domingo, 24 de diciembre de 2006

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Aristóteles España: Navidad en la prisión de Isla Dawson

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Ya es Navidad y se nos viene a la mente la Pascua en Isla Dawson hace treinta y tres años. Los rituales de la formación militar de los prisioneros, el permiso otorgado para compartir un espacio de reflexión en medio del dolor y el miedo. Los ecos de nuestros fusilados en Puerto Porvenir aún rebotaban en nuestros ojos, pero fuimos capaces de sobreponernos a la derrota en esas difíciles condiciones y orar por la paz, un proyecto difícil de construir entre tanta miseria humana. Se establecieron las medidas para efectuar una jornada de encuentro y fue así como escuchamos las canciones de Orlando Letelier, el coro dirigido por Libio Pérez, las obras de teatro montadas por "Piquete" Figueroa, las meditaciones de Clodomiro Almeyda sobre el presente y futuro del país, los croquis de Miguel Lawner sobre el cielo y los candados del Patio de Alarma que dibujaba en sus cuadernos.

Navidad en la prisión. El viento magallánico emergía con fuerza en el paralelo 53 sur de este mundo y en silencio nos acordábamos de nuestras novias, esposas, madres, hijos, cada uno a su manera, entonando nuestro himno "Tamo Daleko", que al escucharlo hoy nos estremece el alma.
Los torturados estaban convalecientes en las barracas del Campamento Río Chico y otros permanecían incomunicados en las celdas de los regimientos de la Patagonia. Las mujeres estaban confinadas a cientos de kilómetros en el regimiento "Ojo Bueno", según nos informó en noviembre la Cruz Roja Internacional.

Los generales Pedro Espinoza y Manuel Torres de la Cruz habían sobrevolado la Base Naval un par de semanas antes y estaban satisfechos de su obra según informaron al Alto Mando. Nelson Reyes ensayaba un número musical junto a Carlos González Jacksic, mientras Sergio Bitar recorría con el Dr. Arturo Jirón el Patio de Alarma lleno de metralletas y soldados. A lo lejos, patrulleras de la Armada navegaban en el mar furioso y sombrío que durante el verano tiene más oleaje.

Pelle Urrutia, Jerónimo España, Baldovino Gómez preguntan sobre el destino de José Tohá y en esos instantes ya los verdugos habían decidido su muerte en el Hospital Militar de Santiago. Daniel Vergara aún no se repone de las balas que penetraron su mano derecha cuando junto a otros confinados eran conducidos en tanquetas desde el aeropuerto de Punta Arenas al recinto de Asmar, en pleno centro de la ciudad sitiada, en septiembre de ese año. Eliecer Valencia y Miguel Loguercio están sentados sobre el tronco de un árbol milenario junto a Alfredo Joignant, Aníbal Palma, Julio Stuardo, Anselmo Sule , Camilo Salvo, Jorge Tapia, Luis Corvalán, Hugo Miranda, Carlos Morales, Benjamín Teplisky, Erick Shnake, Alejandro Olate, Pablo Jeria, Alejandro Ferrer.


Osvaldo Puccio hijo, hace un grabado para tallar una piedra a su madre. Héctor Avilés dibuja a Edgardo Enríquez, Hugo Miranda, Carlos Zanzi, nuestros Delegados ante el Infierno. También a Francisco "Che" Márquez, y Custodio Aguilar nuestros grandes dirigentes sindicales.

Las Barracas "Alfa", "Bravo", "Remo", "Isla" se ven imponentes. El Mando Naval nos observa desde los alambrados. El "Loco" Valenzuela, un Capitán delirante, tiene granadas en sus manos. Se pasea con ellas y su pistola todos los días en los comedores del Campo de Concentración. En la noche su figura es fantasmagórica. Un par de perros juegan en los alambres de púa, Orlando Letelier sigue cantando, alguien recuerda a Salvador Allende, Pablo Neruda, Víctor Jara, nuestros primeros muertos. Las estrellas nos miran con atención, los árboles nos contemplan con tristeza, la vegetación dawsoniana es impresionante. Los pájaros nocturnos parecen sombras como en los poemas de Nazim Hikmet en las prisiones turcas.

Hace frío. Dónde estará Dios?, preguntamos. Un sacerdote observa desde el ventanal de la Cámara de Oficiales. El Campamento Río Chico es un lugar secreto. La muerte ronda. El niño Dios También.

A todos quienes compartimos esa noche dawsoniana, a nuestros muertos.

martes, 8 de agosto de 2006

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Adiós a Estella Díaz Varín (1926-2006)

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stella daz varn



Por Aristóteles España


Para su hijo Rodrigo, sus nietos Felipe y Alvaro; para Claudia Donoso, Elvira Hernández, Leonora Vicuña, Teresa Calderón, Nadia Prado, Diamela Eltit, Andrés Morales, Roberto Contreras.

Partió al País de Nunca Jamás, la Reina de los Sirlos como la llamó Virginia Vidal, la musa de la Mandrágora, la Princesa del célebre grupo literario "El Zócalo de las Brujas". Se fue como parte una gaviota hacia el horizonte o como una estrella que vuelve a una lejana constelación donde alguna vez vivió.
Una de las grandes escritoras de Chile y Latinoamérica, construyó una escritura en los límites del lenguaje y la vida, nos propuso una estética de la cotidianidad con la fuerza de las grandes artistas, sus palabras estaban llenas de orillas e imágenes de pájaros que inundaban el mundo con sus graznidos de ausencia. Así era ella, transformaba la realidad para hacerla más digna de ser gozada.
Alone la comparó con Vicente Huidobro; Enrique Lihn decía que era una de las pocas artistas con voz propia en nuestro país; Pablo de Rohka consideraba que era la Estrella (como su nombre) de la literatura chilena después de la mitad del siglo XX. Compartió la bohemia de los años 50 en Il Bosco, y otros espacios de la época, en recitales memorables en el Parque Forestal junto a Pablo Neruda, Francisco Coloane, Carlos Droguet, el mítico Chico Molina, Luis Oyarzún, Jorge Millas, Martín Cerda, Luis Sánchez Latorre.
Por nuestra parte, la conocimos a fines de los años 70 en casa de la poeta y fotógrafa Leonora Vicuña. Celebramos el cumpleaños de alguien. Estaba Jorge Teillier, Germán Arestizábal, José María Memet, Ramón Díaz Eterovic, Alvaro Ruiz, Verónica Poblete, Bárbara Martinoiya, Rolando Cárdenas, y otros fantasmas amigos de la época. Allí nos contó de su vida en Santiago, de cómo a los 16 años le escribió un poema al Traidor González Videla, al igual que Neruda. "A los 16 años uno se equivoca, me dijo", mientras bailábamos una polka y brindamos por una amistad que se prolongó hasta el día de su muerte. Habíamos leído "Razón de mi ser"( 1949); "Sinfonía del hombre fósil"(1953); Tiempo, medida imaginaria (1959), libros fundamentales pero absolutamente desconocidos.
Le gustaba recitar "Los motivos del lobo", de Rubén Darío, ciertos versos de "Las Flores del Mal" de Baudelaire y solía inventar poemas de autores inexistentes con los cuales se burlaba de sus auditorios. Dura Stella, le decíamos y ella se reía como una niña grande que hace maldades.
Nos propuso una estética de la fuerza contra la adversidad. Nadie como ella la vivió en carne propia. Ignorada por su partido, por academias y círculos literarios fue, sin duda, la más grande de todas. Admirada, arrogante, estuvo ajena al poder y la gloria. Pudo haber sido Agregada Cultural de nuestro país en cualquier rincón de la tierra, pero su actitud crítica, mordaz, llena de entusiasmo y sabiduría le impidieron muchos honores de parte de las instituciones del Estado de su propio país. Sin embargo, fue reconocida por sus pares, y este jueves 15 de junio fue homenajeada por los artistas chilenos. Nunca habíamos visto a tanto poeta junto nos dijo una escritora amiga. Discursos de la Sociedad de Escritores de Chile, lecturas de amigas y amigos, actores, músicos, titiriteros, niños poetas, cineastas, escritores de la más diversa animalidad y especie se dieron cita para darle la despedida final. Su legado será eterno. Habrá que solicitarle a las autoridades construír una plaza con su nombre o tal vez un parque donde puedan llegar los jóvenes -quienes más la lloraron- a leer sus versos, a enamorarse en primavera con sus textos de "Los dones previsibles" donde habla de la nostalgia como ríos azules que se dibujan en los ojos del cielo. Los autores cubanos la incluyeron en su Colección de Clásicos de nuestra lengua; publicada en Argentina, EEUU, Perú, Colombia, aquí en nuestra Patria Feliz del Edén, recibió, como todos los grandes artistas, como Gabriela Mistral, el Pago de Chile.

SANTIAGO, JUNIO 15 DE 2006

jueves, 29 de junio de 2006

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Aristóteles España: Casos de brujos en Chiloé

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Porfirio Pillampel Culco (brujo de Ancud).



Así se titula el libro de la escritora Umiliana Cárdenas Saldivia, maestra rural del archipiélago de Chiloé, quien ha recopilado y escrito historias sobre "este hombre embaucador, del cual se dice que tiene pacto con el diablo", según lo define en la introducción de este interesante trabajo que contribuye a la diversidad de la rica mitología de esta isla del sur chileno.
Para ser brujo dice la autora hay que cumplir algunos requisitos, entre otros, "permanecer durante cuarenta noches consecutivas recibiendo en la cabeza el agua de un río thraiguén para que se le borre el bautismo"; "hacerse fletas con aceite de cristiano, extraído de los cadáveres"; "matar a uno de sus familiares más queridos". Los brujos poseen poderes de acuerdo a la creencia general que viene de la Antigüedad, la Edad Media. Entre los siglos XIII hasta el XVII se les persiguió sometiéndolos a suplicios. Son preferidos los indios, después los mestizos y los blancos deben pagar elevadas sumas de dinero para serlo, a la cofradía, según nos cuenta Umiliana Cárdenas.
Sus poderes son los siguientes: "Pueden volar"; "pueden transformarse en el animal que deseen"; "pueden provocar el sueño a otras personas"; "pueden abrir puertas"; "pueden hacer crecer o decrecer las aguas de los ríos, según les convenga"; "ocasionan enfermedades"; "matan"; "sajan a las personas, ya sea para causarles daño o para utilizar su sangre para firmar los decretos de muerte".
A las personas que tienen la sangre fuerte, no pueden hacerle daño. Para saber quien le tiró el mal, hay que ir a la "Mayoría" donde a través del "Revisorio" o "Mapa" se ve quien le lanzó el "mal", "la rociada" o "el flechazo". El brujo que causa el mal o la muerte desde la distancia se le da el nombre de "Artillero" o "Flechero".
Los brujos son los enemigos más temidos de las familias chilotas. Son envidiosos y tratan de hacer daño a las personas más acomodadas, según la creencia popular.
Umiliana Cárdenas nos cuenta diversos casos, como el de una maestra de escuela que tuvo que abonar una cantidad de dinero a la "Mayoría" o "Casa Grande", como seguro de vida y muestra un documento escrito a mano firmado por ella y los Jefes. Para hacerse Brujo en la Isla de Huar, dice la escritora chilota, hay que besar el poto del chivo que está custodiando la cueva de Quicaví; tiene que barrer con una pichana de arrayán una pieza con piso de tierra, sin dejarle un polvito. Si cumple bien estas pruebas le colocan el "chaleco" y para volar tiene que decir ticruco, ticruco, varias veces; una vez en los aires y si quiere descender tiene que decir ticraco, ticraco, hasta tocar tierra, con lo cual ya queda incluido en la brujería.
Y muchas otras historias como la ocurrida en la isla de Quenac, donde nació el poeta Jorge Velásquez, donde un brujo fue descubierto haciendo el mal a la esposa de un vecino. Al ser sorprendido prometió "mejorarla" a condición de que nunca contaran que el era un brujo. Se trataba de un connotado lugareño. La señora comenzó a vomitar sardinas ya descompuestas en gran cantidad y no había comido sardinas. La mujer sanó y el marido contó esta historia a Umiliana Cárdenas porque el brujo está bajo tierra hace mucho tiempo. Libro ameno que contiene un glosario de palabras relacionadas con estos seres y donde la escritora narra que la soledad, el aislamiento, hacen que los chilotes dejen "correr su imaginación" inventando, creando historias que hace más llevaderas sus días y noches de lluvia.
Este libro fue publicado en Santiago por Editorial Universitaria, 2006. La edición estuvo al cuidado del escritor Eugenio García Díaz y la portada e ilustraciones pertenecen a Guillermo Grez. Los textos fueron transcritos por Sofía Mansilla Cárdenas. La autora ha dedicado su vida a recopilar historias de su pueblo.

martes, 28 de septiembre de 2004

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Aristóteles España: Stella Díaz Varín, la leyenda

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Conocimos a Stella Díaz Varín (La Serena, agosto 11 de 1926) en 1980 en casa de la escritora y fotógrafa Leonora Vicuña en calle San Isidro en Santiago. Estaban Jorge Teillier, Rolando Cárdenas, Eduardo "Chico" Molina, Germán Arestizábal, Alvaro Ruiz, José María Memet, Verónica Poblete, Bárbara Martinoiya, pintores, escultores. Era el cumpleaños de alguien; un invierno de lluvia en el Santiago del Toque de Queda y de uniformes verdes en cada esquina. Todo el mundo le decía "la Colorina" y ella se dejaba querer como Dios manda. Habíamos leído "Razón de mi ser" (1949), "Sinfonía del hombre fósil" (1953), "Tiempo, medida imaginaria" (1959). Alone la había comparado con Huidobro, y Enrique Lihn decía que era una de las pocas artistas con voz propia en el mundo literario chileno. Ni más ni menos. Admirada por toda una generación, Stella conservaba la viveza de sus ojos y una fuerte voz para declamar textos propios o ajenos. Solía recitar de memoria versos de Rimbaud; "Los motivos del lobo", de Rubén Darío; algo de "Las Flores del Mal", con un acento baudeleriano inconfundible, según Molina. Leamos a Lihn: "Su poesía tiene un fondo de violencia y en sus versos largos, acumulativos, se ve la fuerza de su voz interior, imperiosa, arbitraria, como una cantante desconsolada y frenética, orgullosa de sus imágenes".

Esa noche de tertulia nos habló de su vida en La Serena; de cómo -al igual que Neruda- le escribió un poema al Presidente Gabriel González Videla, antes de la traición de éste. Estoy arrepentida, nos dijo, pero a los 16 años uno es demasiado joven. Llegó a Santiago a estudiar medicina, trabajó en los diarios "La Opinión", "Extra", conoció a los mejores de su tiempo, fue muy amiga de Pablo de Rocka, quien la apoyó señalándola como una de las grandes de nuestra lírica. Compartió tertulias con Francisco Coloane, Carlos Droguett, Nicanor Parra, Luis Oyarzún, Humberto Díaz Casanueva, Alberto Romero, Teófilo Cid, Andrés Sabella En los poemas de Stella Díaz Varín uno puede observar la angustia de la descomposición del tiempo en las imágenes, a través de perros azules que se confunden con la vigilia, semillas que huyen despavoridas y la palabra, las famosas palabras de su cotidianidad que la llevan a la infancia, a los riachuelos de su despertar sexual. Poesía dentro de la poesía. La originalidad de esta autora consiste en que supo incorporar lecturas de los clásicos franceses y alemanes en pequeñas dosis de locura y frenesí, a través del cual, medita, indaga en la razón de la existencia en un mundo como el nuestro, tan lleno de copias, de maderas de Dios, como dice en uno de sus textos.
Reflexiona la escritora: "Nunca he pensado qué es la poesía. Es algo absolutamente fuera de mi misma. En el mismo momento en que lo haga jamás volvería a escribir un poema. Existen instantes poéticos en los que tú existes, pero no se puede decir nada más, porque la poesía trasciende a todo. Tampoco sé lo que siento cuando escribo, porque me encuentro totalmente ida".Organizamos eventos en la Sociedad de Escritores de Chile, junto a Luis Sánchez Latorre, Emilio Oviedo, Isabel Velasco, Teresa Hamel, Walter Garib; solíamos tomar café con Enrique Lihn en la Plaza del Mulato Gil, compartimos la militancia contra la dictadura. El año 1990 (con Stella) fuimos campeones de polka en un baile de la Sociedad de Escritores de Chile ante la envidia de decenas de poetas que deseaban bailar con ella. Nos reencontramos este año en la Feria del Libro de La Serena. Andaba con sus últimas obras: "Los dones previsibles" (Premio Pedro de Oña, 1987), "La Arenera" (1993), "De cuerpo presente" (1999). El año 1994 los escritores cubanos le rindieron un homenaje en La Habana y editaron una antología de su obra en la misma Colección de Clásicos junto a Mallarmé y Dylan Thomas, sus favoritos. Ahora, y después de haber contribuído durante décadas a nuestra literatura espera sentada junto a sus nietos, el pago de Chile.



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viernes, 17 de septiembre de 2004

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Aristóteles España: Septiembre, Chile y sus poetas

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Poetas y narradores han contribuido a la búsqueda de la denominada "identidad nacional"; recreando gestas, epopeyas, cánticos donde la vida de Chile se va conformando lentamente. Somos un país joven, que construye elementos de paisajes terrenales y metafísicos. Fue Alonso de Ercilla quien describió como ninguno los lugares habitados por nuestros pueblos originarios diciendo "Aquí llegó donde otro no ha llegado". La inmensidad de la cordillera, los bosques, ese enorme mar que inspiró a Samuel y Eusebio Lillo.
Carlos Pezoa Véliz descubrió al pintor pereza, a los vagabundos que pululaban en ríos y callejones de las ciudades que comenzaban a arder. Diego Dublé Urrutia le cantó a las tías Paulinas de Chile que tejían bufandas y sueños. Víctor Domingo Silva le puso alma a la bandera de una nación que necesitaba y necesita aún de símbolos para reconocerse.
Huidobro creó "Altazor", ese enorme túnel por donde atraviesan los hálitos de Chile, sus costas y besos perdidos. Neruda reescribió la historia a pesar de los historiadores; Pablo de Rocka cantó a las comidas y bebidas del país, de norte a sur. Gabriela Mistral indagó en las desolaciones del austro y en el desierto florido de Coquimbo.
Andrés Sabella describió un norte riguroso y nostálgico, las ensoñaciones del desierto más árido del mundo.
Raúl Rivera, homenajeó a la mujer chilena que cría chiquillos, da comida al marido, lava la ropa, sustenta el hogar lleno de privaciones de la clase media desde tiempos inmemoriales.
Francisco Coloane da vida y más fuerza al Cabo de Hornos y construye su otra península con el Chilote Otey incomparable.
Nicanor Parra dio un remezón a la poesía de este Chile en crecimiento tenaz como dice Gonzalo Rojas y funda un corpus maravilloso en lo estético con la Antipoesía. Jorge Teillier funda la lírica de los lares inventando un lugar donde habitan mariposas y pueblos perdidos y se escuchan desde lejos los pitos de los trenes.
Nicomedes Guzmán en su "Autorretrato de Chile" da cuenta de las ilusiones y leyendas que dan vida a una comunidad tan disímil como la chilena. El pueblo Lican Antai y los Chonos son tan distintos y habitan históricamente el mismo territorio para efectos del estudio de nuestra historia y geografía.
Sólo la poderosa palabra poética y literaria nos une como el cielo, la nubes , el aire. Poesía para volver a los 17 como decía Violeta Parra. Para decir "Gracias a la vida". Canciones para amar como en los textos de Sergio Hernández, para imprecar como Armando Uribe Arce, para fabular con ciudades de sol como dijo Humberto Díaz Casanueva, para inventar lluvias de aire como Rolando Cárdenas, jugar con sonetos, como lo hizo Enrique Lihn, en la misma atmósfera de la poesía chilena, única en su matriz y en sus sonidos en estos días en que celebramos la independencia de un imperio, poéticamente hablando.




lunes, 30 de agosto de 2004

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Aristóteles España: Dawson

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Este poeta fue encapsulado en una remota isla de la Patagonia durante la brutal represión del tirano Pinochet. Tenía por ese entonces solo 17 años y era una verdadera amenaza para el acorazado ejército chileno. Esa isla se llama Dawson, debiera llamarse Isla Vergüenza, Isla Ignominia, Isla Puta. El poeta se sigue llamando Aristóteles España, una figura mítica de la poesía chilena. Inmaculada Decepción presenta una pequeña selección de su libro; Dawson.

LLEGADA

Bajamos de la barcaza con las manos en alto
a una playa triste y desconocida.
la primavera cerraba sus puertas,
el viento nocturno sacudió de pronto mi cabeza rapada
el silencio
esa larga fila de Confinados
que subía a los camiones de la Armada Nacional
marchando
cerca de las doce de la noche del once de septiembre
de mil novecientos setenta y tres en Isla Dawson.
Viajamos
por un camino pantanoso que me pareció
una larga carretera con destino a la muerte.
Un camino con piedras y soldados.
El ruido del motor es una carcajada,
mi abrigo café tiene barro y bencina:
nos rodean
bajamos del camión
uno dos tres kilómetros
cerca
del
mar
y
de
la
nada,
¿Qué será de Chile a esta hora?
¿Veremos el sol mañana?
Se escuchan voces de mando y entramos a un callejón
esquizofrénico que nos lleva al Campo de Concentración,
se encienden focos amarillos a nuestro paso,
las ventanas de la vida se abren y se cierran.

CAMINOS

Nos llevan a cortar leña por los bosques,
de sol a sol,
custodiados por patrullas
que apuntan directamente a la cabeza.
ordenan cantar y correr,
agujerean nuestra sensibilidad,
quieren destruirnos como guijarros
bajo la nieve,
humillarnos,
Mientras entonamos en alta voz:

"Bajo la linterna, frente a mi cuartel,
sé que tú me esperas mi dulce amada bien".

Y el viento invade los parques de mis sombras,
desordena los faroles, las plantas escarchadas.
Me acuerdo de Rosita en la última navidad,
o con su uniforme de colegiala y sus cuadernos.
(A lo mejor nunca leerá este poema).
Hay olor a nubes enterradas,
nos golpean,
mientras una rata camina entre la hierba.

"Si es que llega un parte y debo yo marchar
sin saber querida si podré regresar".

Sólo vemos galerías pintadas de insomnio,
postes amontonados,
manos que sangran,
en el trayecto al Campo de Detenidos,
y fusiles,
y mitades,
encerrados en un laberinto de crueldad y miseria
en el paralelo 53 sur de este mundo.

Y NO ERAN PERROS

Anoche al acostarme
escuché ladridos
en algún lugar del Campamento.
Y NO ERAN PERROS.

COMPAÑEROS

Compañeros, tenemos que buscar una razón
más poderosa que el Partido,
un cauce, un islote, un diminuto ventisquero
que sirva al menos como punto de inicio
y empezar a caminar hacia el reencuentro,
que será una casa -me imagino- amplia,
como los patios de mi pueblo natal,
lleno de grandes ventanales
para que entre libremente el aire
y escuchemos a los árboles del pensamiento;
ese día que -pienso- no está lejano,
llegará como un potro salvaje y se posará
sobre los muslos desnudos de nuestras reflexiones.


viernes, 20 de agosto de 2004

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Aristóteles España y Puerto Natales

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Regresé del exilio de Buenos Aires en 1989. Quería volver a la Patagonia a pesar de que estaba radicado hace años en Santiago y del lar quedaban sólo las imágenes; los pequeños ecos de la lluvia temprana, la nieve con sus enormes agujeros que sólo traía dolor en las manos y en los poemas de aquel entonces.
Después de permanecer unos días en Punta Arenas, en casa de mi madre, me embarqué en Buses Fernández a Puerto Natales. Quería reencontrarme con ese lugar donde vivieron mis tíos Oscar e Inés; donde escribí mis primeros poemas cuando fui candidato a la Federación de Estudiantes Secundarios de Magallanes en 1972. Tenía grabado en mi memoria la vieja habitación del Hotel El Natalino, lugar de alojamiento, en cuyo bar conversé con Aurelio Rozas, los hermanos Carlos y Oscar Bustamante, Abel Paillamán, dirigentes del Partido Socialista de Ultima Esperanza.

Años adolescentes, de ideales profundos, de poesía sobre todo. Recuerdo haber leído en ese Hotel los poemas de Nazim Hikmet, Evaristo Carriego, Leopoldo Lugones. Escribí poemas sobre la bahía de esa austral ciudad y una larga égloga llena de la atmósfera de Salicio como homenaje a los trabajadores de los frigoríficos y a las luchas sindicales. Lo primero que me impresionó en ese primer viaje fue que Puerto Natales era una reproducción exacta del mundo chilote, donde yo había nacido quince años antes. Sus calles y construcciones eran las mismas, aunque con otros nombres. Era Chonchi, Curaco de Vélez, Quemchi, Castro, reproducidos en sus pequeñas vastedades como decía el poeta Rolando Cárdenas. Y desde aquel entonces siempre estuve ligado a sus quehaceres culturales, políticos, humanos.

Pero volvamos a 1989. Yo preparaba un libro de entrevistas titulado "El sur de la memoria", que daba cuenta de las personas que habían sufrido la represión militar, hombres y mujeres anónimas en muchos casos, pero cuya fuerza debía ser transmitida a las nuevas generaciones. Por aquel entonces estaban de moda las entrevistas a los ministros de Salvador Allende, ex embajadores, empresarios. Mi apuesta fue otra: rescatar a los seres olvidados en el sur del mundo que habían pasado peripecias; que debieron vivir como vecinos de sus torturadores y en muchos casos con parientes que estuvieron en el otro bando.

Al bajar del bus me encaminé a la calle Libertad 200, el hogar del poeta Hugo Vera Miranda, a quien había conocido en Buenos Aires un par de años antes. Nos abrazamos, hicimos recuerdos de Capital Federal, de nuestros hermanos escritores; de inmediato nos dio una sed enorme por lo que nos trasladamos a los lugares más disimiles que un bohemio pueda siquiera imaginar. Restaurantes con nombres de peces, boites con frases en inglés, letreros luminosos, zaguanes donde había que dar brincos para no pisar a los contertulios que dormían la siesta en el piso. Le conté a Hugo de estos proyectos y él ayudó a facilitar contactos desplazándonos en su mítico auto rojo en compañía de despampanantes damiselas vestidas de negro, con escotes cinematográficos, ante la ira de un envidioso escriba local y de bancarios que nos observaban perplejos de sus mesas en los restaurantes de la ciudad. Permanecí una semana sin ver la luz del día. Por las noches ingresábamos con Hugo Vera Miranda a los vericuetos citadinos de Natales, mientras el mundo giraba alrededor de un sol que no alcanzábamos a descifrar en esos recónditos parajes. Hice entrevistas, visitamos el bar del viejo hotel "El Natalino", fui a ver mi familia chilota, empezamos a escribir esos relatos - entrevistas, a entender el exilio como una sombra en la memoria; a preparar el regreso a Buenos Aires; y a guardar esos recodos de la ciudad natalina donde más tarde volvería para escribir en el viento.

sábado, 24 de julio de 2004

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Aristóteles España: Lafourcade, testigo de su tiempo

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Los homenajes y recuerdos deben realizarse en vida de los autores y no después. Vamos a dedicar estas líneas para saludar a Enrique Lafourcade. Conocimos al autor de "Palomita Blanca", "Mano Bendita", a comienzos de los años 80 en la Feria del Libro del Parque Forestal. Estaban Rolando Cárdenas, Claudio Orrego, Jorge Teillier, Eduardo Molina Ventura (el famoso Chico Molina) , Iván Teillier, Fernando de la Lastra. Lafourcade quería crear una colección de poesía cuyo título era El Deshielo e hicimos planes para incluir autores jóvenes. Gran lector de poesía, pocos saben que es un excelente sonetista. Aún guardamos algunas de sus creaciones. Nos encargamos de conseguir manuscritos que revisamos en varias oportunidades pero la idea no prosperó porque el dueño de la editorial tenía ciertas discrepancias con las ideas de los vates. Sin embargo, Enrique siguió difundiendo a los poetas en las páginas de los diarios y en revistas desconocidas.
Habíamos leído durante ese verano "La Fiesta del Rey Acab", una de sus mejores novelas, magistral sátira a la dictadura de Rafael Leonidas Trujillo en Santo Domingo. Ese libro clásico, del mismo nivel de "Yo, El Supremo", de Roa Bastos y "El Señor Presidente", de Asturias es un trabajo meticuloso sobre la sicología de los dictadores de cualquier lugar del mundo y de cualquier ideología. Por sus páginas se respira la asfixia, el miedo, el olor de la persecución, los sonidos de los barrotes, la neblina verde del autoritarismo. En un lenguaje sencillo, el escritor chileno da cuenta de la vida de un pueblo lleno de melancolía y miedo. Algo difícil de realizar si no se tiene el talento. Lafourcade, cronista de su tiempo, fue el inventor de la denominada Generación del 50, publicó libros de esos artistas cuando aún eran desconocidos, los promocionó como sólo saberlo Lafourcade, e inventó polémicas para acercar a la gente al mundo del libro. Su estilo desenfadado es único y pocos le perdonan que sea un francotirador que ataca a la izquierda, a la derecha, a los empresarios. Se ha granjeado enemigos y construyó un personaje para sobrevivir. El hombre tímido que es, no habría estado en las ligas mayores si no golpeara de pronto con un uppercaut a sus adversarios, e incluso a sus amigos. Aún la izquierda chilena no le perdona su duro ataque a Salvador Allende a los pocos días de morir en La Moneda y Pinochet jamás va a olvidar su retrato literario en "El Gran Taimado", que le significó asilarse por unos días en Argentina.
Por nuestra parte diremos que no tuvo dudas en ofrecer su librería para lanzar nuestro libro "Dawson", editado por Bruguera y que presentaron en el invierno de 1985 Osvaldo Puccio, Martín Cerda y el propio novelista en una memorable noche llena de agentes de la CNI que posteriormente robaron y asaltaron su librería en la Plaza del Mulato Gil de Castro en Santiago.
Hace un par de meses nos reencontramos en la capital y caminamos como viejos amigos por librerías del centro de la urbe, bebimos un café cortado, recordamos a nuestros hermanos muertos y nos sacamos una fotografía junto a libros policiales y poemas de amor. Debemos ir juntos al sur, nos dijo y quedó hecha la promesa para viajar por los canales, comer mariscos como una vez lo hicimos en Chiloé y reeditar tal vez la colección de poetas, ahora con otro nombre.




viernes, 25 de junio de 2004

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Aristóteles España: Cine en el Embassy

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Para el poeta hugo vera miranda, con quien filmamos esta película.
Puerto Natales, Chile, 1989.

CINE EN EL EMBASSY

Con Hugo que recorre la pista besando a las muchachas,
y todas besan al Muñeco en el Embassy,
mientras miro a Sofía como acaricia a su gato,
y quieres
hacer el amor le digo mientras Margarita mira
a Hugo como acaricia el cuerpo de Margoth en la barra,
y no, me dice,
aún tengo el recuerdo de Burton,
déjame sola,
y yo, cargante, solitario, toco su pierna izquierda
para invitarla a bailar,
mientras el poeta intenta hacerle el amor a Tatiana
cerca del calentador, bebiéndose toda la cerveza del Embassy,
y bailemos me dice Sofía, mi maldito camionero hasta
ahora ya no viene,
y bailamos "la rapsodia bohemia" como si el mundo
fuera a terminar;
yo tengo ganas de besar sus viejos pechos, montar su
gastada cintura sin cámaras ni luces, solo en el "Embassy",
mientras Hugosky seduce a Diana y la penetra en el salón,
con acordes siempre de la rapsodia,
y todos gritan y Sofía grita y hazme ese ritual dice Sofy,
ustedes los chilenos tienen estilo,
y hago lo mismo con Marilyn,
cuando aparecen de nuevo las imágenes
de Richard Burton, El Camionero, Al Pacino;
entonces, ella besa mi cuerpo y la sala queda a oscuras
como en el inicio de una película.



Embassy. Centro de diversión nocturna en la capital de la provincia de Ultima Esperanza, Chile, 1989

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