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Roberto Querejazu
Calvo
En un estudio histórico de las fluctuaciones
sufridas por la población en el encuadro
geográfico de lo que fue y es el territorio
boliviano, el punto de partida no puede ser otro
que el de la civilización tiahuanacota.
Si se ha de aceptar la interpretación de
calificados hombres de ciencia sobre las ruinas
más antiguas que existen en nuestro país,
se llega a la importante conclusión de
que las grandes edificaciones pétreas de
Tiahuanacu no pudieron hacerse sino con el concurso
y esfuerzo de un gran número de trabajadores
movilizados por un espacio de tiempo suficientemente
dilatado. La conclusión paralela es que
en tiempos de esa civilización el altiplano
boliviano y zonas adyacentes contenían
una muy numerosa población.
El origen, desarrollo y fin de la civilización
tiahuanacota está envuelta en el más
absoluto misterio. Igualmente lo que ocurrió
con su población.
La Historia, la Arqueología y la Antropología
encuentran como pobladores del territorio que
hoy es Bolivia, incorporados al Imperio Incaico,
en el norte del altiplano, a los aymaras (urus,
chipayas, omasuyos, pacajes, sicasicas, curahuaras
y carangas), en el sur del altiplano y los valles
a los quechuas (charcas, chicas, yamparas, misques,
lipes, clisas), a los chiriguanos en los contrafuertes
andinos del este y sudeste y a numerosas tribus
nómadas en los llanos orientales y sudorientales
(mojos, chiquitos, guarayos, yuracarés,
tobas, etc., etc.). Al otro costado, en la costa
de Atacama, apenas unas centenas de urus dedicados
a la caza de focas y a la pesca.
Son contradictorios los datos que los cronistas
de la conquista española dan respecto a
la población del Imperio Incaico con hegemonía
en las zonas costeras desde Quito hasta el río
Maule y penetración en las sierras y valles
del Perú y en la altiplanicie y valles
del Collasuyo (hoy Bolivia). Los cálculos
fluctúan entre 12 millones y 6 millones,
suponiéndose que de esas cifras correspondía
al Collasuyo una sexta parte. La Oficina Internacional
del Trabajo ha estimado que la población
del Collasuyo, a los 50 años de comenzada
la conquista del Perú, era de 800.000 personas.
Si la población de Tiahuanacu desapareció
de su centro capitalino y alrededores en época
y por causas desconocidas, los habitantes del
Imperio Incaico sufrieron el trauma y las grandes
mermas que les ocasionó el choque de la
civilización europea, que emergía
pujante y expansiva de la Edad Media y que, representada
por los españoles, invadió sus dominios
en busca de oro y plata y se adueñó
de sus tierras y de su trabajo tranquilizando
su conciencia con la convicción que les
daba más que suficiente compensación
al enseñarles la religión del amor
al prójimo que salvaría sus almas
del infierno.
Fray Bartolomé de las Casas, en su afán
de obtener resultados en su campaña a favor
de los aborígenes de América, cuando
publicó su apocalíptica "Destrucción
de las Indias", exageró mucho. Aunque
refiriéndose solamente a la zona de América
Central (Tierra Firme e islas) aseguró
que sus compatriotas habían causado ya,
en 40 años, la muerte de 12 millones de
indios. Esto significaba 375 mil al año,
o sea, un poco más de 1.000 por día.
Aunque no era la proporción afirmada por
el Padre las Casas, está fuera de toda
duda que la mortandad indígena fue grande
como consecuencia de las prácticas implantadas
por los conquistadores y colonizadores desobedeciendo
las humanitarias leyes que dictaban el Rey y su
Consejo de Indias.
Concentrándonos a lo que ocurrió
en el Collasuyo, convertido en distrito de la
Audiencia de Charcas, se puede citar cuatro factores
como causantes de las mermas en las poblaciones
originarias.
En primer lugar, la utilización de las
espaldas quechuas y aimaras para el acarreo de
todo tipo de carga, desde vituallas hasta cañones,
en las expediciones de conquista y durante las
guerras civiles entre los conquistadores. El Virrey
Luis de Velasco dijo en carta al Rey, en 1598:
"Son intolerables el trabajo y vejaciones
que padecen los indios en las labores de minas,
labranzas, crianzas y trajines de este Reino del
Perú y se van acabando porque todo el trabajo
se carga sobre los miserables.... Muchos mueren
y otros huyen abandonando tierras, , mujeres e
hijuelos. Desde el Cuzco a Potosí están
los villorrios despoblados y casi no se ven indios".
Es dato aceptado por los historiadores que la
expedición de Gonzalo Pizarro al País
de la Canela costó la vida a 2.500 porteadores
quechuas. La débil llama, único
animal de carga que conocieron los indios, poco
podía hacer en su ayuda. La poca fuerza
de la llama también les impidió
utilizarla como animal de tiro en vehículos
con ruedas. Se alivió el abuso de las espaldas
indígenas con la introducción posterior
de burros, mulas y caballos y el uso de carretas.
La mita o trabajo obligatorio, principalmente
en las minas, establecida sobre una costumbre
similar ya exsitente bajo el Imperio Incaico,
ha sido la causa de mortandad indígena
que más ha preoucopado a los estudiosos
del coloniaje hispano. Reglamentada en 1573 para
Potosí por el Virrey Francisco de Toledo,
subsistió hasta el final de la dominación
española. El reclutamiento de trabajadores
se hacía en 139 pueblos, distantes algunos
más de 150 leguas del cerro de plata. Pese
a que la corona trató de mitigar sus perniciosos
efectos y teóricamente cada indio mitayo
debía concurrir al trabajo de las minas
o ingenios nada más que cuatro veces entre
sus 18 y 50 años y cada vez por no más
de 4 meses, con descansos intermedios, en su implementación,
según Gabriel René Moreno, fue un
trapiche en el que se extrajo la energía
y la vida de una gran parte de las poblaciones
indias de la Audiencia de Charcas.
Reza un documento oficial de 1794: "Vemos
que en unos pueblos llevan a los mismos individuos
al turno de la mita cada año y a otros
cada dos años. La repetida continuación
de tan duros servicios no sólo contribuye
infinito a la despoblación de las provincias,
donde se ven parcialidades y pueblos exterminados".
Debe ser muy exagerada la afirmación de
Gustavo Adolfo Otero en su libro "La vida
social del Coloniaje" cuando dice que en
la mita del cerro de Potosí y en la de
los obrajes y la coca murieron 8 millones de indios
en siglo y medio.
Pero es de creer a Fray Diego de Mendoza en su
"Crónica de la Provincia Franciscana
de San Antonio de los Charcas", escrita en
1663, cuando sostiene: "Potosí tuvo
en su jurisdicción casi 100 mil indios
tributarios. Hoy son la mitad menos por el gran
consumo de la mita del cerro y de otras partes".
El tercer factor de despoblamiento en el territorio
de la Audiencia de Charcas, como en otras regiones
de América, fueron las pestes traídas
de Europa, especialmente viruela, y contra las
cuales los indios, que nunca las habían
sufrido antes, no tenían defensas naturales.
El historiador José Fellman Velarde declara
que en el Reino del Perú, en los primeros
50 años del Coloniaje, la tuberculosis
ocasionó la muerte de un 15 por ciento
de la población indígena. El Virrey
Conde del Villar, en 1584, mencionó en
correspondencia al Rey los estragos que entre
los indios y mestizos estaban produciendo la neumonía
y la viruela.
Las mermas no sólo fueron en las razas
aimara y quechua de lo que fuera el Collasuyo.
Según el historiador español César
Cantú ;os jesuitas llegaron a reunir 500
mil personas en sus misiones de Moxos, Chiquitos
y el Paraguay. Diez años después
de la expulsión de los religiosos de esa
orden no quedaba congregada sino una quinta parte.
Los demás habían vuelto a su existencia
primitiva dispersándose en los boques y
a orillas e los ríos, dejando de contarse
como elementos útiles en la sociedad colonial
o integrantes de su población.
Los 15 años de lucha de la llamada Guerra
de la Independencia del Alto Perú diezmaron
también a los pobladores de lo que iba
a ser la República de Bolivia. La altipampa
y valles del antiguo Collasuyo fueron campos de
batalla de los ejércitos realistas destacados
desde Lima contra los ejércitos patriotas
que se enviaban desde Buenos Aires. El reclutamiento
de combatientes para uno y otro bando se hacía
en el lugar de origen de los batallones y también
en el Alto Perú. Dice un informe de un
capitán inglés al Almirantazgo de
su país, en 1818: "Siendo la infantería
en el Alto Perú formada casi enteramente
mediante reclutamientos forzosos de esa desgraciada
gente, el peso de la guerra cae severamente sobre
ella". El mismo oficial comunicaba 6 meses
más tarde: "El Alto Perú está
tan completamente exhausto que no se pueden ejecutar
operaciones militares sin la mayor dificultad".
A lo anterior hay que añadir el incesante
batallar de los guerrilleros altoperuanos desde
Ayopaya, La Laguna, Santa Cruz, Cinti, Porco,
Puna, Vallegrande, Omasuyos, Larecaja, Mizque
y Tarija. Para apreciar las bajas que sufrieron
baste el dato de Luis Paz en su "Historia
General del Alto Perú" cuando comenta
que de 103 cuadillos 93 perecieron en combates
o el patíbulo, sobreviviendo, al advenir
la republica, apenas 9. Es lógico suponer
que las bajas en las huestes combatientes debieron
ser en proporciones similares.
De no existir factores tan adversos desde la Civilización
Tiahuanacota y a través del Collasuyo Incaico
y la Audiencia de Charcas en el territorio que
iba a ser patrimonio de la República de
Bolivia, esta nación habría podido
nacer a la existencia soberana no solamente con
un extenso territorio, rico en recursos naturales,
sino también con una numerosa población
capaz de establecer verdadero dominio en toda
su expansión geográfica. Empero,
debido a las causas analizadas, surgió
a la vida independiente muy débil en población.
Por lo tanto, incapaz de sacar provecho de su
enorme y rico patrimonio y defenderlo de la codicia
de los vecinos.
El primer autor que estudió la realidad
geográfica y poblacional de la república,
José María Dalence, expresó
en 1851, en su "Bosquejo Estadístico
de Bolivia": "Tiene de superficie 53.218
leguas cuadradas. Abraza, por consiguiente, dos
veces la extensión territorial de Francia,
tres veces la de España, tres veces la
de Italia, cinco veces la de Gran Bretaña,
trece veces la de los Países Bajos.
De esta superficie tan vasta, las tres cuartas
partes a lo menos y sin disputa las mejores y
más fértiles, están despobladas
e incultas".
Jaime Mendoza en su ensayo sobre "El Factor
Geográfico en la Nacionalidad Boliviana"
comentó que "Cuando nació Bolivia
no alcanzó a ocupar todo el marco geográfico
que le había trazado la naturaleza para
que fuese un estado robusto y grande".
Alcides d'Orbigny, refiriéndose a las riquezas
potenciales del país comparó a Bolivia
con "un pordiosero sentado en una silla de
oro" (1831). El informe de la Misión
Técnica de las Naciones Unidas que estudió
la realidad boliviana en 1951 manifestó
que esa frase de d'Orbigny era justificada por
el "violento contraste que todavía
existe entre la pobreza del pueblo y del gobierno
y la indiscutible riqueza del país en su
herencia de recursos naturales".
Se calcula que en los 1.800.000 kilómetros
cuadrados (en cifra redonda) que tenía
Bolivia al emerger como república habitaban
cerca de un millón de personas (978.126
según José María Dalence),
o sea, en una proporción de menos de un
habitante por kilómetro cuadrado.
El Mariscal Antonio José de Sucre defendió
el derecho de su existencia independiente comparando
su situación con la de los habitantes de
las provincias argentinas argumentando de esta
manera en carta al Libertador Simón Bolivar:
"Salta, Córdoba, Tucumán, La
Rioja, Santa Fe, etc., etc., no tienen sus gobiernos
independientes y soberanos? Por qué, pues,
una provincia con 50.000 almas ha de ser allí
gobernada independientemente y federada y cinco
departamentos con más de un millón
de habitantes no han de congregarse y tener un
gobierno provisorio, mientras ver si se concentra
el gobierno general?".
El primer censo realizado en Bolivia fue bajo
la administración del Presidente Andrés
Santa Cruz, el año 1831. Dió la
cifra de 1.088.768 habitantes.
En años posteriores, se efectuaron otro
censos con estos resultados:
Segundo Censo 1.060.777 Gobierno Santa Cruz, 1835.
Tercer Censo 1,378.896 Gobierno José Ballivián,
1845.
La exactitud de tales empadronamientos es discutible.
Primeramente, porque la operación se hacía
sin técnica apropiada y sin cubrirse todo
el territorio nacional. En segundo lugar, porque
en las razas indígenas se producían
ocultaciones por temor a que el censo tuviese
por objetivo reclutamientos militares o cobro
de impuestos. Finalmente, porque la cifra dada
a las tribus de salvajes del oriente se hacía
con mero cálculo aproximativo, que podía
estar muy errado. Esto ocurrió, por ejemplo,
en el Cuarto Censo, año 1854. Se calculó
en Él, que los salvajes alcanzaban a 760.000
almas, cuando lo más probable era que no
pasaban de 100.000.
Dicho censo, que arrojó un total de 2.326.126
con los 760.000 salvajes cuya existencia se suponía
en el Beni, Santa Cruz y el Chaco, debía
haber reducido su estimación a la cifra
conservadora de 1.666.126, asumiendo que los salvajes
podían ser apenas 100.000. Así lo
sostiene José María Dalence en su
"Bosquejo Estadístico".
La escasa población boliviana se concentró
en el macizo andino por tradición Tiahuanacota
y collasuyana y por haber heredado del coloniaje
español el hábito de tener como
actividad económica principal la explotación
de minerales en los Andes. La costa de Atacama,
las selvas del norte, los llanos del oriente y
en general las fronteras con los cinco países
vecinos quedaron como áreas marginales
desatendidas, con muy escasa o ninguna población.
Tales vacíos fueron llenados por las naciones
colindantes.
Alcides d'Orbigny, que estuvo en el lugar en 1831,
calculó que en costa de Atacama apenas
vivían unos mil indios uros, llamados también
changos, desparramados en 200 kilómetros.
No tenían ninguna conexión anímica
ni material con el resto de la población
boliviana. En los comienzos de la vida republicana,
por falta de población de origen boliviano,
el Mariscal Andrés Santa Cruz que volvía
de Santiago a Chuquisaca a ocupar la silla presidencial,
trajo consigo al puerto de Cobija, 62 chilenos
para darle algún aliento de vida. No se
percató que estaban iniciando lo que iba
a ser una invasión de elementos de esa
nacionalidad que acabarían por adueñarse
de nuestro Litorial oceánico. En 1879,
cuando comenzó la conquista chilena de
ese territorio con la ocupación de Antofagasta,
de 6.000 habitantes que tenía ese puerto,
5.000 eran chilenos, 400 de otras nacionalidades
y sólo 600 bolivianos. En Caracoles, segunda
población en importancia del litoral boliviano,
el 95 por ciento eran chilenos, 1 por ciento de
otros países extranjeros y apenas 4 por
ciento bolivianos.
Con estas cifras cobra valor la apreciación
que han hecho varios autores en sentido de que
Bolivia, aún antes de la Guerra del Pacífico,
había dejado de poseer efectivamente su
litoral. Desde décadas antes estaba ya
ocupada por una abrumadora mayoría de ciudadanos
del país que buscaba su anexión
por medio de pronunciamientos o la fuerza de armas.
Bolivia siempre tuvo una posesión muy precaria
del litoral atacameño. Sus ciudadanos preferían
quedarse encaramados en las alturas, dedicados
a la minería de la plata y el estaño,
abandonando las riquezas de guano, salitre, cobre
y plata de ese territorio en manos extranjeras.
Los gobiernos no supieron fomentar asentamientos
de pobladores bolivianos en ese confin patrio
creyendo que la presencia de unos pocos funcionarios
públicos y más pocos guardianes
policiales era suficiente para garantizar su bolivianidad
y conservación.
En el Acre el fenómeno fue similar. El
norte del Beni, precisamente por no tener población
boliviana, lo utilizaban los gobiernos como región
de aislamiento de los desterrados políticos,
el temido "Guanay", la "Siberia
Bolviana" como la definió un diplomático
británico en 1853. A partir de 1880, el
Acre se fue convirtiendo en una de las regiones
más apetecibles para la codicia humana
por sus riquezas en quina, almendras y sobre todo
caucho. El vacío poblacional boliviano
lo fue llenando una inmigración brasileña
que subía por los tributarios del Amazonas.
El gobierno federal de Río de Janeiro fomentó
ese desplazamiento para dar nuevos medios de vida
a las gentes que sufrían la pérdida
de sus cosechas por la gran sequía de la
provincia Ceará. "En 1900, según
lo afirma el escritor F.W. Ganvert, en el territorio
del Acre estaban asentados 60.000 brasileños".
Es conocida la historia de lo que ocurrió
durante los años siguientes. No pudiendo
hacerse del lado de Bolivia una ocupación
poblacional que contrarrestase la invasión
brasileña, se quiso entregar el fomento
de la zona a colonizadores extranjeros. Ya en
1844 había fracasado la "Franco Bolivian
Co.", que tenía la obligación
de traer inmigrantes belgas en una proporción
de 50 familias por año. En 1902, el "Sindicado
Anglo-Norteamericano" organizado en Londres,
tampoco pudo llegar a concretar alguna acción
en el terreno y se disolvió luego de recibir
una indemnización de 115.000 libras esterlinas
que le entregó el gobierno de Río
de Janeiro. El gobierno boliviano, luego de débiles
esfuerzos militares para recuperar dominio en
su lejana frontera norte, acabó abandonándola
definitivamente en poder del Brasil al recibir
otro pago, de dos millones de libras esterlinas.
El Tratado de Petrópolis (1903) no hizo
sino formalizar la posesión brasileña
de un territorio que legalmente era boliviano,
pero en el que la población era brasileña
en un 99 por ciento.
La historia de la Guerra del Chaco es uno de los
dramas de mayor magnitud sufridos por Bolivia.
El conflicto bélico con el Paraguay le
cayó encima como una fatalidad, en circunstancias
de extrema penuria fiscal. NO obstante ello, sacando
fuerzas de su flaqueza, logró movilizar
en los tres años de la guerra hasta un
total de 200.000 personas de su juventud india,
mestiza y blanca con el arma al brazo, en un gigantesco
esfuerzo por mantener ese girón de la patria
dentro del patrimonio nacional. El clima candente,
el hambre, la sed, la metralla y las pestes robaron
la vida a una cuarta parte. El resto volvió
a sus hogares con el corazón ahíto
de amargura y la conciencia de que había
sido víctima en un holocausto inútil
por garrafales errores de sus conductores civiles
y militares.
La pérdida de 120.000 kilómetros
cuadrados en la Guerra del Pacífico, de
188.000 en la del Acre y de 240.000 en la del
Chaco, más los 150.000 que regaló
el déspota Mariano Melgarejo al Brasil
en el tratado de 1867, han reducido el territorio
boliviano en un total de 698.000 kilómetros
cuadrados, de los 1,796.581 que tuvo como patrimonio
territorial al nacer a la vida republicana a los
1.098.581 que posee en la actualidad.
Nunca se ha hecho una estimación de lo
que Bolivia perdió en la población
al ceder esos territorios. No ha podido ser mucho,
ya que, como se ha dicho antes, la causa principal
de su desgarramiento fue la poca vida boliviana
en los mismos.
Desgarrado el patrimonio territorial boliviano
y retardaría la nacionalidad hacia el macizo
andino como buscando fuerzas para su supervivencia
en la influencia telúrica de las montañas
y la tradición de las hegemonías
de Tiahuanacu y Charcas, habría que suponer
que la codicia de los vecinos ha sido saciada
y se respetarán las nuevas fronteras del
país. Al mismo tiempo, cabe pensar que
con la dolorosa experiencia de su historia, Bolivia
consolidará su heredad geográfica
no sólo en el centro sino también
en los bordes, no únicamente con centinelas
militares, sino a la vez con vigorosos asentamientos
de población, mediante una racional y efectiva
política encaminada al logro de tan supremo
objetivo. "La soberanía - ha dicho
uno de nuestros escritores - no es cuestión
de unos cuantos soldados mal armados y peor vestidos
y alimentados. Igualmente, si estuvieran bien
armados, vestidos y alimentados no serían
garantía de soberanía. ... Si esto
fuese así, la solución del problema
de nuestras fronteras sería muy sencilla.
Bastaría con reforzarlas militarmente".
El autor norteamericano Lewis A. Tambs, en su
estudio de los factores geopolíticos en
la América Latina ha opinado en estos términos:
"En el área ocupada por la antigua
Audiencia de Charcas está el corazón
del continente sudamericano. Ese "heartland",
es decir, Charcas, compacto, centralmente localizado,
rico en recursos, temperado en clima, inmune a
ataques marítimos y dominando las cabeceras
de agua de los dos mayores sistemas del continente
- el Amazonas y el Plata -, como también
controlando las rutas aéreas transcontinentales
directas y diagonales, llena todos los requisitos
para ser un área pivote. En tiempos precolombinos,
el altiplano actuó como centro de poder
de los grandes imperios aymara e inca.
Durante el Coloniaje Hispano, los conquistadores
marcharon desde Charcas para colonizar Chile,
el Chaco y Tucumán, El Alto Perú
permaneció como nervio central del poder
español en Sud América".
Fuente:
Instituto Nacional de Estadística (INE)
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Bolivia y su población
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La República
Época
Republicana (1828-1899)
Época
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