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Los trovadores de Yucatán

            En el extremo sur de la república mexicana encontramos el peculiar  sonido de la “trova”; término que se usa para definir un estilo de canto popular que tuvo auge a principios del siglo XX. La tradición empezó en el oriente de Cuba, pero hubo un desarrollo paralelo en varios países de América Latina, incluyendo a Puerto Rico, Colombia y México. Las serenatas musicales estaban de moda y el estilo de cantar a dueto con acompañamiento rítmico de guitarra, evolucionó como un verdadero arte popular.

            Empapadas en el rico romanticismo de finales del siglo XIX, las canciones trovadorescas combinaban la poesía lírica con los ritmos sensuales del Caribe, tales como la clave, el bolero y el bambuco. En aquellos tiempos en que no había radio, existían trovadores trashumantes quienes escribían e interpretaban esas canciones vernáculas. Algunos de ellos llegarían a ser figuras legendarias en la historia de la música popular latinoamericana.

            En México, las canciones de la península de Yucatán, conocidas popularmente como “trova yucateca”, pertenecen a esa categoría. Se consideran un verdadero tesoro nacional. Fueron el fruto de una cultura literaria y musical que floreció en Mérida entre 1900 y 1940, tiempo en que las serenatas y veladas artísticas formaban una parte integral de la vida social en aquella ciudad.

            A diferencia de las canciones populares en otras partes de la república mexicana, las canciones yucatecas utilizaban ritmos cubanos, tales como la clave, el bolero y la habanera y el bambuco colombiano. Éstos son los ritmos fundamentales para la mayor parte del repertorio de la trova yucateca. En 1909 Luis Rosado Vega, uno de los más destacados poetas meridanos, publicó el primer cancionero netamente yucateco, que contenía 31 canciones. Algunas de ellas eran en realidad colaboraciones entre yucatecos y colombianos, muestra de un desarrollo paralelo entre la trova yucateca y la trova colombiana a principios de siglo. De hecho, es notorio que algunas canciones populares de Colombia llevan letra de poetas yucatecos, un ejemplo popular es el bambuco La Espina que tiene letra del mismo Luis Rosado Vega:

Dicen que cuando murió
tan pura y tan bella era
que hasta la misma madera
de la caja floreció.

            Algunos de los trovadores y poetas retratados en el cancionero de Rosado Vega son Cirilo Baqueiro (conocido por su apodo maya Chan-Cil), Fermín Pastrana (Huay Cuc), Fernando Juanes Gutiérrez (Milk) y el Dr. José Peón Contreras, quien fundó el Teatro Principal de Mérida. El cancionero fue un intento de preservar lo que había sido hasta entonces una tradición oral, con canciones inéditas aprendidas solamente de oído por los trovadores quienes se acompañaban magistralmente con la guitarra. Algunas crónicas de la época escritas por visitantes a la ciudad de Mérida, nos cuentan de esos trovadores olvidados, sus hermosas y exóticas melodías, y su destreza para acompañarse en la guitarra.

            La isla de Cuba también participaba en ese importante intercambio musical con la península de Yucatán, siendo La Habana el más próximo centro urbano a la provincial Mérida de aquel entonces. La trova cubana estaba en su plena época, y compositores como Manuel Corona, Sindo Garay, Alberto Villalón, Eusebio Delfín y Rosendo Ruiz creaban cientos de inspiradas canciones que llegaban a la península de Yucatán. Y los trovadores yucatecos incluían muchas de estas canciones cubanas en sus repertorios.

            Fue en los años ’20 que la trova yucateca tuvo su época de oro, cuando toda una generación de compositores, poetas y trovadores penetrados por las ricas tradiciones literarias y musicales de la península, llegaron al auge de su creatividad artística. Mérida experimentó una explosión de creatividad musical cuando compositores como: Ricardo Palmerín Pavia, Pepe Domínguez Zaldívar, Enrique Galaz Chacón y Guty Cárdenas Pinelo combinaron sus talentos con los mejores poetas de la región: Rosario Sansores Pren, Ermilo Padrón López, Ricardo López Méndez, Manuel Díaz Massa y José Díaz Bolio, por nombrar solamente algunos.

            Mientras muchas composiciones yucatecas se pueden clasificar como “canciones de amor”, no todas caben en esta categoría. Muchas de ellas siguen tendencias establecidas en la poesía romántica a finales del siglo XIX: trágicas, melancólicas, con abundantes referencias a la naturaleza. Algunas son alegóricas, como es el caso en Murió sin una lágrima, El beso, Las aves y Nido sin alas. Otro ejemplo es Mano pequeña y blanca:

Mano pequeña y blanca, con palidez de cirio,
que gustas de los hondos temblores del martirio;

tus uñas sonrosadas clavan mi corazón
como un arbusto frágil, como un arbusto en flores
se arrancan de mi vida los últimos amores,
las últimas caricias de mi única  ilusión.

            Blanca casita de mis amores, una de las canciones que aparecen en el cancionero de 1909 de Luis Rosado Vega, es una nostálgica reminiscencia de días mejores.

            El estilo de cantar a dueto de los viejos trovadores, es muy diferente a lo que después se popularizó en los años ’50 con los famosos tríos panamericanos. En la trova tradicional, la melodía se dividía en primera y segunda voz; la segunda manteniendo una fuerte presencia mientras desarrollaba una línea melódica en acompañamiento a la primera. Según iba evolucionando este estilo, las canciones a veces fueron compuestas para dos voces, con dos distintas melodías y, en algunos casos, dos distintos textos cantados al mismo tiempo. Los intérpretes fueron conocidos por sus habilidades como primero o segundo, mientras algunos se destacaban como guitarristas acompañantes.

            Los trovadores cubanos empezaron a viajar a la ciudad de Nueva York allá por 1909, con el fin de grabar para las casas disqueras americanas; los yucatecos no habían de hacer viajes parecidos hasta finales de los años ’20. La Ciudad de México fue el primer destino para ellos quienes venían en busca de mejores oportunidades en el campo de la música. Pero ese viaje significaba una semana de pasar por malos caminos, cruzadas de ríos, un vapor hasta el puerto de Veracruz, y después el tren hasta la capital. Había en el Distrito Federal un ambiente bohemio y artístico que atraía músicos de muchas partes de la república, pero sus labores no fueron bien pagadas, y los cantantes yucatecos no fueron siempre bien recibidos en el show business capitalino. Muchos de ellos se reunían en un bar llamado El retirito, que era de su paisano Pepe Martínez. Allí esperaban a ser llamados para cantar serenatas.

            Ricardo Palmerín había formado un grupo llamado Cancioneros yucatecos Palmerín, que gozaba cierta popularidad, y Pepe Domínguez de pronto llegó con su Quinteto Mérida; sus grabaciones de Quiero de Enrique Galaz, Fuente serena de Ricardo Palmerín y Lirio blanco de Pepe Domínguez, son ejemplos clásicos del género. Pepe Domínguez también hizo grabaciones a dueto con Felipe Castillo, cantando su creación inmortal Pájaro azul.

            Otro grupo, el Quinteto Yucatán, dirigido por Sergio N. Pérez, se distinguía por las voces de Ricardo Marrero y Carlos Salazar, y su excelente conjunto de cuerdas. Estos quintetos usaban mandolina o requinto, guitarras, y el bajo yuca, un instrumento netamente yucateco que se toca en posición sentado, como si fuera un violonchello.

            Otro destino común para estos trovadores fue la ciudad de San Antonio, Texas, donde hizo grabaciones el enigmático Dueto Medi-Salas (Medina y Salas) en 1928. Su repertorio interesantísimo consistía en canciones yucatecas y cubanas, y su estilo de cantar a dos voces era una pura y auténtica manifestación de la clásica trova yucateca. Tan completo es el conjunto de estas dos voces que se necesitó solamente una guitarra como acompañamiento. Su versión del bolero Mano pequeña y blanca de Andrés Acosta, El Tucho, es extraordinaria. Casi nada se sabe de ellos. Aparentemente se separaron después de hacer estas grabaciones en 1928; Medina, formando un trío con otros cantantes yucatecos —Lara y Novelo—, también en San Antonio. El mismo año grabaron el bambuco El nazareno de Ricardo Palmerín. Eulogio Salas después hizo dueto con Andrés Herrera, y grabaron un largo repertorio que incluía canciones rancheras y corridos.

            De semejante carácter es el dueto Los peninsulares, Luis Canto Sierra y Abdón Alak, quienes interpretaron El beso de Sindo Garay. También en la lista de trovadores yucatecos que grabaron discos en San Antonio Texas está Arturo Larios, quien interpretó el bolero Las aves de José del Carmen Barea, acompañándose magistralmente en la guitarra. De él sabemos que estuvo presente en el Salón Bach en la Ciudad de México la trágica noche en que asesinaron a Guty Cárdenas. Es uno de los grandes valores de la trova yucateca que ha sido prácticamente olvidado.

            Guty Cárdenas se fue a Nueva York, donde grabó los bambucos Nido sin alas y Yo no quiero que llores (ambos de Ricardo Palmerín), acompañado por el legendario guitarrista yucateco Juárez Harmodio García. Y nos dejó una grabación memorable de su magnífica creación Flor, acompañándose con su guitarra. Ésa fue la primera grabación que Guty hizo en Nueva York, y es una muestra de su enorme talento como compositor, guitarrista, y cantante.

            Rubén Darío Herrera, compositor y arreglista yucateco, trajo un trío de excelsos trovadores a la ciudad de Nueva York en 1929: Francisco Alpuche, Chucho Ferreiro y Daniel Tenorio. Su versión de la lujosa y erótica canción Claveles, bambuco de Ricardo Palmerín y Manuel Machado y Ruiz, es una joya.

            Y a la postre tenemos otros dos legendarios trovadores: Santiago Manzanero y Ramón Peraza, quienes fueron los primeros en llevar al disco un bambuco de Enrique Santos Chocano y Armando Camejo llamado El jaguar. Esta obra fue grabada en San Francisco, California, el 2 de abril de 1928, y sigue siendo una de las clásicas del género.

 
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