Hay “tiempos de cambio en Washington”, reconoció; pero de inmediato señaló que “el mundo va a seguir siendo el mismo” con Obama. El cambio, por lo visto, pasa por otro lado en Estados Unidos. Y Bolivia, como el resto de los países de la región, tendrá que entenderlo así.
El triunfo electoral del candidato demócrata norteamericano Barack Obama era esperado y lo cierto es que la contundencia de su victoria no ha sorprendido a nadie, aunque su rival, el republicano John McCain, se entregó íntegramente a su postulación, que partió con la desventaja que le dejaba como herencia la criticada administración de su compañero de partido, el actual presidente George W. Bush. En cuanto Obama venció en las primarias demócratas a una rival del nivel de Hillary Clinton, el mundo presintió quién podía ser el próximo mandatario estadounidense.
El hecho de que un ciudadano negro fuera candidato a la Casa Blanca no resultó un óbice para que el partido demócrata se alineara en pleno. Y a este apoyo se le sumó la simpatía de multitudes de independientes —afroamericanos e hispanos, principalmente— que se sentían representados por Obama.
Lo que al inicio parecía una ilusión, al final, este 4 de noviembre, se convirtió en realidad. Triunfó un candidato que en todo momento emitió un mensaje medido, que demostró en los debates con su adversario una oratoria clara y convincente, además de una actitud donde no cabía duda de que era tan norteamericano como su electorado. Esta victoria se constituye en un acontecimiento histórico no sólo para Estados Unidos, sino para el mundo entero, que ve cómo poco a poco se reivindican los derechos civiles de minorías discriminadas.
Pese a la satisfacción que ha producido en América Latina el acceso de Obama a la presidencia de Estados Unidos, previsto para el 20 de enero del 2009, es muy temprano para predecir si el “cambio”, anunciado en el primer discurso del mandatario electo, será una realidad a corto plazo. Obama tendrá que enfrentar una crisis económica sin precedentes, que requiere de dedicación, pero también estará obligado a adoptar decisiones trascendentales en el campo internacional, para solucionar algo que tiene inquieta a la sociedad de su país: las guerras en Irak y Afganistán. Lo encarará al mando de un gobierno fuerte, con el control de la Cámara de Representantes y una importante presencia en el Senado, en busca de evitar bloqueos a su política.
En este contexto, sabiendo que una potencia como Estados Unidos tiene influencia en todas partes del mundo, Bolivia no debería esperar que la nueva administración le preste, de inmediato, la atención que requiere. No obstante, lo aconsejable sería recomponer los vínculos con ese país. Por lo pronto, el presidente Evo Morales dijo: “Estoy seguro que van a mejorar las relaciones entre el Gobierno de Bolivia y el de Estados Unidos”.
De igual manera, prácticamente se da por descontado que la política exterior del gobierno de Obama no variará, al menos en lo esencial; eso no significa, por cierto, que el nuevo gobernante deba continuar con la política de la actual administración. Por lo general, en las naciones avanzadas existen líneas maestras diplomáticas que no se quiebran abruptamente.
Bush destacó ayer que los estadounidenses “demostraron la vitalidad de la democracia de este país”. Hay “tiempos de cambio en Washington”, reconoció; pero de inmediato señaló que “el mundo va a seguir siendo el mismo” con Obama. El cambio, por lo visto, pasa por otro lado en Estados Unidos. Y Bolivia, como el resto de los países de la región, tendrá que entenderlo así.