Teoría Política : Livia: Amor, Política e Intriga. El origen de la Primera Dama.

Enviado por F. Barrientos el 4/2/2004 2:07:58 (5124 Lecturas) Artículos del mismo redactor

"Augusto gobernaba el mundo, pero Livia gobernaba a Augusto”.
Por Fernando BARRIENTOS DEL MONTE*
El principado de C. Octavio conocido por su grandeza como el Siglo de Augusto (44 a.C.- 14 d.C.) es una de la etapas fundamentales de la historia de Occidente; gracias a él, Roma tuvo, en palabras del sabio latinista francés Pierre Grimal, un “segundo nacimiento”. (El epíteto Augusto tenía un origen consagrado, designado a los lugares por los augures. Fué aplicado a Octavio el 16 de enero del año 27 a.C., como el inicio de una nueva era, un pacto entre la Ciudad y los Dioses, la renovación de la Fundación de Roma).
Octavio transformó la República en Imperio, creó un nuevo orden político y fomentó una renovación administrativa; el gran fruto por todos recordado fué su política de pacificación, mejor conocida como la pax augusta. Sin embargo, el Imperio hubiera sido otro sin la influencia de una mujer que acompañó a Octavio en su notable obra aún más allá de la muerte.

“Augusto gobernaba el mundo, pero Livia gobernaba a Augusto”. Tal frase pone en boca de Claudio, quinto César del Imperio Romano, el finado y magnífico literato británico Robert Graves, para referirse a una de las mujeres más enigmáticas de la Historia, paradójicamente olvidada por los escritores que gustan de historias de amor. En efecto, Cleopatra, Julio César y Antonio, los amores de Julia la hija de Augusto, o Mesalina, esposa del referido Claudio, son los personajes preferidos, ya sea por su belleza legendaria o por la perversidad de sus amores. Livia fué diferente, es el modelo ideal de la relación amor y política. Maligna, sediciosa, intrigante y de agudo ingenio, es el perfil que nos han legado en sus relatos Suetonio y Tácito, este último la define como “Livia, enojosa madre de la República, y más enojosa madrastra de la casa de los Cesares”. Su bisnieto Cayo Calígula la llamó despectivamente “Ulises con faldas”. Los bustos que aun se conservan nos muestran facciones redondeadas, grandes ojos y labios carnosos; una enigmática hermosura y serena belleza.

Livia Drusila vio por primera vez la luz en el año 58 a.C., hija de un distinguido Patricio Romano, Marcus Livius Drusus Claudius, de la gens Claudii una de las familias más antiguas de Roma. Como toda mujer de la época, se casó joven, a la edad de quince años con Tiberio Claudio Nerón, quien posteriormente sería enemigo del joven Octavio. Encinta de este primer matrimonio, un presagio le anunció que tendría un varón: quitó un huevo a una gallina que incubaba, y calentándolo con sus propias manos el tiempo necesario, salió un pollo con una cresta hermosa y grande; meses después, nacería Tiberio, el futuro emperador. Livia amaba a su esposo, y éste se unió a Lucio Antonio quien luchó contra el poder de Octavio y fué derrotado en Perugia. Exiliados, buscaron protección en Sexto Pompeyo también posteriormente enemigo de Octavio, pero fué inútil. Años antes, en 42 a.C., su padre fué proscrito y se suicidó después de que luchó junto a Bruto y Casio y fueron derrotados en Filipos. Tales acontecimientos insinúan las posibles razones que la familia de Livia tenía para repudiar a Octavio.

Livia estaba destinada a desempeñar un papel especial en el Imperio según un augurio divino: terminado el exilio y de regreso a Roma, un águila, el ave de Júpiter, dejó caer en su regazo una rama de Laurel, lo que fué interpretado como un gran presagio. Días después, Octavio al verla se enamoró intensamente, pero también vio la oportunidad de una alianza con la gens Claudii y la gens Julii a la que pertenecía. El 17 de enero del año 38 a.C., T. Claudio Nerón, deshonrado por las presiones y argucias del príncipe, entregó a su propia esposa, encinta por segunda vez y quizá profundamente molesta por tener que abandonar al hombre con quien compartió los riesgos de la guerra y la pesadumbre del exilio. Nada disuadió a Octavio para que esperase el alumbramiento, se divorció de su primera esposa, Escribonia y consumó su deseo una vez que consultó a los sacerdotes, quienes le aseguraron que los dioses no le impedían tal matrimonio. Incluso, para colmar a la opinión pública se llegó a decir que el hijo que Livia esperaba era fruto de adulterio con Octavio. Al parecer no fué creíble tal rumor, pues llegó a circular un verso en griego que decía: A los hombres dichosos nacen hijos de tres meses. La unión de Octavio y Livia fué estéril, pero paradójicamente fue duradera y provechosa para ambos.

Durante los años del principado de Augusto, la familia imperial tuvo una importante actividad constructora. Augusto se jactaba de haber recibido una ciudad de ladrillos y convertirla en una ciudad de mármol. En este aspecto, Livia contribuyó en la edificación de la obras en su nombre. En el año 7 a.C., cerca de la colina Opio, se erigió el maravilloso “pórtico de Livia”, adornado con obras de arte y alegres jardines en su interior, dedicado a la concordia y la armonía marital. Livia también favoreció a que en el Esquilino se construyera un mercado cubierto llamado macellum Liviae que inauguraría Tiberio en nombre de su madre.

Fué una mujer astuta e inteligente, y tal parece que la insatisfacción de su vida con Augusto hizo que naciera en ella la ambición por el poder. El verdadero poder, el que se ejerce invisiblemente y que es más efectivo que la parafernalia del ceremonial. También acaso fué lo que más los unió, cuidaba de Augusto escrupulosamente su salud, física y política, a tal grado que tal vez le sugiriera adoptar el epíteto de Augusto, para no despertar el odio del pueblo hacia el título de Rey, que tanto detestaban. Livia sería fiel esposa, se dice que tejía sus túnicas; y soportaría las numerosas aventuras de Octavio. Aún más, ponía en manos del propio Augusto por voluntad propia y en total secrecía, mujeres jóvenes y hermosas cada vez que veía en el príncipe la inquietud de la pasión. Escogiendo los amores de su esposo, no sentía celos, tal vez no tenía por qué, para Augusto, tal comportamiento era una prueba perfecta del sincero amor que le profesaba. El Senado le ofreció que un lictor le acompañara en todos los eventos públicos. Las imágenes que de Livia existían, personificaban la virtud romana, como pietas y sus estatuas tenían un parecido a las diosas, especialmente Ceres, la diosa que representaba a la Tierra Madre. Gustaba de vestimentas lujosas y de costosos perfumes asiáticos, pequeñas joyas y un peinado conservador, como una gran matrona de época republicana, se le llamaba primera dama de Roma. En palabras de Tácito, “gobernó su casa con la santidad de las costumbres que se usaban antiguamente, aunque con mayor afabilidad y llaneza de lo que hubieran loado las mujeres de aquellos tiempos.” Para tal fin, tenía a su disposición a poco más de cincuenta esclavos en el servicio doméstico. Sus normas empero, eran sencillas, comida suficiente en la casa y un culto familiar normal.

La influencia de Livia sobre Augusto fué aumentando con el paso del tiempo, condicionando las decisiones familiares y las políticas. Procuró el engrandecimiento de su gens. Tejió un denso entramado de parientes, moviéndose al compás de la opinión pública de la época y favoreciendo a su primogénito e hijastro de Octavio: Tiberio. Velando por éste durante varios años con prudencia y cautela, enseñándole los secretos del complicado y naciente sistema imperial. Octavio por su parte, no sentía cariño alguno por Tiberio, pero si por Druso, el hijo menor de Livia, tanto, que su muerte significó para él, como la pérdida de un hijo. Cuenta Suetonio que Octavio murió en los brazos de Livia diciéndole Livia, vive y recuerda nuestra unión. ¡Adiós!. En su testamento, la adoptó dentro de su familia, por lo que se le llamó honoríficamente Augusta y perteneciente a la casa de los Julii.

Murió Livia a la edad de ochenta y seis años, en el año 29 d.C. durante el consulado de C. Rubelio Gémino y C. Fufio Gémino, abandonada paradójicamente por su propio hijo, quien anuló los decretos del Senado para otorgarle honores extraordinarios y deificarla. En efecto, durante los primeros años del imperio de Tiberio, la relación con su madre se fué haciendo fría y es posible que se llagaran a aborrecer. Tiberio, que en el fondo de sus pensamientos era un republicano, creía que era una rival que aspiraba a participar de su poder, las largas y secretas conversaciones que antaño llevaran, cedieron a una fría relación de parientes. La alejó de la vida pública y le llegó a advertir que en asuntos importantes, las mujeres no debían mezclarse. Sin embargo, entre ellos y ante los demás, siempre mostraron concordia. Fué su bisnieto, muy querido en principio por el pueblo romano, Cayo Calígula, quien pronunció su elogio fúnebre en la tribuna de las arengas. A pesar de que Livia siempre sintió gran desprecio por su nieto Tiberio Claudio Druso, una vez que los raros caprichos de la fortuna lo hicieran emperador, hizo decretar en el año 41 d.C., los honores divinos y las pompas fúnebres que le negara su propio hijo.

* MIEMBRO de CIUDAD POLITICA, Politólogo, Universidad Autónoma Nacional de México. Contacto: fbarrien@correo.unam.mx

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