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1.
Construyendo la imagen fotográfica- científica de
la alteridad
Han sido numerosos los trabajos que en los últimos años
se ocuparon de la relación entre la fotografía y
la antropología, tanto desde el punto de vista teórico
como a través de su aplicación a diversos espacios
geográficos y grupos étnicos respectivos. Sin embargo,
el análisis e interpretación de la construcción
de la imagen fotográfica-científica de la alteridad
no encuentra antecedentes en el espacio que nos ocupa, el Gran
Chaco, poblado aún hoy por numerosos grupos étnicos,
que en el pasado fueron investigados por importantes referentes
de la historia de la antropología en la Argentina.
Si
bien en este país hay numerosos estudios que analizan
la iconografía artística de la época colonial
e independiente que tomara al indígena como objeto de
representación -incluyendo en algunos de ellos ejemplos
del indígena chaqueño-, no ocurre
lo
mismo con los trabajos sobre fotografía etnográfica,
que por lo general se han circunscrito a análisis de
imágenes por parcialidades donde han sido prioritarios
los estudios de indígenas del sur (Pampa y Patagonia).
Desde hace pocos años iniciamos nuestro trabajo de recopilación
de textos fotográficos del indígena chaqueño,
habiendo realizado análisis e interpretación de
aquellos procedentes en especial de misioneros franciscanos,
fotógrafos profesionales y expedicionarios, muchos de
los cuales fueron editados en forma de postales. Sin embargo,
el inventario y catalogación de imágenes del indígena
chaqueño que venimos realizando en forma solitaria, abarca
un corpus documental muy rico y abundante que, en una de sus
aristas, presenta el material procedente de la investigación
antropológica. Hacemos una salvedad: aunque de toda fotografía
es susceptible obtener información significativa, en
este trabajo denominaremos “fotografía antropológica”
o “material visual antropológico” a aquel
obtenido por antropólogos o personas vinculadas a la
investigación antropológica y utilizados para
sus estudios científicos
.
Nos
ocuparemos por consiguiente del “antropólogo como
fotógrafo”, con las distintas posibilidades de
análisis -no excluyentes- que la condición de
científico que se apodera de una cámara fotográfica
supone.
En este trabajo, la trayectoria de la relación “ciencia
antropológica” y “fotografía”
se iniciará en la década de 1890 en el Chaco paraguayo
con Guido Boggiani y concluimos con una figura-símbolo
de la antropología de la región, el suizo Alfred
Métraux, con imágenes obtenidas principalmente
en las décadas de 1930 y 1940. Este itinerario nos permitirá
reflexionar sobre los supuestos que regían la ciencia
antropológica en este período y la presencia/ausencia
y uso/s de la fotografía en el discurso antropológico.
Consideramos, por consiguiente, tanto las fotografías
aisladas que se conservan en diferentes repertorios documentales
y donde se consigna la autoría, como también aquellas
incluidas en los textos antropológicos por sus autores,
ya que la vinculación texto-imagen fotográfica
contribuye a reconstruir el status dado por el antropólogo
a la imagen en el contexto de su producción científica.
Asimismo, pretendemos confrontar la fotografía, la antropología
y las exhibiciones de grupos indígenas con la colaboración
de funcionarios y antropólogos, donde la fotografía
ocupó un importante papel.
2. Guido Boggiani y los orígenes de la antropología
visual en el Gran Chaco
Guido Boggiani (1861-1901) podría ser considerado un
viajero más, como tantos otros que recorrieron la geografía
americana en el siglo XIX. Sin embargo, a este italiano que
llegó a Asunción del Paraguay en 1887 y permaneció
allí hasta su muerte ocurrida entre los chamacoco
en 1901, tal encasillamiento no haría más
que opacar las múltiples facetas que caracterizaron su
corta vida: comerciante devenido en etnógrafo y lingüista,
artista plástico y fotógrafo, sus estudios etnográficos
y lingüísticos entre los caduveos, chamacocos
y otros grupos del Chaco paraguayo hicieron de él una
fuente obligatoria para antropólogos posteriores, como
Darcy Ribeiro, Claude Levi-Strauss, Alfred Metraux y Max Schmidt
que trabajaron entre estos mismos grupos y que lo reconocieron
como una autoridad en la materia.
Su
“Compendio de Etnografía Paraguaya Moderna”
(Boggiani, 1900), se convirtió en un clásico
para la antropología regional. Asimismo, su participación
activa en los círculos intelectuales paraguayos y en
los ámbitos científicos argentino e italiano,
legitimaron su labor científica (Giordano, 2002)
.
Desde
el establecimiento de Boggiani en la capital paraguaya en
1887, sus internaciones en la selva paraguaya
se interrumpieron por un viaje que realizó a Italia
en 1893, donde se dedicó principalmente a lecturas
sobre etnografía, historia y lingüística.
A su regreso en 1896, trajo consigo una cámara fotográfica.
En una carta enviada por Boggiani a Lafone Quevedo, miembro
del Instituto Geográfico Argentino, le comentaba de
una incursión que realizaría entre los caduveos,
en la cual “... llevaré también una
buena máquina fotográfica y haré una
buena cantidad de retratos. De los Chamacocos tengo ya una
colección fotográfica hermosísima; y
espero con el tiempo poder completar esa colección
con retratos de todas las tribus de que me ocupo en mis estudios”
(Boggiani, 1897).
Si bien Boggiani era pintor, su inclinación por la
fotografía se deriva probablemente de sus lecturas
en su viaje a Italia, donde reconoce haber leído sobre
etnografía y es posible que haya conocido los escritos
circulantes en esa época sobre el uso de la cámara
con fines antropológicos
. Por otro lado, él mismo hizo referencia a su recorrido
por distintos museos italianos, y en tal sentido es importante
recordar que en ese contexto histórico las fotografías
de los “grupos primitivos” expuestas en los museos
permitían representar visualmente, para el público
en general, la confirmación de un estadio intermedio
entre la civilización y la vida animal (Sel, 2001).
Veamos
cuál fue el uso que le dio Boggiani a la máquina.
En el conjunto de su producción se puede advertir
que orientó el foco de su cámara hacia diversos
aspectos de la nueva realidad que lo rodeaba en sus aventuras
por el Matto Grosso y el Chaco paraguayo: el paisaje, tal
como en su obra pictórica, fue uno de esos objetos
de representación, al igual que vistas de poblados
y diversos
objetos etnográficos, en particular aquellos plumajes
y ornamentos varios que utilizaban los grupos indígenas
con los que se encontraba.
Sin
embargo, su registro fotográfico más importante
alude a la representación/presentación del “otro”
indígena a través del retrato, creando una imagen
de la alteridad de caracteres sobresalientes.
Las
fotografías de personajes de las tribus angaites,
lenguas, sanapanás, caduveos,
tobas, payaguás, bororo
y chamacocos constituyen el primer repertorio fotográfico
de un amplio conjunto de etnias del Gran Chaco y Matto Grosso,
lo que convierte a Guido Boggiani en el pionero de la fotografía
etnográfica de la región. Si bien otros fotógrafos,
como el caso del español Manuel de San Martín,
había fotografiado algunos de estos grupos en su entorno
casi una década antes que Boggiani, su producción
no alcanza la cantidad de imágenes y las tipologías
de representaciones que lograra este último, además
que a uno y otro lo guiaban intereses diversos en la obtención
de las mismas: mientras San Martín tenía una
intencionalidad eminentemente comercial -algunas de estas
fotografías fueron editadas en su álbum
“Vistas del Paraguay”-, a Boggiani lo orientaba
un interés etnográfico, pues según el
antropólogo alemán Robert Lehmann Nitsche que
trabajaba en el Museo de La Plata, el italiano le habría
reconocido su intención de publicar esas fotos en forma
de Atlas en los Anales de ese Museo, hecho que no pudo concretar
por su trágica desaparición.
Luego de su muerte, este repertorio fotográfico del
indígena del Gran Chaco y Matto Grosso, se dio a conocer
a la opinión pública y a la ciencia a través
de la edición del Atlas Antropológico, titulado
“Colección Boggiani de Tipos indígenas
de Sudamérica Central”, obra gestionada
por Robert Lehmann Nitsche y publicado en 1904 por una de
las editoras de postales más importantes de Buenos
Aires, la casa Rosauer. La selección de imágenes
y la organización del Atlas fue realizada por el propio
Lehmann Nitsche, quien pretendió ordenarlas siguiendo
los criterios de presentación de los estudios antropométricos
que él mismo utilizara en sus trabajos, ya que lo presentaba
como “de interés para los hombres de ciencia”.
Sin embargo, y a pesar de reconocer la excelencia de estas
imágenes y la importancia de su utilización
para la antropología, encontró que las mismas
“no han sido hechas conservando los principios antropológicos
existentes”, resaltando sin embargo, la calidad
y el principio artístico que en ellas se evidenciaba
al afirmar que “... es en la obra de Boggiani donde
se reconoce por primera vez el principio artístico
en la fotografía antropológica ... dando nuevas
orientaciones a la antropología, especialmente a la
fotografía antropológica” (Lehmann
Nitsche, 1904ª).
Es
decir, para Lehmann Nitsche las tomas en diversas poses del
mismo personaje podrían ser utilizadas científicamente
pero no se ceñían estrictamente a las normativas
de la fotografía antropométrica que era la que
a él particularmente le interesaba; aunque reconocía
el alcance científico de estas imágenes, además
de su valor artístico. Estas apreciaciones son propias
del contexto epistemológico que sustentaba la ciencia
antropológica del siglo XIX y principios del XX, donde
cualquier reacción estetizante invalidaba el registro
antropológico.
La difusión
y recepción de estas fotografías en el mercado
postal de Buenos Aires parece haber sido exitosa; prueba de
ello constituyen las reediciones posteriores de la misma serie
por Rosauer, la edición de algunas de ellas en color
en otras series de la misma casa editora, como así también
la selección de unas pocas imágenes por otro editor
de postales de Buenos Aires, Zaverio Fumagalli, quien hacia
1907 las publicó con un error en la descripción,
ya que aparecen como “República Argentina.
-(tribu)-. Chaco”, falsificando deliberadamente
la pertenencia geográfica con un fin claramente comercial.
Las
tomas de Boggiani no fueron realizadas con la intención
de una clasificación de tipo antropométrico
y por tal razón no aisló totalmente al indígena
de su entorno, sino que prefirió mantener al individuo
en su contexto natural, a la vez que les devuelve cierta humanidad
al realizar retratos de indígenas riéndose o
en poses despreocupadas, diferentes a las que suscita un interés
antropométrico. Ello no quita que las imágenes
sean intervenidas y por lo tanto no respondan a una instantánea;
por el contrario, aún en las escenas más despreocupadas
o realizadas aparentemente “al pasar”, como así
también en los desnudos, existe un montaje de la escena
y una pose del retratado que lejos de registrar una realidad
“tal cual es”, se convierten en una representación
de esa realidad y simbolizan un encuentro de identidades del
autor y el retratado. Es que el complejo acto del “mirar”
y obturar la máquina supone un diálogo entre
el observado y el observador que, en este caso, asume los
caracteres de un coloquio cordial, amable y humano, pero no
por ello, exento de subjetividad y recortes.
El
conjunto de imágenes de Boggiani de los diferentes
grupos indígenas sobrepasa las representaciones de
los paradigmas naturalista, cientificista-positivista y estetizante,
pero contiene, sin embargo, elementos de todos ellos: pureza
racial y autenticidad cultural, primitivismo emocional e irracional
se mezclan con una mirada evocadora y poética. El artista-científico
transforma al “salvaje” en “humano”,
superando así el exotismo de huella colonial y el naturalismo
biologicista de la ciencia. A diferencia de las imágenes
que respondían a tipologías generalizadoras,
Boggiani consignó en su cuaderno el nombre de cada
uno de los retratados y el lugar donde fue obtenida la imagen,
posibilitando un acercamiento diferente al “objeto”
de sus investigaciones.
Si
Boggiani fue el precursor en la utilización de la
fotografía con fines etnográficos en el Gran
Chaco, hubo quien quiso ser su continuador: el checo Alberto
Fric. Siguiendo la trayectoria iniciada por el italiano,
Fric obtuvo los negativos de las fotografías de aquel
y pretendió realizar una tarea análoga en
sus estudios etnográficos y lingüísticos
como en el uso de la cámara. Sin embargo, sus fotografías
se alejan de las del italiano tanto en calidad como en intencionalidad:
la mirada etnocéntrica se acentúa en Fric,
reforzada por su inclusión en muchas de las composiciones,
y la idea de primitivismo se asocia con mayor
consistencia con la de salvajismo y, en
correspondencia, con la natural inferioridad del salvaje.
En las imágenes de Fric nos encontramos con retratos
individuales que responden a modelos iconográficos
muy disímiles: algunos de ellos siguen la línea
de Boggiani, y son los que presentan al retratado sobre
fondo neutro en imágenes de medio cuerpo o cuerpo
entero, donde se presenta al indígena semidesnudo,
con taparrabos y ornamentos típicos. Otros retratos
individuales responden a las convenciones de la iconografía
y de la fantasía erótica masculina occidental,
como una maja indígena vestida, o un retrato de una
mujer indígena sentada, de cuyo pecho un niño
de edad avanzada parece amamantarse, pero más bien
se encuentra representando un juego erótico. También
nos encontramos con retratos grupales que responden a la
diferenciación de “tipos”, donde dos
o tres personajes se convierten en una generalidad.
Fric
se propone mostrar la cotidianeidad de la vida del indígena
chaqueño a través de la instantánea,
como en aquellas composiciones “al pasar” de
juegos de mujeres, o de fogones indígenas.
Es
que la fotografía instantánea supone capturar
el momento y el contexto sin intervenciones e interpretaciones,
captando al “otro” sin distorsiones, supuesto
muy discutido, más aún en este caso en que
se propone representar aspectos culturales de la otredad.
A diferencia de Boggiani, Fric pudo editar parte de su colección
de fotos junto a sus escritos etnográficos (Fric,
1946).
3.
La democratización de la cámara en los estudios
antropológicos del Gran Chaco. De las antropometrías
a los estudios de campo.
Boggiani y Fric devinieron en etnógrafos como consecuencia
de sus múltiples intereses. Pero la ciencia antropológica
estaba realizando, desde la última década
del siglo XIX, incursiones cada vez más importantes
en el Gran Chaco. Desde los centros de producción
de conocimiento antropológico argentino creados en
el siglo XIX y primeros años del siglo XX, -el Museo
de Historia Natural de Buenos Aires, el Museo de La Plata
y el Museo Etnográfico de la Facultad de Filosofía
y Letras de la Universidad de Buenos Aires-, se realizarán
los primeros estudios en el Chaco argentino y algunos de
estos antropólogos también tratarán
diversas etnias del Chaco paraguayo.
Por su parte, desde Paraguay, distintos antropólogos
europeos comenzaron a arribar a este país a principios
del siglo XX para llevar adelante sus investigaciones antropológicas
y lingüísticas. El nucleamiento inicial fue
el Instituto Paraguayo y la Sociedad Científica del
Paraguay. De todos ellos tomaremos aquellos que hayan utilizado
la cámara con mayor asiduidad para sus estudios.
a) La fotografía en estudios antropométricos
y somatológicos
Iniciamos el recorrido con Robert Lehmann Nitsche, alemán
que ocupó el cargo de director de la Sección
Antropología del Museo de La Plata entre 1897 y 1930,
período en que acudió en numerosas oportunidades
al Chaco. La producción de este antropólogo
abarca una amplia gama de intereses, pero hasta 1910 aproximadamente
sus estudios estuvieron orientados por su formación
como naturalista y médico y se dirigieron a la antropología
física, paleomedicina, paleoantropología y
antropología legal
.
En
este contexto nos encontramos principalmente con dos trabajos
sobre indígenas chaqueños, en particular
“Etudes anthropologiques sur les indiens Takshik
(Groupe guaicurú) du Chaco Argentin"
(Lehmann Nitsche, 1904b) y "Estudios antropológicos
sobre chiriguanos, chorotes, matacos y tobas (Chaco Occidental)"
(Lehmann Nitsche, 1906), donde la fotografía se
convirtió en complemento de sus mediciones antropométricas.
En el primero de ellos, la perspectiva descontextualizada
de este tipo de relevamientos, se afirma en la misma circunstancia
en que realizó los registros escritos y fotográficos:
en 1899 Lehmann Nitsche aprovechó el traslado por
parte de un empresario, de un grupo de indígenas
pilagás a Buenos Aires, quienes serían
llevados a la Exposición Universal de París.
El grupo permaneció un mes en esta ciudad y tras
negárseles la autorización para salir del
país, volvieron a sus tierras. Fue en ese período
de permanencia en la capital, que Lehmann Nitsche realizó
sus relevamientos de 23 indígenas, acompañado
por Carlos Bruch, quien realizaba las tomas fotográficas,
obteniendo –según sus propias palabras- un
“álbum fotográfico” que reproduce
en planchas en su publicación. Se dedica a describir
el método de obtención de fotografías,
como así también la disposición de
las mismas en planchas, porque desde su visión,
el ideal clasificatorio que suponía este tipo de
relevamiento debía quedar claro al ojo del lector.
En cuanto al método de obtención de las
fotografías, -que complementaba la parte métrica
y descriptiva de los formularios-, para las imágenes
de busto colocaba la cabeza del retratado sobre un soporte
especial. Las de cuerpo entero, sin embargo, estaban acompañadas
por una escala graduada que también utilizaba para
reproducir las fotografías sobre las planchas,
en una proporción de 1:2.5, según la propuesta
de Fourdrignier lo cual, desde su perspectiva, constituía
una oportunidad excelente para conformar un “atlas
antropológico” (Lehmann Nitsche, 1904b).
La manera en que clasificaba, ordenaba y presentaba las
imágenes en las planchas para ser expuestas al
lector, nos revela la minuciosidad de su técnica
pero también, el concepto de “tipo”
que manejaba, vinculado a la noción de “media-humana”.
Expresaba al respecto:
“Dispusimos
nuestros individuos sobre las planchas a partir
el método que nos hizo conocer M. Fritsch
en Berlín, quien ordenó de esta
manera su magnífica colección de
fotografía antropológica. El
principio es ofrecer a la vista de la persona
que las considera la mayor cantidad posible de
fotografías en una sola plancha. De
esta manera, el ojo no se fatiga y no se “hipnotiza”,
así se expresa Fritsch. Un solo golpe de
vista es suficiente para mirar un gran número
de individuos a la vez. El ojo se hace de esta
forma por sí mismo un promedio fotográfico
de todos los sujetos reunidos; por lo tanto, no
es necesario fotografiar un individuo sobre una
placa ya ocupada por otro como lo propuso M. Batut,
para reproducir el tipo de una familia, de una
tribu o de una raza” (ibid).
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En sus estudios, Lehmann Nitsche describe los métodos
implementados para el registro antropométrico
(parte métrica y parte descriptiva), como así
también realiza una minuciosa descripción
sobre el uso de la fotografía, el contexto
en que se obtuvieron las imágenes y las decisiones
acerca de la pose del retratado. Teorizó sobre
la utilidad de la fotografía como técnica
de relevamiento, resaltando el “valor práctico”
de la misma, que contribuía a completar el
formulario descriptivo. Señalaba que el llenado
de los formularios le llevaba mucho tiempo, y en tal
sentido, la fotografía le permitía ahorrar
tiempo y palabras de más, añadiendo
que:
“...
ya especifiqué que tales relevamientos
matemáticos sacados de frente y de
lado, para representar al indígena
con exactitud, en la misma proporción
(a pesar de ser el procedimiento técnico
que se efectúa admirablemente por la
silla de Bertillon) no alcanzan a ser del
todo eficaces y hay que combinarlos con relevamientos
verdaderamente artísticos de tres cuartos
perfil. En todas las operaciones fotográficas,
la máquina y el indígena se
colocaban en el mismo lugar y los retratos
resultaban así de la misma reducción.
Con mover la máquina un poco hacia
delante al tomar la fotografía de costado,
obteníamos fácilmente y sin
mecanismo especial de reducción igual
de la vista de frente sin necesidad de la
silla que no es adecuada para llevarla de
viaje.” (Lehmann Nitsche, 1907).
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Sin
embargo, probablemente por la calidad de las lentes,
los tatuajes faciales no son advertibles en los retratos,
y por lo tanto estos datos eran cuidadamente descriptos
por medio del dibujo.
Las
imágenes de Lehmann Nitsche se corresponden,
por consiguiente, con la antropología de
fines del siglo XIX sustentada en teorías
raciales y en la posibilidad de clasificar los
grupos en función de caracteres somáticos;
pero también, se basaba en la convicción
que se tenía entonces acerca de la condición
mimética de la imagen fotográfica,
que para el investigador antropológico
se prestaba en modo perfecto a los efectos de
convertirse en el medio de registro de “la
verdad”, y cuyos datos eran sistematizados
y analizados en forma rigurosa.
Los estudios en somatología chaquense,
después de los trabajos de Lehmann Nitsche,
no tuvieron continuidad, a excepción de
algunos trabajos aislados. Recién a principios
de la década del ´40, Osvaldo Paulotti
realiza observaciones y relevamientos sobre los
toba, que también registra a través
de la fotografía
. Sin embargo, en su utilización se advierte
una concepción diferente, vinculado tanto
al tipo de imágenes obtenidas, a su presentación:
incluye retratos grupales obtenidos en el contexto
natural de vida del indígena, a la vez
que los retratos individuales en las diferentes
posiciones -propios del registro antropométrico-
no son descontextualizados y ubicados sobre fondo
neutro con los recaudos en la obtención
de las tomas que señalamos para el caso
de Lehmann Nitsche, sino que se mantiene al retratado
en su ambiente o bien las tomas de medio cuerpo
son realizadas con mayor libertad. Por otro lado,
el registro fotográfico no adquiere en
sus estudios la importancia que en los de Lehamnn
Nitsche, y asumen más bien una función
ilustrativa y no complementaria del registro escrito.
Los
criterios clasificatorios continúan siendo rígidos
y tienen por objetivo la creación de estereotipos,
pero la fotografía ya no acompaña de igual
forma las tareas de relevamiento, seguramente influida
por el énfasis en el desarrollo de la antropología
social, ámbito en el que el mismo Paulotti también
incursionó.
b) Fotografía, estudios de campo y concepciones
de la ciencia antropológica en el Gran Chaco
En el Chaco paraguayo, las investigaciones pioneras
del antropólogo alemán Max Schmidt sobre
distintos grupos de esta región significan un
nuevo aporte a la etnografía de la misma y en
particular a la antropología visual. Si bien
realizó entre 1900 y 1931 varios viajes de estudio
al sur de Brasil y Paraguay, es a partir de este último
año que se instala definitivamente en Asunción,
dedicándose junto a Andrés Barbero a la
conformación del Museo Etnográfico de
esa ciudad.
En 1935, al finalizar la Guerra del Chaco, realizó
una importante expedición etnográfica
al Chaco paraguayo, entrando en contacto con diferentes
etnias y regresando con material etnográfico
y numerosas fotografías, que junto a las obtenidas
por Andrés Barbero y por el fotógrafo
Otto Moessgen –utilizadas por Schmidt para algunos
de sus trabajos- constituyeron la base del archivo fotográfico
del Museo Etnográfico de Asunción.
Las fotografías de Schmidt se convierten en la
verificación del “estar ahí”
del antropólogo; son la evidencia de la experiencia
íntima que supone el trabajo de campo. La observación
antropológica de las organizaciones sociales
de los “otros salvajes” es registrada por
la pluma y se presumía hacerla visible a través
del foco de la cámara. Las imágenes de
Schmidt se encuentran en la intersección entre
la instantánea y la imagen montada: se orientó
a retratar al indígena en su entorno, dirigiendo
claramente las tomas hacia los dos aspectos de la economía
que desde su perspectiva teórica eran factibles
de aproximación empírica: el material
(que incluía la tecnología) y el social.
Por ello, la diversidad de motivos representados en
sus imágenes no son similares al relato del viajero
que registra un aspecto tras otro sin un hilo conductor.
También nos encontramos con fotografías
que contienen reminiscencias de los estudios clasificatorios,
aunque el indígena no posa desnudo y la imagen
se presenta casi como producto de una instantánea:
sin embargo, se realizan tomas de medio cuerpo en diferentes
poses, semejantes a la fotografía antropométrica.
En
Schmidt se hace evidente, por un lado, la convicción
de “verdad” de los datos antropológicos
y análogamente, la misma retórica respecto
de la fotografía. En definitiva, la certidumbre
fotográfica se corresponde con la certidumbre
de la observación de campo.
Hemos
señalado la utilización por parte de Schmidt
de fotografías obtenidas por Otto Moessgen, en
especial de los lengua. Estos retratos naturalistas,
generalmente individuales y en pocas ocasiones con la
presencia de dos personajes enfrentados en la composición,
tienen como fondo espacios abiertos, que remiten a alguna
construcción sin identificarse su condición.
También nos encontramos con algunas tomas donde
el personaje, en el contexto del espacio natural, apunta
el arco y flecha hacia un objetivo fuera del foco, aunque
es advertible que estas imágenes nos hablan más
bien de los elementos culturales de estos grupos que
le interesan documentar al emisor, que de una actitud
guerrera por parte del retratado la que, tanto por la
pose como por la actitud, está lejos de ser tal.
Escenas grupales de indígenas en sus toldos,
en poses rígidas frente a la cámara, completan
este universo visual de Moessgen.
Por otro lado, las tomas demuestran haber sido obtenidos
por un fotógrafo profesional que tiene un interés
etnográfico, razón por la cual estas imágenes
no sólo pasaron a integrar el núcleo inicial
del archivo fotográfico del Museo Etnográfico
“Andrés Barbero”, sino que fueron
incluidas junto a textos de antropólogos que
trabajaron en la región y se constituyeron también
en los íconos comerciales del indígena
paraguayo en las décadas de 1910-1920, a través
de su circulación en postales.
Enrique Palavecino
ha sido probablemente uno de los antropólogos
que trabajó en el Chaco argentino y utilizó
con mayor asiduidad la cámara. Gran parte de
su colección de fotografías se encuentra
en el Museo Etnográfico “Juan Bautista
Ambrosetti” de la Universidad de Buenos Aires,
del que fue su Director, y la mayoría de sus
trabajos publicados están acompañados
por imágenes. Los intereses de Palavecino estuvieron
vinculados al campo de la antropología cultural,
además de haber incursionado en la lingüística,
la historia y teoría del arte, el folklore, entre
otros ámbitos.
Desde
una perspectiva funcionalista, entendía a la
cultura en sentido descriptivo como
“...
el conjunto socialmente tradicional, orgánicamente
integrado e históricamente variable de
ideas, aptitudes, instituciones y técnicas
mediante las cuales el ser humano satisface y
regula sus necesidades e impulsos (alimentación,
reposo, seguridad, vida social y religiosa)”
(Palavecino, s/f). |
En
correspondencia con este concepto, el universo visual
del indígena chaqueño creado por Palavecino
contempla una amplitud de manifestaciones culturales
que se corresponden con sus intereses sobre la base
económica, la alimentación, vestimenta,
vivienda, magia y medicina, adornos y cuidado personal,
manifestaciones artísticas, juegos y deportes,
utensilios, sistemas técnicos, ámbito
natural.
En
aquellas oportunidades en que se dedica a enfatizar
aspectos teórico-metodológicos de la labor
etnográfica, Palavecino señalaba que el
“testimonio directo” era obtenido por el
antropólogo a través de la técnica
de participación:
“En
la técnica de la participación
para el relevamiento de la cultura se da el
caso excepcional en la exigencia de la metodología
científica (sic). En el primer tiempo
de la recolección del material el investigador
no debe abstraerse del objeto de su interés,
sino adentrarse en él...” (ibid). |
En correspondencia con esta metodología,
“...
el estudio de la cultura... se convierte en
una especie de introspección posterior
a la impregnación que el observador debe
cumplir” (ibid). |
En
ningún caso encontramos referencia explícita
al papel de la fotografía como método
de registro, ni de análisis y percepción
de los nexos funcionales de una cultura, que eran
en última instancia los objetivos de exploración
planteados por este autor. Por ello, y a pesar
de haber utilizado tan profusamente la cámara,
las fotografías que registraban aquellos
aspectos culturales descriptos en el texto, pasaron
a ocupar dos funciones vinculadas: en primer lugar,
preservar un fragmento del pasado transformándolo
en un “aquí y ahora”, constituyendo
un “relato unificador de cultura”.
En segundo lugar, acompañar al texto escrito
casi con el status de ilustración del mismo,
cumpliendo en oportunidades una función
complementaria pero en ningún caso amplificadora
de la narrativa textual, legitimando, asimismo,
el “estar ahí”, el “poner
el cuerpo”, el haber “visto”
y “observado” que también aparecen
en el discurso escrito. Las leyendas no sólo
describen la fotografía, sino que amplían
lo representado en la imagen, pero son descripciones
generalizantes, y por lo tanto no confieren inmediatismo
ni familiaridad con el retratado
; sólo en una de estas leyendas encontramos
alusión a la toma de la imagen: se trata
de una fotografía de tres indígenas
pilagás descriptas como “Un
grupo de pilagás” y a continuación
referencia lo siguiente: “Estos tres
indios se acercaron en son de visita al campamento
de paso Latá y se prestaron sonrientes
a ser fotografiados, toda una novedad para ellos”
(Palavecino, 1933)
.
Tanto
Palavecino como Métraux, además
de utilizar sus propias fotografías, hicieron
uso de otras obtenidas por el fotógrafo
Hans Mann, quien recorrió gran parte de
la Argentina en un proyecto de la Academia Nacional
de Bellas Artes siguiendo otros objetivos en cuanto
al registro fotográfico, pero que aprovechó
para obtener retratos de indígenas chaqueños
en su paso por la región. La calidad y
definición de las tomas, el admirable uso
de la luz y los recortes de las imágenes
-intencionalmente delimitados pero contextualizados-,
ejercieron un atractivo particular por los antropólogos
mencionados, que incorporaron estas imágenes
en sus trabajos.
Para cerrar este recorrido sobre la descripción
de los diversos usos de la fotografía por
la ciencia antropológica en el Gran Chaco
hasta la década de 1940, nos referiremos
a uno de los etnógrafos más insignes
que trabajara en esta región, el suizo
Alfred Métraux.
Sus
trabajos de campo entre los pilagá,
wichi, toba y chiriguano
se convirtieron en experiencias científicas
y personales intensas para Métraux, y hasta
se ha cuestionado el tipo de trabajo de campo
llevado a cabo:
“...
sus estadías de investigación
entre los indios del Chaco fueron muy cortas,
y nunca aprendió el idioma. En sus
diarios, los indios no tienen nombre propio,
o pocos lo tienen, en general son nombres
genéricos como Pilagá, Mataco
o Toba. Estableció relaciones monetarias
con sus informantes, pagándoles o haciendo
intercambios con ellos continuamente. Lo visitaban
decenas de indios para venderle artesanías
o intercambiar tabaco o azúcar...”
(Hirsch, 1999)
. |
Hirsch señala que los escritos de Métraux
están caracterizados por un “realismo
etnográfico”
, donde la teoría es relegada por sobre la
praxis que el trabajo de campo supone para el conocimiento
de “primera mano”. Y es en esta vertiente
en la que también se encuadra su producción
fotográfica. Métraux dispara hacia sus
“objetos” con la intención de “documentar”
aquello que “observa” por primera vez
y cuyo registro visual “salva” del inevitable
cambio que, desde su concepción, estas sociedades
sufrirían.
Si su preocupación como etnógrafo era
documentar el proceso de cambio cultural y de transformación
de los grupos chaqueños, su documentación
fotográfica estaba orientada hacia aquellos
aspectos de la cultura material que a los ojos del
etnógrafo eran susceptibles de desaparición:
desde los rituales mágicos, danzas, instrumentos
musicales, máscaras y pinturas, arco y flecha,
hasta la vivienda y el vestido: estas imágenes
suponen una substitución literal del hecho
antropológico, pues formaban parte de la vertiente
documentalista que continuaba siendo sustentada por
el supuesto de “imagen neutra”.
Métraux
no se priva del retrato, género que cultiva
con una admirable calidad en las tomas, caracterizadas
por un realismo evocador que supera el mero registro
documental, para adentrarse en el campo de la “representación”:
sus retratos nos hablan mucho más del ser
humano que del científico, se convierten
en una proyección de su fascinación,
angustia y ansiedad ante el “otro”.
Es
por ello que argumentamos que el registro/documentación
(fragmentario, construido y no “dado”)
de la cultura material de los pueblos chaqueños,
difiere de la representación, con caracteres
idealistas y estetizantes, del retrato indígena
(Kossoy, 1989)
, aunque ello no anula el registro antropológico.
Si el trabajo de campo involucra al antropólogo
tanto en sus dimensiones intelectuales como personales
e históricas, es probablemente en las fotografías
de Métraux donde la imbricación
de tales aspectos se hace más evidente.
¿Qué
relación establece Métraux entre
la imagen y el texto escrito en sus publicaciones?
La integración texto-imagen se da en algunas
oportunidades a través de breves leyendas
de carácter generalizante que apuntan a
señalar el aspecto cultural registrado
a través de la imagen, como por ejemplo
“Indios pilagás con máscaras
y pinturas”, o solamente a señalar
el grupo étnico al que pertenecen y en
algunas oportunidades, el lugar en que fue obtenida
la imagen. La familiaridad e inmediatismo es lograda
a través de la inclusión de palabras
indígenas en las leyendas, que aluden a
los elementos culturales o actividades que se
registran en la imagen.
El nombre del indígena solamente aparece
en aquellas fotos incluidas en su publicación,
pero que no son de su autoría, como por
ejemplo las imágenes del RP. Honorio Catinari
que incorpora en su trabajo sobre los chiriguanos
(Métraux, 1929)
. En ese mismo trabajo, varias fotografías
y sus descripciones registran secuencialmente
la elaboración de objetos culturales por
parte del indígena. Por lo tanto, el foco
de atención no está dado en la figura
del indígena, sino en la actividad y producción.
3. Los “chaquenses” en vidriera.
Exhibiciones etnográficas, fotografía
y antropología.
La exhibición de los “pueblos salvajes”
de distintos lados del mundo comenzó a
convertirse en una práctica más
o menos común en diversos lugares. Un ejemplo
conocido fue la exhibición que durante
largos 20 años se realizó en el
Jardín Zoológico de París
entre 1877 y 1903 (Collomb, 1996)
.
En
la mayoría de los casos, estas “presentaciones”
estaban organizadas por comerciantes que pretendían
obtener rédito económico explotando
la imagen del “otro” desde el imaginario
del exotismo que primaba en la sociedad europea
de la época. Sin embargo, en muchas de
ellas, la participación de los antropólogos
fue protagónica, ya que aprovechaban
tales circunstancias para realizar sus observaciones
y relevamientos.
En
el caso chaqueño, hemos señalado
la intención de enviar un grupo de indígenas
pilagás a la Exposición
Universal de París de 1900, hecho que
se vio frustrado por la situación de
indocumentados de los indígenas.
Sin
embargo, el caso más paradigmático
lo constituye un grupo de maccá
del Chaco paraguayo, ya que las exhibiciones
de su “Fantasía India”
en Asunción y Buenos Aires se complementaron
con estudios antropológicos tanto en
el Paraguay como en la Argentina, y del registro
fotográfico correspondiente. En estos
episodios se vieron involucrados varios de los
antropólogos que ya hemos abordado anteriormente.
Para la década de 1930 los maccá
eran aún un grupo poco estudiado por
la ciencia antropológica, principalmente
a causa de su ubicación lejana de la
capital paraguaya, ya que su área de
asentamiento distaba unos 400 kms. de Asunción.
Más allá de algunas observaciones
aisladas, fue el General Juan Belaieff
quien tuvo un contacto más permanente
con este grupo, habiendo realizado el primer
vocabulario de la lengua maccá
como así también la descripción
de sus costumbres; ese trato con los maccá
lo llevó a transformarse en su “protector”.
Belaieff trasladó un grupo de familias
maccá a Asunción y ubicados
en el Jardín Botánico de esa ciudad
comenzaron a ser objeto de observaciones de
antropólogos y lingüistas, además
de ser retratados por el foco de la cámara
. A la vez, organizó con este grupo espectáculos
públicos desde 1937 de lo que dio en
llamar “Fantasía India”,
los que eran realizados en el Teatro Nacional
de Asunción. Tanto en las funciones de
danza y canciones como en su vida en el Jardín
Botánico, fueron objeto de representación
fotográfica y se constituyeron en soporte
visual de escritos antropológicos pero
también en íconos comerciales
a través de afiches y postales.
Esta
“Fantasía India”
fue llevada en 1939 a Buenos Aires, para realizar
sus presentaciones en La Rural bajo la denominación
de “Aldea India”: los
afiches-programas
de difusión del espectáculo
nos aproximan la imagen de la “selva
chaqueña”, del indígena
viviendo en un “paraíso terrenal”,
acompañadas por el texto que se orienta
a exaltar el ideal exótico, convirtiéndose
imagen y texto en los “ganchos”
de atracción pública del espectáculo.
Las imágenes de estos afiches respondían
a tomas obtenidas en el escenario, con personajes
sobre el fondo de la escenografía montada
para el espectáculo, retratos varios
y fotografías obtenidas en escenarios
naturales, en particular una imagen que Belaieff
popularizó y que responde a la “danza
de los guerreros”
. El texto del afiche presentaba en su portada,
acompañando a un guerrero en el escenario,
la siguiente frase: “El contacto
de los indios con la naturaleza, los hace
como ésta: puros, física y moralmente”.
Además
del Programa de cuadros que se representaban
en el espectáculo, el afiche se completa
con textos que hacen referencia al hábitat
y costumbres de los maccá,
a las escenas de vida reconstruidas en los
distintos actos y a su “protector”,
el general Belaieff, quien perseguía
con este espectáculo “...
llamar la atención sobre el contenido
humano y la capacidad cultural de los aborígenes;
... cree útil que estos contactos del
indio con los grandes centros civilizados,
para ir elevando su nivel de vida".
Esta
fascinación que se logró crear
en torno a este espectáculo, no excluyó
a la ciencia antropológica. Fue en
ocasión de haber visto el mismo, que
Métraux describió la representación
en su diario y expresó un comentario
controvertido por el hecho de provenir de
un antropólogo. Luego de relatar su
acercamiento al grupo y a Belaieff y de describir
el escenario montado que reconstruía
“a la perfección la atmósfera
del Chaco”, comienza la descripción
del espectáculo, y en un párrafo
señala:
“Entonces
representaron el tratamiento de una
muchacha a la que había mordido
una serpiente. El hechicero llevó
a la muchacha en sus brazos y la depositó
en el suelo. La muchacha gemía
y pronunciaba las mismas palabras
con una voz estridente y teatral.
El hechicero danzaba alrededor de
la muchacha, entonces succionó
produciendo un sonido gutural. Un
grupo de muchachos y muchachas con
largos palos de los que colgaban pezuñas
de corzuelas marchan rítmicamente
alrededor de la muchacha mientras
el hechicero continuaba con sus lamentos.
La muchacha se recuperó y entonces
todos empezaron a bailar. Me sentí
exultante de gozo ante la belleza
de sus cuerpos morenos, el brillo
de las ropas y los cintos, esta combinación
de rojo y moreno. Este espectáculo
era tan excitante como el de Formosa.
-¡Le doy gracias a Dios
por haberme hecho antropólogo!...”
(Métraux, 1978)
. |
Ante esta frase, Hirsch realiza la siguiente
reflexión:
¿Qué
le estaba Métraux agradeciendo
a Dios? ¿La posibilidad de
hacer trabajo de campo en Buenos
Aires, con indios Maka que representaban
para él una ceremonia? ¿O
le agradecería la plasticidad
de una cultura que puede representar
una ceremonia fuera de contexto?
Me desconcierta este investigador
de campo que se siente conmovido
por un ritual descontextualizado
que es representado exclusivamente
para él” (Hirsch,
).
|
Durante
su estadía en Buenos Aires para las
dos funciones diarias que realizaban, el
personal de las secciones de Antropología
y Etnografía del Museo Argentino
de Ciencias Naturales, donde ejercieron
un protagonismo más notorio Enrique
Palavecino y Fernando Márquez Miranda,
tuvieron a su cargo las observaciones y
relevamientos de los maccá.
Si bien Palavecino fue quien hizo el trabajo
de campo y tomó varias fotografías
que fueron publicadas en su trabajo “Con
los indios maccá” (Palavecino,
1939)
, Márquez Miranda tuvo la oportunidad
de tomar un conjunto de diapositivas color
en vidrio
que nunca fueron editadas y sólo
fueron expuestas por su autor en 1957.
Estas
imágenes intentan separar el
espectáculo de la “realidad”
indígena, pero no por ello dejan
de ser montadas: son retratos en su
mayoría grupales, tomadas en
los jardines del Museo de Ciencias Naturales,
donde Márquez Miranda se centra
en la vestimenta, adornos y tatuajes:
la mayoría de los hombres, mujeres
y niños retratados se encuentran
con el torso desnudo, con falda de cuero
sujeta a la cintura por una faja de
lana tejida, las mujeres con collares
y gargantillas y algunos hombres con
bandas tejidas en la cabeza con plumas
y tobilleras de plumas finas de avestruz.
En general, este ropaje respondía
a un vestuario “de gala”
de los maccá, que en
el caso de las ceremonias mágicas
se complementaba con faldellines de
plumas de avestruz, presentes en las
fotografías de Belaieff que representan
las “danzas guerreras”.
Hay
otro grupo de imágenes donde
se pretende mostrar otro tipo de vestimenta,
el poncho tejido y teñido de
colores brillantes que causaba admiración
entre los antropólogos que trabajaron
entre los maccá. El
montaje de la escena en las diapositivas
de Márquez Miranda queda expuesto
en tres tomas sucesivas de una misma
representación: se trata de un
grupo de mujeres maccá
donde advertimos una primera toma en
que el fotógrafo disparó
antes de tiempo, ya que aparece
medio cuerpo de un
hombre de traje,
probablemente
Belaieff, que se encuentra ordenando
la escena; una segunda imagen idéntica
a la anterior con la presencia apenas
perceptible de este personaje y una
tercera imagen con la sola presencia
del grupo de mujeres maccá,
pero con un acercamiento del foco. Es
evidente que el objetivo de Márquez
Miranda fue el de documentar tipos y
vestimentas. Su disconformidad con las
exposiciones que los maccá
realizaban en Buenos Aires, quedó
manifestada de manera explícita
-aunque varios años después
de los hechos-, oponiéndose a
la percepción de Métraux,
pero no por ello exenta de romanticismo.
Expresaba Márquez Miranda:
“Bien
se ve, pues, cuánto perdimos
los que tuvimos que verles actuar
con la limitación de
los escenarios y de las bambalinas,
que a cada minuto proclamaban
lo artificioso del ensayo, y
bajo la crudeza desilusionadora
de las luces eléctricas,
en vez de la suave claridad
lunar y de los festejos fantasmagóricos
de las hogueras. No era bajo
los galpones de hierro y madera
de la Sociedad Rural, con su
angulosa artificiosidad de obra
humana que hubiéramos
necesitado ver actuar a aquel
grupo de amables indígenas,
sino en un claro del bosque,
con el rumor de las aguas que
corren como música de
fondo y el claror del cielo
abierto filtrándose a
través de las altas copas
de los árboles mecidos
por la brisa nocturna. Entonces
hubiéramos tenido, en
verdad, el «espectáculo»
en toda su grandeza y no sólo
su ilusoria versión «civilizada»...”
(Márquez Miranda, 1957). |
Estas exhibiciones de los maccá,
sirvieron, por lo tanto, no sólo
para contribuir a la conformación
de un imaginario sobre el indígena
del Chaco en la sociedad bonaerense
de la época, sino también
para poner en evidencia los diferentes
acercamientos del antropólogo
a su objeto de estudio al acercarse
la década de 1940. La fotografía
se utilizó en dos sentidos:
por un lado, desde la mirada de quienes
organizaban estos espectáculos
-incluido Belaieff-, para difundir
los mismos y crear una imagen pública
del indígena a través
de los afiches-programas, imagen que
respondía al ideario del “buen
salvaje”, en contacto con la
naturaleza y dueño de un arte
capaz de deleitar al “civilizado”.
Por otro lado, para el “deleite”
de los antropólogos, a quienes
el “campo” se les acercaba:
ahora su trabajo de campo era factible
de realizarse, tanto a través
de la observación y correspondiente
registro escrito como a través
de la documentación fotográfica,
en la misma ciudad de Buenos Aires.
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Citas:
1.
Este trabajo forma parte del Proyecto IM40-2000 N°246,
otorgado por la SEPCyT, titulado “La construcción
de un imaginario sobre el indígena del Chaco argentino
y paraguayo. Un siglo de enfoques fotográficos.
1865-1965”.
2. Muchos antropólogos utilizaron en sus estudios
imágenes obtenidas por fotógrafos profesionales,
como fue el caso de las fotografías de pilagás
tomadas por H. Mann y utilizadas por Palavecino y Métraux,
o las obtenidas por O. Moessgen a los lengua y utilizadas
por M. Schmidt y V. Kysela. Ello se deduce del reconocimiento
del autor de las fotografías en las publicaciones
científicas.
3. Véase Mariana Giordano. “Las múltiples
facetas de Guido Boggiani”. En: Boggiani y el Chaco.
Una aventura del siglo XIX. Buenos Aires, Museo Fernández
Blanco, 2002.
4. Boggiani se dedicó inicialmente a la comercialización
de plumas y pieles con los indígenas, que eran
enviadas a Italia. De esos contactos, surgieron sus primeros
trabajos etnográficos.
5. Ya en 1869 Lamprey describió un método
para mediciones utilizando fotos y entre 1873-1876 se
editó en Hamburgo el famoso Álbum Etnográfico
Razas de la Humanidad. En 1893, Thurn publicó el
artículo “Usos antropológicos de la
cámara”, criticando la tendencia a mostrar
tipos raciales con el método antropométrico
(Brisset, 1999).
6. Colección Boggiani de Tipos indígenas
de Sudamérica Central”1904ª, págs
882-885.
7. Los avatares que llevaron a las manos de Fric los negativos
de Boggiani, -que hoy permanecen en poder de los herederos
del primero-, resultan poco claros y convincentes, a pesar
de las explicaciones dados por éstos últimos.
8. Desde 1910 sus trabajos toman un perfil arqueológico,
a la vez que realiza trabajos etnológicos y etnográficos,
estudios lingüísticos, de antropología
simbólica, poesía y folklore. Véase
Andrea Mastrángelo. Una genealogía del estudio
de los estigmas y estereotipos de la delincuencia y la
desviación. Argentina 1890-1910. Tesis doctoral,
Facultad de Filosofía y Letras, UBA, 1996. Mimeo.
9. La tesis original de Paulotti titulada “Contribución
a la somatología de los indígenas del Chaco”
se encuentra en el Museo Etnográfico de la UBA,
con un importante número de fotografías
originales. Una versión de esta tesis (con selección
de fotografías), fue publicada bajo el título
“Los toba. Contribución a la somatología
de los indígenas del Chaco” (Paulotti, 1948)
10. Los acervos iniciales del Museo procedían de
documentación y fotografías de su gestor
Andrés Barbero, del mismo Max Schmidt, de Moisés
Bertoni y del General Juan Belaieff.
11. Palavecino fue designado en 1930 encargado de las
colecciones etnográficas del Museo Nacional de
Historia Natural, y fue por cuenta de este Museo que realizó
varios viajes de estudio, aunque el primero que hizo al
Chaco data de 1928. Esta región y su población
indígena significó un atractivo particular
en su amplia gama de intereses, lo que llevó que
a lo largo de 40 años visitara en decenas de oportunidades
el Chaco.
12. Edwards plantea que en la relación fotografía-texto,
determinadas leyendas pueden conferir inmediatismo y convicción
a las fotografías; el hecho de darle nombres a
los personajes, además de fortalecer la documentación
minuciosa, confieren autoridad al cuerpo del texto y refuerzan
la idea de “encuentro personal”, liberando
al sujeto de una categorización (Edwards, 1996:
22).
13. Artes, juegos y deportes de los indios del Chaco.
Revista Geográfica Americana. Buenos Aires, Año
I. 1933, pág. 111.
14. De la autoridad etnográfica a la pasión
etnográfica: una relectura de Alfred Métraux.
Cuadernos del INAPL N°18. Buenos Aires, Secretaría
de Cultura de la Nación. 1999, pág. 226.
15. Op.cit., pág. 228.
16. Kossoy advierte esta doble función en la fotografía
(ser documentación y a la vez representación),
que responde a las “múltiples realidades”
que asume la fotografía.
17. Etudes sur la civilization des Indiens Chiriguano.
Revista del Instituto de Etnología de la Universidad
del Tucumán, Tucumán, UNT, T.I, 1929, p.
22-493
18. Imagens do outro, imagem de si. Cadernos de Antropología
e Imagem, Rio de Janeiro, N°6. IFCH/UERJ, 1996, págs.
65-79.
19. Belaieff es considerado en el Paraguay como uno de
los padres de la antropología paraguaya. Además
de diversas publicaciones sobre los maccá, nivaklé
y chamacoco, fue fundador del Patronato Nacional de Indígenas
y de la Asociación Indigenista del Paraguay, Administrador
General de las Colonias Indígenas y Administrador
de la Colonia-escuela indígena “Fray Bartolomé
de las Casas”.
20. Muchas de estas imágenes se encuentran en el
Archivo Fotográfico del Museo Etnográfico
“Andrés Barbero” de Asunción,
Paraguay.
21. Un ejemplar de este afiche se encuentra en el Archivo
Fotográfico del Museo Etnográfico “Juan
Bautista. Ambrosetti” de la Universidad de Buenos
Aires.
22. Hemos consignado la autoría de los retratos
de estos afiches, que fueron realizados por el fotógrafo
Hans Mann quien tuvo una vinculación evidente con
Palavecino, ya que varias de sus fotografías de
indígenas del Gran Chaco se encuentran en la colección
que perteneciera a este antropólogo y que se halla
en el Museo Etnográfico “Juan Bautista Ambrosetti”.
23. Itinéraires I (1935-1953). Carnets de notes
et journaux de voyage. Paris, Payot. 1978. pág
51.
24. op. cit.
25. Con los indios maccá. Revista Geográfica
Americana, Buenos Aires, N° 74, Año VI, Vol.
XII, pp. 309-316. 1939
26. Estas diapositivas color en vidrio, de excelente calidad,
se encuentran en el Archivo Fotográfico del Museo
Etnográfico “Juan Bautista Ambrosetti”.
Márquez Miranda se refiere a su obtención
en el trabajo “Los Macá” (Márquez
Miranda, 1957: 30-31).
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