Lamento mi ausencia durante este año en el blog. Éste era, por lejos, el proyecto que con más constancia he mantenido, con sus altos y sus bajos, por supuesto; así que debo una disculpa, aunque sea a mi propio blog.
Quería hacer un pequeño comentario a la ya tan revisada Jornada Mundial de la Juventud, que con tanta alegría (y tristeza, y envidia, y nostalgia) he estado siguiendo.
Es curioso la cantidad de opiniones que ha suscitado este encuentro: tanto a favor como en contra. Más allá de las dudas que se plantean, hay algo seguro en todas esas opiniones: la raíz que tienen en común es Dios. Insisto: a favor o en contra, pero por lo menos se lo tiene en cuenta, como una especie de recuerdo cercano o de un símbolo social al que hay que tener guardado en la billetera por si acaso se acaba el mundo (o derechamente, nos morimos). Y es que en último término, el hombre está sediento de verdad: queremos saber si Dios existe o no. Yo no tengo la certeza de que existe: nadie la tiene (salvo almas con una espiritualidad y filiación divina aplastante); pero prefiero creer que sí.
Quiero creer que mi vida sirve para algo. Quiero creer que no soy un ente, inteligente (más o menos), abandonado a su suerte y casual, una especie de jugarreta cosmológica. Quiero creer que la fuente del bien y del amor es más grande que las pinceladas de felicidad que se presentan, todos los días, en la puerta de mi casa y que llaman constantemente en nombre de un mensajero desconocido: quiero ponerle nombre y cara. Quiero creer que el sufrimiento es precisamente síntoma de que hay algo en lo que podemos perfeccionarnos o debería decir en EL que podemos perfeccionarnos. Quiero creer que mis amistades, mis relaciones familiares, mis relaciones interpersonales no se acaban aquí; porque son demasiado buenas como para durar una sola vida. Quiero creer que hay alguien que ama las 24 horas del día, los siete días de la semana; incansable y que sustenta la bondad que existe en todos los hombres y mujeres del mundo (por si alguna feminista se llegara a quejar ...). Quiero creer que el dinero no da la felicidad, probablemente porque en ese caso estaría completamente cagada.
Quiero creer que la promesa de Cristo es cierta, que efectivamente habrá una resurrección de la carne, que habrá una vida eterna donde volveré a encontrarme con aquellos que amé, que amo y que amaré; todos en torno a quien ES amor. (Memo: hacer una entrada sobre el descubrimiento de este año; el cielo).
Todos estos anhelos valen la pena, la castidad, el dolor, la separación, la muerte ... la vida. Porque esa promesa la ha hecho el mandamás, el jefe de los jefes. ¿Y quién se resiste ante tal respuesta a esa insaciable sequedad de verdad?