Experiencia única | Mujeres en la Antártida PDF Imprimir Correo
Escrito por Lauro Noro / Fotos: Gentileza Departamento de Prensa Fuerza Aérea   

EXPERIENCIA ÚNICA

 

Mujeres en la Antártida

 

Nunca antes una base antártica había sido comandada por mujeres. Desde enero pasado, una dotación de la Fuerza Aérea Argentina integrada sólo por ellas, está en la base “Teniente Benjamín Matienzo”. Un hito histórico. Ellas debieron someterse a un exigente acondicionamiento antes de emprender camino hacia el continente blanco. En una comunicación directa, DEF conoció detalles de cómo viven y qué hacen a más de tres mil kilómetros de la Capital Federal.

Son nueve. Una oficial, siete suboficiales y una soldado voluntaria de la Fuerza Aérea Argentina emprendieron una experiencia que ellas mismas juzgan como “inolvidable”. Claro, era la primera vez que una base antártica iba a estar en manos exclusivamente femeninas. Desde el 4 de enero pasado, fueron puestas a prueba en la Base Teniente Benjamín Matienzo, a más de 3.300 kilómetros de Buenos Aires, en un medio hostil, en el continente blanco. Con temperaturas entre 10 y 15 grados bajo cero, nevadas y fuertes vientos, cumplen tareas de apoyo científico, meteorología, medición de la capa de ozono, medio ambiente y mantenimiento del campamento. Después de permanecer cerrado durante dos años, la Dirección Nacional del Antártico decidió la reapertura del complejo y aceptó la singular propuesta de la Fuerza a través del Ministerio de Defensa.

Las chicas están encabezadas por la vicecomodoro Alicia Sedeño (48), ingeniera en electromecánica y especialista en sistemas informáticos y a quien acompañan, la suboficial auxiliar Claudia Gutiérrez (33), meteoróloga; las cabos principales Vilma da Silva Cardozo (31), comunicante; Gisela Ríos (31), encargada de la Base y perteneciente al Departamento Antártico de la Fuerza Aérea; María de los Angeles Bárcena (29), enfermera, y Noelia Lugones (28); las cabos Valeria Fernández (24) y Aldana Funes (24), y la soldado voluntario Bárbara Bonzón (21). Hay mecánicas y especialistas en electricidad, plomería y gas tres están casadas y las demás son solteras y algunas de novias; de todas, dos participaron en campañas antárticas.

Hasta el 27 de diciembre del año pasado, permanecieron en la base Vicecomodoro Marambio para un período de adaptación de tres meses. Entre esas pruebas, permanecieron encerradas en cámaras frigoríficas con temperaturas de 30 grados bajo cero. Finalmente, en vísperas de la Fiesta de Reyes, volaron hacia su destino definitivo en un helicóptero Bell-212, a 190 kilómetros al sur de allí, en una hora de viaje. A fines de febrero, estarán de regreso.

 

Rutina y convivencia

 

“Matienzo, Matienzo, aquí Cóndor, adelante”… “Cóndor, aquí Matienzo escucha fuerte y claro, cambio”.  Así comenzó el diálogo con Sedeño -matizado por una oscilante estática-, desde el Estado Mayor General de la Fuerza Aérea y gracias a los oficios del suboficial ayudante Claudio Balle, encargado de la División Central de Comunicaciones, cuyo jefe es el capitán Diego Berisso y del cabo primero Marcos Contreras, operador de la radioestación militar.   

Alicia comienza a contar con detalle. El agua es una de las principales preocupaciones de la dotación. Un piletón natural, cavado en el borde del glaciar donde está la Base, se llena con corrillos del deshielo. “Sacamos la tierra acumulada, metemos una manguera conectada a una bomba y la mandamos a los tanques de agua”, explica. “Tratamos de no abusar de ella y nos bañamos día por medio y tratamos de restringir los lavados de ropa”.  Están divididas por grupos. Han reparado pérdidas en los techos y estructuras externas, trabajos de plomería y arreglaron el mástil de la bandera que estaba partido. La usina está a cargo de una electricista y una mecánica. Mantienen comunicaciones diarias con el jefe de Marambio y desde donde les mandan un helicóptero con provisiones.

Las actividades diarias comienzan entre las 8 y 8.30 para dar tiempo a que se descongele el glaciar. Cada uno emprende la rutina establecida. Se reúnen para almorzar y continúan a partir de las 15 hasta las 17. “Una de nosotras cumple en la casa el turno de María que es rotativo y sin función de jerarquías, para hacer limpieza básica y cocinar. Por las noches, mantenemos una imaginaria por si se produce alguna emergencia”. Han cocinado de todo, desde carne al horno, guisos, pizzas, tartas, pollo y sopas. “Comemos variado, pero se nos complicó hacer pan porque (se ríe) una está acostumbrada a comprarlo en la panadería o en el super. Acá es básico para nuestra alimentación y lo valoramos más para que no salga un masacote”.

Con la merienda y luego de la cena, escuchan música, ven películas (llevaron un montón de videos) y repasan las fotos que va sacando y por supuesto, charlan mucho en rondas de mate. “La convivencia es muy agradable. Hay espontaneidad en el trato. Varias son muy alegres. Creo que la base de todo está en la tolerancia y en la comunicación, que es mucha”, comenta. A pesar de la disparidad de edades, pone el acento en un aspecto. “Se nota el gran entusiasmo por ser el primer grupo de mujeres en la Antártida, experiencia única, inolvidable e irrepetible”, recalca.

 

La vida en el nunatak

 

La base está emplazada en un “nunatak”, una alargada saliente montañosa de 1800 metros de largo,  en un campo de hielo y que forma parte de la Barrera de Larsen. En el sur, está la terminación del glaciar y el pozo con agua; en el norte, aparece el mar con un continuo movimiento de témpanos. “Se acercan lobos marinos, algunos pingüinos, gaviotas y skuas que anidan allí. No hay vegetación, como es obvio, y es un terreno rocoso”, describe.  En la casa, hay dos baños; uno, con dos inodoros cuyo desagüe es en tambores y que cada tanto, retiran y sellan y el otro, con lavabo y ducha. En la parte de adelante está el comedor, una sala de lectura, un pequeño gimnasio y una salita de enfermería, dos despensas y un taller. En el sector donde está la cocina, hay una heladera y una sala de comunicaciones como una especie de oficina, donde están los equipos de radio.

Es el lugar desde donde Vilma se comunica con el mundo exterior. Es una de las tres experimentadas en cuestiones antárticas. No para de hablar.  “Apenas llegadas, acondicionamos el equipo y sujetamos y tensamos los mástiles de las antenas de radio”. Marca una diferencia con lo que vivió en Marambio, durante un año. “Cuando te levantás y mirás por el ventanal de tu habitación, el paisaje es extraordinario con el glaciar al fondo, los otros nunatacs y los animales que aparecen. Es una cosa impresionante. Somos privilegiadas por estar aquí”. Destaca que hasta ese momento, tuvieron comunicaciones bastantes fluidas con sus familias, a pesar de que son muy cortas y en horarios establecidos. Habla sobre esa relación. “Si no te apoyan realmente esto se torna muy difícil. Por suerte, las nueve contamos con ese soporte”, reitera.