Los
incidentes del último River-Boca jugado en Mar de Plata
colmaron de nuevo el vaso. La hinchada de River protagonizó
la gresca en la grada del estadio y la policía se involucró
demasiado, dando rienda suelta a una auténtica bacanal
de violencia. El asunto le costó el puesto a más de uno
y cobró fuerza la iniciativa adelantada por Enrique Mathov
en mayo de 2000 cuando era Secretario de Seguridad Interior,
la de crear un cuerpo especial de Policía especializado
en la violencia en el fútbol.
Las autoridades, con el ex árbitro Castrilli al
frente, han tomado la determinación de ceder 500 hombres
y un grupo de funcionarios de jerarquía para que tengan
una preparación especial psicológica, intelectual y física,
que les permita atender efectivamente un problema que
se ha convertido en el cáncer del fútbol argentino. Entre
otras, una de las metas de este cuerpo, es que sus integrantes
conozcan el escenario centímetro por centímetro. Y el
objetivo conceptual es que sean lo suficientemente eficaces
en la prevención, para que no se desaten batallas entre
las hinchadas o entre los mismos integrantes de las barrasbravas.
La violencia en el mundo del fútbol argentino viene de
lejos.
Los enfrentamientos vienen de lejos. Ya en el primer
superclásico de 1931 chocaron las hinchadas de River y
Boca. Las agresiones parecen algo inherentes a la práctica
del fútbol en un país en el que este deporte es un sentiiento
y hasta una forma de vida. A comienzos del año, el mundo
del fútbol se puso en contra de los violentos. Estaban
hartos de extorsiones y chantajes, de violencia gratuita
y de las amenazas de los barrasbravas, algunos de los
cuales se dedican profesionalmente a ‘animar a su equipo’
viviendo de lo que le sacan al equipo.
A pesar de la iniciativa, la pelota sólo paró durante
unas jornadas. Luego, el fútbol siguió y siguió el robo
de ‘trapos’ entre las aficiones, y las venganzas posteriores.
No era la primera vez que los Jugadores Agremiados
iban a la huelga. En mayo de 1998 un petardo lanzado en
el interior del vestuario de San Lorenzo motivó el primer
parón.
En 1992, los asociados pidieron una mayor seguridad en
los estadios ante el lanzamiento de objetos ante el que
los jugadores se veían impotentes en la cancha y por el
que más de uno había salido del campo en camilla. De nada
sirvió. Las barrasbravas seguían y seguirán ‘apretando’
a los jugadores, las leyes vigentes no se cumplían ni
se cumplirán y los dirigentes seguían y seguirán regalando
entradas a los violentos.