MORADA
AL SUR
-I-
En las noches
mestizas que subían de la hierba,
jóvenes caballos, sombras curvas, brillantes,
estremecían la tierra con su casco de bronce.
Negras estrellas sonreían en la sombra con dientes
de oro.
Después,
de entre grandes hojas, salía lento el mundo.
La ancha tierra siempre cubierta con pieles de soles.
(Reyes habían ardido, reinas blancas, blandas,
sepultadas dentro de árboles gemían aún
en la espesura).
Miraba el
paisaje, sus ojos verdes, cándidos.
Una vaca sola, llena de grandes manchas,
revolcada en la noche de luna, cuando la luna sesga,
es como el pájaro toche en la rama, "llamita",
"manzana de miel".
El agua
límpida, de vastos cielos, doméstica se arrulla.
Pero ya en la represa, salta la bella fuerza,
con majestad de vacada que rebasa los pastales.
Y un ala verde, tímida, levanta toda la llanura.
El viento
viene, viene vestido de follajes,
y se detiene y duda ante las puertas grandes,
abiertas a las salas, a los patios, las trojes.
Y se duerme en el viejo portal donde el silencio
es un maduro gajo de fragantes nostalgias.
Al mediodía
la luz fluye de esa naranja,
en el centro del patio que barrieron los criados.
(El más viejo de ellos en el suelo sentado,
su sueño, mosca zumbante sobre su frente lenta).
No todo
era rudeza, un áureo hilo de ensueño
se enredaba a la pulpa de mis encantamientos.
Y si al norte el viejo bosque tiene un tic-tac profundo,
al sur el cuervo viento trae franjas de aroma.
(Yo miro
las montañas. Sobre los largos muslos
de la nodriza, el sueño me alarga los cabellos).
-II-
Y aquí
principia, en este torso de árbol,
en este umbral pulido por tantos pasos muertos,
la casa grande entre sus frescos ramos.
En sus rincones ángeles de sombra y de secreto.
En esas
cámaras yo vi la faz de la luz pura.
Pero cuando las sombras las poblaban de musgos,
allí, mimosa y cauta, ponía entre mis manos,
sus lunas más hermosas la noche de las fábulas.
*
Entre años,
entre árboles, circuida
por un vuelo de pájaros, guirnalda cuidadosa,
casa grande, blanco muro, piedra y ricas maderas,
a la orilla de este verde tumbo, de este oleaje poderoso.
En el umbral
de roble demoraba,
hacia ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
el alto grupo de hombres entre sombras oblicuas,
demoraba entre el humo lento alumbrado de remembranzas:
Oh voces
manchadas del tenaz paisaje, llenas
del ruido de tan hermosos caballos que galopan bajo asombrosas
ramas.
Yo subí
a las montañas, también hechas de sueños,
yo ascendí, yo subí a las montañas donde
un grito
persiste entre las alas de palomas salvajes.
*
Te hablo
de días circuidos por los más finos árboles:
te hablo de las vastas noches alumbradas
por una estrella de menta que enciende toda sangre:
te hablo
de la sangre que canta como una gota solitaria
que cae eternamente en la sombra, encendida:
te hablo
de un bosque extasiado que existe
sólo para el oído, y que en el fondo de las
noches pulsa
violas, arpas, laúdes y lluvias sempiternas.
Te hablo
también: entre maderas, entre resinas,
entre millares de hojas inquietas, de una sola hoja:
pequeña
mancha verde, de lozanía, de gracia,
hoja sola en que vibran los vientos que corrieron
por los bellos países donde el verde es de todos los
colores,
los vientos que cantaron por los países de Colombia.
Te hablo
de noches dulces, junto a los manantiales, junto a cielos
que tiemblan temerosos entre alas azules:
te hablo
de una voz que me es brisa constante,
en mi canción moviendo toda palabra mía,
como ese aliento que toda hoja mueve en el sur, tan dulcemente,
toda hoja, noche y día, suavemente en el sur.
-III-
En el umbral
de roble demoraba,
hacia ya mucho tiempo, mucho tiempo marchito,
un viento ya sin fuerza, un viento remansado
que repetía una yerba antigua, hasta el cansancio.
Y yo volvía,
volvía por los largos recintos
que tardara quince años en recorrer, volvía.
Y hacia
la mitad de mi canto me detuve temblando,
temblando temeroso, con un pie en una cámara
hechizada, y el otro a la orilla del valle
donde hierve la noche estrellada, la noche
que arde vorazmente en una llama tácita.
Y a la mitad
del camino de mi canto temblando
me detuve, y no tiembla entre sus alas rotas,
con tanta angustia, una ave que agoniza, cual pudo,
mi corazón luchando entre cielos atroces.
-IV-
Duerme ahora
en la cámara de la lanza rota en las batallas.
Manos de cera vuelan sobre tu frente donde murmuran
las abejas doradas de la fiebre, duerme.
El río sube por los arbustos, por las lianas, se acerca,
y su voz es tan vasta y su voz es tan llena.
Y le dices, repites: ¿Eres mi padre? Llenas el mundo
de tu aliento saludable, llenas la atmósfera.
-Soy el profundo río de los mantos suntuosos.
Duerme quince años fulgentes, la noche ya ha cosido
suavemente tus párpados, como dos hojas más,
a su follaje negro.
*
No eran
jardines, no eran atmósferas delirantes. Tu te acuerdas
de esa tierra protegida por una ala perpetua de palomas.
Tantas, tantas mujeres bellas, fuertes, no, no eran
brisas visibles, no eran aromas palpables, la luz que venía
con tan cambiantes trajes, entre linos, entre rosas ardientes.
¿Era tu dulce tierra cantando, tu carne milagrosa,
tu sangre?
*
Todos los
cedros callan, todos los robles callan.
Y junto al árbol rojo donde el cielo se posa,
hay un caballo negro con soles en las ancas,
y en cuyo ojo líquido habita una centella.
Hay un caballo, el mío, y oigo una voz que dice:
"Es el potro más bello en tierras de tu padre".
*
En el umbral
gastado persiste un viento fiel,
repitiendo una sílaba que brilla por insantes.
Una hoja fina aún lleva su delgada frescura
de un extremo a otro extremo del año.
"Torna, torna a esta tierra donde es dulce la vida".
-V-
He escrito
un viento, un soplo vivo
del viento entre fragancias, entre hierbas
mágicas; he narrado
el viento; sólo un poco de viento.
Noche, sombra
hasta el fin, entre las secas
ramas, entre follajes, nidos rotos -entre años-
rebrillaban las lunas de cáscara de huevo,
las grandes lunas llenas del silencio y del espanto.
AURELIO
ARTURO (La Unión, Nariño, 1906; Bogotá,
1974). Después de esporádicas apariciones en
El Tiempo, en los cuadernos de Cántico
y en la Revista de la Universidad Nacional,
que dio a conocer su poema fundamental, Morada al Sur,
en 1945, entregó en 1963 el libro de su vida con este
mismo título y que fue, por cierto, el único
que vió publicado sus ojos. (Con Morada al Sur
comenzó Pedro Gómez Valderrama, Ministro de
Educación de la época, una colección
inédita de poesía contemporánea colombiana.
Morada al Sur obtuvo inmediatamente el premio nacional
de poesía "Guillermo Valencia", otorgado
por la Academia Colombiana de la Lengua.
Arturo,
como abogado, se desempeñó en cargos judiciales
y llegó a ser magistrado de los tribunales superiores
Militar y del Trabajo. En este ramo ocupó la Secretaría
General del Ministerio. Fue, así mismo, funcionario
cultural de Colombia y de la Embajada de los Estados Unidos
y catedrático universitario de humanidades y antropología.
Fundó y dirigió la radio-revista literaria Voces
del mundo, donde estimuló generosamente a los
jóvenes. Viajó a Estados Unidos y tradujo poesía
especialmente de contemporáneos de habla inglesa.
Sobre Arturo
se ha publicado: en 1989, Cuatro ensayos sobre la poesía
de Arturo por William Ospina, Luis Darío Bernal,
Lynn arbeláez, Marco Fidel Chaves y Roberto Perry.
En 1991 apareció La poética de Aurelio Arturo;
el festín de la palabra y de la vida por Ramiro
Pabón Díaz y en 1997 El rumor de la otra
orilla por Julio César Goyes Narváez.