otros objetos de cuero trenzado y especialmente objetos de cestería de muy buena factura y muy apreciable por los españoles. En dos o tres ocasiones se dictaron ordenanzas del Cabildo de Santiago, reglamentando este comercio y prohibiendo la venta de licores y vino como también el tráfico de armas con estos indios y con los pehuenches que también solían frecuentar estas ferias. Las reuniones generalmente tuvieron lugar en los llanos de Talcarehue, cerca del actual pueblo de San Fernando.» (Latcham, 1929).

El gobernador Amat y Junient (1760) dice lo siguiente:

«Se advierte que por el desembocadero de Tinguiririca, Teno, el Huaico y Lontué tienen salida y entrada los Indios Chiquillanes que habitan entre las cordilleras. Son estos indios salvajes y bárbaros, sin trato con los españoles, sino aciertos tiempos, en que los más fronterizos comercian la sal, que cuaja en abundancia y muy sabrosa en las grandes lagunas que tienen en los valles que cierran las cordilleras. Aliméntanse estos indios de toda especie de carne, sin reservar los caballos y yeguas, y también de una y otra parte de las cordilleras mudando las tolderías en que viven según les parece conveniente para sus contratos y robos».

Por su parte el cronista Gómez de Vidaurre (1789) acota «... los montañeses son los chiquillanes, los Pehuenches y los Puelches habitan los valles de la cordillera bajo chozas de cuero de guanaco que mudan cuando les parece de un sitio a otro y se alimentan de carne de animales silvestres y presentemente de preferencia de carne de caballos...

...Los chiquillanes se extienden en la parte más oriental de esta montaña desde el 34º hasta el 34,5º. Esta tribu la más barbara de todas las chilenas va cuasi desnuda su lengua es un idioma muy corrupto y gutural. No se da de la agricultura ni procura hacer provisión de nada para la casa. Viven de raíces y de caza».

A fines del siglo XVIII, el sacerdote Antonio Sors anota que «los indios que viven en la cordillera que mira a la capital de Santiago tienen su comunicación por Cachapoal y se llaman chiquillanes...»

De la información documental se infiere que los indios chiquillanes se asentaban en la región del río Diamante, en Argentina frente al nacimiento del Maipo, Cachapoal y Tinguiririca.

Se ubicaban al lado oriental de la cordillera de los Andes aproximadamente entre los 34º y 35º lat. S. desde el río Tunuyán hasta el Diamante. Incursionaban por los pasos cordilleranos hacia la vertiente occidental donde fueron vistos por los cronistas que los describieron (Madrid, 1983).

Los indios costinos

Los antecedentes arqueológicos han demostrado que el poblamiento costero de la Zona Central se remonta a varios miles de años, por tanto sabemos que a la llegada de los españoles debía existir un número importante de indios pescadores. De hecho hay referencias escritas desde la época de la Conquista.

En tiempos de Valdivia, se consigna la presencia de indios pescadores en la Zona Central. Aliamapu (Valparaíso) «...era habitada ... por esa raza especial de aborígenes que conserva todavía su tipo, su nombre y hasta su humilde ejercicio de la mar... los antiguos changos» (V. Mackenna, 1936, T. I).

El término «chango» aparece no sólo en la toponimia, sino también en los documentos de la época colonial aludiendo a los indios pescadores. Según el historiador Joaquín Santa Cruz (1926), vivían fundamentalmente de la pesca y recolección de mariscos y mamíferos marinos.

Caballito de mar en laguna de Cáhuil.
Fotografía proporcionada por el investigador Carlos González, Universidad Católica.
Balsas de cuero de lobo.
Grabado según Frezier; Col. Museo Histórico Nacional. Ilustración en fascículos Gran Historia de Chile, Encina y Castedo.

Este nombre se aplicaba a los indios pescadores del norte, afirmándose que sólo existían registros escritos desde el siglo XVIII, sin embargo Santa Cruz cuestiona esta aseveración, pues encontró en los registros de la notaría de San Fernando, escrituras del siglo XVII que se refieren a lugares habitados por changos.

Si bien no está probada arqueológicamente la existencia de changos en el litoral central, específicamente en nuestra región, hay varios investigadores que apoyan esta teoría: Barros Arana (1874), Vicuña Mackenna (1936), Santa Cruz (1936), León Echaíz (1949) y Szmulewicz (1984) entre otros, en consideración a algunos antecedentes que a continuación se exponen.

Hacia 1562 un gran número de changos de la costa central había desaparecido ya sea porque fueron trasladados, perseguidos o exterminados.

Vicuña Mackenna (1936) afirma que los colonos de Santiago tuvieron noticias de una nave que se había estrellado contra las costas de Topocalma y los escasos sobrevivientes, entre los que se contaba un negro, fueron cruelmente asesinados por los indios que allí vivían, por tal motivo «..ocurrieron en vengarlos matando ciento por uno, según era la ley del talión en tales casos» (en Szmulewicz, 1984).

Estos indios pescadores tenían una economía eminentemente marítima, para lo que utilizaban un elemento característico que era la balsa de cuero de lobos. Esta embarcación fue observada en Chile central desde la Colonia hasta fines del siglo XIX.

El uso de las playas en la Colonia

Los pescadores indígenas en la época de la Colonia debían cancelar un arriendo a los dueños de las estancias por ocupar las playas y tener un sitio donde levantar sus chozas. El incumplimiento de estas disposiciones provocó tantos pleitos que el gobernador Ambrosio O’Higgins abolió estas trabas declarando «...de uso común hasta cien varas de tierra desde la línea de la alta marea hacia el interior, con la única condición de que en sus chozas, los pescadores no albergasen a gente de mal vivir ni causasen perjuicio a los estancieros» (en Smulewicz, 1984).

El obispo Alday durante una visita al sector sur de la diócesis de Santiago, al pasar el río Rapel dice «...pero lo mas admirable que se ha de notar es la construcción del barco en que pasamos... una balsa de piel de lobos, llena de viento que gobernaba un balsero con sólo un remo, que jugaba a dos manos; la balsa pasó con celeridad como una saeta» (ibid., 1984).

El gobernador Amat y Junient (1770-74) afirma que «...en este linaje de balsas pasan los viajantes sus cargas en las bocas de los ríos Maipo, Rapel, Mataquito y Maule».

El cronista Carvallo y Goyeneche (1876) también señala que el Rapel «... se cruza en balsa de piel de lobo».

El número de estas embarcaciones debió ser importante pues don Bernardo O’Higgins dio orden de recogerlas durante la lucha por la Independencia (León Echaíz, 1952).

También en el sector costero de Pichilemu, específicamente en la laguna de Cáhuil, se usó hasta mediados del siglo XX otro tipo de embarcación conocida como «caballito de mar», fabricada de totora que se recolectaba en los terrenos aledaños a la Laguna del Perro.

Además del caballito de mar se utilizó otra embarcación también de totora, similar a la balsa de cuero de lobos. En 1886 Vidal Gormaz observó este tipo de embarcaciones en Pichilemu « ... los pescadores se sirven al efecto de una especie de balsa de totora que manejan bien por medio de una palanca de siete a ocho metros de longitud y de un largo remo de tres palos... tiene cierta similitud con las balsas de pellejos de lobos marinos que aún se usan por los pescadores de las provincias setentrionales de la República...» (en Szmulewicz, 1984).

Esta tradición de pesca tan arraigada en las poblaciones costeras indígenas pre y posthispanas, fue decayendo en los últimos siglos, sin embargo no desapareció por completo. Todavía en sectores de la región como Pichilemu, Bucalemu, Topocalma, Matanzas, Navidad, se continúa con prácticas similares de pesca y recolección de algas y moluscos en forma artesanal, a pesar que nuevas tecnologías de carácter industrial como el cultivo de bivalvos (choros, ostras) se han incorporado en forma reciente.



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