La higiene bucal no ha sido siempre algo que haya preocupado demasiado a nuestros antepasados. De hecho, un error típico que cometen las películas históricas es que sus protagonistas lucen dentaduras blancas y bien completas, cuando esto realmente no era nada habitual, al menos entre la mayoría del pueblo llano.
El uso habitual del cepillo de dientes no llegará hasta mediados del siglo XX. Y todavía hoy los dentistas tienen que insistir en su uso frecuente.
Los humanos somos animales comunicativos. Nos encanta hablar. Estamos horas y horas hablando con otras personas en la calle, en el patio, en casa... Y cuando no tenemos personas cerca, las llamamos y hablamos con el teléfono. Perdón, por teléfono.
El bolígrafo es el instrumento de escritura más utilizado del mundo. La bolita que contiene en la punta, que en contacto con el papel va dosificando la tinta a medida que se la hace rodar, es la clave de su funcionamiento.
Vivimos cómodamente asentados en un mundo al que inocentemente denominamos Tierra, a pesar de que el 70% de su superficie está ocupada por agua. De este mundo sólo hemos podido explorar poco más de un 1%. Para hacernos una ligera idea: hay una profundidad media de unos 2.000 metros en todo el mundo, mientras que nosotros, a pulmón, llegamos a unos 5 metros, los buceadores con equipo llegan hasta los 40 metros sin ponerse en peligro y los submarinos nucleares más poderosos se cree que pueden llegar a los 600 metros. Pero desde siempre, el océano profundo ha sido un potente imán para nuestra imaginación. Sólo hace falta releer la mitología griega, con su impetuoso Dios Poseidón (Neptuno por los romanos) y un montón de fantásticos seres acuáticos como las sirenas, los tritones y las nereidas. Pero sería el genio de la ciencia-ficción, Julio Verne, quien dotaría a la imaginación popular de una nave capaz de sumergirse en el mar y descubrir sus profundidades en 20.000 leguas de viaje submarino.