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ISSN 1695-1751                                                        Número 93 - Mayo.2011 Jumada Al-Akhirah 1432 
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Estimados lectores:

     De cuando en cuando, los grandes medios de comunicación de masas nos informan sobre terribles amputaciones de manos, decapitaciones, lapidaciones, flagelaciones y un sinfín de escalofriantes torturas infligidas en nombre de la sharia en diversos lugares del mundo islámico: Nigeria, Sudán, Somalia, Arabia Saudí, Afganistán o Irán acaparan la atención de una audiencia que se muestra indignada (y con razón) con la barbarie de semejantes espectáculos sangrientos. Sin embargo, esta caricatura de sharia no es en absoluto el marco legislativo que permitió al mundo islámico organizar sus sociedades y dotar de derechos a sus súbditos, y está lejos de ser ese principio coránico que impone la misericordia como la principal condición que deben observar los seres humanos a la hora de relacionarse con sus semejantes. Cabría preguntarse, por lo tanto, qué es lo que ha sucedido para llegar a esta situación y cómo remediarla.
     El presente número de Alif Nûn trata de dar cumplida respuesta a estas preguntas a través de varios artículos que analizan el fenómeno de la sharia desde diversos puntos de vista. El primero de los artículos hace un breve recorrido por los principios de la sharia y explica cómo éstos sirvieron para elaborar un sistema de división y control de poderes semejante en muchos aspectos al moderno Estado de derecho. En el segundo artículo, la sharia es examinada desde un punto de vista económico, explicando los imperativos éticos que deben perfilar la actividad económica desde el punto de vista del Islam. El tercer artículo es un interesante e intenso debate acerca de la compatibilidad entre la sharia y los derechos humanos. Para terminar, no abandonamos el tema de los derechos humanos, pues nuestro cuarto y último artículo profundiza en las razones que han motivado la llamada “guerra contra el terror” emprendida por el gobierno de los EE.UU. y sus aliados, y en los dudosos métodos empleados durante dicha guerra.
 

La Dirección.
  

        E
n febrero de 2008, Rowan Williams, el arzobispo de Canterbury, ofreció una conferencia en Londres durante la cual habló sobre la posibilidad de que el sistema legal británico permitiera a tribunales no cristianos decidir sobre ciertas materias relacionadas con el derecho de familia. En Gran Bretaña no existe una separación entre Iglesia y Estado.  El arzobispo señalo que “la ley de la Iglesia de Inglaterra es la ley vigente” en el país; de hecho, los tribunales eclesiásticos que antes se encargaban de los matrimonios y los divorcios todavía están integrados en el sistema legal británico, decidiendo sobre asuntos relacionados con la posesiones de la Iglesia y la doctrina eclesiástica. Su sugerencia fue que, previo acuerdo de todas las partes y respetando el requisito básico de proteger la igualdad de derechos entre ambos sexos, podría ser una buena idea el permitir que tribunales islámicos y judíos ortodoxos se ocuparan de los matrimonios y los divorcios.
        Entonces saltó el escándalo. Desde políticos de todas las tendencias hasta altos cargos de la jerarquía eclesiástica, además de los omnipresentes tabloides británicos, exigieron que el líder de la segunda confesión más numerosa del mundo cristiano se retractase públicamente o incluso dimitiera. Williams ha pasado los últimos años intentando mantener la unidad de la comunidad anglicana mundial en torno a cuestiones controvertidas como la ordenación de sacerdotes homosexuales o el reconocimiento de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Sin embargo, la controversia generada por estos dos asuntos ha sido mucho menos agria que la desatada por su referencia a los tribunales religiosos. Huelga decir que la indignación no se produjo por la referencia de Williams a la ley judía ortodoxa, sino que fue la palabra “sharia” la que produjo un efecto incendiario.



        Durante el encuentro anual de 1996 celebrado en Chicago por la Philadelphia Society –una organización liberal (los estadounidenses dirían conservadora) dedicada al estudio de la historia del constitucionalismo y el Estado de derecho en EE.UU–, el intelectual conservador M. Stanton Evans ofreció una conferencia en la que señaló que los antiguos griegos no concebían el imperio de la ley como lo hacemos hoy en día. Para los antiguos griegos, el gobernante estaba por encima de la ley. La ley era un conjunto de normas que unos hombres imponían a otros. En la actualidad, entendemos que las leyes deben aplicarse por igual a todo el mundo, ya sea un rey o un mendigo. Evans afirmó que esta concepción fue una invención de los cristianos medievales, los escolásticos, y puso el ejemplo de algunos escolásticos del siglo XII que afirmaban que el rey no está por encima de la ley.

     Durante el periodo de preguntas y respuestas, le recordé que los escolásticos cristianos de la Edad Media estudiaron a los antiguos griegos a través de toda una serie de traducciones y comentarios que los eruditos musulmanes habían llevado a cabo. Los europeos medievales habían perdido el contacto con su propia tradición, y fueron los musulmanes quienes tradujeron a Aristóteles y otros autores al árabe, y comentaron las obras de éstos. Fue sobre todo a través de estas traducciones y comentarios, traducidos luego al latín, que los escolásticos obtuvieron su conocimiento e inspiración. Fue durante la civilización islámica clásica cuando se desarrolló el concepto moderno de Estado de derecho. Frente a sus citas del siglo XII, yo le recordé otra cita del siglo VII. Durante su toma de posesión como jalifa (sucesor del profeta Muhammad,), Abu Bakr dijo: “Si os ordeno algo acorde con el Corán y la conducta del Profeta, obedecedme, pero si os ordeno algo que se aparte del Corán o la conducta del Profeta, no me debéis obediencia, sino que tenéis la obligación de corregirme.” 

      En su correspondencia, Emran Qureshi, periodista y experto en Islam y derechos humanos, y Heba Raouf Ezzat, profesora de ciencias políticas y activista a favor de los derechos de la mujer, debaten sobre el papel de la sharia en los países islámicos y hasta qué punto las leyes de la sharia son compatibles con los derechos humanos. La correspondencia se mantuvo entre junio y agosto de 2004 y las cartas fueron publicadas por primera vez en el diario alemán Frankfurter Rundschau , el 4 de octubre de 2004.


       Cuando los 19 secuestradores de al-Qaeda atacaron Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos se enfrentó a un dilema estratégico sin precedentes en cuanto a su magnitud, pero no en cuanto a su naturaleza. Los terroristas habían asesinado a muchos civiles con anterioridad, tanto dentro como fuera de EE.UU., con o sin el apoyo de algún Estado. Al-Qaeda no era la primera organización no estatal descentralizada que planteaba exigencias poco coherentes apoyándose en actos violentos destinados a la propaganda. Tampoco han sido los estadounidenses las primeras víctimas de un ataque terrorista sin provocación previa, destinado a aparcar  las diferencias políticas –al menos por un tiempo– y buscar un frente unido de autodefensa.
        Lo que ha marcado la diferencia entre el impactante horror del 11-S y episodios anteriores es su magnitud y valor simbólico. En el Pentágono, las Torres Gemelas del World Trade Center y los cuatro aviones secuestrados murieron 2.752 personas, ya fuesen empleados en su puesto de trabajo o de camino al mismo, pasajeros en tránsito, personal médico que atendía a los heridos o bomberos que trataban de salvar a otras personas del infierno provocado por la explosión de dos Boeing 767 con sus depósitos repletos de combustible. La intención de cometer un asesinato en masa quedó patente, así como la importancia simbólica de los objetivos elegidos: los edificios más altos de la capital financiera mundial y el cuartel general del ejército de la única superpotencia mundial en la actualidad. Al-Qaeda diseñó los atentados con el fin de poner en duda la capacidad del estado norteamericano, no solo para proteger a sus ciudadanos sino también para protegerse a sí mismo.



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Mi amante prefiere los ojos color de cielo,
y yo no sé dónde cambiar los míos color de noche.



                                                                                     "Sayad Bahodín Majruh"
                                                                                _  [ El Suicidio y el Canto ]
                                                   
 

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