VICTIMAS DE YALTA
Carlos Caballero
En este mismo número de REVISIÓN
se aborda el tema de las deportaciones masivas practicadas por motivos
étnicos y raciales por parte de las potencias vencedoras en la Segunda Guerra Mundial.
Decenas de millones de personas se vieron implicadas en ellos si realizamos un
cálculo global y muchos millones fueron los que murieron en el curso de ellos
o pasaron largos periodos de internamiento en campos de concentración. No hubo
un Nuremberg para estos delitos de genocidio.
Pero a estas deportaciones
étnicas (los japoneses internados en los EE.UU., los alemanes expulsados de su
suelo, las nacionalidades «suprimidas» en la URRS.) podríamos añadir otras
deportaciones cuyo motivo fue esencialmente de orden político. Deportaciones
acompañadas en todos los casos de brutales masacres. Los dos millones y pico
de soviéticos entregados por los occidentales a Stalin son el mejor ejemplo,
pero no el único. La Masacre de Bleiburg (hecho del cual hemos dado detalles en
nuestro número anterior, N. del E.) es una muestra notable. Allí, todo
el Ejército croata que se había rendido a los occidentales fue entregado a sus
enemigos políticos, los titistas, quienes cometieron contra ellos una brutal
matanza.
La suerte de esos dos millones
y pico de seres fue fijada en una Conferencia lnteraliada de infausto recuerdo
para los europeos, la Conferencia de Yalta. Sobre este siniestro episodio de
las víctimas de Yalta la historia oficial ha querido correr el velo del olvido
y de hecho sólo recientemente ha comenzado a ser desvelado el tema.’ Aún hoy
resulta imposible establecer las dimensiones reales del problema: documentos
esenciales fueron expresamente destruidos.
¿Cómo pudo ocurrir algo tan
monstruoso sin protestas de la opinión pública? Como en su día denunció
Orwell, el autor de 1984, una auténtica conjura de la prensa intentó
silenciar los hechos. Él lo atribuyó a «los efectos sobre el mundo intelectual
inglés del veneno del mito ruso.’> De hecho el Foreign Office intentó
practicar un máximo de censura sobre los hechos, a lo que la Prensa se presté
de buena gana.
La frase de Orwell nos trae a colación otro aspecto digno de ser destacado:
la responsabilidad británica. En este mismo número podemos estudiar las
prácticas genocidas de los soviéticos y de los norteamericanos. Pero en el caso
que ahora nos ocupa el “honor” va a corresponder a los ingleses: ellos fueron
los impulsores de la política de reparaciones forzadas, ¿por qué? Esta es una
pregunta clave. Se ha afirmado que si no se hubieran entregado a Stalin
aquellos dos millones de ciudadanos soviéticos anticomunistas, éste habría
podido mantener como rehenes a miles de prisioneros de guerra ingleses que
fueron liberados por las tropas soviéticas. Sin embargo, no hay la menor
prueba de que jamás Stalin formulara estas amenazas o tuviera estos
planes. No es ninguna afirmación gratuita. Mientras que los ingleses casi
presionaban a los soviéticos para que «recogieran» a sus connacionales, el
Departamento de Estado norteamericano procuraba contemporizar y dar largas al
asunto y jamás se recibió ninguna amenaza en el sentido de que se retendría a
los soldados de los EE.UU. liberados como rehenes. Aún más: ¿no se debía haber
temido que la entrega de aquellos rusos, la mayoría de ellos miembros de las
unidades de voluntarios encuadradas en la Wehrmacht o las Waffen SS. provocara
represalias sobre los prisioneros de guerra ingleses en manos de la Wehrmacht’?
EN MANOS DE ALEMANIA
Millones de ciudadanos soviéticos fueron a parar a manos de los alemanes
durante la guerra. La inmensa mayoría de ellos como prisioneros de guerra. Su
suerte fue especialmente terrible, ¿debido quizás al «sadismo nazi»?... Un
análisis más detallado del tena: proporciona grandes sorpresas. Es cierto que
los prisioneros de origen ruso tuvieron, de parte alemana, un trato especialmente
desfavorable, peor desde luego que el reservado a los de otras nacionalidades,
pero hay que conocer toda la historia antes de juzgar.
El Estado soviético no se consideraba ligado por las Convenciones de Ginebra
y La Haya. Cuando Alemania entró en guerra con la U.R.R.S. se le facilitó a
este país, entre junio y septiembre de 1941, listas completas de los
prisioneros de guerra rusos, a través del Comité Internacional de la Cruz Roja.
No se recibió ninguna respuesta soviética. Posteriores gestiones a través de
embajadas soviéticas lograron un resultado similar: el rechazo total. Las
potencias aliadas de Alemania Finlandia, Rumania e Italia) concedieron a los
prisioneros rusos, de forma unilateral los beneficios de las Convenciones de
Ginebra y La Haya. Gesto inútil: la U.R.S.S. rechazó el permitir a la Cruz Roja
que se ocupara de los intereses de los prisioneros de esas potencias en su
territorio. La actitud alemana no podía sino endurecerse. En los primeros meses
de la guerra se capturó a millones de rusos mientras que sólo unos pocos
alemanes caían prisioneros. Y sin embargo era la URSS la que se negaba a esta
reciprocidad que iba a beneficiar a muchos más rusos que alemanes. Mientras que
Hitler solicitaba a la Cruz Roja la visita de este Organismo a los campos de
prisioneros, Stalin se oponía a la demanda de la organización ginebrina para el
establecimiento de servicios postales recíprocos para los prisioneros. Fue
entonces cuando Stalin afirmó:
No existen prisioneros de guerra rusos. El soldado ruso combate hasta la
Muerte. Si se rinde está automáticamente excluido de la comunidad rusa.
Establecer un servicio postal para el beneficio exclusivo de los
alemanes no nos interesa.
Esta postura ocasionó los
terribles padecimientos que se puede suponer a millones de prisioneros rusos
las estadísticas son elocuentes: en la Primera Guerra Mundial de los 2.417.000 prisioneros rusos en manos de las Potencias
Centrales sólo murieron 70.000; en la Segunda Guerra Mundial, sobre una cifra
de 5.574.000 prisioneros soviéticos, casi los dos tercios morirían, según las
cifras oficiales de los aliados. La
razón de esta elevada mortandad está en la incapacidad de la logística alemana
para atenderlos. En los primeros meses de la guerra, o. 3do a Wehrmacht alemana
galopaba hacia Leningrado, Moscú y Kiev, todas las prioridades logísticas se
centraban en apoyar este avance. Pero fue en esos meses cuando más millones de
prisioneros se hicieron. Las imágenes de la época son bien elocuentes.
Columnas interminables de prisioneros, apenas sin vigilancia, pero también sin
alimentación ni medicinas, hacinados después en campos de prisioneros
desprovistos de lo más mínimo necesario. En medio del caos reinante (caos que
costó a la Wehrmacht muchos cientos de miles de hombres: recordemos
como su incapacidad logística para suministrar equipo de invierno a sus tropas
en Rusia produjo aquel primer invierno de guerra muchos cientos de miles
de bajas) las atenciones a la ingente masa de prisioneros eran mínimas. Los mismos,
no es extraño, morirían a miles. Quien debía haber velado mínimamente por
ellos, su Gobierno, no lo hizo. No se les envió ni un solo paquete de comida o de
medicinas, que les hubiera llegado sin duda, de la misma manera que les
llegaba a los prisioneros de los otros países.
Pero no eran estos los únicos
soviéticos en territorio alemán. Casi tres millones de soviéticos fueron a
parar al Reich como trabajadores. Otra categoría era la de los refugiados.
Después de la batalla de Stalingrado, cientos de miles de seres (se calcula al
menos un millón) se habían ido retirando hacia el Oeste conforme se replegaban
los alemanes. Miles de caucasianos, de alemanes, de miembros de las minorías
alemanas de la U.R.S.S., de bálticos, realizaron una de las más duras
migraciones de la historia contemporánea.
Pero entre todos los grupos el
que se más destacaba era el millón largo de hombres nacidos en territorio
soviético que sirvieron, de una manera u otra, en las filas de las fuerzas
armadas alemanas.2 Cientos de miles de ellos habían sido enviados a
servir en el frente del Oeste y así fueron cayendo en manos de los Aliados
Occidentales.
PRISIONEROS DE LOS OCCIDENTALES
Cuando los primeros rusos en
unirme alemán cayeron en manos de los occidentales los políticos de estos
países creyeron que una buena forma de conseguir su deserción sería
ofreciéndoles, de parte soviética, la posibilidad de una amnistía. No se
trataba de una bagatela, pues a mediados de 1944 los servicios de
inteligencia occidentales estimaban en 470.000 a los rusos que se hallaban en
Francia baje mando alemán. Si se eliminaba la resistencia de aquellos hombres,
la Operación Overlord, el desembarco en Europa, quedaría sensiblemente
menos comprometida. La U.R.S.S., pese a su interés por el “segundo frente”, no
se avino a la solicitud y negó las cifras aportadas por los servicios de
información occidentales, afirmando que tan sólo “una cantidad insignificante”
de rusos servían bajo las banderas del Reich.
Después de Normandía, las
evidencias se encargarían de demostrar lo contrario. Primero centenares, luego
miles de rusos y de hombres de otras nacionalidades de la U.R.S.S., capturado
con uniforme «feldgrau» iban llegando a los campos de prisioneros ingleses.
Las primeras sugerencias sobre su repatriación bastaron para provocar suicidios.
Pero, ¿quién sugirió esta repatriación? No fueron los soviéticos los que dieron
los primeros pasos. Se comprende su pudor: el hecho de tener a un millón de sus
ciudadanos sirviendo bajo uniforme enemigo no podía ser motivo de orgullo y
decía mucho sobre las condiciones imperantes en la U.R.S.S. Fueron los
británicos los que, ante el creciente número de prisioneros rusos, expusieron
machaconamente el problema ante los soviéticos quienes, al final, no pudieron
hacer oídos sordos por más tiempo. El principal promotor de esta política
tiene un nombre: Anthony Eden, entonces Secretario del “Foreign Office”, a
quien algún día se le señalara (junto a su compatriota el mariscal «Bombardero»
Harris, responsable de la política de bombardeos terroristas) como uno de
los mayores criminales de la II G.M., precisamente a causa de su actitud en
este tema. Él fue quien más presionó a sus compatriotas y a los soviéticos para
forzar la repatriación hacia la U.R.S.S.
Aunque bien es verdad que ya
antes del 17 de julio de 1944, fecha en la que el Gabinete de Guerra británico
decidió iniciar las gestiones para la “repatriación», se habían producido
deportaciones. Numerosos ciudadanos soviéticos habían servido como auxiliares
con las fuerzas alemanas en África y tras la capitulación de estas en Túnez
habían sido concentrados en un campo especial en Egipto, siendo enviados
después, vía Bagdad y Teherán, hacia la U.R.S.S. Una vez que los aliados
habían puesto pie en Italia, los efectivos concentrados en el campo de
tránsito de Egipto crecieron rápidamente. Como después se hizo práctica usual
una Misión Militar soviética se desplazó hasta allí para hacerse cargo de
ellos y continuar con las «repatriaciones»; todo intento de oposición a ella
era inmediata y brutalmente sofocado.
Pero en todo caso la decisión
del 17 de julio daba nuevas dimensiones al problema. Algún miembro del gabinete
como Lord Selborne, Ministro de la Economía de Guerra trataron de oponerse a la
solución adoptada... Pero en todo caso lo que interesa subrayar es que los
soviéticos no habían presentado aún ninguna solicitud formal sobre aquellos
rusos, caucasianos, ucranianos, etc., capturados con uniforme “feldgrau”. De
pronto, los soviéticos tomaron una decisión. Ante las renovadas preguntas del
«Foreign Office» sobre que hacer con los prisioneros., el 23 de agosto de 1944
pidieron la repatriación de todos y a la primera ocasión. Eden
tenía ahora más fuerza frente a los que se le enfrentaban el Gabinete: había
que satisfacer la demanda de un aliado y por tanto se imponía la repatriación
de todos los prisioneros de origen soviético existentes en Gran Bretaña y el
Próximo Oriente.
La ocasión de poner a punto
todos los detalles la dio la Conferencia “Tolstoy” celebrada en Moscú en
octubre de 1944 y a la que asistieron Churchill y Eden junto a Stalín y
Molotov. Entre otros temas se trataba de:
a) fijar cual era el estatus
los usos que se hallaban en manos inglesas como “prisioneros de guerra” , y que
los rusos insistían en que no debía considerárselos tales, b) estudiar una
forma de repatriación, y c) organizar la recíproca repatriación de soldados
occidentales liberados por los soviéticos. En la Conferencia Eden aceptó, a la
primera, la petición de Stalin de que le fueran enviados “sus compatriotas”,
sin darle -tampoco se le pidió-ninguna garantía sobre su seguridad. Además,
Stalin pidió y Eden aceptó, que les enviaran “a la primera ocasión.”
Frente a esta urgencia de los
ingleses por deshacerse de “sus” rusos se encontraba la actitud de
norteamericanos. Ciertamente ellos tenían tantos "ivanes” con uniformo
“feldgrau” en sus campos como los mismos ingleses. Pero en esto caso fueron los
rusos los primeros en dar el paso de pedir su repatriación (eso sí, después
que Eden y compañía hubieran aireado a fonda el tema). Gromyko, a la sazón
embajador soviético en Washington, pidió al principio del otoño la
“repatriación” de sus compatriotas, en especial de aquellos que ya habían sido
llevados al territorio de los EE.UU. La primera respuesta del Departamento de
Estado fue, sin embargo, categórica: mientras aquellos hombre vivieran estatuto
de prisioneros de guerra serían tratados como tales.
Tales escrúpulos no detuvieron
a los ingleses. Las “repatriaciones”, mejor sería llamarlas deportaciones forzosas,
seguían a buen ritmo a través de Egipto, Irak e Irán. A una pregunta del
mando regional militar sobre el estatuto (aliados o prisioneros2) de
los hombres en tránsito, se dio una típica respuesta inglesa: “No hay objeción
a que sean tratados como prisioneros, a condición de que no se escapen.” Para
«asegurar» los convoyes pronto los soldados ingleses fueron sustituidos por
soviéticos cuyas tropas, recordémoslo, ocupaban medio Irán.
Por algún tiempo la práctica de los norteamericanos continuó siendo distinta.
Se reconocía que servir en las fuerzas armadas de un país suele implicar el
adquirir esa ciudadanía y por tanto miles de rusos podían ahora reivindicar su
ciudadanía alemana para no ser «repatriados.» Las Convenciones de Ginebra y La
Haya protegían, por otra parte, sus derechos como prisioneros de guerra. Pero
la verdad es que ni una cosa ni otra eran conocidas por aquellos hombres (las
Convenciones internacionales citadas jamás fueron estudiadas en el Ejército
Rojo y por tanto eran desconocidas hasta por los oficiales).
La creciente presión soviética
provocó, al final, el que unos meses después que los ingleses también los
estadounidenses optaran por la “repatriación”. Inicialmente se trataba de
repatriar a todos aquellos que libremente se reconocieran como ciudadanos
soviéticos (y aún así se producirían resistencias y suicidios). Pero cuando se
produjo el primer embarque de ex-miembros rusos de la Wehrmacht hacia
Vladivostok (en diciembre de 1944), hacía ya meses que hechos similares se
producían en Europa, en la ruta entre Inglaterra y el puerto de Murmansk.
ACUERDOS EN YALTA
La Conferencia interaliada de
Yalta ha pasado a la Historia por otros trascendentales acuerdos en el
.adoptados, pero es preciso señalar que fue en ella donde el problema de
repatriaciones fue definitivamente zanjado, pues hasta entonces subsistían
problemas de todo tipo (¿Se les podía aplicar a estos prisioneros las
Convención de Ginebra y La Haya?, ¿eran prisioneros alemanes o rusos?, ¿Cual
de las dos actitudes, la inglesa o la estadounidense, era la adecuada? las
proporciones que iba tomando el problema exigían prontas soluciones ¿ los
norteamericanos tenían, en sus campos de Europa. a 21.000 miembros> de la Wehrmacht
en aquella fecha).
Yalta, en la península de Crimea no podía ser decorado más adecuado
para una decisión como aquella. Meses antes toda la población tártara de la región
había sido deportada? Allí sería firmada una Convención interaliada que
regulaba los intercambios de súbditos de las nacionalidades aliadas...sólo que
en el caso de los occidentales se trataba
de prisioneros liberados y en el caso de los soviéticos se trataba de hombres
que habían decidido servir en el ejército que atacaba su país con tal de
liberarlo de la opresión estalinista. Anotemos de paso que en convención no se
hacía referencia alguna a “repatriaciones forzosas”, así que los norteamericanos
pudieron continuar con su política de repatriar sólo a aquellos que se
proclamaran libremente ciudadanos soviéticos. En cambio británicos cedieron a
todas las presiones soviéticas. Estos habían pedido que no se tratara a
los prisioneros rusos como tales; ¿cómo entonces?, se preguntaban. Se creyó
encontrar la solución en la “Allied Forces Act” que autorizaba la constitución
en territorio británico de unidades militares de países aliados. Pero si los
soviéticos no querían verlos como prisioneros, tampoco veían buena esta
solución. Nada de constituir unidades militares con los soldados del ejército
Ruso de Liberación de Vlasov, ni con los de las formaciones cosacas, ni con los
de las Legiones Orientales. Por la mente de los lideres soviéticos pasaba el
fantasma de que algún día aquellas formaciones pudieran transformarse en un
nuevo “ejército de Vlasov”... No, si ellos querían que dejaran de tener el
estatuto de prisioneros de guerra era, pura y llanamente, porque mientras
tuvieran tal estatuto dependían de las autoridades militares de la potencia en
cuyas manos estaban, y ellos lo que querían era que pasaran a ser controlados
por las Misiones militares soviéticas; es decir, para que se encontraran bajo
control soviético incluso mientras aún permanecían en territorio inglés.
Otra claudicación inglesa se
refiere al transporte hacia la U.R.S.S., que se realizó siempre en navíos
ingleses. La ruta Inglaterra-Murmansk registré este triste tráfico de hombres
hasta principios de 1945. Se poseen los suficientes relatos de aquellos
traslados por vía marítima como para reconstruir su dramatismo. El 31 de
octubre de 1944 algo más de 10.000 hombres formaron el primer contingente
repatriado. Personal inglés destinado en Murmansk para atender a los buques
aliados que constantemente llevaban suministros a la U.R.S.S. pudo informar del
trato que recibieron a la llegada: maltratados y encarcelados apenas pisaron
suelo soviético. Pero no sería eso lo que detuviera los envíos, sino la penuria
de barcos.
Otras expediciones siguieron
la ruta del Mediterráneo, hacia Odessa. Aquí el recibimiento fue aún más
brutal. Los marinos británicos vieron con horror (aunque sería más propio decir
“escucharon”) como buena parte de los desembarcados eran fusilados a pocos
centenares de metros de los buques que los habían transportado. En cuanto a1
resto, prisioneros de guerra ingleses liberados -que tuvieron ocasión de
cruzarse con contingentes de ellos- atestiguaron el estado tan terrible en que
se hallaban; una de las primeras cosas que se hizo con ellos fue desproveerlos
de las prendas de vestimenta con que habían sido provistos por los ingleses.
Algunos de esos cargamentos, como el desembarcado por el Almanzora el 18 de
abril de 1945 en Odessa, fueron casi totalmente exterminados en el puerto y sus
inmediaciones, según testimonios oculares ingleses. Pero pese a los informes
de sus oficiales, el Gobierno inglés hacia oídos sordos: no quería saber nada.
Los soviéticos, que inicialmente se habían moderado en sus represalias
esperando a que los “repatriados” se hubieran alejado de los buques, empezaron
a masacrar a aquellos hombres casi al pie mismo de las escalerillas. En total
algo más de 32.000 hombres del Ejército de Vlasov, de Las Legiones Orientales,
o de otras formaciones de voluntarios, fueron enviados por vía marítima desde
el Reino Unido a la U.R.S.S. entre 1944 y 1946 (A partir de septiembre de 1944
los prisioneros no eran enviados a Inglaterra sino que permanecían en el Continente)..
Aquellos traslados habían provocado la oposición de muchas de sus víctimas y la
inevitable secuela de suicidios y había acabado en auténticos baños de sangre
en los muelles de los puertos rusos... pero nadie lo había detenido.
LOS COSACOS
De toda la tragedia de la deportación
forzosa de millones de seres hacia el Gulag estalinista sólo un episodio
ha alcanzado cierta celebridad: el de los cosacos.
Decenas de miles de cosacos servían, en formaciones de
la Wehrmacht, donde incluso formaban un Cuerpo de Ejército de Caballería
entero. La mayor parte de los cosacos no combatientes (familiares de los
soldados, ancianos, soldados convalecientes, etc.) se habían establecido en
campamentos al Norte de Italia. Cuando la rendición de las tropas alemanas en
Italia fue un hecho, aquella masa humanas se movió hacia el Norte, hacia
Austria, con el fin de entregarse a los ingleses. Al frente de ellos iba un
veterano general cosaco, Krasnov, condecorado con la British Militaty Cross
durante la guerra civil rusa por sus entonces aliados ingleses. Junto a los
cosacos (mujeres, niños, ancianos, convalecientes, no lo olvidemos) se
desplazaban un contingente de soldados caucasianos pertenecientes a otras
formaciones de voluntarios. En total 30.000 cosacos y 5.000 caucasianos se
entregaron a los ingleses en suelo austriaco. Los cosacos fueron concentrados
entre Lienz y Oberdrauburg, en el valle del Dave. Desde allí Krasnov intentaba,
por todos los medios, contactar con el comandante en jefe de las fuerzas
aliadas en Italia, el británico mariscal Alexander, veterano de la guerra civil
rusa, en quien depositaron todas sus esperanzas. Un hombre que había ayudado a
los «blancos» durante la guerra civil debía comprenderlos... El contingente
cosaco, por otra parte, no cesaba de crecer. El 10 de mayo otra unidad cosaca,
con 1.500 hombres, se rendía a los ingleses en Rennweg. A su frente estaba otro
mítico general cosaco, Schkuro.
Pronto se planteó el problema
de la repatriación. Los cosacos manifestaron sin ambigüedades su oposición Se
sabía ya que numerosos voluntarios anticomunistas habían sido entregados a los
soviéticos, pero los cosacos esperaban obtener un trato privilegiado. Mochos de
ellos habían emigrado de la U.R.S.S. mucho antes de la II G. M. y habían
adoptado otras nacionalidades; ¿cómo iban a ser deportados? Ingenuamente los
cosacos pusieron toda su confianza en los ingleses. Estos sacaron buen partido
de ello. Se hizo creer a los oficiales que deberían asistir a una conferencia
donde el mariscal Alexander en persona les expondría la situación. Unos 1.500
oficiales, que hasta tuvieron el detalle de vestir para la ocasión sus
mejores uniformes, fueron víctimas así de una de las más indignas trampas
tendidas en el curso de aquella guerra. Prácticamente ninguno trató de escapar,
pero al final de su viaje no se hallaba Alexander y los acariciados sueños de
emigrar hacia alguna colonia británica, sino la entrega a los verdugos estalinistas. Todo aquello
constituyó una prueba más de perfidia británica en todo este tema de las
deportaciones. Una cosa es utilizar la mentira para vencer en una batalla y
otra -muy distinta- es utilizarla para, ya en la paz, llevar a miles de hombres
indefensos hacia una muerte segura.
Cuando la noticia de su entrega a los soviéticos se
conoció entre los oficiales cosacos es fácil suponer el estallido de ira. A
toda prisa se redactaron cartas para el rey de Inglaterra el mariscal
Alexander, el Papa, la Cruz Roja y el rey Pedro de Yugoslavia (muchísimos oficiales cosacos tenían la
ciudadanía yugoslava). Cuando llegó la hora del embarque en los camiones hizo
falta desplegar una brutalidad increíble para cargar a los oficiales en los
camiones. Fuertemente escoltados fueron conducidos desde Spittal -donde
pasaron la noche del 28 al 29 de mayo- a Judenburg, donde les esperaban
los soviéticos. Aquella noche y durante el viaje los suicidios se extendieron
como una plaga, pero no se logró conmover a los británicos. Algunos soldados
británicos destacados en aquella región han aportado sus testimonios de cómo a
partir del momento de la entrega, el ruido producido por los pelotones de
fusilamiento en el vecino sector de ocupación soviético no cesó durante varios
días con sus noches.
De la carnicería sólo
escaparon los más importantes oficiales cosacos, como los generales Krasnov,
Schkuro y Domanov, quienes serían después ejecutados en enero de 1947 junto a
von Pannwitz, el comandante en jefe del Cuerpo de Ejército de Caballería
Cosaco.
Tras la entrega de los
oficiales la tragedia se abatió sobre la masa de los cosacos. Los ingleses
pretendieron hacerles creer que sus oficiales les habían traicionado, mentira
que desde luego nadie creyó. El 31 de mayo se iniciaron las operaciones de
deportación, en medio de una firme resistencia. Las primeras víctimas fueron
los caucasianos. Después les siguieron los cosacos. En todo caso sólo el
recurso a la más brutal violencia permitió a los soldados ingleses “cumplir su
misión.” Los cosacos, con su resistencia, no mostraban cobardía ante la muerte,
sino que querían dejar bien en caro algo: ninguno de ellos se entregó
voluntariamente a la “repatriación”, sino que eran violentamente deportados por
los ingleses, y eso debía quedar patentemente claro.
La violencia que se iniciaba
con la carga de los convoyes, continuaba durante los traslados, cuando los
centinelas disparaban sin dudarlo contra los que pretendían huir. También en
estas ocasiones los suicidios se extendieron como una mancha de aceite. Sólo
en e! primer día de las deportaciones se calcula en 700 el número de cosacos
muertos, entre suicidios y víctimas de los ingleses. Durante la primera
quincena de junio más de 22.000 cosacos y caucasianos fueron entregados en el
valle del Dave por la 36° Brigada de Infantería británica a los soviéticos. En
otros lugares de Austria otras unidades inglesas procedían de manera similar
para entregar otros contingentes menores. Hubo numerosos cosacos que lograron
huir; para recuperarlos se montaron operaciones de búsqueda en toda la regla,
buena muestra del celo británico por cumplir su misión de auxiliares de los
matarifes estalinistas. Entre el 7 y el 30 de junio, cerca de 1.500 evadidos
caucasianos y cosacos fueron capturados y la mayor parte de ellos entregados
directamente a los soviéticos.
La tragedia de la nación
cosaca no acabó aquí. No debemos olvidar que hasta ahora hemos hablado sólo de
la «retaguardia> de las unidades de voluntarios cosacos. La «vanguardia>
la constituían las dos divisiones y la brigada del XV Cuerpo de
Ejército de Caballería Cosaca, que en los últimos meses de la guerra se habían
enfrentado a titistas y soldados soviéticos en Yugoslavia. Los últimos días del
conflicto las unidades cosacas se desplazaron hacia el Norte de Italia y
Austria con idéntico fin que sus connacionales: rendirse ante los británicos.
Uno de los oficiales alemanes del Cuerpo de Ejército Cosaco, el coronel von
Rentein, que había servido -como el mariscal Alexander- en las filas de los
ejércitos «blancos» durante la guerra civil rusa y le conocía, debía actuar
como mediador...
Lo único que consiguieron fue que no se les entregara directamente a los
soldados de Tito, como éstos pretendían. Las unidades del O. E. Cosaco fueron
acantonadas en Althofen y Feldkirchen. Muy pronto se iniciaron las entregas a
los soviéticos. Entre los que se entregaron había también numerosos alemanes,
personal de encuadramiento de las unidades cosacas. El mismo von Pannwitz
decidió seguir la suerte de sus hombres, rechazando invitaciones a la huida.
Así que el gobierno inglés no sólo deportó a hombres de ciudadanía soviética
sino también a oficiales y suboficiales alemanes, que fueron entregados a una
muerte segura cuando se hallaban bajo la responsabilidad de los ejércitos de
Su Graciosa Majestad.
Los métodos utilizados para deportar a los soldados de los regimientos
cosacos no diferían en nada de los utilizados contra los cosacos de Krasnov,
Domanov y Schkuro: la mentira y la violencia. A los soldados se les cargaba en
los camiones bajo la excusa de que se les iba a alejar del sector de ocupación
soviético y -cuando se descubrió la superchería- recurriendo a la más fuerte
violencia. En algún caso se llegó a hacer ostentación de los carros
lanzallamas. La 78? División inglesa (a la que pertenecía la 36? Brigada) que
había sido la responsable de las entregas de los cosacos no combatientes, tuvo
dignos émulos entre sus compatriotas de la 46? División (que entre el 28 de
mayo y el 4 de junio entregaron a 17.700 hombres del C.E. Cosaco a los
soviéticos). Sólo la 6° División Acorazada fue algo más benevolente. No se
puede decir, por ejemplo, que sus mandos pusieran un marcado entusiasmo en
perseguir a los cosacos fugitivos, especialmente numerosos en su sector... No
entregaron tampoco al personal alemán de las unidades cosacas y un cierto
número de oficiales cosacos que pudieron demostrar que no eran ya ciudadanos
soviéticos en 1939 fueron también escamoteados. Pero todo ello no era sino una
gota de agua en el mar de la tragedia de los miles de deportados.
CONTRADICCIONES
Ante el brutal cariz que tomaban los hechos el «Foreign Office’>
expidió instrucciones en el sentido de que sólo se debía deportar a quienes en
1939 eran plenos ciudadanos soviéticos (o bien que expresaran su deseo de volver
a la U.R.S.S. pese a no tener su nacionalidad en 1939). Esta directiva fue
enviada el 26 de mayo, pero pese a esto fueron miles los hombres que hubieran
podido beneficiarse y que fueron entregados. Los miembros de otras
formaciones de voluntarios
como el llamado Cuerpo de Autodefensa Ruso, formados por exiliados residentes
en Yugoslavia, fueron excluidos de la deportación porque sus miembros no
tenían pasaporte soviético. Pero, en cambio, varios miles de cosacos que se
hallaban en la misma situación sí fueron deportados. Aún es más paradójico el
hecho si se tiene en cuenta lo ocurrido con otra unidad, la 14? División de
las Waffen SS, Galltzia, que en enero de 1945 se transformó en la 1?
División del Ejército Nacional Ucraniano. El grueso de sus hombres procedía de
la Galitzia, la Ucrania polaca, aunque también había originarios de la Ucrania
soviética y -en todo caso- el territorio de Galitizia había pasado a estar en
manos de los soviéticos desde septiembre de 1939. La intercesión de los
polacos permitió salvar a los galitzianos. Ni los rusos de la colonia exiliada
en Yugoslavia ni los galitzianos fueron entregados. Esto plantea una pregunta:
si a ellos no se les entregó y no pasó nada grave por esto, ¿por qué se entregó
a otros hombres que tenían sus mismos derechos (nacionalidad no soviética)
cuando se sabía que iban a una carnicería segura además?
VLASOV
Si un hombre representó la voluntad de millones de rusos de liberarse
del yugo estalinista con la ayuda alemana este hombre era Vlasov, líder
indiscutible del Ejército Ruso de Liberación (ROA). Solamente al final de la
guerra se le había permitido constituir un auténtico Ejército, que por la
brevedad de tiempo disponible sólo llegó a organizar plenamente dos divisiones
y una pequeña fuerza aérea. Todas estas unidades se hallaban en la región de
Bohemia al acabar la guerra, esto es, no demasiado lejos de donde se encontraban
otras fuerzas de voluntarios como las cosacas, el Cuerpo de Autodefensa Ruso,
etc. Resultaba imposible, sin embargo, alcanzar el sueño de unirse con todas
esas unidades. Los rusos decidieron entregarse a los norteamericanos. Para
ello enviaron varios emisarios que debían negociar la rendición y obtener
garantías de que no iban a ser entregados a los soviéticos, sin éxito.
En un desesperado gesto por “hacer méritos» cara a los occidentales,
parte de los efectivos de una de las dos divisiones del ROA decidió
apoyar la sublevación de los resistentes nacionalistas checos en Praga el 5 de
mayo. Este gesto, hay que remarcarlo, jamás conté con la aquiescencia o apoyo
de Vlasov y por otra parte no condujo a nada, pues los resistentes nacionalistas
checos pronto fueron sustituidos por checos comunistas.
Una buena parte de los efectivos de las divisiones de Vlasov fue capturada
directamente por los rusos incluyendo a buena parte de los generales, que
cayeron en una emboscada. Pero otra parte pudo pasar a territorio ocupado por
los norteamericanos aunque su empeño sería vano: todos serían entregados a los
soviéticos y entre ellos el mismo Vlasov, ejecutado el 12 de agosto de 1946.
Desde el triunfo de Lenin en
la guerra civil y hasta hoy, Vlasov ha sido el único ruso que desarrolló sobre
suelo ruso una campaña política y militar eficaz contra el régimen soviético.
Se comprende bien el interés de los soviéticos por acabar con él.
POR TODA EUROPA
En el frente italiano había
combatido otra importante unidad de voluntarios, la 162~ División «Turkomana»
de la Wehrmacht. Muchos de sus hombres fueron cayendo en manos de los
aliados como prisioneros de guerra. Enviados a Egipto, pasaban después por la
ruta ya descrita, a través de Iraq e Irán a territorio de la U.R.S.S. En la
primavera de 1945 se les empezó a enviar directamente a través de los
Dardanelos, desde Tarento a Odessa. Las escenas que se desarrollaron en aquel
puerto son idénticas a las descritas para los deportados procedentes del Reino
Unido. Cuando el grueso de la división se rindió en Padua, fue diligentemente
expedido a Tarento y de allí hacia la U.R.S.S. La inevitable estela de
suicidios iba marcando toda la ruta de los desventurados. Años más tarde, al
volver de la U.R.S.S. los prisioneros de guerra alemanes, se supo que la mayor
parte de los «turkomanos» habían sido condenados en bloque, a 20 años de
trabajos forzados, que la mayor parte de ellos debían cumplir en el trabajo más
mortífero que por entonces existía en la U.R.S.S.: el de mineros en las
inundadas galerías de carbón del Donetz. Sólo algunos pequeños contingentes de
caucasianos musulmanes tuvieron suerte y embarcaron en buques que les llevaron
a países musulmanes. El Mufti de Jerusalén fue uno de los principales
inspiradores de aquella audaz operación.
Por toda Europa se
desarrollaban hechos similares a los de la División «Turkomana.» Los soviéticos
también tenían gran interés por controlar cuanto antes a los ex-prisioneros de
guerra liberados por los aliados occidentales y a los trabajadores de origen
soviético desplazados a Alemania. Tras el llamado «Acuerdo de Halle» las
transferencias de estas “personas desplazadas” se hicieron muy buen ritmo:
millón y medio de rusos habían sido transferidos a la zona soviética de
ocupación para el 4 de julio de 1945. Infinidad de aquellos hombres no querían
volver a la U.R.S.S. Sabían que caer prisionero de guerra era todo un delito en
la U.R.S.S. Oficiales y soldados de varios ejércitos aliados han dejado
numerosos testimonios de cómo, en bastantes ocasiones, los contingentes de
prisioneros o trabajadores «liberados» eran fusilados apenas se les entregaba
al Ejército Rojo.
El 30 de septiembre se
calculaba que en total se había entregado a los soviéticos en Austria y
Alemania un total de 2.035.000 personas por parte de los occidentales. El
Ejército Rojo, por su parte, había «liberado” a 2.945.000 trabajadores y
prisioneros. Toda aquella masa ingente fue «repatriada» sin que nadie le
consultara su opinión. Sin embargo, un periodista inglés calculó entonces que
al menos un 40% de ellos no deseaba volver a
la U.R.S.S. por temor al fin
que les esperaba.
No sólo ocurrían estas
tragedias en los antiguos países del Eje. En la liberada Noruega los aliados se
encontraron con más de 80.000 rusos, en su inmensa mayoría prisioneros de
guerra de los alemanes. Aquellos hombres fueron rápidamente enviados a la
U.R.S.S. por vía marítima, hacia Murmansk, o bien por vía terrestre, a través
de Suecia. Como en el caso de los deportados procedentes del Reino Unido, la
tragedia de aquellos hombres comenzó en cuanto pusieron sus pies en suelo
soviético. Puntuales informes fueron enviados por oficiales ingleses informando
como aquellos desventurados prisioneros liberados eran fusilados o internados
apenas llegaban a la U.R.S.S... Informes que eran archivados o destruidos.
FINALMENTE SE DIFUNDE LA TRAGEDIA
Tanto salvajismo y tanta
brutalidad debían, a la fuerza, trascender entre los ámbitos de los ciudadanos
soviéticos que, por una causa u otra, aún no habían sido entregados. Algunos
militares y políticos occidentales empezaron a asustarse ante la tragedia que
se estaba viviendo. Así que el problema de la repatriación de las últimos
contingentes fue especialmente duro.
Un caso especialmente famoso
fue el ocurrido con unos 150 oficiales de las tropas de Vlasov que estaban en
campos de prisioneros norteamericanos. La mayor parte de sus camaradas fueron
deportados hacia Vladivostok, pero ellos protestaron y consiguieron que,
temporalmente, se les aplicaran las Convenciones de Ginebra y La Haya. Pero
los soviéticos hicieron presión para que se les entregaran. Así que a finales
de junio fueron concentrados en Fort Dix y se les informó de que quisieran o
no, iban a ser ‘<repatriados.<’ Pero hizo falta una auténtica batalla
campal y la escolta de 200 soldados para llevar a aquellos 150 hombres hasta el
barco. El tema saltó a los periódicos y conmovió a las norteamericanos: ¿cómo
es que aquellos hombres preferían la muerte a volver a su país?, ¿cómo podían
los EE.UU. cometer esta fechoría? Al final se encontró una astuta solución: se
envió a aquellos soldados a Alemania, donde perdieron el estatuto de
prisioneros de guerra al que se acogían y a continuación fueron entregados a
los verdugos de Stalin.
Una situación angustiosa fue
también la vivida por los miembros de las unidades de voluntarios de regiones
que no eran territorio soviético antes de 1939. Especialmente grave era el caso
de los bálticos. Una de las divisiones de voluntarios letones, la 19° de las Waffen
SS, debió capitular ante los soviéticos en Curlandia, pero la otra
división de esa nacionalidad, la 15° de las Waffen SS, pudo capitular
ante los americanos. Desplazada hacia Occidente, una inmensa mayoría de sus
miembros pudo “hacerse desaparecer” sin que los intentos soviéticos por
deportarlos tuvieran éxito.
Mucha menos suerte tuvieron
los soldados procedentes de las formaciones de Vlasov, de las cosacas o de
cualquier otra que, detenidos aquí o allá, habían sido concentrados en Kempten,
Baviera, para su deportación. Aquellos hombres conocían, por algunos fugitivos
cosacos, el fin que podían esperar. Y cuando el 11 de agosto se les comunicó
que iban a ser «repatriados> reaccionaron con el «espíritu de Fort Dix.»
Pero el peso de toda la violencia que pudieron desplegar los soldados aliados
pudo vencer su resistencia y al final fueron reducidos y entregados. Tan
trágicos sucesos hicieron que muchos se plantearan preguntas. Robert Murphy, a la
sazón Consejero Político de los EE.UU. en Alemania, preguntaba al Departamento
de Estado quince días después de los hechos de Kempten: ¿Hemos contraído
realmente con los rusos la obligación de recurrir a la violencia para reenviar
a su país a estos hombres?.”
Pese a estas primeras dudas,
las entregas de soldados voluntarios, trabajadores y ex-prisioneros
continuaban. Los soviéticos no se recataban> en muchos casos, de enviar
efectivos militares a las zonas de ocupación occidentales para llevar a cabo,
por la fuerza, estas «repatriaciones.» Al final, asqueados de tanta masacre
realizada antes sus ojos los militares ingleses y norteamericanos elevaron cada
vez más protestas y al final hasta Eisenhower y Montgomery hicieron constar la
suya. El mariscal Zhukov, por su parte, tuvo que admitir en sus memorias que
había rusos recalcitrantes a aquellas «repatriaciones”, aunque según él eran
una «exigua minoría” a la que los occidentales «les había lavado el cerebro.”
ÚLTIMAS OPERACIONES
Si los militares estaban dispuestos a poner fin a las
deportaciones, esta no era la opinión de los políticos. La llamada «Directiva
McNarney-Clark» desencadenó, a finales de 1945, una nueva oleada deportadora.
Tal directiva establecía que debían entregarse a los soviéticos a todos
aquellos súbditos de la U.R.S.S. que hubiesen vestido uniforme alemán o
hubiesen prestado algún tipo de concurso a la Wehrmacht. El 17 de enero
de 1946, siguiendo estas órdenes, se intentó el embarque de 400 ex-soldados de
las divisiones de Vlasov. De nuevo la más brutal violencia fue empleada para
llevar a aquellos hombres hasta sus verdugos. La prensa dic a conocer los
hechos y hasta el Papa Pío XII condenó públicamente tres semanas después «la
política de repatriaciones forzosas y la negativa a la concesión de asilo.>’
Otro contingente de 3.000 hombres fue embarcado el 24 de febrero. Hizo falta
la utilización de carros de combate para «convencer” a aquellos soldados, la
mayor parte de ellos miembros de la 2~ División del Ejército de Vlasov.
Una auténtica «caza del
hombre” se producía en toda Alemania y Austria a la búsqueda de cualquier
soldado ruso anticomunista. Algo similar ocurrió en Italia. Desde diciembre de
1944 se había deportado a un total de 42.000 soviéticos desde Italia, pero aún
se hizo un esfuerzo suplementario y el 9 de mayo de 1947 (sí, ¡de 1947!) en San
Valentín, una pequeña ciudad austriaca cerca de Linz, los occidentales pudieron
ofrecer a los soviéticos un centenar de víctimas más encontradas en Italia.
Entre 1943 y 1947 un total de
2.272.000 ciudadanos soviéticos fueron entregados a Stalin por parte de las
potencias occidentales. Unos 35.000 miembros de las minorías ucranianas,
caucasianas, etc, fueron oficialmente autorizados a permanecer en Occidente.
Muchísimas más habrían podido hacerlo si se les hubiera autorizado a presentar
sus pasaportes polacos, yugoslavos,
o de otras
nacionalidades. Se estima, por otra parte que entre un cuarto de millón y medio
millón de hombres consiguieron eludir la deportación mediante la huida y la
ocultación. La mayoría de las deportaciones se produjo en el verano de 1945,
pero como acabamos de ver, hubo deportaciones hasta dos años después de acabada
la guerra.
OTRAS NACIONES
Francia también tuvo su parte en esta operación. La
Resistencia y las tropas de De Gaulle capturaron a miles de rusos de la Wehrmacht
y además muchos ex-prisioneros de guerra y trabajadores rusos quedaron en
la zona de ocupación asignada a los franceses en Alemania. La «repatriación”
fue dirigida por una Misión militar soviética, que expedía a las víctimas por
vía marítima (Marsella-Odessa) o por vía terrestre. El hecho es que esta Misión
militar no se recatara de cometer asesinatos en suelo francés en la persona de
quienes se oponían a la «repatriación” fue lo que llevó a los franceses a poner
fin a la política de deportaciones, pero eso no ocurrió hasta 1947. En total,
102.000 rusos fueron entregados por Francia. En su descargo sólo cabe decir que
al menos no fueron soldados franceses los que obligaron con la violencia a los
rusos a volver a su país: tal misión fue siempre llevada a cabo por los
miembros de la Misión militar soviética. En otros países occidentales
(Bélgica, Holanda, los escandinavos) las deportaciones corrieron a cargo de las
autoridades militares de ocupación, aunque después fueron continuadas por los
nuevos gobiernos. Suiza constituyó un caso especialmente deplorable, ya que
este país neutral había hecho siempre ostentación de su tradición de asilo.
Unos 9.000 rusos se habían refugiado en suelo helvético. El gobierno suizo los
entregó sin contemplaciones, a la menor indicación soviética, habiendo hecho
saber a las victimas que en caso de resistencia no se dudaría en acudir a la
fuerza. Aún más deplorable fue la actuación de Suecia, que entregó a los
soviéticos a numerosos miembros de las formaciones de voluntarios de Estonia,
de Letonia y de Lituania que habían alcanzado su territorio (recordemos que ni
los ingleses entregaban a los bálticos a los soviéticos). Sólo el recurso a la
violencia consiguió vencer la resistencia de los refugiados bálticos. Como en
Fort Dix, como en Kempten, los suicidios fueron abundantes, pero ni la
evidencia de que aquellos hombres preferían la muerte a volver a «su Patria
pareció conmover a las autoridades. Un caso único y excepcional fue el del
diminuto Principado de Liechtenstein, con un «ejército” de 12 guardias
fronterizos, donde acudió a refugiarse otra unidad de voluntarios, la llamada Sonderverband
R bajo el mando del General Boris Alexeievich Holmston-Smylovsky. Los soviéticos demandaron al diminuto país la entrega
de aquellos hombres... y Liechtenstein tuvo el coraje de negarse, haciendo lo
que no se habían atrevido a hacer ni las grandes potencias. De entre los
refugiados en aquel país sólo volvieron a la U.R.S.S. quienes libremente
expresaron ese deseo, sin coacción. El pequeño principado llevó su generosidad
hasta a pagar el traslado a Argentina del resto de los soldados... Tan sólo un
ejemplo de dignidad en aquel momento en que todos los países se cubrían de
oprobio.
BALANCE FINAL
Entre los entregados por los
occidentales y los «liberados»
por el mismo Ejército Rojo, se calcula en 5.500.000 el número de soviéticos de
las distintas nacionalidades de la U.R.S.S. repatriados entre 1943 y 1947. Un
disidente ruso, ex-oficial de la NKVD, con acceso a datos estadísticos de esta
organización, ha estimado que:
-Un 20% fue condenado a muerte
o a 25 años de trabajos forzados, pena que de hecho equivalía a la muerte.
-Entre el 15 y el 20% fueron
condenados a penas entre 5 y 10 años.
-Un 10% fue deportado a
regiones remotas de la URSS por periodos no inferiores a los seis años.
-Un 15% fue enviado a los
trabajos de reconstrucción de las regiones más devastadas por la guerra y no
fueron autorizados a volver a sus hogares al terminar su pena.
-Entre el 15 y el 20% fueron
autorizados a volver a sus hogares, pero no estando registrados como
trabajadores, estaban condenados a no tener empleo.
Naturalmente las penas más duras
eran para los que habían combatido con uniforme alemán y las más «suaves» para
los ex-prisioneros. Por otra parte, como se puede ver, las cifras son poco
precisas e incompletas. Los que faltan hasta el 100% debe considerarse que son
los fallecidos en el curso de los traslados, los evadidos, etc. Las cifras, con
todo, apenas si dicen nada de aquella tragedia. No es propósito de REVISIÓN hacer
saltar las lágrimas de sus lectores, pero cualquiera que haya leído algo sobre
el Gulag y el terror estalinista puede imaginarse el destino que
aquellos millones de seres debieron afrontar.
Pero no deben echársele las
culpas sólo a Stalin. ¿Qué decir de las potencias occidentales que violando
las Convenciones de Ginebra y La Haya, entregaron a prisioneros de guerra, que
formalmente eran parte integrante del Ejército alemán, a otro país, la
U.R.S.S., incluso con la inminente amenaza de que serían masacrados? Para aquel
crimen de guerra (se violaron las convenciones internacionales sobre la guerra
que establecen que un prisionero debe ser tratado según el uniforme que lleva
en ese momento y no según su nacionalidad originaria); para aquellos crímenes
contra la Humanidad (se enviaba a millones de seres hacia el dolor y la
muerte), no hubo ningún Nuremberg.
NOTAS
1 Ver THE EAST CANE WEST, de Peter Huxley Blythe
(Caldwell, Idaho, 1964); Operation Keelhaul: The story of Forced
Repatriation from 1944 fo the present, Julius Epstein (OId Greenwich,
Connecticut, 1973); The Last Secret: Forcible Repatriation fo Russia,
1944-1947, Nichollas Bethell (Londres, 1974); y finalmente Victims of Yalta, de
Nikolay Tolstoy (Londres, 1974), texto en el cual nos hemos inspirado
directamente para este articulo.
2 Las dos
mejores obras en castellano sobre el fenómeno de los voluntarios rusos
anticomunistas son Los Patriotas Traidores, de David Littlejohn (Luis de
Caralt editor, Barcelona) y La Quimera, de Jurgen Thorwald (Plaza &
Janes).
~ Ver el articulo Deportaciones racistas en la
Unión Soviética en este mismo número. A destacar es el hecho de que los
vehículos de motor necesarios para la masiva y rápida deportación de los
tártaros de Crimea fueron gentilmente prestados por las fuerzas inglesas de
ocupación en Irán. Y que los pocos tártaros que lograron huir y llegar hasta
donde se hallaban fuerzas aliadas, fueron devueltos a la U.R.S.S. (pese a haber
solicitado emigrar a Turquía) en junio de 1945.
El presente artículo ha sido extraído de REVISIÓN de
España, NC 2, Vol. 1, abril de 1985.