Con el título Un documento aplastante la prestigiada revista Le Point publicó la semana pasada una nota en la que discute la polémica actitud del Vaticano en torno a los niños judíos durante la Segunda Guerra Mundial.
Un documento descubierto en los archivos de la iglesia francesa, publicado por Corriere Della Sera, reveló que el 20 de octubre de 1946 el Santo Oficio dirigió al nuncio apostólico de Francia un texto que asegura 'haber sido aprobado por el santo padre', el cual indica la política a seguir con niños judíos confiados a instituciones católicas para salvarlos de la barbarie nazi. Con objeto de 'ganar tiempo', el documento prohibió con frialdad lapidaria responder por escrito a cualquier reclamo de las autoridades judías que pretendieran la devolución de infantes confiados a la Iglesia. Más aún, en el caso de niños que hubiesen sido bautizados en la fe católica, la Santa Sede determinó que no podrían ser educados fuera del cristianismo y, por tanto, 'no deberían ser devueltos, aunque fuesen reclamados por sus propios padres'.
Los abogados que defienden la causa de beatificación de Pío XII impugnaron de inmediato el documento exigiendo que se determinara el número de niños afectados por la supuesta decisión papal (¡como si el número fuese el factor idóneo para juzgar la gravedad de la medida!). Cuestionaron además su credibilidad, asombrados de que las instituciones ju-días no hubiesen denunciado la injusticia en su momento. Sin embargo, un hecho que pudiese servir a un tiempo de argumento principal a tirios y troyanos es la revelación de que la decisión papal fue comunicada a los obispos franceses por Angelo Guisepe Roncalli, entonces nuncio apostólico en París.
Roncalli -dirán quienes sostienen la veracidad del documento comunicado por el Santo Oficio- era amigo del pueblo judío, ¡jamás hubiera actuado sin órdenes expresas del Vaticano! Por otra parte, los que impugnan la veracidad del documento alegarán que el hombre que se convertiría en Juan XXIII, El Papa bueno, jamás se hubiese prestado a transmitir una orden papal preñada de crueldad.
Angelo Roncalli -alegarán- fue el modernista que revolucionó la Iglesia convocando al Concilio Vaticano II, el pontífice ecuménico que dio inicio al acercamiento con todas las Iglesias. (A propósito de su proverbial tolerancia se dice que cuando el popular pontífice discutía la organización del concilio con el cardenal Alfredo Ottaviani, secretario del Santo Oficio de la Curia Romana conocido por su dogmatismo, éste le reclamó alarmado al Papa: 'Santidad, ¿permitirá la asistencia de protestantes? Los protestantes son herejes'. A lo que Juan XXIII contestó: 'no diga herejes, cardenal, llámeles hermanos separados del rebaño'. Ottaviani volvió a la carga: 'son más que herejes, señor, son el demonio'. 'No diga demonio, cardenal -añadió el pontífice-, llámele ángel descarriado.') Por lo pronto, el presidente de la comunidad judía italiana amenazó romper relaciones con el Vaticano si la Iglesia continúa la causa de beatificación de Pío XII.
Es un hecho que el hombre que gobernó a la Iglesia con mano de hierro durante la Segunda Guerra Mundial ha sido el Papa más polémico de los últimos tiempos. Sus admiradores aseguran que contribuyó a salvar 800 mil judíos de las garras de Hitler, mientras sus detractores le reclaman un silencio que tal vez hubiese detenido el Holocausto.
Otros más, basados en la obra del dramaturgo alemán Rolf Hochhuth, El Vicario, acusan a Pío XII de haber colaborado con los nazis, al tiempo que sus defensores afirman que Eugenio Pacelli, diplomático consumado, se mantuvo al margen de la barbarie nazi para proteger la neutralidad del Vaticano e impedir represalias inconfesables contra los católicos enviados a los campos de concentración.
La versión oficial de la Iglesia es que Pío XII fue obligado a suscribir un Concordato con el gobierno alemán en 1933 para garantizar los matrimonios católicos, proteger la educación confesional y asegurar el funcionamiento de las diócesis eclesiásticas.
La revelación de Le Point surge ocho años después de que la Iglesia católica de Francia ofreciera en Drancy, suburbio de París, desde donde el gobierno colaboracionista de Vichy enviara miles de judíos a los campos de concentración de Adolfo Hitler, una disculpa al pueblo judío por el silencio mantenido durante el Holocausto. 'Pedimos el perdón de Dios', manifestó en aquella ocasión el arzobispo Olivier de Berranger, 'y pedimos que el pueblo judío escuche nuestra plegaria de arrepentimiento.'
El perdón implorado por el arzobispo De Berranger fue más allá del ofrecido por Juan Pablo II en 1994, cuando simplemente invocó el arrepentimiento de los católicos que mantuvieron silencio frente al Holocausto.
A 60 años de la liberación de Auschwitz Le Point concluye con una verdad de Perogrullo: el papel de Pío XII sólo será aclarado cuando los historiadores tengan acceso a los archivos del Vaticano sobre la Segunda Guerra Mundial.
|