jueves 27 de enero de 2005

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ALFREDO FRANGÓPULOS R. : EL TREN DE PUERTO BORIES

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En el año 1913 la Sociedad Explotadora Tierra del Fuego inició la construcción del Frigorífico Bories en Ultima Esperanza, industria que llegaría a ser una de las más importantes en el rubro de la ganadería patagónica y que comenzó su labor en 1914.
Hacia 1915 se iniciaba la contrucción de la línea férrea, como una forma más rápida y cómoda para transportas los trabajadores del frigorífico, que tenía que hacer un trayecto de 12 kilómetros de ida y vuelta, a caballo o a pie, desde el creciente y pujante pueblito de Puerto Natales, a veces en condiciones climáticas no muy agradables, sobre todo en la época invernal.
Así apareció el primer ferrocarril (si el nombre no le queda muy grande) en Ultima Esperanza, agregándose a otros de distintos kilometrajes existentes en la región, como el de la "Mina Loreto", legendario y recordado por los antiguos habitantes de Punta Arenas.
El tren de Puerto Bories no era precisamente lo que podríamos llamar, "un moderno expreso". Sus vagones eran sencillos y hasta rústicos. Pintados de grises, con techo rojo en forma casi cónica, tenían entrada por ambos extremos. Dentro poseía dos hileras de asientos de maderas a lo largo, una frente a la otra, y dos pequeños asientos igual de madera al lado de sus entradas. En lo alto de una de sus paredes había un tragaluz, a manera de respiradero, que los viajeros accionaban dependiendo de las condiciones climáticas o para atisbar el siempre hermoso e imponente seno de Ultima Esperanza, donde reposaban (y reposan) grandes cantidades de cisnes de cuello negro y otras aves.
Recuerdo haber realizado en este ferrocarril incontables viajes, en toda época del año, en mi ya lejana e inolvidable niñez. En los largos y crudos inviernos el tren avanzaba por un paisaje cubierto de nieve, no exento de sufrir alguna desgracia por el mucho hielo acumulado. En contrapartida, en los largos y bucólicos días de verano, se gozaba del panorama contemplando el hermoso paisaje de sus montañas, algunas con sus nieves eternas. ¡Qué atardeceres con el tren reptando jadeante por la línea, mientras el sol alumbraba el firmamento en una hermosa policromía!
Donde más aumentaba el número de sus trabajadores era en la época de la faena de la esquila. Los carros se llenaban de personas. Muchos se agarraban de los pasamanos de las puertas, con riesgos de accidentes, como algunas veces ocurrió. Recuerdo haber visto un pequeño monolito a la entrada del frigorífico, en evocación de una persona muerta en uno de estos accidentes (fue retirado del lugar en la década de los 60).
En el año 1959, cuando falleció el destacado dirigente sindical Ulises Gallardo Martínez, sus restos fueron llevados desde el frigorífico, donde fue su velatorio, hasta el tren donde uno de los carros transportó la urna hacia Puerto Natales. En los distintos vagones viajaba personal del establecimiento con sus familiares y en uno de ellos los alumnos de la pequeña escuela con su maestra en un largo mutis. Al alejarse del frigorífico la locomotora dejó escapar un largo y triste sonido de adiós.
Muchas veces con los niños de mi "pandilla" jugábamos entre sus carros silenciosos a "vaqueros e indios", cambiando líneas o empujando a los carros más pequeños, en los cuales apenas tomaban impulso en alguna pequeña bajada, nos embarcábamos. A veces tomaban mucha velocidad y nos asustábamos, pero no tanto como para desistir de volver a subir. Como resultado terminábamos llenos de magullones, pero gracias a Dios, nunca hubo un accidente mayor que lamentar.
El sonido del tren, desde muy niño, despertó en mí un temor que hasta hoy no entiendo muy bien. Quizás fuera porque una de las dos máquinas que tenía era enorme, negruzca, reluciente. Cuando tenía su caldera a "full - time", lanzaba un humo espeso, a veces blanco, a veces retinto, mientras cientos de chispas salían por su chimenea como un volcán en plena erupción. Su pitazo era fuerte, estridente, seco. Hoy adorna la plaza principal de Puerto Natales, lleno de colores que no le sientan muy bien; soñando eternamente con su gloria pasada.
A fines de la década de los 60 la Explotadora adquirió una máquina más moderna, más pequeña, color verde oliva, a petróleo marca "Diessel". Tenía una especie de "bocina", como la de un camión grande, y poseía instrumental moderno. A fines de esa década o principios del 70, el tren, por diversas causas, fue perdiendo vigencia y reemplazado por otros tipos de movilización, entre ellos una micro para el personal. Poco a poco se inició la decadencia del Frigorífico, que culminó cuando finalizó el accionar en la región de la otrora poderosa Sociedad Explotadora.
Hoy ya nada queda de aquello. Ha pasado mucho tiempo, pero siempre viene a mi memoria el tren de Puerto Bories y su ir y venir incansable… ese tren en que tantas veces fui pasajero. Su pitazo aún resuena en mis oídos y vuelvo a ser niño. No era un "Express", pero era el tren de Puerto Bories, mi tren…

Revista "Impactos" Nº 65, 4 de febrero de 1995.

Recopilación Jorge Díaz Bustamante.

domingo 23 de enero de 2005

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PUERTO BORIES

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La Sra. Blanca Gallardo de
Adema con sus hijos Edita y el
recordado Raulito.

Cerca de Puerto Natales, costeando 5 o 6 kilómetros del hermoso e imponente seno de Ultima Esperanza, en cuyas aguas se posan cientos de cisnes de cuello negro y otras aves, se encuentra el Frigorífico de Puerto Bories, otrora uno de los más grandes complejos de la ganadería en la Patagonia chileno-argentina. Sin embargo, la mayoría de las actuales generaciones, incluyendo las de Puerto Natales, poco o nada conocen de su grandeza pasada.
Y hoy, cuando el frigorífico ya se muestra tan venido a menos, cuesta creer que tuvo un pasado de gloria, que muchos de quienes laboraron allí recuerdan con nostalgia; especialmente por la gran fuente laboral que significó para Puerto Natales y que dio cabida a gran cantidad de trabajadores de la ciudad, de otras partes de la región e incluso fuera de ella, pues cuando funcionaban el frigorífico Bories y el de Puerto Natales prácticamente no había desocupación en la región.
Puerto Bories en sus orígenes se llamó puerto Río Cuchara. Fue bautizado así por la expedición de Hermann Eberhard en 1892 por una cuchara que se les olvidó en aquel río. Así nació ese nombre (¿cómo lo llamarían los indígenas?). Después fue rebautizado como Puerto Bories en recuerdo de Carlos Bories, uno de los buenos gobernadores de Magallanes, también inmortalizado por la calle principal de nuestra ciudad y otras instituciones, principalmente deportivas.
El primero en establecerse en ese lugar fue don Rodolfo Stubenrauch, en 1896, súbdito alemán y gran defensor de Ultima Esperanza, quien construyó una grasería y otras edificaciones, entre ellas un aserradero a vapor, un pequeño muelle y otras empresas.
Cuando se efectuaron los remates de tierras en la región, en 1905, estas pasaron a la buena o a la mala, a la gran compañía latifundista que fue la Sociedad Explotadora de Tierra del Fuego. Entre estas tierras estaban las correspondientes a Puerto Cucharas, donde el laborioso pionero tenía sus instalaciones (1906). Esas obras, junto a las que fue edificando a través de los años la Explotadora, conformaron un pequeño pueblito.
En 1913 se construyó el frigorífico, que inició al año siguiente su trabajo. Así empezó una gran era de ganadería para el establecimiento y la región, donde el constante ir y venir de la masa ganadera se alternaban con el movimiento de los buques "caponeros" y "laneros" que embarcaban o desembarcaban animales que animaban el frigorífico con el ladrido de los perros o el balar de las ovejas. También se traía ganado desde la Argentina y de las estancias chilenas. Allí se "faenaron" miles de ovinos y vacunos, dando entonces ocupación a cientos de personas. El frigorífico llegó a su ocaso a fines de los años 60, cuando también terminaba el accionar de la explotadora en Puerto Bories y en la región.
En 1915 comenzó a operar la línea férrea, que con su locomotora y carros funcionó hasta comienzos de la década del 70. Hoy no queda ni siquiera el recuerdo de sus líneas. Sólo la locomotora instalada en la plaza central de Natales evoca ese pasado. En 1916, aproximadamente, se instaló un retén de Carabineros. En 1919 nació la primera escuela fija, siendo su profesora doña Blanca Gallardo de Adema, oriunda de Chiloé, quien se desempeñó por espacio de varios años, dejando un gran recuerdo entre alumnos y apoderados. La escuela de Puerto Bories funcionó hasta 1963, cuando cerró sus puertas. Posteriormente reabrió en la década del 70, pero sólo por un par de años, cerrando definitivamente en esa misma década.
Aquel establecimiento frigorífico fue escenario de los dolorosos sucesos que enlutaron a Bories y Puerto Natales (1919), y que ya son bastante conocidos.
En sus años de gloria Bories tuvo equipos de radio estación, cancha de fútbol, tenis, piscina, bolos, cine en 16 mm. y otras entretenciones, construídas por sus primeros administradores de origen anglosajón. El primero fue Haakon Nielsen, en 1906 y el último Walter Morrison. Uno de los más destacados fue Tomás Dick, Mister Dick, que durante años administró tesoneramente el establecimiento, dando comodidades a sus empleados y obreros. En la década del 50 comenzaron los administradores chilenos. El primero fue Guillermo Santa Cruz S. Más adelante aparecerían Guillermo Bahamonde Calderón, Juan Castro y René Díaz.
Alrededor de Puerto Bories se formó una importante población en la que vivían en gran solidaridad y armonía los trabajadores con sus familias. Tuvo también una carbonera, con material extraido desde la mina Dorotea; dos muelles y hasta un pequeño cuartel de bomberos.
Recordamos también los memorables encuentros de fútbol entre las distintas estancias que terminaban con espectaculares asados, donde cada estancia se esmeraba por retribuir las atenciones recibidas. Ya no volverán los picnic familiares, los paseos y las veladas de colegio de los fines de año o de otras fechas importantes; no se oye el ulular de la sirena que anunciaba la salida de los obreros al terminar la jornada diaria o el ruido de la locomotora avanzando en dirección al frigorífico. Eso se terminó para siempre. Hoy Bories sólo es el fantasma de un viejo y glorioso pasado irrecuperable. Muchas de sus construcciones primitivas desaparecieron por el tiempo o la mano del hombre. Ojalá no se transforme en un pueblo abandonado, como acontece en el norte de Chile, y continúe sobreviviendo, aunque sea con altibajos como ocurre en el presente.
Quien comenta esto pasó los mejores años de su vida en Puerto Bories. Hoy, como un homenaje de gratitud, dedico este recuerdo a las familias que vivieron en ese lugar, a los obreros que laboraron y a tantos trabajadores que aún evocan con nostalgia el viejo frigorífico… y sobre todo a quienes ya se fueron para siempre.

(FRAN JUNIOR)

Revista "Impactos" Nº 55, 2 de abril de 1994.

Recopilación de Jorge Díaz Bustamante

miércoles 19 de enero de 2005

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JORGE DIAZ BUSTAMANTE: EL HOMBRE DE LA PIERNA DE MADERA

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Era día de sol. Con mi hermano durante la mañana nos dedicamos a caminar por la orilla del río y a saltar en los sitios que considerábamos más peligrosos, hasta que llegamos al lugar del tranque que habían formado los chiquillos de la pandilla. Allí estaban todos retozando en el agua, algunos se embardunaban todo el cuerpo con arcilla y luego se arrojaban al río. Era divertido verlos.
Mi hermano no aguantó la tentación y se desnudó, no me iba a quedar atrás, yo hice lo mismo. Así que pronto estábamos embarrados con arcilla y sumergiéndonos en el agua, en medio de la gritería de nuestros amigos.
Pasado el mediodía se acabó la diversión. Los chicos se fueron a sus casas y nosotros quedamos desnudos panza al sol, tirando piedrecillas al río. Mi hermano propuso que bajáramos por sus orillas hasta la bodega Stubenrauch.
Muchos de los obreros de la Sociedad Explotadora venían bajando por la calle Phillipi. Nosotros corrimos tras ellos y los fuimos siguiendo. A lo lejos sentimos el trac trac del tren que venía a buscarlos para llevarlos al Frigorífico Bories. Nos sentamos al borde del riel, esperando para poder subir al trencito.
Los obreros fueron subiendo en orden y nosotros aprovechamos un momento de descuido para colarnos dentro de un carro. Nos sentamos en un rincón cerca de la puerta de ingreso. Cuando el tren comenzaba a resoplar y temblar como animal herido, la puerta se abrió dando paso a un hombre enorme, de rostro rubicundo, con un morral cruzado en su cuerpo, se desplazaba con cierta dificultad y golpeaba el suelo con su pierna de madera.
Estábamos impresionados, el hombre enorme se sentó a nuestro lado arrojando un grueso escupitajo al suelo y sonriéndonos. Hurgó en su morral hasta extraer una botella de licor del que bebió un gran trago haciendo chasquear la garganta, luego se la cedió a mi hermano, que entre toses pudo tragar algo del líquido, mientras los demás hombres reían. Después me la entregó diciéndome:
- Es tu turno de beber.
Un ardor se esparció por toda mi garganta quemándome el estómago, escupí en medio de un acceso de tos y chillidos guturales, los ojos se me llenaron de lágrimas. Nuevamente los hombres rieron.
El hombre enorme se dirigió a nosotros diciéndonos que él también había sido niño y que esa pierna, la que ahora golpeaba con su puño, la había perdido arrollado por el mismo tren. Nos contó que estuvo todo un día gritando tirado a un costado del riel. Al caer la noche fue socorrido por un arriero que lo trasladó hasta Puerto Natales, pero su pierna era un guiñapo de carne y huesos. Los médicos sólo se limitaron a deshacerse de ella.
Otro hombre se acercó a nosotros y pidio al de la pierna de madera que le diera de beber. Este le entregó la botella que prácticamente le fue arrebatada de las manos.
El hombre, ante la atenta mirada de los demás pasajeros del vagón bebió de un solo trago todo el contenido de la botella, los demás empezaron a gritar:
- ¡Puchas que estabas seco rucio, oh!
- ¡Ya te cargaste al copete gringo!
El llamado gringo comenzó a desplazarse velozmente por todo el carro empujando a los que le gritaban, quienes a su vez también le empujaban con tal violencia que se tambaleaba y caía sobre los otros pasajeros, los que entre risas y garabatos, volvían a empujarse entre ellos.
Sólo el hombre de la pierna de madera no participaba de este alboroto, permanecía indiferente al bullicio de los hombres. Apoyado sobre su bastón nos dijo que nos tranquilizáramos, que pronto se aburrirían.
- Son un montón de imbéciles, agregó.
Mi hermano y yo estábamos muy asustados por la enorme gritería y el grotesco juego que a cada instante se tornaba más violento, pero los hombres, en vez de calmarse, se enardecían más azuzándose unos a otros, hasta que producto de un violento empujón el rucio cayó al suelo.
En un primer momento se hizo un silencio total, hasta que uno de ellos empezó a reir suavecito y de a poco todos comenzaron a reir y a burlarse del rucio; algunos se acercaron al autor del empujón, le levantaron la mano y lo vitoreaban como si fuera un boxeador que ganaba un importante combate.
El rucio, con el rostro contraído por la ira, se arrojó furiosamente sobre su ofensor, propinándole una seguidilla de golpes de puño que lo hizo trastrabillar. Este, repuesto de la sorpresa inicial, respondió el ataque de su enemigo trenzándose en una violenta gresca. Los demás gritaban con mayor entusiasmo para animar a los luchadores, algunos cursaban sus apuestas a viva voz:
- ¡Voy al rucio, carajo!
- ¡El gordo es mejor, dale no más!
Al girar sobre una curva, una ráfaga de viento se coló por la puerta corrediza del tren y el rucio salió despedido por la puerta abierta. Desesperado, aleteando en el aire, logró aferrarse con una mano en el borde del vagón; los gritos, más bien los aullidos del rucio, dejaron congelados a todos los pasajeros del carro.
Sólo el hombre de la pierna de madera se movió con una asombrosa velocidad, con una mano se apoyó en la puerta y con la otra tomó el pecho del rucio que lloraba y gemía sin control. En un instante que nos pareció eterno levantó por el aire al rucio y lo dejó dentro del carro.
El rucio cayó arrodillado llorando; el hombre de la pierna de madera les dijo a los demás:
- ¡Se acabó el juego!
Los hombres volvieron a sus puestos y se sentaron en silencio; nadie se atrevió a decir una palabra mientras duró el viaje. Se bajaron y se fueron presurosos a sus trabajos. El último en bajar fue el hombre de la pierna de madera, que antes de irse nos dijo:
- Es hora que regresen a casa.
Descendió del carro desplazándose trabajosamente sobre su pierna sin vida.
En el interior del vagón, el rucio lloraba arrodillado.

lunes 17 de enero de 2005

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SERGIO LAUSIC GLASINOVIC: RAZA DE GIGANTES

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Cuando se habla del pueblo aonikenk, por lo general, se están refiriendo a los llamados tehuelches. Aunque era varios grupos con denominaciones locales, se puede afirmar que todos ellos mantenían origen y tronco común. Sus desplazamientos correspondían a un espacio geográfico bastante vasto y que se limitaba desde las llanuras pampeanas hasta las costas del estrecho de Magallanes. La cordillera de los Andes y las costas atlánticas eran los lados de este imperfecto triángulo continental americano. Las aguas del estrecho interrumpieron en un momento su viaje hacia el confín austral. Al igual que los selk'nam, que no pudieron retroceder hacia el norte, los aonikenk se encontraron con esa barrera de agua que limitó físicamente los extremos americanos. Esta etnia aonikenk corresponde al tipo de los denominados cazadores recolectores de ambientación terrestre. Así los diferenciamos de otras etnias patagónicas y fueguinas que hicieron del mar su razón de la existencia.
Los aonikenk mantuvieron sus características como cazadores, de individuos que originalmente, desplazándose a pie, recorrieron las extensiones esteparias patagónicas. La llegada de la civilización europea impactó fuertemente sus costumbres, pero, es necesario decirlo, fue uno de los pueblos americanos que mejor había comenzado a convivir entre este mundo autóctono y aborigen y el otro mundo, extraño y complejo, que traían los blancos. La incorporación del caballo a sus costumbres de cazadores fue sin duda la mejor respuesta y el mejor intento de adaptación de este extraño mundo del blanco. Este cambio en sus vivencias culturales no cambio eso sí su modo intrínseco de vida, la de continuar siendo cazadores esteparios. No existe gran documentación sobre las características de los aonikenk, cuando comenzaron a contactarse con los primeros europeos. Lo que si no cabe duda es la enorme especulación que se dio a nivel de literatura, expresada en narraciones de viaje, crónicas, mapas, etc., que los europeos construyeron desde la primera vez que los encontraron. Las descripciones sobre sus dimensiones corporales fue una fuente constante, durante varios siglos de especulaciones, donde la imaginación, fantasías y deseos de conmover a la opinión europea fueron utilizadas con fines muchas veces de índoles muy variadas, menos la de entregar una información una información veraz y confiable. Los lectores europeos fueron impactados durante varios siglos sobre las características físicas de los aonikenk, y fue justamente una descripción de un rastro dejado por el pie la que entregó la denominación "patagones", con que popularmente fueron conocidos y motejados. Se hace necesario entonces desandar el camino y escudriñar y analizar con ojos que no quieren asombrar, sino explicar y constatar las reales características de estos cazadores esteparios, como los fueron los aonikenk.
Sin duda alguna que el primero que describió a estos individuos de la patagonia continental, o por lo menos cuyos escritos se divulgaron masivamente, y que ha llegado hasta nuestros tiempos, es Antonio Pigafetta. Esa es, por ejemplo, su obra titulada "Primer viaje en torno al globo" o como también se la tituló "Viaje alrededor del mundo por el caballero Antonio Pigafetta". Viajaba Pigafetta en la expedición de Hernando de Magallanes. El entrega la primera descripción del habitante de las estepas patagónicas. Su descripción está basada en el primer encuentro entre en aborigen y la expedición de Magallanes, hecho ocurrido en el mes de mayo de 1520. La escuadra de Magallanes había llegado hasta el puerto de San Julián, donde invernaba después de haber soportado violentos temporales, para después continuar viaje hacia el sur en busca de tan codiciado paso que uniera los dos grandes mares del Norte y del Sur, como se conocía el Atlántico y el Pacífico. Fue entonces que, en estos parajes se presentó a los expedicionarios un personaje que, parado sobre la arena de la playa, daba muestras de llamar la atención con una serie de movimientos y voces que Pigafetta describió como cantos y danzas. Este individuo, agrega el cronista, es de estatura gigantesca y al ser observado por la nave capitana, deciden enviar por él con una embarcación. En este primer encuentro se empieza a tejer una serie de especulaciones sobre las características físicas de estos habitantes patagónicos. Manifiesta Pigafetta que él en persona se encontraba en esos momentos y que la figura del aborigen "era tan grande que nuestra cabeza llegaba apenas a su cintura". Por lo que se tiene a la vista, las primeras descripciones, de las que Pigafetta es el iniciador y divulgador, el hombre patagónico es definido, usando la propia lengua del cronista "… un homo de estatura de gigante…".

COSTUMBRES ECUESTRES

La etnia aonikenk fue impactada por la llegada de los conquistadores europeos; la presencia española en casi gran parte de América del Sur motivó cambios en sus costumbres de cazadores paleolíticos. Estos cambios estuvieron marcados por la incorporación del caballo como vehículo de traslado y de cacería en sus andanzas por todos los territorios esteparios patagónicos. De hábitos de cazador pedestre, el hombre aonikenk pasó a ser un cazador ecuestre. Esto significó cambios importantes que permitieron un movimiento y traslado mucho más rápido desde la costa atlántica hasta las estribaciones cordilleranas. Con el caballo, el cazador aonikenk dispuso de una seguridad no sólo en su movilidad dentro del espacio, sino en obtener el alimento. Guanacos y ñandúes eran presas más fáciles de abatir cabalgando que en jornadas prolongadas de a pie, donde debía utilizarse más astucia y esfuerzo para obtener el alimento. El caballo por lo tanto dio seguridad al grupo, que como banda era el símbolo de la unidad social de estos cazadores. Es más, el caballo y su crianza dio oportunidad de cambiar también, en parte, sus hábitos y dietas alimenticias, ya que este cuadrúpedo fue incorporado a ella. Ahora, el hombre aonikenk estepario y su grupo familiar, tenían asegurada su alimentación. Esta la tenían al alcance de la mano si se quiere así graficar. La crianza de caballares estuvo entonces incorporada a las actividades del cazador aonikenk, no sólo como medio de traslado y de cacería, sino que de alimentación. Con el caballo lograba poseer proteína animal, muy importante para superar el invierno largo, en forma segura y tranquila de vicisitudes por buscar el alimento. Junto con estas innovaciones, la introducción del caballo significó cambios en el vestuario. La utilización de mantas, pantalones, calzado -en función de un jinete cazador- marcaron una diferencia con los antiguos aonikenk descritos por Pigafetta. Al mismo tiempo, se hizo necesario incorporar todo un trabajo artesanal que implicara el confeccionar aperos para la cabalgadura. Mantas, correajes, adornos, estribos y monturas fueron los más importantes. Unido a lo anterior se hizo necesario confeccionar atuendos para el jinete, como fueron las espuelas, lazos, látigos y objetos de uso para un jinete. Sin duda alguna un aspecto que también significa variaciones fue el uso de sus armas. Pigafetta nos relata que los hombres, por ellos vistos, usaban arcos, flechas y que incluso algunos de ellos las llevaban amarradas al cabello sobre la cabeza, como una forma de tener las manos libres y listas para usar el arco. Ahora el cambio en este sentido los representa la utilización en forma más destacada de las boleadoras. El arco y la flecha dejan de ser un arma de uso generalizado, para ir cada vez más perdiendo importancia. Esta arma era poco práctica para ser disparada desde un caballo en movimiento rápido, de ahí que su uso comenzó a disminuir. Ahora la lanza y las boleadoras sus armas características, incluidos los sables, machetes que adquirían y lograban confeccionar, obteniendo los materiales por trueque o recogiéndolos de los desechos que encontraban en la costa, por naufragio o abandono de los navíos que recalaban en las costas patagónicas.
Sobre estos cambios cualitativos en las costumbres de los aonikenk han escrito algunos viajeros o también misioneros. De estos últimos, sin duda, el que llama la atención es Nicolo Mascardi, misionero jesuita, quien después de conocer la realidad de los araucanos y otros pueblos que habitaban la vertiente sur del Pacífico entre este océano y la cordillera de los Andes, decide atravesar dicha cordillera. Con una expedición que organiza con aborígenes puelches, emprende el camino en enero de 1670. Arriba a orillas del lago Nahuel Huapi donde funda una misión, con el propósito de evangelizar a los habitantes aborígenes. Desde esta misión se dirige a recorrer toda la Patagonia, llegando hasta el estrecho de Magallanes y así atravesar por tierra todo este vasto hinterland. Sus informes a su superior, como las epístolas a su padre, nos entregan importantes antecedentes sobre esta etnia aonikenk. Justamente, Mascardi hace ver el cambio cultural que se ha explicado: la introducción del caballo y sus consecuencias. Mascardi nos dice que los "patagones" (así se denominó a los aonikenk o tehuelches desde el primer viaje e Magallanes) vivían de la caza y de la pesca. El ñandú o avestruz americano era una de sus fuentes alimenticias, como igualmente el guanaco. De este último los aborígenes obtenían su sustento; de su piel construían sus viviendas, toldos de cuero de guanaco sujetos con varas enterradas en el suelo. A su vez, nos dice N. Mascardi, de este animal obtenían la "piedra belzar" a la que atribuían condiciones terapéuticas. Ahondando en sus descripciones, este misionero jesuita dice que estos grupos aborígenes se llamaban a sí mismo "tsoneca", que quiere decir "hombres". Su vestuario consistía en una capa de guanaco con la que cubrían el cuerpo, comentando "di pelli per coprire quelo chi deve coprire". Esta situación llamó profundamente la atención al misionero quien, describiendo las costumbres morales de esta etnia, escribió el siguiente comentario: "… esi potrebbero esser esempio di moralitá ai cristiani". En relación al uso del caballo, animal traído a América por los conquistadores españoles y que se divulgó su crianza todo el continente, expresa N. Mascardi que le correspondió presenciar su incorporación a la vida de las etnias aonikenk: "… vinieron con mucho lucimiento, y gente de a cavallo, I muchos más adornos que los primeros con muchos machetones, o espadas anchas, frenos, pretales, cavallos enjaesados al uso de los españoles, y cavallos con jerro mui hermosos…". Se puede decir entonces que la incorporación del caballo significó un cambio muy importante en la vida y costumbres de estas etnias de la Patagonia. Para el aborigen el caballo lo acercaba al europeo, en cuanto a su uso e imitación. A caballo se hacía la guerra, a caballo se hacía la caza y a caballo también se festejaba y hacía la fiesta. La costumbre de cubrirse el cuerpo con grasa de los animales que comían, también la describe este jesuita. Más aún, agrega que la cara era su punto central de ornamentación, en cuanto a pintura se refiere; esta se la pintaban de diferentes colores según las circunstancias. Así se pintan a veces de negro, pero cuando van de visita a otro grupo, se pintan con los colores de aquellos. Agrega Mascardi que esta costumbre es más común en las mujeres. Los hombres cuando andan a caballo llevan un mayor número de ornamentos "… muy aderesados con metal de vasinica, I muchos pretales de cascabeles chicos y grandes de los antiguos de España". Una costumbre, que otros autores no la manifiestan es que algunos individuos, los que hacían de jefes en algún momento, se perforaban la nariz para colocarse adornos en ella. Esta situación según Mascardi, era más frecuente a medida que se internaba por la Patagonia hacia el estrecho de Magallanes. La costumbre de "las narices agujereadas" debía practicarse en algún momento y después abandonarse, ya que no se repite en posteriores descripciones; la perforación y adornos de nariz, labios u orejas fue costumbre original de algunos pueblos de la cuenca amazónica que la trasladaron a otras regiones americanas.
De la vida nómada y los cazadores aonikenk hemos recibido varios testimonios que hablan sobre las costumbres de esta destacada etnia de la Patagonia. Fueron muchos los navegantes que en el transcurso de varios siglos navegaron las costas atlánticas del extremo austral americano y se introdujeron en el interior de estrechos y canales. De ellos, principalmente, conocemos sus descripciones, sus juicios y opiniones, todas ellas valiosas, ya que la escasez de materiales es muy grande para tener conocimientos definitivos. Sólo nos resta, aplicando metodología de trabajo científico, analizar dichos informes, ya que no están exentos juicios errados, donde los prejuicios raciales y de otra índole borran los verdaderos elementos de estos pueblos, en los campos de las creencias, de sus cosmovisiones. Una de las expediciones navales a las aguas del estrecho de Magallanes que más aportes serios entregó al conocimiento de los aonikenk fue, sin duda alguna, la de la fragata española "Santa María de la Cabeza". Esta expedición española llegó hasta estas latitudes australes con finalidades bien precisas en los campos de la investigación. En su "Relación…" que narra los acontecimientos de dicha expedición, más el apéndice respectivo, se encuentran importantes aportes al conocimiento de la etnia aonikenk. Así esta expedición naval los llama con el nombre genérico de "Patagones", incluyendo con ese término a todos los habitantes de la vertiente atlántica. La definición por ellos establecida nos dice que los "patagones son unas tribus se salvajes errantes que ocupan el vasto país que se extiende desde el Río de la Plata hasta el Estrecho". Esta definición es demasiado amplia, ya que en ella engloba a varias etnias aborígenes, que en el marco geográfico citado, habitaron esas tierras. En todo caso sirve de referencia y de punto de comparación, ya que más adelante comienza a precisar su espacio al señalar que se encuentran más bien en el interior de estos territorios realizando excursiones hacia otras regiones. En este contexto expresa la "Relación…": "… sus domicilios más fijos es en el interior del país; pero en la estación de caza se acercan al Estrecho…". Fue justamente en las tierras inmediatas al estrecho de Magallanes que se encontró en repetidas ocasiones con un grupo destacado de 300 a 400 nativos de sexo masculino. Este es un dato muy importante, pues estaría otorgando uno de los primeros informes sobre las cantidades de población aonikenk que existían hacia fines del siglo XVIII. La misma "Relación…" expresa que no les fue posible conocer a sus mujeres y de esta manera conocer su número y características Se podría inferir que, de acuerdo a estos datos que nos entrega la expedición de la fragata española, los grupos aonikenk que frecuentaban las tierras aledañas al estrecho de Magallanes serían de una cantidad no superior al millar; esto no consideraría poblaciones de otros sectores de la Patagonia, tanto en sus áreas precordilleranas como en sus valles que descienden hacia la costa. Uno de los temas que siempre han suscitado interés, cuando hablamos de los aonikenk, es el que se refiere a su estatura. Ya Pigafetta había lanzado al mundo descripciones que hicieron de los aonikenk, llamados por este "Patagones", raza de gigantes. La expedición de la fragata "Santa María de la Cabeza" abordó este tema y efectuó varias mediciones sobre la población autóctona expresando que la común estatura era de 1,82 metros. Aquí habría que contrastar que la opinión de otro navegante, como lo fue Boungainville, quien relata que "… no es tan notable su estatura como su corpulencia…" En todo caso, la opinión de la expedición española no deja duda sobre la estatura de los aonikenk, a los cuales encontró altos y corpulentos, al decir en su "Relación…" que "su controvertida estatura excede por lo general a la de los europeos…". Las descripciones de los rasgos físicos de estos habitantes patagónicos fue un tema de investigación por parte de los expedicionarios, quienes señalaron que estos hombres eran de buena contextura física y de aspecto agradable. Lo dice así la "Relación…": "están llenos de carne sin poder llamar gordos…", agregando más adelante "…y no es desagradable su figura, aunque la cabeza es grande, o la cara algo larga y un poco chata, los ojos vivos y los dientes extremadamente blancos…" Cuando se trata de entregar una descripción del cabello ésta expresa "… llevan sus negros y recios cabellos amarrados hacia arriba con un pedazo de correa o cinta que les ciñe la frente, dejando la cabeza enteramente descubierta…" Con respecto a las mujeres de la etnia aonikenk no fue mucho más lo que esta expedición pudo investigar, pues los hombres desconfiaban de los españoles y temían que ellas fueran motivo de incidentes. Por eso se encuentra la opinión de uno de los oficiales que alcanzó hasta una de sus tolderías y viéndolas "…aseguró que su estatura es en algo inferior a la de los hombres…" Las descripciones de la expedición de esta fragata española son de un gran valor, pues ellas corresponden a una época en que las costumbres de los aonikenk correspondían a la incorporación del caballo. Ya no era los cazadores de a pie que había visto Magallanes y descrito Pigafetta. Ahora se trataba de individuos que habían asimilado una serie de costumbres de los europeos, léase españoles que desde las tierras del Virreynato de la Plata o del Reino de Chile influían en sus hábitos de vida. Lo fundamental fue la incorporación del caballo y la utilización de toda una indumentaria para el jinete y el animal. En este contexto "… realza mucho su figura el traje que usan, y se compone de una manta de pieles de guanacos o de zorrillos medianamente compuestas con rayas de diferentes colores en la parte interior…" A lo anterior se puede agregar que si bien asimilaron algunas costumbres en los hábitos de vestirse, llama la atención que los aonikenk seguían manteniendo la costumbre de pintarse la cara con sus colores tradicionales "… es bastante general la costumbre de pintarse la cara de blanco, negro y encarnado…" Es esta parte de la presentación de esta etnia patagónica, se hace necesario recalcar que muchas de estas descripciones sobre la vestimenta vista a fines del siglo XVIII, corresponden exactamente a las piezas etnográficas de las colecciones que el museo "Mayorino Borgatello" posee en la actualidad. Así cuando se refiere al calzado y a las espuelas, éstas eran confeccionadas con "dos palitos en forma de horquilla" que se amarraban al calzado. Este era un cuero liado alrededor del pie conformando así una especie de zapato. Con todo lo anterior, es necesario expresar que aún en estos tiempos la mayoría de estos habitantes patagónicos acostumbraban a no tener mucha vestimenta sobre el cuerpo. Si bien algunos de ellos utilizaban las mantas, ponchos y "calzones de igual género y hechura que los criollos del Reyno de Chile y Buenos Ayres…", la mayoría de ellos no poseía estas indumentarias y así lo expresa "Relación…": "… los más estaban desnudos y reducidos a sus mantas de pieles y a una bolsa de cuero, que colgando de una correa que llevaban ceñida a la cintura les cubría sus partes vergonzosas…"
Frente a estas descripciones y sus posteriores comentarios cabe preguntarse: ¿Cuál sería el grado de felicidad de estas etnias?, o también para expresarlo desde otro punto de vista. ¿Serían ellos tan felices como los europeos, a los que veían con mayores elementos de civilización? Sobre estas interrogantes, que salta de la opción de comparar ambos estilos de vida, podemos referir como base de conocimiento, y al mismo tiempo de valorización, las propias opiniones y comentarios de los expedicionarios europeos. Ellos expresaron al escribir sus opiniones en la "Relación del último viaje de la fragata de S.M. Santa María de la Cabeza": "…pocos hombres se hallan en mejor proporción para llamarse dichosos y estar contentos con su suerte como los Patagones: disfrutan de los esenciales bienes de la sociedad…, y gozan de una salud robusta hija de su sobriedad… y no acosados por un trabajo perpetuo y necesario…".

sábado 15 de enero de 2005

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Mi Credo

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No creo en el Dios de los cristianos
ni en la iglesia y sus secuaces creo:
seré blasfemo, hereje o seré ateo,
pero ante todo y por todo soy humano.
No creo en el cariño de un hermano,
ni en el amor de las mujeres creo:
todo es mentira y engaño lo que veo,
y el vicio y la virtud se dan la mano.
Si la vida tan solo es movimiento,
es la muerte absoluta, inmobilidad:
si moverse en el mundo todo siento,
no existe la muerte en realidad.
Si el estómago es máquina que elabora,
y que nutre al cerebro, al corazón:
si esta máquina se para o se demora,
padece en sus funciones la razón.
Y también el corazón padece,
no late ya, como latir debía,
su palpitar aumenta o decrece
y en sus afectos sin rezar varía.
Varían las ideas, las pasiones
por efecto de una mala digestión:
se tornan los honrados en bribones,
y los valientes abaten su pendón.
Los sabios glorifican sus ideas,
el poeta se remonta hacía el edén,
el filosofo sueña, calla y crea
cuando su estómago ha digerido bien.
Decidle a un hambriento que la tierra
alrededor del sol se mueve y gira:
contestará que el mundo solo encierra
el mendrugo de pan que en sueños mira.
Decidle a un harto que hay miseria,
que hay jentes que no comen día a día,
os dirá que este mundo es una feria,
donde reina el placer y la alegría.
Por eso en nada, nada de esto creo:
tan solo creo en mi que nada veo:

TÁCITO


Puerto Natales 1/VIII/35

miércoles 12 de enero de 2005

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EL DESARROLLO DEL MOVIMIENTO OBRERO EN CHILOÉ

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Por Carlos Gallardo

Desde hace muchos años no se tenía conocimiento del movimiento obrero en la provincia de Chiloé, por consiguiente la clase patronal manejaba a gusto y antojo a la masa según convenía a sus intereses
Años antes de la elección presidencial de 1938 ya se habían organizado sindicatos, como el de pescadores de Ancud, los sindicatos de Oficios Varios y el de Jornaleros en Castro y el Industrial en Quellón. De esto se desprende que el obrero chilote ya tiene ese sentido sindical que es el único que puede servirle para defender sus intereses económicos y conquistar sus reivindicaciones, destacándose en ello el sindicato de Quellón, que ha dado la nota alta por su espíritu de solidaridad unitaria habiendo conquistado triunfos que son dignos de aplauso. El Sindicato de Pescadores de Ancud también ha tenido sus luchas y ha conseguido reivindicaciones económicas, porque ha hecho valer sus derechos ante las autoridades y ante los especuladores, siempre dispuestos a arrebatarles el fruto de su trabajo.
De esta manera, aunque en forma paulatina, se ha ido desarrollando el movimiento obrero en Chiloé, eso sí que con paso firme y seguro van conquistando lo que les pertenece como obreros organizados.
Caso distinto pasa con el obrero campesino y con el pequeño agricultor. Estos trabajadores de la tierra todavía no despiertan de ese letargo en que están sumidos, debido principalmente a que cada uno trabaja por cuenta propia. En este sentido está completamente disgregada toda esa enorme masa de trabajadores en la provincia de Chiloé. Para este problema social que todavía no tiene solución, no hay ninguna organización que se encargue de remediarlo. Esos trabajadores deben organizarse en poderosos sindicatos agrícolas, para luchar por sus intereses y contra los especuladores que abundan en forma fantástica, aprovechándose de la debilidad sacando siempre mayor provecho, comprándoles sus productos a precios irrisorios, haciéndoles una propaganda falsa por sus intermediarios para conseguir sus funestos propósitos, y de esta manera llegamos a la conclusión que el obrero que trabaja la tierra, se queda únicamente con la certeza que ha trabajado durante un año en la agricultura y que el fruto de su trabajo ha ido a incrementar las cajas de los capitalistas que se dedican a esta clase de negocios.
Por otra parte la Caja de Crédito Agrario también toma parte directa en estos negocios. Este organismo semifiscal ha vendido al agricultor a razón de $ 65 el saco de abono blanco, $ 45 el rojo, etc, tomando en cuenta que cada saco debe pesar 80 kilos, pero no es así; hay muchos que vienen deteriorados, trayendo únicamente 50 a 60 kilos, lo que constituye un abuso. Hay quejas, reclamos, pero no se oyen, y cuando son, por casualidad, escuchadas, no se llega a ningún resultado positivo para el trabajador. De esta manera el obrero campesino de Chiloé no tiene ninguna garantía para sus intereses económicos quedando a merced de las circunstancias y a la voluntad de comerciantes inescrupulosos.
Tomando en cuenta todos estos casos, que nadie me los podrá refutar, hago un llamado a todos los trabajadores de la provincia de Chiloé, que militan en las filas de los sindicatos ganaderos de Magallanes, que ya tienen una cierta visión sindical y aún bastante preparación, para organizar tres poderosos sindicatos, uno en cada departamento de esa provincia, y así defender los intereses de la clase obrera.
Debemos reconocer compañeros; los que conocemos la lucha sindical, que como obreros organizados pesa sobre cada uno de nosotros esa responsabilidad de orientar a los demás trabajadores y así formar un solo frente unido contra el capitalismo, cortándole a éste la libertad de especular con nuestro trabajo.
Así uniéndonos todos los trabajadores habremos dado un gran paso hacia nuestra emancipación, porque como dijo el gran sociólogo Carlos Marx, la emancipación de los trabajadores ha de ser obra de los trabajadores mismos. Pues, entonces camaradas, debemos ir a la formación de nuestros organismos sindicales en la provincia de Chiloé, para sacar del atraso y de la ignorancia a muchos hombres de esa zona, fanatizados aún por la propaganda del cura y atemorizados por la tiranía de los patrones. Sólo entonces nos sentiríamos satisfechos de una obra realizada a costa de sacrificios, pero con el esfuerzo propio de nosotros, los hijos de esta tierra.

"Claridad", Puerto Natales, sábado 1º de mayo de 1943.

Recopilación de Jorge Díaz Bustamante

viernes 7 de enero de 2005

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FOTOS DEL TSUNAMI

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El efecto del tsunami fue devastador, se cree que en el sudeste asiático son más de 160.000 las víctimas por este estrago causado por el maremoto, a continuación vamos a dar diversos enlaces a Páginas en donde se podrá apreciar la magnitud de la tragedia:

COREY KOBERG

SOIESY. Este sitio corresponde a un blogger que se encontraba en el lugar en el momento del tsunami.

DIGITALGLOBE: Galería digital de fotos

miércoles 5 de enero de 2005

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ALEJANDRO FERRER: LAS ÚLCERAS SUELEN TENER ORIGEN NERVIOSO

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(a los heroicos charlies, alfas, betas, islas y remos de la Isla Dawson)



Tic. Segundos largos como siglos. Tac. Por lo menos seiscientos en cada minuto. Tic. El paciente, preocupado, mira más allá de los gestos mínimos. Tac. El doctor, sereno, con lenta voz sartorial, aunque académico y seguro. Tic. Afuera, cielo de vientos grises y remotos. Cielo malo. Adentro, el reloj, tac, implacable, tic, de pronto se detiene:
-Úlcera.
-¿Úlcera?
-Un cuadro claro; sintomático. Úlcera..., definitivamente.
Y las piernas del paciente se sueltan por un instante dejando escapar las defensas. Le parece estar sobre la cuerda, en la parte más alta del circo. Sin red. ¿Trapecista o payaso?, y el estómago se ha puesto a bailar al compás del mal momento.
-Pero duodenal, eh. Duo-de-nal -repite el médico-. Buena úlcera; garantía contra el cáncer.
Las piernas recuperan su corriente, poco a poco. Ahora son flexibles, jóvenes. Regresa el equilibrio. Ya no importa la red y los segundos corren como deben correr: sesenta por minuto. Las nubes se abren; viajan al sur y el viento amaina. La voz falla, tiembla, pero aún se entiende.
-Oh, doctor, eso me tranquiliza.
Y piensa: "úlcera: esdrújula. ÚL-CE-RA, con acento en la antepenúltima sílaba. La úlcera es duodenal; DUO-DE-NO, tres sílabas, doce dedos, salida del estómago, remata en el yeyuno. Sexto grado, primaria. Todavía, buena memoria".
-Una noticia mala y otra buena...eh, doctor -dice por aparentar control y romper el silencio.
-Sí. La mala: úlcera. La buena: duodenal. No hay cáncer, joven.
El paciente sonríe y vuelve a pensar: "como en el cuento del bueno y el malo. El primero te defiende, no te preocupes; aquí estoy para ayudarte. ¡Pluma! El segundo te golpea. ¡Palo! Uno, pluma; el otro, palo. Pluma-palo, palo-pluma. ¡Plumápalo! ¡Palópluma".
-Úlcera. De que duele..., duele, eh. En la boca del estómago y también en la espalda.
La voz de sastre, pero académica y eficiente responde que sí, que porque es una herida interna, una llaga. Y agrega que la medicina tiene resuelto el problema...
-Todo lo que tiene que hacer, es seguir las indicaciones.
-Seguro, doctor; no faltaba más -y piensa que la úlcera es como una puñalada, pero desde adentro hacia afuera.
Las nubes vuelven y comienzan a cubrir el cielo. El viento las trae de regreso. Vienen frías y amenazantes.
-No más frituras, ¿eh?
-No más, doctor.
-Ni empanadas, ni cebollas, ni bifes, ni papas fritas, ni repollo, ni coliflor, ni asado de cordero, ni salsa de tomates, ni ostiones al pil pil, ni lechón, ni arroz frito, ni cebiche, ni café, ni mate, ni...
-Sí, doctor -interrumpe.
-Además, relajado; que nada le afecte. No piense. Cuanto más piense más problemas, más complicaciones...
El paciente desobedece: "Es cierto; no hay que pensar. No hay que despertar la maldita esdrújula que desde adentro, profundamente escondida, con su cuchillito pica y pica, pica y pica, como un minero duodenal".
-Gracias doctor; me siento más tranquilo.
-Así me gusta, joven. Tome esto, -escribe- esto, esto y esto, en la mañana; por la tarde esto, esto, esto y esto. ¿Me ha entendido?
-Sí, doctor, cuatro veces esto en la mañana y cuatro veces esto en la tarde. Más claro echarle agua.
-Ah, sí... agua. Recuerde, nada de alcohol ni cigarrillos. Dieta blanda y controlada. Usted está muy flaco, eh. Pero lo más importante: absoluta tranquilidad. No hay que preocuparse por nada. Deje que las cosas le resbalen. Las úlceras suelen tener origen nervioso.
-Sí, doctor; yo... tranquilito.
-Comience el tratamiento mañana, sin falta -tic.
-No puede ser, doctor -tac.
-¿...? Tic.
-Mañana es mi Consejo de Guerra -tac.
Y mientras lo dice, desobedece y piensa: "Perpetua o fusilamiento. Treinta o veinte años. Quince años o diez días". Comprueba una vez más que no vale la pena pensar.
Tic. Se abre la puerta de la celda. Tac. Se va el doctor. Se cierra la puerta. Tic. Se queda el paciente. Tac. Vuelven los segundos carcelarios... lentos como siglos. Tic. Vuelve el bueno y el malo. Tac. Vuelve la venda a los ojos. Tic. Noche prematura, sin estrellas. Tac.
Y afuera, el cielo de Dawson cada vez más oscuro.

martes 4 de enero de 2005

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GABRIELA MISTRAL: "EL CALEUCHE" DE CHILOÉ

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En el Sur de Chile, donde el mapa pinta con mancha redondeada a Chiloé y su séquito de islas, y más abajo, hasta donde salta el suelo firme de la Patagonia las aguas son casi todo y la tierra muy poca cosa. Corren no lejos unos ríos grandes que se llaman el Bueno y el Maullín, y el mar hace su antojo desmenuzando la cordillera, dando archipiélagos que no se cuentan y tajando penínsulas y fiordos. Los espíritus del agua son más que los terrestres y ponen en jaque a chilotes y patagones.
Cuando la noche se cierra completamente como un arca, y se hace tan larga que parece no querer acabar nunca, los viejos y los niños chilotes, o ambos, en torno, cuentan todo lo bien que saben contar viejos y niños, la historia "de veras" del "Caleuche, Buque de las Artes".(1).
El Caleuche es un barco pirata, es decir, un forajido del agua noble, que para cumplir mejor sus aventuras, corre millas y millas por debajo de ella, tan escondido, que en semanas y meses se le pierden las trazas y parece que ya se ha muerto o ha dejado por otro el mar de los chilotes. El mar ha pactado con él desde todo tiempo y le cumple el convenio de esconderle al igual de sus madréporas y sus últimos peces de pesadilla.
Pero de pronto, en la noche más sola de aquellas del Sur, el Caleuche saca entero su cuerpo de ballena y corre un buen trecho a ojos vistas, navegando a toda máquina (que las tendrá), casi volando, sin que puedan darle alcance ni barco ballenero ni pobrecita lancha pescadora a los que se le ocurra seguirlo.
Aquello que corre, a la vista de los pescadores locos de miedo, es un cuerpo fosforescente, de proa a popa sin velas, que de nada le servirían, cuya cubierta pulula de demonios del mar y una tribu de brujos asimilados a ellos. Y el todo aperos y equipaje, ofrece un aire de festival o de kermesse, arrancada a la costa y que va por el mar corriendo a una cita para solemnidad aún mayor..
El motor que lo lleva a velocidad de delfín no hay por donde se le rompa ni le estalle, como que no lo mueven petróleos o alcoholes y habrá salido de la forja submarina y de los metales del mar, y lo conduce "el Arte", ejercida por un alto comando de hechicería oceánica.
Acérquense un poco los perseguidores de la presa "alumbrada" y antes de que ojeen y cacen el secreto, el palacio ardiendo del Caleuche se para en seco, se apaga como un gran tizón y deja un troncazo muerto, oscura pavesa que flota a la deriva de las olas y chasquea a los que ya pintaban victoria.
El Caleuche pude ser criatura viva por sí misma y puede ser industria suma de los demonios, hecha con oro del mar, y cáñamos del mar, y azafres del mar, que lo convierten en organismo o fábrica de fuego.
El Caleuche no se puede decir exactamente qué es, por no parecerse a otra cosa que… al Caleuche. Puesto en el aprieto de definirlo, tartamudeamos negaciones. No es una ballena, aunque se le parezca en su maña para voltear las barcas de pesca, y "no" es un buque, aunque así lo digan sin otra razón que la de navegar válidamente y siempre.
El Caleuche lleva, consigo, pues, la tripulación que dijimos, de demonios luminosos y de brujos "de gran arte". De los demonios no se sabe otra cosa de su índole contra-ángeles; de los brujos se sabe que llevan la cara vuelta hacía la espalda y la pierna izquierda torcida como la cara y además encogida; caminan la cubierta saltando sobre un pie y son esperpentos para toda la vida.
Ocurre de cuando en cuando que el Caleuche coge hombres de la costa, ya sea que los rapte o que algún loco salte a su cubierta. Unos y otros son hombres perdidos; al acabar la navegación y tocar tierra bajarán vueltos al revés como los que se quedaron a bordo, pero además, con la memoria perdida. No sabrán lo que vieron en el "Alumbrado" porque los "del Arte" quieren que su lengua suelta no vaya a entregar lo visto y aprendido. Con lo cual los idiotas pierden lo mejor que consiguieron desde que Dios les hizo, al dejar su memoria en la casa misma del portento.
Una sola hazaña de monstruo bueno se le conoce al Caleuche y es ésta: Alguna vez tomó el amor de su tripulante cristiano y sabiendo su apetito de hijo de Adán por el dinero, le entregó, en brulotes, el oro que quiso coger de su cala. E hizo más, consintiendo en atracar a tierra, frente a su casa chilota, y dejarlo acarrear los poderes hasta su puerta. La familia del servidor del Caleuche enriquecido de pronto y sin causa visible, y el padre siempre esquivó responder a quienes le preguntaron por una riqueza tan brusca y no hacía sino sonreír, a lo chilote ladino, sin soltar… confesión…
El Caleuche no se acaba y los que navegan en él tampoco, hasta que se pongan viejos. La brujería de tierra cuanta su vejestorios, pero las bestias del mar se ven siempre mozas y los "mudados" o "trocados" que lleva el Caleuche, respiran pura ráfaga marina, duermen el día y por la noche corren a la fiesta, y como ella es la marina de Ulises, no fatiga ni a demonios-patrones ni a los brujos-serviles.
El Caleuche y los caleucheros no se casan al llegar a las costas, donde las muchachas casaderas juegan en las dunas o recogen las almejas; ni en Llicaldad, ni en Trren-Trren, ni en Quicaví, sus patrias posibles, han robado nunca mozas, la gran bestia mora o sus brujos bautizados. Se quedan solteros, al igual del doctor Fausto. Y como no tiene mujer no hijitos, el Caleuche se parece al Judío Errante, que sólo lleva el aire a sus costados y la tierra que toma y deja.
Yendo por el mar austral, todos hemos cruzado al Caleuche sin verlo, cada marea del Sur tiene gusto y tacto del Caleuche, y el puelche patagón le ha puesto la mano encima aunque sea en el momento en que saca el pecho del agua.
Va y viene de vuelta el Caleuche; pero no se sabe hacía dónde navega para ir tan desaforado, ni qué encargo cumplió en el final de su viaje, que viene tan rozagante de vuelta. Y si hace el viaje por el viaje, será que, como los marineros, tomó el amor de la sal y no puede vivir en la tierra, donde nosotros bebemos agua dulce.
Los pescadores que trasnochan mar adentro, ven al costero y se lo pierden los que duermen en tierra a pierna suelta; los guardianes de faro de ojos puestos en el mar, lo han visto alguna o muchas veces, según sean ellos lerdos o milagreros; los que se quedan trasnochando en cabos o en peñas, se dan el gusto con espanto, de ver el Caleuche astral, gusto que más sirve para contarlo que para sentirlo… Un chilote de veras "vaqueano" de su archipiélago, chilote curtido de salmuera, siempre logra el suceso y llevará toda la vida los ojos encandilados por el barco de luces. Este chilote feliz compondrá el romance o corrido del Caleuche "sobre la mar alumbrada- como cosa de otra vida".
Pero los que mejor se saben al Caleuche aparte de los idiotas que él dejó escupidos en la playa, es lástima que no hablen más; son la gente barquera que el pirata ahogó volteándole la embarcación y que están en el fondo del agua pesada, con la lengua contadora comida de pulpos y los brazos gesteros quebrados por el pez sablista del abismo que llaman pez-espada.
(1) "Arte". Magia.

El Magallanes, Domingo 1º de Noviembre de 1936.

Recopilación Hugo Vera Miranda

sábado 1 de enero de 2005

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Tierra del Fuego

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También aquí,
donde los castores desvían el curso de los ríos
y los guanacos miran con esbelta tristeza,
ha surgido la vieja voz envolviéndome en vagos sueños.
En esta tierra seca donde los grandes lagos escarchados
inician su deshielo y las avutardas, siempre en pareja,
gris el macho, marrón la hembra,
picotean el suelo, algo irreprimible
me ha obligado de nuevo
a tratar de decir la vida
con palabras insuficientes.
A pensar en la blanca euforia de la nieve
y en el caparazón rosa de las centollas
cambiando de color a medida que cambia
el día incierto.
Cuántos años, cuánto tiempo,
sin más ley, que la ineluctable
que rige las mareas.
Que la de los bosques de lenga
envueltos en su barba verde,
muriendo y renaciendo
incluso antes de la llegada
del hombre a la Tierra.
Por tal razón trabajo los vocablos
que deben introducirse
en algún remoto pecho
como quien miles de años después
recoge un pedazo de vidrio
golpeado hasta conformar una punta de flecha,
o como quien derriba todo un árbol
para extraer de su tronco, ya pulido y desbastado,
apenas un arco matemáticamente perfecto.
Que me sea dada la paciencia
con que la estalactita
elabora su cuchillo transparente
o la tenacidad con que el albatros
viaja 20.000 kilómetros
desde las Canarias hasta esta América.
Me pregunto, entonces,
si nuestra tarea podrá hallar tales
equivalencias.
Sin embargo en éste,
el lugar más austral del planeta, donde los continentes a la deriva
parecen concluir su errante viaje por la Tierra,
algo que aún no sé nombrar te advierte sin remedio.
Poesía, fatalidad del instinto
reconociendo su cría
entre los centenares de miles
de ese rebaño que bala y se atropella.
Desaparecen los últimos onas
en medio de la peste del progreso
y se esfuma el recuerdo de los anarquistas
grabando en un fósforo, y desde su celda,
himnos de independencia,
pero del mismo modo,
con la misma minuciosidad estéril,
enciendo en la alta noche
los extraños fuegos
para que los perdidos navegantes
a punto de naufragar
(como don Hernando de Magallanes)
encuentren su rumbo
y sigan viaje en pos de su presa.
Esa voluble, frágil y sonámbula quimera
tras de la cual los hombres viajan
y luego desaparecen.

J. G. Cobo Borda

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