Apuntes científicos desde el MIT

07 Nov 2009

Escrito por pestupinya

07 Nov 2009 - Enlace

Las novias reducen más mi estrés que yo el suyo

La bióloga Miriam Peláez nos ofrece una nueva entrega de las lecciones que más le han impactado durante su trabajo como editora científica del programa REDES de Televisión Española.
En esta ocasión, nos habla de unos experimentos que recomiendan a los chicos buscar apoyo en nuestras novias ante una situación de estrés, pero advierten a las chicas que para ellas es más eficiente recurrir a sus amigas.

Quién te ayuda mejor a combatir el estrés, por Miriam Peláez

¿Quién crees que te proporcionaría mayor efecto de apoyo antes de vivir una situación de estrés: tu pareja o tu mejor amig@?

Podemos contestarte: parece que depende de tu sexo.

De los experimentos que llevaron a esta conclusión y de otras muchas cosas relacionadas con el estrés nos habló en Redes la neurocientífica Sonia Lupien. Tuvimos la ocasión de disfrutar de su energía y de su contundente discurso cuando se acercó a Barcelona, invitada a las jornadas Estrés: naturaleza, consecuencias y cómo hacerle frente.

Los experimentos que describió Lupien fueron llevados a cabo por el equipo del psicólogo Clemens Kirschbaum, y se realizaron sometiendo a algunos voluntarios –mujeres y hombres- a una situación de estrés estandarizada que combina la falta de control y el sentimiento de amenaza por evaluación social, dos de los elementos característicos de cualquier escenario estresante.

El escenario consistía en una breve exposición frente a un serio tribunal, que realiza luego una serie de preguntas sobre aritmética al participante “a estresar”.

El detalle no importa. Es este test, como podía ser un enorme mamut acercándose al voluntario; al cerebro le da exactamente igual.

La situación de estrés en los voluntarios dura 10 minutos, y se desencadena de la siguiente manera: Cuando la información estresante llega al hipotálamo, alojado bien adentro en el cerebro, esta glándula desata la alarma provocando la liberación de adrenalina y cortisol en sangre. Se inicia entonces una súbita conmoción en el cuerpo: el afectado siente su corazón frenético intentando huir de la caja torácica, las glándulas del sudor segregan líquido sin control, el hígado ordena a gritos la liberación de glucosa en la sangre, no llega saliva a la boca, y las pupilas se dilatan en busca de luz y pistas que iluminen al cerebro. Además, mientras ocurren todos estos cambios, las funciones básicas como la reproducción, la digestión, o incluso el sistema inmune, se paralizan o se ven alteradas.

Antes del experimento, se informaba brevemente a los participantes sobre la situación de estrés que iban a soportar, y se les daba 10 minutos para “prepararse”. En ese tiempo podían traer a su pareja para que les apoyara. Tras medir los niveles de cortisol en la saliva, Kirschbaum y sus colegas observaron que los voluntarios hombres que habían recibido el apoyo de sus parejas femeninas, redujeron más su estrés que las mujeres que estuvieron con sus parejas masculinas justo antes de empezar la prueba.

El ensayo se rehizo, pero esta vez, la persona de apoyo durante el pre-estrés era el mejor amigo en el caso de los hombres, y la mejor amiga en el de las mujeres. Aquí el efecto relajante del apoyo social se invirtió: las mujeres eran ahora las más reconfortadas, al tener el soporte de su mejor amiga.

¿De dónde viene esa diferencia entre sexos con respecto a la ayuda psicológica frente al estrés? ¿Será cuestión de la mayor capacidad de empatía atribuida a las mujeres? ¿Influirán en algo las relaciones de competitividad que se establecen entre hombres? De momento no podemos contestar, pero vemos que ciertas personas de nuestro entorno pueden brindarnos un mayor soporte moral ante una situación de estrés.

El torrente metabólico que inunda tu organismo durante todo el episodio inesperado y amenazante de estrés es muy útil ya que te prepara para reaccionar: bien sea huyendo o atacando. Una vez fuera de peligro, las constantes vuelven a la normalidad y el cuerpo pone en marcha los mecanismos necesarios para reparar los posibles daños internos. Es un proceso natural que habita en los organismos complejos, con gran fortuna, desde hace millones de años.

El problema es que cuando se prolonga en el tiempo y cuando las situaciones que lo originan son tan diversas y numerosas como lo son en nuestra vida cotidiana, se puede convertir en un serio enemigo.

El estrés crónico, con todo el vaivén de hormonas que arrastra, acaba afectando al equilibrio físico y mental del individuo, dejando secuelas en la eficacia de la memoria, en la regulación del hambre y la saciedad, y en las defensas ante infecciones entre un largo etcétera de efectos negativos.

Para luchar contra el estrés debemos entender cuál ha sido su función en la evolución, qué papel tiene para nosotros hoy en día, y cómo actúan los mejores métodos que utilizamos con el fin de atenuarlo. No hay duda que el apoyo social es uno de los más importantes, y varias investigaciones demuestran que detrás de sus beneficioso se esconde de nuevo nuestra famosa oxitocina, la hormona clave en el amor, el afecto y la confianza.

- Miriam Peláez

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22 Abr 2009

Escrito por pestupinya

22 Abr 2009 - Enlace

Al cerebro le gustan los catálogos

- Texto redactado por Miriam Peláez, bióloga y editora de redes-tve -

A nuestro cerebro le gusta y necesita crear categorías, y lo hace para todo: cuando conoce a una persona nueva la clasifica en un grupo, bien sea racial, religioso, económico, cultural… Pero también necesita otorgar etiquetas a las situaciones y a los objetos. Eso no quiere decir que la manera de clasificar y ordenar haya de seguir una lógica coherente, no; muchas veces se trata de divisiones absurdas, pero que resultan útiles a nuestro cerebro para reconocer, aprender y reaccionar la próxima vez que se encuentre con otro elemento de la misma clase en el futuro.

Y no siempre sale a cuenta esa “manía” de catalogarlo todo, o por lo menos podríamos decir que puede llevar a confusión y errores. Afortunadamente, la experimentación y la verificación empírica pueden ayudar a escapar de esos errores.

Pongamos algunos ejemplos:

Genético / ambiental
Dentro del estudio de las características y propiedades de un individuo, se ha tendido a distribuirlas en las que vienen determinadas por el ambiente y las que son atribuidas a la herencia genética. El eterno debate nature vs nurturenature vs nurture. ¿Qué implicación tiene en la capacidad creativa de una persona su combinación de genes y cuánto intervino el entorno que vivió en su infancia? ¿Qué importancia tiene la genética en la tendencia a la adicción de un individuo?, ¿interviene más el ambiente que conoció el feto en el útero materno, o quizá influyó decisivamente el contexto vivido durante la adolescencia?
Durante muchos años, el debate permaneció en esa dicotomía. Ahora es difícil reducirlo a eso. Los genes no son nada sin la intervención del entorno y éste actúa sobre el genoma dejando sus marcas físicas, que pueden ser incluso heredables.
De eso nos habla en particular la epigenética, como pudisteis leer en la entrevista a Manel Esteller en un post anterior . Es el segundo código, el que liga nuestro código genético conocido hasta ahora -hecho de secuencias de bases en el ADN- al entorno. Nuestra alimentación, el aire que respiramos, las actividades que realizamos, los sentimientos que nos invaden, y un sinfín de vivencias alteran los genes sin afectar al ADN a nivel de su secuencia, pero sí interviniendo en la forma de expresarse.
Así que se acabó el dividir genes y ambiente. Están tan ligados y mezclados que no podemos trazar frontera clara entre ambos.

Natural / artificial
Cuando el cerebro categoriza coloca además muy a menudo una valoración o connotación. En el caso de la separación de lo que nos rodea entre lo que sería natural y lo que denominamos artificial, hay un claro regocijo por lo que proviene de la naturaleza. Parece que tiene que ser necesariamente bueno. Lo artificial, y por lo tanto generado y creado por la mente y la acción humanas, no suele conllevar las alabanzas de sano o beneficioso.
Me vienen así a la memoria las palabras de David Barash, psicólogo de la Universidad de Washington que pasó por Redes hace unos meses junto a su mujer Judith Lipton, psiquiatra y coautora con su esposo de “El mito de la monogamia”.
El libro repasa las costumbres de la vida en pareja de numerosas especies animales, incluyendo la humana, claro está. De momento sólo podemos decir que no hay nada, según las últimas investigaciones, que lleve a la conclusión de que la monogamia es un comportamiento natural. Aquí, natural se refiere a algo que llevamos con nosotros, inscrito de alguna forma en nuestros genes de un modo bastante sólido como para que tendamos a ser monógamos.
Y según las palabras de Judith, “la monogamia es posible, como el arte, pero no es natural; es más natural un modelo sexual en el que la gente encuentre una pareja, haga promesas que luego rompa, se produzca un abandono, a alguien se le rompa el corazón, luego se hagan más promesas, haya más corazones rotos… lo natural es una retahíla de corazones rotos”.
En este caso una actitud no natural puede resultar más beneficiosa para la vida en una sociedad como la nuestra.
En ocasiones la gente se refugia en lo natural, bien sean terapias, alimentación o comportamientos. Y muy a menudo resulta absurdo; lo natural puede ser igual o más perjudicial que lo artificial, que lo adoptado o nuevo. Hay una tendencia a pensar que lo natural nos corresponde más, por formar parte de la naturaleza lo conocemos mejor y podemos controlarlo. Nada más lejos de la realidad. Y es esta una dicotomía, la de natural o artificial, que nos hace caer en decisiones sin fundamento.

Normal / anormal
Como el cerebro necesita etiquetar, también ha de tener referencias, para poder comparar, para poder orientarse. La referencia de lo normal es básica y es una gran norma a emplear para evitar riesgos y para vivir en sociedad. Es reconfortante estar en la normalidad, aunque de vez en cuando convenga salir de ella un rato.
Pero en ciencia, y sobre todo en lo que puede concernir a la investigación médica, hay que tener cautela para decidir qué es normal y qué no.
Una triste anécdota viene a demostrarlo. La separación entre normal y anormal llevó en el siglo XIX a una decisión dramática para miles de personas. Se empezaba a estudiar el misterioso SMIS (“síndrome de muerte infantil súbita”), que afectaba a algunos bebés: morían durante la noche sin razón aparente para desconsolada sorpresa de los padres. Una vez hecha la autopsia los médicos compararon con la anatomía de bebés normales. Y ahí estaba la trampa: quiénes eran los bebés normales. En aquel momento, a finales del XIX, los médicos disponían de cuerpos para autopsias que provenían de las esferas pobres y desfavorecidas de la sociedad.
Al analizar los bebés muertos de SMIS y compararlos con los bebés normales, algo destacaba: su timo -órgano implicado en la maduración de las células del sistema inmunitario- era significativamente mayor.
Pero lo que no se sabía en aquella época era que el estrés, como el que podía sufrir la gente pobre debido a sus condiciones de vida y alimentación, a las enfermedades que padecían, podía reducir el tamaño de su timo.
De esta forma, se concluyó que el síndrome de muerte súbita del lactante se debía al tamaño excesivo del timo y se optó por irradiar la zona de la garganta y el pecho de los recién nacidos para evitar el crecimiento del órgano por encima de lo normal. En consecuencia, fue irradiada también la tiroides, glándula reguladora del metabolismo y situada en la garganta, no muy lejos del timo.
Y así fue como miles de personas, que fueron irradiadas en los primeros meses de vida para prevenir el SMIS, murieron años más tarde de cáncer de tiroides.
Y todo por haber considerado como normal algo que no había sido suficientemente analizado.

No podemos evitar catalogar, desde nuestro vecino al chocolate que comemos o la última ley aprobada por el gobierno… pero quizá debamos hacerlo con algo más de fundamento y pensarlo dos veces antes de poner etiquetas. Así eliminaremos unas cuantas barreras de en medio a la hora de movernos en este complejo mundo.

Miriam Peláez

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13 Mar 2009

Escrito por pestupinya

13 Mar 2009 - Enlace

Programados para ser libres

- Texto redactado por Miriam Peláez , bióloga y editora de redes-tve -

Imagínate que un día cualquiera, al salir de casa y abrirse las puertas del ascensor, ves en su interior -cosa inusual- un amable ascensorista que te invita a pasar. Nunca le has visto y le das la mano a modo de saludo. En ese mismo instante una intensa corriente eléctrica pasa a través de su mano y recorre tu cuerpo de forma aguda y desagradable.
He aquí una experiencia –algo surrealista sin duda- que marcará y permanecerá grabada en tu memoria. Se creará un recuerdo que resurgirá sin falta la próxima vez que tomes el ascensor y, si volviera a aparecer el extraño ascensorista, no le darías en ningún caso la mano. Quizás fingirías estar esperando a alguien para no subirte y tomar después el siguiente ascensor.

Este pequeño incidente se incorpora en forma de huella física en la red de neuronas que conforman tu cerebro, en algún lugar de esa extraordinaria trama de 100.000 millones de neuronas y de 1.000 billones de sinapsis o conexiones entre ellas. Se habla de huella sináptica, porque es en el reforzamiento de las sinapsis donde queda materializada esa marca.
A partir de experimentos realizados en este tipo de contextos –evidentemente con ratas de laboratorio- se llegó a una serie de descubrimientos clave para uno de los grandes armisticios entre dos importantes disciplinas: la neurociencia y el psicoanálisis.
Este último daba por hecho que las experiencias marcaban al individuo de manera intensa hasta el punto de determinarlo en gran medida; la neurociencia, para los psicoanalistas, pecaba de reduccionista y entregaba todo el poder a las estructuras cerebrales con las que veníamos equipados.
Pero llegó uno de los más arrolladores descubrimientos neurocientíficos de las últimas décadas: la plasticidad cerebral, es decir, la propiedad del cerebro de ser modificado estructuralmente por las experiencias y los estímulos externos, y también por las percepciones y estados internos.
Esta es la base de todos los recientes estudios sobre la memoria y sus mecanismos cerebrales y moleculares.
Y es también lo que ha permitido llevar a psicoanalistas y neurocientíficos a hablar en la misma mesa. Si las huellas impresas por las experiencias son realmente cambios arquitectónicos en la red neuronal, es evidente que las situaciones vividas van a determinar en gran medida al individuo.

Representando esa reconciliación entre psicoanálisis y neurociencia, citemos a Pierre Magistretti , neurobiólogo de la École Polytechnique Fédérale de Lausanne y co-autor con el psicoanalista François Ansermet, del libro "A cada cual su cerebro".
Magistretti pasó por Redes el pasado verano y nos habló de ese puente construido por la plasticidad cerebral entre la neurociencia y el psicoanálisis. Nos explicó que las huellas físicas dejadas por las experiencias en la estructura neuronal - podríamos llamarlas primarias- son más adelante reasociadas y recombinadas en otras redes distintas, configurando unas huellas secundarias, ya no estrictamente relacionadas con la experiencia. Magistretti y Ansermet apuestan incluso por decir que esas huellas secundarias son lo que nos configura realmente, constituyen nuestra identidad.

Vamos a ver cómo esa identidad está tejida en el recóndito inconsciente.
Ha sido gracias a numerosos experimentos que buscan indagar sobre la memoria y los mecanismos que la construyen que se han podido revelar poco a poco las bases fisiológicas del fenómeno de recombinación de los recuerdos al que alude Magistretti. Entre los investigadores que se dedican a este campo, está Cristina Alberini del Departamento de Neurociencia y Psiquiatría de la Mount Sinai School of Medicine, en Nueva York. Una de las líneas de investigación de su grupo analiza las bases moleculares de la memoria y los procesos de estabilización de la misma, encauzado al desarrollo de terapias para los desórdenes de estrés postraumático.

Alberini fue una de las invitadas al coloquio organizado por Pierre Magistretti en mayo, en el Collège de France, titulado “Neurociencias y psicoanálisis: un encuentro entorno a la emergencia de la singularidad”.
En su exposición , “La dinámica de nuestras representaciones internas: consolidación de la memoria”, Alberini describió los experimentos que le permitieron concluir sobre la función del proceso de re-consolidación de los recuerdos; esa reformulación de lo ya almacenado que iría elaborando con el tiempo la singularidad del individuo.

Aunque los neurocientíficos trabajen con ratas de laboratorio, tomemos el caso con el que iniciamos el post.
Se trataba primero de esclarecer qué regiones de tu cerebro y qué procesos se ponen en marcha para que la huella dejada por la experiencia, la primera vez que sucede, perdure y te permita reaccionar la próxima vez que te encuentres en semejante situación. Dicho de otra forma, ¿cómo se consolida la memoria declarativa, la que se refiere a hechos, personas y objetos que nos rodean?
Dos áreas esenciales en el procesamiento de la información son el hipocampo y la amígdala. El primero encauza la información del contexto, la segunda tramita la memoria emocional, las respuestas de estrés y de miedo.

Para que ambos procesen lo que está sucediendo, se han de producir cambios significativos en la actividad de las neuronas implicadas y en la comunicación entre ellas. Y eso, en el marco de un organismo vivo terrestre como un ser humano, se trasluce muchas veces en activación de genes y la consiguiente síntesis de proteínas. Éstas son las pequeñas máquinas que se encargan de mover, transformar, eliminar, reponer, activar, y un sinfín de funciones más.
Para verificarlo, inyectamos en tu cerebro, con una cánula directa a tu hipocampo, una sustancia inhibidora de la síntesis proteica. Y ya que estamos, hagámoslo en diferentes momentos respecto al instante en que ocurre el suceso para indagar cuándo se ponen en marcha los procesos que consolidarán el recuerdo.
Te inyectamos el inhibidor bien sea antes de que salgas de casa y llames al ascensor, bien cinco horas después del “susto”, 24 o 46h después.
Si pudiéramos realizar estos cuatro tests, comprobaríamos que cuando la inyección que impide la síntesis de proteínas se efectúa a las cinco o a las 24 horas después del suceso, se trastoca la consolidación de la memoria, la huella no puede afianzarse y el recuerdo desparece: dos días más tarde, si apareciese el ascensorista, le volverías a dar la mano inocentemente, creyendo no haberle visto antes ni haber tenido ningún percance con él.
Si la inyección es antes, no interfiere en la formación del recuerdo y si es 46h después, tampoco. Tras 46h, la huella ha dejado de ser vulnerable.
Podemos decir que el proceso de fijación de la memoria se produce dentro de un margen de tiempo determinado tras la experiencia, con una intensidad máxima alrededor de las cinco horas. Tras ese tiempo, la memoria ha dejado de ser frágil, se estabiliza… pero ¿hasta cuándo?
Se pensaba que para siempre, pero los neurocientíficos conocen ahora la existencia de un segundo procesamiento de la información almacenada; transcurre una vez el recuerdo de la experiencia es revivido, reactivado por un estímulo externo o interno. De forma que a pesar de tratarse de una huella estable, pierde su fuerza y vuelve a su estado frágil cuando el recuerdo es recuperado.
Este nuevo tratamiento de la información almacenada, o re-consolidación, necesita también la síntesis de proteínas para llevarse a cabo.

Para ver si se trata de un proceso distinto al del primer aprendizaje, y siguiendo los experimentos de Alberini, se diseña la continuación del caso anterior. Dos días después de tu primer y desagradable encuentro con el ascensorista inesperado, reactivamos el recuerdo: vuelves a verle inexplicablemente sonriéndote ante la puerta abierta. Te inyectamos entonces, justo después, el inhibidor de la síntesis proteica. Si lo hacemos en el hipocampo, le esquivarás de nuevo si te tropiezas con él dos días más tarde, recordando la primera experiencia. Pero si la inyección es general y no sólo dirigida al hipocampo, el recuerdo será dañado y en un tercer encuentro habrás olvidado lo sucedido, le sonreirás tontamente sorprendido y recibirás su calurosa descarga.
Este proceso depende estrictamente de la recuperación o reactivación del recuerdo, ya que si te inyectáramos el inhibidor de la síntesis proteica sin haberte sometido a ese recordatorio, comprobaríamos que la memoria seguiría ahí y que huirías del ascensorista al reconocerlo dos o más días después.
Por lo tanto, en la re-consolidación no participan exactamente las mismas regiones cerebrales, ni los mismos circuitos que en la consolidación. No es una mera repetición del afianzamiento del aprendizaje. ¿Cuál es entonces su función?
Sí, efectivamente, para averiguarlo, hay que volver a realizar tests e inyecciones.
Se establecieron dos hipótesis para este retorno de los recuerdos a un estado frágil: o bien se trataba de un proceso que mediara la integración de la información reciente con la antigua; o bien de un mecanismo para reforzar aún más la memoria.
En el equipo de Alberini se dieron cuenta de que, en realidad, el mecanismo de re-consolidación no es el mediador de la integración de las nuevas experiencias con los recuerdos afianzados, aunque permite este proceso, pero sobre todo refuerza todavía más las conexiones que almacenan la información aprendida.
La configuración de un recuerdo sería un proceso largo, constituido de varias etapas, iniciadas por el aprendizaje, seguido de sucesivas reactivaciones y “rescates” que permitirían fortalecer las huellas.
El inconsciente sería el encargado de estas reasociaciones que autorizarían la integración en los recuerdos de información interna o nueva.
Y aquí viene un punto importante: de esta forma, no corremos el riesgo de estar determinados por la propia plasticidad, puesto que si no existiera esa reorganización, habría una continuidad estricta entre las experiencias y las huellas dejadas en el individuo. La discontinuidad, el desfase entre experiencias y huellas reasociadas crea una realidad interna no-consciente, construida a partir de la percepción del entorno y de la percepción del estado interno. Y de esa discontinuidad emerge el grado de libertad, la singularidad, la posibilidad de ser únicos.

La plasticidad cerebral conlleva un paradójico equilibrio en el que todo queda inscrito, todo se conserva, pero al mismo tiempo todo cambia y se transforma.
Estos tejemanejes del cerebro para ir dando forma y sentido a las experiencias irían configurando una realidad interna inconsciente, que dirige nuestras acciones e interviene en nuestras decisiones.
Como bien dice Pierre Magistretti, “la conciencia no es más que un mecanismo que a posteriori nos permite ser conscientes de lo que nuestro inconsciente ya ha decidido hacer”.
Los experimentos de Alberini y de otros neurocientíficos que buscan las bases moleculares de la memoria acaban certificando que a pesar de todo lo que nos determina, desde los genes a las propias experiencias subjetivas que dejan una potente marca en nuestra arquitectura cerebral, en realidad, se podría decir que estamos determinados para no estar programados, para poseer un gran margen de libertad y de creatividad.

Miriam Peláez

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07 Feb 2009

Escrito por pestupinya

07 Feb 2009 - Enlace

"Pequeñas... y grandes miserias humanas", por Miriam Peláez


Me enorgullece presentaros la primera colaboración de la bióloga Miriam Peláez en este Blog.
Actualmente Miriam es la editora del programa
REDES de TVE, y una vez al mes irá compartiendo con nosotros sus principales reflexiones extraídas de este legendario espacio de divulgación científica.
Os dejo con la primera. Gracias, Miriam.

“Hoy en día, si no haces ciencia con una máquina de un millón de dólares, si no estás secuenciando el genoma de alguien, si no manejas células madre o no trasplantas algo, nadie se dirige a ti, ya que no eres un verdadero científico”.

La irónica frase la pronunció Robert Sapolsky , neurobiólogo de la Universidad de Stanford durante su charla en la Ciudad de las Ideas , jornadas celebradas en Puebla, México, a principios del mes de noviembre del pasado año, bajo el lema “No creas todo lo que piensas”.
Se trataba de un gran acontecimiento en América Latina, que reunió a unas cuarenta mentes pensantes entre científicos, filósofos, escritores, músicos y politólogos para abordar frente al gran público cuestiones básicas sobre el ser humano y su posición en el mundo; un festival de ideas para promover nuevas formas de pensar.
Uno de los debates que más éxito tuvo allí fue el de las religiones.

En un auténtico ring se enfrentaron dos grandes ateos, como Daniel Dennett y Michael Shermer , con un gran estudioso de la religión – John Esposito - y un acérrimo defensor del cristianismo –el investigador Dinesh D’Souza .

No hubo peleas ni grandes tensiones, pero los sucesivos rounds fueron de peso: cada uno expuso sus argumentos y todos tuvieron la ocasión de atacar los del contrincante. Ambos bandos se atribuían hitos como la democracia o la transmisión de la moral, y achacaban al otro tragedias humanas como las perversas guerras.
En este intenso debate quedaron patentes los miedos que todavía perduran en los religiosos hacia la ciencia y el progreso. Ya es hora de que caigan estos miedos; y este post es otro grano de arena para tumbar los prejuicios que vienen de ámbitos conservadores. Y, como dijo Dennett en Puebla: “Es demasiado tarde para la religión; la humanidad ha crecido”.

Volviendo a la intervención del neurobiólogo y amigo de los babuinos Robert Sapolsky, me alegra citarlo aquí por dos razones: una es el aprecio que nos despertó en el equipo de Redes las dos veces que fue entrevistado por Eduardo Punset , director y presentador del programa de La2 de TVE.
La otra razón es que su frase viene muy bien para introducir esta primera intervención en el presente blog, surgido de las estimulantes experiencias con la comunidad científica de mi excolega Pere.

Efectivamente, no hacen falta caras y sofisticadas tecnologías para hacer ciencia. Quizá son ese tipo de investigaciones las que han dado lugar a las más fervientes críticas, desde las religiones sobre todo, hacia la ambición del ser humano por tratar de jugar al creador.
La ciencia puede subir al hombre a un elevado pedestal de orgullo, pero también puede mostrar las miserias humanas, las más banales y las más abrumadoras.
Entre los varios centenares de científicos que han pasado por Redes, hay algunos que marcan, como lo hizo Sapolsky.

Otro, para muchos, fue Sir Michael Marmot, Profesor de Epidemiología y Salud pública en el University College de Londres, desde donde destapó una alarmante peculiaridad de nuestra vida en sociedad. Marmot dirigió un estudio , realizado entre los funcionarios de la administración pública británica, que acabó demostrando la importancia, no sólo de la pobreza, sino sobre todo de la posición en la jerarquía social en el riesgo de padecer determinadas enfermedades.
Las conclusiones del estudio, llevado a cabo durante varias décadas, mostraban el efecto en la salud de la sensación de control sobre el trabajo y la vida en general.

A partir de estudios científicos como este, se pueden poner en marcha políticas sociales que incluyan buscar la implicación de la gente en la organización de la comunidad en la que viven. Y perseguir así la mejora de las condiciones de vida y la salud de la población.
Redes ha sido a menudo la plataforma para dar a conocer otros estudios que, como el de Marmot, indagan en los defectos humanos.
La violencia, la discriminación y los patrones de segregación espacial fueron profundamente analizados por la antropóloga brasileña Teresa Caldeira , de la Universidad de California en Berkeley. Su investigación la llevó a buscar y medir el aumento de la violencia en ciudades de Brasil, averiguar las causas y consecuencias en el tejido social, y definir los cambios sociales en el seno de ciertas comunidades urbanas.

Gerd Gigerenzer , del Instituto Max Planck para el Desarrollo Humano de Berlín, lleva más de veinte años examinando nuestros mecanismos de toma de decisión. En su paso por Redes dejó bien claro que el ser humano no acaba de confiar en su intuición y cree que sólo a través de la razón y el análisis minucioso se alcanzan los mejores resultados. A menudo, unos pocos factores pueden llevarnos a tomar una decisión más ventajosa que si evaluamos todos los pros y los contras.
Al empeñarse en creer lo contrario, es fácil caer en la insatisfacción y la frustración.

Hay muchísimos otros buscadores de carencias o debilidades humanas que utilizan para ello el método científico. Sus objetivos no suelen requerir costosas máquinas, ni tecnología punta, pero sí una objetiva mirada sobre la realidad.
Y es que la ciencia no sólo se ocupa de montar estaciones espaciales, manipular genes, predecir el clima o construir máquinas átomo a átomo. Si todos estos logros en curso alzan al ser humano a la altura de un ambicioso creador, otros avances de la ciencia lo desnudan y le devuelven la humildad.
Así que no sólo las religiones dan motivos para ser mejores personas y buscar un futuro más agradable. Aquéllas han señalado las debilidades y defectos humanos, pero han dejado las soluciones en manos de la fe… tan frágil a veces.
La ciencia constata y mide esas miserias, trata de descubrir sus orígenes y de ayudarnos a ser mejores… pero creyendo en nosotros mismos.

Miriam Peláez

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Pere Estupinya

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Este Blog empezó gracias a una beca para periodistas científicos en el Instituto Tecnológico de Massachusetts (MIT) en Boston, donde pasé un año aprendiendo ciencia con el objetivo de contarla después.
Ahora continúa desde Washington DC buscando reflexiones científicas en otras instituciones, laboratorios, conferencias, y conversando con cualquier investigador que se preste a compartir su conocimiento.
Soy químico, bioquímico, y un omnívoro de la ciencia, que ya lleva cierto tiempo contándola como excusa para poder aprenderla.

Pere Estupinya

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