Palabras
de Guillermo Torres Gaona
Presidente Nacional del Colegio de Periodistas de Chile
Santiago, 7 de noviembre de 2003 – Sala de la ex Cámara
de Diputados
Estimadas amigas, amigos, compañeros:
Impregnados de la solemnidad de este recinto que representó,
por tantos años, la tradición republicana de nuestra
nación y que fue escenario de tantas decisiones trascendentes
para el pueblo chileno, nos reunimos esta noche con el impacto vigente
de todo aquello que nos involucró, exactamente, hace 30 años.
Lo hacemos con una mixtura de emociones, entre el dolor y la esperanza,
entre el recuerdo del pasado y la mirada hacia el porvenir, y entre
los sueños interrumpidos y las certezas de nuestras convicciones.
Nos acompañan nuestras familias, esposas, hijos, nietos;
en fin, muchas y muchos seres queridos que compartieron con nosotros
las consecuencias del cautiverio de entonces, o que se han integrado
años después en el transcurrir inevitable del tiempo
como nuevas familias.
Pero todo, hoy, inmerso en una común gratitud:
Nuestro agradecimiento a quienes hicieron de la solidaridad internacional
un gigantesco movimiento que comprometió a millones de personas
en los cinco continentes y que permitió salvar tantas vidas
y, a la vez, aislar de la comunidad de naciones al régimen
terrorista encabezado por Augusto Pinochet. Movimiento que incluyó
a estados, naciones y a organizaciones de todo tipo, a gobiernos
de países amigos que dispusieron para la comunidad de chilenos
exiliados, hasta de radioemisoras, como fueron los casos de la URSS,
Alemania Democrática, Cuba, Checoslovaquia, Hungría,
Argelia, y tantas otras para informar de la situación y estimular
el apoyo a la causa democrática de los chilenos. Gobiernos
que, como los de Suecia, tuvieron embajadores de la más noble
lealtad y fiereza para defender a loa asilados, y que rompieron
relaciones con la dictadura. A todos ellos, eterna gratitud.
Esta noche, nos rodea el ejemplo de coherencia de nuestro presidente
mártir, el compañero Salvador Allende, y en su legado
buscamos el recto camino hacia una sociedad más justa, más
democrática, más pluralista; en definitiva, más
humana y al servicio de las causas justas y libertarias que ennoblecen
a la persona.
Siempre con la esperanza de construir un país en que prevalezca
la justicia, esa primera virtud de todo sistema social; solidario,
en que se instale la verdad, que satisfaga las aspiraciones legítimas
y tan postergadas del pueblo, en que haya respeto irrestricto a
los derechos humanos para impedir cualquier aventura antidemocrática
en contra de nuestras naciones. Y que las víctimas del régimen
militar alcancemos una justa reparación
Hace 30 años justos, desde diversos lugares del país,
los militares que asaltaron a sangre y fuego el sistema democrático
preparaban las caravanas de la muerte y, a la vez, finiquitaban
sus operativos para trasladar a numerosos prisioneros políticos,
que permanecían como rehenes en estadios y diversos centros
de reclusión, a campos de concentración que instalaron
en apartadas regiones del país. Desde la gélida isla
Dawnson en la zona más austral del planeta hasta el desierto
de Atacama.
Lo que nos habría parecido como una pavorosa imagen sobre
el nazismo alemán, y que formó parte de un pasado
acercado por el cine, la literatura y el análisis político,
se convertía en una violenta y cruel realidad para tantos
miles de chilenos. Así, nos hicieron trasladar para continuar
como prisioneros de una guerra inexistente, sólo justificatoria
del asalto al poder, en el campo de concentración situado
en el desierto más árido del mundo, con temperatura
sobre 30 grados en el día y de cinco grados bajo cero en
la noche.
La oficina salitrera de Chacabuco, declarada monumento nacional
durante el Gobierno del Presidente Allende para resguardar la historia
épica de los obreros de las salitreras a comienzos del siglo
20, se convertía en un lugar elegido, montado y equipado
para negar la vida y todas las libertades humanas.
Por Chacabuco, en su año de existencia, pasamos más
de tres mil prisioneros, procedentes de distintas zonas del país.
El primer grupo lo constituímos, básicamente, 736
prisioneros que procedíamos del Estadio Nacional, y posteriormente
fueron llegando compañeros de Valparaíso, Concepción,
Linares, Colchagua, Copiapó, y de diferentes provincias y
ciudades de la zona norte, hasta Arica. Todos sobrevivientes de
experiencias muy duras por la represión.
A treinta años de hechos imborrables en nuestras vidas
y de tantas consecuencias personales, pero que deben pertenecer
a la memoria colectiva de nuestro país, a la memoria histórica
de la nación, nos hemos esforzado por convertir estas historias
personales en testimonios que trascienden, que revelan verdades
que todavía permanecen ocultas y que corren el riesgo de
quedar sepultadas.
Así, hay decenas de obras de compañeros chacabucanos
que ilustran y detallan la tragedia, pero que también dan
cuenta testimonial de ese enorme amor a la vida de todos, el sentido
de supervivencia y de ganarle a la muerte, como prisioneros políticos
que no pierden el sentido más profundo de nuestras existencias.
Mario Benavente, Rolando Carrasco Moya, Santiago Cavieres, Luis
Alberto Corvalán, Adolfo Cozzi, Virgilio Figueroa, Alberto
Gamboa, Sadi Joui, Jorge Montealegre, Alejandro Wittker, entre otros,
han narrado los avatares como prisioneros de la dictadura, han publicado
antologías poéticas y han dejado testimonios imborrables
de sus historias personales y también colectivas como Chacabucanos.
Todos ellos, y muchos otros más, han contribuid al fortalecimiento
de una cultura reconocida de la verdad histórica.
Porque, básicamente, se trata no sólo de no olvidar,
porque el olvido es la cesación de la memoria que se tenía,
el descuido de lo que se debía tener presente.
De lo que se trata es, primariamente, como testigos y víctimas,
de revelar, informar, narrar, escribir, aportar a la sociedad chilena
que sepa que hubo campos de concentración, que hubo miles
de detenidos a lo largo de todo el territorio nacional. Que el golpe
de estado puso en práctica una política de aniquilamiento
de todo un pueblo, que se operó con la lógica --actualizada
a la época-- de la política nazi de exterminio y de
la devastadora doctrina de la Seguridad Nacional propugnada por
los Estados Unidos.
Fue una política de Estado, con todo lo que ello implica,
para echar abajo al Gobierno del Presidente Allende, destruir la
institucionalidad democrática, para eliminar a todos quienes
profesaban o eran partidarios de la Unidad Popular y para instaurar
una dictadura con la violencia de las armas.
Por eso que hoy, a 30 años del golpe militar y del día
exacto en que fue abierto el campo de Chacabuco, es justo hablar
de sobrevivientes. Y no por un afán de martirizarnos, de
flagelarnos con la memoria, de ser autorreferentes o de agudizar
la condición de víctimas.
Sí, es cierto. Los que pasamos por los campos de concentración
y estamos vivos, somos sobrevivientes.
Lo que primero nos hermanó en los centros de torturas y
campos de prisioneros fue el sobrevivir en las durísimas
condiciones a que fuimos sometidos. Ganarle a quienes, con la tortura,
el maltrato y las humillaciones querían aniquilarnos; a ellos,
ganarles con la vida. Seguir viviendo.
En Chacabuco, organizados con nuestras propias capacidades y competencias
para soportar el cautiverio, formando el Consejo de Ancianos y su
estructura grupal por pabellones, debimos soportar las privaciones;
buscar y ser dignos en nuestra condición de prisioneros políticos
aislados en el desierto más árido del mundo, sometidos
a un régimen en que se buscaba el abatimiento psicológico
y la destrucción ideológica. Y mantener en alto la
honra y el orgullo, esos dos valores de la verdadera patria que
nos habla el Premio Nobel de Literatura, José Saramago. Honra
y orgullo que se manifestaron en la vida que se logró desarrollar
en Chacabuco
Básicamente, nos esforzamos por entregar a los demás,
lo que sabíamos hacer. Así como los médicos
se organizaron en la policlínica y constituyeron un valiosísimo
grupo humano y profesional que resguardó nuestra salud, también
los 18 periodistas que estuvimos allí partimos con un noticiero
oral, que se leía a la hora del rancho en los comedores,
con noticias de lo que ocurría en el campo y con recomendaciones.
Cuando ya estaba afianzada la organización del Consejo de
Ancianos, comenzamos con la edición semanal de Chacabuco-73,
diario mural con noticias, crónicas y entrevistas. Todo,
obviamente, pasaba por la censura estricta de la oficialidad. Pero
siempre logramos pasar "goles", tanto que el editorial
de la edición del 18 de septiembre fue el Cuándo de
Chile, de Pablo Neruda, sin que los censores se percataran de qué
estaban autorizando para su publicación.
Los profesores, hicieron una enorme contribución educativa
y pedagógica con la escuela con más de 400 alumnos,
y tantos otros profesionales, artistas, técnicos, trabajadores
que entregaron sus conocimientos y experticias. Hubo alumnos que
aprendieron a leer hasta quienes desarrollaron sus capacidades para
hablar otros idiomas.
Los shows dominicales, aunque censurados previamente, nos daban
un hálito más de vida, empujando la necesaria creatividad
para convertirlos en verdaderas comedias musicales y la animación
de conductores que nos transmitían ánimo y exacerbaban
nuestras esperanzas. Y la astucia para no vernos privados de poner
allí, también, contenidos ligados con nuestra identidad
valórica. Los concursos literarios y musicales pusieron a
prueba el torrente de creatividad que es posible redescubrir en
tan difíciles condiciones. “El choquero es así”,
de Jorge Montealegre, “Nuestro canto”, “Sin tu
luz”, ambas de Rafael Eugenio Salas, las canciones de los
cuatro elefantes y otras han permanecido en el tiempo y han atravesado
tantas fronteras.
Los tallados y la artesanía desplegada en cuero, ónix
y otras pequeñas producciones permiten transmitir a las generaciones
presentes y futuras los mensajes de nuestros sueños.
Es la cultura que se aloja en el alma de una nación y que
también provino de un campo de concentración.
El conjunto Chacabuco, con Ángel Parra, la peña folclórica
La Chingana, el grupo de teatro, cantantes y solistas en instrumentos
musicales, expresaron notablemente nuestra vital ansia por recuperar
la libertad.
Las competencias de fútbol y las olimpíadas, con
diferentes pruebas atléticas, incluyendo torneos de vóleibol
y tenis, también fueron expresiones de una vitalidad arrancada
desde la esperanza
La organización del correo, cuyas piezas postales también
eran censuradas por la oficialidad del campo, nos permitían
una brizna de comunicación y de inmenso amor con nuestros
familiares.
La recolección y préstamo de libros era parte de
nuestras necesidades y su satisfacción, así como también
la discusión y el debate político sobre la historia
vivida y la proyección de un futuro tan difuso, que podía
ser tan lejano como tan cercano. Incierto, para ser más precisos.
No nos derrumbaron. Aunque siempre lo quisieron y cuántas
veces destruyeron todo lo que habíamos logrado con tenacidad
y astucia. Pero se encontraron con una barrera cuyo sostén
fue el apego a la vida y a los valores implícitos en nuestra
condición de prisioneros políticos.
Somos individuos que teníamos enormes sueños, proyectos
de vida, de futuro con nuestras familias, de un país más
justo, solidario, con el pueblo como protagonista de su propio porvenir
y nuestras vidas se vieron tan radicalmente cambiadas. Como sobrevivientes,
nos compromete también la memoria de nuestros compañeros
que ya no están. Y cuántos ya no están con
nosotros.
Cuantas vivencias compartidas con el profesor Francisco Aedo, con
el ingeniero agrónomo Marcelo Concha Bascuñán,
detenidos desaparecidos tras ser liberados de Chacabuco; o quienes
murieron al poco tiempo después producto de lo que padecieron
en las torturas, como Luis Alberto Corvalán: o aquellos como
el ex subsecretario de Educación Waldo Suárez, el
jefe de la Oficina de Emergencia del Ministerio del Interior, Atilio
Gaete, el periodista Virgilio Figueroa, el ex vicepresidente de
la Corfo, Kurt Drekman, o tantos otros como el "tata"
Luis Font, que murieron sin jamás recuperar los sitiales
que tan merecidamente ocuparon con su idoneidad y capacidad profesional:
o algunos como el "Negro" Eduardo Rojo que puso trágico
fin a sus días al no superar los traumas de la prisión.
Cuántos debieron partir al exilio, a tierras solidarias;
pero extrañas, al fin al cabo, a rehacer sus vidas; a recomponer
aquello que los carceleros y sus mandantes destruyeron.
Cuántas familias se quebrantaron, cuántos se vieron
obligados a la clandestinidad para poder darle continuidad a sus
convicciones políticas, y fueron muertos -tras Chacabuco-
al ser coherentes con su posición, como el caso de Raúl
Valdés, ya a fines de 1988. Cuántos perdieron su trabajo
tras ser liberados y sufrieron la persecución, la discriminación,
o el olvido.
Los daños son enormes. Quizás no hay cuantificación
posible. Sólo la labor interdisciplinaria de muchos profesionales
comprometidos podrá acercarse cada vez más a un análisis
al que muchos debemos contribuir. Pero que es necesario acometer
en profundidad, como parte de la verdad histórica, de la
justicia, de la reparación y de la sanación social
que algún día Chile alcanzará.
Cuando el presidente Lagos planteó que la reparación
para los presos políticos debía ser "simbólica
y austera", la doctora Paz Rojas comentó algo tan verídico
y profundo como que "la tortura no fue ni simbólica
ni austera". La lucha por el conocimiento de la verdad, la
difusión del verdadero Chile tras el golpe militar y la justicia
y la reparación, nos compromete.
Hoy, aún con todo el avance que hemos observado en reportajes,
crónicas, entrevistas y materiales inéditos con la
conmemoración de los 30 años, queda mucho por alcanzar
para ser éticamente justos con esos principios del periodista
que debe estar siempre al servicio de la verdad, de los principios
democráticos y de los derechos humanos.
La épica de los campos de concentración, y de tantas
batallas en torno a los derechos humanos que no se conocen, tiene
un amplio margen para ser abordado en creaciones que deberán
dar a la luz y sumarse a todos los esfuerzos que ya se han hecho.
La declaratoria del estadio nacional como monumento histórico,
el bautizo del estadio Chile como estadio Víctor Jara, las
placas instaladas en el mismo estadio nacional y en la puerta de
ingreso en Chacabuco en homenaje a los prisioneros políticos,
la denominación de sala Waldo Suárez a la sala principal
de la subsecretaría de Educación, el documental de
Chacabuco realizado por Gastón Ancelovici, constituyen también
signos muy positivos de reencuentro con la historia y marcan también
hechos destacables que permiten seguir instalando la necesidad de
un reencuentro con la verdad histórica y con la difusión
de la memoria histórica.
Amigos, amigos, compañeros todos:
Recordar es tener presente, y tener presente es mirar al futuro.
Muchos de nosotros entramos a una etapa de nuestras vidas en que
es necesario apurar la entrega de aquello que debemos testimoniar.
Entregar a las generaciones futuras, las experiencias de hechos
que, para curar las heridas, deben ser conocidas y
convertidas en parte de la memoria histórica. Es por ello
que esta noche de recuerdos, de dolor, pero de mucha esperanza,
nos comprometemos a seguir trabajando para que Chacabuco persista
como testimonio, reforzar las entidades que como la Agrupación
de Ex Presos Políticos de Chacabuco y la Corporación
Histórica y Cultural Memoria, puedan echar raíces
en la sociedad civil y proyectarse para poner en el centro dos ideas
esenciales y comunes:
Promover la memoria histórica para que nunca más
en Chile tengamos que vivir experiencias tan horrendas con el paso
por los centros de torturas y campos de concentración, y
que haya justicia y reparación.
Esa debe ser parte de nuestra contribución al legado del
recto camino que nos dejó el presidente Salvador Allende. |