sábado 21 de abril de 2007

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Encuentro de Hezqritorez

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Lo confieso. Estoy triste. Muy triste. Ya no doy más de tristeza. La verdad es que no sé cómo explicarlo. Abatido sería la palabra exacta. Estoy abatido. Me siento una cucaracha con perdón de ellas. De mis amigas y hermanas cucarachas. Un horizonte lleno de cucarachas y yo entre medio. Es que nunca me he sentido así. No valgo nada, es verdad. Nada. Resulta que yo siempre he querido participar. Y no me han dado la oportunidad. Nada más que no me han dado la oportunidad. Eso. No me han dado la posibilidad de participar. De ser uno de ustedes. De mis congéneres. De mis hermanos. De mis colegas. De mis patas, mis compadres, mis vecinos, mis aparceros, mis camaradas, mis cuates, mis socios, mis paisanos, mis amigos, mis pares, los poetas.
Han habido 1500 Encuentros de Escritores en Magallanes y nunca me han invitado. Nunca; no doy más de tristeza, me quiero morir.
He perdido cosas importantes porque no me han invitado. Hoteles. Mujeres. Vinos. Comidas. Y yo ahí en mi buhardilla. Junto con mis amigas las cucarachas. Perdiéndome lo mejor de la vida en un instante. Me quiero morir. Por favor se lo ruego. Invítenme. Aunque solo sea para pedirles un autógrafo. Por favor. Quiero participar. Quiero ser bueno. Por favor. Invítenme. Los elogiaré. Hablaré bien de sus obras. Diré lo magníficos que son. Que superan ampliamente a Rimbaud. Hablaré extensamente con diterambos sobre su biografía. Y en los recreos, mientras ustedes hablan sobre ustedes, haré el amor con cada una de vuestras mujeres. Está bien… no me inviten. No iré.

domingo 8 de abril de 2007

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Tirada en el sofá mirando la TV

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Llegaba tarde a casa y la encontraba tirada en el sofá mirando la TV. Generalmente cuando llegaba tenía hambre. Me decía: "Amor tengo hambre". Lo que tú quieres es que yo vaya al Massay y te compre un sándwich ¿no cierto? Sí; me decía, mientras su larga cabellera negra sin lavar caía hasta juntarse con la alfombra verde sin limpiar. En la cocina los platos sucios se arremolinaban junto al desparramo de cosas sin juntar. En el baño, la ropa de la semana se mezclaba junto a un par de libros sin leer. "¡Perfecto! ¿Lo quieres con jamón y queso, solamente con queso, con lechuga y tomate, con azafrán y magnolias? -no sé, me respondía-, ¡pero lo quiero ya! Y así... yo partía a atender a la reina de la casa. Le traía un sándwich de calabacín con orejas de jabalí, se lo zampaba y seguía en el sofá mirando la TV.
No sé cuál será su derrotero actual, tampoco me importa, pero de seguro que en algún lugar del planeta estará diciendo -tirada en el sofá mirando la TV- "Amor tengo hambre".

sábado 7 de abril de 2007

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Mansilla que ganó el Fondart se confiesa

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"¡Hey! miren por favor.. Estoy haciendo algo muy importante por la cultura. ¿es que no se dan cuenta? No puede ser. No puede ser que no se den cuenta. He ganado proyectos con mi trabajo. Es que pienso que la raza aborigen es muy importante. Y es lo que actualmente está en boga. La raza aborigen que se ha extinguido por la maldad del hombre blanco. Y la verdad que no me importa mi nombre junto a mis proyectos. Lo que me importa es que se sepa la verdad de la extinción de la raza aborigen. Para eso yo hago lo que tengo que hacer. Mi pintura, mi poesía, mi vida está dirigida a la defensa de la raza aborigen. Es que yo vengo de allí. Aunque me llame Mansilla, yo soy aborigen y necesito que me escuchen, me lean, me vislumbren. Yo fui exterminado, yo fui eliminado, yo fui cortado de mis orejas, yo. Y no quiero ganar dinero con esto. No. Solo quiero que se sepa que estoy aquí para denunciar todo aquello. El exterminio de la raza aborigen. Que tranquilamente pastaba en la pradera patagónica. Perdón, no quise decir pastaba. Sino que estaba. Estaba junto a los animalitos que pastaban. Eso, pastaban. No quiero ganar dinero con el exterminio de la raza aborigen. Es que yo también soy aborigen, aunque me llame Mansilla. Pero a mí... ¿Qué putas me importa la maldita raza aborigen?"
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Niño en la escuela

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Recuerdo la escuela como una prisión cercada por barrotes, celadores y un gran sheriff que oficiaba de Director. Con profesores que comulgaban con cierto despotismo semi-ilustrado y en donde el alumno era un vasallo que debía digerir sus meticulosas enseñanzas. No había lugar para el debate, la discusión o el encuentro. Desde su pedestal de monos parlantes, nos daban clases. No debías contradecirlos, no debías meter las manos en los bolsillos, no debías masticar un chicle, no debías sonreír, no debías hacer preguntas, no debías aflojarte la corbata, no debías hablar con el compañero, no debías estornudar, no debías pedir permiso para ir al baño, no debías estar desatento, no debías pararte, no debías sentarte, no debías gritar, no debías copiar, no debías enojarte, no debías llorar, no debías molestarte. No debías. Un día un tipo de apellido Riquelme me dijo: "Usted Vera tendría que haber nacido en la población Los Nogales y no en Natales, usted tiene pinta de delincuente". Eran estigmatizadores al extremo. Mi delito era mascar chicles y meter mis manos en mis bolsillos traseros. Cuando te pillaban desprevenido te hacían pasar a la pizarra, y ahí comenzaban a zaherirte de lo lindo. Te dejaban en ridículo. Te bastardeaban. Te jodían. Se reían de ti. Te convertían en personaje inolvidable para tus compañeros y a su vez; ellos, se convertían en personaje inolvidable para ti. Fomentaban la delación, el escarnio y la estupidez. Hinchados de una autosuficiencia ególatra tomaban a sus alumnos como pequeños perversos polimorfos que nunca llegarían a comprender sus sabios consejos y enseñanzas. A los desordenados lo sentaban adelante para tenerlos controlados. Los acusetes come cohetes podían hacer y deshacer, eran sus lugartenientes y estaban a su antojo. Eran los buenos de la prisión. Aún hoy puedo distinguir un acusete en cualquier parte en donde se encuentre, en un ministerio, un partido político, en un blog o en el cine. Esa sonrisa complaciente los delata y no los redime. He comprendido, al fin, que lo más importante es desaprender que aprender.

domingo 1 de abril de 2007

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Augusto Alvarado

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UN NATALINO CAMPEÓN


Eran los tiempos dorados de la juventud y también los años prósperos de la patria. Con toda seguridad, junio de 1972. Viajaba de noche, en bus, de Concepción a Santiago, con la inseparable radio a transistores pegada a la oreja. Sintonizaba radio "Corporación" porque esa noche transmitirían, desde el Teatro Circo "Caupolicán", una nueva edición del Campeonato Nacional de Box Amateur de Chile.

Mi interés estaba puesto en la presentación del mediano natalino "Cloroformo" Andrade, ex compañero de colegio, púgil que había recorrido un largo camino de nocauts en los cuadriláteros de su pueblo, todos de la mano de un golpe casi secreto, un derechazo de arriba hacia abajo, de preferencia aplicado sobre la sien del oponente y conocido en los corrillos locales, bares, clubes deportivos y chincheles varios como "gualetazo". Golpe que a la larga haría conocido a Andrade con el adormecedor apodo de "Cloroformo".

(Aunque "Cloroformo", antes de ser "Cloroformo", había portado otros apodos: "Pepille" en su tierna infancia y "Ministro" después, cuando se vino más grandecito. Había en el pueblo entonces toda una dinastía de "Ministros" y aunque nunca tuve una versión cabal del origen del apodo me imagino que habrá sido porque el "Ministro" originario, el padre de "Pepille", más conocido como "Ministro Viejo", peón en el frigorífico "Bories", tenía la inveterada y extraña costumbre de vestirse bien, hasta con elegancia podríamos decir. Entonces, mientras sus compañeros de trabajo en el frigorífico, con toda lógica y buen criterio, se ponían ropa de batalla para moverse en un medio pletórico de sangre, grasa y caca de oveja, nuestro buen Andrade se aparecía en el trabajo con ropa de vestir, un infaltable sobretodo en invierno y verano, sombrero, camisa y corbata. El extraño proceder ameritaba un apodo. Y en el pueblo donde están los campeones mundiales del sobrenombre no faltó el chusco que asoció la pretendida elegancia de Andrade con la vestimenta de los funcionarios que acompañan al presidente de la nación y así nació, creo yo, la familia de los "Ministros", todos tipos macanudos, buenas personas, amigos de los amigos).

"Pepille", entonces, era el "Ministro Chico". Petiso, rechoncho, piernas cortas y firmes, abundante tórax, tendría que rebuscárselas en el Nacional en una categoría difícil, los medianos, categoría casi universal para el tipo chileno donde se hacía evidente, como en ninguna otra, la diferencia entre los elegantes "boxeadores" y los temibles "pegadores".

Pero dejemos a Renato González, "Míster Huifa", maestro del periodismo deportivo de Chile, que nos presente la pelea: "Y a continuación tenemos, estimados oyentes, uno de los combates estelares de la noche. Se presenta una de las figuras más prometedoras del boxeo de nuestro país. Julio Medina, de Arica, preseleccionado nacional para los Juegos Olímpicos, un mediano perfecto, buena estatura, pura fibra morena, excelente alcance de brazos, camina bien el ring, un boxeador con todas las letras que seguramente aprovechará este Campeonato Nacional para ponerse a punto. Su rival, que ya está en el cuadrilátero, un muchachito... Andrade... ¿de dónde es este muchacho, Parmisari? ¡Ah!, de Puerto Natales, me dice el relator. Si ustedes me permiten la figura, diría que se trata de un antiboxeador, y esto lo digo con todo respeto, un antiatleta, un muchacho muy joven, con un físico extraño, piernas cortas y fuertes, un tórax demasiado abultado, brazos cortos... Bueno, estas son las cosas que pasan en estos campeonatos nacionales, yo siempre he sido partidario de una preselección, realizar campeonatos regionales para que el nacional sea lo que verdaderamente debe ser, una competencia de alto nivel... (Se escucha la campana y el "segundos afuera" que anuncia el primer round). Estimados amigos, lo dejo Parmisari con el relato".

¡Ay! ¡Carajo! Esos tres minutos del primer round fueron terribles para mi amigo "Cloroformo". Medina lo cagó a trompadas, entraba y salía el hijo de puta con la derecha como un estilete mientras con la izquierda lo acomodaba y otro derechazo y otro... Y Medina bailaba y giraba (como Cassius Clay decía Parmisari) y entraba, salía, pegaba, bailaba y "Cloroformo" recibía y recibía hasta que milagrosamente sonó la campana que daba por terminado el primer round. Me lo imaginaba a "Pepille" con los ojos hinchados, la nariz sangrante, boqueando, sentado en el banquito en el rincón, esperando que de una buena vez se terminara la puta pelea.

"Bueno ("Míster Huifa" comenta la primera vuelta) ocurrió exactamente lo que yo había adelantado. Un Medina perfecto, dictando cátedra, desarrollando todo un repertorio de golpes, un desplazamiento perfecto por el cuadrilátero, entrando y saliendo como lo hacen los que saben, sin dar nunca la distancia para un golpe feliz del oponente. Sinceramente no sé como este muchachito ¿Andrade? todavía sigue en pie. Lo vemos en el rincón, el rostro acusa los impactos de los golpes de Medina, este muchacho de piel muy blanca muestra la huella de los golpes de la cintura para arriba, en los brazos... Vuelvo a repetir, con una buena preselección regional estos muchachitos no llegarían nunca a disputar un campeonato que debería ser serio como éste, la máxima expresión del box nacional..."

(Se escucha la orden de siempre: "Segundos afuera" y suena la campana que anuncia el próximo round). "Cayó Medina" -interrumpe Parmisari. "Cayó Medina, don Renato" -repite Parmisari. "Es nocaut" -otra vez Parmisari. "Y Medina no se levanta, lo están reanimando don Renato". ("Y nos dieron las diez, y las once y las doce y la una y las dos" cantaría muchos años después Joaquín Sabina. Y Medina no reaccionaba). "Cloroformo" sabía que tenía una única oportunidad de meter su temido golpe y terminar con la paliza que le estaban dando. En el momento del saludo, al comenzar la pelea y en cada round, los rivales se saludan chocando los guantes, una gentileza que resultó fatal para el mediano de Arica. Allí "Cloroformo" le puso el derechazo, el temido "gualetazo", de arriba hacia abajo, a la altura de la sien derecha y así terminó el Campeonato Nacional para el promisorio mediano Julio Medina, de Arica, preseleccionado chileno para los Juegos Olímpicos.

Comentario final de "Míster Huifa": "¿Qué puedo decirles estimados oyentes? Estas cosas pasan en este tipo de campeonatos. No tengo ninguna duda que Medina es mucho mejor boxeador que este muchachito... ¿Andrade? Pero el box, como otros deportes, tiene la magia de la sorpresa, un minuto de suerte, un golpe bien aplicado y la historia se da vuelta como un guante... Le deseo la mejor de las suertes a este muchachito aunque no creo que llegue muy lejos, carece de fundamentos boxísticos... Bueno, ya están sobre el ring los protagonistas del próximo combate..."

Y a punta de gualetazos y tortazos "Cloroformo" llegó a disputar la final del Campeonato de Box de Chile en la categoría mediano en el año 1972. Nunca estuvimos tan cerca los natalinos de tener un campeón nacional. En la final perdió con un mediano de Punta Arenas que lo conocía como si lo hubiera parido. Nunca se acercó a "Cloroformo", ni siquiera para saludar, metió un par de buenas manos por asalto y así ganó la pelea.

En ese largo viaje entre Concepción y Santiago, una fría y lluviosa noche de invierno de 1972, una sonrisa se dibujaba en mi rostro. Mi amigo "Pepille", "Ministro", "Cloroformo" Andrade, natalino de ley, había derrotado a una promesa del box nacional, el mediano Julio Medina de Arica, preseleccionado para los Juegos Olímpicos.
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El benefactor y mis zapatos

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uno

El otro, nuestro igual pero distinto, nos devuelve la imagen que proyectamos, aquello sucede a cada instante. Muchas veces necesitamos la aprobación de aquel otro. Intuimos la desaprobación del otro al ver cómo nos mira, como nos atiende o desatiende. Vamos premunidos de aquello que solamente el otro puede avizorar. Mal o bien. Proyectamos y nos proyectan. Generalmente no somos personas continuas durante todo el día. A veces somos pacientes, delincuentes, amables, generosos, bestiales o magnánimos, y aquello lo proyectamos. Pasa lo mismo con el otro y con el otro y con el otro.

dos

Fui la noche del sábado a arrendar una película con mi hijo, nada más al entrar me topo con fulanito de tal, un tipo que una vez le fue bien, otra vez le fue mal y ahora le va muy bien. Cuando le fue mal y tenía un bar, yo era asiduo en su bar de mala muerte de la calle Eberhard, era atento, servicial y discreto, aunque para mi gusto poseía una acendrada incontinencia palabreril. La cosa es que entro al lugar de arriendo de películas y él estaba allí. El tipo que posee dos locales en la calle Bulnes. Fulanito de tal que cuando es el Día del Niño pasea gratis a los chicos carenciados del pueblo y reparte golosinas.

tres

Fulanito de tal apenas me saluda –tengo que haber gastado un millón en su bar de mala muerte- se detiene inquisidoramente en mis zapatos, viejos, chuecos, con cordones de distinto color, sin lustrar. Me lanza un hola mustio y una mirada de “putas compadre que estai mal cachai”. Habla con el dueño, con su mujer y con su hija diciendo frasesitas cortas de buena o mala crianza, se despide del dueño y no de mí y se va en un acorazado que lo espera en la puerta.

cuatro

Arrendó tres películas de terror.

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