CABALLERO, Dr. José Severo ( 1917-2005) Fue, sin duda uno de los más destacados penalistas argentinos del último tercio del siglo XX.
De arraigadas convicciones democráticas, actuó en la Unión Cívica Radical, llegando a representar a su provincia en la Convención Nacional partidaria a partir de 1973.
Se doctoró en Derecho en la Universidad Nacional de Córdoba, fue miembro de número de la Academia Nacional de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba y un prestigioso miembro del foro, además de un profesional de relevantes condiciones y un recordado catedrático universitario.
Al producirse la restauración democrática uno de los jueces nombrados para integrar la Corte Suprema por el Presidente Raúl Alfonsín, con acuerdo del Senado con mayoría opositora, fue el doctor José Severó Caballero, que tras el alejamiento en 1985 del Dr. Genaro Carrió accedió a la presidencia del mas alto tribunal argentino, dunciones de las cuales procedió con la misma rectitud y dignidad que en todos los actos de su vida. El acuerdo senatorial fue dado el 21 de diciembre de 1983, a escasos diez días de haber asumido las autoridades civilizas y por unanimidad del Cuerpo.
El doctor Caballero había ocupado ya diversos cargos judiciales, y al producirse el 24 de marzo de 1976 el golpe totalitario llamado “proceso” era miembro del Superior Tribunal de Justicia de Córdoba y lógicamente, como Caballero era un juez capaz y democrático fue destituído por los usurpadores, al negarse, obviamente, a jurar por un papelucho llamado "estatuto de la revolución argentina", que como todo sabemos no era ninguna de las tres cosas.
Cuatro años permaneció en dicho cargo, hasta 1989, en que renunció, para dedicarse al ejercicio privado de su profesión, radicándose en la ciudad de Buenos Aires.
Esta dignísima figura del Derecho y la democracia falleció en Buenos Aires el 27 de febrero de 2005.
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A raíz del fallecimiento del gran jurista argentino, en la página web del Colegio Público de Abogados de la Ciudad de Buenos Aires se publicó la siguiente semblanza: “BIOGRAFIAS JURISTAS
Dr. José Severo CABALLERO.El autor: Dr. Luis María Cipollone*
Con la reciente desaparición física del Dr. José Severo Caballero, acaecida el 27 de febrero de 2005, a los 87 años, se ha ido un jurista caracterizado por su calidad humana, probidad, laboriosidad, creatividad intelectual, humildad y sinceridad. Cualquiera fuere su intervención, tanto desde la función judicial como en la docencia universitaria, académica y en el ejercicio de la abogacía, había congruencia con los principios y convicciones en los cuales militó desde su juventud.
Sus conocimientos estaban al servicio del bien común. Consagró su vida a su vocación por el estudio e investigación de las ciencias jurídicas, especialmente en el derecho penal. Destacado y reconocido penalista, se proyectó en el saber jurídico en su Córdoba natal, habiendo reflexionado desde muy joven con juristas de la talla de los Dres. Sebastián Soler, Ricardo Núñez, Alfredo Vélez Mariconde, Jorge A. Claria Olmedo y Alfredo Orgaz, entre muchos otros. Doctorado en derecho y ciencias sociales en la Universidad Nacional de Córdoba, honró y prestigió las funciones que desempeñó en la administración de justicia, a las que fue convocado durante períodos democráticos.
Fue fiscal de la Cámara del Crimen en Córdoba y, posteriormente, vocal del Superior Tribunal de la misma provincia, llegando en 1966 a desempeñar la presidencia de esa alta magistratura, cargo del que fue destituido por el golpe de Estado encabezado por el Gral. Onganía. Accedió por concurso a la cátedra de Derecho Penal de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad Nacional de Córdoba.
Fue director del Instituto de Derecho Penal de la misma facultad desde 1971, habiéndose renovado su designación por elección de los profesores de diversas cátedras de dicha especialidad. Fue miembro del Instituto de Estudios Legislativos de la Federación Argentina de Colegios de Abogados y director de la Sección Penal de ese instituto, y también miembro honorario del Departamento de Derecho Penal de la Facultad de Derecho y Ciencias Sociales de la Universidad de Buenos Aires.
Durante el llamado Proceso militar ejerció activamente la profesión de abogado. En 1976 se incorporó como académico de número a la Academia de Derecho y Ciencias Sociales de Córdoba, ocupando el sillón Dr. Manuel Lucero. En el acto de su incorporación, el Dr. Sebastián Soler destacó: “Con respecto al doctor José Severo Caballero, el acto me brinda la oportunidad de participar de una tarea a la vez justa y grata, en tiempos en que por desgracia y con demasiada frecuencia, la Justicia muestra un rostro adusto, pues su solo pronunciamiento puede implicar un acto de heroicidad. Aquí cumplimos un acto de justicia serena y tranquila, llega el Dr. José Severo Caballero a esta Academia después de haber cumplido una obra ejemplar a través del desempeño impecable de las más altas funciones a las que un jurista pueda ser llamado: la magistratura y la cátedra, y de haber labrado en horas de trabajo intenso y escrupuloso una larga serie de obras en las que la investigación está siempre guiada por el amor a la verdad”.
En 1983 fue elegido por su trayectoria, fundada en su reconocida capacidad, probidad y seriedad, para integrar la Corte Suprema de Justicia de la Nación, llegando posteriormente a ocupar el más alto sitial al que puede aspirar un hombre del derecho en función judicial, la presidencia del máximo tribunal, cargo al que renunció posteriormente por las divergencias que suscitó en el seno del tribunal la histórica acordada 44/89, con motivo de la inconsulta elevación de la cantidad de miembros del mismo dispuesta por el Congreso de la Nación a iniciativa del Poder Ejecutivo Nacional durante la presidencia del Dr. Carlos Saúl Menem.
En setiembre de 1989 renunció al tribunal. Ya radicado definitivamente en Buenos Aires, ejerció libremente la profesión de abogado, labor que realizaba con total entrega. Transmitía el entusiasmo de un novel abogado, pero con la sabiduría de un hombre de su valía. Jamás imponía, sino que sugería, reflexionaba, meditaba, y recién se expedía en el consejo técnico sin dejar de considerar principalmente la cuestión humana o institucional que el caso importaba.
Vivía de proyectos y no de recuerdos. Su proceder inspiraba confianza, credibilidad y el respeto característico de aquellas personalidades que forjaron el progreso con esfuerzo consagrado a su vocación de servicio inclaudicable de la vida argentina superior. En las sentencias que dictó como juez han quedado también las huellas indelebles de su pensamiento, un garante de la realización plena de la justicia como instrumento de paz para los pueblos.
Era de aquellos que al alba ya iniciaban su tarea, su dedicación al análisis de las cuestiones vinculadas con la ciencia jurídica, y su jornada de trabajo se extendía hasta entrada la noche. Si había un deber que cumplir, allí estaba. Conmovía con su entrega, era contrario a toda conducta que pudiese significar privilegios y no era de resaltar méritos ni diplomas. Cada análisis realizado sobre temas del derecho positivo lo trasladaba en la investigación a los antecedentes legislativos, doctrinarios y judiciales, y posteriormente, concluida dicha tarea, se expedía con la solidez de su vasto conocimiento y experiencia. Desarrollaba la visión sustancial del caso, dejando esbozadas las alternativas procesales que se debían recorrer, para cuando la cuestión llegara al conocimiento de los jueces. Sabía con certeza cuándo la misma iba a llegar indefectiblemente a la resolución de la Corte Suprema.
Fiel defensor de las instituciones de la República y de la vida democrática, meditaba sobre la juventud argentina y su proyección hacia el futuro. Tenía a los jóvenes en su corazón como destinatarios de sus numerosas publicaciones, creando inquietud por el saber de excelencia.
Reflexionaba con prudente apreciación crítica y se expresaba con sencilla claridad. Tenía la convicción de que el abogado reflexivo, estudioso, consagrado al saber de la ciencia jurídica, contribuía a motorizar la búsqueda de aquellos cambios que necesariamente se debían realizar para el progreso del sistema de justicia en beneficio de la sociedad. Realizó numerosas publicaciones, entre otras en la Revista Jurídica La Ley, tratando distintos temas de actualidad, especialmente vinculados con el derecho penal, constitucional y procesal constitucional. No es motivo de este pequeño homenaje el análisis de su obra, que es vasta y fecunda. Citaba en sus trabajos a cada uno de los autores de doctrina nacional y luego desarrollaba su posición personal. No había obra de derecho en materia de derecho penal que editada no fuese incorporada a su biblioteca. En sus publicaciones era cita permanente el pensamiento de sus colegas y discípulos de la Universidad de Córdoba. Además del afecto que tenía por ellos, reconocía y respetaba la creatividad intelectual, el esfuerzo personal, la calidad humana, a muchos de los cuales había acompañado en su formación. Autor de distintas obras, como El embargo y sus efectos en la defraudación; artículo 173 inciso 9 del Código Penal, Librería Jurídica Omeba, Córdoba-1963; El significado doctrinario y jurisprudencial de la libertad condicional regulada por el Código Penal, Editorial Lerner, 1964; Acciones privadas de los hombres y autoridad de los magistrados, Editorial La Ley, 1989, entre otras. También dictó numerosas conferencias en el país y en el extranjero.
Auspició la colegiación profesional del abogado. Ejerciendo la abogacía en esta Ciudad, se matriculó como abogado en nuestro Colegio. Participaba de cada acto electoral en que se convocaba la elección de sus autoridades. Fue miembro del Tribunal de Disciplina. El día de los comicios era un abogado más, y no había impedimento de ninguna naturaleza que obstaculizara su presencia. Desde muy temprano concurría a cumplir con lo que consideraba un deber profesional, y se acercaban los colegas para saludarlo afectuosamente, importando ello un homenaje sincero en reconocimiento a su trayectoria. Hombre de diálogo permanente, de trato cordial, afectuoso con sus seres queridos, su estilo de expresión era sencillo pero profundo, cada término empleado era una definición. Sus consejos eran de esperanza. Tenía también su corazón en la función judicial, sabía de la excelsa y silenciosa tarea de aquellos que diariamente prestan un servicio de justicia y le infligía dolor todo episodio irregular que afrentara la fecunda labor de magistrados, funcionarios y empleados del Poder Judicial, máxime si provenía de personas que no honraban la función para la que fueron convocados. Circunstancias éstas que meditaba silenciosamente, no lo expresaba en palabras, sólo en el gesto de su rostro había prudencia, equilibrio y fortaleza espiritual ante cualquier adversidad. Su capacidad de dominio y su fe lo identificaban como un ser humano extraordinario. Vivía informado y actualizado de todo aquello que vinculara intelectualmente la vida y el desarrollo de la Nación, estaba atento, alerta, a los temas de trascendencia institucional y, principalmente, a aquellos vinculados con el derecho y la Justicia, asuntos por los cuales se lo convocaba permanentemente.
Su figura representa a una inmensa cantidad de hombres que amaron y respetaron las instituciones de su Nación y a su gente, y tuvieron el honor de ejercer las más altas responsabilidades, prestigiándolas con honradez ejemplar. Por ello, un merecido aplauso. *El autor: Dr. Luis María Cipollone
Es abogado, docente de la Universidad de Buenos Aires y miembro de la Comisión de Defensa del CPACF