Jorge Morales
Lo que primero sorprende sobre
Angel Negro
es que haya suscitado tanta expectativa en la prensa. Puede ser que la página en Internet que hizo la productora para la película despertara la curiosidad de la crítica, pensando que se repetiría en Chile el fenómeno de
El proyecto de la Bruja de Blair
, que ocupando ese medio como soporte propagandístico, produjo un éxito de taquilla sin precedentes.
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O quizás fue la simpatía natural que genera que alguien tan joven como Olguín arriesgue dinero, sudor y lágrimas haciendo una cinta de las que a él le gusta ver. Puede ser que aburridos de la arrogancia de las obras de "autor" de los realizadores criollos, era seductor mostrarse benevolentes con un filme que se declaraba deudor de una larga lista de películas de terror serie B. Porque la ópera prima de Olguín tenía dos puntos a favor: una enorme dosis de audacia y una notable falta de pretensión. No sería ésta su obra maestra. Simplemente el joven realizador repetiría los códigos de Hollywood, recreando a otro de esos típicos psicópatas enmascarados. Y eso es justamente lo que resultó ser: un mediocre ejercicio prefabricado. Porque
Angel Negro
podrá ser el primer filme de terror hecho en Chile, pero ser pionero no acredita ser genio. Aunque es innegable que Olguín muestra cierto talento, al cabo de 90 minutos, la historia no cumple con lo que promete. Este terror no quita el hipo.
Angel Negro
es una cinta inverosímil, mal actuada, con diálogos pobres y filmada –su mayor pecado- sin ceñirse a reglas básicas del terror. Es decir, con todos los defectos de las malas películas del género y con uno solo –no menor, por cierto- de los méritos de las buenas. Junto a la primera secuencia (un logrado registro "documental" en video), la apreciable fotografía de Arnaldo Rodríguez da el piso para la inquietante atmósfera del filme. Acompañada de una banda sonora-musical efectiva y una ambientación casi –no siempre- creíble, la luz fría de
Angel Negro
mantiene un arco parejo en una película claustrofóbica donde escasean los exteriores. Quizás sea esta atmósfera la que permita a la cinta sostenerse hasta el final. Porque descontando los asesinatos, nada ocurre en realidad en la narración. Hay tan poco que contar que la historia apenas despega de la sinopsis.
Una chica muere en su graduación y años después
regresa
a matar a los culpables de su muerte. Sólo de eso respira el filme. Por ejemplo, la "investigación" policial de los crímenes, apenas consiste en encontrar un video donde está grabado (¡nada menos!) el rostro al descubierto del homicida. Gracias al sofisticado sistema que utiliza el asesino para deshacerse de la cinta (la saca del carrete y la bota en el inodoro de un baño), se resuelve el "enigma". Así de simple y gratuito es todo. Un encadenamiento artificioso que hace trampas al espectador, que utiliza frases de diálogo para atar cabos sueltos y que ni siquiera respeta la vieja consigna del género de que la amenaza, el monstruo , aparezca hasta avanzado el metraje. Con un montaje deficiente en escenas claves (en el segmento del tiroteo claramente faltan tomas), un guión poco riguroso y tibias representaciones (en particular, la atormentada sobreactuación de Alvaro Morales), Olguín comete una gama de errores plausibles para un principiante. Y si bien gracias al noviciado todo eso podría justificarse –de hecho acá se han visto desaguisados mucho peores y con millonarios fondos del erario nacional- lo que resulta imperdonable es su carencia absoluta de imaginación. ¿Qué objeto tiene hacer en Chile un filme de terror refrito?.
El cine de terror ha experimentado distintos caminos a través del tiempo. Del expresionismo alemán al gótico del
Poe-Corman
; del elegante
Tod Browning
–con su
Drácula
platinado- al cartón piedra de los relatos juglares de la
Hammer Films
; del gore político de
George Romero
a la ultraviolenta tortura look arte-ensayo de
Jörg Buttgereit
(autor de
Nekromantik
) ; de las ingenuas películas mexicanas del Santo (contra todas las bestias posibles) hasta la ironía de
Álex de la Iglesia
. Todo tiene su espacio, como lo tuvieron los bodrios de
Martes 13
o las inteligentes cintas de
John Carpenter
, filmes a los que
Angel Negro
les debe todo. Si bien es cierto que es difícil renovar en un género que ha exprimido casi todas sus posibilidades, fotocopiar los últimos 30 años de horror cinematográfico, es un pésimo punto de partida. De hecho, la saga de
Scream
, heredera de este subgénero, era un revisionismo culpógeno, cuya única forma de justificar su existencia era reconociendo con sarcasmo su filiación con el terror adolescente.
Modestamente
Angel Negro
sólo se pone a la cola. Sin intentar innovar, sin ser capaz de contar una historia, el primer terror a la chilena resulta ser un filme anticuado, académico, una edición de imágenes archiprobadas que puede funcionar, pero que no calienta. Una apuesta demasiado comercial y un modo de ver el cine demasiado complaciente. Olguín puede que tenga detrás una serie de cortos que no le hagan temblar la mano cuando toma la cámara, pero su habilidad técnica sostiene más ganas que ideas. Porque quién quiera ver en
Angel Negro
algún subtexto, está leyendo algo que la película no tiene. Sostener que esta cinta es una alegoría sobre los detenidos desaparecidos es tan absurdo (y ofensivo) como en su momento fue creer que
La luna en el espejo
era una metáfora sobre la dictadura.
Quizás sea porque Chile es un país tan provinciano que
Angel Negro
puede ser etiquetado como un filme polémico, cuando no sólo parece un cine hecho
para
adolescentes sino
por
adolescentes. ¿Cuál era la idea de estrenar la película la noche de Halloween? Dicen que fue una estrategia de marketing –ahora con
Sangre Eterna
Olguín habla de cábala- pero más parece la consecuencia lógica de una serie de supercherías gringas presentes en todo lo que es y rodea al filme. Un gesto impostado. Como cuando toca jazz el orfeón de Carabineros: hay algo que no suena bien.
Angel negro
Chile, 2000.
Dirección y guión: Jorge Olguín
Dirección de fotografía: Arnaldo Rodríguez
Música: Juan Francisco Cueto
Elenco: Alvaro Morales, Blanca Lewin, Andrea Freund, Juan Pablo Bastidas, Fernando Gallardo, Alvaro Espinoza.
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