“Lo han quitado para que no os hagáis un lío”, se reía hace un año Rafael Nadal mientras iba abriendo una puerta tras otra por las entrañas de Wimbledon y se paseaba con su flamante Copa de campeón del torneo. El tenis vive una dicotomía clasificatoria. Los aficionados, los torneos y las marcas se guían por un ránking público que se construye sobre la defensa semanal de los resultados conseguidos en los últimos 365 días. Los tenistas, sin embargo, se miden los unos a los otros a través de la race, la carrera, que solo recoge los triunfos y derrotas anotadas desde enero de cada curso. Esa clasificación no es pública, aunque antes lo era. Ese es hoy un ránking proscrito al que solo acceden los jugadores.
En Roland Garros también tiene su importancia. Fotografía un cuadro lleno de espinas donde parecía haber un camino de rosas. Habla, también, de tenistas que fueron gigantes y hoy son solo sus sombras.
Está el caso de Novak Djokovic. Mirando la clasificación de la ATP, uno diría que al número dos del mundo no le esparan grandes complicaciones durante su primera semana en París, que no hay muchos tenistas de los que ocupan los pisos altos de la clasificación en su camino. Un vistazo a la race, que es el listado que fotografía más claramente el momento de forma de cada uno, porque solo recoge los resultados sumados en 2011, dice otra cosa. Antes de llegar a semifinales, el serbio, invicto en lo que va de año, podría cruzarse con tres de los otros diez mejores del año: en tercera ronda, con el argentino Juan Martín del Potro (número nueve en 2011); en octavos, con el francés Richard Gasquet (número diez); y en cuartos con el checo Tomas Berdych (número ocho).
Nadal vive el caso contrario. Con un cuadro lleno de nombres sonoros, un repaso a esa clasificación que miran los tenistas desvela una realidad bien distinta. Antes de semifinales solo le aguarda uno de los otros diez mejores: el sueco Robin Soderling, número seis de 2011, podría estar también en cuartos.