El sentido de lo infinito en Gratry
-por Máximo Lameiro-

"Todo lo que no sea el infinito mismo,
es demasiado pequeño para el corazón humano
"
De un monje Cartujo

 

El sacerdote y teólogo francés Augusto José Alfonso Gratry (1805-1872), fue un hombre de indudable inteligencia a quien, sin embargo, la insuficiencia de sus notas académicas en la Escuela Politécnica disuadieron de seguir una carrera liberal como había proyectado inicialmente. Ese fracaso, relativo como cualquier fracaso pero seguramente doloroso como todo sueño frustrado, puede ser comprendido a posteriori como un paradójico auxilio de la Providencia que condujo a Gratry al encuentro de su verdadera vocación. Pues el fracaso de su sueño profesional dejó abierta la puerta para su futuro ingreso en la vida eclesial, dentro de la cual llegó a tener un papel relevante, particularmente por sus aportes al pensamiento teológico católico y a la filosofía en general.

La obra de Gratry ha sido y es totalmente desconocida en el mundo hispanoparlante. Julián Marías, con la erudición y nobleza propia de los intelectuales de antes, intentó reparar esa falta en una serie de estudios y traducciones que vieron la luz alrededor de los años cuarenta del siglo pasado. El esfuerzo de J. Marías estaba dirigido no tanto a la apologética del autor ni de la fe católica, sino a la recuperación para el siglo y para el mundo hispano de lo mejor del pensamiento metafísico más cercano a su propia época.

Como si hubiese intuido el inminente triunfo del nihilismo y la antimetafísica, es decir de la desesperación hecha dogma, J. Marías pensó que Gratry tenía algo significativo que decir a la gente de su generación. Tal vez pensó, conjeturamos, que Gratry podía ser escuchado como metafísico más allá de su condición de católico, por ser un autor enraizado en la tradición pero también deudor del pensamiento filosófico y científico moderno. Ignoramos qué repercusión tuvieron los trabajos de J. Marías en su momento, pero lo cierto es que hoy la obra de Gratry es tan poco conocida como en aquellas décadas del siglo XX.

Volviendo a Gratry, el aspecto de su obra que nos interesa presentar y comentar aquí es su concepto de sentido divino. Apoyado en la tradición patrística, Gratry sostiene que el núcleo de nuestro de ser y el lugar de acceso a la verdad es un sentido interior al que llama sentido divino. Y ese sentido es identificado explícitamente con aquello que muchos sabios neoplatónicos y cristianos, desde Dionisio Areopagita a Máximo el Confesor y Gregorio de Nisa, llamaban el corazón. Entendido, por supuesto, como una realidad espiritual y metafísica con respecto a la cual el corazón biológico es sólo un símbolo y también una manifestación refleja en el orden corporal y visible.

El sentido divino es, entonces, un sentido constitutivo del alma humana por medio del cual le está dado al hombre conocer a Dios. Pero el sentido divino no es en Gratry una idea aislada sino que tiene su lugar dentro de una concepción tripartita del alma y dentro una gnoseología específica en la que el filósofo intenta superar tanto al misticismo irracionalista como al racionalismo abstracto.

En su doctrina del alma, Gratry reconoce tres sentidos que fundamentan todas las operaciones vitales de aquella y particularmente sus distintos modos de conocer:

  • Un sentido exterior que corresponde a lo que habitualmente denominamos 'sentidos' pero también engloba las operaciones motoras e intelectuales mediante las cuales nos relacionamos y conocemos el mundo exterior.
  • Un sentido íntimo que corresponde a lo que hoy llamaríamos el sujeto psicológico y todo el campo de la subjetividad.
  • Y por fin, un sentido divino, al que Gratry llama a veces sentido de lo infinito y también sentido secreto, por el que conocemos a Dios y su presencia en el alma.

Por el primer sentido somos capaces de una relación efectiva con el mundo; por el segundo con nosotros mismos; y el tercero, que es raíz y principio de los otros dos, es el que nos abre el acceso al conocimiento de Dios y de la unidad, belleza y verdad del alma misma en tanto imagen y semejanza de aquél.

El sentido divino es también un "sentido de lo infinito", decía Gratry. Es el santuario, el tabernáculo, en el cual lo infinito mora, inadvertidamente casi siempre, en el centro de nuestra finitud. Y constituye una paradoja que supera a la razón abstracta puesto que posibilita al ser finito acceder nada menos que al conocimiento, oscuro e impensado pero cierto y verdadero, de lo infinito.

Por el sentido divino el ser finito encuentra a la vez a Dios y la plenitud de sí mismo. En esa infinitud, presentida y como 'tocada con los ojos cerrados' según la metáfora de Gratry, el hombre finito encuentra su identidad, es decir la causa y finalidad de su ser, y también al infinito hacia el cual se halla ordenada su existencia.

Sobre esta base, que aquí estamos simplificando casi al extremo, desarrolla Gratry su peculiar concepción del conocimiento metafísico como ejercicio de la razón iluminada por el sentido divino.

Al respecto, el sacerdote francés se hace eco de la distinción tradicional entre razón (discursiva, analítica y falible) e intelecto (intuitivo, unitivo e infalible), pero no para comprenderlas como dos facultades diferentes sino como dos direcciones y gradaciones de una única razón o inteligencia, según su mayor o menor acercamiento u alejamiento del sentido divino.

Así, para Gratry, el racionalismo es la perversión por la cual la razón se aleja del sentido divino hasta no poder siquiera reconocerlo y pretende, entonces, darse a sí misma la ley de su pensar. Mientras que, al contrario, el conocimiento sano es el ejercicio de una razón que no sólo reconoce su fuente en el sentido divino sino que se vuelve hacia él, se retrotrae, buscando su ley en Dios.

La búsqueda de la verdad, entonces, será en palabras de nuestro autor un "ascender siempre del sentido externo al sentido íntimo, del sentido íntimo al sentido divino, de fuera a dentro, y de dentro a lo que está más alto. Debe, lo cual es lo mismo, volver a subir continuamente de la multiplicidad a la unidad, del razonamiento a la intuición, del fenómeno a la substancia, del efecto a la causa".

En ese ascenso, la razón discursiva, retornando a su origen, se interioriza y se unifica, y finalmente se reconoce como divina en su esencia.

Gratry encuentra esta verdad última de la razón expresada de modo inimitable en una frase de Santo Tomás a la que cita una y otra vez en su texto: "La razón natural del hombre no es otra cosa que el reflejo en el alma de la claridad de Dios"

El hombre, entonces, disociado del sentido divino por la soberbia y la rebeldía, debe redescubrir en sí mismo ese sentido olvidado. Redescubrimiento que se ha de realizar tanto en el orden de la voluntad y el afecto como en el de la razón. A esa operación espiritual Gratry la llama sacrificio y lo concibe no sólo como una accesis por la que el hombre se desapega de lo más exterior de sí mismo, sino también como método filosófico.

Pero, aclara Gratry, un sacrificio tal no podría consumarlo el individuo a partir de sí mismo, sino que necesariamente supone la mediación de la tradición; pues es ésta la que hace posible, dicho en términos teológicos, el concurso de la gracia. O si se quiere, en términos más filosóficos, no es a partir del individuo aislado sino en el seno de la tradición, como se hace posible la actualización de aquello que aún siendo inherente a la condición humana la trasciende infinitamente.

Sentada esta base, es decir la división tripartita del alma, la posibilidad y necesidad de la razón de reconocer su fundamento divino y el sacrificio como método, Gratry se adentra entonces en el terreno de la muerte y la escatología.

Además de considerar a la muerte como el maestro de los hombres, tal como ha hecho toda filosofía y espiritualidad auténtica, nuestro autor avanza en las cuestiones del más allá con una paradójica combinación de prudencia y audacia. Prudencia porque llegado a ese punto nos aclara que sólo puede andar a tientas guiado por la tradición y la fe pero reconociendo su personal incapacidad. Audacia porque a pesar de todo llega a darnos una 'imagen', si puede decirse , de la vida más allá de la muerte. Vida a la que concibe como el reino de la pura interioridad.

Supongamos, nos dice, "un mundo habitado no ya por fuera, sino por dentro, iluminado y vivificado no sólo por un punto exterior, no ya por su aureola, sino por su centro."

Coherente con la tradición cristiana que enseña la resurrección de los cuerpos y la transformación de la creación entera junto con el hombre resucitado, Gratry piensa en el nuevo cielo y la nueva tierra como una 'forma'. Pero una forma tal que en ella no hay división, ni separación ni tiempo. ¿Qué forma es esa? se pregunta, y responde literalmente "no lo sé". Y éste el punto en que nosotros también, en ésta somera presentación de su filosofía, debemos callar.

En fin, como decíamos al principio, la obra de Gratry es tanto o más desconocida hoy que cuando Julián Marías intentó recuperar su mensaje para el pensar filosófico en el mundo de habla hispana. Sin embargo, para bien y para mal nuestro tiempo no es ya el de J. Marías...

Para mal porque la superficialidad del homo videns, como lo ha llamado Sartori con acierto, ha infestado todo el campo de la cultura haciendo cada vez más improbable el doble trabajo de recogimiento y reflexión que supone un planteamiento como el de Gratry. Además debería agregarse a este panorama negativo de conjunto, el hecho de que en los ambientes filosóficos, es decir entre aquellos a quienes estaría naturalmente destinada la obra de Gratry, aún hoy se hace oír con fuerza el eco de las posiciones antimetafísicas del siglo XX. Eco de una voz a la que cabe considerar satánica, sin exageración, puesto que tiende a inhibir toda pregunta sobre el hombre que apunte más allá del horizonte de la temporalidad.

Pero, para bien, a pesar de todo, porque más allá de la banalidad general y de los prejuicios de los filósofos, el mundo entero se orienta cada vez más aceleradamente hacia la recuperación del sentido y los valores espirituales y trascendentes como fundamento de la civilización humana. Orientación que se hace cada vez más evidente aún siendo muy desordenada y en muchos aspectos bastante engañosa.

En éste contexto, pensamos, recordar la obra de Gratry puede tener cierto valor inspirador; por lo menos para aquellos que no pretenden disociar la búsqueda espiritual del ejercicio de la razón. Razón que siempre puede ser, y éste es uno de los mensajes centrales de Gratry, reconducida a su fuente e iluminada y transfigurada por el sentido divino.

Máximo Lameiro
Septiembre 2006
maxlameiro@fibertel.com.ar

Referencias:

Buscar hoy día algún libro de Gratry puede llegar a ser una tarea ardua y probablemente frustrante. Lo mejor tal vez sea remitirse directamente a las bibliotecas de filosofía y teología más importantes. Nosotros tuvimos la 'suerte' de encontrar en español la obra traducida como Del conocimiento del alma (Ambroguetti editor, Bs.As., 1961) que contiene los puntos principales de su filosofía.

De Julián Marías sobre Gratry encontramos un comentario en su ensayo El problema de Dios en la filosofía de nuestro tiempo incluido en una recopilación de textos del autor titulada San Anselmo y el insensato. Y otros estudios de filosofía, Revista de Occidente, Madrid, 1944.

La traducción de Marías de la obra de Gratry, que no encontramos, es: El conocimiento de Dios (Pegaso, Madrid, 1941). Y los trabajos que le dedicó, y que tampoco encontramos, son: La filosofía del Padre Gratry y La restauración de la metafísica en el problema de Dios y de la persona (Escorial, Madrid, 1941).

La entrada sobre Gratry en el diccionario de Ferrater Mora es muy escueta y parece seguir puntualmente la exposición que hace J. Marías en El problema de Dios.. (ref. arriba). Pero también incluye todos los títulos de las obras originales de Gratry y abundante información sobre las varias traducciones y estudios sobre el autor en lenguas europeas.

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