|
|
|
|
|
|
|
Juana
de América
Por Alberto Lapolla
La Guerrillera de la Libertad
Francisco de Miranda murió en las mazmorras de Fernando VII en Cádiz. Mariano
Moreno fue envenenado por el capitán de un barco británico y su cadáver arrojado
al mar, anticipando un destino recurrente para los revolucionarios argentinos.
Manuel Belgrano murió en la pobreza en 1820, cuando aún la América necesitaba de
sus inigualables servicios. Todavía no se habían cumplido ocho años de que
hubiera salvado a la Revolución continental en Tucumán. Bolívar murió solo,
perseguido por facciones oligárquicas que combatían su proyecto de unidad
continental, expresando con amargura "he sembrado en el viento y arado en el
mar." Bernardo O’Higginns fue desterrado y perseguido luego de luchar toda su
vida por la libertad americana. Monteagudo fue apuñalado en una oscura calle de
Lima. Dorrego fue fusilado sin juicio alguno -por instigación de Rivadavia- por
su antiguo compañero de mil batallas, "el sable sin cabeza", el genocida Juan
Galo de Lavalle. Juan J. Castelli el "orador supremo de la Revolución", quien
destruyera los argumentos realistas en mayo de 1810, el jefe del ejército
libertador americano que más cerca estuvo de llegar a Lima y destruir de un
golpe el poder imperial español, antes de la llegada de San Martín, murió con su
lengua cortada, preso y perseguido. Apenas dos días antes San Martín, Alvear y
su discípulo Monteagudo acababan de desalojar al gobierno contrarrevolucionario
de Rivadavia y el Primer Triunvirato, retomando la senda de Moreno y la
Revolución. En este marco de ingratitud caída sobre nuestros revolucionarios,
aquellos que nos dieron la libertad y produjeron la más grande de las
revoluciones del mundo occidental del siglo XIX, no es de extrañar que Juana
Azurduy, la mayor guerrera de América, ‘Juana de América’ -en un continente que
hizo de la resistencia su identidad-, terminara sus días como una mendiga
miserable en la calles de Chuquisaca habitando un rancho de paja.
Juana Azurduy y su esposo el prócer americano Manuel Ascencio Padilla, son los máximos héroes de la libertad del Alto Perú y por ende de nuestra libertad como americanos y como provincia argentina de la gran nación americana. Sólo la ignominia que aún campea sobre nuestra historia y sobre sus mejores hijos, hace que la República de Bolivia -escindida de la gran nación rioplatense, por el elitismo sin par de los ejércitos porteños que desfilaron, saquearon, defeccionaron y abandonaron el Alto Perú, a excepción del general Belgrano y por las apetencias oligárquicas- no considere a Juana y a su esposo el Coronel Padilla, como sus máximos héroes, y sí rinda honores al mariscal Santa Cruz uno de los generales realistas que reprimió la Revolución de La Paz de 1809, y que se pasó a las filas patriotas al final de la guerra de la Independencia. Fue el propio Bolívar quien al visitar a Doña Juana -ya destruida por las muertes de los suyos, el olvido de sus conciudadanos y el saqueo de sus bienes- le expresara ante la sorpresa de sus compatriotas, que Bolivia no debía llevar su nombre sino el de Padilla, su mayor jefe revolucionario. Pero los adulones destruyen las revoluciones.
Cristina
y Evo homenajearon a Juana Azurduy 26 de marzo 2010. - En el acto, realizado en la Casa de la Libertad de Sucre, Cristina evocó la figura de Manuel Belgrano, "quien peleó junto a Juana, un político que se hizo militar para liberar a la patria". También recordó "el sacrificio de Juana y el pueblo jujeño" durante el Exodo, cuando "Belgrano ordenó quemar todo, viviendas, hacienda y propiedades, para que al llegar el invasor encontrara tierra arrasada". "Fue acompañado por el pueblo jujeño, lo que marca el heroísmo y el valor con los que se peleó por la independencia", afirmó y consideró un "gran honor" estar ante los restos de Juana Azurduy para entregar al presidente boliviano la espada de generala del Ejército argentino. Destacó que la figura de Azurduy comparte con otras mujeres de la historia argentina un lugar en el Salón Mujeres del Bicentenario de la Casa Rosada "donde conviven viejas heroínas junto a modernas heroínas". Cristina dijo que "el punto de unidad" lo hacen las "heroínas homenajeadas este miércoles 24 de marzo, quienes perdieron a su familia en la lucha contra la opresión y la falta de libertades". "La falta de libertad en nuestro continente tuvo hace doscientos años origen colonial pero en el siglo XX el origen es de los propios humanos", recalcó Cristina, quien hizo alusión a "dos clases de libertades: la libertad del yugo colonial y la libertad de que cada pueblo y cada sociedad de esta América del Sur pueda elegir en elecciones libres, populares, y universales a sus legítimos representantes". Cristina le
entregó a Evo la réplica del sable corvo de San Martín. Por su
parte, Morales le obsequió el Collar con la "Moneda del Sol",
acuñada en 1813 en la Casa de la Moneda de Potosí para el Ejército
de las Provincias Unidas del Río de la Plata, y la condecoró con la
máxima distinción que otorga Bolivia a través del Cóndor de los
Andes. La Presidenta dijo que Juana Azurduy "representa a los miles
y miles de hombres y mujeres anónimos, sin los cuales sería
imposible pensar las batallas por la libertad contra el yugo
colonial". |
El Alto Perú tierra india Juana Azurduy -junto a su esposo- simbolizan lo mejor de la revolución americana, lo popular y lo indio de nuestra gesta emancipadora. Combatieron por la libertad del Alto Perú -por entonces parte del Virreinato del Río de la Plata primero y de las Provincias Unidas después- desde la revolución de Chuquisaca y la Paz en 1809 -que fueran ahogadas en sangre desde Lima y Buenos Aires. Y en particular guerrrearon sin descanso y sin cuartel desde el grito de libertad del 25 de mayo de 1810. Ellos y los 105 caudillos indios y gauchos como Vicente Camargo, el Cacique Buscay, el Coronel Warnes, el padre Muñecas, Francisco Uriondo, Angulo, Zelaya, el Marqués de Tojo, el Marqués de Yavi, José Miguel Lanza, Esquivel, Méndez, Jacinto Cueto, el indio Lira, Mendieta, Fuente Zerna, Mateo Ramírez y Avilés entre muchos otros, junto a Güemes en Salta, fueron quienes impidieron que luego de las sucesivas derrotas de los ejércitos porteños al Norte, los realistas pudieran avanzar sobre Buenos Aires y destruyeran la revolución. Juana y Padilla eran oriundos de Chuquisaca -también llamada La Plata o Charcas- sede de la universidad. Allí estudiaron -y conspiraron- Mariano Moreno, Juan José Castelli y Bernardo de Monteagudo. Castelli, ya jefe del ejército del Norte, se hospedó en la casa de Padilla en su marcha hacia La Paz. Moreno era abogado defensor de indios pobres y perseguidos en el estudio del doctor Gascón en Chuquisaca. Allí contactó con el movimiento revolucionario. Juana nació en 1780, el año en que Túpac Amaru lanzó su revolución indígena que casi liquida al poder español. Sería el mismo favorito -de la reina- Godoy, quien señalara que la rebelión de Túpac estuvo a punto de quitarle a España los virreinatos del Perú y del Plata. Esa rebelión ahogada en la sangre de los cien mil indios ajusticiados por la represión genocida española y en los gritos del suplicio del gran Túpac, su esposa Micaela Bastidas Puyucawa y sus hijos, abrió el camino de la libertad pese a su derrota. El ejemplo del Inca Condorcanqui no podía sino conmover hasta los tuétanos el corazón de la América del Sur, del cual el Alto Perú y el Perú eran su núcleo principal de población original, con culturas profundas y altivas. Nada sería igual después de la rebelión de Túpac: ni el dominio español ni la resistencia americana. La generación posterior a su derrota, sabría vengar su suplicio y expulsaría a los criminales españoles por mucho tiempo -por lo menos hasta la llegada del Traidor Carlos Saúl I, ya al final del siglo XX. Es así que el sol de nuestra bandera es el glorioso sol de los incas y de Túpac Amaru.
La historia oficial argentina prefirió olvidar a los gloriosos revolucionarios del Alto Perú, por dos razones. Primero porque debido a las infamias cometidas por los ejércitos porteños, lograda su independencia en 1825 -y tal cual dejó entrever Ascencio Padilla en la carta que envió al fugitivo Rondeau- el Alto Perú decidió independizarse no sólo de España, sino también de Buenos Aires. Pasaría a llamarse Bolívar primero y Bolivia después, pese a la oposición del Libertador que comprendía que así ambas naciones perdían, pero el Alto Perú perdía más. La medida a su vez profundizaba la balcanización de la América unida que Gran Bretaña piloteaba a toda máquina apoyada en los Rivadavia y García de cada ciudad-puerto del continente. La segunda razón del olvido altoperuano en la historia argentina, obedece a razones más abyectas. La guerra del alto Perú es esencialmente una guerra de indios, de caudillos, de gauchos, de los patriotas de a caballo, del pueblo puro de América. Ese mismo pueblo que las tropas porteñas destruirían una y otra vez en la Banda Oriental, en el litoral o en el interior y finalmente en el Paraguay. Además eran guerrilleros, caudillos militares y habían ganado su grados -Manuel Ascencio Padilla fue designado Coronel del ejército del Norte cuando su cabeza estaba ya clavada en una pica. Juana Azurduy fue nombrada Teniente Coronel del ejército argentino a pedido de Manuel Belgrano- en el combate. Reivindicar su memoria para la historia oficial es nombrar lo innombrable. Lo gaucho. La "barbarie" de Sarmiento, la lucha de los pobres. Reconocer que los indios, los gauchos, los negros, los esclavos, los mestizos no eran inferiores sino que por el contrario, lucharon con mayor tenacidad y desprendimiento que la clase culta porteña por la libertad. Reconocerlo es negar el papel rector de Buenos Aires en el destino americano que inventó el partido unitario -y luego mitrista- y tanto daño hizo a la causa americana. Mejor es olvidar. "No sólo son bolivianos -‘bolitas’- además son indios, negros, matacos –monos".
Emisión del programa radial Atrapados en libertad por AM 530, La Voz de las Madres |
Era verdad como demostraría San Martín que por el Alto Perú no se podía llegar a Lima, pero Buenos Aires con la historia oficial oculta algo más grave que explica el suplicio de la población altoperuana, jujeña y salteña entregada a la represión genocida española. Buenos Aires pudo haber liberado un gran ejército que tuvo combatiendo largo tiempo en la Banda Oriental para auxilio de los pueblos del Norte. Sólo debía reconocer -tal cual lo planteó Moreno en su Plan Revolucionario- que Artigas debía comandar la guerra por la liberación de la Banda Oriental, con sus gauchos y su pueblo, del cual era el jefe natural. Pero eso era inadmisible para la elitista y exclusionista clase mercantil porteña. En lugar de eso prefirieron entregar la Banda Oriental, primero a Portugal -se lo propusieron en secreto Alvear, Alvárez Thomas y Pueyrredón- y luego aceptaron su "independencia" colonial británica, que lograba así crear otro Estado en la boca del Plata, impidiendo que la Argentina tuviera el exclusivo control de los ríos de la Cuenca. Esa y no otra fue la causa de todas las guerras contra Rosas, Caseros incluida. Cualquier cosa antes de aceptar que los gauchos se manden a sí mismos o peor aún que "nos manden". Con sólo enviar esas tropas al Alto Perú y estacionarlas en Potosí -como señalaron Belgrano y San Martín- mientras se preparaba el cruce de los Andes, el pueblo boliviano habría sido salvado de sufrir lo indecible.
|
Juana Azurduy es la Revolución, es el pueblo en armas, son las mujeres del
pueblo en armas, que pelean junto a los hombres, igual o mejor que ellos, que
los mandan. Mujeres y hombres que destruyen ejércitos completos, superiores en
número y armamento. Armados con hondas, macanas, lanzas, boleadoras, a fuerza de
coraje y fiereza. Coraje y fiereza que dan la decisión de luchar hasta el fin
por la libertad, por la justicia contra la opresión y el sometimiento de los
semejantes. Luego del asesinato de su esposo y de varios de los principales
jefes guerrilleros, Juana bajó a Salta y combatió junto a Güemes, quien la
protegió y le dio el lugar correspondiente. Luego del asesinato de Güemes en
1821, Juana entró en una profunda depresión. En 1825 solicitó auxilio económico
al gobierno argentino para retornar a Chuiquisaca. La respuesta del gobierno
salteño resultó indignante, apenas le otorgó ‘50 pesos y cuatro mulas’ para
llegar a la ‘nueva nación de Bolivia’. Doña Juana murió a los 82 años en la
mayor pobreza. "Juana avanzaba casi en línea recta, rodeada por sus feroces
amazonas descargando su sable a diestra y siniestra, matando e hiriendo. Cuando
llegó a donde quería llegar, junto al abanderado de las fuerzas enemigas,
sudorosa y sangrante, lo atravesó con un vigoroso envión de su sable, lo derribó
de su caballo y estirándose hacia el suelo aferrada del pomo de su montura
conquistó la enseña del reino de España que llevaba los lauros de los triunfos
realistas en Puno, Cuzco, Arequipa y La Paz."
(1) Por esta acción en la batalla del Villar, en 1816, Juana Azurduy fue
ascendida por Belgrano al grado de Teniente Coronel del Ejército de las
Provincias Unidas.
(1) O’Donnell Pacho. Juana Azurduy. Planeta. 1998
* Artículo publicado por la Revista Lilith de marzo de 2005. Buenos Aires.
Juana
Azurduy, Coronela del Ejército Libertador
Por Colectivo de Base de la Central de Trabajadores de la Argentina, en el Día
Internacional de la Mujer
Cuando Clara Zetkin, propuso, uniendo el repudio al magnicidio, de las
compañeras obreras textiles, de Nueva York (había sucedido en febrero) y el paro
de las obreras textiles rusas, hacia el final de mismo mes de 1917, 8 de marzo
para nuestro calendario, que encendieron la chispa de la Revolución Rusa, con
seguridad no sabía, que ese mismo día pero de 1781, nacía la compañera
guerrillera, que alcanzando el grado de Coronel, del Ejército Libertador, luchó
contra el ejército genocida del imperio español, perdiendo, en el campo de
batalla, a su compañero y cuatro de sus 5 hijos, nos referimos a JUANA AZURDUY.
De haberlo advertido, hubiera reconocido el homenaje, en virtud, de lo que
sostenía su entrañable amiga y compañera Rosa Luxemburgo, la necesaria unidad
entre el proletariado europeo y los originarios de América Latina. Clara
entonces, hubiera hecho un extraordinario panegírico, ya que la ética del pasado
es siempre la estética del presente. En homenaje, al coraje de nuestras
compañeras, que hunden su impronta, en esta bellísima mujer, relataremos algunos
hechos que la colocan en la cúspide de nuestro heroísmo patrio, ése, el
necesario, para la construcción de la gran NACIÓN SUR AMERICANA.
FLOR DEL ALTO PERÚ. Juana Azurduy y Manuel Padilla, esposos guerrilleros, capitanearon la independencia del Alto Perú. Radialistas.net |
Siempre vestía en combate, una túnica escarlata con franjas y alamares de oro y,
un ligero birrete con adornos de plata y plumas blancas, afirmando su condición
de mestiza y sembrando el terror entre la soldadesca española, ya que fue capaz
de ir a combate, con sable en mano (el que le diera el General Belgrano, con el
grado de teniente coronel) y, su hija, recién nacida en el otro brazo. Pero
antes, un 25 de mayo de 1809, subleva al pueblo de Chuquisaca, revolucionando el
Virreinato del Río de la Plata desde el Alto Perú.
Cuando después del Vilcapugio y Ayohuma, el General Goyeneche, osa ofrecerle
todo tipo de garantías y de honores, un cargo bien remunerado y también una
importante suma de dinero para que abandone la lucha.
Doña Juana no vacila un segundo, dirá:
"Qué chapetones éstos, me ofrecen mejor empleo ahora que me porto mal que antes
cuando me portaba bien" y, le contestará por escrito: "Con mis armas haré que
dejen el intento, convirtiéndolos en cenizas, y que sobre la propuesta de dinero
y otros intereses, sólo deben hacerse a los infames que pelean por su
esclavitud, no a los que defienden su dulce libertad como yo lo hago a sangre y
fuego" Juan Hualparrimachi, su lugarteniente, mestizo como ella, de gran valor y
eximio poeta, eternamente enamorado de su coronela, que moriría en desigual
combate, contra las siempre bien pertrechadas tropas enemigas, poniendo el pecho
a la descarga de fusilería, dirigida a acabar con JUANA, premonitoriamente
escribiría el siguiente poema en quechua:
¿Chekachu, urpílay,
Ripusaj ninqui,
Caru llajtata?
¿Manan cutinqui?...
"Rinayqui ñanta
Ckabuarichibuay,
Nauparisuspa, buackaynillaybuan
Chajcbumusckayqui.
"Rupbaymantari, nibuajtiyquiri,
Huackayniyllari,
Ppuyu tucuspa
Llantuycusuncka.
"¡Aucharumij buabuan!
¡Auca Kakaj churin!
¿Imanasckataj
Sackeribuanqui?
Traducción de Joaquín Gantier:
|
¿Es verdad, amada mía que dijiste,
me voy muy lejos para no volver?
Enséñame ese camino, que adelantándome,
Lo regaré con mi llanto.
Cuando me digas del calor del sol,
mi llanto, en nube convertido te hará sombra.
¡Hijo de la piedra! ¡Hijo de la roca!
¿Cómo me has dejado?
|
En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus órdenes
6000 indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas
lograron poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la
muerte. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses,
ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817, Juana
al frente de cientos de cholos, recuperó la cabeza de su compañero.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo,
perdió toda colaboración de los porteños. Decidió dirigirse a Salta a combatir
junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser sorprendida
por la muerte de éste, en 1821. Regresa junto a su hija de 6 años, pero recién
en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco pesos. En 1825 se
declaró la independencia de Bolivia, el mariscal Sucre fue nombrado presidente
vitalicio. Éste, le otorgó a Juana una pensión, que le fue quitada en 1857 bajo
el gobierno de José María Linares. Doña Juana terminó sus días olvidada y en la
pobreza, el día 25 de mayo de 1862, cuando había cumplido 81 años. Sus restos
fueron exhumados 100 años después, para ser guardados en un mausoleo que se
construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Güemes, cuando vagaba
pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el
grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de
las provincias de Charcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de
V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo
inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución". Aunque animada de
noble orgullo también Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que
sorpresivamente Simón Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros,
se presentó en su humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje
a tan gran luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de
los demás, y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su
propio apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60
pesos que luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la
caudilla:
"Sólo el sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido
sobre cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; más el cielo
que señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E.
quiso regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados
todos los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de
una numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis
lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para
presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en
consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido, el
sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme". Para terminar, en
este día, como glorioso homenaje a nuestras compañeras, las de la Clase Obrera y
el Campo Popular en su conjunto, reproducimos las cartas que se cruzaran, las
dos gigantes de Sur América:
MANUELA SÁENZ Y JUANA AZURDUY, CORONELAS DE LA REVOLUCIÓN
Se conocieron estas mujeres extraordinarias, en Charcas, diciembre de 1825.
Manuelita, ascendida en el campo de Ayacucho, por el propio Sucre; Doña Juana,
por el Libertador. Dos mujeres sublimes. Salud a ellas! Charcas, 8 de diciembre
de 1825
Señora
Cnel. Juana Azurdui de Padilla
Presente.-
Señora Doña Juana:
El Libertador Bolívar me ha comentado la honda emoción que vivió al compartir
con el General Sucre, Lanza y el Estado Mayor del Ejército Colombiano, la visita
que realizaron para reconocerle sus sacrificios por la libertad y la
independencia.
El sentimiento que recogí del Libertador, y el ascenso a Coronel que le ha
conferido, el primero que firma en la patria de su nombre, se vieron acompañados
de comentarios del valor y la abnegación que identificaron a su persona durante
los años más difíciles de la lucha por la independencia. No estuvo ausente la
memoria de su esposo, el Coronel Manuel Asencio Padilla, y de los recuerdos que
la gente tiene del Caudillo y la Amazona.
Una vida como la suya me produce el mayor de los respetos y mueven mi
sentimiento para pedirle pueda recibirme cuando usted disponga, para conversar y
expresarle la admiración que me nace por su conducta; debe sentirse orgullosa de
ver convertida en realidad la razón de sus sacrificios y recibir los honores que
ellos le han ganado.
Téngame, por favor, como su amiga leal.
Manuela Saenz.
Cullcu, 15 de diciembre de 1825
Luis Rico - Elegía a Juana Azurduy |
Señora Manuela Saenz.
El 7 de noviembre, el Libertador y sus generales, convalidaron el rango de
Teniente Coronel que me otorgó el General Puyrredón y el General Belgrano en
1816, y al ascenderme a Coronel, dijo que la patria tenía el honor de contar con
el segundo militar de sexo femenino en ese rango. Fue muy efusivo, y no ocultó
su entusiasmo cuando se refirió a usted.
Llegar a esta edad con las privaciones que me siguen como sombra, no ha sido
fácil; y no puedo ocultarle mi tristeza cuando compruebo como los chapetones
contra los que guerreamos en la revolución, hoy forman parte de la compañía de
nuestro padre Bolívar. López de Quiroga, a quien mi Asencio le sacó un ojo en
combate; Sánchez de Velasco, que fue nuestro prisionero en Tomina; Tardío contra
quién yo misma, lanza en mano, combatí en Mesa Verde y la Recoleta, cuando
tomamos la ciudad junto al General ciudadano Juan Antonio Alvarez de Arenales. Y
por ahí estaban Velasco y Blanco, patriotas de última hora. Le mentiría si no le
dijera que me siento triste cuando pregunto y no los veo, por Camargo, Polanco,
Guallparrimachi, Serna, Cumbay, Cueto, Zárate y todas las mujeres que a caballo,
hacíamos respetar nuestra conciencia de libertad.
No me anima ninguna revancha ni resentimiento, solo la tristeza de no ver a mi
gente para compartir este momento, la alegría de conocer a Sucre y Bolívar, y
tener el honor de leer lo que me escribe.
La próxima semana estaré por Charcas y me dará usted el gusto de compartir
nuestros quereres.
Dios guarde a usted. Juana
Fuente: www.cta.org.ar
Por Verónica Engler
La
presidenta Cristina Fernández de Kirchner ascendió post mortem a
general del Ejército a Juana Azurduy (Telam, 14/07/09) Fue durante un encuentro que mantuvo la mandataria con la ministra de Defensa, Nilda Garré, y el jefe Estado Mayor del Ejército, Luis Pozzi. De este modo, la revolucionaria que participó de la guerra de la independencia en la zona del Alto Perú, fue ascendida de teniente coronel -rango ganado luego del combate de Villar- a general del Ejército Argentino. En el encuentro en el despacho presidencial, participaron además de la presidenta, la ministra de Defensa, Nilda Garré; el secretario de Legal y Técnica, Carlos Zannini; el secretario de Cultura, Jorge Coscia y el jefe Estado Mayor del Ejército, teniente general Luis Pozzi. |
25 de mayo. Aun cuando más de una biografía intente
reparar de alguna manera el olvido al que se condenó la participación de las
mujeres en las históricas luchas revolucionarias, ellas estuvieron allí no sólo
como excepción, sino como motores de una línea de acción incluso más radical que
la de sus compañeros.
”Dar la vida por la patria/ es hazaña de más fama/ que llevado del amor/ dar la
vida por su dama”, rezaban los versos anónimos que circulaban por las calles de
la Buenos Aires colonial los días previos a la Revolución de Mayo –que
desembocaría en la formación del primer gobierno, independiente de la metrópoli
española, del país que luego sería Argentina–.
Los varones, por supuesto, eran los abanderados indiscutibles de la gesta
independentista. Las chicas, en todo caso, participaban sin nombre propio,
cosiendo banderas o arrojando aceite caliente desde las azoteas cuando las
tropas reales se abalanzaban contra la insurgencia criolla.
Sin embargo, aunque pocos lo vieran por ese entonces, el levantamiento del 25 de
mayo de 1810 tuvo su inspiración más directa en la asonada chuquisaqueña que
justo un año antes había comenzado a resquebrajar el poder virreinal en la
región del Alto Perú (que correspondió aproximadamente al territorio de la
actual República de Bolivia). En esa insurrección primigenia de 1809 –precedida
por decenas de levantamientos indígenas cruentamente reprimidos– tuvo su
bautismo de fuego una de las más aguerridas luchadoras por la independencia
latinoamericana: Juana Azurduy, una heroína que supo estar al frente de un
ejército de indias, mestizas y criollas –apodadas las Amazonas– dispuestas a dar
la vida por la liberación de sus pueblos del yugo español.
En su libro Juana Azurduy y las mujeres en la revolución Altoperuana, la
historiadora Berta Wexler –del Centro de Estudios Interdisciplinarios sobre las
Mujeres de la Universidad de Rosario– demuestra que las mujeres condujeron y
participaron en acciones de guerra, discutieron estrategias y asumieron
consecuencias como la tortura y la muerte.
|
De acuerdo con la tesis que abona Wexler, hasta no hace tanto, el
rescate de estas guerreras se realizó mediante dos operaciones: o se les
atribuía cualidades, destrezas y sentimientos masculinos; o se las relacionaba
forzadamente con la maternidad, de manera que se resaltaban sus capacidades
reproductivas y se ocultaba solapadamente el rol político que estas mujeres
jugaron. Por ejemplo, en Bolivia se festeja el Día de la Madre el 27 de mayo,
fecha en que las Mujeres de Cochabamba, en 1812, participaron de un asalto al
cuartel general en la ciudad ante un ataque de tropas reales en el cerro de la
Coronilla. Eran treinta mujeres del sector popular –mestizas e indias– a las que
el militar español José Manuel de Goyeneche dio la orden de matar como
represalia.
“Este colectivo de mujeres se desempeñó en los contextos público y privado de
una manera que resultó novedosa para sus contemporáneos. En las luchas por la
independencia se rompió con los cánones de la organización social de género de
la época”, destaca la investigadora.
“La historiografía, como muchas disciplinas, ha estado construida bajo
categorías analíticas androcéntricas. Es el hombre el centro y el eje sobre el
cual giran, avanzan y se explican los sucesos históricos. Es el hombre quien
protagoniza y le da importancia al desarrollo de la humanidad”, reconoce Martha
Noya Laguna –directora del Centro Juana Azurduy, en Sucre, Bolivia– en el
prólogo a la edición boliviana del libro de Wexler. “Los historiadores han
logrado que el imaginario social asocie los hechos históricos importantes con el
‘hombre’, no sólo en un sentido biológico, sino enmarcado dentro de un concepto
cultural y de género.” Es habitual leer en documentos que contienen información
sobre las luchas emancipatorias de América del Sur que las mujeres luchaban con
“virtudes sensibles”, mientras que los caballeros eran los que tenían
“profesionalismo militar”.
Los bronces de las plazas argentas y los libros de texto que todavía se utilizan
en clase son un claro ejemplo de esa historia oficial, contada en masculino y
jalonada sólo por las acciones heroicas de algunos varones. “Parecería que
siempre estuviéramos embarazadas, pariendo o cocinando”, sintetiza la
historiadora Fernanda Gil Lozano, integrante del Instituto Interdisciplinario de
Estudios de Género de la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA y coautora de
Historia de las mujeres en Argentina (Alfaguara).
Para conformar una renovada historia social argentina, Gil Lozano considera
imprescindible resituar a las mujeres, deslizarlas desde el lugar marginal al
que fueron confinadas en los relatos tradicionales hacia el centro de la escena.
Esta operación tiende no sólo a hacer visibles a las mujeres sino también a
elevarlas a la categoría de sujetos dignos de la Historia, “entendida como un
relato global que, aunque heterogéneo y complejo, pueda dar cuenta de los
diferentes sectores que formaron en el pasado a la sociedad argentina, sin
connotaciones androcéntricas ni prejuicios sexistas”.
La participación de las mujeres en situaciones de guerra o enfrentamientos
bélicos en muchos casos estuvo vinculada con el apoyo a familiares, garantizando
la logística militar y haciendo conexiones como emisarias o espías. Estas
modalidades, determinantes en un momento dado, no sólo no fueron valoradas, sino
que no fueron recogidas, analizadas e incorporadas a la historia.
“Nuestra línea museológica es crítica de la historiografía oficial que registra
sólo a mujeres excepcionales”, asume Graciela Tejero Coni, una de las
integrantes del Museo de la Mujer de Argentina. “Con esta actitud encubren, por
un lado el papel subordinado y de discriminación del conjunto de las mujeres en
la sociedad, y por otro que en los momentos clave no fueron una ni dos mujeres
sino un colectivo de ellas las que participaron e hicieron posible los
históricos cambios sociales.” Claro que Tejero Coni no niega que hay, hubo y
habrá “mujeres excepcionales”, entre las que destaca a Martina Céspedes, una de
las grandes luchadoras en el proceso independentista, cuando ocurrieron las
invasiones inglesas en 1806 y 1807. “Una historia menos conocida fue la de
Manuela Pedraza, tucumana que le quita el fusil al invasor inglés y por tal
motivo va a ser nombrada subteniente de infantería –agrega Gil Lozano–. También
otra mujer pensante y sabia fue María Magdalena Güemes, operadora política de su
hermano Martín.”
En la misma línea que Tejero Coni, Cecilia Merchán, del Programa de
Fortalecimiento de Derechos y Participación de las Mujeres del Consejo Nacional
de Políticas Sociales, destaca: “La colaboración de mujeres campesinas e
indígenas con los guerreros patriotas, proporcionando albergue e información
sobre los movimientos de las tropas realistas y trabajo para mantener las
cosechas durante la guerra constituyeron elementos sustanciales en favor de la
causa de la independencia, muchas veces olvidados por la historiografía
oficial”.
Merchán es la encargada de coordinar en 15 provincias argentinas la cátedra
libre Juana Azurduy –que se desarrolla en la Universidad de las Madres y en
universidades nacionales–. “Elegimos el nombre de Juana Azurduy para este
programa porque creemos que sacar del anonimato a las mujeres que marcaron
nuestra historia es fundamental para poder avanzar en el reconocimiento actual
de la participación de las mujeres en la vida social y política argentina. Y
porque ella fue parte de una lucha que aún hoy libramos: la de la independencia
latinoamericana”, interpela.
|
La historiadora Lucía Gálvez observa en Las mujeres y la patria
(Ed. Punto de Lectura) que para la época en que el fervor revolucionario se
contagiaba aceleradamente por el sur de América, las mujeres tuvieron mucha más
libertad de movimiento y opinión que hacia fines del siglo XIX, cuando las
posiciones más conservadoras ganaban terreno en los gobiernos de la región.
Las damas de mejor posición económica donaron dinero y joyas para comprar armas,
y también prestaban sus viviendas para reuniones de las que participaban a viva
voz. “Los más célebres salones de la época fueron las casas de Ana Riglos,
Melchora Sarratea y Mariquita Sánchez de Thompson –cuenta Gil Lozano–. Otro
living importante, donde se cocinó la revolución, fue el de Casilda Igarzábal de
Rodríguez Peña, que entre 1804 y 1810 reunió una de las primeras sociedades
secretas de la emancipación americana, el llamado Partido de la Independencia,
que integraron Juan José Castelli, Nicolás y Saturnino Rodríguez Peña, Manuel
Belgrano, Juan José Paso y Martín Rodríguez entre otros.”
Fueron muchas y variadas las acciones en las que participaron mujeres de
orígenes diversos durante el proceso independentista que siguió a los
levantamientos de Mayo, tanto en el Río de la Plata como en el Alto Perú. “En
líneas generales veo a las mujeres más radicalizadas que a los varones –evalúa
Gil Lozano–. Pero pienso que el tema tiene otras complejidades, donde la etnia y
la clase no son un detalle menor.”
Juana Azurduy y su marido Manuel Ascencio Padilla –uno de los partícipes
destacados en la lucha por la emancipación latinoamericana– practicaron guerra
de guerrillas, como forma de insurgencia indígena y no de ejércitos regulares,
para derrotar a la Corona y defender sus tierras. “Esta alianza de criollos,
mestizos e indígenas no fue lo que predominó, salvo en las acciones de Castelli
o Belgrano”, acota Tejero Coni.
Otro ejemplo de alianzas inusitadas fue esa gran emigración de 1812 conocida
como el Exodo Jujeño, cuando la población de Jujuy y también de Salta y Tarija
abandonó sus hogares y arrasó con todo lo que dejaba atrás con el objetivo de
que las fuerzas realistas no pudiesen aprovechar ninguno de sus bienes y no
encontraran víveres para aprovisionarse. “En el Ejército del Norte al lado de
Belgrano pelearon, entre otras, mujeres del pueblo que se unían a la lucha a
cada paso y para desempeñar diferentes roles. Algunas de las más conocidas
fueron Martina Silva Gurruchaga que ya había obtenido grado militar, María Elena
Alurralde de Garmendia, esposa de un español, María Remedios del Valle, más
conocida como la Capitana, y Pascuala Balvás. Muchas de ellas terminaron sus
días sin reconocimiento oficial y en la más absoluta pobreza”, señala Berta
Wexler.
Las mujeres argentinas, principalmente las del interior, participaron
activamente en las guerras civiles. Al igual que Juana Azurduy, junto a Martín
Miguel de Güemes combatió Cesárea de la Corte de Romero González. Vestida de
hombre luchó contra los españoles y luego contra la hegemonía porteña. También
María Magdalena Dámasa Güemes, “Macacha”, hermana del caudillo salteño, se
destacará por su defensa de la emancipación: auxilió heridos en el campo de
batalla, llevó a cabo arriesgadas misiones de espionaje y participó activamente
en la vida política de la provincia.
En 1862, Eulalia Ares de Vildoza fue jefa de una insurrección de mujeres en
Catamarca que depuso al gobernador de esa provincia, que se negaba a entregar el
mando al nuevo funcionario electo.
Otro ejemplo de bravura es el de Victoria Romero, esposa y compañera de Angel
Vicente Peñaloza, general de la Nación y caudillo de la provincia de La Rioja
enfrentado en la década de 1860 al gobierno de Bartolomé Mitre. Lo acompañó en
todas sus campañas militares, por lo que su figura se había hecho legendaria en
los llanos riojanos.
Las mujeres jugaron roles cruciales en cada uno de los procesos socio-políticos
de nuestra historia. Muchas veces forzaron los límites de los cánones de su
época que veía sus valientes acciones en el frente de batalla como “poco comunes
para las de su sexo”. “La misma sociedad machista no las dejaba ocupar lugares.
Por eso aparecen tan pocas. La historia del Alto Perú está cimentada sobre
héroes y heroínas anónimas. Algunas, reconocidas por la historia como Juana
Azurduy y las de la Coronilla. Estamos en la tarea de descubrir otras más”,
cuenta Wexler.
Los mecanismos para invisibilizar la presencia femenina son de larga data, “no
enseñarnos a escribir, mandar a varones a describir los hechos y manejarse con
la biologización de la experiencia de las mujeres”, ejemplifica Gil Lozano.
“Quienes escribieron la historia se encargaron de que no apareciera la lucha del
pueblo y, dentro de esa lucha, mucho menos la de las mujeres. Nada sabemos de la
participación de las mujeres en la lucha independentista como conjunto de masas.
Esto no es casual sino que es una búsqueda deliberada de sacar a las mujeres del
centro de las decisiones sociales, políticas y militares de cada época”, dispara
Cecilia Merchán.
Más allá del furor de la última década por la novela histórica, que muchas veces
recupera nombres de heroínas sin recomponer la densidad que les quitó el olvido
–todas suelen ser víctimas de su propio desequilibrio y su mérito es ostentar
mayor valor que el de su hombre–, de las historias que van saliendo a la luz se
nutre una historiografía capaz de promover una nueva mirada sobre el pasado.
Pero todavía faltan relatos que provoquen, primero, la posibilidad de imaginar
las mujeres que nos precedieron.
Fuente: Página/12, 26/05/07
Una
biografía de Juana Azurduy
Por Elizabeth Fernández e Irene Ocampo (RIMA)
Juana Azurduy nació, en el cantón de Toroca en las cercanías de Chuquisaca, el
12 de julio de 1780. Ese año la ciudad de La Paz fue sitiada por Tupac Catari y
Bartolina Sisa, alzados en armas en apoyo a Túpac Amaru. Durante su infancia su
familia tiene un buen pasar. Ella aprenderá el quechua y el aymará. Trabajará en
el campo, en las tareas de la casa, y se relacionará con los campesinos e
indios. A la muerte de su madre primero y luego de su padre, su crianza quedará
a cargo de sus tíos junto a su hermana Rosalía. Su adolescencia será
conflictiva, ya que chocará con el conservadurismo de su tía, por lo que será
enclaustrada en el Convento de Santa Teresa. Se rebelará contra la rígida
disciplina, promoviendo reuniones clandestina, donde conocerá la vida de Túpac
Amaru y Micaela. Leerá la vida de Sor Juana Inés de la Cruz entre otros, lo que
le llevará a la expulsión a los 8 meses de internada. De regreso a su región
natal, conoce a Melchor Padilla, padre de su futuro marido, amigo de los indios
y obediente de las leyes realistas, quien muere lejos de su casa, en una cárcel
porteña, acusado de colaborar con otra rebelión indígena, en el año 1784.
Ligados a la historia de la resistencia alto peruana, estos hitos biográficos de
Padilla ejercerán una enorme influencia sobre la formación de Juana Azurduy.
Manuel Padilla, hijo, establece una relación de profunda amistad con Juana. Éste
frecuentó las universidades de Chuquisaca y compartió con Juana, su conocimiento
por la revolución Francesa, las ideas republicanas, la lucha por la libertad, la
igualdad, la fraternidad. Conoció los nombres de: Castells, Moreno, Monteagudo.
El 8 de marzo de 1805 contrajeron matrimonio, y tuvieron tres hijos: Marino,
Juliana y Mercedes.
Juana Azurduy (Letra: Félix Luna - Música: Ariel Ramírez) Juana Azurduy, flor del Alto Perú: no hay otro capitán más valiente que tú. Oigo tu voz más allá de Jujuy y tu galope audaz, Doña Juana Azurduy. Me enamora la patria en agraz, desvelada, recorro su faz; el español no pasará con mujeres tendrá que pelear. Juana Azurduy, flor del Alto Perú, no hay otro capitán más valiente que tú. Estribillo Truena el cañón, préstame tu fusil que la revolución viene oliendo a jazmín. Tierra del sol en el Alto Perú, el eco nombra aún a Tupac Amaru. Tierra en armas que se hace mujer, amazona de la libertad. Quiero formar en tu escuadrón y al clarín de tu voz atacar. |
Gozaron de una buena posición económica, pero Don Manuel como era criollo no
pudo participar de cargos en el cabildo. Con la caída de Fernando VII bajo la
ocupación de Napoleón, el 25 de mayo de 1809 se produjo la revolución de Potosí.
Manuel Padilla se sumó a la resistencia y encabezó a los indios Chayanta y
triunfó. Juró servir a la causa americana y vengó a los patriotas fusilados en
el levantamiento de La Paz. Un años después el general Vicento Nieto asumió la
Real Audiencia, y condenó a la cárcel y a las mazmorras a todos aquellos que
participaron de los levantamientos, entre ellos Padilla. Juana defendió con
rebenque en mano su propiedad ante los realistas. Al año siguiente de la
Revolución de Mayo, Manuel Padilla se unió a Martín Miguel de Güemes, fueron la
pesadilla del ejército realista. Doña Juana quizo acompañarlos pero estaba
prohibida la presencia de mujeres en el ejército.
Su casa fue confiscada y debió ocultarse en la casa de una amiga. Manuel Padilla
se enfrentó con las tropas realistas utilizando el método de guerrillas, venció
en varias oportunidades y su nombre comenzó a convertirse en leyenda. Hacia 1813
los revolucionarios ocuparon Potosí y Padilla fue el encargado de organizar el
ejercito, tarea a la cual se sumó ahora sí Juana. Su ejemplo hizo que muchas
mujeres se sumaran a la gesta. "En poco tiempo, el prestigio de Juana Azurduy se
incrementó a límites casi míticos: los soldados de Padilla veían en ella la
conjunción de una madre y esposa ejemplar con la valerosa luchadora; los
indígenas prácticamente la convirtieron en objeto de culto, como una presencia
vívida de la propia Pachamama".
Luego de la derrota de Vilcapugio y Ayohuma, la lucha se desplazó al nordeste de
Bolivia, se le llamó la "Guerra de las Republiquetas". Durante este tiempo el
cacique Juan Huallparrimachi, músico, poeta y descendiente de los incas, se unió
a Juana Azurduy, fue su fiel lugarteniente. En el mes de marzo de 1814. Padilla
y Azurduy vencieron a los realistas en Tarvita y Pomabamba. Pezuela, el jefe del
ejército español, puso todo su batallón a perseguir a la pareja de caudillos.
Las tropas revolucionarias debieron dividirse: Padilla se encaminó hacia La
Laguna y Juana Azurduy se internó en una zona de pantanos con sus cuatro hijos
pequeños. Allí se enfermaron cada uno de sus cuatro hijos, donde murieron Manuel
y Mariano, antes de que Padilla y Juan Huallparrimachi, llegaran en auxilio. De
vueltas en el refugio del valle de Segura murieron Juliana y Mercedes, las dos
hijas, de fiebre palúdica y disentería. "Dicen los biógrafos que comienza aquí
la guerra brutal contra los realistas:
"Padilla es cruel, es sanguinario (...) La guerra se ha desatado bárbaramente;
ya no es la ley del Talión la que prima, sino una ley más inhumana, por un
muerto se exigen dos, por dos, cuatro", afirma Gantier". "Juana Azurduy está
nuevamente embarazada cuando combate el 2 de agosto de 1814 con Padilla y su
tropa, en el cerro de Carretas. Y Juana Azurduy sufre ya los dolores de parto
cuando escucha las pisadas de la caballería realista entrando en Pitantora.
Luisa Padilla, la última hija de los amantes guerreros, nace junto al Río Grande
y experimenta ahora en brazos de su madre los ardores de la vida
revolucionaria".
Un grupo de suboficiales quisieron arrebatarle la caja con el tesoro de sesenta
mil duros, el botín de guerra con el que contaban para su supervivencia las
tropas revolucionarias, y que Juana Azurduy custodiaba con celoso fervor. Juana
se alzó frente a ellos con su hija en brazos y la espada obsequiada por el
General Belgrano.
Feroz y decidida, montó a caballo con la pequeña Luisa y, juntas, se
zambullieron en el río. Lograron llegar con vida a la otra orilla. La hija
recién nacida quedó a cargo de Anastasia Mamani, una india que la cuidó durante
el resto de los años en que su madre continuó luchando por la independencia
americana. En 1816 Juana y su esposo, quienes tenían bajo sus ordenes 6000
indios, sitiaron por segunda vez la ciudad de Chuquisaca. Los realistas lograron
poner fin al cerco, y en Tinteros, Manuel Ascencio Padilla encontró la muerte.
Manuel Belgrano, en un hecho inédito, envió una carta donde la nombraba teniente
coronel. La cabeza de Padilla fue exhibida en la plaza pública durante meses,
ésta se convirtió en un símbolo de la resistencia. El 15 de mayo de 1817 Juana
al frente de cientos de cholos la recuperó.
Juana Azurduy intentó reorganizar la tropa sin recursos, acosada por el enemigo,
perdió toda colaboración de los porteños. Juana decidió dirigirse a Salta a
combatir junto a las tropas de Güemes, con quien estuvo tres años hasta ser
sorprendida por la muerte de éste, en 1821. Decidió regresar junto a su hija de
6 años, pero recién en 1825 logró que el gobierno le dé cuatro mulas y cinco
pesos para poder regresar. En 1825 se declaró la independencia de Bolivia, el
mariscal Sucre fue nombrado presidente vitalicio. Este le otorgó a Juana una
pensión, que le fue quitada en 1857 bajo el gobierno de José María Linares. Doña
Juana terminó sus días olvidada y en la pobreza, el día 25 de mayo de 1962
cuando estaba por cumplir 82 años. Su restos fueron exhumados 100 años después,
para ser guardados en un mausoleo que se construyó en su homenaje.
Esta carta fue escrita ocho años más tarde de la muerte de Guemes, cuando vagaba
pobre y deprimida por las selvas del Chaco argentino:
"A las muy honorables juntas Provinciales: Doña Juana Azurduy, coronada con el
grado de Teniente Coronel por el Supremo Poder Ejecutivo Nacional, emigrada de
las provincias de Cbarcas, me presento y digo: Que para concitar la compasión de
V. H. y llamar vuestra atención sobre mi deplorable y lastimera suerte, juzgo
inútil recorrer mi historia en el curso de la Revolución. Aunque animada de
noble orgullo tam
"Uno de los pocos momentos de felicidad fue aquel en que sorpresivamente Simón
Bolívar, acompañado de Sucre, el caudillo Lanza y otros, se presentó en su
humilde vivienda para expresarle su reconocimiento y homenaje a tan gran
luchadora. El general venezolano la colmó de elogios en presencia de los demás,
y dícese que le manifestó que la nueva república no debería llevar su propio
apellido sino el de Padilla, y le concedió una pensión mensual de 60 pesos que
luego Sucre aumentó a cien, respondiendo a la solicitud de la caudilla: "Sólo el
sagrado amor a la patria me ha hecho soportable la pérdida de un marido sobre
cuya tumba había jurado vengar su muerte y seguir su ejemplo; mas el cielo que
señala ya el término de los tiranos, mediante la invencible espada de V.E. quiso
regresase a mi casa donde he encontrado disipados mis intereses y agotados todos
los medios que pudieran proporcionar mi subsistencia; en fin rodeada de una
numerosa familia y de una tierna hija que no tiene más patrimonio que mis
lágrimas; ellas son las que ahora me revisten de una gran confianza para
presentar a V.E. la funesta lámina de mis desgracias, para que teniéndolas en
consideración se digne ordenar el goce de la viudedad de mi finado marido el
sueldo que por mi propia graduación puede corresponderme".
Fuentes: Mónica Deleis, Ricardo de Titto, Diego L. Arguindeguy, "Mujeres de la
Política Argentina", Editorial Aguilar, Buenos Aires, Argentina, 2001. Graciela
Batticuore, Juana Azurduy en "Mujeres Argentinas, El lado femenino de nuestra
historia", Maria Esther de Miguel, Editorial Extra Alfaguara, Buenos Aires,
Argentina, 1998. Pancho O´Donnell, "Juana Azurduy, La Teniente Coronela",
Editorial Planeta.
RIMA - Red Informativa de Mujeres de Argentina, Rosario, Santa Fe, Argentina
Ilustración: Gabriel Keppl
Fuente texto: Rebelión
|
VOLVER A CUADERNOS DE LA MEMORIA
Solo10.com:
Dominios -
Registro de Dominios -
Alojamiento Web -
Hospedaje Web -
Web Hosting