[an error occurred while processing this directive] Cultura y Nación | Largos tiempos de inclemencia
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Domingo 7 de enero de 2001

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HISTORIA DE MILITANCIA Y DERROTA
Largos tiempos de inclemencia

VICENTE BATTISTA.

NOVELA
Los compañeros
de Rolo Diez
Editado por primera vez en su país, el escritor argentino, ganador del Premio Nacional de Novela de México 1999, traza un áspero relato de la última dictadura.
De la Campana, 2000. 229 páginas.
$ 14


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Ficción viene de fingir y admite una buena cantidad de sinónimos: fábula, mentira, fantasía, entre otros. Los textos que se encuadran en la llamada non-fiction estarían, por consiguiente, ajenos a la fábula, a la mentira y a la fantasía, ajenos a la mentira. Rodolfo Walsh, con Operación masacre, inauguró ese género en este rincón del mundo. Un poco después, Norman Mailer, con La canción del verdugo, y Truman Capote, con A sangre fría, le dieron el sello definitivo y acuñaron la advertencia que desde entonces la non-fiction lleva implícita: "El texto que usted está leyendo es la pura verdad, sucedió realmente, aunque sea esencialmente literario el soporte desde donde se ofrece".

La novela Los compañeros, de Rolo Diez, bien se puede encuadrar en la non-fiction: todo lo que ahí se narra pertenece a un momento histórico del país, no se trata de la mera fantasía de un autor sino de los espantosos hechos que se vivieron entre los años 1975 y 1984 en la Argentina.

Luego de los años del Proceso y ya recuperada la democracia, se esperaron los textos que dieran cuenta de aquella tragedia. Con la mejor voluntad del mundo, algunos profesores de literatura y algunos críticos se dispusieron a encontrar testimonios literarios del horror. En algunos casos, las novelas que ponían de ejemplo no hacían la mínima mención de esos sucesos; en otros, se trataba de novelas que tenían como personajes a las víctimas de las Fuerzas Armadas, pero los autores se habían limitado a recoger el testimonio de las víctimas: eran meros testigos de los hechos que relataban, nunca protagonistas.

En septiembre de 1983 Miguel Bonasso, exiliado en México, le puso punto final a Recuerdo de la muerte. Un texto excelente e implacable, que bien se puede inscribir como la primera novela non-fiction referida a los años del Proceso. Miguel Bonasso había sido un cuadro importante en los Montoneros, había conocido de primera mano todo lo que estaba contando. Al final de su libro anota: "No es por azar, tampoco, que asumió la forma novelística. La narración muestra, no demuestra. La novela permite desentrañar ciertos arcanos que a veces se niegan a salir dentro de las pautas más racionales de la crónica histórica, el testimonio de denuncia o el documento político. Pero la voluntad de novelar no encubre aquí el designio de modificar los hechos. Todo lo que se dice es rigurosamente cierto y está apoyado sobre una base documental enorme y concluyente".

En esa misma base se apoya Rolo Diez para escribir Los Compañeros. En 1968, cuando aún era un estudiante universitario en La Plata, ingresó al PRT-ERP. En 1971 el gobierno de Lanusse lo envió a la cárcel; en 1972, el de Cámpora lo dejó en libertad. Diez continuó su militancia en el PRT-ERP y en 1977 tuvo que exiliarse en México. Allí vive actualmente y ahí, como en su momento Bonasso, escribió Los compañeros, su primera novela.

El tema se centra en un grupo de militantes del ERP que ha elegido la acción guerrillera como método de lucha. El marco es la situación política y social que vivió la Argentina a partir de los últimos meses del año 1975. Rolo Diez conoció íntimamente ese accionar y desde ese conocimiento narra la historia. Como bien señala Luis Mattini en el prólogo del libro, "no se ha dejado tentar por el recurso de los ''golpes bajos''".

No cae en esa facilidad. Por el contrario, su escritura es áspera e inclemente, como la historia que relata. Una historia propuesta en primera y en tercera persona. De la primera persona se hace cargo Roberto, un cuadro importante dentro de la organización que expresa en presente continuo lo que está sucediendo y le está sucediendo. La tercera persona corre por cuenta de un escritor omnisciente. Los espacios están perfectamente demarcados en los capítulos y señalados con títulos alusivos: "Roberto", en un caso; "Los Compañeros", en el otro. Sin embargo, esas dos voces suelen confundirse. Es natural que así suceda: Roberto, el personaje que narra, tiene muchos puntos en común con Rolo Diez, el autor que describe los hechos.

Uno y otro parecen contarle esos hechos a un interlocutor, un lector, que desconoce la historia argentina. Se ven en la necesidad de explicarle ciertas cosas. Por ejemplo, la primera vez que se habla de la Triple A, leemos: "Alianza Anticomunista Argentina, la banda terrorista organizada por López Rega desde el Ministerio de Bienestar Social". Al nombrar a Onganía, leemos: "El hombre fuerte del ejército que había volteado al gobierno Radical de Arturo Illia en 1966". Hay otros mucho ejemplos. Estos percances, sin embargo, no desmerecen la novela.

Los Compañeros comienza con la agonía de Perón. Un mes antes el general había salido por última vez al balcón de la Casa Rosada con el fin de dar su apoyo a la línea sindical y repudiar al movimiento Montonero. Roberto simplemente anota este hecho. A partir de allí elaborará una crónica real y desapasionada de los acontecimientos. En su relato habla de él y de sus compañeros, de todo lo que deberán enfrentar y soportar desde el momento en que se lanzaron a la empresa de cambiar el país.

La guerrilla campesina no necesita disfrazarse. El guerrillero asume su condición de combatiente y de ese modo parte al monte o a la sierra. El guerrillero urbano, por el contrario, simula constantemente. Vive una obligada dualidad. Los protagonistas de Los compañeros son guerrilleros urbanos, sometidos a esa agobiante doble vida. Saben que el mínimo error se paga precisamente con la vida. También saben que pueden encontrar la muerte en las mesas de tortura.

Acerca de todo esto habla la novela de Rolo Diez. Si bien las propuestas del PRT-ERP no se materializaron —la guerrilla tuvo que rendir armas— Diez no habla desde la derrota. Roberto no es un desencantado, tampoco un resentido. No imaginamos para él el futuro canallesco que supieron labrarse algunos conspicuos altos cuadros de Montoneros: ayer, combatientes; hoy, sagaces empresarios neoliberales.

Rolo Diez describe a los personajes con sus grandezas, que fueron muchas, y con sus miserias, que también las tuvieron. Pero jamás alza el dedo admonitor contra aquellos que se quebraron y llegaron a la traición. Tampoco despliega un manto de infinita piedad. Se limita a mostrar los hechos y deja que el lector sea quien elabore el juicio final. Gestos de un "novelista de raza", como lo supo definir Juan Gelman.


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