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The Myth of "Eurabia"

by Muhammad Abdul Bari

LONDRES – Hoy en día existe una poderosa narrativa sobre cuántos jóvenes musulmanes europeos son susceptibles al terrorismo, sobre cómo el Islam conduce a la radicalización y sobre cómo los musulmanes, por su credo, eligen vivir en ghettos y, por lo tanto, crean condiciones propicias para que surjan terroristas. La forma más extrema de esta narrativa es la idea de "Eurabia", un término incendiario que supuestamente describe un fenómeno por el cual hordas musulmanas hoy están contaminando el mismísimo ADN de Europa.

En esta narrativa, lo que más resuena es el miedo al terrorismo de cosecha propia, así como el ímpetu por tratar a los musulmanes como un enemigo externo y también la idea de que adecuarse a las diferencias religiosas es peligroso. Se crea una falsa dicotomía en la que los musulmanes deben elegir entre una identidad occidental y europea o una identidad islámica supuestamente separada.

Pero la relación entre la fe de los musulmanes europeos y la identificación con las naciones europeas rara vez se adecua al estereotipo de "Eurabia". Un estudio global de amplio alcance realizado por Gallup y que culminó en el libro Who Speaks for Islam: What a Billion Muslims Really Think (Quién habla por el Islam: Qué piensan realmente mil millones de musulmanes) , de John L. Esposito y Dalia Mogahed, incluye un análisis pormenorizado y sofisticado de las actitudes de los musulmanes europeos. Los resultados sugieren que las identidades religiosas y nacionales son conceptos complementarios, no opuestos.

Los musulmanes que viven en París, Londres y Berlín son más religiosos que el público general, pero tienen las mismas probabilidades que cualquier otro de identificarse con su país y sus instituciones democráticas, y las mismas probabilidades de rechazar la violencia.

La narrativa prevaleciente suele considerar a las mezquitas y a las asociaciones islámicas como espacios para la radicalización, pero yo sostengo que algunos jóvenes se están alejando activamente de estas instituciones pacíficas. Esto puede deberse a que a las mezquitas y las instituciones islámicas les resulta difícil competir con las promesas de solaz disponibles en Internet, donde se pueden abordar cuestiones políticas, combatir las injusticias en todo el mundo y lanzar llamados a las armas que pueden terminar siendo asesinos.

Internet es el lugar donde algunos jóvenes musulmanes sucumben a la narrativa seductora del Islam construida por quienes están detrás de los ataques terroristas de nuestros tiempos. También sabemos que el impacto devastador de Internet en puñados de jóvenes no está confinado a la comunidad musulmana, tal como quedó evidenciado en los trágicos acontecimientos en Bridgend, en el Reino Unido, donde 17 jóvenes, aparentemente conectados a través de Internet, se suicidaron.

Para algunos jóvenes musulmanes, la subcultura superior es virtual y opera en los márgenes de las comunidades musulmanas, ya sea en Europa como en el mundo islámico. La historia que presenta es la de un mundo asediado por injusticias reales, cuya única solución es la acción violenta que supuestamente llevará a la victoria de un mundo musulmán monolítico. Nada importa la incómoda verdad de que los hechos puedan ser teológicamente inadmisibles; el fin justifica los medios, y realmente no existe ninguna alternativa.

Este tipo de narrativa es atractiva porque alimenta la alienación que sienten muchos jóvenes musulmanes. Algunos pueden ver las aventuras extranjeras impopulares e injustas en Irak como ejemplos de la inutilidad de la acción pacífica dentro del marco de la ley. Otros se sienten sofocados por el discurso tóxico prevaleciente que retrata a los musulmanes europeos como ajenos, extranjeros y sospechosos. Las leyes sancionadas para detectar y “perseguir” a los musulmanes, y las declaraciones que afirman la islamofobia de nuestros medios, respaldan la noción absurda de que lo que realmente estamos presenciando es una “guerra contra el Islam”.

En las comunidades musulmanas en todas partes, existe una necesidad de desafiar esta narrativa haciendo público el repudio teológico de la violencia por parte del Islam. Debemos redoblar nuestros esfuerzos para llegar a las comunidades locales y demostrar las realidades de nuestra fe. En consecuencia, deberíamos rendir tributo a la resiliencia de los musulmanes holandeses que resisten a las provocaciones del político de derecha Geert Wilders, que está decidido a estrenar un filme que sólo puede inflamar el prejuicio público contra el Islam. Los musulmanes en Holanda responden abriendo sus mezquitas y llevando su mensaje a los vecinos.

Existe una responsabilidad colectiva para tratar estos problemas no como cuestiones musulmanas, sino como problemas cuyas soluciones realzarán los valores en los que se basa la sociedad europea. Ocuparse de la sensación de injusticia, asedio y alienación a la que se enfrentan los jóvenes musulmanes no es una victoria para los extremistas. Más bien, es una victoria para los valores liberales europeos porque demuestra que cada individuo y cada minoría tienen el mismo valor.

De hecho, no deberíamos ver ni el terrorismo de cosecha propia ni la presencia de musulmanes como algo nuevo en Europa. La interacción del Islam con la sociedad europea desencadenó un florecimiento del conocimiento, y muchos musulmanes han habitado los Balcanes y Europa del este y central durante cientos de años. Ellos ayudaron a reconstruir las economías de la Europa desgarrada por la guerra en los años 1950, cuando llegaron como inmigrantes y luego hicieron de Europa su hogar. En casi cada aspecto de la vida, los musulmanes han sido una parte integral del tapiz europeo.

Todos los europeos, inclusive aquellos que son musulmanes, tienen derecho a preocuparse por la cuestión del terrorismo de cosecha propia. Nuestro derecho a la seguridad y a la vida es muy importante, como lo es la necesidad de habitar un espacio libre de prejuicio y sospecha. Los atentados del 7 de julio de 2005 en mi ciudad natal de Londres pusieron esto claramente de relieve. Las víctimas eran de todos los credos y razas, inclusive musulmanes, como lo eran los héroes que ayudaron a Londres a volver a ponerse de pie tan rápido. El mensaje colectivo de los londinenses después del 7 de julio fue decisivo, y también debe ser el mensaje de Europa: no permitiremos que estas atrocidades nos dividan.

Muhammad Abdul Bari es secretario general del Consejo Musulmán de Gran Bretaña.

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