LA GUERRA
DEL PARAGUAY Y EL HEROÍSMO PARAGUAYO
"Soldado
paraguayo ante el cadáver de su hijo", obra del
capitán José Ignacio Garmendia, combatiente argentino
en la Guerra del Paraguay.
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Palabras
iniciales
Carta
del Marqués de Caxias al Emperador de Brasil, Pedro II, a
propósito del heroísmo paraguayo
Cerro
Corá, la última resistencia paraguaya, por José María Rosa
Palabras
iniciales
El día es claro. La selva tropical traza un cálido círculo
verde alrededor de un grupo de hombres y mujeres. En sus
rostros corre un viso de desolación. Pero mucho más visible
es el orgullo y la convicción que brillan en sus frentes.
Frente a ellos, sentado en la única silla disponible, está
sentado un mariscal. Sus ojos parpadean con una voluntad
enérgica. Cerca titila la frontera, las espesuras del Matto
Grosso. Allí, late la oportunidad de la salvación, del exilio.
Pero ya todos esperan que el mariscal, el presidente del
Paraguay, Francisco Solano López, decida lo que todos quieren."Resistiremos
aquí, hasta morir, si es preciso". Y así será.
Desde cinco año atrás, desde 1865, el Paraguay se halla
en guerra contra la Triple Alianza, integrada por el Brasil,
la Argentina, y el bando "colorado" de la Banda
Oriental representado por Venancio Flores. El poderoso ejército
paraguayo conoce la victoria aplastante en Curupayty. Pero
también la decisiva derrota de Tuyuti. Luego de Tuyuti,
la amargura del fracaso y la muerte crece entre las filas
paraguayas. En el último tramo de la guerra, los aliados
están bajo el mando de los brasileños. En estas circunstancias,
se invade la república encabezada por el líder, y también
tirano, Solano López. Junto a las aguas del río Paraguay,
es vencida la resistencia de la fortaleza de Humaitá. Así
se abre el camino hacia Asunción. En las cercanías de la
capital paraguaya se libra la última y desesperada batalla
de Lomas Valentinas. Este no es el combate de un ejército
contra otro. Es la batalla de un pueblo contra una fuerza
invasora. Paraguayos de todas las edades, abandonan voluntariamente
los hospitales para unirse en la agónica contienda. Durante
seis días se resiste con apasionado coraje. Pero los brasileños
quiebran finalmente las líneas de los defensores. Y proyectan
sus rabiosas sombras sobre la bella Asunción.
López decide entonces abandonar la ciudad y alejarse con
sus últimas fuerzas. Todos avanzan detrás de López. Todos:
las mujeres, los ancianos, los niños, los soldados, los
enfermos. "Todos anhelan compartir la suerte del ejército
y llegar hasta donde el mariscal", dice un escritor
paraguayo. "Mientras su voz siga tronando por montes
y laderas, la Patria existe, y en pie queda la obligación
de luchar por ella". Surge así la práctica de la "Residenta",
la patria está allí donde reside su jefe.
Se inicia así la gran caravana. Más de diez mil almas acompañan
al mariscal Solano López. Luego de doscientas jornadas de
calurosa marcha, la caravana llega hasta Cerro Corá, "escondido
entre los cerros", en guaraní. Diez mil han muerto
ya por hambre, por la sed, las enfermedades. Por un viento
oscuro que muerde la carne. Solo unos cuatrocientos llegan
con López, hasta el Cerro, hasta el sitio que la historia
quizá ha predestinado para el desenlace final.
Los brasileños persiguen al último puñado de heroicos paraguayos.
Los hijos del
imperio amazónico, tienen un jefe: el mariscal de Caxías,
que escribe a su emperador, Pedro II, "
"...¿cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas
y cuántos elementos y recursos precisaremos para terminar
la guerra, es decir para convertir en humo y polvo toda
la población paraguaya, para matar hasta el feto del vientre
de la mujer...?". El deseo más hondo no es vencer a
un ejército. Lo que se quiere es el genocidio, el exterminio
de un pueblo.
López da órdenes de prepararse ante un inminente ataque.
Los brasileños logran golpear por sorpresa. La masacre definitiva
comienza. Muchos paraguayos son degollados. Solano López
es herido en el vientre. Es acorralado por las huestes del
Brasil junto a una palmera. El general Cámara, jefe del
ataque imperial, intima la rendición: "¡Ríndase, mariscal,
le garantizo la vida!". López endereza sus ojos hacia
quien lo exhorta, y con serenidad dice la frase destinada
a la historia: "¡Muero con mi patria!".
Y el jaguar, aun herido, agita desafiante sus garras. Entre
los chacales que lo acechan, estalla un fogonazo. Un tiro
de un Manlicher perfora el corazón del mariscal Solano López.
Su hijo de quince años, Panchito, el coronel Panchito, empuña
su espada para defender a su madre, Elisa Lynch, y a sus
hermanos más pequeños. También le intiman la rendición.
"¡Ríndete! ¡Ríndete!" El hijo también contesta
con una frase henchida de hidalguía e historia: "¡Un
coronel paraguayo no se rinde".
Luego de la matanza, al anochecer, Elisa Lynch recoge los
cadáveres de su esposo e hijo. Llora junto a ellos. Ora.
Y con el temblor y el llanto en sus manos, cava una tumba
con una pala que le entregaron los brasileños.
Y los cuerpos vuelven a la tierra. Esa misma tierra que
antes recibió el sudor de tantos hombres y mujeres embriagados
por las arpas y el grito del heroico Paraguay.
En este momento de Historia y simbolismo de Temakel deseamos
realizar un pequeño homenaje al conmovedor patriotismo del
pueblo paraguayo en los tristes hechos de la llamada Guerra
del Paraguay. Especial dimensión simbólica alberga quizá
la última expresión de López antes de morir: "¡Muero
con mi patria!" Una dolorosa comprensión de que su
muerte no era sólo un resonante evento individual sino una
dramática destrucción de un sujeto colectivo. Al comenzar
los hechos bélicos, la población del Paraguay era de 1.300.00
individuos. Al concluir la sangrienta contienda, sólo sobrevivían
unas 200.000 personas. Con patética claridad, la Guerra
del Paraguay es símbolo del más trágico poder de la guerra:
la aniquilación completa, o casi total, de un universo cultural,
de una identidad nacional, de un sujeto popular.
Esteban
Ierardo
En Temakel,
junto a este item sobre el histórico heroísmo
paraguayo presentamos, en la sección de Galerías
históricas, una serie de imágenes de la violenta
contienda. Otro hecho heroico fundamental en la Guerra
del Paraguay fue la resistencia de los uruguayos del
partido "blanco" en la ciudad de Paysandú que
fueron sitiados y bombardeos por los brasileños y las
fuerzas del general uruguayo "colorado"
Venancio Flores.
Las imágenes que
aquí presentamos, lo mismo que las de la sección de
Galerías históricas, proceden del muy valioso libro de
recopilación de Miguel
Ángel Cuarterolo. Soldados de la Memoria, Imágenes
y hombres de la Guerra del Paraguay, Buenos Aires,
Planeta.
Para ir a
galerías históricas con imágenes de este conflicto y
un texto explicativo de sus hechos fundamentales:
La
guerra del Paraguay
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CARTA
DEL MARQUES DE CAXIAS AL EMPERADOR DEL BRASIL, PEDRO II, A
PROPÓSITO DEL HEROÍSMO PARAGUAYO
Las
pruebas abundan, pero hay una que supera a todas en
elocuencia y en autoridad. En la biblioteca del Museo Mitre hay
un folleto de 13 páginas, que lleva este título: Despacho
privado del Marques de Caxías, mariscal del ejército en la guerra
contra el Gobierno del Paraguay, a Su Majestad el Emperador del
Brasil, don Pedro II.
Caxías es un viejo soldado y al tiempo de firmar el texto que se
reproduce parcialmente a continuación, comanda en jefe los ejércitos imperiales. El lugar de data es: Cuartel general en
marcha en Tuiucue; la fecha, 18 de noviembre de 1867. Caxías
anoticia a don Pedro porque el soberano le ha requerido
información, que el marqués envía privadamente aludiendo a
"la situación e incidentes más culminantes de los Ejércitos
Imperiales". "Todos los encuentros-anota- todos los
asaltos, todos los combatientes habidos desde Coimbra a Tuiuti,
muestra, y sostienen de una manera incontestable que los
soldados paraguayos son caracterizados de una bravura, de un
arrojo, de una intrepidez, y una valentía que raya a ferocidad
sin ejemplo en la historia del mundo".
"...Su
disciplina proverbial de morir antes que rendirse y de morir
antes de hacerse prisioneros porque no tenía orden de su jefe ha
aumentado por la moral adquirida, sensible es decirlo pero es la
verdad, en las victorias, lo que viene a formar un conjunto que
constituye a estos soldados, en soldados extraordinarios
invencibles, sobrehumanos.
"López tiene también el don sobrenatural de magnetizar a
sus soldados, infundiéndoles un espíritu que no puede apreciarse
bastantemente con la palabra; el caso es que se vuelven
extraordinarios; lejos de temer el peligro lo acometen con un
arrojo sorprendente; lejos de economizar su vida, parece que
buscan con frenético interés la ocasión de sacrificarla
heroicamente, y de venderla por otra vida o por muchas vidas de
sus enemigos" (...)
"El número de soldados de López es incalculable, todo cálculo a ese respecto es falible, porque todo
cálculo ha
fallado" (...)
"Vuestra
Majestad, tuvo por bien encargarme muy especialmente el empleo
del oro, para acompañado del sitio allanar la campaña del
Paraguay, que venía haciéndose demasiadamente larga y plagada de
sacrificios, y aparentemente imposible por la acción de las
armas; pero el oro, Majestad, es materia inerte contra el
fanatismo patrio de los Paraguayos desde que están bajo la
mirada fascinadora, y el espíritu magnetizador de López".
"...soldados, o simples, ciudadanos, mujeres y niños, el
Paraguay todo cuando es él son una misma cosa, una sola cosas,
un sólo ser moral indisoluble..."
"...¿cuánto tiempo, cuántos hombres, cuántas vidas y cuántos elementos
y recursos precisaremos
para terminar la guerra es decir para convertir en humo y polvo
toda la población paraguaya, para matar hasta el feto del
vientre de la mujer...? (*)
(*)
Fuente: León Pomer, La guerra del Paraguay. Política
y negocios, Centro editor de América Latina, pp.
230-231.
CERRO
CORÁ, LA ÚLTIMA RESISTENCIA PARAGUAYA
Por José María
Rosa
La
caravana empecinada
Soldados
abrasados por la fiebre o por las llagas extenuadas por el
hambre, sin más prendas de los desaparecidos uniformes que el
calzón ceñido por el ysypó, y algunas veces un correaje
militar para sostener la canana o pender el sable; pocos llevan
el morricón con la placa de bronce del número del regimiento.
Descalzos porque los zapatos (y a veces el morrión y las
correas) han sido comidos después de ablandar el cuero con agua
de los esteros. Mujeres de rasgados tipoys, afiladas como
agujas por la extenuación o la peste, preparan el rancho;
polvo de huesos (cuando lo hay) cocido con juego de naranjas
agrias, si se ha conseguido alguna; las más de las noches,
nada. Entonces se roe el cuero de los implementos militares.
Todos están enfermos, todos escuálidos por el hambre, todos
sufren heridas de guerra que no han cicatrizado. Pero nadie se
queja. No se sabe adónde se va, pero pero se sigue mientras haya
fuerzas: quedarse atrás sería pisar un suelo que ha dejado de
ser paraguayo y sufrir el atropello de los cambás (los
brasileños). Los
rezagados también morirán de hambre en la tierra arrasada por
los vencedores.
En coches destartalados van Elisa Lynch con los niños
pequeños del Mariscal; la cuida su hijo de quince años, el
coronel Panchito, improvisado jefe de estado mayor por su padre.
En otro, tres fantasmas: la madre y las hermanas de López,
flageladas por su debilidad ante la resistencia imposible; en
otro, el vicepresidente Sánchez, anciano de ochenta años cuya
razón desvaría. Conduce la hueste espectral
Francisco Solano. Todavía es presidente del Paraguay y Mariscal de la
Guerra contra la Triple Alianza; si
no ha podido dar el triunfo a los suyos, ofrecerá a las generaciones futuras el ejemplo tremendo de un
heroísmo nunca igualado. No traduce en su rostro impasible, ni en el cuidado
uniforme, rastro de desesperación o de abandono. Conduce la
retirada espantosa como si fuera una parada militar: "aparentaba
la misma clama y tranquilidad de otros tiempos" dirá un
enemigo suyo en su detrimento. Aún es Jefe; y un jefe no puede
abatirse. En medio de las selvas o los desiertos, en lo alto
de las cordilleras mientras lleva a la muerte el pulcro y sereno
Leopoldo de América como lo llamara Mitre antes de la
guerra.
La caravana va hacia el Norte para eludir la maniobra envolvente
de los brasileños que los obligaría a entregarse sin combatir.
A veces llega a una aldea, erigida solemnemente en "capital
provisional de la República": Caraguatay, a los pocos días-
el 28 de agosto- luego San Estanislao. Después el desierto,
pues debe caminarse lejos del río dominado por los caños
imperiales. Una huella blanca, formada por las huestes de los caídos,
señala a los brasileños la ruta de los fugitivos. Ya
no se entierra porque no hay tiempo ni energía para hacerlo; se
camina hasta el agotamiento, y cuando se cae, un compañero o
compañera toma el arma y sigue. Los bueyes que tiraban de las
carretas del parque y los cañones han debido sacrificarse,
pero algunas mujeres fuertes y bravías se uncen a los yugos y
arrastran los convoyes. Solamente quedan caballos para quienes
se reservan los mejores alimentos: pertenecen a los escuadrones
y son sagrados: apoderarse de ellos sería un sacrilegio, como
inutilizar una carabina o abandonar un cañón.
Siete meses, doscientas jornadas de ardiente sol tropical
transcurren en esta marcha única en la historia. Hasta el 14
de febrero de 1870 la caravana trágica llega a Cerro Corá
("escondido entre cerros", en guaraní), campo de buena
gramilla, regularmente protegido, a poco distancia del Aquidabán-niguí,
afluente del Aquidabán. Diez mil muertos jalonan la ruta macabra
desde la sierra de Azcurra, los que han podido llegar son poco más de cuatrocientos.
López da la orden de detenerse en Cerro-Corá,
hay alimento para los caballos, alguna pesca y venados y
guasunchos cruzan por los cerros. Allí se podría descansar y
también morir.
Los
colores de España
Llama
el Mariscal a consejos de jefes y oficiales. Sentado en la sola
silla del campamento (hay que guardar las formas) preside a
los suyos que deben hacerlo en el suelo. Habla Francisco Solano:
se está en el último rincón de la patria, después viene el Matto
Grosso brasileño. Atravesándolo se ganaría asilo en suelo
extranjero. Más allá de los cerros está la salvación, pero ya
no sería suelo paraguayo. ¿Podría darse fin a la epopeya
escapando a la muerte, dejando a Paraguay en poder de los
brasileños? Para quitar solemnidad al momento desliza algunas
bromas sobre los cambás. ¿Podrían ellos desde el extranjero
asistir impasible al apoderamiento de la patria?
"Siguió
un silencio -dice el coronel Aveiro- y viendo que nadie hacía
uso de la palabra, yo entonces dije al Mariscal que él era el Jefe de Estado y de nuestro
Ejército; nuestro deber era
someterse a lo que él resolviera. Y entonces el Mariscal dijo:
"Bien, entonces peleemos aquí hasta morir". No se
habló más del asunto. El Presidente lo descartó como cosa
resuelta. A continuación hizo leer por el Ministro de Guerra,
Caminos, un decreto otorgando la medalla de Amanbay a los
sobrevivientes de esa acción. No había medallas y con trozos de
metal grabado a cuchillo se suple la falta; tampoco se
encontraron cintas con los colores patrios, pero en una carreta
se halló un trozo rojo y gualda de alguna tienda española. Con
esas medallas y esas cintas improvisadas, Elisa Lynch había
confeccionado las condecoraciones, que el mariscal fue colgando
en las rotas guerreras (cuando las tenía), o en el tahalí que
cruzaba el pecho de loas agraciados. Es la última ceremonia
solemne del viejo Paraguay.
Los colores españoles sirvieron para premiar, en el campo
elegido para morir, a estos nietos de conquistadores dispuesto a
mantener enhiesta la virtud de la raza.
El ejército de Cerro-Corá
Después de repartirles "como recuerdo" algunas prendas
suyas, el mariscal pasó revista al ejército, cuyos datos anotó
minuciosamente el coronel Panchito como jefe de su Estado Mayor.
Por es papel recogido en la faltriquera del niño-héroe pocos días
después, pueden conocerles los efectivos de López el día
del desastre final.
Cuatrocientos mueve, exactamente 409 combatientes de todas las
edades, quedaban de los cien mil hombres llamados bajo banderas
en los cinco años de guerra: cuatrocientos nueve sobrevivientes
del gran ejército lanzado en 1864 contra el Imperio para
defender la libre determinación de las repúblicas
hispanoamericanas. De sus doscientos regimientos originales
todavía existían -por lo menos en la numeración- dieciséis
cuerpos: algunos (el 25 de infantería) reducidos a once plazas
entre jefes, oficiales, suboficiales y tropa; el más numeroso
(el de maestranza) tenía cincuenta y dos. Estaba aún el famoso 4
de infantería organizado por Eduvigis Díaz con los jóvenes de
la mejor sociedad asuncena, aunque reducidos a 39 hombres en
total. Su abanderado llevaba atado el brazo (pues debió
abandonar el asta) un jirón del paño tricolor salvado de la
metralleta.
Arriba,
primera imagen izquierda, Mujer paraguaya
enterrando a sus hijos. Grabado aparecido en Harper's
Weekly, abril de 1870. Biblioteca del Congreso de
los EE.UU. "Pero aun había otra escena más
impresionante y era ver madres caminando solas que
llevaban sobre una tabla en la cabeza el cuerpo
amortajado de sus hijos a la sepultura. Algunas veces
este solitario funeral iba acompañado de otro deudo
solitario cuyo rostro pálido y arrugado parecía decir
que no tardaría en acompañar a su hermanito..."
General Martín Mac Mahon, 1970. |
Arriba, derecha, retrato de Elisa Lynch,
la esposa de Francisco Solano López, de origen
irlandés. Luego del fin de la guerra, viajó a Europa.
Murió en Paris en la extrema miseria. |
El 1 de marzo de 1870
Catorce
días esperan en Cerro Corá el desenlace. Mientras tanto no
descuidan las cosas cotidianas; el general Caballero va con unos
cuantos jinetes a la caza de venados (esa ausencia le permitiría salvar su vida), el Mariscal y sus hijos tienen
espineles en el Aquidabán. Sentado en una palmera caída a
orillas del Niguí, López cuenta chascarrillos como si nada
ocurriera; diríase un padre de familia en
excursión dominical
con los suyos. Está tranquilo, muy tranquilo, e infunde confianza a todos. Ha tomado las
precauciones militares para
recibir a los brasileños como es debido: los cañones custodian
la picada de Villa Concepción por donde seguramente llegarán;
los caballos están dispuestos y las armas en pabellón para el
momento oportuno. Solo resta esperar.
Por las noches -ardientes y húmedas del verano tropical- se oyen
las arpas paraguayas, y algún cantor entona en guaraní las
melodías populares. Como si lo que ha ocurrido y está por
ocurrir, fuese la cosa más natural del mundo. Algunos indios caygús traen alimentos a los paraguayos: el 28 de febrero
advierten a López la proximidad de los brasileños; le ofrecen
esconderlo en sus tolderías, en el fondo de los bosques, donde
jamás podrían encontrarlos: Yahjá caraí, ndé, topá i chene
rephé los cambá ore apytepe ("Vamos, señor; no
darán con
usted los negros adonde pensamos llevarle"). López
agradeció y declinó el ofrecimiento. Su resolución estaba
tomada: moriría con su patria.
A la mañana siguiente - 1 de marzo-, algunas mujeres escapadas de los puestos avanzados, llegaron con la noticia de
que los brasileños, conducidos por un traidor se habían
apoderado, sin combatir, de los cañones. El general Roa, jefe
de la retaguardia, acaba de ser degollado con los suyos. No hubo
combate, solamente un sorpresa y la matanza. Como a fieras.
Con toda calma, López ordenó ensillar y disponerse en guerrilla. A
eso del mediodía, irrumpieron los jinetes del general Cámara.
Son muchos, veinte veces más que los paraguayos, y tienen armas
de precisión y caballos excelentes. Pero la presencia de los
paraguayos dispuestos a la lucha los hace detener. Estos, sin
mayores armas de fuego, avanzan en sus escuálidos jamelgos en
una carga que debe hacerse al paso; los imperiales eluden a fin
de mantener la superioridad que les dan sus carabinas. No se llega
al entrevero y la caballería guariní es diezmada.
Después, será el tumulto. Sobre López, atraídos por el uniforme
del mariscal, se lanzan el coronel brasileño Silva Tabares y su
guardia: Francisco Solano alcanza a ordenar a Panchito que
proteja a su madre y a sus hermanos, y hace frente a los
imperiales con la sola arma de su espadín de oro -regalos de la
patricias paraguayas, en cuya hoja se lee Independencia o
Muerte-;
el ayudante de Silva Tabares, un apodado Chico Diavo, consigue
asirlo de la cintura, al tiempo que que otro soldado le
descarga un golpe de sable en la cabeza. López tira una
estocada a Chico Diavio, que el brasileño contesta con un
lanzazo en el vientre.
"¡Muero con mi Patria!"
En
ese momento, algunos paraguayos -el coronel Aveiro, el médico
Ibarra, el capitán Arguello- corrieron en auxilio del jefe.
Pese a sus heridas, López se mantiene sobre el caballo-
"un bayo flacón"- y les grita: "¡Matemos a esos
macacos!" Los imperiales, en orden, pero contenidos por
el refuerzo que ha llegado a salvar a López, ponen alguna
distancia. Aveiro se acerca a López: "Sígame
señor". Lo conduce por una picada que se interna en el
bosque, mientras Ibarra y los demás contienen a los invasores.
Los brasileños lo sigue: "E o López, é o López" (Es
López, es López), y la soldadesca se aprieta en su persecución
porque la cabeza del Presiente está premiada con cien libras
esterlinas, y todos quieren ganarlas. También el general Cámara
endereza su caballo tras el Mariscal; no busca el premio en metálico, pero quiere cobrar la pieza, grande, dar el jaque mate
definitivo.
Abriendo sendas por la picada, los paraguayos llegan hasta el
arroyo, el Aquidabán-niguí. López, agotado y desangrado, cae de
su cabalgadura. Apenas puede tenerse en pie, y Aveiro e Ibarra lo
ayuda a cruzar la zanja; quiere subirlo por la barranca opuesta
pero el peso del Presidente se lo impide: "Déjenme",
les dice López en guaraní; pero no quieren abandonarlo. Les
pide que busquen una subida menos escarpada, dejándolo mientras
tanto junto al tronco de una palmera. Llegan los brasileños:
un soldado persigue al cirujano Estigarribia por el arroyo, y lo
atraviesa de un lanzazo. López trata de enderezarse, pero se
desploma cayendo al agua; consigue sentarse y saca su espadín de
oro con la mano derecha tomando la punta con la izquierda. Cámara se le acerca y le formula la propuesta de rigor: "Ríndase,
Mariscal, le garantizo la vida", López lo mira con
ojos
serenos y responde con una frase que entra en la historia:
"¡Muero con mi Patria!" al tiempo de amargarle con el
espadín. "Desarmen a ese hombre", ordena Cámara desde
respetable distancia. Ocurre una escena tremenda: un trompudo
servidor de la libertad se arroja sobre el moribundo eludiendo
las estocadas del espadín para soltarle la mano de la empuñadura; el
mariscal, anegada en sangre el agua que los
circunda, medio ahogado, entre los estertores de la muerte,
ofrece todavía resistencia; el cambá lo ase del pelo y lo saca
del agua. Ante esa resistencia, Cámara cambia la orden:
"Maten a ese hombre". Un tiro de Manlicher atraviesa
el corazón del mariscal que queda muerto de espaldas, con ojos
abiertos y la mano crispada en la empuñadura del espadín.
"¡Oh! ¡diavo do López!" ("¡Oh! diablo de
López!"),
comenta el soldado dando con el pie en el cadáver.
El exterminio de los últimos paraguayos es atroz. El general
Roa, sorprendido en el arroyo Tacuaras, había sido intimado.
"¡Rendite, paraguayo danado!" (¡Rendite,
paraguayo
condenado!); "¡Jamás!", y se deja degollar. El vicepresidente
Sánchez, moribundo en su coche, es amenazado.
"¡Ríndase, fio da put...!" ("¡Ríndase, hijo de
...!"); el viejo octogenario abre los ojos asombrado;
"¿Rendirme yo, yo?", y descarga su débil
bastón sobre
el insolente: un tiro de pistola lo deja muerto. Panchito
acompaña a su madre y sus hermanos pequeños que han conseguido
refugiarse en su coche; hace guardia junto a la puerta. Llegan los
brasileños y preguntan si esa mujer es "la querida de López,
y esos niños, "sus bastardos"; Panchito arremete
contra los canallas, que sujetan al niño: "¡Ríndete!"
"¡Un
coronel paraguayo no se rinde!". Lo matan.
Elisa Lynch cubre el cuerpo de su hijo. Algún desmandado quiere
propasarse, y la mujer le impone. "¡Cuidado, soy
inglesa!" La deja en libertad. Elisa buscará esa noche el
cuerpo de Francisco López Solano para enterrarlo junto al de
Panchito en una tumba cavada por sus propias manas. El cadáver
del mariscal está desnudo, porque la soldadesca lo ha despojado
(el reloj de oro que llevaba esa tarde fue mandado como trofeo a
la Argentina). Elisa encuentra una sabana de algodón y amortaja
los cuerpos queridos.
Entre el estrépito de triunfo de los vencedores que festejaban
su definitiva victoria, Elisa reza su sencilla oración
despidiendo a su compañero y su hijo. La noche se ha puesto
sobre las tremendas escenas de la tarde, y un farol mortecino,
llevado por un niño de nueve años, es la única luz que alumbra
el sepelio del gran Mariscal.
La guerra del Paraguay ha terminado. (*)
Francisco
Solano López |
(*)
Fuente: José María Rosa, "Cerro-Corá",
en La guerra del Paraguay y las montoneras argentinas,
Biblioteca argentina de historia y política, Hispamérica,
1985, pp.257-263.
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