Siempre he considerado que el socialismo es el mayor mal que existe en la sociedad, ya que supone la negación absoluta del hombre. Todo hombre viene a la vida con tres derechos inalienables, la vida, la libertad y la propiedad. Estos derechos no son concedidos por ningún otro hombre, sino que los tiene el ser humano por el simple hecho de serlo. Y precísamente por ello, son los derechos más odiados por los tiranos de toda clase, porque para que su dictadura sea efectiva, ha de eliminar la condición de hombre de los demás y dejarlos con el estatus de siervo.
Una persona ha de estar viva para poder hacer cualquier cosa, como es evidente. Ha de ser libre para poder pensar y expresar su opinión. Y ha de poder gobernar sus cosas para organizar su vida. De estos tres derechos, el primero en ser atacado es el de la propiedad, poniéndo límites a la capacidad que tiene el hombre para poder organizarse. Este ataque no es casual, ya que, principio, parece el derecho más fácilmente limitable y que menos resistencia suele provocar a la gente, además de poderse llevar a cabo poco a poco. Así, los primeros ataques a este derecho suelen ser muy sutiles, en forma de algún tributo fácil de llevar. Después poco a poco se van incrementando estos tributos, y se limita la disposición que puede hacer el propietario sobre sus bienes, hasta que finalmente, estos bienes se transforman en, o bien, una carga a sus propietarios (vía tributaria, por ejemplo mediante el impuesto de sucesiones y donaciones que supone una auténtica expropiación del patrimonio heredado), o éste casi no tiene opciones para operar con él (como por ejemplo con una finca situada en un sitio considerado de interés público, ecológico, cultural, donde el propietario no puede hacer absolutamente nada con él).
El segundo ataque viene del lado de la libertad. Las primeras escaramuzas vienen muy ligadas al derecho a la propiedad, ya que a sus legítimos propietarios se les impide operar con su bien de la manera que desean, no pudiendo disfrutarlo, venderlo o trabajarlo libremente. Posteriormente viene de forma más sutil hacia posiciones políticas consideradas desgradables por gran parte de la gente. Poco a poco, el campo de lo que es desagradable se va ampliando, poniendo a la gente en contra de más y más opiniones políticas, sirviéndose para ello de ingenieros sociales y de una masa muy elevada de “tontos útiles” que van haciendo el trabajo sucio de manera gratuita. Finalmente el golpe maestro viene con la educación obligatoria, de manera que ni siquiera las personas más allegadas puedan enseñar nada a las nuevas generaciones, y las únicas ideas que puedan ser transmitidas son las aprobadas por el dictador de turno. Siempre de manera muy sutil, y pareciendo lo mejor para todos, presentado el adoctrinamiento como algo beneficioso (como ocurre con la educación para la ciudadanía). Finalmente las opiniones contrarias son obligadas a permanecer en privado y los que se oponen acaban siendo enjuiciados con la correspondiente campaña mediática de los allegados a la nomenclatura que diseñan todo el proceso.
El último ataque proviene de la negación del derecho que tiene el propio individuo a vivir. Puesto que es, de todos los derechos el más fundamental, puesto que para siquiera tener la posibilidad de ser propietario o de ser libre es necesario estar vivo, es el ataque que más trabajo cuesta y que más poco a poco se lleva. Para ello se lleva a cabo una definición de vida poco a poco más restrictiva. Así, se empieza diciendo que no tiene derecho a vivir quién no haya nacido. Es lógico, no porque no esté vivo (que lo está) sino porque no puede protestar. Para ello se emplean argumentos de lo más peregrino, que si no siente, que si no piensa, que si es el cuerpo de otra persona. El hecho de que está vivo y de que es humano, pasa totalmente a un segundo plano, al igual de que el hecho de que esa vida se haya originado de manera voluntaria (quitando quizás el triste hecho de la violación, donde se ha originado por una relación sexual no consentida, en el resto de casos siempre ha sido consentida). Junto al proceso de cosificación de esta vida humana, que ya ha pasado a ser considerada como un mero apéndice sin tener en cuenta que no tiene ningún parecido a la madre, se procede al segundo caso, a la dignificación. Para ello se crean falsos dilemas sobre si no se trata de una vida digna cuando puede tener la posibilidad (nunca la certeza, siempre son posiblidades) de tener algo que lo separe de la “normalidad” (alguna posible enfermedad por parte del hijo o de los padres o la falta de un nivel de vida “digno” por parte de los padres), o se crea en la madre un rechazo psicológico artificial a su hijo (diciendo que a una determinada edad “no le conviene” o con unos determinados ingresos, …) o incluso se dibuja como algo “fastidioso” (vendiendo que la vida tiene muchas cosas que ofrecer a los padres como para que se pierdan toda clase de caprichos por el fastidio de tener que cuidar de un hijo). Por supuesto nadie pregunta al hijo si desea ser asesinado, sino que se toman las decisiones desde otro ámbito por “el bien de alguien”, obviando que se trata de una vida humana, que vino al mundo de manera voluntaria, y que siempre existe la posibilidad de darlo en adopción.
Una vez que ya se ha aceptado que existen vidas “dignas” o no, ya el siguiente paso resulta muchísimo más fácil. Siempre aprovechando momentos en que las facultades de un hombre no le permite expresarse libremente, o que se hayan un tanto mermadas, se vende que no es digno de vivir, ya que “el pobre” está sufriendo. Para ello primero se heroifican a los correspondientes “tontos útiles” que desean sucidarse. En lugar de verse dichos casos como personas particulares, que por el motivo que sea, quieren suicidarse, pero haciendo ruido, se ven como una gran demanda social y se extrapola al resto de la población que simplemente tiene un algo que los aparta de la “normalidad” deseada, sin que hayan expresado jamás su más mínima intención al respecto. Por los medios de comunicación de la nomenclatura se vende que lo “normal” es que la gente desee suicidarse cuando está enferma. Empieza a heroificarse también a quién asesina a estas personas, independientemente de que hayan o no hayan dicho nada. Y por último a golpe legal se determina que la dignidad de las personas las determina la nomenclatura, en forma de gabinete o consejo, que determina quién puede vivir y quién no, independientemente de la voluntad del de va a ser asesinado, aprovechando cualquier momento en que éste no pueda expresar su opinión.
Y con esto ya tendríamos la dictadura perfecta. Es digno de poseer quien hace lo que manda el partido, es digno de ser libre quien opina lo mismo que el partido y es digno de vivir quien permite el partido. Y mientras tanto los “tontos útiles” aplaudiendo cada vez que dejan de ser humanos.