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Estimados
lectores:
De cuando en cuando, los grandes medios de comunicación
de masas nos informan sobre terribles amputaciones de manos, decapitaciones,
lapidaciones, flagelaciones y un sinfín de escalofriantes torturas
infligidas en nombre de la sharia en diversos lugares del mundo islámico:
Nigeria, Sudán, Somalia, Arabia Saudí, Afganistán o
Irán acaparan la atención de una audiencia que se muestra indignada
(y con razón) con la barbarie de semejantes espectáculos sangrientos.
Sin embargo, esta caricatura de sharia no es en absoluto el marco
legislativo que permitió al mundo islámico organizar sus sociedades
y dotar de derechos a sus súbditos, y está lejos de ser ese
principio coránico que impone la misericordia como la principal condición
que deben observar los seres humanos a la hora de relacionarse con sus semejantes.
Cabría preguntarse, por lo tanto, qué es lo que ha sucedido
para llegar a esta situación y cómo remediarla.
El presente número de Alif Nûn
trata de dar cumplida respuesta a estas preguntas a través de varios
artículos que analizan el fenómeno de la sharia desde
diversos puntos de vista. El primero de los artículos hace un breve
recorrido por los principios de la sharia y explica cómo éstos
sirvieron para elaborar un sistema de división y control de poderes
semejante en muchos aspectos al moderno Estado de derecho. En el segundo
artículo, la sharia es examinada desde un punto de vista económico,
explicando los imperativos éticos que deben perfilar la actividad
económica desde el punto de vista del Islam. El tercer artículo
es un interesante e intenso debate acerca de la compatibilidad entre la
sharia y los derechos humanos. Para terminar, no abandonamos el tema
de los derechos humanos, pues nuestro cuarto y último artículo
profundiza en las razones que han motivado la llamada “guerra contra el terror”
emprendida por el gobierno de los EE.UU. y sus aliados, y en los dudosos
métodos empleados durante dicha guerra.
La Dirección.
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En febrero
de 2008, Rowan Williams, el arzobispo de Canterbury, ofreció una
conferencia en Londres durante la cual habló sobre la posibilidad
de que el sistema legal británico permitiera a tribunales no cristianos
decidir sobre ciertas materias relacionadas con el derecho de familia. En
Gran Bretaña no existe una separación entre Iglesia y Estado.
El arzobispo señalo que “la ley de la Iglesia de Inglaterra es la
ley vigente” en el país; de hecho, los tribunales eclesiásticos
que antes se encargaban de los matrimonios y los divorcios todavía
están integrados en el sistema legal británico, decidiendo
sobre asuntos relacionados con la posesiones de la Iglesia y la doctrina
eclesiástica. Su sugerencia fue que, previo acuerdo de todas las
partes y respetando el requisito básico de proteger la igualdad de
derechos entre ambos sexos, podría ser una buena idea el permitir
que tribunales islámicos y judíos ortodoxos se ocuparan de
los matrimonios y los divorcios.
Entonces saltó el escándalo.
Desde políticos de todas las tendencias hasta altos cargos de la
jerarquía eclesiástica, además de los omnipresentes
tabloides británicos, exigieron que el líder de la segunda
confesión más numerosa del mundo cristiano se retractase públicamente
o incluso dimitiera. Williams ha pasado los últimos años intentando
mantener la unidad de la comunidad anglicana mundial en torno a cuestiones
controvertidas como la ordenación de sacerdotes homosexuales o el
reconocimiento de los matrimonios entre personas del mismo sexo. Sin embargo,
la controversia generada por estos dos asuntos ha sido mucho menos agria
que la desatada por su referencia a los tribunales religiosos. Huelga decir
que la indignación no se produjo por la referencia de Williams a la
ley judía ortodoxa, sino que fue la palabra “sharia” la que
produjo un efecto incendiario.
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Durante el encuentro anual de 1996
celebrado en Chicago por la Philadelphia Society –una organización
liberal (los estadounidenses dirían conservadora) dedicada al estudio
de la historia del constitucionalismo y el Estado de derecho en EE.UU–,
el intelectual conservador M. Stanton Evans ofreció una conferencia
en la que señaló que los antiguos griegos no concebían
el imperio de la ley como lo hacemos hoy en día. Para los antiguos
griegos, el gobernante estaba por encima de la ley. La ley era un conjunto
de normas que unos hombres imponían a otros. En la actualidad, entendemos
que las leyes deben aplicarse por igual a todo el mundo, ya sea un rey o
un mendigo. Evans afirmó que esta concepción fue una invención
de los cristianos medievales, los escolásticos, y puso el ejemplo
de algunos escolásticos del siglo XII que afirmaban que el rey no
está por encima de la ley.
Durante el periodo
de preguntas y respuestas, le recordé que los escolásticos
cristianos de la Edad Media estudiaron a los antiguos griegos a través
de toda una serie de traducciones y comentarios que los eruditos musulmanes
habían llevado a cabo. Los europeos medievales habían perdido
el contacto con su propia tradición, y fueron los musulmanes quienes
tradujeron a Aristóteles y otros autores al árabe, y comentaron
las obras de éstos. Fue sobre todo a través de estas traducciones
y comentarios, traducidos luego al latín, que los escolásticos
obtuvieron su conocimiento e inspiración. Fue durante la civilización
islámica clásica cuando se desarrolló el concepto moderno
de Estado de derecho. Frente a sus citas del siglo XII, yo le recordé
otra cita del siglo VII. Durante su toma de posesión como jalifa
(sucesor del profeta Muhammad,), Abu Bakr dijo: “Si os ordeno algo acorde
con el Corán y la conducta del Profeta, obedecedme, pero si os ordeno
algo que se aparte del Corán o la conducta del Profeta, no me debéis
obediencia, sino que tenéis la obligación de corregirme.”
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En su correspondencia, Emran Qureshi, periodista
y experto en Islam y derechos humanos, y Heba Raouf Ezzat, profesora de ciencias
políticas y activista a favor de los derechos de la mujer, debaten
sobre el papel de la sharia en los países islámicos y hasta
qué punto las leyes de la sharia son compatibles con los derechos humanos.
La correspondencia se mantuvo entre junio y agosto de 2004 y las cartas fueron
publicadas por primera vez en el diario alemán Frankfurter Rundschau
, el 4 de octubre de 2004.
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Cuando los 19 secuestradores de al-Qaeda
atacaron Nueva York y Washington el 11 de septiembre de 2001, Estados Unidos
se enfrentó a un dilema estratégico sin precedentes en cuanto
a su magnitud, pero no en cuanto a su naturaleza. Los terroristas habían
asesinado a muchos civiles con anterioridad, tanto dentro como fuera de EE.UU.,
con o sin el apoyo de algún Estado. Al-Qaeda no era la primera organización
no estatal descentralizada que planteaba exigencias poco coherentes apoyándose
en actos violentos destinados a la propaganda. Tampoco han sido los estadounidenses
las primeras víctimas de un ataque terrorista sin provocación
previa, destinado a aparcar las diferencias políticas –al menos
por un tiempo– y buscar un frente unido de autodefensa.
Lo que ha marcado la diferencia entre
el impactante horror del 11-S y episodios anteriores es su magnitud y valor
simbólico. En el Pentágono, las Torres Gemelas del World Trade
Center y los cuatro aviones secuestrados murieron 2.752 personas, ya fuesen
empleados en su puesto de trabajo o de camino al mismo, pasajeros en tránsito,
personal médico que atendía a los heridos o bomberos que trataban
de salvar a otras personas del infierno provocado por la explosión
de dos Boeing 767 con sus depósitos repletos de combustible. La intención
de cometer un asesinato en masa quedó patente, así como la importancia
simbólica de los objetivos elegidos: los edificios más altos
de la capital financiera mundial y el cuartel general del ejército
de la única superpotencia mundial en la actualidad. Al-Qaeda diseñó
los atentados con el fin de poner en duda la capacidad del estado norteamericano,
no solo para proteger a sus ciudadanos sino también para protegerse
a sí mismo.
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Mi amante prefiere los ojos color de cielo,
y yo no sé dónde cambiar los míos color de noche.
"Sayad Bahodín Majruh"
_ [
El Suicidio y el Canto
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