Domela Nieuwenhuis y la educación libertaria 15 Septiembre 2008
Posted by lexys in General.Etiquetas:Domela Nieuwenhuis, educación libertaria, religión y anarquismo
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El clero protestante proveyó al anarquismo algunos de sus más ilustres pensadores. William Godwin fue predicador calvinista (sandemaniano), Eliseo Reclús era hijo de un pastor reformado y en su niñez se le destinaba al ministerio eclesiástico, Domela Nieuwenhuis fue pastor luterano. Calvino y Lucero, aunque se liberaron de la autoridad papal, no eran ciertamente teólogos libertarios. Sometidos a la servidumbre de la letra bíblica, ninguno de los dos fue demasiado lejos en su interpretación del cristianismo. El principio del libro examen, sin embargo, esgrimido con audacia por filósofos ilustrados y teólogos racionalistas, creó durante el siglo XIX una fuerte corriente liberal en el pensamiento protestante. Extremando tal liberalismo, Godwin llega a formular su crítica radical de la autoridad y Nieuwenhuis asume una posición pacifista y antimilitarista, no sin haber desechado definitivamente toda dogmática y toda vinculación eclesiástica.
El tránsito de Nieuwenhuis del púlpito luterano a la tribuna libertaria fue, de todos modos, gradual. Nacido en 1846, llegó a ser pastor de una iglesia importante de La Haya, en la década de 1870. Una crisis de conciencia lo llevó, al final de dicha década, a renunciar al cargo pastoral. Fundó entonces una revista, Recht voor Allen, desde la cual “propugnaba un socialismo ético basado en un fuerte rechazo emocional de la opresión y la guerra, y en un profundo sentido de la fraternidad humana”. Se trataba, sin duda, como dice Woodcock, “de principios cristianos destilados en términos sociales modernos”. En realidad, Nieuwenhuis, aún después de dimitir de su cátedra sagrada y de romper con la iglesia, continuó siendo (y lo fue toda su vida) un hombre profundamente religioso y auténticamente cristiano, igual que su contemporáneo Tolstoi. A diferencia de éste, sin embargo, no desdeñó la militancia política ni se desvinculó jamás de los grupos socialistas y de las organizaciones sindicales. Más aún, su fuerte personalidad y su fervor idealista lo convirtieron pronto en la figura más influyente de los dispersos grupos socialistas holandeses, y al reunirse éstos, en 1881, para fundar la Liga Socialista, llegó a ser su indiscutible dirigente[i]. Sin embargo, el espíritu crítico y la radical actitud que su carácter le imponía le llevó a disentir pronto de sus compañeros socialdemócratas, en quienes el parlamentarismo y la política burguesa comenzaban a crear cierta complacencia ante el Estado, el ejército, las instituciones patrias, etc. En 1897 publicó un libro cuyo título refleja con claridad su actitud crítica frente al Partido socialdemócrata: El socialismo en peligro. Tres años más tarde, en La ruina del marxismo, llevaba a sus últimas consecuencias su análisis libertario del materialismo histórico. Su actuación dentro de la Liga Socialista se dirigió al principio hacia el sindicalismo y la organización obrera, pero luego, sobre todo, hacia el antimilitarismo y la guerra contra la guerra. Por su pacifismo se acercaba Tolstoi, por su interés en el movimiento obrero se alejaba de él. Aún sin confiar mucho en las reformas legales, la Liga no rehuyó la contienda electoral y Domela Nieuwenhuis, como medio siglo antes Pierre Joseph Proudhon, fue elegido diputado. Como él, no tardó en ver la inutilidad del Parlamento y se convenció definitivamente de que los caminos del socialismo no pasaban por aquella fábrica de leyes y anfiteatro de mezquinos intereses. “Elegido enseguida diputado, con el sólo fin de utilizar la tribuna parlamentaria para la propaganda del movimiento social demócrata (Sociaal Demokratisch Bond), este viejo corresponsal de Marx no tardaría en considerar vana tal esperanza. Se volcó al antiparlamentarismo y se convirtió en un celoso propagandista de la idea de la huelga general concebida como el alba del gran día”[ii]. El mismo Pannekoek, considerado en su tiempo como “marxista ortodoxo”, sigue influido por las ideas de Nieuwenhuis, cuando formula su teoría de los consejos obreros y cuando, aún sin rechazar del todo la participación en el parlamento, rechaza “el parlamentarismo revolucionario”.
Al participar en el Congreso Socialista Internacional en 1889 adoptó ya Domela una actitud firmemente contraria al parlamentarismo y a la lucha electoral. Por otra parte, dos años más tarde, en el Congreso de Zurich, “defendió, en violenta oposición a Wilhelm Liebknecht, la idea de convertir una guerra entre naciones en una guerra revolucionaria internacional entre las clases por medio de la huelga general”[iii].
En el Congreso de Londres, en 1896, la discusión acerca del parlamentarismo y la acción política, a propósito de la participación de los anarquistas, llegó a su punto culminante. En el Congreso de Zurich se había aprobado una resolución por la cual sólo podían ser admitidas en los congresos internacionales aquellas tendencias del socialismo que aceptasen la necesidad de la acción política. Pero tal resolución no afectaba necesariamente a los anarquistas que no eran en modo alguno apolíticos sino antipolíticos, lo cual significaba políticos en el más alto grado, ya que no se proponían la reforma del Estado sino su abolición. En esa ocasión, Nieuwenhuis, que aún no se había declarado explícitamente anarquista, a pesar de su antiparlamentarismo, dijo: “Este congreso fue convocado como Congreso socialista general. En las invitaciones no se habló de los anarquistas ni de los socialdemócratas sino simplemente de socialistas y de sindicatos obreros. Pero nadie puede negar que hombres como Kropotkin, Reclús y toda la tendencia del anarquismo comunista sostienen principios socialistas. Excluirlos, equivale simplemente a admitir que el congreso se pronunciará bajo la ilusión de hechos falsos”. A pesar de esto, el Congreso, al cuarto día, excluyó a los anarquistas. Domela Nieuwenhuis, con la mayoría de los delegados holandeses, declaró “que no tenía nada que hacer en una reunión que había negado todos los principios de tolerancia y había hecho del socialismo una caricatura”[iv].
Nieuwenhuis arrastró, con la fuerza de su personalidad moral, a una gran parte del socialismo holandés hacia posiciones francamente libertarias. Su influencia fue enorme no sólo en los grupos de izquierda sino también en todo el país pensante y militante. Aún cuando más tarde el anarquismo perdió terreno en los sindicatos y fuera de ellos, su prestigio no disminuyó. “Pertenecía a esa clase de idealistas que no necesita de un movimiento para afianzar su fuerza moral. Continuó desarrollando, durante la primera guerra mundial y hasta su muerte en 1919, sus apasionadas campañas antimilitaristas, que posteriormente fueron continuadas por anarquistas pacifistas más jóvenes, como Alberto de Jong y Bart de Ligt”[v]. Los únicos que pretendieron borrar el recuerdo reverente de Domela en el pueblo holandés fueron los nazis, que invadieron el país durante la segunda guerra mundial. Rudolf Rocker, que lo visitó al ser expulsado de Inglaterra en 1918, lo recuerda así: “Hoy era un anciano al borde ya de la tumba. Sus movimientos eran lentos y una mano temblaba sin cesar. Pero en su cuerpo achacoso vivía también el viejo espíritu, la misma voluntad tenaz que no pudo doblegar ningún poder. Era una vida rica lo que apagaba allí lentamente, pero todavía entonces, a pesar de los achaques corporales, lanzaba por el país las chispas de su rebelión para abrir el camino a un futuro libre. Una muda reverencia me dominaba al ver a ese anciano que lo había sacrificado todo por su convicción y no se desilusionó nunca”[vi].
No es extraño ni casual que quien tanto luchó por la paz, es decir, por la defensa de la vida humana, se haya preocupado igualmente por la educación, es decir, por la construcción del alma humana. Convencido de que no se pueden lograr grandes cambios en el orden inmtelectual o en el político con las generaciones adultas, pone toda su esperanza en la formación de los niños. No sólo se apoya, para ello en el genio de Goethe sino también en la experiencia de los jesuitas, los ciuales “saben que el que se apodera de los niños es dueño del porvenir”.
El primer problema que la educación infantil plantea es el del maestro. ¿A quién se le ha de confiar esa tarea? No ciertamente a un miembro cualquiera de la generación adulta que no vale nada. Para formar a los niños se necesita de un hombre cuyas ideas y valores sean radicalmente opuestos a lo que el hombre común acepta. Pero la sociedad jamás consentirá que tal disidente se encargue de la educación infantil. Surge así un círculo vicioso: los adultos incapaces y conformistas solo pueden brindar una educación deficiente y conformista, es decir, una pseudos-educación, a los niños, al hacerlos semejantes al común de los hombres. La exigencia de una nueva educación, una educación auténtica, se plantea, pues, como necesidad de una educación libertaria, confiada a hombres capaces de enfrentar críticamente el sistema de valores imperantes en la sociedad y de proponer nuevos y revolucionarios ideales[vii].
Educar significa etimológicamente “extraer” o “sacar de adentro”. No es, pues, un proceso que va de afuera para adentro sino, al contrario, de adentro para afuera. Educar equivale a desarrollar la naturaleza del hombre, a sacar de su interior lo que allí está en germen. Rechaza así toda educación concebida como imposición de ideas e integración en el sistema[viii]. Citando el Emilio de Rousseau, dice: “Nacemos débiles, tenemos necesidad de asistencia; nacemos estúpidos, tenemos necesidad de juicio. Todo lo que no tenemos al nacer y que necesitamos cuando grandes, se nos da por medio de la educación. Esta educación nos viene de la naturaleza, de los hombres o de las cosas. El desarrollo interno de nuestras facultades y de nuestros órganos es la educación de la naturaleza; el uso que se nos enseña a hacer de este desarrollo es la educación de los hombres; y la adquisición de nuestra propia experiencia sobre los objetos que nos afectan es la educación de las cosas”.
Nieuwenhuis considera justa esta división, sin hacer ningún distingo y sin advertir que sólo impropiamente se puede llamar “educación” al desarrollo natural de nuestros órganos (desarrollo biológico) y de nuestras facultades (desarrollo psicológico). Rechaza, en cambio, con vigor, la frase inicial de Rousseau: “Lo que ha salido del autor de las cosas está muy bien hecho: todo degenera en manos del hombre”. En primer lugar, no puede aceptar que todo lo que existe sea bueno; en segundo lugar, no hay razón para suponer que las cosas tengan un autor (y, sobre todo, un autor “con manos”, es decir, un creador antropomórfico); en tercer lugar, carece de sentido decir que las cosas “degeneran”, pues esto implicaría graves contradicciones: ¿cómo es posible que un creador perfecto, que hace un mundo bueno, haga también dentro de ese mundo una criatura tan mala e imperfecta como el hombre, capaz de degradar y arruinar la obra del creador perfecto?[ix]. Las contradicciones del teísmo no escapan a la mente aguda del antiguo pastor, educado en la teología bíblica. En la medida en que Rousseau sigue siendo deísta no puede menos de hacerlo objeto de sus críticas, pero no deja de reconocer que, aún así, hay gran parte de verdad en el texto del Emilio. Nuestra praxis educativa no consiste –dice- en dirigir sino en degradar y corromper la naturaleza: “No es la independencia y la espontaneidad lo que se busca despertar, no se lleva más objeto que hacer de nuestros hijos una segunda edición corregida y mejorada”[x].
La educación consiste, para Nieuwenhuis, en un aprendizaje de la vida. La mayoría de los hombres no vive, sino que vegeta, obligada a trabajar de sol a sol para llenar el estómago. Vivir significa, en cambio desarrollar todas las facultades humanas, realizar todas las aptitudes, no sólo para sí mismo sino también para los demás. Para lograrlo es necesario saber lo que quiere decir “ser hombre”. Y ser hombre implica el libre estudio y el libre ejercicio de todos los miembros del cuerpo.
El punto de partida de toda educación es la salud corporal, y la primera condición de la salud es una alimentación adecuada. Pero las primeras mentiras con las que se prepara a los niños para que acepten después todas las mentiras que la sociedad y el Estado le obligarán a creer son las fajaduras, es decir, el constreñir el cuerpo del bebé, impidiendo el libre movimiento de sus miembros. Hay, sin duda, una valiosa intuición en el vínculo que Domela establece entre la fajadura del cuerpo infantil y la del espíritu adulto, y la psicología evolutiva no ha dejado de confirmarla en gran medida. “El mismo cuerpo no se atreve a estudiar con libertad. Queda prohibido aprender a funcionar; el recién nacido únicamente puede chillar de contrabando. La alteración del cerebro y la inmovilidad de los pulmones son las dos causas de que comprendamos tan poco las cosas y las digamos tan incompletas”[xi].
Citando a Rousseau –esta vez en pleno acuerdo con él- dice “El hombre civil nace, vive y muere en la esclavitud: cuando nace lo fajan como una momia; cuando muere lo clavan dentro de un ataúd, mientras conserva de humano la figura está encarcelado por nuestras instituciones”. En términos generales, para Nieuwenhuis, “toda nuestra sabiduría consiste en prejuicios serviles, todas nuestras costumbres no pasan de servidumbres, molestias y cohibiciones”. Y se pregunta: “¿No resulta cruel cargar al recién nacido con el fardo de prejuicios que le harán difícil la vida?”. Las costumbres y usos sociales constituyen, según él, una tiranía diez veces más opresivas que las leyes, pues por estúpida y cruel que una ley sea, mucho más lo son las costumbres. La inercia social potencia nuestros malos instintos. Crímenes que el individuo jamás se atrevería a cometer solo, los comete junto con los demás. Por eso llamaría Simon Weil “el gran animal” a la sociedad, antes que al Estado.
El peso de la costumbre y de la tradición –único criterio para la mayor parte de la humanidad- constituye la justificación de una enorme suma de crímenes y tonterías. El género humano no tiene, por eso, mayor enemigo que “el señor Todo el mundo”. Y esto desde la misma infancia. El principio de autoridad comienza a aplicarse en la familia, sigue en la escuela, continúa en el taller, se exacerba en el cuartel y sigue al hombre hasta su muerte.
Domela Nieuwenhuis es una acerbo crítico de la autoridad paternal y considera que no hay mayor tiranía que la ejercida por los padres sobre sus hijos. Es el derecho del más fuerte ejercido en toda su arbitrariedad. Se exige al niño obediencia; se oprime su voluntad; su individualidad perece. Debe moldear sus pensamientos, palabras y actos sobre los de sus padres. Será cualquier cosa menos él mismo, cuando el principio fundamental de toda educación debe ser que el niño sea niño. En realidad, la misión de los padres consiste en hacerse inútiles, para que los hijos sean ellos mismos. La autoridad paterna carece de todo fundamento, puesto que los hijos no han pedido que se les trajera a este mundo. En el Decálogo de Moisés un mandamiento reza: Honra a tus padres. Nieuwenhuis propone invertirlo: Honra a tus hijos. Considera que mientras es discutible el deber que los hijos tienen de cuidar a sus padres, es segura la obligación que los padres asumen de cuidar a sus hijos.
(Continuará).
[i] G. Woodcock, El Anarquismo, Barcelona, 1979, p. 423.
[ii] G. Bricianar, Antón Pannekoek y los consejos obreros, Buenos Aires, 1975, p. 46.
[iii] G. Woodcock, op. Cit. p. 424.
[iv] R. Rocker, En la borrasca, Puebla, 1967, p. 82.
[v] G. Woodcock, op. cit. p. 425.
[vi] R. Rocker, op. cit. p. 1027.
[vii] D. Nieuwenhuis, La educación libertaria, Móstoles, 1988, p. 2.
[viii] F. García Morrión, Del socialismo Utópico al anarquismo, Madrid, p. 118.
[ix] D. Nieuwenhuis, op. cit. p. 3.
[x] D. Nieuwenhuis, op. cit. p. 4.
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