Satisfacciones y “cachos” de tener sexo en el trabajo
Para algunos es el remedio a aburridas jornadas laborales. Para otros, mantener un affaire en la pega se ha vuelto una verdadera pesadilla. Testimonios y opiniones de expertos frente a una recurrente idea que a casi todos se les ha pasado por la cabeza.
Por Felipe Castro
Lo que para algunos es una fantasía recurrente o el escenario de una película porno poco creativa, para otros es una realidad. Remedio para el tedio laboral, alivio de extensas jornadas nocturnas o una simple consecuencia de constantes roces y miradas, el sexo en el lugar de trabajo es un adrenalínico deporte que conlleva satisfacciones y también riesgos.
Paula (31) trabaja como enfermera en una clínica de aquellas que cobran por habitación lo mismo que un hotel de lujo. Le gusta su pega, le pagan bien y adscribe a cada una de las letras del juramento hipocrático con una vocación de servicio a prueba de balas. Sin embargo, hace algún tiempo, los constantes turnos de noche le empezaron a hacer sentir que no tiene vida, que las noches de carrete se habían acabado y que los días pasaban detrás de gruesas cortinas mientras ella dormía, preparándose para la siguiente jornada.
“Esa angustia era común a mis compañeros de trabajo, desde auxiliares hasta médicos. Y se volvía mucho más fuerte en el tiempo muerto, sin ninguna urgencia que atender”, cuenta la profesional, que le achaca a esos mismos turnos su soltería y lo complicada que es la vida de pareja cuando dormir juntos es algo exclusivo del fin de semana o de las vacaciones.
Sabido es que el placer sexual es un analgésico para las penas del alma humana. Y como mujer de armas tomar, un día la profesional decidió hacerse un regalito. “Había un médico practicante jovencito, bien rico, que no dejaba de mirarme y se la pasaba tirándome tallas. Un cafecito por aquí, otro por allá y es obvio que el tono de las conversaciones va subiendo. Un día particularmente fome, nos saltamos el café y nos fuimos directamente a un cuartito donde se guardan los útiles de aseo. Una cosa instintiva, sin planificación. Cerramos la puerta y en dos segundos estábamos teniendo sexo, usando el ingenio para mantener el uniforme de trabajo puesto”.
Haciendo hincapié en que el trabajo es lo primero, más aún considerando que en salud la cosa es doblemente delicada, Paula vio que de pronto había un interesante estímulo para llegar a la clínica. “Recorrimos casi cada rincón del edificio, desde salas de espera vacías hasta baños. Me imagino que nadie sospechó nada y pasados ya casi dos años del tema, cuando se lo conté a mis colegas en un pisco sour, no podían creerlo”.
El sano intercambio de sexo por sexo no complicó a los profesionales de la salud. Él tenía su linda polola, estudiante de medicina, y Paula tenía su vida aparte. Y cuando la práctica laboral se acabó, decidieron despedirse con un encuentro en la habitación polinésica de un conocido motel capitalino. “Para sorpresa de los dos, la cosa no fue lo mismo y nos dimos cuenta de que era la situación lo que nos calentaba. Terminamos tomándonos unos tragos y dándonos cuenta de que, aparte de la onda sexual que teníamos en la pega, entre nosotros no había nada en común. De hecho, no vi más al lolito y ni siquiera sé si lo tengo en Facebook”.
En relación a este último punto, relativo al escenario de los encuentros, Rodrigo Morales, del departamento de Sicología de la Universidad Mayor, apunta que “en este caso nos encontramos con situaciones en las que tiende a dominar la seducción o el deseo por el otro, sin el ejercicio suficientemente consciente de mentalizar los riesgos y regular la emoción en curso”. Entonces, como es el instinto lo que actúa, una vez que se planea estratégicamente un encuentro, como es el caso de acudir a un motel, la onda no es la misma entre los amantes. “La inmediatez es lo que hace del lugar algo cercano a lo que “no se filtra” y, por lo tanto, es lejos mucho más estimulante y satisfactorio”.
Cuarto caliente
Mauro (33) no tiene mucha pinta, tiene poca plata, no es ningún genio, pero -según él mismo se jacta- está “muy bien dotado”. Sus estudios de técnico en comunicación audiovisual los pagó trabajando como copero (o lavaplatos) en un hotel del centro de Santiago. La pega se la consiguió con un amigo de infancia en un pueblo del Maule, que constantemente le tiraba bromas con la gruesa fama que lo rodeaba en la localidad campestre.
“Mi trabajo era de noche. Tenía que limpiar los platos de la cena, ordenar y preparar desayunos para cincuenta personas por muy poca plata. Siempre trabajaba con ayudantes de cocina que, afortunadamente, eran mujeres”, cuenta el hoy productor de eventos. “En la cocina, la mayoría de lo que se habla es en broma de doble sentido. Al ser una pega bastante estresante, donde el tiempo es importante, estamos acostumbrados a que los garabatos fueran y vinieran”.
Entre broma y broma, la fama de Mauro fue creciendo y las ayudantes de cocina que trabajaban con él en la noche quisieron saber si la cosa era cierta. “Sin quererlo me transformé en una suerte de mito. Eso ayudado porque la cocina, sobre todo en la noche, es un lugar poco supervisado y bastante muerto, donde la única meta es dejar las cosas listas para el desayuno. Entonces, siempre terminaba en el cuarto frío (lugar donde se conservan frutas y verduras), teniendo sexo entremedio de las lechugas, las alcachofas y los pimentones. No me puedo quejar, pero yo lo único que quería era que me subieran el sueldo”.
Hay distintos factores que pueden explicar que para algunos el lugar de trabajo sea un estimulante motel. Mucho de esto tiene que ver con que en el trabajo se tiende a cuidar la presentación personal, el lenguaje y a ser relativamente cordial en el trato (salvo escenarios como el anterior, claro está). En este sentido, el sexólogo Mauricio Salas observa que “por lo general, las personas pasan más tiempo en el trabajo que en sus casas y eso tiene repercusiones en el estilo de vida. Son jornadas de 8 a 16 horas diarias, en contacto con personas del sexo opuesto que, en muchos momentos, amenizan los largos tiempos que allí se viven. Tomando en cuenta las largas jornadas laborales, el compartir intereses comunes, las fiestas y comidas de empresas son factores que fomentan el acercamiento y la danza de coqueteos que ronda por las oficinas y/o pasillos de las empresas”.
En contraste con lo anterior y sin ser monstruos siempre, en la vida íntima se puede “bajar la guardia” y se tiende a entrar en pequeñas disputas por nimiedades (la toalla mojada sobre la cama, el control remoto, el recado telefónico no entregado) que no se dan en el lugar de trabajo. Y en este sentido hay que ser cuidadoso ya que, según indica el doctor Salas, “si estás casado o casada y tu relación se ha vuelto muy monótona, es posible que el intercambio de sonrisas cómplices y de bromas en tu ambiente laboral se convierta en una tentación muy grande. Y es que sentirnos deseados aumenta nuestra autoestima y nos hace sentir felices y llenos de vitalidad”.
El placer es un “cacho”
Carlos (27) se fue a buscar la vida un rato a Estados Unidos y consiguió pega como administrador de un pequeño restaurante que daba a una pacífica laguna en el estado de Massachussets. “A mi cargo trabajaba una estudiante gringa de 20 años, con la que empezamos a tener onda y a tener sexo en horarios de pega”.
A diferencia de los casos anteriores, Carlos trabajaba durante el día con otras dos personas. “Mandábamos a los otros trabajadores a botar la basura a 15 minutos del restaurante. Hasta que un día nos pillaron poniéndonos la ropa y tratando de arreglar una silla que rompimos haciendo acrobacias sexuales”.
Entonces, la cosa se comenzó a poner fea. “Como yo estaba a cargo, los trabajadores, que en su mayoría eran gringos estudiantes, medio locos, empezaron a entrar copete al lugar de trabajo y andaban todo el día arriba de la pelota. Y, claro, como yo tenía tejado de vidrio y era, además, ilegal, ante cualquier llamado de atención aparecían acusaciones de inmoral o amenazas de llamados a la policía. Y cuando quise dejar de mantener relaciones con la mina, me amenazó con denunciarme por acoso sexual. Cuento corto, un día agarré mis cositas y me tomé el primer American Airlines a Santiago sin avisarle a nadie”.
Para evitar que algo que comienza como una excitante aventura termine en lo que le sucedió a Carlos, se requieren ciertos niveles de madurez y empatía hacia el otro, como indica el sicólogo Rodrigo Morales: “En primer lugar, hay que saber reconocer el origen, medios y finalidad de aquella atracción por la otra persona. Es decir, lograr mentalizar claramente qué es lo que me gusta de esa persona, qué quiero con ella y de qué estoy dispuesto a hacerme cargo. Luego de ello, sintonizar con los afectos del otro significa saber leer qué es lo que el otro quiere y hasta dónde está dispuesto a llegar con esto. Si somos capaces de leer estas sensaciones, hablar de ellas, probablemente será posible aventurarse afectivamente con la responsabilidad mutua de saber qué es lo que está ocurriendo y hasta dónde llegará la historia. Si no media esta lectura y actuamos individualmente en una situación que compromete a dos, pues es más probable que ese encuentro pasajero se convierte en algo que inicialmente no deseamos”. //LND
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