La mujer: De la igualdad republicana a la sumisión franquista PDF Imprimir E-mail
Cultura - Historia
Miércoles, 14 de Abril de 2010 16:51
POR LA TERCERA
Mujeres de Madrid

por Marta Casado Pérez, Alexandra Nieto Conde, Raquel Torres Giralda y José María Rodríguez Arias

República españolaTrabajo presentado en la asignatura de «Historia del Trabajo» en la «Licenciatura en Ciencias del Trabajo» de la «Universidad de Valladolid» durante el curso 2009-2010 y publicado en De Igual a Igual el 14 de Abril de 2010. Puede descargarlo en PDF dando click acá.

La Mujer en España
De la igualdad republicana a la sumisión franquista

Época republicana (1931 a 1936)

Introducción

Tras las elecciones municipales de 1931 los partidos republicanos coparon los ayuntamientos de las principales ciudades de España (41 capitales de provincia), aunque cuantitativamente fueron más los concejales de corte monárquico (fruto de un sistema electoral, el de 1907), caciquil y clientelista, cualitativamente el peso republicano fue el suficiente para que, el 13 de abril, en Eibar, Sahagún y Jaca, se declarara la pertenencia a un país republicano, acto seguido, el 14 de abril, por las principales plazas españolas, así desde las grandes ciudades, como Madrid y Barcelona, se proclamó «República», día que se toma como el inicio de la Segunda República Española.

Comienza así un convulso periodo democrático en que se reemplaza la monarquía restauradora de Alfonso XIII por un gobierno civil presidido por Niceto Alcalá-Zamora. El 9 de Diciembre de 1931, bajo la presidencia de Manuel Azaña, se aprueba la Constitución republicana. Comienza el llamado bienio reformista, con una mayoría clara de izquierdas (republicanas y socialistas) que inicia una serie de reformas igualitarias en cuanto al sexo, laicistas, pro-jornaleros e inicia una reforma agraria bastante amplia, y contestada por la derecha empresarial. Las reformas, en todo caso, no terminaron de cuajar durante este periodo republicano, y no se cumplen las amplias expectativas que produjo la República, se suceden las huelgas, aumenta la conflictividad social, y la parte más conservadora del espectro político y militar produce intentonas de retomar el poder, hasta que, finalmente, fracasan parcialmente en un golpe de Estado en Julio de 1936 que, por la insistencia de los golpistas, se inicia el llamado «Alzamiento Nacional» que desemboca en la Guerra Civil.

Época de cambios

Cambios demográficos

Los cambios que se produjeron durante la Segunda República en España no fueron significativos debido a la corta duración del periodo (véase Anexo I). Pero sí que hay que resaltar algunos aspectos:

  • El aumento poblacional desde principios de siglo debido a la reciente industrialización, y en concreto aumentará en 2.304.104 habitantes entre 1931 y 1941. Desglosado por sexos 1.388.682 eran mujeres y 915.476 eran varones.
  • El descanso de la natalidad es significativo durante la Segunda República, y como indica J. Nadal, a partir de 1914 hay un descenso en la natalidad, inferior al 30%, debido al control voluntario en la natalidad. Además como también indica Gloria Nuñez como otras razones: el proceso de industrialización, la urbanización y el descenso de la tasa de mortalidad. A lo que también hay que sumar la situación económica y las consecuencias que conlleva como la regresión de la nupcialidad.
  • Aparte de estos factores hay que tener en cuenta el aumento en la edad del matrimonio debido a mayores expectativas sociales de los jóvenes en edad de matrimonio, debido a una mayor oportunidad de educación y formación
  • Y por último, destacar el descenso en las tasas de mortalidad y en concreto la mortalidad femenina, y las razones son la mejora en las condiciones sanitarias, en la asistencia de maternidad y la puesta en marcha de seguros para mujeres trabajadoras.

Cambios socio culturales

Educación

Los puestos que ocupan las mujeres en la segunda república son discriminatorios con respecto a los puestos que ocupan los hombres y esta discriminación viene dada entre otros factores por la educación que han recibido unos y otras.

El acceso a la enseñanza superior continúa siendo más improbable para las chicas que para los chicos ya que se observa una pérdida de efectivos entre la cantidad de titulados de enseñanza secundaria y el número de estudiantes universitarias.

La escuela al mismo tiempo promueve y descala, en la medida en que modela a las niñas en función de los destinos profesionales probables, es decir, femeninos. Al hacer propias las divisiones del mundo social y traducirlas en divisiones escolares, la escuela crea «cambios reales», pero engañosos, en los que se hunden las jóvenes, esto se traduce a que las mujeres predominan en la secciones de lenguas, letras, pedagogía y psicología, mientras que las ciencias y las matemáticas siguen siendo terreno exclusivo de los hombres.

Con las distinciones escolares entre chicas y chicos de acuerdo con la naturaleza de los estudios se acentúan los desfases en los distintos niveles de formación. Tanto en la enseñanza técnica como en la general, las jóvenes acceden en menor cantidad que los varones a los niveles superiores.

La escuela desempeña su papel en la reproducción de los distinciones sociales entre los sexos. Las divisiones escolares, sumadas a las herencias educativas familiares, modelan as mentalidades las hijas de tal suerte que éstas eligen las ramas feminizadas.

Pero pruebas más difíciles todavía esperan a las chicas al terminar la escuela, a la hora de hacer valer sus títulos en el mercado de trabajo.

El nivel escolar tiene tres consecuencias principales sobre la inserción de las mujeres en el mundo del trabajo:

  • estimula el ingreso o el reingreso en una actividad profesional.
  • Permite a las chicas con titulación superior e integrarse en profesiones masculinas.
  • Da pie a una variedad de utilizaciones profesiones de un mismo título.

Para las mujeres, superar un nivel de instrucción es liberarse de las cargas del hogar para ejercer una profesión. Sin embargo, la instrucción ejerce un efecto de censura que limita las posibilidades de empleo en los sectores feminizados, los cuales por ello mismo, se feminizan aún más. En toda Europa, las mujeres están representadas en el sector terciario, sobre todo en el comercio, la banca, los servios de colectividad y los particulares mientras que siguen siendo una muy pequeña minoría en las industrias manufactureras, en la construcción, las obras públicas y los transportes. Por lo tanto se observa una correlación entre la distribución de las chicas en el sistema escolar y sus posiciones profesionales.

El primer gobierno de la Segunda república inicia un serio proceso de reforma de todo el sistema educativo, la misión principal era eliminar el fuente analfabetismo existente (que llegaba hasta el 40% del total de la población, afectando mucho más a la mujer que al hombre), por ello, además de incidir sobre la educación de los menores, se inician campañas de alfabetización de adultos. Los primeros gobiernos ponen todo de si parte conseguir que la escolaridad (ya obligatoria para el nivel primario) fuera efectiva y no como hasta el momento. Este objetivo no es cumplido, pese a los esfuerzos, finalmente la escolaridad a duras penas superaba el 50% de menores en edad de ir a la enseñanza.

Es de notar que una de las primeras medidas fue elevar el presupuesto del Ministerio de Instrucción Pública, se crearon nuevos centros educativos (en diversos niveles) y se incrementó sustancialmente la plantilla de docentes, se realizaron nuevos planes de estudio, se crearon misiones pedagógicas, bibliotecas ambulantes, comisiones de enseñanza y, lo más importante en cuanto a la mujer, se vuelve a la coeducación en las escuelas normales y se imparte una enseñanza laica (ya no controlada por una Iglesia que dejaba, bien claro desde su propio planteamiento educativo, los roles distintos que correspondían, según su ideología, a hombres y mujeres).

La educación se vuelve, o se intenta que se vuelva, más igualitaria, por ello la educación y la supresión de asignaturas para mujeres claramente enfocadas en su rol tradicional de ama de casa (algo que, como veremos, en la República tiende a cambiar), existe un cierto cambio de mentalidad en la sociedad, que permite también que más mujeres realicen los estudios de Bachillerato, así pues, si en el curso 30-31 había un 14% de mujeres en estos, en 1935-36 ya son el 31%.

Algo similar, aunque en menor escala, supone el ingreso en la Universidad, en el curso 29-30 solo el 5,2% de la población universitaria era mujer, mientras que en el curso del 35-36 ya representan el 8,8%. Son cambios lentos, pero notables. Sobre los estudios universitarios también cabe destacar el descenso de la proporción de mujeres en Filosofía y Letras y Farmacia, así como el ascenso en casi todas las demás carreras, lo que refleja un cambio de mentalidad a la hora de estudiar, durante la república se estudia pensando en las salidas profesionales. Eso sí, en las carreras técnicas la mujer sigue teniendo una presencia excepcional, aun persisten barreras ideológicas respecto a la cualificación «natural» de la mujer para llevar a cumplimento dichas labores.

Nuevo rol de la mujer: De Niña a mujer

Y de la casa a la esfera pública. La constitución de 1931 trae consigo la mentalidad del cambio en el prototipo de mujer, del «ángel del hogar» a la «mujer moderna», de ser tratada como una menor de edad, siempre como un niño al cuidado del hombre de la casa (incluso aunque este fuera su hijo) a declarar la igualdad entre hombres y mujeres, también en lo que respecta al hogar. Es preciso señalar, en este apartado, el artículo 43 de la carta magna, que declara la «igualdad de derechos para ambos sexos», al punto que habla de los deberes de «los padres», no de la madre por un lado, y del padre por otro.

Aun así, la declaración formal no es suficiente para modificar la realidad, la mujer sigue desempeñando el papel de «cuidadora» (de hijos y ancianos). De todas formas, los cambios sociales son notables, la mujer se atreve a hacer cosas que antes no hacía (incluyendo el fumar y beber, o hacer deporte incluso en público), mientras que parte de la sociedad, la conservadora, sigue reclamando para la mujer el ideal tradicional de madre-esposa.

El cambio de rol es evidente, incluso se celebran en Madrid las Primeras Jornadas Eugénicas Españolas (1933), donde se propugna la «maternidad consciente», concepto revolucionario para una época en que la maternidad era vista, por buena parte de la sociedad, como el fin natural y lógico de la mujer. La maternidad ahora comienza a ser vista como un acto controlado y controlable por parte de la mujer, se comienza a hablar de control de natalidad. El aborto, nunca recomendado por los peligros que suponía para la salud de la gestante, sí se practicó en clínicas especializadas.

Incluso se pone en cuestión, tal vez por primera vez, el rol fundamentalmente pegado de la mujer al matrimonio, así la idea de que una mujer puede desarrollarse soltera va calando en el imaginario colectivo (poco a poco), algo impensable hasta hace poco. Y esto es así, en gran medida, por la incorporación de la mujer a actividades productivas, lo que le permite desarrollar también una independencia económica, contando además con las universitarias, que a diferencia de la época posterior, no veían su formación como un mero adorno curricular en favor del marido. El lema anarquista de amor libre y de unión libre vagó también por las mentes de la época, aunque no era siquiera pacífico dentro del propio colectivo ácrata.

En esta época aparece el matrimonio civil, y el divorcio, dos conceptos que causaron revuelo en buena parte de la sociedad, contando la Unión Católica Femenina. El divorcio era causal, e igual tanto para el hombre como para la mujer.

En cualquier caso, todos estos cambios significaron el inicio de la independencia de la mujer, el paso de ser una «niña» a una persona adulta con pleno control sobre sí misma, sobre su cuerpo y sobre el desarrollo de su vida futura, sin depender en todo caso del marido, o incluso con una vida de soltería.

La familia tradicional, además, es duramente atacada por los anarquistas y los marxistas, los primeros consideraban que era un sistema represivo propio de la sociedad burguesa que imponía una sexualidad en principios morales falsos para mantener a la mujer subordinada al varón, mientras que para los marxistas esa familia tradicional, como todo concepto burgués, debía ser abolido, la familia no podía ser el centro, ya que debía serlo el conjunto de la colectividad.

Derechos políticos y participativos

Introducción

Con la caída de la monarquía y el advenimiento de la II República se produjeron una serie de consecuencias bastante importantes para las mujeres en el ámbito de los derechos políticos y en la participación política. El cambio político planteó la transformación democrática de la vida del país. Este intento democratizador obligaba al gobierno republicano - socialista a promulgar una serie de leyes que hicieran efectiva la igualdad de derechos entre hombres y mujeres. La constitución fu la primera y suprema norma legal, que consagro el principio de igualdad del hombre y la mujer ante la ley.

La mujer no solo adquiere derechos políticos en esta época, sino que se vuelve políticamente activa reclamando una igualdad real, no solo formal, frente a los hombres, incluso en épocas finales de la II República las reivindicaciones eran elevadas por la consciencia que las mujeres tomaron de su importancia en la participación política y la necesidad, entre ellas, de estar mejor organizadas.

Derecho al voto y participación política

Terminada ya la dictadura militar se convocan elecciones el 12 de abril de 1931 con un triunfo de los partidos republicanos, y de esta manera el 14 de abril es proclamada la Segunda República. Con la entrada de la nueva ley se rebaja la edad de votar a 23 años y se concede a la mujer el derecho pasivo al voto en su artículo 3: «El art. 4.º de la ley se varía en el sentido de reputar como elegibles para las Cortes Constituyentes a las mujeres y a los sacerdotes».

Esta nueva ley sólo reconoce el derecho de la mujer a ser elegida, pero a pesar de eso existe un proyecto de incorporación de la mujer al nuevo proyecto político, aunque debido al bajo nivel educativo y a la escasa incorporación de las mujeres al trabajo extradoméstico, hacen de esta una tarea difícil. En las elecciones de junio de 1931, de los 470 escaños, sólo tres mujeres salieron como diputadas: Clara Campoamor, del Partido Radical, Victoria Kent del Partido Radical Socialista y Margarita Nelken por el PSOE, esta última tuvo que obtener la nacionalidad española ya que era hija de padres alemanes, por lo que se incorporó meses después.

Era 1 de septiembre de 1931 y se debatía el sufragio femenino, Clara Campoamor convenció con su último discurso y se obtuvieron 161 votos a favor y 121 en contra. Acción Republicana, Partido Radical Socialista y Partido Radical se pronunciaron en contra, mientras que los diputados de derecha, republicanos, nacionalistas y PSOE votaron a favor.

Victoria Kent propuso que se aplazara la concesión del voto a las mujeres, no porque creyera que tuviera menos capacidad que el hombre, sino porque podía perjudicar a la República, por lo que sería conveniente esperar a que ellas vieran realmente las oportunidades que esta Segunda República les otorgaba para así ser totalmente consecuentes. Esta decisión hizo que entrara en controversia con Clara Campoamor que la contestaba diciendo que las mujeres habían demostrado sentido de la responsabilidad y que no tenían porque esperar más tiempo.

Por primera vez se aprobó el voto femenino en el artículo 36 de la Constitución Española de 1931: «Los ciudadanos de uno y otro sexo, mayores de 23 años, tendrán los mismos derechos electorales conforme determinen las leyes», ahora las mujeres ya podían votar, sin restricciones, y en 1933 ejercieron ese derecho por primera vez en las elecciones generales.

Este logro fue obtenido en gran parte por la labor de Clara Campoamor que defendió sus ideales con tesón a pesar de las críticas adversas. Pero las elecciones generales de 1933 dieron el triunfo a la derecha y como era de esperar todo el mundo culpó a Clara por contribuir al sufragio femenino. La razón del fracaso de la izquierda no tuvo nada que ver con las mujeres, ya que representaban una minoría de los votos.

En 1936 el panorama cambió, la Coalición Radical-Cedista triunfadora había generado un enorme descontento y la izquierda presentaba una sólida unión. En esta ocasión todos los partidos hicieron campañas específicas dirigidas a mujeres y a su vez incluyeron a varias en sus listas: Margarita Nelken, Julia Álvarez Resana y Matilde de la Torre por el Partido Socialista, Victoria Kent por Izquierda Republicana y Dolores Ibárruri por el Partido Comunista, esta última muy influyente durante la época del Frente Popular y después en la guerra civil. «Pasionaria» como era apodada esta mujer adicta a la lectura y católica, cautivaba al pueblo en sus mítines lo que era un soplo de esperanza para miles de afines ideológicamente durante la guerra civil.

Derecho a la asociación

El artículo 39 de la nueva constitución republicana reconoce a todos los españoles derechos de asociación y sindicación, sin hacer distinciones, en ningún caso, entre hombres y mujeres. Así pues, las mujeres tienen la oportunidad de organizarse y reivindicar lo que deseen de forma colectiva, como colectivo. Surgen, entonces, nuevas asociaciones de mujeres, fundamentalmente durante la Guerra Civil.

Dentro de las organizaciones de izquierda estacan tanto la Agrupación de Mujeres Antifascistas (AMA) como la Agrupación Mujeres Libres (ML), ambas anteriores al inicio de la Guerra Civil. ML, de tendencia anarquista, nace realmente en 1934, pero no formalizará su existencia hasta 1936, y mantuvieron, durante los cuatro años de vida de la asociación, una revista (Mujeres Libres) como voz oficial del colectivo y sus reivindicaciones. ML se enfrentó, además, con parte del movimiento anarquista, que si bien tenía reivindicaciones igualitaristas y emancipadoras, funcionaba internamente con ideas paternalistas sobre la mujer, incluso muchos líderes o militantes anarquistas eran abiertamente machistas. Ya en la guerra civil, tanto AMA como la Unió de Dones de Catalunya (UDC) se vuelven referentes como organizaciones de mujeres en la zona republicana.

Dentro de la derecha, es destacable la creación, en junio de 1934, de la Sección Femenina de la Falange (SF), organización que propugna los roles tradicionales, se posiciona totalmente contraria a los cambios hacia la mujer moderna de la Segunda República y tendrá, tanto en la guerra civil (en el bando fascista) como durante la dictadura, un papel fundamental en el adoctrinamiento de las mujeres y la sociedad para dejar bien marcados los roles de cada sexo.

La mujer también se incorpora a la vida sindical dentro de las centrales de clase, como era la UGT, así en 1932 la Unión General de Trabajadores ya contaba con casi 41 mil mujeres, lo que representaba un 4,3% del total.

Trabajo

Contexto

La mujer abandona, como se ha dicho, el papel de menor de edad, y ello se ve también en el acceso al trabajo, ya no está de forma puramente supletoria, sino que va reclamando, lentamente, un nuevo lugar en la sociedad (y las normas legales, al menos muchas de ellas, van encaminados a dicho fin, véase infra). Este cambio de rol no es bien visto, por supuesto, por esa parte de la sociedad conservadora, que lo señalaba como un «trastorno del orden social establecido».

Existen una serie de problemas, estructurales ellos, que dificultan la entrada de la mujer en el mercado laboral, la formación previa existente para ellas les imposibilita para ejercer determinadas profesiones, que, por supuesto, no pueden ser formadas de un día para otro. También existe un problema de mentalidad, es un periodo, sobre todo al principio, de transición entre dos conceptos de mujer totalmente antagónicos. Así pues, por ejemplo, cuando hay una tasa elevada de paro masculino, está mal visto el trabajo femenino. Por ello las políticas pro-empleo del periodo posterior a la crisis del 29 son, sobre todo, en favor de los hombres.

El grueso de las mujeres trabajadoras tenía menos de 30 años y se encontraba soltera, esto también deja ver las limitaciones del cambio social que se estaba produciendo, en tanto que las casadas, sobre todo con menores a su cargo, se veían obligadas (socialmente hablando) a abandonar sus trabajos para dedicarse al hogar. También se da la circunstancia de que continúa la desigualdad salarial, la mujer sigue ganando menos por el mismo trabajo, y ello desincentiva su trabajo.

Población Activa

Al inicio de la guerra civil, solo un millón cien mil de los doce millones de mujeres ocupan una actividad productiva remunerada (sea por cuenta ajena o propia), la gran mayoría de mujeres se encuentran, según los datos censales, en la población «miembros de la familia» (epígrafe solo destinado a las mujeres) se encuentran más de siete millones y medio de mujeres, todas ella en edad de trabajar y que no son rentistas, pensionistas, trabajadoras, o menores fuera de esa edad en que ya pueden acceder al mercado de trabajo. Solo en el norte cantábrico, en Galicia, Madrid, Barcelona y las islas Baleares más del 9% de las mujeres tienen un trabajo. La práctica totalidad de las trabajadoras son asalariadas de clases bajas, muy pocas son de clase media - profesional (pequeñas empresarias, profesionales liberales -sobre todo docentes- y funcionarias) y casi ninguna de clase alta.

Durante la república, en parte a causa de la crisis económica y de los lentos cambios de mentalidad, y en parte porque las políticas activas eran fundamentalmente para incentivar el trabajo masculino, encontramos que no cambia demasiado el reparto del trabajo con respecto a la mujer, aunque la misma comienza a acceder a profesiones hasta la fecha vetadas para ellas.

Igualdad legal y Contrato de trabajo

La nueva constitución no haría diferencias entre hombres y mujeres, así el artículo 25 de la carta magna prohibía cualquier privilegio fundado en el sexo, y la legislación se encargó de dejar claro que a igual trabajo debía existir el mismo salario, aunque ello no se viera reflejado, necesariamente, en la práctica empresarial ni tampoco en las Bases de Trabajo nacidas en los jurados mixtos (formados básicamente por hombres, sean empresarios o trabajadores). El artículo 40 de la Constitución daba a las mujeres igualdad de acceso a los cargos públicos, un notable avance. También, hombres y mujeres, debían cumplir los mismos requisitos para ser diputados, pero las mujeres no podían acceder a la presidencia del gobierno.

La nueva legislación permitió a las mujeres opositar, durante el bienio republicano-socialista, a plazas de notarías, registradores de la propiedad, procuradores de los tribunales, secretarios de juzgados municipales, pero, en cambio, mantuvo las prohibiciones para el acceso femenino a la organización judicial, tampoco podían acceder al ejército ni a la policía ni a otros cuerpos ministerales. En 1934, durante el gobierno radical-cedista, se dictó una orden que prohibía expresamente que la mujer pudiera opositar a la carreras fiscal, secretario judicial y judicial.

Se crearon, eso sí, cuerpos femeninos en varios ministerios, como fue el «Cuerpo de Auxiliares Femeninos de Correos» (decreto de 26/5/31, reconvertido en el «Cuerpo de Escala de Telegrafistas Femeninos» por un decreto de dos meses después), que, desde 1932, debían cobrar lo mismo que los auxiliares masculinos (ley de 1/7/32), la «Cuarta Sección del Cuerpo Auxiliar Subalterno del Ejército» (decreto de 36/7/31), que servía al Ministerio de Guerra, la «Sección Femenina Auxiliar del Cuerpo de Prisiones» (decreto del 23/10/31), las «Mecanógrafas del Ministerio de Marina» (ley de 31/7/31).

Esta igualdad formal no siempre era atendida, aunque supuso, sin dudas, una mejora de la posición de la mujer en la sociedad, y permitió que la mujer aprendiera a «sindicarse y reivindicar sus derechos».

Quedan algunos flecos legales, por ejemplo, la LCT de noviembre de 1931 mantiene la necesidad del permiso del marido para que una mujer casada pudiera ser contratada, también se mantuvo vigente determinados aspectos del Código de Trabajo (23/8/26) que permitía al marido cobrar el salario de su cónyuge en determinados casos. La mujer podía administrar su salario si tenía el permiso del marido, o si estaba separada (de iure o de facto).

No se puede olvidar que, posteriormente a la LCT, se intentó favorecer que las mujeres se mantuvieran en su puesto de trabajo, como ejemplo encontramos el decreto 9 de diciembre que declara nula cualquier cláusula en el contrato de trabajo que suponga el fin de la relación laboral por el cambio civil de la mujer o el propio seguro de maternidad (puesto en práctica por decreto de primero de octubre de 1931).

La legislación no es capaz de cambiar la mentalidad de toda una sociedad, ni puede presentarse totalmente revolucionaria a la misma sin producir una gran ruptura, algo que la Segunda República no fue del todo, así pues, se explica que siga existiendo una serie de trabajos vetados o limitados para las mujeres (también en la función pública) y que en las «bases de trabajo», el trabajo de la mujer se vea innecesariamente mermado, ya sea por condiciones meramente biológicas o por temas morales. También se atrasa la edad de ingreso al mercado de trabajo de la mujer (con respecto al hombre), por medio de las «bases de trabajo», a empleos considerados «insalubres», o se prohíbe, en ellas, toda posibilidad de trabajo nocturno por parte de las mujeres.

En esas «bases de trabajo», incumpliendo sin dudas el mandato constitucional de igualdad, se establecen las categorías laborales diferenciadas por sexo, así como salarios distintos a igual trabajo. En las «bases de trabajo agrícola», incluso, se llega a prohibir la contratación de mujeres si es que habían hombres dispuestos a trabajar, salvo que la mujer sostenga la familia sin hombre que trabajara, o si fuera viuda o soltera, entre otras excepciones a una norma realmente machista y nada acorde con el espíritu de la constitución.

Esta distinción se ve agravada cuando, en 1933, el 11 de diciembre se emite una Orden Ministerial que, tras declarar el principio general de a igual trabajo igual salario, permite que los jurados mixtos, en las «bases de trabajo» hagan lo que venían haciendo hasta la fecha, distinguiendo categorías laborales por sexo y permitiendo salarios diferenciados por el mismo trabajo.

Para acabar con las condiciones legales del Contrato de Trabajo, hay que mencionar, necesariamente, la Ley de Jornada máxima legal de trabajo de 1931 (texto refundido aprobado por decreto el 1 de julio), que pretendía funcionar, además de como un elemento que mejorara las condiciones individuales de trabajo, como un «mecanismo redistributivo de la oferta de empleo disponible», esta norma limita el trabajo a 48 horas semanales, así como reglamenta el uso de las «horas extraordinarias» a supuestos tasados, si bien esta jornada máxima ya existía para determinadas industrias desde 1919 (decreto de 3 de abril) es, desde la Segunda República, cuando se extiende a casi todas las profesiones (no todas tampoco) y especialmente al campo.

La normativa que pretendía equiparar a hombres y mujeres tampoco se extendió a todos los ámbitos, como un ejemplo flagrante podríamos destacar el caso de Juanita Cruz que luchó por poder ser torera, y que el gobierno actuó incluso promulgando una Orden dirigida a las gobernaciones provinciales para que impidieran que Juanita (o cualquier otra mujer) toreara, en aplicación del reglamento taurio.

Por otra parte, esta legislación laboral no alcanzaba determinados sectores con una presencia fundamentalmente femenina, como fue el servicio doméstico.

Cabe destacar que la legislación laboral no discriminatoria, así como la surgida para ámbitos públicos, no se vio reflejado en una modificación del Código Civil, que mantenía reglas de sumisión para la mujer (y la representación legal del marido respecto a la mujer). Aunque se dieron avances vía otras normas, por ejemplo, la licencia que la mujer debía pedir al marido para realizar determinados actos jurídicos se fue eliminando, así la ley de asociaciones eliminó ese requisito, dejando plena libertad para que la mujer casada pudiera afiliarse a cualquier asociación o sindicato de forma autónoma y libre. También se eliminó, en el 32, el delito de adulterio (que solo podían cometer las mujeres). En 1934 la Generalidad catalana promulgó una ley que impedía que el cambio de estado civil supusiera la representación legal del hombre sobre la mujer dentro de la pareja.

Nuevos trabajos, nuevas condiciones

Y algunas no tan nuevas. En el campo la mujer seguía desempeñando un papel de ayuda al trabajo masculino, y estaba peor retribuida incluso aunque tuviera mejor rendimiento, así pues, en las labores del campo una mujer ganaba entre el 50 y el 80% menos que un hombre y con una fortísima temporalidad (superior a la ya alta de los varones). Aun muchas trabajadoras del campo no cobraban pues trabajaban como «ayuda familiar» en pequeños fundos.

Pero la mujer también se va sumando a otros mercados de trabajo, como es el sector secundario y el terciario, y todo esto en una época con nuevas condiciones laborales, la reducción de la jornada de trabajo a cuarenta horas semanales, el derecho a vacaciones pagadas, y mejoras de las condiciones en general también afectarán positivamente a las mujeres. Hay que tener en cuenta que la reducción de la jornada tiene un efecto redistributivo sobre el trabajo, como ya se mencionó.

La mujer entra en estos sectores en una situación de doble necesidad, por un lado, de los empresarios por mano de obra (en ciertos casos, considerada más apta para unas tareas determinadas) y por otro, de las familias a contar con todos los aportes económicos posibles, ahora bien, esta segunda imagen se va debilitando por la creciente independencia de la mujer, la transformación del concepto de la misma ya mencionado.

Primará la industria textil, de confección, vestido, sastrería, zapatería y demás. El trabajo de costurera y modista reporta la mayor diferencia salarial entre hombres y mujeres. Este sector permite a las mujeres trabajar o desde talleres (asalariadas por hora) o desde casa (trabajo a destajo), con un alto índice de contratación sumergida o irregular.

En el sector textil podemos encontrar, además, que el salario nominal por jornada (en el tipo profesional corriente) era menor para las mujeres que para los hombres, así ellos pasan de 5,82pts en 1931 a 6,64pts en 1936, mientras que el de la mujer se mantiene, durante tres años (31-33) en 2,32pts, para acabar, en 1936, en las 2,8pts. En otras palabras, se mantiene por debajo del 43% del salario masculino. Esto mismo ocurre con todas las actividades económicas industriales, el salario de la mujer a duras penas llegaba al 50% del que tenía el hombre por jornada de trabajo.

En industrias pesqueras y de derivados, la mujer solo está presente en el trabajo en tierra, nunca dentro de los navíos. Sobre los salarios, una operaria podía ganar hasta cinco veces menos que un varón de la misma categoría (zona de Vivero), incluso donde más ganaba la mujer (en la región cantábrica) su salario seguía por debajo del 50% del obtenido por el hombre en iguales condiciones.

Continúa, también, una prohibición de trabajo nocturno para las mujeres, lo que las lleva, en sectores alimenticios, a trabajar más en la venta al domicilio que en la elaboración de los productos.

El servicio doméstico, empleo predominante dentro del sector terciario ocupado por las mujeres, queda fuera de legislación alguna, lo que propicia todo tipo de «abusos» contra las mujeres, que muchas veces eran contratadas a cambio simplemente de comida.

Si hablamos de profesiones liberales encontramos tres claramente feminizadas: Maestras, matronas y enfermeras. Sobre el personal docente, habría que indicar que tienen una presencia fundamental en el nivel primario y pre-escolar, mientras que en la Universidad casi no existen profesoras. Las condiciones laborales de las maestras variaba mucho entre el ámbito donde desarrollaran su función (campo o ciudad) y el nivel de sus enseñanzas, así pues, el salario de las maestras rurales era realmente bajo, mucho más que otras profesionales del Estado, además de las malas condiciones de los locales habilitados como escuelas.

En general la mujer sigue estando peor cualificada que el varón, y con ello tiene acceso a puestos peores que el hombre, además de estar peor pagados. Además, el trabajo femenino es de mayor temporalidad que el masculino, y tiende a sufrir un parón, como ya se ha dicho, tras el matrimonio y el embarazo (y posterior cuidado de los menores).

La falta de organización inicial de las mujeres las hace presa fáciles de trabajos con sueldos más bajos de los que pagarían a un hombre en condiciones similares. Aun así, es de destacar que sí se va produciendo la incorporación paulatina de la mujer a distintas áreas laborales y ocupando, poco a poco, puestos de más responsabilidad.

Sobre la diferencia salarial, la misma, poco a poco, se iba aplacando, pero realmente de forma lenta, apenas apreciable realmente. Lo que es peor, durante la Guerra Civil, tiempo en que la mujer ocupó el lugar laboral del hombre (véase infra), no se produjo una igualación de los salarios. Además, se mantiene la idea de que el sueldo de la mujer que estaba casada era una «ayuda» para la casa, «complementando» el del esposo, así que socialmente está mal visto que una mujer gane más que su marido. A esto hay que sumarle, como ya se ha repetido en otros apartados, que la baja cualificación de las mujeres las coloca en puestos peor pagados.

Sobre las condiciones laborales, en general mejoraron, como lo hizo la de toda la clase trabajadora: Una jornada laboral (legal) máxima de 48 horas, vacaciones pagadas, mayor control sobre determinadas condiciones sanitarias, protección de la salud en el empleo, prevención de riesgos laborales, etcétera.

Huelgas de trabajo

En el campo la situación no era mejor; en este sector trabajaba el 24% de la población activa femenina, que en muchos casos no recibían ninguna remuneración, ni tenían ningún derecho laboral, porque este trabajo era considerado oficialmente como «ayuda familiar». Durante todos estos años se sucedieron muchas luchas y huelgas por parte de los trabajadores, para intentar cambiar sus condiciones de vida y mejorarlas, y en todas, las mujeres participaron enérgicamente, por un lado en su condición de asalariadas junto a los trabajadores, reivindicando subidas salariales, mejora de sus condiciones de trabajo, etc., y por otro, en su condición de esposa, madre, hermana... del trabajador, intentando mantener unas condiciones de vida dignas para sus familias.

Por ejemplo en 1932, el 97,1% de las obreras participaron en huelgas junto con el 95,2% de los obreros, y en 1934 más del 50% de las horas perdidas en huelgas, lo fueron en el sector textil, confección, alimentación y tabaco, sectores donde predominaba la mano de obra femenina.

Uno de los sectores más «movidos» para las mujeres fue el tabacalero y el cerillero, como se acaba de mencionar, donde tenían bastante presencia y estaban más o menos bien organizadas (en asociaciones de diferentes tendencias, desde anarcosindicalistas hasta independientes, pasando por ugetistas y comunistas), el sector estuvo, durante los años treinta, en crisis, y eso llevó a imponer reducciones de jornada y empeoramiento de las condiciones laborales en general, las mujeres protagonizaron muchos conflictos laborales exigiendo mejoras de todo tipo.

Además las amas de casa durante todo este período protagonizaron multitud de luchas y manifestaciones, sobre todo contra la carestía de la vida, una constante en estos años, especialmente cuando subía el precio del pan, que era el alimento básico de las familias obreras, y que, entre 1931 y 1934, fue objeto de numerosos incrementos debido a la escasez de cereales producida por las malas cosechas. No sólo se hicieron manifestaciones, sino que en los primeros meses de 1933 se produjeron asaltos a los vagones, camionetas y tranvías que transportaban alimentos, confiscándolos y repartiéndolos entre las familias obreras, en Vizcaya, Almería, Málaga, Granada, Valencia... y Madrid donde las mujeres asaltaron los mercados de abastos.

Repercusiones en la posición de la mujer

Con la II República, con la Constitución de 1931 y las leyes promulgadas posteriormente la situación de las mujeres comenzó a cambiar, Hasta ese momento la mujer en España carecía de derechos políticos. Su papel era el de madre y esposa y había un clara división del trabajo. Los movimientos femeninos, más que feministas, se habían centrado en otorgar prestigio a la mujer dentro de sus roles, defender el derecho a la educación y la dignificación de los trabajos femeninos, se eliminaron privilegios reconocidos hasta ese momento exclusivamente a los hombres, se reguló el acceso de las mujeres a cargos públicos, se concedió el derecho de voto a las españolas, se reconocieron derechos a la mujer en la familia y en el matrimonio (se reconoció el matrimonio civil, el derecho de las mujeres a tener la patria potestad de los hijos, se suprimió el delito de adulterio aplicado sólo a la mujer y se permitió legalmente el divorcio por mutuo acuerdo).

Por otra parte, se obligó al Estado a regular el trabajo femenino y a proteger la maternidad (se prohibieron las cláusulas de despido por contraer matrimonio o por maternidad, se estableció el Seguro Obligatorio de Maternidad y se aprobó la equiparación salarial para ambos sexos).

En el ámbito de la educación, se permitieron las escuelas mixtas y la coeducación, se abolieron las asignaturas domésticas y religiosas y se crearon escuelas nocturnas para trabajadoras. Además aumentó la posibilidad de acceder a estudios superiores, lo cual hizo que muchas mujeres pudieran tener una mayor formación y liberalización. También se redujo significativamente el analfabetismo femenino. En Cataluña, incluso, se llegó más lejos, y se permitió la dispensación de anticonceptivos, se despenalizó y legalizó el aborto, se decretó la abolición de la prostitución reglamentada y se prohibió contratar a mujeres en trabajos considerados como peligrosos o duros.

Guerra civil (1936 a 1939)

Bando republicano

Introducción

Los tres años de guerra supusieron un radical cambio en la vida de las mujeres Españolas. Con los hombres en el frente, las autoridades políticas se dirigieron a la población femenina para que participase en las labores concretas que los hombres habían dejado de desempeñar y en la defensa de los ideales que cada uno de los bandos defendía.

En la España republicana se defiende el ideal de una «nueva mujer» independiente y emancipada, que debía contribuir al esfuerzo bélico en la misma medida que los hombres, mientras que en la zona nacional el modelo de mujer que se defiende es el de la mujer sumisa y abnegada a los dictados del futuro Estado, y obedecía sin resistencia a las normas establecidas por la Sección Femenina y por la iglesia Católica.

La mujer, en esta época, copó puestos de responsabilidad pública y privada, se encargó de los menores, los ancianos, y los asuntos públicos más locales, vivió tal vez la época de más libertad e independencia, tanto desde el plano económico como el social, y de libertad de acción. Esto explica por qué la frustración se disparó con la vuelta del hombre a casa, con el abandono de los puestos de trabajo que estaba ocupando, y con el rol de sumisión impuesto, además, por el bando insurgente tras vencer en la contienda militar.

El trabajo de las mujeres durante la guerra civil

Las mujeres se vieron en la obligación de afrontar una serie de nuevas realidades, de nuevas experiencias que las guerra les obligó a asumir y a resolver. La labor de las mujeres, tanto en el frente como en la retaguardia, fue muy determinante, ocupándose del aprovisionamiento de las familias, responsabilizándose de la enseñanza, de los hospitales, de mantener los espectáculos abiertos, en fin, de todas aquellas actividades que permitieron sobrevivir a un país sitiada durante tres años.

Tienen que dar, las mujeres, el gran salto al trabajo en todos los sectores donde, hasta ese momento, su presencia era testimonial. La necesidad de varones en el frente de batalla llevó a las mujeres a ocupar las fábricas, los medios de transportes, y demás empleos públicos. La mujer consigue una igualdad de trato con el hombre, es en el trabajo una compañera más, sin hacer grandes distinciones.

La situación de la guerra incidió en tres aspectos de la vida laboral de las mujeres:

Les obligó a organizar el trabajo domestico en función de la economía de la guerra

En lo que se refiere al trabajo domestico, las mujeres, especialmente las casadas , se vieron obligadas a afrontar nuevas situaciones derivadas del racionamiento y de la carestía de los productos, lo que implicaba averiguar donde se expendían dichos productos y soportar bajas temperaturas en la madrugada para guardar largas colas que, a menudo, suponían seis o más horas de espera, espera que casi siempre se veía sol compensada con un poco de fruta o apenas 100 gramos de carne o de pescado para quince días. Pero como es lógico, esto no era suficiente para alimentar a una familia, y por ello, las mujeres debían de recurrir al trueque de unos productos alimenticios por otros manufacturados en casa, como era el casi del jabón, candelabros....como objeto de intercambio para obtener alimentos de primera necesidad.

La realización de trabajos gratuitos permite la supervivencia

Las mujeres realizaron una serie de trabajos no remunerados y voluntarios de vital importancia. La realización de este tipo de trabajos refleja en gran medida el espíritu solidario de la población femenina y la conciencia colectiva de la necesidad de salvar la zona republicana del acoso de las tropas nacionales, se trataba sobre todo de talleres de confección organizados por el Ministerio de la Guerra.

En ocasiones, este trabajo lo desempeñaban mujeres que realizaban una jornada de trabajo normal, a lo que debía añadirse el número de horas que dedicaban a la fabricación de material de guerra, especialmente uniformes y pertrechos de los soldados. Tuvieron gran importancia en la gestión de servicios sociales y sanitarios, así como en guarderías, comedores colectivos y otras instituciones que permitían, a su vez, que más mujeres pudieran dedicarse al trabajo al «desprenderse» de los menores a su cargo.

Se incorporaron al trabajo remunerado, tanto en industrias de guerra como en servicios

La participación de las mujeres en el trabajo asalariado al que se incorporaron progresivamente a partir de la movilización paulatina de los hombres a las filas del ejército republicano. As mujeres se incorporaron a diversos sectores productivos y asistenciales. Estos sectores fueron: la confección y la sanidad, las industrias de guerra y los talleres metalúrgicos, el comercio, la administración, el servicio domestico y el transporte público. Sin duda, será el sector de la confección el que ocupará un mayor número de mujeres, quienes a su vez, protagonizaron nuevas formas de organización del trabajo y de la producción.

En general, las condiciones de trabajo eran muy duras, a veces la jornada de trabajo se prolongaba hasta doce y trece horas y las condiciones de salubridad e higiene no eran las adecuadas. Además eran objeto de discriminación salarial y en su mayoría desempeñaban puestos de escasa responsabilidad, lo que no les impedía asumir con plena dedicación las tareas de producción y asistenciales.

Cambios en la vida de las mujeres durante la guerra civil

Aunque parezca que se han sucedido muchos cambios en las vidas de las mujeres durante la guerra civil no son tantos como parecen sino que la realidad es diferente: aunque sí se consigue que las mujeres accedan a trabajos remunerados se mantiene la concepción de que el trabajo extradoméstico femenino es «subsidiario» al del hombre, y por tanto peor remunerado.

Las mujeres continuarán en el frente y en la retaguardia realizando trabajos pocos cualificados y considerados tradicionalmente como «femeninos», y en los partidos políticos las mujeres desarrollaran tareas poco cualificadas y de escasa responsabilidad.

La participación Política de las mujeres durante la guerra civil

En la España republicana las mujeres se organizaron básicamente en torno a las ramas femeninas del comunismo y del anarquismo. En este contexto las mujeres se incorporaron desde los primeros meses de la guerra a la actividad en el frente. Los servicios que las mujeres realizaban en el frente fueron diversos; como guardias, en la fabricación de bombas y granadas; en cuerpos especializados, como los servicios motorizados, correos información política, en la sanidad realizando labores como la atención al servicio de ambulancias, retiradas de heridos, hospitales de sangre...

Incluso, en este primer momento, la mujer ocupa puestos en las milicias en el frente de batalla. Comenzaba a aparecer el lema de «Los hombres al frente y las mujeres a la retaguardia», que repartía nuevamente los roles sociales, el hombre en primera línea de fuego, en su papel heroico, y la mujer tratando los asuntos públicos y privados fuera de las zonas de guerra. Además, por más milicianas que estuvieran en los primeros momentos en el campo de batalla, el reconocimiento y los honores recibidos por ellas fue bastante menor que el de sus compañeros, el fragor de la batalla no eliminó la mentalidad segregadora.

La presencia de mujeres en los partidos políticos comienza durante los años de guerra a ser un hecho habitual del que ya nadie se extraña. Están presentes, tanto como militantes de base como con cargos de responsabilidad política. La actividad política de las mujeres se desarrolló a través de las organizaciones dispuestas para este fin.

Bando franquista: El inicio de la vuelta al hogar

El modelo de mujer propugnado por el ala más tradicional de la Iglesia Católica impregna cada una de las ideas del bando fascista, y en la difusión y vuelta a ese estado de las cosas, de la mujer casada y sometida, jugaron un importante papel las propias mujeres, tanto de organizaciones católicas de derechas como la Sección Femenina de la Falange Española. Esta Sección y dichas organizaciones tienen un fin claro: Que la mujer vuelva al hogar («de donde nunca debió salir»). Es la antítesis, totalmente, de lo que pasaba en el otro bando.

En la retaguardia del bando golpista no cabían las mujeres trabajadoras, solo las amas de casa. Incluso necesitando a la mujer en el campo laboral, en las zonas rebeldes el mismo no se da (más allá de las formas tradicionales de trabajo en que la mujer «ayuda» al varón, por ejemplo, en el campo).

Ahora bien, lo que sí se produce es un trabajo asistencial voluntario de la mujer, dirigido por la Sección Femenina de la Falange Española de las JONS, que durante la guerra actuó esencialmente como cualquier otra organización de mujeres en situaciones similares, sirviendo de apoyo al bando nacional y a las actuaciones derivadas de una situación de guerra.

Según iba avanzando el bando sublevado, las mujeres llevaban acabo un minucioso trabajo pedagógico (además del propagandístico oficial, y de otras formas de control y depuración social llevadas a término por la posterior dictadura) para dejar claro que el cuerpo de la mujer no le pertenecía, ni siquiera su consciencia, ella era y debía estar sometida al hombre. Esta idea se aplicó con fuerza durante más de dos décadas después del fin de la guerra, y hasta el final del franquismo (aunque parcialmente matizada por las necesidades de mano de obra).

 

Época franquista (1939 a 1975)

Introducción

Al finalizar la guerra, con el paso de las semanas y los meses, se produjo el deseo de volver a la normalidad a los quehaceres de la vida diaria, pero también de la recuperación del hogar abandonado, en muchos casos ocupados por «razones de guerra».

La vida familiar sufre durante estos años importantes cambios, tanto en su estructura jerárquica como en el número de miembros que la componen. La unidad familiar dominante durante estos años en España era mayoritariamente de carácter tradicional, en la que dominaban los valores de autoridad patriarcal, la estructura jerárquica y el trabajo de carácter domestico. A partir de los cincuenta, se transformará paulatinamente en una familia cuyo hábitat mas común sea el medio urbano, mucho mas reducida en tamaño y e la que el trabajo se desarrollaba fuera del ámbito familiar. En décadas posteriores, a finales de los años sesenta, comenzará la transformación de los papeles sociales de hombres y mujeres, que tenderán hacia bases más igualitarias.

Las relaciones en el seno de la familia se articulaban en función de una relación de dependencia de la esposa frente al esposo. La mujer debía subordinarse en todo momento al varón que, por ley natural, detentaba el más alto rango en el seno de la familia: «la vida de toda mujer, a pesar de cuanto ella quiera simular o disimular, no es más que un continuo deseo de encontrar a quién someterse», de esta forma se ensalzaba el papel social que las mujeres debían cumplir, contribuyendo de forma directa a la reconstrucción del país y del conjunto de la sociedad.

Uno de los puntos más fuertes para intentar recobrar esa estabilidad o esa forma de vida anterior a la guerra civil fue la Iglesia Católica. Para la Iglesia a Católica, la existencia de diferencias sexuales entre hombres y mujeres no tenían sino un origen divino, y estas diferencias precisamente conformaban la unidad armónica que debía ser la familia. Se considera que hombres y mujeres poseen cualidades propias al tiempo que complementaria:

  • En el hombre predominan las facultades mentales: la inteligencia, la reflexión, la mayor capacidad de comprensión y el dominio de pensamiento. El hombre además refleja las pasiones más vehementes: la valentía, el carácter, pero también estaba sometido a grandes peligros como era la indiferencia hacia las practicas religiosas.
  • En la mujer, predominan las facultades afectivas, representaba sin duda el arquetipo complementario del varón: corazón, la intuición, el instinto, la preocupación por los detalles y la menor capacidad para la abstracción, en resumidas cuentas la mujer representa el dominio del sentimiento y la sensibilidad. Además la mujer por el contrario representa la abnegación, la humildad, la piedad, el espíritu de sacrificio y la entrega a los demás.

A partir del análisis de las cualidades de ambos, la iglesia llega a la conclusión de que el hombre posee una superioridad física e intelectual que sin duda es complementaria de las virtudes de carácter afectivo y religioso que posee la mujer, por lo que no puede entenderse la familia sin ambos cónyuges, ya que ambos aportan cualidades y aptitudes que se complementan pero también se entiende que en las familias las mujeres al tener esa cualidades tienen que ocuparse del ámbito privado y los hombres del ámbito publico.

En la sociedad de la posguerra se operaron importantes transformaciones ideológicas en el contexto de lo privado, de forma que la vida de hombres y mujeres se adaptase a los planteamientos políticos e ideológicos impuestos por el régimen político. En este contexto, el discurso religioso está dirigido a reforzar el papel que el régimen político había asignado a la familia, el patriarcado.

En este sentido, la religión, de forma voluntaria o impuesta, se convierte en uno de los pilares de la vida cotidiana de la mayoría de los españoles. Al mismo tiempo, se asigna a la iglesia el papel de socializadora de la vida diaria, adjudicando roles bien definidos a hombres y mujeres y especialmente advierte a los hombres sobre el importante papel que se ha asignado en defensa de las costumbres cristianas: «el marido que tolera la inmodestia a sus costilla merece que le pongan falda. El padre que no estima la honestidad de hija, y no ve el peligro de andar ligera de ropa merece un castigo».

La sociedad que propugnaba los diferentes agentes de socialización estaba sustentada en una estricta segregación de los medios de actuación de hombres y mujeres. A los primeros les estaba asignado los ámbitos públicos: el ámbito de la política, del trabajo remunerado, los grandes espacios del deporte, mientras que para las mujeres su cotidianidad transcendía fundamentalmente en el hogar y en todos aquellos espacios vinculados a lo privado. Esta realidad de la estricta separación de espacios y de ámbitos de actuación se ve reforzada por la eficaz actuación de agentes socializadores, que, desde la infancia, hasta la madurez, reforzaban los modelos definidos por el poder político.

La educación de la mujer

Durante la primera etapa del franquismo

Principios

A partir de 1938 los sucesivos gobiernos del régimen de franco iniciaron el proceso de configurar el modelo de sociedad y de familia que necesitaban para sus objetivos políticos. Por ello, utilizarían desde el primer momento la educación, tanto desde la escuela como desde el púlpito y desde el discurso político, como instrumento de socialización en los nuevos valores que el régimen franquista pretendía inculcar, e iniciando de inmediato el desmantelamiento del sistema educativo republicano. La mujer, en el franquismo, tenía un rol subordinado al hombre, y eso se notó desde la propia educación. Prima la educación privada en manos religiosas en detrimento de la educación pública, subsidiaria de la primera.

Se decidió por la eliminación que la república había implantado, además de establecer la organización de escuelas de hogar para las niñas y, en las escuelas normales la formación especifica de las maestras en las labores apropiadas del sexo femenino.

El discurso fascista y nacionalcatólico diferencian al hombre de la mujer por principios biologistas que impregnan todo lo referente a la educación, tanto en las formas como en los contenidos. Todo ello, además, bajo el fin de que la mujer es totalmente dependiente del hombre (metafísica orteguiana) y tiene un papel fundamentalmente maternal (y todo lo relacionado con ese papel, como sería el oficio de «maestra»).

Volvió la educación segregada por sexo, y descendió el número de matriculadas con respecto a la época republicana (al menos durante las dos primeras décadas de la dictadura). A partir de esa separación entre los dos sexos, la política educativa se orientó en la dirección de propiciar a las niñas una serie de conocimientos que «les prepara para la vida del hogar, la artesanía e industrias domesticas».

Además, las asignaturas comunes tienen niveles de contenido diferenciado. Todo ello pone en desventaja a la mujer frente al hombre en el acceso de una educación superior, lo cual también afecta a los trabajos que podrá desarrollar.

Los pilares del régimen para las mujeres (Dios, Patria y Hogar) se veían reflejados en los bloques de las asignaturas: «Enseñanzas de Hogar» (alimentación, cocina, corte y confección, economía doméstica), lecciones de nacional-sindicalismo, religión e historia sagrada y «cultura general» (lengua, historia, etc.). En cuanto a carga horaria, los tres primeros bloques primaban sobre el de cultura general. La Sección Femenina llevaba la educación nacional-sindical y la Iglesia la educación de religión e historia sagrada. El patriotismo de las mujeres, para el régimen, era distinto que el de los varones, así pues la «Formación del Espíritu Nacional» (asignatura común) en el caso femenino era orientado hacia la familia y la parroquia (y su vocación de servicio) mientras que para los varones contenía una carga de teoría política importante.

Desde las aulas se recuerda a las jóvenes que las cualidades que deben adornarlas son la obediencia, la subordinación... el conjunto de los libros de texto reforzarán desde la escuela un acentuado nacionalismo identificado con lo católico, la concepción jerárquico autoritaria de la realidad sociopolítica, al tiempo que se condena toda expresión de libertad ideológica, de libre juicio y de expresión plural. Toda esta educación está dirigida a exaltar el papel de las mujeres como esposas y madres y a garantizar la aplicación de la política natalista del régimen.

Sobre este esquema, el servicio social obligatorio primaba la formación en las tareas del hogar a base ajuares y labores, y, con el tiempo, se transformó en una imposición que impedía conseguir un trabajo, pasaporte o cualquier otro tipo de documento oficial sin su cumplimento previo.

Situación

En 1940 el 23% de la población era analfabeta, de este, el 65% eran mujeres. En 1950 se había bajado a una tasa del 17% del total de la población, de las cuales el 67% eran mujeres. En 1960 ya solo quedaba un 14% de la población en situación de analfabetismo, de las cuales el 68% eran mujeres. Esta diferencia se explica, fundamentalmente, en que la mujer estaba subordinada al hombre, así pues, sus escuelas estaban peor dotadas, no había seguimiento sobre el absentismo escolar (creciente, que alcanzaba al 30% de las matriculadas) y la influencia de la Iglesia no ayudaba; tampoco el tipo de cultivo español, el cultivo extensivo que requería de mucha mano de obra, así en las zonas rurales el analfabetismo creció.

En las enseñanzas medias la presencia de la mujer es creciente, en el curso 39-40 tuvo unas 50 mil matriculadas en los institutos frente a unos 100 mil varones, en el curso 56-57, ya habían más de 140 mil mujeres matriculadas en este nivel educativo, frente a unos 250 mil varones.

En relación a la formación profesional, el gobierno era consciente de que no todas las mujeres podían volver al hogar, ya que en muchos casos, debido al importante número de bajas que se produjo durante la guerra, debiera ellas las hacer frente al cuidado del hogar y de sus familiares más próximos. Por ello se trató de impulsar la formación profesional, por supuesto con una orientación que responderá al arquetipo dominante sobre las mujeres, destinándolas, mediante una formación concreta, a trabajos de baja cualificación y repetitivos.

Sobre las mujeres en la Universidad, primero hay que recordar lo difícil que era acceder a este nivel para el común de la población, para las mujeres era aun más complicado. Así en el curso 39-40 habían menos de 10 mil universitarias, frente a unos 48 mil universitarios. En el curso 56-57 la situación no era mejor, unas 62 personas matriculadas en la U. de las cuales tan solo el 18,3% eran mujeres. Priman, entre las mujeres, carreras como Filosofía y Letras, Farmacia, luego, Ciencias y Derecho. Carreras como la de Filosofía y Letras eran vistas como titulaciones «adorno» para las esposas de la burguesía.

En suma, la política educativa del régimen de franco supuso claramente una regresión respecto a la orientación educativa de la II República, pues obstaculizaba el acceso de las mujeres a la enseñanza superior. Paralelamente, se incluía en los planes de estudio las enseñanzas del hogar y economía domestica como complemento básico para su futura profesión como esposa y madres.

Legislación

Decreto de 1936 que pone fin a la enseñanza bilingüe (en algunas zonas), a la coeducación (reforzado por Orden de 1/5/39), se depuró al profesorado y se siguió una estructura educativa centralista. Ley de 30 de Enero de 1938, sigue la dirección básica de la encíclica de Pío XI, Divini Illius Magistri, de 1929, se obstaculiza el acceso de la mujer a niveles medios y superiores de formación, el matrimonio y el hogar es el fin de la mujer. Decreto 28/12/39, se da a la Sección Femenina la educación deportiva, la del hogar y la patriótica. Ley de 17/7/45, la educación primaria pasa a ser obligatoria y gratuita, la educación de la mujer sigue teniendo por objeto prepararla para la «vida del hogar, artesanía e industrias domésticas», se prohíben las escuelas mixtas.

En lo que se refiere a la preparación de maestras, la orden del 9 de octubre de 1945, en la que se dictaban normas para el funcionamiento, se insistía en la obligatoriedad de que el profesorado debía ser del mismo sexo que el alumnado.

Así como, mediante el decreto del 17 de noviembre de 1943, se establecía la creación de la «Junta Profesional de la Sección de Enseñanzas Profesionales de la Mujer», que tenía como fin la creación de centro de enseñanza femenina destinado a propiciar formación profesional. Dos años después el Decreto de 2 de marzo de 1945 estableció la creación en Madrid del «Instituto de Enseñanzas Profesionales de la Mujer», con el fin de formar el profesorado encargado de impartir las enseñanzas profesionales femeninas, que es dirigida hacia trabajos manuales y repetitivos.

Con el nombramiento de Jesús Rubio García Mina como Ministro de Educación se inició un periodo de cierta liberalización ideológica, paralela a la incipiente apertura económica, esto es, de la mano del cambio de modelo económico y la necesidad de mano de obra, comienza a variar, y a la mujer se le dota de mejor educación para el mundo laboral. Aunque la Ley de 26/2/53, de ordenación de la enseñanza media, seguía el camino de la encíclica de Pío XI.

Con el decreto de 11/7/57 las «Escuelas de Hogar y Profesional de la Mujer» pasarán a ser una institución oficial de formación profesional industrial, de forma que con esta medida se pretendía propiciar una mayor capacitación de las mujeres para el sector industrial. Se necesitaban mujeres mejor preparadas para el mercado de trabajo creciente en sectores industriales.

Sesentas en adelante

Los cambios, como se ha señalado, van llegando en la mentalidad tanto de la sociedad como de los miembros del régimen, siempre de la mano de unas necesidades económicas, la educación va ganando una significación de inversión económica. La educación es una necesidad económica, y debe ser, por tanto, «para todos». Estamos en una época en que el Estado cambia de papel, más intervencionista y con «planes de desarrollo» en lo económico, concepto traspasado a la educación dentro de la Ley General de Educación de 1970. La LGE trae consigo: Escuela unificada, democratización de la enseñanza, escuela transmisora de la ideología tecnocrática, introducción de la mujer al mundo de trabajo (aumento de su formación), escuela ligada al mercado de trabajo (título como requisito de entrada al mismo), educación para todos, igualdad de oportunidades y selección meritocrática.

Al menos eso era sobre el papel, donde se propone una educación unificada que no distingue por sexo u origen social. Pero se mantiene una mentalidad más tradicional, y se ve el invertir en la educación de la mujer casi un desperdicio, pues la mujer saldría, con el matrimonio, del mercado laboral. Esta contracción se resuelve con una incorporación de la mujer en las enseñanzas primarias y medias, dejando de lado las superiores.

La enseñanza sigue siendo mayoritariamente segregada, siguen existiendo asignaturas solo para mujeres como costura, cocina y puericultura.

Analfabetismo

Las cifras siguen mejorando, en 1960 el 11,2% de la población era analfabeta (frente al 14,2% de la década anterior), en 1970 el 8,9% estaba en esa situación. Ahora bien, las mujeres siguen primando en la población analfabeta, así pues, el 14,8% de las mismas era analfabeta en 1960 frente al 7,3% de los varones que no sabían leer entre los varones, en 1970 los varones analfabetos eran el 5,1% de su colectivo, mientras que las mujeres en esa situación representaban el 12,3% de esa población. La zona rural, como antes, tiene tasas de alfabetismo más bajas que las urbanas, y donde más desciende el analfabetismo es entre la gente joven (de 10 a 24 años). También se ven diferencias notables entre el sur (por debajo de la media de alfabetismo) y el norte (por encima de dicha media).

Educación primaria, secundaria y universitaria

En 1960 la situación se va igualando poco a poco, ya en educación primaria los números de varones y mujeres es similar (también es el nivel con más matriculados, el 79% de los estudiantes), mientras que en el bachillerato son pocas las mujeres (el 38,7%), ya ni hablar en niveles medios y universitarios, donde los 2/3 son hombres.

Ya en los 70 ha cambiado un poco, ha aumentado la cantidad de personas matriculadas en niveles superiores al primario, con un claro aumento en las matrículas de mujeres, equilibrándose las matrículas en 1977. En 1971 el 45,4 de estudiantes de Bachillerato eran chicas, en 1977, en BUP, el 50,8% eran mujeres. Eso sí, el 60% de chicas, en bachillerato, elegía la rama de letras. En FP, en el 77, sí se da una mayoría masculina clara (65,7%). En otros estudios medios encontramos, en 1971, un 30% de mujeres, en 1977, un 64,6% (hay que destacar la aparición de la FP).

Es en la Universidad donde más grande fue el salto de las mujeres, de 22 mil matriculadas en el 60 a más de 260 mil en el 77 (el 40% de las personas matriculadas). Sigue existiendo, eso sí, una clara diferenciación por sexos en las carreras, donde algunas como, psicología (70%), Farmacia (64,9%), Formación Profesional Docente (64,7%) o Filosofía y Letras (60%) son básicamente femeninas, mientras que otras, como Ingeniería y Tecnología, casi no tienen matriculadas (3,5%). Hay que tener en cuenta que muchas mujeres no ven en su formación una forma de hacer «carrera», sino que siguen viendo su futuro pegado al hogar y el matrimonio, eligiendo estudios considerados más «culturales» y «sencillos», donde también se ve la influencia de la familia y el entorno social. La distribución de las mujeres en unas y otras carreras también depende de su estatus socioeconómico, por ejemplo, las mujeres que accedían a Farmacia solían ser de unas capas sociales más acomodadas que las que iban a Filosofía y Letras, ya que esa carrera, Farmacia, era más larga y se impartía en menos centros, obligando a la familia a hacer un esfuerzo económico superior en, por ejemplo, desplazamientos.

Trabajo y Salarios

Contextualización y características

Una vez acabada la guerra civil la mujeres ya no eran tan necesarias a la hora de afrontar ciertos puestos de trabajo ya que los hombres habían vuelto del fuerte y aunque la guerra civil supuso una cuña demográfica durante el periodo 1936-1939 y la pérdida de un importante número de hombres en edad productiva, el censo de 1940 no refleja el incremento del porcentaje de participación femenina en la industria.

La encuesta de población activa de 1969 recoge que de cada 100 mujeres que trabajaban en la agricultura, 73 lo hacían en régimen de «ayuda familiar», mientras entre los varones esta proporción era solamente de 20. Esta situación supone en la mayoría de los casos, que las trabajadoras no cobran salarios y obtienen remuneración participando en lo beneficios de la explotación familiar. La consecuencia inmediata es que esta remuneración o corre paralela al numero de horas trabajadas ni a los beneficios obtenidos, por lo que en numerosas ocasiones las mujeres obtienen menos ingresos que los hombres en este tipo de ocupación.

Otra característica de la mano de obra femenina en este periodo en el sector agrario era la de estar sujeta a un régimen de fuerte estacionalidad, especialmente en lo que se refiere al cultivo del olivo y a lo productos hortofrutícolas. Igualmente, la falta de cualificación es una característica de la mano de obra femenina en el sector primario, lo cual va en detrimento del salario de las mismas.

Las tareas que desempeñan las mujeres suelen ser habitualmente las que requieren menor adiestramiento y tienen un carácter más repetitivo: la vendimia, escarda, despunte, etcétera. Todas estas tareas se desarrollaban de forma manual; las labores que estaban mecanizadas se realizaban con mano de obra masculina.

Un aspecto más que debe añadirse a las penalidades del trabajo en el campo es el del trabajo doméstico que las trabajadoras deben realizar. La falta de equipamiento era el común denominador de los hogares situados en las zonas rurales. La falta de agua corriente, de servicios sanitarios, de electrodomésticos, de calefacción y de teléfono, sitúa las jornadas de trabajo doméstico en torno a las 10 horas, incluyendo sábados y domingos.

La población femenina se fue integrando lentamente a partir de los años 50 al sector secundario. La explicación a este tardío fenómeno debe buscarse en el freno que supone la guerra en el proceso de industrialización español, pero también en las concepciones de carácter ideológico impuestos por el régimen político que impedían a las mujeres incorporarse al mercado de trabajo. La mano de obra femenina en la industria se caracteriza durante estos años por el bajo nivel de cualificación profesional.

La presencia de las mujeres en el sector servicios se fue incrementando desde 1950, hasta alcanzar en 1975 e 53% de mujeres activas sobre el total de la población activa femenina. La alta proporción de mujeres que trabajaban en el sector servicios tiene su explicación en el tipo de trabajo que domina esta área; se adecuaban mas al papel asignado tradicionalmente a las mujeres: la enseñanza, la sanidad, la banca, comercio y en general, trabajos de oficina.

De entre los diferentes sectores cabe destacar el sector de la Administración Pública, sector en el que las mujeres se incorporan de forma significativa a partir de los años 60; en 1969 suponen en 20% del total de los asalariados del sector público, pero destaca su alto grado de cualificación.

«Trabajo supletorio»

Consideraciones generales

El lugar de la mujer, para el primer franquismo, está en el hogar, no fuera de él. Eso influye no solo en la educación, sino también en el trabajo, entendido como secundario frente al lugar que ocupa la mujer: El hogar. El trabajo de la mujer es extraordinario, una ayuda a la economía familiar, no es entendido de forma independiente de la misma, ni mucho menos como parte de la autonomía de la persona.

En España el Estado interviene en el mercado laboral desde su visión orgánica de la nación, organiza y unifica a trabajadores y empresarios en sindicatos verticales y jerarquizados de nivel nacional, dentro de la Organización Sindical Española (OSE) y se produce, a la par, la separación sexual del trabajo, la mujer hacia el hogar (como ya se ha visto) y, si trabaja (como pasa en el campo) es de forma subordinada al marido. Hay que añadir, además, esa «minoría de edad» que subyuga a las mujeres, donde las casadas tienen ciertas restricciones para acceder al mercado laboral.

El trabajo femenino mayoritariamente está en el sector servicios (el 50% del total durante las dos primeras décadas del franquismo), repartiéndose el resto entre el agro y la industria (hay que tener en cuenta las deficiencias del censo en el caso del campo, donde muchas mujeres no declaran su trabajo, a la par, el incremento que se dio desde los cincuenta en los cultivos de regadío explotado por mujeres así como el reemplazo de las mismas sobre la población masculina que iba a otros sectores). En todo caso, suele ocupar, la mujer, puestos de baja cualificación, de forma subsidiaria a los hombres, salvo en esas profesiones feminizadas o con presencia obligatoria de mujeres (como es la propia enseñanza de otras congéneres).

La mano de obra femenina, eso sí, sigue teniendo, tras el aumento de los sesenta en adelante, un papel subsidiario a la masculina, y ello se nota en que es más sensible a los cambios de ciclo económico que la mano de obra masculina, así cuando hay destrucción de empleo, son las mujeres las que más recienten el cambio.

Población activa

Entre la población activa, en 1940, el 12,1% eran mujeres, esta cifra subió poco, así en 1950, eran el 15,83% de la P.A. Ambos datos son inferiores a los registrados a comienzos de siglo (el 18,32%), esto se debe tanto a la guerra civil como la autarquía del régimen y el rol de la mujer en la sociedad. Hay que tener presente, en todo momento, el contexto político y económico del país: Una dictadura autárquica con una economía cerrada en recesión. Recién en 1960 las mujeres superan el 20% de P.A. El crecimiento es fuerte hasta 1975, donde, tras un pequeño descenso, se estabiliza en torno al 27,5%.

Aun así, la mujer no desaparece del mercado laboral, por una parte, por el fracaso del salario familiar (lo que hace necesaria la mano de obra femenina), por otra, su baja cualificación y sus menores salarios la hacen blanco de una demanda concreta de trabajo. Hay que tener en cuenta, además, que la guerra civil afectó decisivamente en la mano de obra masculina, las bajas y el exilio resintieron la población activa total.

A partir del año 57 comienza la apertura económica del país, ello produjo una elevada y sostenida demanda de fuerza de trabajo, incluyendo la femenina. El III Plan de Desarrollo estimó que 1,22 millones de personas se incorporarían al mercado de trabajo entre 1960 y 1970, de las cuales más de un millón fueron mujeres, en otras palabras, de cada 12 empleos nuevos, 10 eran ocupados por empleadas.

La población activa femenina también está fuertemente relacionada con el ciclo reproductivo y el cuidado de los hijos, así pues, es una población mayoritariamente joven, y entre los 25 a 35 años sufre un fuerte descenso, que se recupera tras los 35 (edad media en que ya están criados los niños, al menos fuera de su etapa más dependiente).

Migración interna

Es a finales de los cincuenta y principios de los sesenta en que más se acentúa la migración hacia las ciudades desde el campo, este éxodo se debe al aumento de demanda de mano de obra en el sector industrial y, para las mujeres, una alternativa de vida y trabajo real frente al denostado y de supervivencia trabajo agrario. La PA del agro pierde más de 1,4 millones de personas entre el 61 y el 70.

Este tipo de migración produjo, a su vez, un cambio en la participación de la mujer en las actividades productivas, deja de ser por medio de la unidad familiar-productiva para formar parte de entidades extra-familiares.

Cambios legislativos

Es importante señalar que el segundo periodo del franquismo vino de la mano con una serie de modificaciones normativas favorables al trabajo femenino, esto es explicado no solo desde algunos cambios de mentalidad, sino desde la propia necesidad económica de la burguesía española. El 28 de diciembre de 1966 se elimina, por ley, la prohibición de acceso de la mujer a la Administración de Justicia. El Decreto de 24/8/70 resume perfectamente los cambios originados en España con respecto al trabajo femenino y la dualidad de la mujer como trabajadora de su hogar y trabajadora asalariada. Este decreto es un intento de armonizar el nuevo rol de la mujer como trabajadora con el tradicional de ama de casa, esposa y madre.

La mayoría de mujeres está en el rubro de «Trabajadoras familiares», que no coincide ni con el concepto de «por cuenta ajena» ni con el de «por cuenta propia». Por otro lado, se mantiene una educación diferenciada para las mujeres, también en el plano de la FP, así el MT firma con la Sección Femenina un concierto que mantiene una terminología diferenciadora, es dar «especialidades profesionales más adecuadas al trabajo de la mujer».

La ley de 22/7/61 derogó, sobre el papel, todas las diferencias salariales existentes por razón de sexo. Las regulaciones posteriores no siguieron esta normativa, entre otras cosas porque se atribuían distintas categorías laborales según el sexo aunque el trabajo fuera, realmente, el mismo, con lo que se continuó con la discriminación salarial existente, pero al menos la ley ya no asumía que por pertenecer a un sexo concreto la persona debía ganar menos que otra, lo cual ya supone un cambio de mentalidad con respecto al necesario trabajo femenino y su consideración social.

Distribución por sectores y salarios

Primera etapa (39-59)

La mujer, en el medio rural, trabaja en el campo «para el» marido, en tanto que su labor es vista como subsidiaria a la de los hombres, en un medio bastante subdesarrollado (tanto en mecanización como en técnicas, aun anclado en el sistema tradicional), lo cual genera una invisibilidad del trabajo de la mujer no solo en la propia sociedad, sino también en las estadísticas oficiales.. Ciertas actividades agrarias, sobre todo cuando no hay máquinas de por medio, están asociadas al trabajo femenino, como es la recolección de la aceituna, el amontonamiento de haces de cereal, la vendimia, el cultivo del algodón, etc. Este trabajo está sujeto a los ciclos productivos del campo, así pues, es de carácter temporal (más en las zonas de secano que en las de regadío). Según el tipo de cultivo y de la propiedad de la tierra, el momento en que la mujer se incorpora es diferente, así pues, en los latifundios la mujer participa básicamente en la siega o recogida (cuando hay más necesidad de mano de obra). En las pequeñas explotaciones, más de subsistencia que otra cosa, la participación de la mujer es más global, pero de forma no asalariada, sino como ayuda a la unidad familiar.

Todo el tiempo hablamos de trabajo básicamente no cualificado, aprendido a lo largo de toda la vida. El sector agrario, en general, tenía los peores salarios (y eso que era fundamental en la economía del país y ocupaba a gran parte de la mano de obra), el salario de la mujer, además, era sensiblemente más bajo que el del hombre (en 1946 oscilaba, el femenino, entre las 10,55 pesetas y las 7,55pts. por jornada, mientras que los hombres cobraban entre 11,98pts y 18,78pts., en 1954 la diferencia se incrementó, las mujeres percibían por su trabajo un máximo de 17,74pts mientras que un hombre podía ganar 29,67pts. por jornada).

En el sector secundario, por otra parte, el trabajo femenino permanece más bien estable, con un crecimiento lento. Este sector ocupó al 26,58% de la PA femenina en 1940, al 25,18% en 1950 y al 26,19% en 1960. Dentro del sector, en 1940 representaban al 14,32% de los trabajadores, al 15,69% en el 50 y al 16,17% en el 60, así pues, la importancia de las mujeres en el sector era creciente. El trabajo de la mujer en la fábrica no era el deseado por el régimen, así en el Fuero del Trabajo se define como objetivo «La liberación de la mujer casada del trabajo del taller y de la Fábrica». Era un trabajo no cualificado, sin exigencia de comprensión mecánica, repetitivo, sin lugar a la iniciativa, y alejado de «máquinas costosas», con un ritmo rápido de trabajo pero que no exigen desplazamientos ni fuera ni dentro del taller. Y si hablamos de equipos mixtos, la mujer siempre se encontrará subordinada al hombre.

En esta primera etapa franquista se dictaron normas en contra del trabajo de la mujer casada en este sector, así pues, se prohibía la contratación de casadas, y se regulaban excedencias forzosas por matrimonio (las hubo en la industria tabacalera, las derivadas de cemento, las de captación y distribución de aguas, la banca, el Vidrio, Tejas y ladrillos, entre otras muchas), estas exenciones no se dieron en todas los sectores, así, en muchas de las Reglamentaciones Nacionales del Trabajo (como en Botones, Vestidos y Juguetes, enseñanza no estatal, fibras artificiales, prensa, hilados, confección, vino, etc.) no se recogieron las mismas.

En el sector textil (de los que más mano de obra femenina contaba), el sueldo máximo era de 12,8pts al día en 1946 y en 1954 se paga un jornal de 28,51pts, siendo, el primero de los datos, el segundo sueldo más alto de las mujeres, y el segundo, el tercero, por detrás de ebanistas y la rama del vidrio. Para comparar, los hombres, en el sector textil, cobraban un máximo de 21,47pts en 1946, y uno de 43,14pts en 1954, ambos sueldos muy por encima del femenino.

Es en el sector servicios donde más mujeres se encuentran trabajando, así pues, dicho sector ocupó a la mitad de las mujeres de la PA durante esas décadas, frente al 20% de los hombres que ahí laboraban (en relación a su propia PA). Claro que hay que tener en cuenta que en este trabajo se encuentra el servicio doméstico (que empleaba a muchas mujeres que migraron del campo a la ciudad, y que era visto como el primer paso dentro de una estrategia de ascenso social, en tanto que permitía ganar más al núcleo familiar con lo que la mujer, luego, podría dar el salto a otras labores mejor consideradas, como la textil o ser cocinera, además, es un sector donde la mujer que se casa no tiene que dejar el trabajo).

El salario en el sector de servicios domésticos escapaba del control de Estado y es totalmente dispar según las provincias o el contratante, así pues, había turistas que llegaban a pagar 500pts, mientras que en provincias como Albacete no se superaban las 50pts. Era un salario muy proclive a variaciones temporales, según la demanda.

En 1950 el 8,95% de las mujeres que estaban en el sector terciario se encontraban empleadas por la Administración o vendedoras. Básicamente entraban como auxiliares. El 27/9/39, mediante Orden del MT, se derogó la normativa republicana que permitía el acceso de las mujeres a escalas técnicas (acceso parcial, como ya se ha visto). Esta norma se derogó parcialmente en 1943, manteniendo la prohibición solo para escalas superiores (salvo para los casos en que todo el personal fuera femenino). En 1944 se publica un Decreto de 29 de marzo que permite a las trabajadoras de Telégrafos conservar su puesto tras el matrimonio.

En 1941 más del 50% de los maestros de educación primaria eran mujeres, en 1957 eran el 60,4% del total, los hombres, en términos absolutos, solo habían aumentado en unos mil quinientos maestros entre los años indicados, mientras que las mujeres en esas labores eran casi quince mil quinientas más. Esto se explica, entre otras cosas, por ser uno de los pocos trabajos intelectuales y con autonomía permitidos para las mujeres (donde, además, no se forzaba la renuncia tras el matrimonio).

Dentro del sector sanitario la mujer ocupa, sobre todo, los puestos técnicos, matronas (prácticamente el total de personal dedicado eran mujeres, localizadas sobre todo en zonas industriales con alta concentración de población y mejores servicios sanitarios) y enfermeras, casi no hay médicos (en 1955 hay 334 colegiadas, de las cuales 109 no ejercen). En 1958 solo cuatro provincias no contaban con mujeres médicos, entre ellas Palencia y Segovia (además de Huesca y Teruel). También hay un número significativo de farmacéuticas, una de cada cinco personas en esta profesión, en 1955, era mujer, y con un mayor crecimiento que los varones.

Segunda etapa

El 20% de los agricultores y ganaderos son mujeres. De todas las amas de casa con trabajo fuera del hogar, el 38% se encuentran laborando en el campo, lo que supone un cambio drástico en la estructura entre la población activa femenina con respecto a años anteriores. En este sector las mujeres siguen declarando su labor como «ayuda familiar», hacen difícil calcular un salario general (teniendo en cuenta, además, las fuertes diferencias provinciales). Se sabe que las mujeres realizan las labores peor remuneradas del sector, con jornadas medias de 10 horas diarias (sin descansos semanales) y, además, con una retribución nada acorde con su rendimiento.

Dentro del sector secundario, nos encontramos con industrias mayoritariamente femeninas, así el sector de la confección, calzado e industrias del cuero cuenta con un 65% de personal femenino, el de industrias textiles con un 65%, y ya, en la industria del papel o el cartón, las contratadas son el 36% del personal. Estos sectores industriales ocupan al 5% de las mujeres de la PA. En este sector la mujer ocupa, fundamentalmente, las escalas más bajas, así pues, en 1970 solo el 9,6% de los directivos son mujeres. Además, la mujer gana menos en todas las categorías que el hombre, y a más cualificación del puesto, más diferencia entre el salario femenino y el masculino. Por ejemplo, una subalterna en la industria del corcho gana tan solo el 59% que un varón en ese mismo puesto e industria. Esta diferencia con el paso del tiempo se aminora un poco, pero los salarios en ningún caso se igualan. Las jornadas laborales, en los sectores más femenizados, como el calzado, son bastante largas (193 horas/mes en el calzado, 188 horas/mes en el textil).

El sector servicios, de largo, es el que más mano de obra femenina tiene, así el 57% de las mujeres se encuentra trabajando en el mismo. En el sector de servicios personales, el 68% de quienes trabajan son mujeres (y el 98,53% del servicio doméstico). En el sector del comercio (al por mayor o al por menor) la proporción de mujeres es del 36%, en empresas que prestan servicio al público o son comerciales se da una tasa femenina del 31%. La Administración Pública ya cuenta con un 10% de personal femenino, la banca con un 13%.

Para 1964 el 64% de los maestros eran mujeres, en 1967 el 42% del personal docente de enseñanza media eran mujeres (aunque a medida que se sube en la escala jerárquica se encuentran menos, así solo el 30% de los catedráticos eran de sexo femenino). En 1967 había un 14% de profesoras en la enseñanza superior, 10 puntos más que en el 45, primando, eso sí, Farmacia (32%) y Filosofía y Letras (24%).

En el personal médico aun se notaba la fuerte distinción entre hombres y mujeres, aunque las médicas fueron en ascenso constante desde los sesenta, la diferencia seguía siendo abismal. En otras áreas había más igualdad, como la farmacéutica, y ya si hablamos de las matronas, nos encontramos solo con mujeres.

En todo el sector terciario se emplea mujeres con mejor cualificación que en los otros dos sectores, pero ello no se ve reflejado en los salarios. Incluso en trabajos femenizados la tendencia de desigualdad entre los hombres y mujeres no mejora.

Participación política

Como ya se ha dicho en el apartado anterior las mujeres se incorporaron desde los primeros meses de la guerra a la actividad política por lo que los grupos o secciones femeninas en este periodo ya existían, tal es el caso de la «Sección Femenina» de «Falange Española de las JONS» que sirve de cobertura a las actividades del grupo falangista, como ya se mencionó.

El objetivo de a Sección Femenina era crear una organización fuerte que permitiera el adoctrinamiento de la población femenina. En efecto, sus actividades formativas y asistenciales, de indudable valor para una población que había sufrido e efecto devastador de la guerra, sirvieron como justificación para definir un modelo de mujer e imponerlo entre e conjunto de la sociedad española. El modelo básico difundido e impuesto por la Sección Femenina era el estereotipo de mujer que elige libremente un «destino de obediencia y servicio, justificado por la necesaria adecuación al papel que cumple en la reproducción biológica». La existencia de este estereotipo femenino estuvo fuertemente impulsado por el catolicismo y por la propia sociedad española, que en gran medida había interiorizado los valores impuestos desde el régimen político.

Tras la guerra la Sección Femenina volvió a desarrollar una activad asistencial, pero, por encima de todo formativa, como ya se ha visto en puntos anteriores. Era imprescindible, a juicio de la Sección Femenina, formar a miles de mujeres que debían soportar en gran medida la reconstrucción del país. Así, el decreto de 28 de diciembre de 1939 estableció que la «ciencia doméstica» fuese una asignatura obligatoria para todas las niñas españolas y, posteriormente, la orden de 16 de octubre de 1941 unificó la asignaturas domésticas bajo el título de «enseñanzas del hogar», de obligado cumplimento en todas las escuelas de primaria y secundaria tanto oficiales como privadas. La orden de 11 de agosto de 1944 propugna como obligatorio el examen de hogar para que aquellas jóvenes que quisiesen obtener un titulo universitario, autorizando a las sección femenina a redactar programas y textos y capacitar a profesoras e inspeccionar cursos, siendo todo ello ratificado mediante la orden del 11 de julio de 1950.

En 1940, mediante decreto de 31 de mayo, fue reorganizado el Servicio Social que había sido creado durante la guerra. El periodo de cumplimento era de 6 meses, tres de ellos dedicados a la formación teórica y los tres restantes dedicados a la prestación obligatoria de trabajo en comedores, hospitales y oficinas; y una vez cumplido el servicio social cualquier mujer podía acceder a un puesto de trabajo remunerado, a la administración publica, mediante oposición; podía obtener un titulo académico, pasaporte o carné de conducir...

En efecto el objetivo prioritario de a Sección Femenina era el de difundir el modelo de la «mujer - madre». Desde la propia organización y desde los cursos impartidos en instituciones educativas, toda su actividad se orientaba a inducir a las mujeres a supeditar todos sus gustos y exigencias al matrimonio y a la maternidad, siempre en una posición de subordinación al varón y al esposo.

Actualizado ( Miércoles, 14 de Abril de 2010 17:30 )
 

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