Entrevista a Marcelo Cohen

“El rock me acompaña desde siempre”

El filete de brótola llega rápidamente. Marcelo Cohen pide al mozo aceite de oliva para aliñar la ensalada, mientras intercambiamos algunas palabras de rigor relacionadas con Barcelona, la ciudad española donde vivió por más de veinte años. Para ser mediodía, reina un silencio inusual en este segundo piso de un restaurante de Belgrano. Pero estamos sentados en una mesa vecina al patio de juegos, y en un par de horas el ambiente será copado por el alboroto infantil, cuando los niños salgan de la escuela. Cuando el autor de “Donde yo no estaba” pruebe su primer bocado, ya habrá recorrido junto a este cronista buena parte de sus días españoles. Recordará que el Raval, hoy barrio entre mestizo y bohemio en la parte vieja de la ciudad, fue en su época un sitio peligroso al que todos conocían como el “barrio chino”. Y se interesará también por algunos cambios que se han producido en los últimos años en la capital catalana, ciudad en la que comenzó a edificar una sólida carrera de escritor y traductor. Con el almuerzo casi terminado, se animará a hablar de música, literatura, y esa para muchos curiosa relación con los músicos de Babasónicos, que comenzó con “Falsario”, canción cuya letra compuso junto a Adrián Dárgelos, y que se renueva ahora con “En la bruma nacarada del origen”, la biografía en clave ficcional que escribió sobre la banda, y que publicó en exclusiva Babasonicos.com.

¿Cómo comienza la relación con Babasónicos?

Nos acercamos a partir de la gente de la revista Inrockuptibles. Me acuerdo que una vez nos saludamos en un programa de Juan Di Natale en la Rock and Pop, un sábado a la tarde. Yo conocía muy poco a Babasónicos, pero como soy curioso, ya de leer la revista, de lo que decían de la música de ellos, había empezado a escucharlos. Más tarde a Mariano Valerio y otros de la revista se les ocurrió que, como Adrián es un lector, como se dice… voraz… y yo capto algo de música, bueno, podían hacernos una entrevista a dúo. Después Adrián me llevó a conocer a los otros.

Es curioso el acercamiento, más que nada porque provenís del mundo del jazz…

Yo soy un aficionado al jazz, pero también a muchas músicas. Más que nada, soy un aficionado a la música. Y me gusta mucho el género canción en todas sus formas, desde lo clásico hasta lo popular. A propósito de las letras populares, de hecho, cuando era chico estuve en una murga, por unas semanas. No muy duradera, creo. “Los colosos de Parque Chas”. Duró un verano. Ahora no es que las murgas me enloquezcan. Pero el rock me acompaña desde siempre. Fui amigo de músicos de rock a principios de los ’70 y tuve diálogos con muchos de ellos durante mucho tiempo, hasta que la vida nos alejó. Al mismo tiempo escribía canciones para amigos que tenían grupos vocales de folclor o de baladas, todo bastante supuestamente poético y por supuesto muy político. Después me efectivicé como hombre de letras y a la vez me dejé llevar por otras músicas y el jazz, que escuchaba desde casi adolescente, me secuestró de esa manera un poco neura en que captura el jazz. En el rock perdí contacto con las cascadas de información y limité los gustos; me iba quedando con un sedimento de cada período: Hendrix, Zappa, más tarde The Clash, Roxy Music, The Police, Talking Heads, ahora a veces White Stripes, y también algunos cancionistas más laterales tipo Randy Newman. Por otro lado soy fan vitalicio de Stevie Wonder. Un eclecticismo incurable, y una galería de señor maduro. Pero siempre me gustó el rock. Es otro tipo de experiencia, es mas inmediato, tiene otra palpitación y permite escribir canciones, o fomenta un deseo de escribir canciones, una veleidad de que es posible. .

De Músicas y mundos literarios

La afición de Cohen por la música lo lleva jactarse de que a los doce años escuchó la primera canción de The Beatles y que en su adolescencia fue un ferviente oyente del programa radial “Modart en la noche”, en el cual esperaba el estreno del nuevo single de The Rolling Stones. También dirá que pertenece a la generación de las ilusiones revolucionarias, “aquella de las eternas preguntas filosóficas morales que suscita con el paso del tiempo el haber sido en algún momento marxista – leninista”. Mientras apura un café, reconocerá con envidiable elocuencia que Bob Dylan “es un ejemplo canónico de cómo envejecer en base a un acuerdo entre rock y edad, muy notable”, y que el último disco de Paul Mc. Cartney, (Chaos and creation in the backyard), es fabuloso: “Mc. Cartney es un melodista emocionante, un tipo que en tres minutos siempre puede inventar una cadencia que hace que la canción sea inconfundible”.

Los músicos de Babasónicos, especialmente Adrián, son fervientes lectores. Uno puede pensar que tal vez la conexión entre ustedes viene desde lo literario…

Al comienzo no fue eso lo que más me llamó la atención eso de los discos de Babasónicos, sino, por un lado la textura sonora, instrumental, una voz bastante particular como la de Adrián, y un cinismo que a mi me resultaba enternecedor, no muy maldito, pero en el cual veía reflejado algunos elementos que reconocía y compartía, la sombra de ciertos poetas. Empecé a figurarme: Lautreamont, Rimbaud. A mi, como soy muy ecléctico, tanto como los narradres o poetas digamos serenos, magistrales, por ejemplo Flaubert, me han calado hondo escritores muy disirruptivos, que tienen un contacto fuerte con el rock, como William Burroughs. Ahí había un filón común, teníamos cosas de que hablar. Ellos son músicos de rock con los cuales se puede hablar de libros. Yo les recomiendo autores menos de cajón y ellos a mí literatura o música.

¿Cómo nace Falsario?

Falsario fue una canción creada por las ganas de hacer algo juntos, nada mas. Improvisando sobre un motivo bastante difuso (un encuentro nocturno, una frase de Adrián), en una situación que vista de afuera, era de comedia: dos personas sentadas juntas tratando de escribir una canción, y procurando durante cuatro actos no mirarse, porque si se miraban se les iban las ideas. Había que respetar ciertas acentuaciones y había una idea inicial de él, que después deformamos convenientemente. Con respecto a la colaboración con Babasónicos, a mi me gusta la oportunidad de hacer una canción pop o rock. Me gusta el hacer. Aunque soy muy bisoño en esto todavía.

¿Tienen pensado hacer algo mas juntos?

Y vamos a ver si nos sale. Ellos tienen una manera de proceder que son ciertas costumbres que contemplan seguramente una serie de previsiones para dejar un amplio espacio para la improvisación. Y uno puede entrar, providencialmente y quizás molestar o llevar un problema. Todo eso es muy delicado y depende de la confianza. Depende que a uno le digan traeme y el otro alcance. Yo escribo cosas que pueden servirles o pueden ser un escollo, un mal compromiso. Por eso es mejor que sobre todo colabore en este sitio.

Reinventando la ciencia ficción

Dice su biografía que nació en Buenos Aires en 1951, que se dedicó al periodismo hasta 1975, cuando se instala en España. Fue allí donde progresivamente fue alejándose del periodismo apara abrazar la literatura y la traducción. Permaneció en Europa hasta 1996, cuando decide retornar a la Argentina. Su obra literaria, ligada toda ella al género de la ciencia ficción, ofrece libros de relatos como “El instrumento más caro de la tierra” (1982), “El buitre en invierno” (1985) y “El fin de lo mismo” (1992) y festejadas novelas como “El país de la dama eléctrica” (1985), “Insomnio” (1986), “Los acuáticos” (2001) y la reciente “Donde yo no estaba” (2006).

Esta última, tiene mas de 700 páginas. 726 para ser más precisos. Y eso que hubo recortes, sino superaban las 800. Y fueron cinco años de trabajo en la misma historia, casi desde el preciso instante en que se publica “Los acuáticos”. De hecho, ambas transcurren en el mismo mundo artificial que Cohen concibió para ésta: el Delta Panorámico, un enorme espacio ficticio constituido por infinitas islas. “Donde yo no estaba” se desarrolla en una de esas islas, “Múrmora”. La novela es el diario personal que escribe el comerciante Aliano D’Evanderey, en el cual vuelca con minuciosa lucidez impresiones y reflexiones, como parte de un plan cuyo objetivo es adelgazar su personalidad hasta borrarse del mundo.

¿Cómo llegás a la creación de un mundo absolutamente ficticio, con todos sus componentes, sus reglas, su religión, sus costumbres?

Yo ya había decidido, desde hacía varios libros, que me encontraba mas cómodo y entusiasmado en espacios no exactamente irreales, pero sí hechos , conformados, con zonas diferentes de lo visto, lo vivido, lo leído. Me di cuenta de que si unía retazos diferentes de mi experiencia y con esos retazos, con diversos detalles armaba un esbozo de espacio, en ese aglomerado surgían elementos nuevos que eran fruto de ese collage, una propiedad emergente del conjunto, y surgían por la fuerza un poco magnética y un poco procreadora del lenguaje; quiero decir que cuando juntas cosas disímiles y les das una mínima coherencia en el plano la imaginación se dispara. Esa manera de trabajar era una buena vía, me pareció, para que aparecieran cosas que nadie había visto nunca y colármelas a mí y colárselas al lector. Con un poco de cuidado y entusiasmo, la literatura hace ver cosas que el espectador de cine rechazaría por extravagantes o inverosímiles. Y el mundo acepta lo que crea el lenguaje, termina aceptándolo. Ahí tenes un gran incentivo para escribir.

Al mismo tiempo, aunque parezca mentira, lo que yo escribo tiene una relación bastante inmediata con lo vivido. En el ultimo libro es donde más se nota y donde más traté de hacerlo a propósito. Y en general me gusta que dentro de esas atmósferas que parecen irreales, algunos datos muy tangibles, muy cercanos, provengan de la experiencia inmediata, incluso de la contingencia llamémosla histórica .

El mundo del delta panorámico es un mundo en el cual conviven los avances futuristas con la escoria ¿allí reside el toque de realidad?

A mi lo que más me interesa es ver algunas fenómenos que asoman en nuestro mundo y que me parecen especialmente ridículos, inquietantes o peligrosos, y simplemente hacer el trabajo de imaginarles un desarrollo lógico para ver qué pasaa si alcanzan una magnitud importante, qué nos pasaría. Sistemáticamente, algunos fenómenos se desarrollan, como los coches que vuelan (flaycoches) y hay otras cosas que no se transforman porque están congeladas en mi imaginación, y en la realidad van a fracasar o truncarse, y probablemente yo no tenga la expectativa ni el interés de que cambien.

La cosa es que ya no me interesa mucho el género de anticipación, ni siquiera el de prospección. La ciencia ficción más ligada a las ciencias puras es aburrida, la de carácter más sociológico ya imaginó lo peor y empieza a verlo realizado, y sólo queda la que inspecciona las enfermedades de la cultura y las preguntas metafísicas, como las novelas de M. John Harrison. Pero en general la CF se ha vuelto muy apocalíptica, una forma más de la culpa y el miedo con que buena parte de la cultura nos paraliza y nos entristece. Todo eso, la amenaza, la advertencia, pienso que envejece el género, envejece a mis libros anteriores, donde hay demasiado futuro negro, como si la negritud del ahora fuese superable. Me pone muy contento que Aliano, el protagonista de mi último libro, descubra que su sociedad es una especie de retaguardia del futuro. Es como la nuestra: tenemos de moderno aquello que los países supuestamente avanzados, nos van tirando encima porque ya ellos ya lo usaron y los cansó o está pasado de moda, y nosotros lo usaremos hasta que envejezca o pase de moda para nosotros. Pero como lo que tenemos de nuevo es regalado, cae sobre nuestra chatarra y también sobre nuestra tradición. De esa sensación nace esta mezcla.

Es interesante la convivencia entre el lenguaje del escritor y el de algunos de los personajes, un lenguaje artificial, repleto de neologismos, algo emparentado con el argot…

En un momento me di cuenta de que había un desajuste entre esos mundos y la lengua que yo usaba, ya que esos mundos tenían cierta capacidad de duración, precisamente porque no se parecen exactamente a nada. Y yo, por no claudicar en el afecto por la realidad, usaba a veces palabras, argots, muy perecederas. Otras no, cierto, pero…En fin: cuando cuando en esos espacios aumenta la irrealidad, se me hace necesario que, si hay personajes atorrantes, algo así como chabones, hablen en chabón de ese mundo. Y que otros personajes de otros niveles sociales de ese mundo también tengan su jerga.. Y esto me gusta mucho porque me permite mezclar tonos de habla del mundo real con jergas de ese mundo inventado que al mismo tiempo, por no estar totalmente codificadas, tienen un plus semántico, quieren decir más cosas, son más ambiguas o antriguas. Algunas palabras de las jergas de mi mundo las usan personajes de distintos niveles sociales. Pero muchas la usan solo algunos grupos sociales o algunas tribus. Y todo se ha vuelto algo tan complejo que por eso voy asentando un diccionario, porque entre un libro y otro me olvido de qué significan algunos giros. Es como si cuando no escribo me fuera de viaje a la realidad sosa y se me borrasen cosas de la lengua hogareña.

En un momento en que todo gira en torno a la rapidez, y la velocidad, en el que desde muchos sectores se habla de la muerte del libro, del fin de lo impreso, ¿creés que novelas tan extensas son el modelo apropiado?

Yo creo que pasa como en todo: hay gente que le gusta tener vinilo, hay gente que colecciona monedas y estampillas, y hay gente que lee poesía. Ya hubo períodos de la humanidad así. Estas zonas son elásticas: hay momentos en que la gente se cansa de algunas innovaciones. Por ejemplo, noto que empieza a haber cierto cansancio en la fiebre de bajar música, el gusto por la televisión sube y baja; en cambio el chat me parece que va a tener una vida bastante larga, porque responde a necesidades de ansiedad difíciles de eliminar y presta servicios afectivamente útiles; me bastó ver la cantidad de cibercafés que hay en Potosí, una ciudad pobre, aislada y a mucha altura. Esa gente que los llenaba a las seis o siete de la tarde estaba chateando con amigos o parientes lejanos. Además accedían a otros mundos por Internet, claro. Pero algunas formas del entretenimiento pueden cansar y eso indica que más allá de que todas encuentren su acomodo y se practiquen como hobbies y con entusiasmo, como la lectura de libros, hay algunas que probadamente resisten mejor que otras el paso del tiempo, en el sentido de que la clase de satisfacciones que dan son reales y seguras. La lectura es una de esas: habrá quien prefiera leer en soporte digital y quien quiera mantener la sensación de estar en un sillón, con el libro en la mano, pasando las páginas, con el olor del papel y la tinta, la lámpara a un lado. Es un tipo de intimidad muy distinto del que ofrece la pantalla, otra inmersión, otra relación, otro viaje, uno levanta la vista un momentito, ve algo, vuelve a la página anterio o subraya, esas cosas. Hay un poema precioso de Wallace Stevens sobre el lector, la luz privada, el libro y el mundo. No me lo acuerdo de memoria. Otra vez te lo leo.

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