Azarías H. Pallais
(1884-1954)
 

Indice de poemas:

 
LOS CAMINOS DESPUES DE LA LLUVIA
AHORA QUE ESTÁS ILUMINADO
NOTICIAS BUENAS Y MALAS
ENTIERRO DE POBRE
 

Ficha de Azarías H. Pallais en Diccionario de escritores nicaragüenses
 
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LOS CAMINOS DESPUÉS
DE LAS LLUVIAS

Desde que era muy niño, saltaba de alegría
cuando la fresca lluvia de los cielos caía.

Chorros de los tejados, vuestro rumor tenía
el divino silencio de la melancolía.

Los niños con las manos tapaban sus oídos,
y oyendo con asombro los profundos sonidos

del corazón, que suena como si fuera el mar,
sentían un deseo supremo de llorar.

Y como por la lluvia, todo era interumpido,
se bañaban las cosas en un color de olvido.

Y vagaban las mentes en un ocio divino,
muy propicio a los cuentos de Simbad el Marino.

Las lluvias de mi tierra me enseñaron lecciones...
con Alí Babá, pasan los cuarenta ladrones.

Y cantaban mis sueños en la noche lluviosa:
Lámpara de Aladino, lámpara milagrosa!

Y al caer de la lluvia, la criada más antigua
desgranaba sus cuentos en una forma ambigua.

Otro de los milagros que en la lluvia yo canto
es que, al caer sus linfas, se pone un nuevo manto

mi ciudad, que al lavarse... yo pienso en una de esas
austeras e impecables ciudades holandesas:

una ciudad lavada, sin polvo, nuevecita,
donde reza el aseo de su plegaria bendita...

Son todos los caminos como flor de aventura
para el dulce Quijote de la Triste Figura.



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AHORA QUE ESTÁS ILUMINADO

Ahora que estás iluminado
hueles tanto, que nunca las más perfectas rosas
supieron hasta dónde llega tu buen olor;
como la Magdalena, tus manos olorosas
ya tocan los fragantes pies de Nuestro Señor,
ahora que que estás iluminado.

Ahora que estás iluminado
es de cielo tu boca, son de gloria tus labios,
pues gustan en la mesa del reino. Tontería
el néctar de los dioses, el vino de los sabios
y las viandas insulsas de la teosofía,
ahora que estás iluminado.

Ahora que estás iluminado
tocas al Que nos toca divinamente. ¡Manos
más dichosas las tuyas!, tus manos tocadoras.
Tocas, estás tocando con tus dedos cercanos,
a Jesús, el Espejo sin mancha de las horas,
ahora que estás iluminado.

 
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NOTICIAS BUENAS Y MALAS

Noticias buenas y malas.
Siempre la tragi-comedia.
Libres. Esclavos. Paz. Balas.
Modernismo y edad media.
Y bárbaros, sobre todo.
La barbarie nunca falta.

El hombre, fiera, sin modo
sobre sus víctimas, salta.
Sus víctimas!, si pudieras
contarlas! No, no podrías,
arrojadas, en las eras
hondas de las tiranías.

Nerón-Calles. Y tus labios
manchados por este nombre.
Homo Sapiens de los sabios,
homo lupus es el hombre
sin Jesús. Y punto y coma.

Lindbergh vuela, vuela, vuela.
Yanquilandia, mitad Roma
y mitad Cartago, vela.
De tanto velar, se enreda.
Y aunque no se ve camino,
todos pasan, sólo queda
indeclinable Sandino.

Por sus pequeños hermanos
¡Dios se lo pague! Sandino
protesta con las dos manos
alzadas. Será molino
de viento, como los otros?
Será juego del interés?
Y que relinchen los potros?
Y que hablemos en inglés?



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ENTIERRO DE POBRE

Entierro de pobre, ya sabes, amigo.
No quiero que vengan los otros conmigo.

Los otros, aquellos del otro camino,
los que me dijeron: es agua tu vino.

Los que sacudieron mi rama florida.
Para tejer burlas, en charlas subida.

Entierro de pobre, ya sabes, amigo.
Sin flores horribles de trapo, contigo,

y mis cuatro hermanos bellos, silenciosos,
sin esa etiqueta, sin esos curiosos,

sin los obligados que dicen: debía
venir al entierro y en charla vacía,

prosiguen narrando su gracioso cuento.
Entierro de pobre. Mi acompañamiento

será de pocos. La misa temprano,
de aquel padre Valle, canto gregoriano,

en iglesia pobre y un solo cantor
misa verdadera de Nuestro Señor.

También te suplico, me libres, hermano,
del insulto magno. Al diario profano,

que a diario blafema, dile, que no es cierto,
que quién le ha contado que me hubiese muerto

que estoy bueno y sano y así no dirán
sus majaderías de parrampamplán:

noble, generoso, digno, caballero,
ciudadano probo, patriota sincero,

de firme carácter, hombre superior...:
y otros disparates del mismo color.

Acuérdate hermano de todos aquellos
versos de mis libros, silenciosos, bellos.

Del "Agua Encantada" de estos mis "Caminos"
que son el consuelo de los peregrinos,

de "Espumas y Estrellas:, del "Libro Menor"
que a todos encanta por su buen olor.

Entierro de pobre, ya sabes, amigo.
No quiero que vengan los otros conmigo.





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Alfonso Cortés
(1893-1969)
 


Indice de poemas:

 
UN DETALLE
LA DANZA DE LOS ASTROS
LA GRAN PLEGARIA
LA CANCIÓN DEL ESPACIO
YO
IRREVOCABLEMENTE
 

 
UN DETALLE

Un trozo de azul tiene
mayor intensidad que todo el cielo;
yo siento que allí vive, a flor
del éxtasis feliz, mi anhelo.

Un viento de espíritus pasa
muy lejos, desde mi ventana,
dando un aire en que despedaza
su carne una angélica diana.

Y en la alegría de los gestos,
ebrios de azur, que se derraman...
siento bullir locos pretextos,
que, estando aquí, ¡de allá me llaman!



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LA DANZA DE LOS ASTROS

La sombra azul y vasta es un perpetuo vuelo
que estremece el inmóvil movimiento del cielo;
la distancia es silencio, la visión es sonido;
el alma se nos vuelve como un místico oído
en que tienen las formas propia sonoridad:
luz antigua en sollozos estremece el Abismo,
y el Silencio Nocturno se levanta en sí mismo.
Los violines del éter pulsan su claridad.



 
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LA GRAN PLEGARIA

El tiempo es hambre y el espacio es frío
orad, orad, que sólo la plegaria
puede saciar las ansias del vacío.

El sueño es una roca solitaria
en donde el águila del alma anida:
soñad, soñad, entre la vida diaria.



 
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LA CANCIÓN DEL ESPACIO

La distancia que hay de aquí a
una estrella que nunca ha existido
porque Dios no ha alcanzado a
pelllizcar tan lejos la piel de la
noche! Y pensar que todavía creamos
que es más grande o más
útil la paz mundial que la paz
de un solo salvaje...

Este afán de relatividad de
nuestra vida contemporánea --es--
lo que da al espacio una importancia
que sólo está en nosotros, --
y quién sabe hasta cuándo aprenderemos
a vivir como los astros--
libres en medio de lo que es sin fin
y sin que nadie nos alimente.

La tierra no conoce los caminos
por donde a diario anda --y
más bien esos caminos son la
conciencia de la tierra... --Pero si
no es así, permítaseme hacer una
pregunta: --Tiempo, dónde estamos
tú y yo, yo que vivo en ti y
tú que no existes?



 
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YO

Muchos me han dicho: --El viento, el mar, la lluvia, el grito
de los pastores... Otros: --La hembra humana y el cielo;
otros: --La errante sombra y el invisible velo
de la Verdad, y aquellos: --La fantasía, el mito.

Yo no. Yo sé que todo es inefable rito
en el que oficia un coro de arcángeles en vuelo,
y que la eternidad vive en sagrado celo,
en el que engrenda el Hombre y pare lo infinito.

Por eso, mis palabras son silencio hablado,
y en la fatal urdimbre de cada ser, encuentro
difícil losabido y fácil lo ignorado...

Yo soy el Mercader de una divina feria
en la que infinito es círculo sin centro
y el número la forma de lo que es materia.



 
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IRREVOCABLEMENTE

Por donde quiera que escrudriña la mirada,
sólo encuentra los pálidos pantanos de la Nada;
flores marchitas, aves sin rumbo, nubes muertas...
Ya no abrió nunca el cielo ni
[la tierra sus puertas!
Días de lasitud, desesperanza y tedio;
no hay más para la vida que el fúnebre remedio
de la muerte, no hay más, no hay más, no hay más
que caer como un punto negro y vago
en la onda lívida del lago,
para siempre jamás...





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Salomón de la Selva
(1893-1959)


 

Indice de poemas:

LA BALA
VERGÜENZA
HERIDOS
CARTA [3]
PRISIONEROS
NOTICIAS DE NICARAGUA
PUEBLO, NO PLEBE
ALEJANDRO HAMILTON
EVOCACIÓN DE PÍNDARO
 

 

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LA BALA
 
La bala que me hiera
será bala con alma.
El alma de esa bala
será como sería
la canción de una rosa
si las flores cantaran
o el olor de un topacio
si las piedras olieran,
o la piel de una música
si nos fuese posible
tocar a las canciones
desnudas con las manos.
Si me hiere el cerebro
me dirá: yo buscaba
sondear tu pensamiento.
Y si me hiere el pecho
me dirá: (Yo quería
decirte que te quiero!

 
VERGÜENZA
 
Éste era zapatero,
éste hacía barriles,
y aquél servía de mozo
en un hotel de puerto…
Todos han dicho lo que eran
antes de ser soldados;
¿y yo? ¿Yo qué sería
que ya no lo recuerdo?
¿Poeta? ¡No! Decirlo
me daría vergüenza.
 

 
HERIDOS
 
He visto a los heridos:
¡Qué horribles son los trapos manchados de sangre!
Y los hombres que se quejan mucho;
y los que se quejan poco;
y los que no han dejado de quejarse!
Y las bocas retorcidas de dolor;
y los dientes aferrados;
y aquel muchacho loco que se ha mordido la lengua
y la lleva de fuera, morada, como si lo hubieran ahorcado!

 


 
CARTA [3]
 
Ya me curé de la literatura.
Estas cosas no hay cómo contarlas.
Estoy piojoso y eso es lo de menos.
De nada sirven las palabras.
Está haciendo frío
por unas razones muy sencillas
que no recuerdo ahora.
Tal vez porque es invierno.
Unos libros forrados
que hallarás en mi casa
explican con lucidez indiscutible
la razón de las temperaturas.
Cuando me escribas, dime
por qué hay calor y frío.
¡Fuera horroroso
morirme en la ignorancia!
Las luces Verey son
lo más bello del mundo.
La No Man’s Land parece
un país encantado.
He visto mi propia sombra
alargarse al infinito.
Y me han brotado mil sombras
rápidas de los pies.
Y se han ido estirando
más veloces que un sueño;
y después han corrido
de nuevo a mis zapatos.
Todavía les tengo
más temor a las sombras que a las balas.
Aunque son un encanto
las luces: verdes, blancas,
azules, amarillas…
Me he diluido en sombras
y me he ido corriendo
a más allá del mundo.
Me han parecido música
las luces. Me he sentido
el Prometeo de Scriabin.
Después me ha dado espanto.
Unos libros forrados
que hallarás en mi casa
explican con lucidez indiscutible
el por qué de los miedos.
Cuando me escribas, dime
cómo se es valiente.
¡Fuera horroroso
morirme en la ignorancia!

 
PRISIONEROS
 
Son gente.
De eso no cabe duda.
Gente como nosotros,
que come, que duerme, que se entume, que suda,
que odia, que ama.
Gente como toda la gente,
y sin embargo – diferente.
Como les hemos arrancado
todos los botones,
caminan agarrándose
los pantalones,
y llevan el cuerpo doblegado.
Pudiera ser cansancio,
pero no es eso.
Pudiera ser vergüenza…
En fin, qué nos importa:
¡Son nuestros prisioneros!
Está prohibido darles cigarrillos.
Bien. Se los daré a escondidas.
Alguno de ellos debe haber leído
a Goethe; o será de la familia de Beethoven,
de Kant; o sabrá tocar el violoncelo…

 
 
NOTICIAS DE NICARAGUA
 
Puesto que Nicaragua entró en guerra,
lo justo es que el Obispo diga misas
por el triunfo de las armas aliadas.
En las tertulias y en las barberías
se malgasta saliva
defendiendo "la causa".
Ya no pueden los periódicos
con los sonetos a Bélgica
y las odas a Francia.
Pero cuando supieron
que venía a la guerra yo,
nicaragüense,
a pelear por Nicaragua,
los beatos,
y los discutidores en público,
y los hacedores de versos,
convinieron en que yo estaba loco.
 
 
(Selección de El soldado desconocido, [publicado en México, en 1922, con ilustraciones de Diego Rivera]

 
PUEBLO, NO PLEBE
 
La independencia fue para que hubiese pueblo
y no mugrosa plebe:
hombres, no borregos de desfile;
para que hubiese ciudadanos;
para que júbilo goce la infancia
en decencia de hogares sin miseria;
para que abunden los jardínes de recreo
infantil; y los juguetes; y,
[mejores que las flores,
y más bulliciosos que los pájaros,
más dulces que las frutas,
crezcan los niños y maduren
en salud y alegría que el Estado ampare
y el buen gobernante garantice,
porque la Patria, antes que todo, es madre.



 
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ALEJANDRO HAMILTON
Sonata

I. ANDANTE

Al nombre de los Adams, en Boston
como al sonido de la lira de Orfeo
en los llanos pantanosos de Beocia,
surgen maravillosas estructuras,
puertas abiertas a todos los caminos:

Mont Saint Michel en peligro del mar
(piedra sobre piedra sostenidas por milagrosos
arbotantes)
que un sol de nueve siglos roe en vano
y lamen los aullidos de un viento sin fin,
podría ahora derribarse al abismo
con sólo un leve susto de gaviotas.

Y Chartres, con sus flechas impecables,
y el portal de la Virgen filósofa,
reina de Salomón y de Aristóteles,
con el vitral glorioso del árbol de Jesé,
y el júbilo de arco iris en danza
que cantan en colores por sus naves
ya puede ser el blanco de los Berthas monstruosos.

Porque en el libro de un Adams --Henry Adams--
clara y precisa,
áurea y preciosa
minuciosa y magnífica
como una abeja en ámbar,
su belleza está a salvo
hecha palabras.

Y Henry es sólo un Adams: ¡hay docenas!
La estirpe de los Adams es edificio fuerte:
cinco generaciones como cinco moradas,
como cinco torreones de castillo,
como torres y cúpulas de un templo,
y la basa del todo aquel zorruno
puritano manido y presuntuoso
que fue el primer Adams presidente,
fundamento de granito recio y duro,
acantilado de prejuicios basálticos,
que ajeno a las ensoñaciones sutiles
de que sólo son capaces los hombres prácticos,
a salvo contra el mar fuerte y contra el viento,
sordo al contrapunto florentino,
mal entendía y mal quería a Hamilton.

II. SCHERZO

Hamilton, tropical, nacido en isla,
criado al rumor caribe y los rumores
de los flacos deslices de su madre,
fuerte de vista para ver el sol
en cabriolas de luz sobre las olas,
supo mirar, sin deslumbrarse, el alba
del Día Yanqui, y al claror primero
se puso a trabajar hablando océanos
--Neptuno mismo-- para edificar Troya
donde, eternal Helena, la belleza,
del mundo hila raptada y teje tela de oro.

Y era orgullo de océano el de Hamilton
--Neptuno mismo--
terco para batir acantilados,
raudo para mover arenas crepitantes,
de empuje brioso y de fatal resaca:

Por quítame esas pajas, en un llano
de hierba seca, envuelto en gris neblina,
se dio de tiros con rival político
(enemigo de México, por cierto)
y así murió. En Wall Street descansa.

Antes había dicho
Washington de él, viéndolo en los combates:
--Es el enamorado de la muerte.

Y este bravo
de voz de mar y de alma tempestuosa
palidecía, sin embargo,
y la soberbia boca suya se amargaba
caída de los lados,
y la sal de su sangre fluía en amargura,
y en el fondo de su ser seres lamosos
de escamas verdes se envolvían
fríos y ateridos en vidriosas
fosforecencias lívidas
cuando el Adams primero de los Adams famosos,
zorro bien informado, calladito
le decía al oído: --¡Hijo de puta!

Igual que el padre murió el hijo, en duelo,
y no hay familia Hamilton. Con el nieto
finó el linaje que en las Islas Vírgenes
inició la hugonota desdichada
que fue burla de amor entre marinos.
Cierto que abuela puta no es lo mismo
que puta madre, y bisabuela es menos,
y si hubiera descendientes de Hamilton
ya delante de los Adams no se pondrían pálidos.

¡Pero considerad el fondo de vergüenza
de Hamilton el único!

Su mujer, que era Schyler, criada en muelle
tradición de limpiezas holandesas,
con alma de interior de Van der Meer,
hecha a colchones suaves y sábanas aseadas
donde el amor se hunde y reblandece,
era poco dulzor para aquel temple
fundido en fuegos acres.

Los frescos muslos y los brazos frescos
en rosicler que de ellos mismos mana,
los pechos blancos de azuladas venas
con transparencias como de porcelana
no pudieron, es claro, amansar el martirio
infinito de Hamilton.

Y el primer secretario del Tesoro,
el que le redactaba los discursos a Washington,
el que hizo la Unión Americana
sobre base económica
(¡Mont Saint Michel en peligro del mar,
si hubiese sutileza entre los Adams!),
por cuyo sortilegio se poblaron
los Estados agrícolas de fábricas
(¡Chartres la de las flechas impecables,
si hubiera misticismo entre los Adams!)
el padre de los Bancos
(¡Helena es oro en bóvedas de tálamo,
inocente, y brillante, y resignada!)
fue adúltero en secreto:
Pecador y vergonzante
se dio a una aventurera de ojos negros,
pagó chantaje y tuvo tratos ruines
para justificar el pecado de su madre
y no eregirse en juez
del ardor de su sangre.

III ADAGIO

A veces la conciencia de la herida
que recibió en la infancia
era dolor insoportable.
Esto lo entenderán los dispépticos
y los que tienen ulcerado el duodeno
si en vez de estómago y de tripas
consideran eso otro que llamamos el alma.

Así, una vez le impresionó, en la tarde,
que le dijeran, cuando cumplió siete años
el hijo suyo: --¡Señor, es su retrato!--.
¡Oh, no! --dijo él--. La boca es de su madre
y esa dulzura que en sus ojos mansos
parece la mañana recogida,
agua de luz verdosa, en la copa de un valle...

Y más que las palabras era el tono
de voz lo que llevaba angustia,
solicitud desesperada,
de que su hijo fuese diferente,
como si algún destino tenebroso
le hubiese dicho: Vengo por tu cara
en la cara del niño
para sembrar dolor que eche raíces
entre los tiernos músculos
y le dejen arrugas imborrables,
y él contestase con aquel aplomo
de los que ya perdieron la esperanza
de salvación y lucha con fiereza
de condenados: ¡No, que el niño es de otra cara!
¡Fijarse bien que es de otra cara mi hijo!

Esa noche
cenaría con Washington.
Eran de mucho rumbo
los otros invitados:
Monroe y su esposa, jóvenes
y virginianos:
Él, orador florido;
ella, la más famosa de todas las bellezas
de Norteamérica y a quien Francia misma
llamaría la belle Américaine.

Por eso
quería Hamilton que su mujer probase
a superarse en lujo y señorío,
que vistiera brocados de la India
y las perlas de Java;
y el chico tuvo que irse
con sólo la institutriz sureña
al sacramento de meterse en cama.
Ya el carruaje estaba en la cochera,
los caballos piafando,
y Hamilton consultaba su reloj
recordando que a Washington
le irritaban las gentes impuntuales,
por lo que --¡Vamos, Elizabeth! --decía--
o echaremos carrera peligrosa!--
Y ella: --¡Un momento, sólo un momento!
Tengo que verlo antes de que se duerma
o no comeré a gusto...

Y fue un momento corto su tardanza,
pero tiempo bastante
para que Hamilton, herido, recordara
hasta qué largas horas,
toda la noche a veces, él se estaba,
acurrucado y dormilón e incómodo,
afuera de la puerta de su casa
oyendo el mar genir
y viendo sombras, sombras, en la playa,
esperando a que el huésped de su madre
se largase, y poder meterse en cama
al lado de ella, tibia,
cansada, sin palabras,
curvada como la luna,
su cabellera como florón de palmas.



IV RONDO

La mujer de Monroe, bella ciertamente,
como rosal de la cintura arriba,
de la cintura abajo
como cascada de lustrosa fuente,

no es una para Hamilton, no es una
como su esposa es una,
sino muchas mujeres,
que así se goza el mar ante la luna.

Toda mujer es nombre y todo nombre es número.
Toda mujer es vaho de niebla tibio y húmedo,
de barro al sol temprano, de mañana.

Cómo se esfuma, cómo se levanta,
cómo se pierde imperceptiblemente!
La mujer de Monroe habla francés, y canta.

La mujer de Monroe, ¡Dios que delicia!,
es la boca de Flora, cabellera de Alicia,
untado vientre de Clara o de Mercedes,
la mirada es de Emilia o Julia o Delia,
Amalia es la sonrisa y Cecilia las manos
tejidas de algodón y lino y seda
mejor que sus mitones,
Judith es el cuello, y la gracia con que anda
--más reina que las reinas--
es la ele y la ene de Yolanda...

Cómo se esfuma, cómo se levanta,
cómo se pierde imperceptiblemente,
la mujer de Monroe que habla francés y canta.

[Panamá, 1935]



 
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EVOCACIÓN DE PÍNDARO

Primer canto
Recordación y defensa del cisne

(fragmentos)

9
 
¡Sólo Darío únicamente,
renueva las latinas glorias ecuménicas
como nunca la espada: sólo él es augusto!
Y no el germano saqueador de Roma
sino Darío es rey en cuyo imperio
nunca se pone el sol. ¡Qué carabelas
de qué mástiles y velajes albos
y popas elevadas, de prodigio,
las que capitanea en océanos de encanto;
qué mundos nuevos de minas de diamante
y selvas de milagro nos descubre;
qué países conquista de hombres de oro
y mujeres de perla y esmeralda,
donde el Amor es ley, la Libertad el aire
que se respira, la Música el idioma!
¡Cómo el dolor de América se trueca
por su pasión de América
en maravilla de esperanza, en gozo
de soñador; y en inviolable virgen
la prostituida tierra americana!
La dejó a medio haer, estaba haciéndola,
como un mejor Hefesto una mejor Pandora,
cuando murió; apenas comenzaba:
¡dan ganas de llorar!

10
 
Donde Darío yace,
bajo un triste león, en su León más triste
(muerto Debayle que le daba aliento
a la ciudad, su hermano en el espíritu!),
derrama miel y desparrama rosas,
Mateo Flores, porque esa sepultura
vale lo que las tumbas de los héroes
en cuyo honor los juegos se fundaron,
idos antes de tiempo: ¡así Darío,
el de más grande logro, empero malogrado!

 
11
 
Yo lo recuerdo, presa de terrores,
sumido en el dolor y en la penuria,
con el color terroso de panal destruido,
con la mirada de águila, extraviada,
con la sonrisa en boca adolorida,
con no sé qué, animal o primitivo,
que buscaba rincón donde morirse,
escondido, de espaldas a la Muerte.
El invierno era crudo, el cuarto frío.
Como en un cuento de Edgar Poe, un negro
magro y macabro le bailaba danzas
grotescas, de esqueleto,
descoyuntadas,
le cantaba lamentos sincopados,
con la bocaza abierta roja y blanca.
Los rascacielos (¡nuevos!) levantaban brazos
de imploración y tortura antiguas.
El río iba de luto, iba de llanto,
iba de miedo a dar a la bahía,
frustrado el darse al mar, ¡como Darío!

12
 
Y recuerdo a su amigo millonario
de Nueva York, hecho el desentendido;
y a Argentina, lejana, olvidadiza
(¡no contestaba cartas!);
A México --su México-- exiliado
(¡trágico Alfonso Reyes!) o muerto (¡Justo Sierra!)
o manco (¡Nervo, Montenegro, Ramos!);
a España sorda (¿cuándo ha oído España?);
A Nicaragua madre, ciega, baldada, muda,
bajo régimen vil: ¡nadie a ayudarlo!;
y al déspota, ansioso a todo trance
de arrancarle lisonja, en Guatemala,
como quien hunde en el ala del pájaro
duro alfiler para que llore y cante.
¡Qué doloroso canto: le aulló el alma!

13
 
Cuando volvió a León llegó arrastrando
el ultrajado lustre del plumaje
y la abatida excelsitud del alma,
informes ya la voz y el pensamiento
(¡válidos para la queja sólo de la carne!),
sin resistencia el arco y sin tensión la lira.
Orfeo redivido, destrozábanle
las delicadas vísceras con zarcillos crueles
(¡desde su juventud fueron salvajes vides
las que le dieron vino!) las basárides
furiosas contra Apolo.
Le devolvió la majestad la Muerte,
¡pero cómo fue larga su agonía!

14
 
Píndaro no (¡dichoso!), muerto en Argos
en amoroso abrazo, satisfechos
la urgencia de vivir y el acoso de gloria.
Allí sus hijas fueron a llevárselo
para enterrarlo en Tebas.
Pesaba poco. No hubo que llorarlo.



15
 
En cuanto a mí, así sea para morir, si muero
(¡la Muerte, juguetona, va alcanzándome,
y me roza la oreja con su aliento!),
canto de cisne canto,
fiel a Darío y en su elogio
desde el azul más diáfano de América.

[1957]

 
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