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¿Quién está dirigiendo la ciencia? 

SARAH TILLEY 

REINO UNIDO

08/11/02

La relación entre la ciencia y la sociedad ha cambiado. En la actualidad, nuestra sociedad depende, en gran medida, de la tecnología, y aunque muchos avances tecnológicos son beneficiosos, también hay otros que plantean riesgos importantes. Mientras que la mayoría de las personas aceptan que las innovaciones tecnológicas deberían ser cuidadosamente evaluadas antes de recibir la luz verde, la pregunta de quién debería controlar la dirección que tome la ciencia básica es mucho más complicada.

Una de las fuerzas principales que dirigen la ciencia es, sin lugar a dudas, la financiación. Los proveedores de la misma y los usos que se le dan están, pues, en el corazón mismo de muchos asuntos de índole ético / moral. Por ejemplo, la comercialización de la ciencia fue un tema controvertido en una reunión reciente en la que Scientists for Global Responsibility (SGR), un grupo de científicos que tratan que “la ciencia y la tecnología viren hacia direcciones constructivas y justas”, se preguntaron si se podía, o no, confiar en los científicos. Tal y como lo expresó Stuart Parkinson en un informe reciente de la SGR, “como científicos deberíamos preocuparnos por saber quién está tirando de nuestros hilos”.

Así que, retomando el hilo del discurso, ¿de dónde proviene la financiación? La investigación a menudo la apoyan las organizaciones que tienen un interés claro en sus resultados, pero como son ellas las que proporcionan la financiación, también son ellas las que – inevitablemente – fijan sus objetivos. La investigación con aplicaciones industriales o comerciales es particularmente susceptible a ser “dirigida” de este modo. En contraste, y a primera vista, la investigación académica se le antoja a uno como “no dirigida”, dada la libertad de movimientos que se le otorga al científico – al menos hasta hace poco – para ejercitar su imaginación. “Una de las funciones esenciales de la ciencia no dirigida es explorar todos los aspectos del mundo natural”, señaló el catedrático John Ziman, de la FRS, en la reunión de la SGR. No obstante, los organismos de financiación, financien investigación académica o industrial, tienen, necesariamente, ciertas expectativas formadas e influyen, en última instancia, en el modo en que se lleva a cabo la investigación.¿Existe pues la libertad académica? ¿O resulta que la ciencia académica ha pasado ahora a depender tanto de la financiación pública y empresarial que está tan maniatada como la ciencia corporativa?

Alguien que cree que la distinción entre ciencia “dirigida” y “no dirigida” se ha hecho cada vez más borrosa a lo largo de las últimas décadas es William Stewart, el antiguo asesor científico del primer ministro británico y presidente de la Royal Society of Edinburgh. “A finales de la década de los setenta, la ciencia pasó a ser dirigida de manera mucho más sutil”, declaró en un debate organizado por New Scientist y Greepeace en abril, en la Royal Institution, titulado “¿Puede dirigirse la ciencia?”. No obstante, aunque antes los proyectos estaban menos dirigidos como tal en términos de las áreas de investigación seleccionadas, siempre eran muy específicos y recibían financiación durante periodos de tiempo cortos. Los consejos de investigación, además, exigían evaluaciones continuas del desarrollo de los trabajos. “En mi opinión, todas estas prácticas retenían el avance de la ciencia”, dice Stewart.

Entonces, ¿a qué se debió el cambio? Se temía que el Reino Unido no pudiese competir con la infinidad de laboratorios de todo el mundo que trabajaban en campos tan importantes como lo son la salud o el medio ambiente. Para que el Reino Unido pudiese competir mejor en este escenario global, se optó por financiar únicamente algunas áreas“clave”. Básicamente, se creía – y se estaba en lo cierto – que sería más fácil lograr apoyo financiero si la investigación tenía “incentivos económicos”. ¿Pero se han llevado las cosas demasiado lejos? Según Ziman, durante los últimos treinta años, la investigación forma parte de una nueva cultura “post-académica”, en la que la ciencia universitaria es financiada principalmente si entraña un potencial de explotación comercial.

Ziman opina que estos dos modelos de investigación, la “dirigida” y la “no dirigida”, son incompatibles, y que estamos empezando a ver las primeras estrías de esta tensión en la convivencia. “La situación ya comienza a ser visiblemente preocupante”, señala, y el coste de todo ello puede cuantificarse en términos de plagio, fraude, datos irrevelados y gestión burocrática. Pero también siente que no habrá una vuelta atrás a la ciencia académica tradicional: la ciencia “dirigida” permite el desarrollo de productos beneficiosos, y “rechazar esta manera de hacer ciencia equivale a rechazar el modo de vida moderno”.

Los ponentes que intervinieron en el debate de la Royal Institution hicieron eco de las preocupaciones de Ziman, “La ciencia está siendo dirigida por actores invisibles”, dijo Vandana Shiva, médica y activista medioambiental. Siente que la privatización de la ciencia destruirá la poca democracia interna que le queda. Parkinson también teme a los intereses comerciales. “El énfasis creciente en la ciencia con fines comerciales, ¿conducirá a tecnologías más rentables pero menos beneficiosas desde los puntos de vista social y medioambiental?”, se pregunta, en el informe de la SGR.

¿Qué camino desearíamos que tomase la ciencia?

A pesar de que Stewart opina que la buena ciencia debería tener libertad, defiende – en todo caso - una financiación restringida. Está en contra de que los contribuyentes financien a todos los doctorados, sin tener en consideración la calidad de su trabajo. Piensa que la investigación científica debería orientarse siempre hacia los “mejores intereses” del Reino Unido; y que cuando no fuese así, la utilización de los impuestos públicos para este fin debería ser cuestionada.

Otro miembro del panel, el astrónomo Martin Ress, está de acuerdo con la citada “financiación restringida”, pero por diferentes motivos. Sugiere que la financiación debería alejarse de los campos con aplicaciones potencialmente peligrosas. Esta medida no pondría fin a la investigación “ciega”, pero sí que la ralentizaría. No obstante, es consciente de que los recortes en la financiación también podrían bloquear el tipo de descubrimientos que surgen de los más ingenuos brotes de curiosidad, como fue el caso del descubrimiento de los rayos X.

Quizás el gran público debiera tener más voz y voto en todo este tema de “la dirección” que ha de llevar la ciencia. Steve Fuller, catedrático de sociología de la Universidad de Warwick, que también participó en el debate de la Royal Institution, piensa que el público y la ciencia no se llevan todo lo bien que deberían llevarse. Le gustaría ver la formación de un jurado compuesto por ciudadanos para mejorar la participación del gran público en este tema. El citado jurado estaría compuesto por jurados públicos, que elaborarían las directrices a seguir, expertos de la comunidad científica y representantes de grupos interesados.

Puede que a algunos científicos les ponga nerviosos la idea de que sea el público el que dirija los caminos de la investigación. Pero Fuller enfatiza el hecho de que, más que ignorante en cuestiones científicas, el público simplemente no está ni ha estado nunca implicado. Cree que la dirección científica ha de entenderse en términos de “¿podemos vivir con sus consecuencias?” y piensa que la política científica debería ser reversible (“arriesguémonos, pero echémonos atrás si comprobamos que una decisión tomada en el pasado es inadecuada”).

La participación ciudadana también ayudaría a los científicos a pulir su imagen pública, tan dañada a lo largo de los últimos años. La falta de confianza hacia los científicos vuelve a salir a la superficie cada vez que un tema polémico llega a los titulares de periódicos e informativos. Michael Atiyah, ex-presidente de Pugwash, dice en el informe de la SGR que desearía que más científicos se responsabilizasen más de su trabajo y de las consecuencias de sus actos.

Hay buenos motivos por lo que querer volver a ganarse la confianza del público. Al final del día, es el contribuyente, con sus impuestos, el que elige al gobierno, que administra el presupuesto público, y por ende, la dirección que toma la ciencia.

 

 

 

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