|
ARREBATADA,
encendida de amor, los ojos limpios para ver desnudas las cosas alzadas,
infinitas. Así está, entre las llamas de la Poesía,
en su graciosa y desalada exuberancia, Edith Sitwell. En ella fulge
el alto destello del paraíso, la lumbre de oro, el radiante
amanecer. A su canto se desprende el espíritu.
TODA su alborada estalla, se pone a luz: los negros ríos, las
simas, las violadas voces. También la sangre-pájaro
que salta en nuestras venas sus centelleantes esmeraldas. Todo sale
de sus cavernas, busca el Sol, el soberbio planeta de enfurecido fuego.
Es la hora en que la larga noche del corazón se estremece,
cuando sus fieros hielos crujen. Edith Sitwell modula el canto que
anuncia la Primavera del mundo.
PORQUE todo lo toca el amor, su abrasador incendio. Porque lo levanta
la Poesía. En su sueño magnífico, tal los grandes
poetas, abre los caminos del mundo. Nos acerca al despertar, depura
el día del hombre, alza su delirio. Como Bécquer, ese
alado hermano suyo, puede decir:
Ví al amor envolviendo a la humanidad como un fluído
de fuego, pasar de un siglo a otro, sosteniendo la incomprensible
atracción de los espíritus, atracción semejante
a la de los astros y revelándose al mundo exterior por medio
de la Poesía, único idioma que acierta a balbucear algunas
de las frases de su inmenso poema. (2)
EDITH Sitwell está cogida de la Razón ardiente. (3)
Su razón irradia sacudida, desarreglada extrañamente
por el amor. Por eso sorprende su poesía de tempestad que hiere
y penetra. Ella nos agita, nos lanza en lo desconocido.
Se siente y reconoce su presencia en la luz y en la tiniebla porque
en ella el fuego del corazón y el fuego de la mente se envuelven
y se funden. Los ojos de su amor poseen su sapiente facultad, su ilimitado
goce. No hay más un amor oscurecido, una entraña ciega.
Se levanta crujiente, convulsa, una llama perpetua, una luz enardecida.
Es la deslumbrante aparición.
En el fondo del corazón, en el fondo de nuestro corazón,
un hermoso día
(4) se descubre y embellece cuando
triunfante sobre las arenas del Tiempo, Edith Sitwell enciende su
rocío. Las agrias furias yacen allí transpuestas, abatidas
las híspidas escorias. Ahora, sin fatiga, se sondea la profunda
luz, se atormenta la tiniebla.
Yo que crecí en el corazón como
la canción-pájaro
Crece en el corazón de la Primavera
Yo, terrible Ángel
De las esmeraldas en la sangre del hombre y el árbol.
Anne Boleyns Song.
Desapareció el frío del invierno
En la hosca selva y en el corazón
Y cálidas están las recientes hojas y el capullo de
rocío
Oh ojos, oh corazón, oh labios que no envejecerán.
Las aguas aman a la luna, el sol al día.
Como yo te amo, mi adorada del día!
One day in Spring.
En aquel gran día de fiesta
No habrá trabajo ni temor por el pan de mañana
Ni las naciones se enfurecerán
Y sólo la Muerte sentirá la tristeza de la vieja edad.
One day in Spring.
Podemos repetir las mismas palabras de Paul Eluard que nos condujeron
a esta asunción por la poesía de Edith Sitwell, en su
proclamación jubilosa:
En el fondo de nuestro corazón, tus ojos traspasan todos
los cielos
Flechas de alegrías, ellos dan
fin al tiempo, inmolan la esperanza y el dolor, extinguen la ausencia.
La vida, solamente la vida, la forma humana en torno a tus ojos claros.
ANTE un arremolinado crujir de alas negras y mundos que caen, Edith
Sitwell llega arrebatando comarcas al corazón. Mi corazón
con su oro infinito y su carga de amor
El corazón
de oro del día
Descubre la maravilla de su ser,
el ser de su poesía, de su más clara verdad. Se crea
de nuevo el universo, se abre el círculo de su acción
resplandeciente.
Ahora se exaltan en nosotros las ansias supremas de la vida, los llamamientos
de la victoria. El sorprendente prodigio está hecho. Absortos
los ojos lo contemplan.
SOLO vive quien mira siempre ante sí los ojos de su aurora
(5) Edith Sitwell, ser traslúcido, posee todas las gracias.
Rasga su misterio y nos trae la luz, los violentos esplendores. Ella
encarna la redención, la incalculable libertad. La esencia
escondida de las cosas saltará a las vivas llamas de su aurora.
LA poesía de la más grande especie surte de la
naturaleza esencial de las cosas; ella no fluye de sus apariencias
(6) Se fraguan sus íntimas gemas. Salen nítidas sus
fulgentes criaturas. Toda la desnudez del mundo, la irradiante creación,
lo que fluye escondido, aparecerá. Ha alcanzado el límite
posible del encanto de la palabra humana:
¿Es la luz de la nieve que pronto abatirá
La primavera del mundo? Ah no, la luz es la blancura de todas las
alas de los ángeles
Tan pura como el lirio nacido con el albo sol
Y quisiera que cada cabello de mi cabeza fuese un ángel, Oh
rojo Adán mío,
Y que mi cuello pudiera tender hacia tí cual rayo de sol o
la naciente yema de un lirio
En la prístina primavera del mundo, hasta que tú, mi
grandeza de arcilla,
Adán mío, rojo barro del huerto, haciendo olvido
De los truenos de males y de bienes y de ruinas,
Hallaras la verde sombra de la primavera debajo de los cabellos de
mi cabeza, esos
Y mi rostro, el blanco sol nacido del tallo de un lirio,
Vuelva del averno llevando lumbre al solitario:
Hasta que el pueblo en ínsulas de soledad vocee a las otras
ínsulas
Olvidando las guerras de los hombres y de los ángeles, la nueva
Caída del Hombre
A Young Girl
HAY una plenitud de creación, de ardimiento. Nada se aleja
del amor. El Sol de Oro de la sangre, a cuya conflagración
las más densas sombras ceden: Ven, Sol mío, a
derretir el hielo eterno de la Muerte. No hay prisión
que sufra el celeste fuego.
EN Edith Sitwell una primorosa imaginación está despierta,
se yergue en su majestad. Desafiante interroga al universo, fuerza
la inmensa luz de las profundidades. Se adivina el poder de la transmutación
que la mueve.
EN el centro de tanto dolor, de tanta y fiera noche del hombre, Edith
Sitwell erige su tormentosa Columna de Fuego. Destruye y crea. Nos
conduce deliciosamente a los abismos para el renacimiento de la esperanza
y de la maravilla. Es la luminosa Destrucción. Su Poesía
crujiente, de cercanas albas, está rebosando perpetuamente
de sabiduría y deleite. Ella redime ciertamente de la muerte
las visitas de la divinidad al hombre.
Los fragmentos de poemas transcritos han sido tomados y traducidos
del libro de Edith Sitwell: GREEN SONG AND OTHER POEMS. View Editions,
New York, 1946. (El que lleva por título: A Young Girl
(Una Muchacha), se ha vertido en su integridad.
(*) Poema publicado en «Las Moradas»,
vol. II, nš5, Lima, Julio de 1948 (págs. 145-148).
(1) Citado por Edith Sitwell: A Poets Notebook. Macmillan
& Co. Ltd., London, 1943.
(2) Gustavo Adolfo Bécquer: ¿Qué es Poesía?
(Cartas literarias a una mujer). Editorial Séneca, México,
1942.
(3) Frase del último verso del poema La jolie rousse,
de Guillaume Apollinaire.
(4) Paul Eluard: Donner á voir, Gallimard, París,
1939.
(5) Luis Cernuda: La realidad y el deseo. Editorial Séneca,
México, 1940.
(6) Edith Sitwell: Obra citada.
|
|
|