SÍNODO DE LOS OBISPOS
ASAMBLEA ESPECIAL PARA AMÉRICA
ENCUENTRO CON JESUCRISTO VIVO, CAMINO PARA LA
CONVERSIÓN, LA COMUNIÓN Y LA SOLIDARIDAD EN AMÉRICA
LINEAMENTA
PRESENTACIÓN
Su Santidad, el Papa Juan Pablo II, en su Carta Apostólica
Tertio millenio adveniente, 38 (10 noviembre 1994) manifestó su
intención de convocar una Asamblea Especial del Sínodo de los
Obispos para América. Inmediatamente después de este anuncio, el
Santo Padre nombró un Consejo pre-sinodal de la Secretaría General
del Sínodo de los Obispos para la Asamblea Especial para América.
Dicho Consejo pre-sinodal está compuesto en su mayoría por Obispos
de América. La Secretaría General inmediatamente comenzó el
proceso de preparación para esta asamblea sinodal especial enviando una
carta de consulta a todos los interesados en el Continente americano, es decir a
las Conferencias Episcopales y a los Arzobispos sui iuris de las
Iglesias Orientales, así como también a la Curia Romana y a la Unión
de Superiores Generales, con el objeto de definir un tema de relevancia
contemporánea, de interés universal y de carácter urgente
para ser tratado en esta asamblea sinodal especial. Los resultados de esta
consulta, ulteriormente analizados y discutidos por el Consejo pre-Sinodal de la
Asamblea Especial para América, así como una serie de
recomendaciones elaboradas por el mismo consejo, fueron luego remitidos al Santo
Padre.
Tomando en consideración las propuestas del Consejo, el Santo
Padre eligió el siguiente tema para esta Asamblea Especial: Encuentro
con Jesucristo vivo, camino para la conversión, la comunión y la
solidaridad en América. La formulación del tema intenta
responder al contexto de las circunstancias de la Iglesia en América y al
mismo tiempo abarcar la realidad que afecta a tanta gente y tantas culturas del
Continente americano. Iluminando el rol central de Jesucristo vivo, como camino
de conversión, de comunión y de solidaridad, la Iglesia en América
se preparará mejor a celebrar el Gran Jubileo del Año 2000 y
cumplirá más eficazmente la nueva evangelización llevando a
todos habitantes del Continente el mensaje de salvación.
Para presentar en modo general este tema sinodal, la Secretaría
General del Sínodo de los Obispos, en cooperación con los miembros
del mismo Consejo pre-Sinodal y teólogos del Continente americano, ha
elaborado los Lineamenta, el primero de una serie de documentos en
relación con la Asamblea Especial para América. Como su mismo
nombre lo sugiere, el presente documento ofrece un primer esbozo sobre el tema.
El único propósito de la elaboración de este texto es
suministrar una base común de reflexión, así como también
generar sugerencias y observaciones. Por este motivo, aparece un cuestionario en
el apéndice.
Es de esperar que estos Lineamenta susciten numerosas
observaciones y sugerencias provenientes de distintas partes de la Iglesia en América,
de modo que las Conferencias Episcopales y los Arzobispos sui iuris de
las Iglesias Orientales puedan tener la información necesaria para
elaborar las respuestas oficiales que enviarán luego a la Secretaría
General. La calidad y el número de las respuestas contribuirán a
asegurar a los Padres Sinodales, reunidos en la Asamblea Especial, la
posibilidad de contar con el material necesario para el tratamiento de una temática
tan importante para la Iglesia que está en América.
Por lo tanto, los Lineamenta en sí
mismos no son parte de la agenda de la Asamblea Especial. En un segundo momento
será elaborado un "documento de trabajo" o "Instrumentum
laboris" partiendo de las respuestas oficiales de las distintas partes
interesadas del Continente americano, de los dicasterios de la Curia Romana y de
la Unión de Superiores Generales.
Toda la Iglesia en América es invitada a participar: sacerdotes
diocesanos y religiosos, mujeres y hombres consagrados, mujeres y hombres
laicos, seminarios y facultades de teología, consejos pastorales,
movimientos y grupos católicos, comunidades parroquiales y todas las
organizaciones de la Iglesia. Cuanto más numerosas sean las respuestas, más
completa y sustancial será la información para aquellos que tienen
la responsabilidad de redactar los documentos oficiales. Esto asegurará
el carácter completo y sustancial del texto del Instrumentum laboris,
el documento en el cual se centrará la atención y la discusión
en la Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América.
Al preparar la respuesta a los Lineamenta, deben tenerse
presente los siguientes aspectos. El número y la variedad de las
preguntas del cuestionario han sido deliberadamente elegidos para servir de guía
en la estructuración de las reflexiones sobre el tema de la Asamblea
Especial para América. Estas preguntas, por lo tanto, y no el texto de
los Lineamenta, deben ser la base de todas las respuestas. En este
sentido, todas las observaciones deben hacer explícita referencia a las
preguntas formuladas. Al mismo tiempo, téngase presente que no es
necesario responder a todas y cada una de las preguntas. Dependiendo de las
circunstancias individuales, los que responden deben sentirse libres de elegir
aquellas preguntas que les parecen más relevantes.
En el Continente americano, las respuestas de las comunidades
eclesiales y grupos diocesanos y arquidiocesanos deben ser enviadas al Obispo
local, quien hará uso de tal información en la preparación
de su propia respuesta. Ésta será luego remitida a la Conferencia
Episcopal de la cual es miembro el Obispo. Las respuestas de cada una de dichas
Conferencias Episcopales, de los Arzobispos sui iuris de la Iglesias
Orientales, de la Curia Romana y de la Unión de Superiores Generales,
deberán llegar a la Secretaría General no más tarde del 1º
de Abril de 1997. Esta fecha límite deberá ser recordada por todos
aquellos que deseen contribuir de algún modo en este proceso de reflexión.
Con la publicación de los Lineamenta, comienza una etapa
crucial de la preparación de la Asamblea Especial, etapa que supone la
cooperación y la oración de cada uno de los miembros de la
Iglesia. La verdadera comunión en la Iglesia es un misterio que se
extiende más allá de los confines de la nación y del
continente - más allá también de los confines del mundo
como lo conocemos - a través del tiempo y de la eternidad. Dado que la
Iglesia en América se prepara para esta especial celebración de
comunión entre los Obispos, Ella lo hace en unión mística
con toda la Iglesia. En este espíritu la Iglesia en América es
sostenida en el período de preparación pre-sinodal por la oración
y las buenas obras de todos los miembros de la Iglesia, particularmente de
aquellos que integran la comunidad celestial de los Mártires y Santos, y
como siempre, dirige su mirada hacia la Virgen María pidiendo su
infalible protección.
Jan P. Cardenal Schotte, C.I.C.M. Secretario General
Nota:Al hablar de Asamblea Especial para América,
y no de una Asamblea Panamericana o Intercontinental, no se
pretende ignorar las evidentes diferencias culturales, sociales e históricas
que caracterizan a América del Norte, América Central, América
del Sur y el Caribe. Sin embargo, dado que la Asamblea Especial del Sínodo
de los Obispos intenta tratar los problemas comunes a las partes mencionadas, se
ha optado por hacer referencia a América como una única realidad
geográfica, especificando en cada caso, cuando el contexto lo requiere,
las respectivas diferencias.
INTRODUCCIÓN
1. Al acercarse el fin del II Milenio del cristianismo, la Iglesia se
prepara con diversas iniciativas pastorales para celebrar con fe y
reconocimiento el Gran Jubileo del nacimiento de Nuestro Señor
Jesucristo. Se dispone, de este modo, a entrar en el Tercer Milenio de la era
cristiana con un renovado empeño por dar testimonio gozoso de su fe y
esperanza ante el mundo entero. La Iglesia que peregrina en América,
también desea celebrar a Jesucristo, como quien recuerda y revive el
evento fundamental y decisivo de su historia. La humanidad toda vive en el
presente un tiempo dramático y a la vez entusiasmante, que algunos
interpretan como final de una era cultural y como alumbramiento laborioso de una
nueva civilización. En este contexto, cabe reflexionar sobre el modo en
que esta situación histórica afecta al Pueblo de Dios, así
como también sobre la participación de la Iglesia que está
en América en el nacimiento de una nueva civilización de justicia,
de solidaridad y de amor.
2. Para favorecer la renovación de la fe y de la vida cristiana del
Pueblo de Dios en América en esta encrucijada de la historia, los
Obispos, provenientes en su mayoría de este Continente, se reúnen
en esta Asamblea Especial para América, acogiendo con espíritu
apostólico la propuesta que el Santo Padre, Juan Pablo II, hizo por
primera vez en Santo Domingo, en el año 1992, al inaugurar los trabajos
de la IV Conferencia General del Episcopado Latino americano: "En esta
misma línea de solicitud pastoral por las categorías sociales más
desprotegidas, esta Conferencia General podría valorar la oportunidad de
que, en un futuro no lejano, pueda celebrarse un Encuentro de representantes
de los Episcopados de todo el Continente americano, - que podría
tener también carácter sinodal- en orden a incrementar la
cooperación entre las diversas Iglesias particulares en los distintos
campos de la acción pastoral y en el que, dentro del marco de la nueva
evangelización y como expresión de comunión episcopal, se
afronten también los problemas relativos a la justicia y la solidaridad
entre todas las Naciones de América" (1).
Posteriormente, el Papa retomó este tema en el programa global que,
para la preparación del Gran Jubileo del Año 2000, presentó
a la Iglesia Católica universal en su Carta Apostólica "Tertio
millennio adveniente": "La última Conferencia general del
Episcopado latinoamericano ha acogido, en sintonía con el Episcopado
norteamericano, la propuesta de un Sínodo panamericano sobre la problemática
de la nueva evangelización en las dos partes del mismo continente, tan
diversas entre sí por su origen y su historia, y sobre la cuestión
de la justicia y de las relaciones económicas internacionales,
considerando la enorme desigualdad entre el Norte y el Sur"(2)
Las finalidades principales que el Santo Padre propone, pues, para la
presente Asamblea Especial para América son varias:
- promover una nueva evangelización en todo el Continente como
expresión de comunión episcopal;
- incrementar la solidaridad entre las diversas Iglesias particulares
en los distintos campos de la acción pastoral;
- iluminar los problemas de la justicia y las relaciones económicas
internacionales entre las naciones de América, considerando las
enormes desigualdades entre el Norte, el Centro y el Sur.
3. Estos Lineamenta intentan responder a dichas finalidades y
recoger las propuestas de las diversas Conferencias Episcopales de América.
Ante todo, debe afirmarse que el punto de partida es Jesucristo, Salvador y
Evangelizador, que ofrece su camino en esta coyuntura histórica.
Él invita al hombre de hoy, como a Nicodemo, "a nacer de lo
alto, del agua y del Espíritu, para poder entrar en el Reino de Dios"
(Jn. 3,3-5). En el momento en que el Pueblo de Dios que está en
América se dispone a cruzar el umbral del Tercer Milenio, mantiene
siempre su validez la antigua y siempre nueva verdad de la fe cristiana: "Porque
tanto amó Dios al mundo que le dió a su Hijo único, para
que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga la vida eterna.
Porque Dios no ha enviado a su Hijo al mundo para juzgar al mundo, sino para que
el mundo se salve por él. El que cree en él, no es juzgado; pero
el que no cree, ya está juzgado, porque no ha creído en el Nombre
del Hijo único de Dios" (Jn 3,16- 18).
Jesucristo, viviente hoy en su Iglesia, la acompaña al cruzar el
umbral de la esperanza y, al entrar en el Tercer Milenio, la fortalece para
proseguir la misión de anunciar el Evangelio que, desde hace ya cinco
siglos, viene haciendo fecunda la historia en el Continente americano con
abundantes frutos de salvación. Con el objeto de afianzar y robustecer
la vida cristiana de los pueblos y hacerla irradiar en todos los ámbitos
de la sociedad y de la vida contemporánea en el Continente, los Pastores
del Pueblo de Dios desean proponer una nueva evangelización que estimule
el encuentro personal de los hombres y mujeres de América con Jesucristo
vivo. Él invita a todos a la conversión, para poder vivir
en comunión con el Padre y para dejarse transformar por
el Espíritu en instrumentos de solidaridad fraterna.
PRIMERA PARTE ENCUENTRO ACTUAL CON CRISTO, MUERTO Y
RESUCITADO
I
JESUCRISTO, SALVADOR Y EVANGELIZADOR
4. Al iniciar los trabajos sinodales sobre la nueva evangelización en
América, es fundamental tener presente que Jesucristo, muerto y
resucitado, viviente actualmente en su Iglesia, debe ser siempre el punto de
convergencia de todas las reflexiones y el camino para la actuación
pastoral. Se debe subrayar en todo momento el papel central de la persona de
Jesucristo "porque no hay bajo el cielo otro nombre dado a los hombres
por el que nosotros debamos salvarnos" (Hch. 4,12). Del encuentro
de cada hombre y de cada mujer con Jesucristo vivo, brotarán la conversión,
la comunión y la solidaridad como exigencias básicas para hacer de
ellos apóstoles de la nueva evangelización.
"Como el Padre me envió también yo os envío....
Recibid el Espíritu Santo" (Jn. 20,21-22). Jesucristo
evangelizador convoca, evangeliza y envía a evangelizar. "Del
conocimiento amoroso de Cristo es de donde brota el deseo de anunciarlo, de evangelizar,
y de llevar a otros al sí de la fe en Jesucristo. Y al mismo
tiempo se hace sentir la necesidad de conocer siempre mejor esta fe"(3).
¿Qué les dice hoy Jesucristo a los hombres y mujeres de América
en este momento de su historia? La pregunta no debe ser una interrogación
teórica sino concreta, es decir, debe orientar hacia un verdadero
encuentro y hacia un diálogo en la fe. Todos los hombres y mujeres de América
son invitados a buscar encontrarse con Cristo, como se encuentra un discípulo
en busca de la verdad con su maestro, un amigo en busca de amistad con su compañero
de camino.
5. Los evangelios refieren diversos encuentros de hombres y mujeres con Jesús.
Se encontraron con Él dos de los discípulos de Juan Bautista,
sensibles a la llamada de Dios. Le preguntaron dónde vivía y Jesús
los recibió en su habitación. Estuvo dialogando con ellos, los
cuales finalmente se hicieron discípulos suyos (cf. Jn 1,35-51).
Se encontró con Él, de noche, Nicodemo, el magistrado judío
que le expuso sus dudas religiosas. Jesús le reveló la naturaleza
de su misión, el amor del Padre a los hombres y su propia identidad,
invitándolo a nacer de nuevo (cf. Jn 3,1-21).
Pero también Jesús se adelanta y sale al encuentro de muchos
hombres y mujeres. Así, Él mismo encontró a Zaqueo, el
recaudador de impuestos que no siempre respetaba las exigencias de la justicia
en su oficio. Fue a comer con él, llevando la alegría y la salvación
a su casa, y Zaqueo, tocado en su corazón, prometió devolver el cuádruple
de lo que había defraudado (cf. Lc 19,1-10). También Él
se encontró con la Samaritana pecadora junto al pozo de Jacob y le habló
del agua viva que sacia la sed profunda del hombre y de la mujer (cf. Jn
4,6-42).
6. Así deberían acercarse a Cristo los hombres y mujeres de América:
no para teorizar sobre Él, ni para observarlo como espectadores neutros,
sino para encontrarse con Él, en las propias circunstancias de sus vidas,
en sus compromisos familiares y profesionales, en sus proyectos, en sus dudas y
debilidades. De tal encuentro, si saben dialogar con Él y abren su corazón
a la escucha de la Palabra de Dios, saldrán transformados en discípulos
suyos.
El encuentro es siempre con Jesucristo muerto y resucitado. Con
Cristo que "en su encarnación se ha unido, en cierto modo, con todo
hombre". Con Cristo que "trabajó con manos de hombre, pensó
con inteligencia de hombre, obró con voluntad de hombre, amó con
corazón de hombre". Con Cristo que, "nacido de la Virgen María,
se hizo verdaderamente uno de los nuestros, semejante en todo a nosotros,
excepto en el pecado" (4). Nada de lo humano le es extraño, ninguna
situación de alegría o sufrimiento, de pobreza o de trabajo,
ninguna legítima aspiración humana le es ajena. Él camina
al lado de cada hombre y de todos los hombres y los acompaña en sus
vicisitudes históricas. Se identifica con los más pequeños
de entre los hombres y ha muerto en la cruz para librar a la humanidad del
pecado y del mal.
En la cruz y por la cruz Cristo ha vencido a la muerte física y sobre
todo espiritual. Por su resurrección vive eternamente junto al Padre y en
el tiempo junto a su Iglesia peregrina. Por su Espíritu es dador de vida:
iluminando, guiando, consolando, fortaleciendo y salvando a quien se acerca
sinceramente a Él en busca de paz y bienaventuranza. Cristo, también
hoy, como el Domingo de Resurrección en Jerusalén, se hace
presente en medio de cada comunidad cristiana para decirle: "Paz a
vosotros. Como el Padre me envió, también yo os envío....Recibid
el Espíritu Santo"(Jn. 20,21-22).
II
LA IGLESIA Y LA NUEVA EVANGELIZACIÓN
7. Con miras a una reflexión sobre la nueva evangelización de
América, quizá podría ser fecunda una lectura del Evangelio
de San Lucas, que presenta la obra de la salvación como camino
salvador y evangelizador: Cristo, enviado por el Padre, recorre ese camino
conducido por el Espíritu. Este camino de salvación continúa
luego a través de la obra de evangelización que lleva a
cabo la Iglesia peregrina en la historia. El camino comprende tres momentos, el
primero, es el tiempo de preparación en el Antiguo Testamento; el segundo
es el tiempo del cumplimiento y abarca tanto la vida y ministerio público
de Jesús, cuanto el tiempo de la Iglesia en el cual Cristo sigue actuando
por medio de su Espíritu como Mesías Salvador y Evangelizador; y
el tercero es la parusía, meta final de la historia salvífica.
8. Es un camino animado por el Espíritu, que habló a
través de los profetas, guió los pasos de Jesús y, a partir
de Pentecostés, los de la Iglesia. Cada Iglesia particular, cada
comunidad de discípulos del Señor, tiene su Pentecostés o
Bautismo en el Espíritu (cf. Lc 3,16; Hch 1,5; Hch
11,16). Así ocurrió con las comunidades de Jerusalén (cf.Hch
2,1ss), de Samaría (cf. Hch 8,14-17), de Cesarea (cf.
Hch 10,44ss), de Efeso (cf. Hch 19,6). También el apóstol
Saulo tuvo su propio "bautismo" (cf. Hch 9,17). El Espíritu
guía a las comunidades cristianas en América cuando se reúnen
a escuchar la Palabra de Dios y a partir el pan de la Eucaristía , cuando
oran, cuando viven unidas a sus Pastores, y sobre todo cuando cumplen con la
misión de anunciar a todos los hombres la Buena Noticia.
Es un camino que, de acuerdo con el plan de Dios, no se detiene:
tuvo inicio en Galilea, continuó hacia Jerusalén, luego pasó
a Antioquía, finalmente a Roma y, desde allí a todo el mundo
gentil. Ninguna autoridad ni ningún poder humano pueden detenerlo pues su
dinamismo es el de la Palabra de Dios que produce sus frutos por la acción
del Espíritu en la Iglesia, independientemente de los avatares de la
historia.
9. Es un camino actual: cada generación de cristianos tiene
su "hoy" salvífico como tarea propia, como camino por recorrer
y camino para vivir realizando la experiencia del Evangelio. El cristiano actual
ha de vivir y realizar su propio camino de fe hoy, entre la memoria salvífica
- Jesucristo, muerto y resucitado, vivo también en el presente - y la
tensión escatológica hacia el futuro, cuando la salvación
se consumará en la parusía. "Ahora" es el tiempo
de la conversión (cf. Hch 4,29), pues es el tiempo en que obra la
gracia y la Palabra edifica la comunidad (cf. Hch 20,32). Este es el
tiempo de dar testimonio del Reino de Dios.
Toda la Iglesia en América debe tomar conciencia de la densidad salvífica
del "hoy" de salvación y del "hoy" del compromiso
evangelizador. Para ello es necesario saber valorar adecuadamente la práctica
del sacramento de la reconciliación (el perdón y la misericordia
salvífica en acto), de la celebración de la Eucaristía, de
la escucha de la Palabra. También es importante saber captar tantas
manifestaciones del Reino en el presente de la historia, testimonios de comunión
y de caridad: la fidelidad de los esposos, la generosidad de los laicos en los
movimientos apostólicos, el sacrificio de los sacerdotes en su
ministerio, la abnegada entrega de los misioneros, religiosos y religiosas, los
esfuerzos desinteresados y heroicos de tantos hombres de buena voluntad por la
paz y el bien común, etc. En síntesis es necesario interpretar a
la luz del "hoy" salvífico los "signos de los tiempos",
con sus aspectos positivos y negativos, en orden a un justo redimensionamiento
de la realidad.
10. Es un camino salvador: el primero en recorrerlo fue Jesús,
verdadero Salvador, y detrás de él, comenzando por los Apóstoles,
la Iglesia toda en su peregrinación a través de los siglos como
signo e instrumento de salvación (cf. Lc 2,11; 4,18-21;19,9-10;
Hch 2,47;5,31-32;13,23.26;16,17;28,28). Las Escrituras dan testimonio de
este camino de salvación que responde a los deseos íntimos de toda
la humanidad, judíos y gentiles, a quienes el Hijo de Dios ofrece la auténtica
salvación e invita a abandonar falsas esperanzas. Ante el mundo judío,
Jesucristo representa el cumplimiento de la salvación prometida por el
Padre (cf. Lc 4,21; Is 58,6; 61,1-2; Lc 7,18-23; Is
26,19; 29,18ss; 35,5ss), que se recibe por pura misericordia y no por los
propios méritos, sino más bien por el reconocimiento del propio
pecado (cf. Lc 13,1-9; 14,1-24; 15,11-31; 17,10; Hch 2,38). Ante
los deseos de salvación de los gentiles, Jesús se presenta como
verdadero Soter o Salvador, pues también para ellos Él es
la salvación (cf. Hch 2,39; 28,28).
Como en el areópago de Atenas o en el foro romano en tiempos de San
Pablo, también hoy abundan ídolos y divinidades, pululan maestros,
gurús, sectas, movimientos esotéricos y gnosis globales, que
ofrecen proyectos de felicidad y utopías de salvación a los
hombres de la época presente. Ante estas realidades es fundamental
recordar a todos, una y otra vez, que "no hay bajo el cielo otro nombre
dado a los hombres por el que nosotros debamos salvarnos" (cf. Hch
4,12) sino sólo el Nombre de Jesús de Nazaret.
11. La salvación que propone este camino es radical y universal,
pues perdona y borra los pecados a todo aquel que la reciba con corazón
sincero (cf. Lc 1,77; 3,3; 4,18; 24,47; Hch 2,38; 5,31; 10,43;
13,38; 26,17-18). Se trata de una liberación del más radical de
los males, que es el pecado, pero que se prolonga en tarea liberadora y
exigencia ética(5). Por eso Jesús inicia su camino de salvación
presentándose como anunciador del año de gracia de Yahvéh,
dando el perdón de los pecados, liberando de Satanás,
evangelizando a los pobres, liberando a los cautivos (cf. Lc 4,16-21) y
realizando otros signos que anuncian la liberación escatológica de
todo dolor y de la muerte (cf. Lc 7,18-23; 21,28).
El Espíritu Santo, que guió los pasos de Jesús,
es también hoy el primer evangelizador en el nuevo Pueblo de Dios,
trabajando para congregar a los que nunca han recibido la Buena Noticia y a los
hombres y mujeres que se han apartado de la fe cristiana(6). Jesús sigue
ofreciendo la salvación por medio de su Espíritu durante el camino
de la Iglesia. La misión de la Iglesia al servicio de este camino
salvador de Jesús es, después de haber recibido la salvación,
dar testimonio de ella y ofrecerla a los hombres. Este iter salutis o "camino
de salvación" que ofrece la Iglesia en su obra evangelizadora, se
puede resumir, según Hch 2,37ss, de acuerdo a la siguiente
secuencia: recibir la Palabra, convertirse, creer, bautizarse, recibir el perdón
de los pecados, y, posterior- mente, el don del Espíritu.
12. La Palabra de Dios es el medio normal por el que la Iglesia
invita a la salvación. Es Palabra de gracia y de salvación, es
Palabra poderosa, pero su dinamismo depende también del modo en que
resulta acogida en el corazón de quien la escucha (cf. Lc
8,4-15). Para recibirla hay que convertirse (cf. Lc
10,13-16;11,29-32), sobre todo de la incredulidad (cf. Hch 2,38-40) y de
la idolatría (cf. Hch 17,30; 26,20), hay que volver a Dios Padre,
a través de Jesús en el Espíritu. La incredulidad cunde hoy
entre los pueblos del Norte, del Centro y del Sur del Continente, bajo formas de
secularismo e indiferentismo religioso, bajo formas de falsos mesianismos ideológicos
y políticos. La idolatría se esconde bajo el aspecto del "culto"
a nuevos "becerros de oro", como el dinero, la riqueza, el poder, la
sensualidad, la droga, etc..
La Buena Noticia es causa de salvación para quién la recibe
con fe, como lo demuestran numerosos ejemplos de la historia sagrada (cf. Hb
11,8; Lc 1,37- 38.45.48). "El hombre, al creer, debe responder
voluntariamente a Dios; nadie debe estar obligado contra su voluntad a abrazar
la fe. En efecto, el acto de fe es voluntario por su propia naturaleza"(7).
Todos los hombres están llamados a este acto libre de fe en orden a la
propia salvación. Sin embargo, debe recordarse que Jesús revela
una especial solicitud hacia los más débiles. En efecto, en el
marco del universalismo de la salvación son privilegiados los pobres, los
enfermos, los marginados de la sociedad. A todos los hombres, y en modo
particular a estos hermanos más "pequeños", el Señor
ofrece una salvación integral, que cubre todas las necesidades del
hombre, físicas y espirituales, terrenas y trascendentes.
La etapa terrena de Jesús fue universal en su proyección,
aunque su realización estuviera circunscripta a la Tierra Santa. Su obra
se dirige a todos los hombres pecadores (cf. Lc 5,31s), dado que el Hijo
de Dios es también, por el misterio de su encarnación, el Hijo del
Hombre y, por tanto, hermano de todos los hombres, igual en todo a ellos excepto
en el pecado. Por este motivo su obra de redención tiene alcance
universal (cf. Lc 2,14.30-32). Es, en la etapa del camino de la Iglesia,
cuando el Resucitado, presente por medio de su Espíritu, ofrece la Buena
Noticia de la salvación a todos los hombres por el testimonio de sus discípulos
(cf. Hch 4,33).
Es importante tomar conciencia del carácter universal de la misión
en el seno de cada Iglesia particular: misión "ad gentes" donde
todavía no ha sido anunciado el Evangelio; pero también misión
entre bautizados que se han enfriado en su vida cristiana o que han dejado la
Iglesia Católica. Esta misión "ad gentes" debe salir al
encuentro de las nuevas situaciones en las sociedades contemporáneas
donde ya no se oye hablar de Cristo, es decir, los nuevos areópagos
modernos de los que habla el Papa Juan Pablo II en la Carta EncíclicaRedemptoris
Missio: el areópago de los medios de comunicación social, el
areópago de la cultura y de la ciencia, del arte y del pensamiento, del
espectáculo, del deporte y de la política(8).
III
MARÍA, EVANGELIZADA Y EVANGELIZADORA
13. María es el modelo en el camino evangelizador, pues en Ella se da
la plenitud de gracia. El Espíritu Santo, que la transforma por entero,
le ofrece la misión de la maternidad divina, preservando su virginidad
(cf. Lc 1,30-35). María, con la perfecta obediencia de la fe, da
su "sí" humilde y generoso a Dios (cf. Lc 1,38) y se
deja evangelizar plenamente, acogiendo la Palabra de Dios en su corazón
antes que en su seno(9). Por eso, ella se transforma a su vez en la primera
evangelizadora, pues a través de ella el Salvador se ofrece a todos los
hombres: a Isabel y a su hijo, Juan Bautista (cf. Lc 1,39-45), a los
pastores (cf. Lc 2,16-20), a los magos (cf. Mt 2,10-11), a Simeón
y a la profetisa Ana (cf. Lc 2,27-38), y a tantos hombres de buena
voluntad que se acercaron a Él durante su ministerio público.
Finalmente María es la Nueva Eva y la Madre de la Iglesia, que recibe a
toda la humanidad en la figura del discípulo amado de manos de su Hijo
agonizante en el Calvario (cf. Jn 19,25-27). Desde entonces María
está siempre presente en la vida de la Iglesia.
También en el Pueblo Dios que está en América se hizo
presente la Madre del Redentor desde el inicio de la primera evangelización,
sobre todo desde 1531, en que, bajo la advocación de Guadalupe en la
aparición a Juan Diego, ella ofrece en el cerro del Tepeyac, protección
materna a todos los hombres y mujeres del Continente americano. Bajo muchas
otras advocaciones la Virgen María es también venerada como Madre
de Dios y Madre de todos los hombres en los diversos países y regiones
donde el pueblo fiel manifiesta, a través del culto mariano, su
pertenencia inconfundible a la Iglesia Católica. Por eso, el Papa Juan
Pablo II da a María los títulos de Estrella de la primera
Evangelización y de la Nueva Evangelización(10). También
hoy como en Belén, en Caná y en el Calvario, María,
Estrella de la Evangelización en América, continúa
sosteniendo con su presencia la obra del anuncio de Jesucristo, Salvador del
hombre.
14. El Espíritu que transformó a María en la primera
evangelizada y la primera evangelizadora, es el mismo Espíritu del Señor
que acompañó a su Hijo al iniciar su ministerio público en
Galilea: "El Espíritu del Señor sobre mí, porque me ha
ungido para anunciar a los pobres la Buena Nueva..." (Lc 4,16-21).
También en nuestra época el Espíritu Santo es el principal
evangelizador e impulsa a la Iglesia que está en América a cantar
con María el Magnificat, su "canto de alabanza",
confirmando una vez más que no se puede separar la verdad sobre Dios que
salva de la manifestación de su amor preferencial por los pobres y los
humildes(11).
En el camino hacia el Gran Jubileo del Año 2000 la Virgen María
será para la Iglesia en América modelo de conversión, de
comunión y de solidaridad para que la obra salvadora de su Hijo llegue a
todos los hombres y mujeres del Continente. Por eso, el Papa Juan Pablo II al
anunciar la celebración del Gran Jubileo del Tercer Milenio ha querido
confiar el empeño de toda la Iglesia a la celestial intercesión de
María, Estrella que guía a los cristianos al encuentro con el Señor(12).
SEGUNDA PARTE JESUCRISTO CAMINO PARA LA CONVERSIÓN
I
LA CONVERSIÓN PERSONAL Y SOCIAL
15. "El tiempo se ha cumplido y el Reino Dios está cerca.
Convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc 1,15). Así
inició Jesús su misión mesiánica, anunciando el
cumplimiento del tiempo de la promesa e invitando a la conversión. Elkerigma
de los apóstoles, después de Pentecostés, también se
realizaba proclamando a Cristo muerto y resucitado como el único Salvador
e invitando a convertirse y a creer en Él (cf. Hch 3,19-20.26).
El encuentro con el Señor resucitado debe llevar a una profunda conversión
del corazón y a una constante renovación de la vida en orden a una
configuración siempre más perfecta con Cristo, Camino, Verdad y
Vida. Tal conversión es un don de Dios que libera al hombre del pecado en
todas sus formas y que lo introduce en el misterio de Cristo Redentor. El Apóstol
de los gentiles resume la misión de Jesucristo explicitando la dimensión
cósmica de su ministerio de reconciliación, como recuerda el Papa
Juan Pablo II en su Exhortación Apostólica post-sinodal
Reconciliatio et paenitentia: "San Pablo nos permite ampliar más
aún nuestra visión de la obra de Cristo a dimensiones cósmicas,
cuando escribe que en Él, el Padre, ha reconciliado consigo todas las
criaturas, las del cielo y las de la tierra (cf. Col 1,20)"(13).
Al aproximarse el Gran Jubileo del Tercer Milenio, Cristo nos ofrece los
tesoros de su sangre redentora y de su gracia. Ahora bien, la conversión
es una exigencia previa para el perdón de los pecados y la comunicación
de la gracia divina. Hoy también Cristo se dirige a todos sus discípulos
en América para decirles: "Convertíos y creed en la Buena
Nueva" (cf. Mc 1,15).
16. ¿Cómo debe entenderse esta conversión?. El Papa Juan
Pablo II dice en la Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia: "El término y el concepto mismo de penitencia
son muy complejos....penitencia significa el cambio profundo de corazón
bajo el influjo de la Palabra de Dios y en la perspectiva del Reino ....la
penitencia es la conversión que pasa del corazón a las obras y,
consiguientemente, a la vida entera del cristiano"(14).
La conversión, pues, no es un hecho aislado, sino un proceso
constante en la existencia del cristiano. Dura lo que dure su vida. No es un
hecho que afecte sólo a las personas individuales, sino también a
los grupos humanos, a las instituciones y estructuras sociales en cuanto creadas
y dirigidas por personas humanas, libres y responsables. La conversión es
además reconciliación con Dios, consigo mismo y con los demás,
pues supone superar la ruptura radical que es el pecado.
En preparación a la celebración del Gran Jubileo del Año
2000 el Santo Padre invita a todos los miembros del Pueblo de Dios a un sincero
exámen de conciencia, que es el primer paso para una verdadera conversión:
"A las puertas del nuevo Milenio los cristianos deben ponerse humildemente
ante el Señor para interrogarse sobre las responsabilidades que ellos
tienen también en relación a los males de nuestro tiempo"(15).
II
LUCES Y SOMBRAS
17. Desde el punto de vista pastoral existen numerosos elementos que
favorecen la conversión y que actúan como fermentos de
reconciliación con Dios y con los hermanos. Es constatable un evidente
despertar religioso, bajo formas de sed de oración y contemplación,
sobre todo entre los jóvenes. La religiosidad del pueblo sigue vigorosa,
con manifestaciones de una práctica religiosa sencilla, que sabe
descubrir el núcleo esencial del misterio cristiano. Prueba de ello es la
participación de los fieles en la celebración de los sacramentos,
sobre todo del bautismo, de la Eucaristía y del matrimonio, que suelen
ser también ocasión de encuentros familiares y sociales. Dicho
despertar religioso se manifiesta además en el culto a la persona de
Cristo en sus misterios y bajo diversos títulos, acompañado de
peregrinaciones a santuarios, muchas veces en respuesta a votos y promesas. Análogamente
se percibe siempre viva la devoción a la Santísima Virgen,Estrella
de la Evangelización de América, como la llamó el Papa
Juan Pablo II, sobre todo en su advocación de Guadalupe, pero también
bajo tantos otros títulos con los que se la venera en cada país y
casi en cada región. No menos importante es también la devoción
a los santos de América y de la Iglesia universal. El afecto y la adhesión
al Vicario de Cristo, el Papa, la obediencia y respeto a los Pastores y
sacerdotes, las innumerables tradiciones y gestos en que el pueblo vuelca y
manifiesta su fe, son otros tantos signos a través de los que se hace
evidente el despertar religioso.
El empeño por la paz y por la vida, la solidaridad hacia los
marginados de la sociedad y hacia los que sufren todo tipo de enfermedad
(particularmente los enfermos de SIDA y los toxicómanos, en número
siempre creciente en estos últimos tiempos), la preocupación por
toda la creación que se manifiesta en una especial atención a los
problemas ecológicos, son otros tantos signos que preparan el camino para
el encuentro con Dios y con los hermanos.
18. Es verdad, sin embargo que existen también aspectos de sombra que
exigen conversión a la fe(16). En efecto, en la religiosidad de los
pueblos de América no faltan, a veces, elementos ajenos al cristianismo
que, en ocasiones, llegan a formar una suerte de sincretismo construído
sobre la base de creencias populares, o que en otros casos desorientan a los
creyentes desviándolos hacia sectas o movimientos pararreligiosos.
Se advierte en las sociedades, tanto del Norte como del Centro y del Sur, un
estilo de vida materialista y consumista. Sin embargo, el materialismo, lejos de
proporcionar la felicidad, produce una gran insatisfacción. Muchos
hombres y mujeres de nuestra época, movidos por el mero deseo de posesión
y disfrute de los bienes materiales, experimentan un vacío interior que
confirma aquellas palabras de San Agustín: "Nos has hecho, Señor,
para Ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en
Ti"(17). Tal inquietud, presente en todo hombre, revela la universalidad en
la búsqueda de sentido a la existencia humana que, sólo encuentra
su razón de ser, en Jesucristo revelación del Padre en el Espíritu.
Además, no debe olvidarse que, junto con el materialismo, se difunde cada
vez más una mentalidad de rechazo de la vida, antes de nacer o en su
etapa final, y un creciente recurso a la violencia y la muerte.
Por otra parte, se constata en el aspecto religioso una mentalidad
secularista que va llevando, poco a poco, a las personas hacia el relativismo
moral y hacia el indiferentismo religioso. El Papa Juan Pablo II señala,
en la Carta Apostólica Tertio millennio adveniente, este aspecto
como uno de los puntos que deben integrar el examen de conciencia en preparación
del Jubileo del 2000: "¿Cómo callar, por ejemplo, ante la
indiferencia religiosa que lleva a muchos hombres de hoy a vivir como si Dios no
existiera o a conformarse con una religión vaga, incapaz de enfrentarse
con el problema de la verdad y con el deber de la coherencia?(18).
No menos importante es la influencia de los factores anteriormente
mencionados sobre las vocaciones sacerdotales y sobre la vida y ministerio de
los presbíteros(19). El resultado es la ausencia de vocaciones y las
deserciones sacerdotales. Así, muchas comunidades se ven privadas de la
celebración de la Santa Misa, la cual es sustituída a veces por
celebraciones de la Palabra con distribución de la Eucaristía a
cargo de ministros extraordinarios o diáconos permanentes.
19. El progresivo indiferentismo religioso lleva a la pérdida del
sentido de Dios y de su santidad, lo cual a su vez se traduce en una pérdida
del sentido de lo sacro, del misterio y de la capacidad de admirarse, como
disposiciones humanas que predisponen al diálogo y al encuentro con Dios.
Tal indiferentismo lleva casi inevitablemente a una falsa autonomía moral
y a un estilo de vida secularista que excluye a Dios. De la pérdida del
sentido de Dios se sigue la pérdida del sentido del pecado, el
cual tiene su raíz en la conciencia moral del hombre. Este es el otro
gran obstáculo para la conversión.
El pecado, como revelan las fuentes bíblicas, es ante todo ruptura
con Dios, desobediencia a su Santa Ley (cf. Gn 3,1 ss; Rm
7,7-25); pero es también ruptura y división entre los hermanos (Gn
4,1-16). Para que pueda tener lugar la transformación del corazón,
ha de existir una sensibilidad hacia el pecado. "Reconocer el propio
pecado, es más,.....reconocerse pecador, capaz de pecado, es el principio
indispensable para volver a Dios (Sal 51 (50),53; Lc 15,
18.21).... En realidad, reconciliarse con Dios presupone e incluye, por
consiguiente, hacer penitencia en el sentido más completo del término:
arrepentirse, mostrar arrepentimiento..."(20).
El Papa Pío XII, en una carta dirigida al episcopado de los Estados
Unidos de Norte América, alertaba a los Pastores de la Iglesia con
aquellas proféticas palabras: "El mayor pecado del siglo es la pérdida
del sentido del pecado"(21). En la misma línea, el Papa Juan Pablo
II, en el Angelus del 14 de marzo de 1982 decía: "¿Tenemos una
idea justa de la conciencia?... El hombre contemporáneo, ¿no vive
bajo la amenaza de un eclipse de la conciencia?... ¿De un entumecimiento, o
de una "anestesia" de las conciencias?"(22).
En algunas partes un cierto abandono de la práctica frecuente del
sacramento de la penitencia no es sino la consecuencia lógica de esa
doble pérdida, del sentido de Dios y del sentido del pecado.
III
OPERADORES DE CONVERSIÓN
20. La conversión es un don que viene de Dios, "rico en
misericordia" (cf. Ef 2,4), y que se ofrece a los hombres, como
iniciativa de su amor, en Jesucristo, mediador del perdón y de la gracia.
"Porque tanto amó Dios al mundo que dió a su Hijo único,
para que todo el que crea en él no perezca, sino que tenga vida eterna"
(Jn 3,16). Es Jesucristo, el Buen Pastor, que busca a la oveja
perdida y que da su vida por el rebaño; es Él mismo quien ofrece
al hombre los múltiples caminos de conversión y reconciliación.
Él es "nuestra reconciliación", por eso exclama San
Pablo: "...todo proviene de Dios, que nos reconcilió consigo
por Cristo y nos confió el ministerio de la reconciliación. Porque
en Cristo estaba Dios reconciliando al mundo consigo, no tomando en cuenta la
transgresiones de los hombres, sino poniendo en nosotros la palabra de la
reconciliación" (cf. 2 Cor 5,18-19).
21. La Iglesia, continuadora de la obra salvadora de Cristo, ofrece
el perdón y la reconciliación. "Todo lo que el Hijo de Dios
obró y enseñó para la reconciliación del mundo, no
lo conocemos solamente por la historia de sus acciones pasadas, sino que lo
sentimos también en la eficacia de lo que Él realiza en el
presente"(23). Celebrando sus acciones litúrgicas (sobre todo
administrando el sacramento de la reconciliación), anunciando la Palabra
de Dios, orando, promoviendo la unión de corazones, fomentando la
solidaridad y testimoniando el amor de Dios, la Iglesia invita a todos los
hombres y mujeres de América a convertirse.
Los Obispos, sucesores de los Apóstoles y por lo tanto
continuadores por antonomasia de la misión del Buen Pastor, anuncian a
todos los hombres y mujeres la bondad y el perdón de Dios, y promueven la
reconciliación fraterna entre los miembros de la Iglesia particular,
entre los hermanos de otras confesiones y entre todos los hombres de buena
voluntad. Todos los demás miembros del Pueblo de Dios, presbíteros,
religiosos, religiosas y laicos, cada uno según su ministerio y
carisma, con su oración, con su palabra, con su acción y su
testimonio, son llamados a cooperar con esta misión pastoral promoviendo
siempre la renovación interior y la reconciliación entre los
hombres.
IV
CAMPOS PARA LA CONVERSIÓN
22. Así como no pueden desconocerse las consecuencias sociales de
todo pecado personal, así tampoco debe olvidarse que la conversión
personal tiene sus propios efectos en la sociedad. En este sentido, deben
considerarse atentamente los espacios de reconciliación y conversión
en el contexto de la vida social.
Un campo elemental de reconciliación y conversión es lo que,
con expresión sencilla y a la vez densa, se llama "la vida
cristiana": es decir, la vida de oración, la vida de la gracia,
la participación litúrgica y sacramental (sobre todo en los
sacramentos de la Eucaristía y de la Penitencia), el testimonio y la
asunción de un compromiso apostólico. Para ello, medio
privilegiado ha sido siempre y lo es aún hoy, la catequesis
integralmente considerada, que comprende, como enseña el Catecismo de
la Iglesia Católica, la profesión de fe, los sacramentos de la
fe, la vida de fe (los Mandamientos) y la oración del creyente(24). Los
espacios de la vida social en los que ciertamente se realiza la reconciliación
y la unión de corazones son: la familia, la parroquia, las comunidades
religiosas y los movimientos laicales, la Iglesia particular en sí misma
y en sus relaciones con las demás Iglesias particulares, el ámbito
del propio país y sus relaciones con otros países.
23. La conversión con respecto al tema del respeto a la vida humana
es otro de los aspectos sobre los cuales puede y debe trabajarse
incansablemente. El fomento de una mentalidad favorable a la vida humana, que la
respete, la estime y la acoja en todas sus fases, es una exigencia frente a la "cultura
de la muerte", que bajo distintas formas se presenta en la sociedad. La
formación de actitudes positivas en favor de la vida comienza en el
hogar, pero ha de continuar en la parroquia, en la escuela, en la universidad y
en los diversos ámbitos de la sociedad.
Como recuerda el Papa Juan Pablo II en la Carta Encíclica Evangelium
Vitae, la promoción de la vida humana, desde el punto de vista de la
fe, asume una doble dimensión, de respeto al prójimo y de
reconocimiento a Dios: "El mandamiento no matarás establece, por
tanto, el punto de partida de un camino de verdadera libertad, que nos lleva a
promover activamente la vida y a desarrollar determinadas actitudes y
comportamientos a su servicio. Obrando así, ejercitamos nuestra
responsabilidad hacia las personas que nos han sido confiadas y manifestamos,
con las obras y según la verdad, nuestro reconocimiento a Dios por el
gran don de la vida"(25).
24. Otro campo de conversión es el de los medios de comunicación
social y de los espectáculos. Este es uno de los desafíos más
urgentes, que exige de parte de la Iglesia una respuesta pastoral adecuada. Urge
educar a la gente no sólo para que use con responsabilidad cristiana
estos medios admirables y a la vez ambiguos, sino también para que sepa
emplearlos como instrumentos preciosos para conocer y anunciar la Palabra de
Dios. Aquí también se hace presente la invitación de Cristo
a un cambio interior de corazón y de actitudes. Aún cuando son
medios maravillosos de formación e información, frecuentemente son
manipulados para "desinformar" y "deformar", propagando una
mentalidad materialista y hedonista, en la que se realza la riqueza, el poder,
el egoísmo, la violencia y la sensualidad. Además, la difusión
a través de los medios masivos de comunicación social de ciertos
modelos de vida que exaltan el individualismo y atentan contra los valores de la
familia y de la fe, lleva frecuentemente a una aceptación indiscriminada
e inconsciente de tales modelos, dando lugar, de este modo, a una verdadera
infiltración cultural. Por otra parte, con la telemática, de la
que es muestra elocuente la Internet o "pista de información",
se abren a la familia humana y, por lo mismo, al Evangelio, nuevos campos y
horizontes de presencia, de comunicación y de testimonio.
25. También el campo de las estructuras sociales es un
terreno de conversión. Existen sistemas económicos organizados
de acuerdo a mecanismos de intercambios comerciales en base a préstamos
e intereses que engendran deudas enormes e impiden el desarrollo de los pueblos.
Existen ayudas condicionadas a ideologías de pequeños
grupos, liderazgos y hegemonías políticas, que no siempre se rigen
por criterios de equidad y solidaridad, sino por intereses egoístas. En
este sentido, un aspecto que reclama la conversión, lo constituye la ya
mencionada desigualdad a nivel económico entre el Norte y el Sur del
Continente, la cual interpela la fe y la conciencia humana y cristiana.
En relación a este aspecto, cabe preguntarse si existe una adecuada
difusión de la Doctrina Social de la Iglesia entre los
cristianos; y sobre todo, si se trabaja por una aplicación de la misma
ante los numerosos problemas sociales del Continente americano, tanto en el
Norte, como en el Centro y en el Sur. He aquí un gran desafío para
la Iglesia que está en América. Ella está llamada a
traducir en obras e iniciativas concretas el mandamiento del amor fraterno y el
testimonio diáfano de Cristo que se identifica con los hambrientos, los
enfermos, los desnudos, los forasteros, los encarcelados, en una palabra, con "sus
hermanos los más pequeños" (cf. Mt 25,31ss).
26. Además, el ecumenismo es otro campo fértil para la
reconciliación. En efecto, como recuerda el Concilio Vaticano II en el
decreto Unitatis redintegratio "el auténtico ecumenismo no
se da sin la conversión interior"(26). La práctica del
ecumenismo comienza, como lo recuerda el citado decreto conciliar, por una
renovación de toda la Iglesia. Esta "perenne reforma, de la que ella
(la Iglesia), en cuanto institución humana, necesita
perennemente....tiene, por tanto extraordinaria importancia ecuménica"(27).
A este respecto son muy positivas las experiencias que, acogiendo la invitación
del Concilio Vaticano II, promueven: la oración en común con los
hermanos de otras confesiones cristianas, especialmente en la celebración
de las llamadas Semanas de la Oración por la Unidad de los Cristianos; el
diálogo respetuoso a los efectos de un mejor conocimiento mutuo entre los
hermanos cristianos y los miembros de la Iglesia Católica; la formación
ecuménica de los Pastores para que, en el mencionado diálogo ecuménico,
la doctrina de la fe sea expuesta con claridad y firmeza pero al mismo tiempo
con caridad y humildad(28). Estas y otras iniciativas contribuyen en gran
medida a construir la unidad que Cristo suplicó al Padre como un don: "que
todos sean uno ... para que el mundo crea que Tu me has enviado" (Jn.
17,21).
V
RECLAMOS PARTICULARES DE CONVERSIÓN EN AMÉRICA
27. En la Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia el Papa Juan Pablo II, descubría en 1984 la existencia
de numerosas divisiones existentes entre los hombres y mujeres de nuestro
tiempo. Hablaba de un mundo "en pedazos" por las crecientes
desigualdades entre grupos, clases sociales y países; por los
antagonismos ideológicos, por la contraposición de los intereses
económicos y las polarizaciones políticas, por las varias formas
de discriminación racial, cultural o religiosa, por la violencia y el
terrorismo, por la distribución no equitativa de las riquezas del mundo y
de los bienes de la civilización, de acuerdo a una organización
social en la que la distancia en las condiciones humanas entre ricos y pobres
aumenta cada vez más. En este contexto el Santo Padre advertía que
tal situación, de alguna manera, repercutía en la Iglesia:"Además
de las escisiones ya existentes entre las comunidades cristianas... en algunos
lugares la Iglesia...experimenta en su propio seno divisiones entre sus mismos
componentes, causadas por la diversidad de puntos de vista y de opciones en el
campo doctrinal y pastoral"(29).
28. Con preocupación se constatan en el Continente americano algunoselementos
de división que constituyen otros tantos reclamos para la conversión
y la reconciliación, tanto a nivel individual como social:
- Diversas formas de discriminación racial, cultural y religiosa. A
esta realidad se suma una tendencia deshumanizadora que se difunde por losmedia,
exaltando la violencia, el erotismo, y una mentalidad subyacente contra los
valores humanos y evangélicos de los pueblos de América.
- La ignorancia religiosa de muchos fieles es causa de división, pues
muchos se apartan del único rebaño para quedar a merced de ofertas
engañosas de sectas, de ideologías ateas, de mesianismos humanos,
etc.
- Los contrastes y tensiones entre cristianos que agudizan diferencias
doctrinales y discordancias en opciones pastorales o disciplinares. La difusión
de una crisis de obediencia y de fe ante el Magisterio de la Iglesia. En algunos
casos, no faltan tensiones entre religiosos y Obispos, entre clero regular y
clero diocesano e incluso a veces entre algunos miembros del clero y el Obispo
diocesano.
- En campo social la inquietante desigualdad económica entre personas
y clases sociales, no sólo dentro de un mismo país sino también
entre los países del Norte, del Centro y del Sur del Continente.
Estos y otros aspectos han sido especialmente tratados en una reunión
convocada por la Congregación para la Doctrina de la fe que ha tenido
lugar en Guadalajara (México) entre el 6 y el 10 de Mayo de 1996. En este
encuentro de las Comisiones Doctrinales de la Conferencias Episcopales de América
Latina se ha reflexionado sobre algunos temas teológicos que emergen de
la realidad pastoral de los países representados buscando siempre
criterios iluminadores orientados a construir la unidad sobre la verdad de la
revelación y del dogma(30).
TERCERA PARTE JESUCRISTO CAMINO PARA LA COMUNIÓN
I
LA COMUNIÓN CON JESUCRISTO VIVIENTE EN LA IGLESIA
29. El encuentro con Cristo vivo conduce siempre a la conversión y a
la reconciliación con Dios y con el prójimo, culmina en la comunión
de vida con Él y fructifica en la solidaridad con los más
necesitados. En el momento en que el Pueblo de Dios que peregrina en América
se dispone, afrontando la tarea de la nueva evangelización, a celebrar el
Gran Jubileo del Año 2000, será necesario preguntarse en qué
medida los cristianos viven la comunión querida por Cristo, cuáles
son los obstáculos, las exigencias y los desafíos planteados a
partir del llamado de Cristo a la comunión en la caridad.
La comunión de los discípulos con Cristo fue una de las
peticiones que el Señor dirigió con insistencia al Padre después
de instituir la Eucaristía y el sacerdocio, y poco antes de su pasión
y de su muerte: "...como tú, Padre, en mí y yo en ti, que
ellos también sean uno en nosotros, para que el mundo crea que tú
me has enviado" (Jn 17,21-26). Él mismo expresó
bellamente esta realidad en la parábola de la vid y los sarmientos,
indicando la dimensión trintaria de la comunión: el Padre, como el
viñador, planta y cultiva la vid, que es Cristo, cuyos sarmientos son los
miembros de la Iglesia. Como los sarmientos han de permanecer unidos a la vid
para dar fruto abundante, así los cristianos han de permanecer en Cristo,
guardando su Palabra y observando sus mandamientos, sobre todo el amor fraterno.
La vid, que es imagen de la Iglesia, produce sus frutos de caridad por la acción
del Espíritu Santo operante en ella (cf. Jn 15,1- 17)(31).
Otra imagen que emplea la Sagrada Escritura para expresar la comunión
de vida con Cristo en su Iglesia, es la del cuerpo. Cristo resucitado, Cabeza de
la Iglesia, que es su Cuerpo, se identifica místicamente con sus miembros
(cf. 1 Cor 12,12-29)(32). Por la acción del Espíritu
Santo, el misterio de su muerte y de su resurrección se
hace presente en la vida actual de la Iglesia, no sólo en su conjunto,
sino también en cada uno de sus miembros, pues lo que se haga a los más
pequeños de sus hermanos - hambrientos, desnudos, enfermos, sin techo,
forasteros, encarcelados - a Él se lo hace (cf. Mt 25,34-46).
30. El rostro de Cristo sufriente y crucificado tiene, hoy en América,
los rasgos de los pobres en las inmensas ciudades, de los desempleados, de los
migrantes, de los marginados por distintas causas, de los niños no
nacidos, de los niños de la calle y de aquellos que quedan sin escuela,
de los jóvenes sin trabajo y sin guía, de las mujeres
menospreciadas y explotadas, de los ancianos abandonados, de los enfermos,
especialmente de los afectados del SIDA, de los encarcelados. Es también
el rostro de las minorías étnicas marginadas, de los indígenas
y de los afroamericanos, de los campesinos y de los habitantes de las barriadas
periféricas de las grandes ciudades, en el Norte, en el Centro y en el
Sur del Continente.
31. Sin embargo, también puede decirse que irradia en las comunidades
cristianas de América el rostro de Cristo resucitado, cuyo Espíritu
produce numerosos signos de vida nueva, vencedora del pecado, de la muerte y de
las fuerzas del mal. Testimonio de esta realidad es la santidad de tantos
miembros de la Iglesia, frecuentemente anónimos: pastores fieles a su
misión, religiosos y religiosas que ofrecen el holocausto de sus vidas
consagradas a Dios y al servicio de sus hermanos - sobre todo de los más
desamparados -, los mártires y testigos de la fe, los numerosos
misioneros que del Norte van a anunciar el Evangelio entre sus hermanos del
Centro y del Sur, así como los sacerdotes y religiosos, religiosas y
laicos del Centro y del Sur que trabajan entre sus hermanos del Norte, los
esposos fieles a la alianza matrimonial y generosos en la educación de
sus hijos, los jóvenes que participan en el compromiso apostólico
y en el servicio voluntario - como se ha visto en la respuesta alegre y
generosa a las frecuentes convocatorias del Santo Padre - los laicos que
trabajan como voluntarios y voluntarias en las organizaciones al servicio a los
necesitados, etc.
La comunión es, pues, obra de la Trinidad, querida por el Padre,
realizada por Cristo en el Espíritu Santo, y continuada en la Iglesia,
como realidad mistérica y como tarea por desarrollar en la historia. La
Iglesia va tejiendo la comunión guiada por el Espíritu en los
diversos campos de la vida del Pueblo de Dios y en la vida de la sociedad
civil(33).
II
LUCES Y SOMBRAS
32. La comunión, tal como se vive actualmente en las comunidades
cristianas de América, ofrece luces y sombras. Entre las primeras, es
oportuno recalcar el papel de las familias cristianas como verdaderas escuelas
de comunión. En el núcleo familiar las nuevas generaciones reciben
las primeras experiencias de fe y amor a Dios, así como los primeros
ejemplos de caridad hacia el prójimo. Muchas familias cristianas en América
son células vivas de comunión, que testimonian la fidelidad a
Cristo, el amor a su Palabra y la observancia de su voluntad. Ellas representan
una de las grandes esperanzas de la Iglesia para la nueva evangelización.
La vida consagrada en el Continente americano, aunque no carece de
dificultades, es también un testimonio de comunión, que se
manifiesta en la vida en común así como también en una
actitud comunitaria hacia los miembros de la Iglesia particular y universal.
Los religiosos y religiosas, y los miembros de Sociedades de Vida Apostólica
y de Institutos Seculares, poniendo la singulari dad y diversidad del propio
carisma al servicio del único Cuerpo que es la Iglesia, fortalecen los vínculos
de comunión eclesial(34). Como recuerda el Papa Juan Pablo II en la
Exhortación Apostólica post-sinodal Vita consacrata, los
consagrados tienen una importante misión en el seno de la Iglesia: "Las
personas consagradas han de ser pregoneras entusiastas del Señor en todo
tiempo y lugar, y estar dispuestas a responder con sabiduría evangélica
a los interrogantes que hoy brotan de la inquietud del corazón humano y
de sus necesidades más urgentes"(35).
Otro aspecto de luz es la vida de tantos sacerdotes, que "existen y actúan...personificando
a Cristo, Cabeza y Pastor" (36) y así edifican, con su abnegada
labor cotidiana, la comunión en las Iglesias particulares, aportando cada
uno su propio don y ministerio, en el anuncio de la Palabra, en la administración
de los sacramentos y en la conducción pastoral de la comunidad
parroquial.
Son también constructores de comunión los laicos que, en
virtud de su unción bautismal, asumen su compromiso apostólico en
la Iglesia y en la sociedad civil. En efecto, cuantos con responsabilidad
cristiana cumplen sus deberes en la familia, en el trabajo, en la defensa de las
causas del hombre, en los campos de los medios de comunicación social,
del pensamiento, de la política, de la economía, y del trabajo en
general, santifican el mundo y construyen la comunión. Por esto dice la
Carta a Diogneto: "los cristianos son en el mundo lo que el alma es en el
cuerpo"(37).Todos los hombres de buena voluntad que trabajan por el bien
común, por el progreso de los pueblos, por la cultura, por la justicia y
la paz, contribuyen también a construir la comunión querida por
Dios entre todos los miembros de la familia humana.
Signos de esa comunión viva entre los miembros de la Iglesia y de la
sociedad son además: una cada día más aguda sensibilidad
ante los problemas de injusticia social, en el campo económico, político
y cultural; el anhelo por una legítima liberación y promoción
de toda la persona y de todas las personas y grupos humanos; el estudio y la
aplicación siempre más amplios y esclarecedores de la Doctrina
Social de la Iglesia, así como el ejercicio de la solidaridad no sólo
en ámbito regional y nacional, sino también internacional.
33. No faltan las dificultades y obstáculos para la vivencia práctica
de la comunión en las realidades eclesiales de América. Por
ejemplo, no siempre hay ocasión ni espacio para el diálogo entre
los diversos miembros de la Iglesia. Asimismo, muchas veces se echa de menos una
colaboración pastoral a través de organismos eficaces. En el
Pueblo de Dios no faltan tensiones y fricciones. Dentro de la misma Iglesia, no
favorece la comunión la crisis de obediencia al Magisterio de la Iglesia,
que se manifiesta en tantos modos: algunas posiciones teológico-pastorales
sobre ciertos problemas, las disensiones de algunos teólogos, las
actitudes de grupos o personas que, no obstante autoproclamarse "católicos",
están en abierta contradicción con las enseñanzas de la
Iglesia, ya sea en materia moral como en ciertos aspectos del dogma.
Algunos miembros del Pueblo de Dios, no están firmemente radicados en
la fe, y por este motivo las sectas, con su proselitismo engañoso, los
desorientan y los apartan de la verdadera comunión en Cristo. Además,
el multiplicarse de supuestas "apariciones" o ""visiones"
siembra confusión entre los miembros de la Iglesia y delata carencias de
bases sólidas de fe y vida cristiana. Estos aspectos negativos, por otra
parte, revelan una cierta sed por las cosas espirituales que, adecuadamente
encauzada, puede ser el punto de partida para una conversión a la fe en
Cristo.
34. En la sociedad contemporánea no faltan agentes erosionadores de
la comunión, que se manifiestan especialmente en el predominio de
anti-valores, como el materialialismo, el egoísmo y el hedonismo. Crece,
además, el subjetivismo que se expresa a menudo en una actitud
contestataria frente a la autoridad, ya sea la de la Iglesia, o bien la de
cualquier otro tipo de institución: familiar, educativa o civil. Entre
las familias, aún cristianas, se verifica un debilitamiento de los
valores religiosos; un relativo aumento de las separaciones o incluso de
divorcios; así como también se constata el fenómeno del
creciente número de hijos nacidos fuera del matrimonio. Por último,
no puede dejar de aludirse a una cierta "cultura de muerte", que se
extiende con la práctica siempre más frecuente del aborto y la
tendencia potencial hacia la eutanasia. La falta de una actitud positiva
respecto a la vida se expresa tanto en la reducción del número de
los nacimientos como en una segregación de los ancianos del núcleo
familiar y de la sociedad.
III
OPERADORES DE COMUNIÓN
35. El Espíritu Santo, principio de comunión en la Iglesia, "fue
enviado en Pentecostés a fin de santificar indefinidamente a la Iglesia y
para que, de este modo, los fieles tengan acceso al Padre por medio de Cristo en
un mismo Espíritu"(38). Es Él quien guía la Iglesia "hasta
la verdad completa" (Jn 16,13) y la unifica en
comunión y ministerio. Es Él quien la provee y gobierna con
diversos dones jerárquicos y carismáticos y la embellece con sus
frutos (cf. Ef 4,11-12; 1 Cor 12,4). La comunión de los
fieles con el Espíritu Santo y entre sí fue una de las súplicas
más insistentes que Cristo dirigió al Padre después de
instituir la Eucaristía y antes de ir a la pasión (cf. Jn
17,21-26). Los hombres y mujeres de América en la medida en que creen en
Cristo, se esfuerzan por ser operadores de comunión, permaneciendo en su
amor y observando su Palabra, sobre todo en la práctica de la caridad
fraterna. Los miembros del Pueblo de Dios en América, cada uno desde la
propia vocación, son llamados a construir la comunión practicando
la bienaventuranza de Cristo: "bienaventurados los que trabajan por la paz,
porque ellos serán llamados hijos de Dios" (Mt 5,9).
36. Los Obispos, como sucesores de los Apóstoles, son "individualmente
el principio y fundamento visible de unidad en sus Iglesias particulares,
formadas a imagen de la Iglesia universal"(39). Por tanto, ellos han de ser
los primeros artífices de comunión, viviendo la unidad con el
Romano Pontífice, sucesor de San Pedro, y con los demás miembros
del Colegio Episcopal. Asimismo, promoviendo y defendiendo la unidad de fe y la
disciplina común de toda la Iglesia y fomentando entre los fieles el amor
a todo el Cuerpo Místico de Cristo - especialmente a los pobres, a los
que sufren, a los que son perseguidos por causa de la justicia y a todos
aquellos que el Señor ha llamado "bienaventurados" (cf. Mt
5,1-12)(40) - los Obispos son operadores de comunión en sus respectivas
Iglesias particulares. Ellos también son operadores de comunión a
nivel de la Iglesia universal.
37. La realidad muestra que es múltiple y fecundísima la
irradiación de la comunión dentro de las Iglesias particulares: el
Obispo con su presbiterio, los sacerdotes entre sí y con
los laicos. Los religiosos y las religiosas, insertando
armoniosamente el propio carisma en la vida y la pastoral de la diócesis,
en diálogo con los demás miembros de la Iglesia local y en
obediencia al Obispo diocesano, también se integran en esta fecunda
estructura de comunión eclesial.
La Iglesia que está en América está viviendo un momento
histórico importante al celebrar por primera vez la Asamblea Especial del
Sínodo de los Obispos que congrega a Pastores de las Iglesias
particulares del Continente. El Pueblo de Dios en América y toda la
Iglesia universal ven con esperanza esta Asamblea Especial con miras a hacer
efectiva la comunión en los diversos ámbitos de la vida eclesial y
social.
38. Los laicos tienen, a su vez, la misión de construir la
comunión en el horizonte amplio de sus actividades en el mundo. En virtud
de su consagración bautismal y de la misión de dar testimonio del
Evangelio, reforzada en modo especial con el sacramento de la confirmación,
los laicos aportan su propio carisma al crecimiento de todo el Cuerpo Místico
que es la Iglesia. Ellos llevan el fermento nuevo del Evangelio en medio de las
actividades temporales, ya sea con su testimonio de vida cristiana y de caridad
en la familia, ya sea promoviendo el respeto y la convivencia en la sociedad
civil. Acogida de migrantes y extranjeros, ayuda a grupos minoritarios
marginados, compromiso en las causas de la paz, de la vida, de la defensa de los
derechos humanos y del respeto hacia la creación, son algunas de las
tantas expresiones concretas a través de las cuales los laicos hacen
visible y efectiva la comunión en la Iglesia y en la sociedad.
La familia, "iglesia doméstica" e imagen de la
Trinidad, es operadora de comunión, porque en ella se aprende a amar a
Dios y al prójimo. "Todos los miembros de la familia, cada uno según
su propio don, tiene la gracia y la responsabilidad de construir, día a día,
la comunión de personas, haciendo de la familia una escuela de humanidad
más completa y más rica" (41).
También los jóvenes en América han dado y
siguen dando pruebas de vitalidad renovadora asumiendo un espacio en el tejido
de este gran tapiz de comunión entre los hombres. Ellos, con su
entusiasmo y sinceridad, con su capacidad de amistad y de servicio a las grandes
causas, construyen la comunión insertándose a través de las
nuevas generaciones en la vida de la sociedad.
39. La mujer está especialmente dotada por su genio femenino
para ser constructora de comunión: en la familia como espacio de amor,
encuentro y reconciliación, en la sociedad como promotora de ayuda y
servicio a quien tiene necesidad, en la vida consagrada como testimonio de amor
a Dios y de disponibilidad al servicio de los demás, en la vida cultural,
profesional y política como portadora de humanidad y sensibilidad, de
paciencia y serenidad. Muy justamente el Papa Juan Pablo II, en su Carta a
las Mujeres, del 29 de junio de 1995, escribía una bella acción
de gracias a todas las mujeres del mundo, que, en modo particular, las mujeres
de América han demostrado merecer, con el testimonio de la propia vida: "Te
doy gracias, mujer-madre, que te conviertes en seno del ser humano con la alegría
y los dolores de parto de una experiencia única, la cual te hace sonrisa
de Dios para el niño que viene a la luz y te hace guía de sus
primeros pasos, apoyo de su crecimiento, punto de referencia en el posterior
camino de la vida. Te doy gracias, mujer-esposa, que unes irrevocablemente tu
destino al de un hombre, mediante una relación de recíproca
entrega, al servicio de la comunión y de la vida. Te doy gracias,
mujer-hija y mujer-hermana, que aportas al núcleo familiar y también
al conjunto de la vida social las riquezas de tu sensibilidad, intuición,
generosidad y constancia. Te doy gracias, mujer-trabajadora, que participas en
todos los ámbitos de la vida social, económica, cultural, artística
y política, mediante la indispensable aportación que das a la
elaboración de una cultura capaz de conciliar razón y sentimiento,
a una concepción de la vida siempre abierta al sentido del "misterio",
a la edificación de estructuras económicas y políticas más
ricas de humanidad. Te doy gracias, mujer- consagrada, que a ejemplo de la más
grande de las mujeres, la Madre de Cristo, Verbo encarnado, te abres con
docilidad y fidelidad al amor de Dios, ayudando a la Iglesia y a toda la
humanidad a vivir para Dios una respuesta "esponsal", que expresa
maravillosamente la comunión que Él quiere establecer con su
criatura. Te doy gracias, mujer, ¡por el hecho mismo de ser mujer! Con la
intuición propia de tu femineidad enriqueces la comprensión del
mundo y contribuyes a la plena verdad de las relaciones humanas" (42).
La mujer ocupa en la vida de la Iglesia un papel insustituible que,
lamentablemente, no siempre es actualmente comprendido en toda su verdadera
dimensión. Probablemente por este motivo, han surgido ciertos
movimientos, sobre todo entre algunos fieles de las Iglesias particulares en América
del Norte, que piden la aceptación por parte de la Iglesia Católica
del orden sagrado para la mujer. El Magisterio de la Iglesia se ha expresado
reiteradas veces en relación a este tema intentando hacer comprender, no
sólo la imposibilidad de cambiar la voluntad precisa de Jesucristo sobre
este aspecto, sino también la riqueza y las innumerables posibilidades de
la participación de la mujer en la vida y la misión de la Iglesia
(43).
IV
CAMPOS Y CAMINOS PARA LA COMUNIÓN
40. La Iglesia, continuadora de la obra de Cristo, es también ella
misma, misterio de comunión y unidad. Ella es grey de Cristo, labranza de
Dios, vid mística plantada por Dios, edificio de Dios, familia y Pueblo
de Dios y, sobre todo, Cuerpo Místico de Cristo, imágenes todas
que recordó el Concilio Vaticano II(44). Ella tiene la misión de
continuar y actuar la obra de comunión iniciada por Cristo, de vivir y
construir la comunión entre los discípulos de Cristo y entre todos
los hombres, pues "la Iglesia es en Cristo como un sacramento, o sea signo
e instrumento de la unión íntima con Dios y de la unidad de todo
el género humano" (45).
Los caminos para extender esta comunión, bajo la guía
del Espíritu, son ante todo los sacramentos, que significan y
producen la gracia y la unión vital con Cristo. De aquí que, en la
nueva evangelización en América, tiene una importancia primordial
la vida litúrgica de las comunidades cristianas. En efecto, la
Eucaristía es la cumbre y la fuente de toda la vida de la Iglesia(46): "Porque
aún siendo muchos, un solo pan y un solo cuerpo somos, pues todos
participamos de un solo pan" (1 Cor 10,17). Es un signo muy
positivo que en muchas comunidades se fomenta la participación litúrgica
consciente y activa de los fieles, y se trata de recuperar el sentido religioso
del Día del Señor, para orar al Padre en el Espíritu, como
nos enseñó Jesús, para rendir al Dios uno y trino el culto
que le es debido como Creador, Redentor y Santificador. De este modo, el domingo
sigue siendo no sólo un día festivo y de reposo, sino también,
y sobre todo, un día de culto, de oración y de adoración.
De la celebración de la Eucaristía dominical los fieles salen
fortalecidos y estimulados para dar testimonio de Cristo ante el mundo y para
realizar obras de caridad y solidaridad.
41. El vínculo principal con que se manifiesta la comunión en
el Pueblo de Dios es el de la fe: "Un solo Señor, una sola fe, un
solo bautismo" (Ef 4,5). La fe del Pueblo de Dios está
siendo hoy debilitada por múltiples factores: la mentalidad secularista,
el materialismo, el relativismo, la agresividad y proselitismo de las sectas, la
falta de formación religiosa de algunos fieles. De aquí que la
educación en la fe del Pueblo de Dios sea una de las prioridades
urgentes de la Iglesia en América. Para ello se promueve el anuncio
de la Palabra en todos sus niveles: catequesis de niños, de jóvenes
y de adultos, enseñanza de la religión en escuelas primarias,
medias y superiores, cursos sobre temas religiosos para seglares en
universidades y centros de cultura superior(47).
En este empeño por la catequesis, debidamente adaptada, ocupan un
lugar especial entre los destinatarios de aquellas categorías de personas
que más influyen en la sociedad: políticos, financieros,
empresarios, intelectuales, operadores del espectáculo y de los medios de
comunicación social. El ejemplo de Cristo, que dirige su Palabra a todos
los hombres y mujeres, pobres y ricos, letrados e ignorantes, niños y
adultos, marca la pauta al evangelizador.
La educación en la fe está intrínsecamente unida a la
educación en la caridad. Por eso, otro campo donde se cultiva la comunión
es la práctica del amor fraterno, que incluye entre tantos otros
aspectos: el servicio de la caridad, la promoción social de los más
necesitados, el diálogo a todos los niveles, con los miembros de la
comunidad eclesial, pero también con todos los hombres de buena voluntad.
Un puesto importante en la práctica del amor entre hermanos lo ocupa la
cooperación intereclesial como expresión de la caridad entre las
Iglesias particulares: cooperación en recursos humanos y materiales,
comunica ción de valores culturales, cooperación a través
de iniciativas pastorales comunes, solidaridad entre las diversas Iglesias
locales de un mismo país y también más allá de las
fronteras nacionales.
42. El ecumenismo es también un campo privilegiado para el
ejercicio de la comunión. Esta dimensión de la pastoral, más
o menos desarrollada por iniciativa de diversas Iglesias particulares en el
Continente, es una respuesta al deseo y a la súplica de Cristo al Padre, "que
todos sean uno, como tú, Padre en mí y yo en ti" (Jn
17,21). Por la oración, por el diálogo respetuoso y sincero que
privilegia siempre la lealtad y la verdad, por la cooperación en campo
social, ecológico y caritativo, y a través de iniciativas de paz,
se va construyendo la unidad del Pueblo de Dios.
La Iglesia Católica en América, confiando en el Espíritu
Santo, fuente de unidad y de verdad, no cesa de hacerse promotora de iniciativas
orientadas a fomentar el diálogo ecuménico. Aunque la exigencia
de comunión es la misma para toda la Iglesia, el mencionado diálogo
ecuménico es llevado a cabo teniendo presente las diversas situaciones.
En países en que tradicionalmente la inmensa mayoría del pueblo es
católico (como los países latinoamericanos) las iniciativas ecuménicas
se llevan a cabo con mucha prudencia, evitando que comprometan la clara adhesión
de los fieles a la doctrina de la Iglesia, a la frecuencia a la vida litúrgica
y sacramental, así como la participación en tradiciones y actos
que expresan la propia religiosidad. En países donde tradicionalmente los
católicos han convivido con otras confesiones (como son los del Norte y
algunos de las Antillas) las iniciativas y la cooperación con miembros de
otras confesiones se realizan con más facilidad y evidencia. Un ejemplo
de esta mayor intercomunicabilidad con otras confesiones lo constituye la
iniciativa de Obispos del Caribe, que han contribuído a la fundación
del único organismo ecuménico existente en esa región.
V
METAS Y DESAFÍOS
43. Para poder cumplir la misión de construir la unidad y la comunión,
La Iglesia que está en América se propone varias metas, que son
otros tantos desafíos para su fe, su esperanza y su caridad, para su
coraje y su operosidad. Entre estas metas está el promover la santidad
de sus miembros, impulsar la misión, trabajar por la inculturación
y contribuir a la realización de la unidad y de la paz.
La Iglesia, indefectiblemente santa, porque el Hijo de Dios la amó
como a su Esposa entregándose a sí mismo por ella para
santificarla (cf. Ef 5,25-26) y la enriqueció con el don del Espíritu
Santo para gloria de Dios, invita a todos los fieles de cualquier estado o
condición a la plenitud de la vida cristiana y a la perfección de
la caridad(48). En realidad, es sobre todo a través de la santidad como
la Iglesia lleva a cabo la obra de la salvación de los hombres. En los
santos y santas, en los mártires y los confesores de la fe, la Iglesia
que está en América ve los frutos más eximios de la obra de
Cristo y los mejores instrumentos de la nueva evangelización. La Iglesia
que peregrina en América recuerda con gratitud y veneración sus
santos y santas, fieles testigos de Jesucristo Salvador y Evangelizador: los
Santos mártires Juan de Brebeuf, Isaac Jogues y sus compañeros,
Santa Rosa de Lima, Santo Toribio de Mogrovejo, Santa Frances Xavier Cabrini,
San Martín de Porres, Santa Elizabeth Ann Seton, San Juan Macías,
Santa Rose Philippine Duchesne, San Ezequiel Moreno, San Pedro Claver, San
Francisco Solano, Santa Teresa de Los Andes, Santa María Ana de Jesús
Pareres y Flores, los beatos Kateri Tekawitha, Junipero Serra, Katherine Drexel,
Juan Diego, Miguel Pro y Rafael Guizar y Valencia, y tantos otros santos y
beatos que han dado testimonio del Evangelio en América. Todos ellos
desde el cielo sostienen la fe y la vida del Pueblo de Dios que peregrina en la
tierra, confirmando que la llamada a la santidad sigue representando una de las
metas y desafíos más importantes para la comunión de la
Iglesia que está en América.
44. De la catolicidad y universalidad de la Iglesia se deduce que la misión
y el anuncio del Evangelio a todas las gentes es una de las tareas esenciales.
Todos, Pastores y fieles, deben sentir como propio el deber de la misión,
ya sea dentro de la propia Iglesia particular, ya sea más allá de
sus confines. Signo de vitalidad y autenticidad de la fe cristiana en el
Continente son los numerosos misioneros y misioneras que, partiendo de lugares más
ricos en vocaciones, han trabajado generosamente, y siguen trabajando aún,
en regiones donde el anuncio del Evangelio no ha sido tan fecundo. El
intercambio de dones, comenzando por los dones vivos y personales, como son los
sacerdotes y los religiosos, constituye una aplicación concreta del
principio de comunión entre las Iglesias particulares(49). La creciente
conciencia en América, tanto en el Norte como en el Centro y en el Sur,
de que la fe se robustece transmitiendo el anuncio también más allá
de las propias fronteras, da nueva vida y abre nuevos caminos a la pastoral en
todo el Continente.
45. La cultura, ha adquirido en nuestros días una importancia
de primer orden, pues siendo fruto y, a la vez, causa de la formación y
elevación del hombre, es al mismo tiempo un campo fecundo para la
evangelización y, por lo tanto, para la comunión. La cultura,
comprende no sólo aquellas realidades que desarrollan en el hombre sus
innumerables cualidades espirituales y corporales, sino también los
distintos estilos de vida y los diversos valores de los pueblos que logran hacer
más humana la vida social(50). Para que la evangelización sea
realmente eficaz, será necesario que alcance las raíces de la
cultura, como sugería el Papa Pablo VI, para transformar con la fuerza
del Evangelio "los criterios de juicio, los valores determinantes, los
puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuentes
inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad que están en contraste
con la Palabra de Dios y con el designio de salvación"(51).
En América, formada por innumerables pueblos, se dan también múltiples
culturas. Tal multiplicidad, lejos de empobrecerla, la enriquece. Así
como cada persona tiene una propia alma, así analogamente cada pueblo
tiene su propia forma espiritual que se expresa en categorías culturales.
América se engalana con el espléndido manto de las diversas
culturas de sus pueblos: indígenas, afroamericanos, mestizos, criollos,
europeos, asiáticos y otras minorías étnicas. En este
mosaico tienen también su puesto lo que podríamos llamar las "culturas
modernas" y "postmodernas" del presente, con sus numerosos
valores, como la libertad, la democracia, la participación, la igualdad,
la solidaridad, el progreso y el saber científico y técnico.
Una nueva evangelización ha ya comenzado allí donde se trabaja
por anunciar la Buena Noticia respetando la cultura, para que ésta, una
vez evangelizada, traduzca en su propio lenguaje el mensaje del Evangelio. Es el
llamado proceso de inculturación. Para que tal proceso tenga
lugar adecuadamente, la evangelización debe seguir los pasos del misterio
de Cristo: encarnación, pascua y pentecostés. Por la encarnación,
el Verbo de Dios entra en la realidad humana, la asume y se expresa en ella;
por la pascua, todo cuanto hay de caduco y pecaminoso en la existencia humana,
se purifica y renace a vida nueva; por pentecostés la vida humana y
cristiana, en la multiplicidad y diversidad de pueblos, lenguas y formas
culturales, se transforma por el Espíritu en expresión del
misterio de la unidad de la fe. En efecto, la Iglesia, al acoger la diversidad
de pueblos y culturas, las asume, la purifica y las unifica, llevándolas
a la confesión de una misma fe y a la experiencia de una misma vida en la
caridad.
46. Por otro lado, la Iglesia, para poder congregar efectivamente las
diversas culturas en la unidad, debe ella misma trabajar incansablemente por
alcanzar la unidad entre sus hijos: Pastores con su grey, Obispos con su
presbiterio, sacerdotes con sus Pastores; sacerdotes entre sí y con los
fieles, sacerdotes con religiosos, los movimientos laicales entre sí y
con las estructuras eclesiales de la respectiva Iglesia particular, teólogos
con Pastores, Iglesias particulares entre sí, a nivel regional, nacional,
continental. Por eso el Papa Juan Pablo II dice: "Entre los pecados que
exigen un mayor compromiso de penitencia y de conversión han de citarse
ciertamente aquellos que han dañado la unidad querida por Dios para su
Pueblo"(52).
Vasto campo de trabajo en favor de la comunión es el que tiene
delante de sí cada comunidad cristiana en su propia Iglesia particular.
En este sentido, es sumamente precioso el esfuerzo que cada uno pueda hacer
dentro de su propia comunidad para suavizar tensiones y discrepancias en el
campo doctrinal y pastoral, evitando así exacerbar diferencias étnicas,
culturales o nacionales. De las comunidades cristianas de América también
deberían decir los hombres de nuestro tiempo lo que se decía de
las primeras comunidades cristianas: "mirad cómo se aman", al
ver que en ellas y entre ellas existe una sola alma y un solo corazón por
la fe en Cristo, por el amor fraterno y por la solidaridad hecha obra.
47. La gran tarea de construir la paz y de llegar a hacer de la
humanidad una gran familia es un desafío ineludible para los hombres y
mujeres de fe de nuestro tiempo(53). Para ello, han de trabajar juntos católicos
y miembros de otras confesiones cristianas, por el diálogo ecuménico
paciente, sincero, fundado en la verdad, en la caridad y en la oración.
Además, es laudable la apertura al diálogo con los creyentes de
religiones no cristianas, sobre todo con judíos y musulmanes, así
como también con miembros de otras religiones que creen en un Dios único.
Finalmente, el gran desafío de la paz y la unidad supone también
una disposición al diálogo con todos los hombres de buena
voluntad.
Para alcanzar esta meta, que responde al designio de Dios en Cristo, el
camino es largo y laborioso. Se trata de un trabajo que implica diversas etapas
orientadas a la formación de comunidades intermedias, a nivel regional,
nacional e internacional. La tendencia histórica a formar comunidades de
pueblos, a nivel nacional, y comunidades de naciones, a nivel internacional y
continental, es señal de esa aspiración de la humanidad a
reconocerse como una grande y única familia.
Por otro lado, es ya un hecho la unidad que están obrando los medios
de comunicación social, los cuales van logrando, poco a poco, hacer de
nuestro planeta una "aldea global". Basta sólo pensar en la "Internet"
(como pista de información y comunicación internacional) y en la
programación de ciertas actividades a nivel internacional, como el
turismo, el deporte, la cultura, la ciencia, la técnica, el comercio, la
economía, etc. Estos y otros son signos de una marcha lenta, pero
grandiosa e imposible de detener, que contribuye a la unidad de la familia
humana. Usando todos los elementos mencionados que promueven la unidad, la
Iglesia prepara el encuentro con Cristo. Cuando Él haya reunido en su
Cuerpo resucitado a todos sus miembros, entonces entregará el Reino al
Padre y Dios será todo en todos (cf. 1 Cor 15,24-28). Esta es
una grandiosa tarea y un enorme desafío que tiene delante de sí la
Iglesia en América: trabajar por la comunión mientras se dispone a
cruzar el umbral del Tercer Milenio de la era cristiana.
CUARTA PARTE JESUCRISTO CAMINO PARA LA SOLIDARIDAD
I
LA SOLIDARIDAD NACE DE LA COMUNIÓN
48. La comunión, rectamente entendida y vivida, es el preámbulo
natural y como la raíz de la solidaridad. San Juan, el discípulo
amado, recogió muy bien el espíritu y la enseñanza del
Maestro: "Y este es su mandamiento: que creamos en el nombre de su Hijo,
Jesucristo, y que nos amemos unos a otros tal como nos lo mandó. Quien
guarda sus mandamientos, permanece en Dios y Dios en él" (1
Jn 3, 23-24).
Si la práctica de este mandamiento del amor fraterno ha sido a lo
largo de los dos mil años pasados el principio de transformación
de las sociedades, hoy, en el umbral del Tercer Milenio, sigue teniendo la misma
validez y fuerza para renovar la sociedad en América. En efecto, gran
parte de los problemas que hoy afligen a diversos pueblos en el Continente
tienen su origen en causas económicas y sociales coyunturales que pueden
ser superadas si cada cual, personas o grupos humanos e incluso Estados, aplican
el principio de la solidaridad. Lo que en otros tiempos se hacía con
personas individuales, hoy ha de realizarse con pueblos y aún con
naciones enteras, dada la actual interdependencia económica, cultural y
política.
49. La Doctrina Social de la Iglesia, ese cuerpo de principios deducido por
el Magisterio de las enseñanzas de la Palabra de Dios (con especial
referencia a la virtud de la justicia y a la de la caridad fraterna), así
como también de las exigencias del derecho natural y del análisis
de la situación histórica concreta, presenta una idea integral del
hombre, de la justicia, del desarrollo y de la solidaridad(54).
Todo hombre, en cuanto creado por Dios a su imagen y semejanza, está
llamado a participar de la vida divina en Cristo. La creatura humana tiene un
cuerpo y un alma, y por lo tanto experimenta necesidades y aspiraciones para su
plena realización, tanto a nivel material e histórico, como al más
alto nivel espiritual y trascendente. De ahí que, cuando se hable de promoción
y desarrollo del hombre, se recalque que éstos han de ser de"todo
el hombre", pues "no sólo de pan vive el hombre, sino también
de toda palabra que sale de la boca de Dios" (cf. Dt 8,3; Mt
4,4). El hombre es la medida y el centro de toda actividad económica, política,
social y cultural. Por lo mismo, se habla de un desarrollo integral en
el sentido del paso de "condiciones menos humanas" a "condiciones
más humanas": pan, vestido, casa, trabajo, instrucción,
libertad, apertura a Dios y a Jesucristo(55). Se habla también de undesarrollo
auténtico, es decir "mas humano, el cual - sin negar las
necesidades económicas - procure estar a la altura de la auténtica
vocación del hombre y de la mujer"(56).
50. El ser humano, creado por Dios varón y mujer - con una
fundamental igualdad, aunque con sus respectivas peculiaridades y dones - fue
puesto en el mundo para formar una familia y vivir en sociedad. Por lo
tanto, no puede pretender desarrollarse y realizarse al margen de los demás;
pero por otra parte, el Creador ha querido al hombre y a la mujer por sí
mismos. Esto significa que, aunque Dios los haya creado como miembros de una
comunidad, el problema social implica necesariamente el desarrollo integral del
hombre y de la mujer. De aquí brota el deber constante de la solidaridad
entre individuos, grupos y pueblos para que hombres y mujeres puedan alcanzar la
propia realización de acuerdo al plan de Dios(57).
El hombre y la mujer desfiguraron la imagen primigenia de hijos de Dios al
pecar contra los preceptos divinos. Pecando se apartaron de Dios y se introdujo
en sus corazones el egoísmo, origen de tantos pecados de injusticia y de
prepotencia contra el prójimo. Cristo, con su gracia redentora renueva al
hombre y a la mujer y les marca el camino de la justicia y del amor que se
expresa concretamente en la solidaridad. Ella nace de la comunión y
afinca sus raíces en la unión con Cristo, con el Padre y con el
Espíritu Santo. En efecto, dice San Juan en su Primera Epístola: "Si
caminamos en la luz, estamos en comunión unos con otros , y la sangre de
su Hijo Jesús nos purifica de todo pecado" (1 Jn 1,7), pues "este
es el mensaje que habéis oído desde el principio: que nos amemos
unos a otros" (1 Jn 3,11). "Quien dice que está en la
luz y aborrece a su hermano está aún en las tinieblas. Quien ama a
su hermano, permanece en la luz y no tropieza" (1 Jn 2,9-10).
La caridad y la solidaridad son exigencias de una fe operosa, pues de lo
contrario, como dice el Apóstol Santiago, "¿De qué
sirve, hermanos míos, que alguien diga: 'tengo fe', si no tiene obras? ¿Acaso
podrá salvarle la fe? Si un hermano o una hermana están desnudos y
carecen del sustento diario, y alguno de vosotros le dice. 'Idos en paz,
calentaos y hartaos', pero no les dais lo necesario para el cuerpo, ¿de qué
sirve? Así también la fe, si no tiene obras, está realmente
muerta" (St 2,14-17).
51. Ante las necesidades de muchos hombres y mujeres en América
muchos otros hermanos despiertan de la indiferencia, de la pasividad y de la
resignación fatalista para ponerse activamente en actitud de servicio.
Cristo les da la seguridad y les indica el camino: "¡ánimo!, Yo
he vencido al mundo" (Jn 16,33). En efecto, Él venció
el pecado con la grandeza y el realismo de su amor hasta el sacrificio de sí,
en generoso espíritu de servicio: el Hijo del hombre ha venido no para
ser servido "sino a servir y dar la vida en rescate por muchos" (Mc
10,45). Del mismo modo que Jesús, el Señor y Maestro, ha lavado
los pies a sus discípulos como signo de amor y humildad, los cristianos
están llamados a expresar la comunión fraterna en el servicio
solidario unos en favor de los otros (cf. Jn 13,1ss). Este amor, que se
manifiesta en el servicio solidario y es el testimonio más eficaz de la
evangelización, encierra en sí mismo toda la potencia capaz de
transformar verdaderamente la sociedad. Es un amor fundamental mente oblativo y
de servicio, no de palabra ni de mero sentimiento. Es un amor que lleva a la
persona a salir de sí, a dejar su comodidad, a superar sus egoísmos,
y a servir a Cristo en sus hermanos que padecen necesidad. Es un amor solidario
que, en definitiva, determinará el destino eterno personal: "cuanto
hicisteis a uno de estos hermanos míos más pequeños, a mí
me lo hicisteis... En verdad os digo que cuanto dejasteis de hacer con uno de
estos más pequeños, también conmigo dejasteis de hacerlo"
(Mt 25, 40.45).
52. La Iglesia que está en América, sobre todo en los países
en vias de desarrollo, ha manifestado siempre una especial solicitud por
responder a las necesidades de los pobres, haciéndose de este modo eco
del mensaje y de la vida de Jesucristo, que siendo rico se hizo pobre por
nosotros, para enriquecernos mediante su pobreza (cf. 2 Cor 8,9). Esta
especial preocupación ha estimulado la reflexión teológica
que, como justamente señala la Instrucción de la Sagrada
Congregación para la Doctrina de la Fe sobre algunos aspectos de la "Teología
de la Liberación", se apoya sobre tres pilares: la verdad sobre
Jesucristo, la verdad sobre la Iglesia y la verdad sobre el hombre(58). Por lo
mismo, la experiencia del amor preferencial por los pobres debe interpretarse a
la luz de la experiencia misma de la Iglesia, la cual brilla con singular
esplendor en la vida de los santos(59) . De ahí que, para iluminar la
vida pastoral y la reflexión teológica, la segunda instrucción
de la Congregación para la Doctrina de la Fe sobre el mismo tema de la
teología de la liberación, indica que es indispensable mantener
una clara distinción y al mismo tiempo una justa y necesaria interrelación
entre evangelización y promoción de la justicia: "La Iglesia
pone todo su interés en mantener clara y firmemente a la vez la unidad y
la distinción entre evangelización y promoción humana:
unidad, porque ella busca el bien total del hombre, distinción, porque
estas dos tareas forman parte, por títulos diversos, de su misión"(60).
Será importante tener presente que la misión de la Iglesia que
está en América, cuyo objetivo es la auténtica liberación
del hombre contemporáneo, sometido a duras opresiones y ansioso de
libertad, no sólo se extiende a los países menos desarrollados del
Centro y del Sur del Continente, sino que también comprende el área
geográfica de los países más desarrollados del Norte, donde
nacen nuevas formas de pobreza y esclavitud a partir del mismo fenómeno
del desarrollo industrial y tecnológico: la decadencia moral, la corrupción,
la extrema pobreza y soledad de algunas personas que viven en centros urbanos
densamente poblados, la delincuencia y la violencia juveniles, una cierta
esclavitud generada por el cosumismo y el materialismo, la marginación
social de algunos grupos dentro de las grandes ciudades, etc.
II
ALGUNOS PROBLEMAS SOCIALES URGENTES Y SUS CAUSAS
53. Son numerosos y complejos los problemas que, en campo social, hoy ha de
afrontar la Iglesia en América. También son varias las ocasiones
en que los Obispos en América, reunidos en asambleas episcopales a nivel
nacional y continental, se han ocupado de estos problemas, tratándolos en
diversos documentos, como por ejemplo: La Iglesia en la actual transformación
de América Latina a la luz del Concilio (Medellín, 1968), La
evangelización en el presente y en el futuro de América Latina
(Puebla, 1978) y Nueva Evangelización, Promoción Humana y
Cultura Cristiana (Santo Domingo, 1992), de la Conferencia General del
Episcopado Latinoamericano; Economic Justice for all: Catholic Social
Teaching and the U.S. Economy (1986), Moral Principles and Policies for
Welfare Reform (1995), de la Conferencia Episcopal de los Estados Unidos de
Norte América; Les coûts humains du chômage (1980),
de la Conferencia Episcopal de Canadá y tantos otros documentos de la
Comisión para los asuntos sociales de la misma Conferencia Episcopal .
Estos pronunciamientos se hacen eco del mensaje de los Papas en las diversas encíclicas,
especialmente la Populorum progressio, la Laborem
exercens y la Sollicitudo rei socialis.
Los problemas más citados en dichos documentos son: la pobreza, la
injusticia, la migración, las relaciones económicas
internacionales, la expansión de las multinacionales, el libre mercado,
la deuda externa, la disparidad en el desarrollo y la desigual distribución
de las riquezas entre Norte, el Centro y el Sur del Continente, la falta de
solidaridad, el comercio clandestino de la droga, la situación de la
mujer en algunos países, el derecho de las minorías étnicas
(sobre todo de indígenas y afroamericanos), los problemas de salud, etc.
A estos aspectos hay que sumar también los nuevos problemas que últimamente
plantea el avance científico en el campo de la bioética, sobre
todo en lo que se refiere a la manipulación genética(61). Los
Pastores de todo el Continente se muestran bien conscientes del problema que
representan todos estos hechos para los que llevan el título de creyentes
en Cristo.
54. Un aspecto de particular importancia en el contexto de la problemática
social es el del empleo. La experiencia enseña que el crecimiento económico
puede causar dificultades en relación al empleo. El tema del trabajo ha
sido puesto por el Papa Juan Pablo II en el centro de la cuestión social
en su Carta Encíclica Laborem excercens: "el trabajo humano
es una clave, quizá la clave esencial, de toda la cuestión
social, si tratamos de verla verdaderamente desde el punto de vista del bien del
hombre. Y si la solución, o mejor, la solución gradual de la
cuestión social, que se presenta de nuevo constantemente y se hace cada
vez más compleja, debe buscarse en la dirección de "hacer la
vida humana más humana", entonces la clave, que es el trabajo
humano, adquiere una importancia fundamental y decisiva" (62).
En este sentido, es importante la afirmación programática de
este mismo documento, según la cual los medios de producción "no
pueden ser poseídos contra el trabajo,....porque el único título
legítimo para su posesión - y esto ya sea en la forma de la
propiedad privada, ya sea en la de la propiedad pública o colectiva - es
que sirvan al trabajo"(63).
Otro aspecto que merece una particular atención es el relacionado con
las compañías transnacionales, que en los últimos tiempos
han adquirido gran poder y que tendrán aún más importancia
con la globalización del mercado. A este incremento de poder deberá
corresponder una mayor responsabilidad de parte de los ejecutivos de dichas
empresas. Por este motivo, la Iglesia tiene la importante misión de hacer
llegar su mensaje social también a este sector.
La presencia de la Iglesia en el campo social, entre tantos otros modos, se
realiza a través de la difusión de los documentos en esta materia
de la Santa Sede y de los Obispos. A este respecto, la comunicación es
crucial. En algunos casos, el contenido de importantes documentos recibe sólo
un tratamiento y distribución superficiales a través de algún
medio de comunicación al tiempo de la publicación. El desafío
de la nueva evangelización en el Continente americano consiste en
encontrar el modo de usar los medios de comunicación disponibles para que
la Doctrina Social de la Iglesia sea más conocida.
Siempre en el contexto de la cuestión social, no pueden dejar de
mencionarse, más allá de los aspectos positivos de la vida en la
ciudad, los problemas que plantea la revolución urbana: desarraigo,
anonimato, soledad, inmoralidad, etc. Esta realidad es particularmente
preocupante cuando a estos factores se agregan otros elementos, en especial la
pobreza y la indigencia, que definen el complejo problema social de los barrios
pobres o "favelas" en las periferias urbanas en América Central
y del Sur, y de las zonas marginadas de las grandes ciudades en América
del Norte. Por otra parte, tanto la urbanización como la industrialización
están comportando una progresiva destrucción de los recursos
naturales y una contaminación ecológica global. Simultáneamente
con la emigración del campo hacia la ciudad, se está originando
una especie de "desierto cultural y cristiano" en las sociedades
urbanas, sobre todo en los países del Sur del Continente.
55. Estas sucintas observaciones de la realidad social en América
quedarían truncas si no se apuntara a las posibles causas de los
problemas y se sugirieran algunos caminos de superación. Las pautas de
reflexión deben ser siempre los documentos de la Iglesia en campo social.
Entre las causas de estos problemas, que son también socio-económicas,
la Iglesia subraya ante todo la causa moral. En la Carta Encíclica
Sollicitudo rei socialis el Papa Juan Pablo II afirma claramente que
entre las actitudes que contribuyen al desequilibrio económico deben
tenerse presente "el afán de ganancia exclusiva y la sed de poder"(64).
Tales actitudes dan origen a otras omisiones o comisiones negativas que terminan
por crear las estructuras de pecado que, a su vez, acentúan las
divisiones que existen entre los pocos que tienen mucho y los muchos que tienen
poco.
En la línea de la Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis
es posible decir: si la causa es moral, la solución también
tiene que ser moral. Por eso, el Papa Juan Pablo II propone el cultivo de la
virtud de la solidaridad(65), entendida como la reacción moralmente
exigida al constatar la injusticia de las condiciones sociales en que hoy viven
muchos seres humanos. Al hablar de virtud, se quiere subrayar la necesidad de
una conducta continuada y no reducida a actos esporádicos de buena
voluntad. El crecimiento en esta virtud será motivado por la conciencia
de la interdependencia que une a los hombres en un destino común: la
salvación individual se alcanza en la medida en que cada uno asume
responsablemente su preocupación por la salvación de los demás.
Es importante considerar también la dimensión completa de la
solidaridad propuesta por la Doctrina Social de la Iglesia. No se trata de una
acción unidireccional en el sentido de una asistencia de arriba hacia
abajo. Todos han de hacer su parte. En la Carta Encíclica Sollicitudo
rei socialis del Papa Juan Pablo II y en el documento sobre la deuda
internacional de la Pontificia Comisión "Iustitia et pax" se
insiste sobre la responsabilidad de todas las partes y categorías
sociales(66).
56. Hay quienes afirman que el catolicismo, o más propiamente la
tradición cultural de raíz católica, es, en parte, "culpable"
del subdesarrollo de algunos países. Esta teoría es peligrosa
porque se puede intentar vender el progreso a expensas de la fe. Es innegable
que la religión influye en la cultura de un pueblo y en su concepto de la
historia, del tiempo, del trabajo y de la vida en general, pero no siempre en
sentido negativo como a veces se intenta demostrar con respecto al catolicismo
en relación a otras religiones. Por eso es importante seguir
profundizando el estudio y la reflexión de las relaciones entre la religión
cristiana, y más concretamente católica, y el desarrollo los
pueblos.
A veces el análisis de los problemas sociales se hace muy arduo, por
la complejidad y contingencia de las ciencias sociales. Pero para ciertos
problemas, como los de la miseria, no cabe la indecisión. En tales casos,
incluso cuando haya diversidad de opiniones o cuando no se vea la solución
perfecta, hay una obligación moral de actuar. A este propósito es
importante recordar una advertencia del Papa Juan XXIII: "Puede, sin
embargo ocurrir a veces que, cuando se trata de aplicar los principios, surjan
divergencias aún entre católicos de sincera intención.
Cuando esto suceda, procuren todos observar y testimoniar la mutua estima y el
respeto recíproco, y al mismo tiempo examinen los puntos de coincidencia
a que pueden llegar todos, a fin de realizar oportunamente lo que las
necesidades pidan. Deben tener, además, mucho cuidado en no derrochar sus
energías en discusiones interminables, y, so pretexto de lo mejor, no se
descuiden de realizar el bien que les es posible y, por tanto obligatorio"(67).
Una manera de hacer más efectivo el razonamiento práctico es
tratar siempre de ponerse siempre en el lugar de los pobres. Para poder llevar a
cabo ésto, conviene no olvidar la regla de oro: "hacer a los demás
lo que tú quieres que te hagan ti". Ésta, a su vez, es una
conclusión lógica del primer principio de la moral natural: "hacer
el bien y evitar el mal". Revisar el punto de vista desde donde se
contemplan los problemas podría ser una pauta importante de conversión,
dado que la raíz de la injusticia está, como ha sido dicho
anteriormente, en el campo moral.
III
OPERADORES DE SOLIDARIDAD
57. La responsabilidad de los pastores del Pueblo de Dios (Obispos y
sacerdotes), en los campos arriba señalados, es clara e ineludible. En el
cumplimiento de esta responsabilidad es muy apreciada la colaboración dereligiosos
y religiosas, de movimientos apostólicos y otras instituciones que
trabajan con familias, con niños y jóvenes, que atienden centros
de caridad y de asistencia, que trabajan en las escuelas o que viven en medio de
los más necesitados llevando el testimonio de su amor y de su ayuda
solidaria. Todos ellos, como lo demuestran tantas experiencias de la vida de la
Iglesia en América, son también eficaces operadores de
solidaridad.
En esta común tarea de solidaridad los laicos tienen un papel
determinante. Hay en los laicos cristianos del Norte, del Centro y del Sur del
Continente, un extraordinario potencial de generosidad para acudir a la llamada
de quien padece necesidad. La historia pasada y reciente está llena de
ejemplos de esta cooperación eficaz con motivo de catástrofes
naturales y de conflictos sociales o políticos (guerras, guerrillas u
otros problemas más o menos crónicos de índole social o
cultural).
En todas las partes del Continente la ayuda solidaria se enriquece con la
vitalidad y la espontánea generosidad de los jóvenes. Hay
en ellos una reserva enorme de donación de sí mismos que espera la
llamada y la invitación de los Pastores. Son ellos, que pueden decirles,
como Cristo a los obreros ociosos: "Id también vosotros a mi viña"
(Mt 20,4). Ayer como hoy ellos responden a esta llamada, como
sacerdotes, religiosos, religiosas, personas consagradas, laicos misioneros y
voluntarios, etc.
También la familia juega un papel primario para educar a las
nuevas generaciones en la solidaridad con los más necesitados. El ejemplo
y testimonio de los padres es decisivo para la formación de la
sensibilidad y de la actitud altruista en niños y adolescentes. En
especial, la mujer, a la cual Dios "confía de un modo
especial el hombre, es decir el ser humano"(68), ocupa un puesto de gran
relevancia en el campo de la solidaridad. Ella, en efecto, "no puede
encontrarse a sí misma si no es dando amor a los demás"(69).
La adecuada inserción de la mujer en la Iglesia, de acuerdo a su
particular vocación a la vida y al amor, la convierte en una eficiente
operadora de solidaridad al servicio del Evangelio.
IV
POSIBLES CAMINOS DE ACTUACIÓN DE LA SOLIDARIDAD
58. La formación de sacerdotes, religiosos y religiosas en
la Doctrina Social de la Iglesia es un aspecto de fundamental importancia en la
preparación del camino de solidaridad(70). En la medida en que los
responsables de la conducción pastoral estén mejor capacitados
para poder entender los problemas humanos en relación con factores
determinantes de la vida social contemporánea (la política, las
finanzas, la cultura, la justicia social, la economía, etc.), ellos podrán
actuar más eficazmente en el campo social para llevar a cabo iniciativas
concretas de solidaridad. En efecto, el objetivo de la formación en esta
materia es doble: por un lado, llegar, a la luz de los principios permanentes, a
un juicio objetivo sobre la realidad social, y por otro lado, concretar las
opciones más adecuadas que eliminen las injusticias y favorezcan las
transformaciones políticas, económicas y culturales de acuerdo a
las circunstancias particulares de cada caso(71).
59. Diversas posibilidades de actuación de la solidaridad se
presentan a distintos niveles dentro de la Iglesia en América. Un camino
de solidaridad entre las comunidades cristianas del Norte y del Centro-Sur del
Continente ya se ha abierto. Esto se ve en la iniciativa de enseñar el
idioma castellano en muchos seminarios de los Estados Unidos de Norte América,
para que los futuros sacerdotes se encuentren mejor preparados en orden a la
asistencia pastoral a las comunidades de lengua española y a los
inmigrantes. También es un hecho el voluntariado de los laicos
provenientes de América del Norte en las regiones mas carenciadas de
Centro y del Sur del Continente. Asimismo, sería positivo alentar en los
inmigrantes una actitud de respeto y de comprensión de la cultura del país
que los acoge. Igualmente se podrían promover programas que contemplen la
posibilidad de que sacerdotes de América Latina visiten los países
del Norte del Continente para dar atención espiritual a la población
de origen latinoamericano.
También permanece abierto a la creatividad de nuevas formas de
solidaridad el camino iniciado por muchos laicos, especialmente profesionales,
que dan generosamente su tiempo y sus conocimientos en favor de los más
necesitados. Un aspecto que merece ser tenido en especial consideración
es el voluntariado, no sólo a nivel local sino también a nivel
internacional. Las tres partes del Continente tienen mucho que intercambiar en
este sentido.
Aunque la ciudad plantea numerosos problemas, presenta también
posibilidades nuevas de acción. La Iglesia, con su estructura de
parroquias y movimientos, se integra en la estructura urbana ofreciendo a los
hombres nuevos espacios para que puedan hacer una experiencia religiosa. La
pastoral urbana sigue siendo una prioridad en la formación de los
sacerdotes, religiosos y operadores laicos. En este sentido, están
abiertas las puertas a la creatividad de nuevos métodos, nuevos caminos y
nuevos lenguajes de evangelización.
V
ASPIRACIONES Y DESAFÍOS DE LA IGLESIA EN AMÉRICA
60. En la línea de estas consideraciones, una aspiración de la
Iglesia en América es fomentar y practicar la solidaridad entre Norte, el
Centro y Sur del Continente, buscando medios que canalicen ayudas efectivas
hacia grupos, y aún hacia naciones, que padecen pobreza y necesidades de
educación, de medicinas y estructuras sanitarias, de vivienda, de empleo,
etc. Para ello se presenta como un verdadero desafío la formación
de la conciencia ética de quienes puedan influir decisivamente en
programas y políticas económicas, de comunicación social,
de cultura, de sanidad, etc. Ellos podrán trabajar, no sólo en
beneficio de sus comunidades locales y pueblos, sino también en un radio
nacional e incluso internacional, promoviendo adecuadas estrategias políticas,
económicas y culturales.
No es misión de la Iglesia resolver todos los problemas sociales. Sin
embargo la Iglesia puede contribuir a solucionar en parte problemas elementales,
como la privación de las cosas mínimas necesarias para una vida
humana digna: comida, casa, escuela, ropa, medicina, etc. Muchas Iglesias
particulares en América dan evangélico testimonio de comunión
en la solidaridad, creando espacios para que se multipliquen iniciativas de
cooperación de Iglesia a Iglesia, también a nivel continental,
dentro de estructuras de ayuda ya establecidas, pero aún fuera de ellas
cuando es oportuno. El ejemplo de la primitiva comunidad apostólica sigue
siendo inspirador en el campo de una real comunión y participación
de bienes incluso materiales. El texto escueto de los Hechos de los Apóstoles
es elocuente e iluminador: "La multitud de los creyentes no tenía
sino un solo corazón y una sola alma. Nadie llamaba suyos a sus bienes,
sino que todo era en común entre ellos. Los apóstoles daban
testimonio con gran poder de la resurrección del Señor Jesús.
Y gozaban todos de gran simpatía. No había entre ellos ningún
necesitado, porque todos los que poseían campos o casas los vendían,
traían el importe de la venta, y lo ponían a los pies de los apóstoles,
y se repartía a cada uno según su necesidad" (Hch 4,
32-35).
El ejemplo de San Pablo, que no dudaba en organizar una colecta entre las
Iglesias de Asia Menor en favor de la perseguida comunidad hermana de Jerusalén,
nos ofrece un modelo concreto e inmediato de cómo acudir a las
necesidades de los hermanos, en nombre de Aquél que "siendo rico,
por vosotros se hizo pobre a fin de que os enriquecierais con su pobreza" (2
Cor 8,9).
61. La enseñanza social de la Iglesia es exigente, porque el
Evangelio también lo es, pero para entrar en el espíritu del
Evangelio es necesaria la conversión que es un cambio de corazón y
de mentalidad. Este cambio interior conduce, cuando es auténtico, a
cambios en el modo de actuar. La Iglesia en América ha mostrado, y
continua a mostrando aún hoy, un particular empeño en el campo de
la promoción social de todos los hombres y mujeres del
Continente. Este peculiar interés se manifiesta en la opción evangélica
hacia los más débiles y necesitados, así como también
en el deseo de apoyar el desarrollo integral, físico y espiritual,
material y cultural, de todo hombre y de toda mujer. Una promoción social
en sentido cristiano implica también el desafío de la formación
de una conciencia social solidaria y generosa en los laicos, que permita
compartir recursos materiales y humanos de zonas privilegiadas o autosuficientes
con zonas y grupos humanos menos favorecidos.
En el campo de la promoción social, un aspecto del cual la Iglesia en
América se ha interesado siempre con particular solicitud ha sido la
instrucción y educación escolar primaria, secundaria y
superior, como condición fundamental para el desarrollo de los pueblos.
Esta preocupación por la educación ha sido ofrecida siempre por la
Iglesia juntamente con una adecuada formación religiosa para que
los cristianos puedan dar razón de su esperanza y responder adecuadamente
al desafío de la secularización y de otras confesiones religiosas.
En efecto, las sectas religiosas y movimientos pseudo-espirituales están
minando la unidad religiosa y cultural del pueblo católico en América,
haciendo uso de abundantes recursos económicos y técnicas a través
de un proselitismo, muchas veces manipulador de las conciencias. En América
Latina tales sectas con frecuencia atacan la misma identidad nacional, íntimamente
ligada a la fe católica. Este es otro desafío para la Iglesia en
América en el campo de la formación religiosa.
62. Dado que en el concepto de cultura entran en juego los modos en
que los hombres cultivan sus relaciones con Dios, entre sí mismos y con
la naturaleza, la inculturación es otra gran aspiración de
la Iglesia en América. En efecto, evangelizando la cultura es posible
promover la relaciones humanas que reflejen el mandamiento del amor, ya sea
hacia Dios, ya sea hacia los hombres a través de formas concretas de
solidaridad fraterna. Conocer, respetar, promover la cultura de cada grupo étnico,
anunciar el Evangelio a cada cultura para que ésta, una vez evangelizada,
exprese en su propias formas el contenido del Evangelio: tal es el proceso
circular de la inculturación que se presenta como meta a alcanzar en la
nueva evangelización.
Cada pueblo, al aportar a la comunidad humana y eclesial su propia cultura,
la enriquece. El Evangelio, al encarnarse en las diversas formas culturales de
los pueblos, explaya su inagotable riqueza. Por esto la Iglesia aprecia y
defiende la cultura propia de cada pueblo y de cada grupo humano en todo lo que
tiene de positivo y armonizable con el mensaje perenne de la Buena Noticia. En
América existen expresiones culturales heterogéneas: la de las
sociedades contemporáneas, la de los grupos indígenas y autóctonos
de todo el Continente (desde Alaska hasta la Tierra de Fuego), la de los
afroamericanos del Norte, del Centro, del Caribe y del Sur, la de las minorías
étnicas que en los últimos dos siglos han ido llegando a América
enriqueciéndola con sus culturas. Cada uno de estos grupos humanos posee
un patrimonio cultural, reconocible en sus expresiones artísticas, en su
religiosidad y en su sensibilidad, que constituye un don precioso para el
Continente y para todo el mundo.
63. En campo ecuménico son múltiples las iniciativas,
algunas ya concretadas y otras en vias de realización, que intentan
construir la unidad a través de gestos de solidaridad con los hermanos de
otras confesiones cristianas, no sólo en lo que se refiere al diálogo
interconfesional sino también en la cooperación en otros campos,
como por ejemplo el asistencial, el económico, el cultural, el sanitario,
etc. Las palabras del Concilio Vaticano II alientan a los católicos a la
cooperación con los hermanos de otras confesiones cristianas: "Como
en la época actual se está imponiendo por todas partes la
colaboración en el campo social, todos los hombres sin excepción
están llamados a una empresa común, y con mayor razón los
que creen en Dios, y en modo particular todos los cristianos, por estar honrados
con el nombre de Cristo"(72). Uniendo fuerzas ante el avance de la
mentalidad indiferentista y atea, es posible preservar mejor el patrimonio de
verdades y valores cristianos comunes. Mientras tanto, encuentros de oración
y reflexión, organizados por los responsables respectivos permiten seguir
caminando juntos hacia la unidad anhelada por Cristo.
64. La comunión y la solidaridad de toda la familia humana se han de
ir logrando por el camino de los pequeños pasos hasta alcanzar una
verdadera y sólida integración de comunidades a nivel
nacional y continental, estableciendo caminos de interrelación entre el
Norte, el Centro y el Sur, en el respeto a sus diversas realidades
socio-culturales. Como todo lo que empieza, no carece de dificultades y a
algunos puede parecer una utopía inalcanzable e inoportuna. Sin embargo
habrá que ir superando dificultades, no sólo técnicas - de
tipo económico, jurídico, cultural o político - sino sobre
todo humanas: recelos y desconfianzas mutuas, resentimientos históricos,
actitudes atávicas de rechazo, nacionalismos demasiado estrechos y
exclusivos.
Los grandes problemas merecen grandes soluciones, que a menudo implican
gestos de generosidad y sacrificio. Aquí están en juego las causas
de la comunión y la solidaridad queridas por Cristo como modo de vida
entre sus discípulos. Es, no sólo un anhelo de la humanidad sino
también, y fundamentalmente, una meta hacia la cual camina el Pueblo de
Dios guiado por la fe, la esperanza y el amor de Jesucristo. Los actuales
esfuerzos en diversas partes del mundo por formar comunidades de naciones, en
los campos de la economía y de la cultura - en Europa, en el Pacífico
Oriental, en el Norte, en el Centro y en el Sur del Continente americano - son
como teselas con las que se va formando el mosaico de una gran comunidad de
naciones. La meta última, que responde al designio de Dios y a la súplica
de Cristo, es siempre la unidad de la familia humana, cuyo elemento de cohesión
es la fe en Cristo. La Iglesia misma, en efecto, una en su fe, en sus
sacramentos y en su jerarquía, católica en la universalidad de sus
miembros y de sus comunidades con sus respectivas culturas, es ya una anticipación
del único pueblo y de la única familia querida por Dios desde el
alba de la creación.
CONCLUSIÓN
65. El mandato de Cristo: "Id, pues, y haced discípulos a todas
las gentes" (Mt 28,19) sigue siendo tan perentorio hoy como cuando Él
lo dirigió a los apóstoles en el monte de Galilea, poco antes de
subir al cielo. Ante el umbral del Tercer Milenio, Cristo envía a la
Iglesia que está en América de nuevo a evangelizar el mundo
contemporáneo. Uno de los primeros y más urgentes deberes de todo
el Pueblo de Dios es el de la misión. Ante un mundo nuevo que se va
configurando, ante una sociedad profundamente cambiada en relación a las
décadas anteriores, todos los cristianos han de sentir el deber de la
misión como tarea primordial. Esta misión debe cumplirse siguiendo
el mismo camino salvador que Cristo trazó hace dos mil años. El es
hoy, como ayer y siempre, "el Camino, la Verdad y la Vida" (Jn
14,6) del hombre que peregrina hacia la patria definitiva.
Los objetivos señalados por el Papa Juan Pablo II para la Asamblea
Especial para América son arduos y desafiantes a la vez: promover la
nueva evangelización en todo el territorio del Continente americano,
incrementar la solidaridad entre las Iglesias particulares e iluminar los
problemas de la justicia y de las relaciones económicas entre el Norte,
el Centro y el Sur.
66. El análisis y las sugerencias de actuación que surgirán
como resultado de la Asamblea Especial para América no serán
primariamente sociológicos ni técnicos, sino evangélicos.
Como Pedro dijo al tullido de la Puerta Hermosa del templo de Jerusalén: "No
tengo plata ni oro; pero lo que tengo, te lo doy: en nombre de Jesucristo, el
Nazareno, ponte a andar" (Hch 3,6), así también la
Asamblea Especial del Sínodo de los Obispos para América,
presidida por el sucesor del primer Vicario de Cristo, ayudará a
iluminar el camino del Pueblo de Dios que desea ponerse en marcha para ir al
encuentro de Jesucristo vivo, Señor del tiempo y de la eternidad.
En esta hora de la historia el Espíritu del Señor invita a
dejar temores o titubeos, y a lanzarse con arrojo o "parresía"
a anunciar en América la Palabra de Dios, con toda su fuerza de
transformación de los corazones, de las sociedades y de las culturas.
Esto exige conversión y cambio íntimo del propio corazón.
El eco de la voz del Apóstol llega hoy en tierra americana para exhortar
a la Iglesia diciendo: "Os suplicamos, reconciliaos con Dios!" (2
Cor 5,20). Conversión y reconciliación con Dios, nuestro Padre
y con los hombres, nuestros hermanos: esta es la primera condición que
Jesús pone al iniciar la nueva evangelización. "El Reino de
Dios está cerca; convertíos y creed en la Buena Nueva" (Mc
1,15). Para ser buenos evangelizadores, antes hay que dejarse evangelizar. Sólo
preparando el camino con una auténtica conversión es
posible dirigirse confiadamente hacia la meta, que es la comunión
con Dios en Cristo, y poder dar frutos abundantes de amor y solidaridad
en el Espíritu.
67. La Virgen María, Madre del Redentor y Madre de la Iglesia(73), es
la Estrella de la nueva evangelización, que guía al Pueblo de Dios
en América con seguridad hacia el encuentro con el Señor(74).
Ella hace sentir su presencia materna en medio a su pueblo, como en los
comienzos de la vida de la Iglesia, y, hoy como ayer, sigue invitando a todos
sus hijos a la conversión, a la comunión y a la solidaridad.
En esta época, en que no faltan motivos de preocupación, pero
en la que a la vez hay numerosas señales de esperanza, la Asamblea
Especial para América es un evento que invita a todo el Pueblo de Dios a
dejar los temores y desconfianzas para escuchar con atención lo que el
Espíritu dice a la Iglesia que peregrina en el Continente: "¡América,
abre tu corazón a Cristo!".
CUESTIONARIO
Encuentro con Jesucristo vivo
1 - ¿Cómo es anunciada y presentada la persona de Jesucristo,
Salvador y Evangelizador, a los hombres y mujeres de la época presente,
en orden a provocar un verdadero encuentro con Él en medio de las
situaciones concretas de la vida? Describir los modos en que la Iglesia puede
mantener la centralidad de Jesucristo vivo en las diversas manifestaciones de la
vida eclesial: la liturgia, la catequesis sistemática, la formación
en la fe, las actividades apostólicas y caritativas?
La conversión en la Iglesia y en la sociedad
2 - Enumerar y describir signos concretos del despertar religioso en la
Iglesia local. Por el contrario, ¿cuales son los aspectos más
urgidos de conversión en la realidad intra-eclesial ?
3 - ¿Qué elementos de la sociedad contemporánea, en su área,
pueden considerarse positivos en relación al mensaje del Evangelio?. ¿En
qué aspectos del contexto social es necesaria una conversión?
La comunión en la Iglesia
4 - ¿Cuales son los factores que producen las divisiones más
relevantes en el ámbito eclesial de su area, a nivel de: obispos,
sacerdotes, religiosos y religiosas, movimientos eclesiales, fieles en general?.
¿Cómo pueden ser superados estos obstáculos que atentan
contra la comunión?.
5 - Evaluar en qué medida en la Iglesia particular han sido fielmente
aplicadas las enseñanzas del Concilio Ecuménico Vaticano II,
especialmente en lo que se refiere a la comunión. ¿En qué
modo puede contribuirse a poner en evidencia toda la riqueza doctrinal y
pastoral de este concilio, siguiendo la invitación del Santo Padre a
realizar un "exámen de conciencia" que "debe mirar también
la recepción del Concilio, este gran don del Espíritu a la
Iglesia al final del segundo milenio" (Carta Apóstolica Tertio
millennio adveniente, 36)?.
Dialogo ecuménico e interreligioso
6 - ¿Qué se hace concretamente en las Iglesias particulares o a
nivel interdiocesano para favorecer el diálogo ecuménico, la oración
y la cooperación solidaria con los hermanos de otras confesiones
cristianas?. ¿Cómo se preparan los agentes de pastoral para
desarrollar actividades ecuménicas orientadas a la construcción de
la unidad del único Pueblo de Dios?.
7 - Evaluar las relaciones que mantiene su comunidad cristiana con otras
religiones no cristianas.
La Iglesia frente al problema de las sectas
8 - Describir sintéticamente el panorama religioso en relación
a las sectas, a los movimientos religiosos sincretísticos y a otras
corrientes espiritualísticas. ¿Cuales son? ¿Qué tipo de
actividades desarrollan?. ¿Qué puede hacer la Iglesia ante esta
situación para confirmar en la fe a los creyentes?
Evangelización y cultura
9 - ¿Qué hace la Iglesia para evangelizar el mundo de la cultura
(artes, letras, ciencias, etc)?. ¿Cómo se hace presente la Iglesia
con programas de evangelización en los distintos niveles del campo
educativo: primario o elemental, secundario o medio, y universitario?.
10 -¿Cuales son los elementos más sobresalientes de las culturas
de grupos indígenas, afroamericanos o de inmigrantes, existentes en el
territorio nacional o en las comunidades locales, que merecen ser revalorizados
y utilizados como semillas de evangelización?. ¿En qué medida
tales elementos enriquecen la espiritualidad cristiana y en qué medida
deben ser purificados de elementos ajenos a la fe cristiana?.
11 -¿Cuales son las características más sobresalientes de
la religiosidad popular en su área y en qué medida tales aspectos
son tenidos en cuenta en la elaboración de los planes pastorales? ¿Qué
puesto ocupa la devoción a la Virgen María en religiosidad
popular?
La Iglesia y los medios de comunicación social
12 -¿Qué hace actualmente la Iglesia, en su área, para
promover el recto uso de los medios de comunicación social y para que éstos
sean también útiles instrumentos al servicio de la nueva
evangelización?. ¿Cuál es la presencia de la Iglesia en los
llamados "areópagos modernos"?.
La Iglesia y la solidaridad social
13 -¿Qué actividades promueve la Iglesia, en su área,
para la ayuda solidaria a los más necesitados y cómo responde el
pueblo fiel en general a estas iniciativas?. ¿Qué colaboraciones
externas a nivel eclesial o civil recibe la Iglesia en orden a esta ayuda
solidaria?. ¿Existen programas de formación de la conciencia
solidaria en personas o grupos relevantes de la sociedad?.
La Iglesia frente a los problemas sociales
14 -¿Qué uso se hace de la Doctrina Social de la Iglesia, en su área,
en la nueva evangelización ante las diversas situaciones que reclaman una
acción social: por ejemplo, la promoción y el desarrollo humanos,
las migraciones, los problemas del mundo del trabajo, etc?. ¿Qué
medios se usan para difundir el conocimiento de la Doctrina Social de la
Iglesia, dentro y fuera del ámbito eclesial?.
La Iglesia y la promoción de la vida humana
15 -¿Cómo promueve la Iglesia el respeto a la vida humana en
todas sus fases, desde la concepción en el seno materno hasta la
ancianidad?. Enumerar ejemplos concretos de la sensibilidad de la comunidad
cristiana en referencia a este aspecto.
Otros temas comunes
16 -¿Puede Ud. hacer observaciones o sugerencias sobre otros problemas
comunes a todo el Continente americano relacionados con el tema de la Asamblea
Especial, que a su juicio no han sido suficientemente profundizados en los Lineamenta
o que no se mencionan en el presente cuestionario?.
Ciudad del Vaticano, 1996
(1) JUAN PABLO II, Discurso inaugural, IV Conferencia General del
Espiscopado Latino- americano (12 de octubre de 1992), 17; L'Osservatore
Romano, Supl., 16 de Octubre de 1992, IX.
(2) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millennio adveniente
(10 de Noviembre de 1994), 38: AAS 87 (1995), 30.
(3) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 429.
(4) CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Constitución pastoral sobre la
Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 22.
(5) Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción
sobre la libertad cristiana y la liberación, Libertatis conscientia
(22 de Marzo de 1986) 99: AAS 79 (1987), 594.
(6) Cf. PABLO VI, Exhortación apostólica Evangelii
nuntiandi (8 de Diciembre de 1975), 75: AAS 68 (1976), 64-67.
(7) Catecismo de la Iglesia Católica, n. 160.
(8) Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Redemptoris missio (7
de Diciembre de 1990), 37: AAS 83 (1991), 284.
(9) Cf. CONCILIO ECUMENICO VATICANO II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia
Lumen gentium, 63. Cf. SAN AGUSTÍN, Sermo CCXV,4:
PL 38, 1074.
(10) Cf. JUAN PABLO II, Discurso inaugural, IV Conferencia General
del Espiscopado Latino- americano (12 de octubre de 1992), 31; L'Osservatore
Romano, Supl., 16 de Octubre de 1992, XV.
(11) Cf. JUAN PABLO II, Carta encíclica Redemptoris Mater (25
de Marzo de 1987) 37: AAS 79 (1987), 410.
(12) Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millennio
adveniente (10 de Noviembre de 1994), 59: AAS 87 (1995), 41.
(13) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia (2 de Diciembre de 1984), 7: AAS 77 (1985), 199.
(14) Ibid., 4: AAS 77 (1985), 190.
(15) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millennio adveniente
(10 de Noviembre de 1994), 36: AAS 87 (1995), 27.
(16) Cf. Ibid.
(17) SAN AGUSTÍN, Confesiones I,1: CCL 27,1.
(18) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millennio adveniente
(10 de Noviembre de 1994), 36: AAS 87 (1995), 27.
(19) Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal
Pastores dabo vobis (25 de Marzo de 1992), 9: AAS 84 (1992),
670-671.
(20) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia (2 de Diciembre de 1984),13: AAS 77 (1985), 209.
(21) PIO XII, Radiomensaje al Congreso Catequístico Nacional de los
EE.UU., en Boston (26 de octubre de 1946), Discursos y Radiomensajes,
VIII, 1946, p. 288. Cfr. JUAN PABLO II, Exhortación apostólica
post-sinodal Reconciliatio et paenitentia (2 de Diciembre de 1984) 18:AAS
77 (1985), 225.
(22) JUAN PABLO II, Alocución dominical del 14 de Marzo de 1982, L'Osservatore
Romano, ed. española, 21 de Marzo de 1982, 1.
(23) S. LEÓN MAGNO, Tractatus 63 (De Passione Domini),6;
CCL 138/A, 386.
(24) Cf. Catecismo de la Iglesia Católica, nn. 13-17.
(25) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Evangelium vitae (25 de
Marzo de 1995) 76: L'Osser- vatore Romano, ed. española, 31 de
Marzo de 1995, p. 16.
(26) CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto sobre el ecumenismo Unitatisredintegratio,
7.
(27) Ibid., 6.
(28) Cf. Ibid., 8 - 11.
(29) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Reconciliatio
et paenitentia (2 de Diciembre de 1984), 2: AAS 77 (1985), 188.
(30). Cf. Comunicado de los Obispos responsables de las Comisiones
Doctrinales de las Conferencias Episcopales de América Latina,
Guadalajara (México) 6-10 de Mayo de 1996: L'Osservatore Romano,
ed. española, 17 de Mayo de 1996, p. 4.
(31) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium, 6.
(32) Cf. Ibid., 7.
(33) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 40.
(34) Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica a los religiosos y
religiosas de América Latina con motivo del V Centenario de la
evangelización del Nuevo Mundo (29 de Junio de 1990), 22: AAS
83 (1991), 37.
(35) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Vita
consacrata (25 de Marzo de
1996) 81: L'Osservatore Romano, ed. española, 29 de Marzo de
1996, 18.
(36) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal Pastores
dabo vobis (25 de Marzo de 1992), 15: AAS 84 (1992), 680.
(37) Carta a Diogneto VI,1: FUNK F., Patres Apostolici,
Tubingae 1901, vol. I, 401. Cf. Liturgia de las Horas II, Oficio de lecturas del
miércoles de la V semana del tiempo pascual.
(38) CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium, 4.
(39) Ibid., 23.
(40) Cf. ibid,, 24-27.
(41) JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica Familiaris
consortio, 22 de Noviembre de 1981, n. 21 d: AAS 74 (1982), 105.
(42) JUAN PABLO II, Carta del Papa a las mujeres (29 de Junio de
1995) 2: L'Osservatore Romano, ed. española, 14 de Julio de 1995,
2.
(43) Cf. Ibid., 11. Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA
DE LA FE,
Instrucción sobre la cuestión de la admisión de la
mujer al sacerdocio ministerial, Inter insigniores (15 de octubre de
1976): AAS 69 (1977) 98-116. Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica
post-sinodal Christifideles laici (30 de Diciembre de 1988) 51: AAS
81 (1989) 492-493.
(44) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia
Lumen gentium, 6 - 7.
(45) Ibid., 1.
(46) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución sobre la
sagrada liturgia Sacrosanctum concilium, 10.
(47) Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica sobre
la catequesis en nuestro tiempo, Catechesi tradendae (16 de Octubre de
1979), 35-45: AAS 71 (1979), 1307-1314.
(48) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución dogmática
sobre la Iglesia Lumen gentium, 39 - 40.
(49) Cf. JUAN PABLO II, Exhortación Apostólica post-sinodal
Pastores dabo vobis (25 de Marzo de 1992), 74: AAS 84 (1992),
789.
(50) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 53.
(51) PABLO VI, Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi
(8 de Diciembre de 1975), 19: AAS 68 (1976), 18.
(52) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Tertio millennio adveniente
(10 de Noviembre de 1994), 34: AAS 87 (1995), 26.
(53) Cf. CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Constitución pastoral
sobre la Iglesia en el mundo actual Gaudium et spes, 77 - 78.
(54) Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción
sobre la libertad cristiana y la liberación, Libertatis conscientia
(22 de Marzo de 1986), 71-96: AAS 79 (1987), 585 - 597.
(55) Cf. PABLO VI, Carta Encíclica Populorum progressio (26
de Marzo de 1967), 20-21: AAS 59 (1967), 267-268.
(56) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis
(30 de Diciembre de 1987), 28: AAS 80 (1988), 550.
(57) Cf. Ibid., 29: AAS 80 (1988), 550-551.
(58) Cf. SAGRADA CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción
sobre algunos aspectos de la "Teología de la liberación",
Libertatis nuntius (6 de Agosto de 1984) V,8: AAS 76 (1984),
887. Cf. JUAN PABLO II, Discurso inaugural de la III Conferencia General
del Episcopado Latinoamericano de Puebla (28 de Enero 1979) I, 2-9: AAS
71 (1979), 189-196.
(59) Cf. CONGREGACIÓN PARA LA DOCTRINA DE LA FE, Instrucción
sobre la libertad cristiana y la liberación, Libertatis conscientia
(22 de Marzo de 1986) 70: AAS 79 (1987), 585.
(60) Ibid. 64: AAS 79 (1987), 581.
(61) Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Evangelium vitae (25
de Marzo de 1995), 4: L'Osservatore Romano, ed. española, 31 de
Marzo de 1995, p. 3.
(62) JUAN PABLO II, Carta Encíclica Laborem exercens (14
de Septiembre de 1981), 3: AAS 73 (1981), 583-539.
(63) Ibid., 14: AAS 73 (1981), 613-614.
(64) Cf. JUAN PABLO II, Carta Encíclica Sollicitudo rei socialis
(30 de Diciembre de 1987), 37: AAS 80 (1988), 563.
(65) Cf. Ibid. 38: AAS 80 (1988), 565.
(66) Cf. Ibid. 39: AAS 80 (1988), 566-568. Cf. PONTIFICIA
COMISIÓN "IUSTITIA ET PAX", Al servicio de la comunidad
humana: una consideración ética de la deuda internacional (17
de Diciembre de 1986), Ciudad del Vaticano, Tipografía Poliglota
Vaticana, 1986, I - 2,5.
(67) JUAN XXIII, Carta Encíclica Mater et magistra (15 de
Mayo de 1961), 238: AAS 53 (1961), 456.
(68) JUAN PABLO II, Carta Apostólica Mulieris dignitatem (15
de Agosto de 1988), 30: AAS 80 (1988), 1724-1727.
(69) Ibid. 30.
(70) Cf. CONGREGACIÓN PARA LA EDUCACIÓN CATÓLICA, Orientaciones
para el es- tudio y enseñanza de la Doctrina Social de la Iglesia en la
formación de los sacerdotes (30 de diciembre de 1988), Ciudad del
Vaticano, Tipografía Poliglota Vaticana, 1986,pp. 71-77.
(71) Cf. Ibid. 13.
(72) CONCILIO ECUMÉNICO VATICANO II, Decreto conciliar sobre el
ecumenismo Unitatis redintegratio, 12.
(73) Cf. PABLO VI, Discurso a los Padres conciliares en ocasión
de la clausura del tercer período del Concilio Ecuménico Vaticano
II, 21 de Noviembre de 1964: AAS 56 (1964) 1015.
(74) Cf. JUAN PABLO II, Carta Apostólica Tertio millennio
adveniente (10 de Noviembre de 1994), 59: AAS 87 (1995), 41.
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