El viejo Alcázar de Madrid, sede virtual del Museo Imaginado

Arquitecto: Carmen García Reig

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Un proyecto de Carmen García Reig

 

Breve historia del edificio

Inventario de pinturas del Real Alcázar en 1686

El incendio del Alcázar

 

Salón de los espejos (en construcción)

Proyecto de reconstrucción virtual

 

 

 


   

INTRODUCCIÓN.

El Real Alcázar de Madrid, destruido en un incendio ocurrido en 1.734, fue residencia de los monarcas españoles desde Carlos I a Felipe V. El edificio está amplia, aunque fragmentariamente, documentado. Se conocen sus planos y está representado tanto exterior como interiormente en dibujos, grabados y pinturas de su tiempo. Incluso disponemos de una maqueta histórica de su fachada principal.

El edificio será objeto de una minuciosa restauración virtual, que se está desarrollando con el planteamiento de un trabajo de investigación y de creación: se trata no sólo de reconstruirlo, sino de convertirlo en sede virtual de un museo, cuyos documentos abarcan el pasado, el presente y el futuro.

Diversos aspectos tendrá este trabajo. En primer lugar, la reconstrucción histórica de las diferentes reformas que surfrió el edificio a lo largo del tiempo, como la recreación de sus estancias, ornamentación y fachada principal en su aspecto final en la fecha en que fue destruido por el fuego. En segundo lugar, la “rehabilitación” de dos alas más del edificio para albergar en ellas las salas históricas del Museo Imaginado. Finalmente, la construcción de una nueva fachada del edificio en su zona norte, que será destinada a las colecciones de los siglos XIX y XX, y que deberá cumplir dos objetivos: armonizar con el edificio en su conjunto y ser representativa de la arquitectura, virtual, de nuestro tiempo.

Un museo virtual debe servir sin condicionantes a la mejor visualización posible de las obras que alberga y sólo como un aliciente más para el proyecto deberá ofrecer la disposición de un entorno real, de un espacio arquitectónico representativo, desde el que acceder a la visualización e información sobre los cuadros por los procedimientos propios de una obra audiovisual. En este sentido, intentaremos ofrecer un recorrido virtual por las salas, recreando una “posible realidad imposible”, pero el museo dará prioridad al espacio documental, es decir, a la posibilidad de albergar y dar acceso a la información, constituyendo una herramienta dinámica para procesar y recuperar la información mediante diferentes procedimientos de búsqueda. Integraremos pues, la base de datos en un espacio virtual representativo, que no debe obstaculizar el funcionamiento de la base de datos, sino adoptar la función de un "navegador" para recuperar información.

Despojándonos de los convencionalismos del museo real: intuímos un interior rico en claroscuros, el ambiente lumínico de “Las Meninas”, que reproduce exactamente una de las piezas de este palacio: la sala del Príncipe Baltasar Carlos. Una sucesión de salas comunicadas entre sí, en las que la luz procede siempre sólo por uno de sus lados a través de ventanales múltiples, estrechos y altos, que dosifican la luz modularmente. La orientación del edificio nos hará deducir la luminosidad de cada una de las salas, más caliente en la zona sur, más fría en la zona norte. El ambiente es el idóneo para una recreación museística en la que prevalece cierto misterio.

Los modernos museos nos tienen habituados a una extra-valoración de la luz, que tiende a inundar todos los espacios y que produce horrorosas mezclas de luz natural y luz artificial. En la recreación del espacio arquitectónico intentaremos ser respetuosos con la naturaleza de la luz, pero también con la de las sombras, para no despojar a los cuadros de su intimidad. Trataremos de descubrir en ellos sus propias luces y sus propias sombras, de apreciarlos como verdaderas ventanas visuales a las que también podamos acceder desde un entorno neutro. Creemos la ficción de que el cuadro nunca estuvo exteriormente iluminado, sino que responde sólo a la luz, al color y a las formas que constituyen su imagen: a los elementos intrínsecos de la representación.

 

BREVE HISTORIA:

Edificado sobre la antigua fortaleza que sirvió de baluarte al Madrid musulmán, fundada por el emir Muhammad ben Abd al-Raaman, ben Hayyan, mediado el siglo IX, cuya muralla puede todavía hoy rastrearse en los alrededores de Palacio, tras la dominación cristiana que siguió a la conquista de Toledo en 1085 pasó a convertirse en residencia regia de los Trastámara, aunque son hoy difíciles de precisar las características del edificio medieval. 

Fueron Carlos V y su hijo, Felipe II, quienes impulsaron las obras que convirtieron al Alcázar en el corazón del reino de los Habsburgo, si bien nunca cesaron las reformas en este edificio, cuya historia está marcada por sucesivas modificaciones. El edificio se encontraba, como no, en obras, galería de poniente, cuando fue pasto de las llamas, en incendio que se inició en su ala oeste, en la Nochebuena, 24 de diciembre, del año 1734.       

Los arquitectos Luis dela Vega y Alonso de Covarrubias fueron los encargados de emprender las reformas del Alcázar madrileño en 1537, época de la que datan los más antiguos documentos que se conservan sobre el edificio.

  “... Su vocación histórica continúa siendo la piedra angular que permite juzgarlo. La situación de la villa, la antigüedad del edificio y las realizaciones de los Trastámara atraen a Carlos V. La rápida ejecución de las transformaciones que ordena el Emperador proporciona a la corte la posibilidad de una estancia agradable en Castilla y coloca al Alcázar a la cabeza de los Sitios Reales. Esto contribuye ampliamente a la capitalidad de 1561 que le permite mantener una situación privilegiada. Muy frecuentado por Felipe II, acoge sus gustos artísticos, que transforman el aposento real. Pero la estructura de la antigua fortaleza impone estrechos límites a la renovación, y las dificultades económicas cada vez mayores favorecen las obras de acomodo en detrimento del embellecimiento. Al extender la propiedad real por el campo circundante, Felipe II hubiera querido reunir en un solo conjunto el palacio urbano y los jardines de la Casa de Campo, con sus sueños de belleza natural y de fiesta. Para ello, Patricio Cajés concibió, en los años 1570-1575 un puente de tres arcos en el Manzanares, una larga galería de estatuas a través de todo el parque y un anfiteatro elíptico que hubiera podido convertirse en un ninfeo pegado a la torre Dorada II. Se esboza en él todo un arte de corte, el jardín, la fiesta, la colección, tomando como referencia a Giulio Romano, Palladio, Vignola y Ammannati. Terminación imposible que dejó al Alcázar en el umbral de las grandes realizaciones principescas del Renacimiento.

Refleja, sin embargo, la evolución de la sensibilidad artística española. Obra maestra de Covarrubias, muestra en sus patios, su escalera y su decoración interior la depuración de la arquitectura plateresca. El encuentro con los fundamentos del Renacimiento italiano que no conocía sino indirectamente, hace que Covarrubias afirme el primado de la armonía de las proporciones y de la estructura sobre la fantasía decorativa, al tiempo que muestra su capacidad de invención arquitectónica. Después, Juan Bautista de Toledo trae el aporte directo del clasicismo romano, que adapta, en los pasillos, a los materiales españoles. Adoptada ya en algunos palacios españoles, la decoración al fresco, romana y genovesa, revoluciona la concepción del espacio interior, apartando un tanto las yeserías, los artesonados y las tapicerías. De una calidad quizá superior a las realizaciones del Escorial, inaugura la tendencia del arte monárquico español a traer fresquistas italianos para decorar sus palacios.

Este palacio domina desde entonces la vida de Madrid, cuya población crece rápidamente. La instalación de los servicios reales, la llegada de la nobleza y la presencia de extranjeros le dan un aire de capital que su urbanismo desmiente aún, a pesar de la buena voluntad del Consejo Municipal, de algunos proyectos interesantes, de un gran puesnte y del comienzo de la Plaza Mayor.Carlos V y Felipe II transmiten a sus sucesores un palacio cargado de historia y adornado con algunas bellas realizaciones artísticas. Pero le falta todavía un “no sé qué” regio que aporta el siglo XVII con la fachada de Gómez de Mora y que proclaman los salones de Velázquez”

 (GERARD POWELL, Veronique. “De castillo a palacio. El Alcázar de Madrid en el siglo XVI”. Traducción: Juan del Agua. Ed. castellano, Xarait Ediciones, Bilbao, 1984.)

"Sus más recientes biografías (CLOULAS, KAMEN) siguen a menudo demostrando que es en El Escorial donde se imagina a Felipe II, de la misma manera que se sitúa a Francisco I en Chambord o a Enrique VIII en Hampton Court. El Alcázar de Madrid, vieja fortaleza musulmana y trastámara convertida por Carlos V en un palacio renacentista, fue sin embargo su residencia principal a partir de su vuelta a España, cuando fija en 1561 su “casa y corte”. Las importantes obras decorativas que acometió en éste, sin modificar lo fundamental de su arquitectura, reflejan tanto su gusto artístico como la evolución del ceremonial, que pasó del uso de Borgoña, instaurado en 1547, a una mezcla progresiva de usos tras la vuelta definitiva de Felipe II. A pesar de la complejidad de esa residencia, donde convivían los recuerdos musulmanes con la gran sala trastámara, y de su destrucción en 1734, los documentos de archivo y las relaciones de viajeros o de embajadores nos permiten entender el cambio radical del gusto impuesto por Felipe II, que daba las bases al arte de corte de los Habsburgo españoles hasta el final de su dinastía en 1700”. 

(GERARD POWELL, Veronique. “La decoración del Alcázar de Madrid y el ceremonial en tiempos de Felipe II”, en “Felipe II y su tiempo”, traducción de Olivier Freneau, Fundación Argentaria-Visor Distribuciones, Madrid, 1998.)

Las reformas llevadas a cabo por Felipe II en el Alcázar fueron iniciadas por el arquitecto Gaspar de la Vega, pero en ellas intervinieron numerosos artesanos (entalladores, vidrieros, carpinteros, pintores, escultores...) llegados de los Países Bajos, de Italia y de Francia, que sirven al afán de Felipe II de hacer del Alcázar un lugar suntuoso, adecuado para fijar en él la residencia real. No fue Gaspar de la Vega sino su sustituto, Juan Bautista de Toledo, quién dotó al edificio de uno de sus hitos más emblemáticos, la célebre Torre Dorada, responsabilizándose de revitalizar las obras siguiendo los gustos personales del monarca.

Entre 1561 y 1598 el Alcázar conoce una importante remodelación, que afectan, en una primera etapa, a las estancias personales del Rey y otras obras menores en las zonas privadas, y la construcción de la Armería Real; a continuación, se ornamenta el aposento principal situado entre las dos torres de la primitiva fachada sur, acentuando el carácter representativo y ceremonial de esta parte del edificio frente a la zona norte que queda reservada a servicios. En el ala oeste se disponen las dependencias del Rey y en la zona este las de la Reina, ambas constituidas en torno a sendos patios que determinaban la funcionalidad del edificio desde la remodelación de Covarrubias. Quedan así definitivamente definidas y especializadas sus áreas de habitabilidad, que se mantienen inalterables en años sucesivos.

Al morir Felipe II y sucederle en el trono su hijo, Felipe III, se abordan las obras de remodelación del cuarto de la Reina, encomendadas a Francisco de la Mora y, a la muerte de éste, en 1610, a su hijo, Juan Gómez de Mora, autor de las más importantes reformas que sufre el palacio, a quien se debe la nueva fachada y la reorganización de la plaza frente a la misma.

Con Felipe IV se desarrollan las obras impulsadas por Gómez de la Mora y se completa la estructura arquitectónica fundamental que conservó el Alcázar hasta su destrucción, pese a pequeñas reformas posteriores llevadas a cabo por Carlos II y Felipe V. La actividad desplegada, los numerosos planes trazados y el desarrollo ininterrumpido de las obras plantea numerosas dudas sobre las obras proyectadas y las que efectivamente debieron realizarse, pese a lo cual podemos tener una idea bastante aproximada del aspecto del edificio en la fecha de su destrucción.

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Véase:

CHECA CREMADES, Fernando. "El Real Alcázar de Madrid: fuentes escritas", en "EL REAL ALCÁZAR DE MADRID" (Dos siglos de arquitectura y coleccionismo en la Corte de los Reyes de España), dirigido por Fernando Checa, catálogo de la exposición celebrada en Madrid, septiembre-noviembre de 1994. En esta edición, también, textos de Luis Cervera, Virginia Tovar, Barbeito, José Luis Sancho, Javier Portus, Alfonso E. Pérez Sánchez, Jesús Sáenz de Miera, Juan J. Luna, Miguel Morán Turina, Concepción Herrero, Pilar Benito, Elena Santiago, Manuel Sánchez Mariana, Andrés Ruíz Tarazona, Alejandro Masso, Rosario Díez del Corral, José Manuel Matilla. El texto ofrece también un riguroso estudio documental y la más completa bibliografía sobre el edificio y la época. Bibliografía escogida:

ALVAR, A. "Felipe II y la Corte de Madrid en 1561", Madrid, 1985.

ÁLVAREZ MORA, BARREIRO y MOYA. "Cartografía de la ciudad de Madrid. Planos históricos, topográficos y parcelarios de los siglos XVIII, XIX y XX". Madrid, 1979.

AMADOR DE LOS RÍOS, J., DE LA RADA, J., y ROSELL, C. "Historia de la Villa y Corte de Madrid", 4 vóls., 1850-1864, reedición de 1978.

BARBEITO, José Manuel. "Alcazar de Madrid", Colegio Oficial de Arquitectos, Madrid, 1992.

BOTTINEAU, Y. "Felipe V y el Alcázar de Madrid", 1955.

GERARD POWELL, Veronique. "De castillo a Palacio. El Alcazar de Madrid en el silo XVI", traducción de Juan del Agua. Ed castellana, Xarait Ediciones, Bilbao, 1984.

GUERRA DE LA VEGA, R. "Historia de la arquitectura en el Madrid de los Austrias" (1516-1700); Madrid, 1984.

MARIAS, Fernando. "La arquitectura del Renacimiento en Toledo", CSIC, Madrid, 1986.

ORSO, S. "Philiph IV and the decoration of The Alcazar of Madrid", Princeton, 1986.