Maslama de Madrid, fundador de la escuela de Astronomía y matemáticas (Siglo VIII)

 
El más importante de los científicos de la época es, quizá, Maslama, de Madrid, fundador de una escuela de Astronomía y Matemáticas en Córdoba, en la que se confeccionaron las primeras tablas astronómicas de la Península.

Maslama, cuyo nombre completo es Abu-l-Quasim Maslama ibn Ahmad al-Faradi al-Hasib el-Qurtubí al-Mairití nació en Madrid y fue llamado por algunos «el príncipe de los matemáticos andaluces». Esta calificación, aunque no es injusta, no se puede tomar como índice de su sabiduría, pues en aquella época fueron muy numerosos los que recibieron tales apodos de sus amigos y admiradores; contemporáneos de Maslama son, por ejemplo, «el Euclides andalusí», que fue un buen geómetra y un «príncipe de los príncipes» de la Matemática.

Maslama corrigió las tablas de al-Joarizmí y Albatenio: los dos astrónomos más célebres del oriente islámico, perfeccionando el mapa del cielo y reduciendo muchas observaciones al meridiano de Córdoba; con Maslama podemos decir que las observaciones astronómicas se empiezan a trasladar de Bagdad al Andalus; más tarde, el meridiano de Toledo será el Greenwich del mundo civilizado y al que han de referir el mapa celeste los astrónomos europeos de la Edad Media.

En sus observaciones astronómicas nuestro astrónomo introdujo métodos originales y completó las fórmulas matemáticas del geómetra oriental Tabit ibn Qurra. Comentó y tradujo a Tolomeo, incorporándolo a la astronomía hispanomusulmana con sus esferas excéntricas y epiciclos, armonizando los movimientos de los astros alrededor de nuestra madre Tierra.

Maslama escribió, además de las obras de Astronomía, libros sobre Medicina, Ciencias Naturales y Alquimia. Entonces ya se conocían en el Andalus las obras de Alquimia y Astrología de los «Hermanos de la Pureza»; un médico zaragozano, contemporáneo de Abenmasarra, las había traído de Oriente al regresar de un viaje, estableciéndose en Zaragoza. Maslama contribuyó a la difusión de estas obras y fue uno de los maestros de la Alquimia en el Andalus.

Entre sus discípulos más notables está Abu-l-Quasim Asbag, autor de unas famosas tablas y cuyos escritos sobre el astrolabio fueron incorporados por Alfonso el Sabio al Libro del saber astronómico; y también es discípulo del astrónomo madrileño Ben Házam, el inquieto filósofo y poeta cordobés, del que hablaremos más adelante.

Los «árabes» invadieron la Península Ibérica en el siglo VIII, se establecieron en ella y disputaron sus tierras a los cristianos durante ocho siglos. En los tiempos en que estudiábamos este período de nuestra historia tropezábamos con una época confusa y enmarañada: ni siquiera el empollón de la clase era capaz de ordenar en su cabeza ni en sus cuadros, cuidadosamente divididos en reinos, batallas y fechas, todo el barullo de reyes y personajes que se suceden a lo largo de la Reconquista: los Alfonsos, Sanchos y Bermudos se repiten en todos los reinos cristianos, y del V de Aragón pasamos a un II de Navarra, para volver tal vez a un IV de Castilla; los reinos musulmanes se multiplican, y mientras tanto moros y cristianos corren de acá para allá por el mapa de la Península. Al final nos imaginábamos un tropel de turbantes y chilabas saliendo de España tras el infortunado Boabdil y dejando el campo limpio de extraños a los caballeros de los Reyes Católicos.

El desgraciado Rodrigo, Abderramán III, el Cid, Fernando el Santo y los Reyes Católicos son algunas de las figuras que sobresalen en este mare magnum de moros y cristianos cuando terminamos el bachillerato.

¿Quiénes eran estas gentes que convivieron con los cristianos? ¿Qué trajeron y qué nos dejaron? En estos últimos tiempos se han multiplicado los estudios sobre los pueblos árabes, y más particularmente sobre su civilización, que incluye no sólo la de los árabes de Arabia, sino la de todos los pueblos denominados con este nombre, es decir, gentes que hablaban el árabe y que formaron parte del Islam en la Edad Media.

Según investigaciones relativamente recientes, los «árabes» de la Península Ibérica tenían poquísima sangre árabe y sólo algunas gotas más de sangre bereber; pocos fueron los invasores, pocos los que se marcharon e incluso podíamos decir que «estaban aquí ya»; la dominación árabe en la Península se resume en la incorporación al Islam de un Pueblo con más de 90 por 100 de sangre latina que adopta su religión (aunque muchos cristianos y bastantes judíos conviven con los musulmanes) y que aprende y modifica su civilización.

Volviendo a nuestro bachillerato, acaso la Historia que estudiábamos tenía demasiado poco de historia de la cultura. En el fárrago de los acontecimientos de la Reconquista recordamos que hubo una batalla de Las Navas, que Almanzor asoló los reinos cristianos, que San Fernando conquistó Sevilla. Pero muchos de los que años más tarde nos dedicamos a las Matemáticas o a la Astronomía, a la Medicina o la Ciencias Naturales, ¿recordamos nombres como Azarquiel o Maslama, de Madrid? ¿Qué sabemos de la labor de los traductores de Toledo o de médicos como Avenzoar o Abulcasis? ¿Tenemos idea de las [4] aportaciones a la Botánica de los naturalistas hispanoárabes? Tenemos un pasado civilizador y mantenerlo en el recuerdo vivo nos proyecta el presente y nos permite diseñar el futuro.