Será para siempre Victoria Coronada y así pasará a la historia. Un estallido de júbilo, un gozo sin medida, una alegría que sólo puede explicarse a través del nudo en la garganta, de los suspiros al aire y de las lágrimas del cielo, también de sus devotos. Un oleada de emoción sacudió ayer Huelva cuando su obispo, José Vilaplana posaba una corona sobre las benditas sienes de María Santísima de la Victoria a las 20.50 horas y ante más de 5.000 personas . Se había terminado la incertidumbre, que mantuvo en vilo durante los últimos días a sus hermanos y a su Junta de Gobierno durante las últimas horas, se acabó la espera y comenzaba el disfrute de miles de onubenses y de personas de fuera que se han trasladado hasta la ciudad para contemplar a la Reina del Polvorín coronada por el pueblo de Huelva que vuelve hasta su templo, la Parroquia del Sagrado Corazón de Jesús entre vivas y petaladas.
La incertidumbre
El tiempo al final dejó una tregua
Las miradas al cielo y las plegarias eran múltiples cuando el reloj marcaba las 17.45 horas, momento en que se tenía programado el traslado de la Concepción al altar de la Coronación de María Santísima de la Victoria. Un intenso aguacero cayó sobre Huelva y sobre los enseres dispuestos en la Plaza de la Constitución.
La hermandad decidió atrasar una hora la salida del cortejo de traslado ante la lluvia, estando la Virgen esperando en el interior de la Concepción por el tiempo, mientras que además también se modificó el itinerario de este camino a la gloria.
Con las sillas mojadas, el sol comenzó a lucir y un aplauso voló al cielo de los miles de asistentes a la Misa Pontifical.
En el altar
Hermanos que ven cumplido un sueño
En primera línea, Rafaela Monís y las hijas de uno de los fundadores, Ana María y Caridad Fayas miraban al cielo con los ojos húmedos de la emoción. Son los hermanos más antiguos de la hermandad quienes se disponían en esos lugares privilegiados, sólo por detras de la Junta de Gobierno en el altar quienes además más le aplaudieron a la Señora a su llegada al altar, custodiada por una de sus hermanas de honor, la representación de la Guardia Civil. Allí se escuchó el primer ¡Viva la Virgen de la Victoria! de los muchos que se escucharon en el altar.
Tras esta esplendorosa llegada, el cortejo litúrgico en el que se incluía la Corona. Todo estaba dispuesto, se había cumplido el sueño, a pesar de todos los malos augurios climatológicos. Después de tanto tiempo soñándolo.
Misa de pontifical
El momento más esperado
Sin palabras, El silencio expectante lo dijo todo. En el altar, hermandades, padrinos, la Corporación Municipal, el hermano mayor, la Banda del Nazareno y la Orquesta Sinfónica de la Universidad junto a la Coral Polifónica. La Misa de Pontifical con la Coronación de María Santísima de la Victoria incluida en ella fue el culmen a cuatro años de espera desde el anuncio, la oportunidad de contemplar buena parte del trabajo consumado y condensado en el momento en que tras bendecir la presea realizada por Manuel Valera, José Vilaplana subió por la escalera dispuesta a la derecha del paso y coronó canónicamente a la Madre de Dios, con una homilía alusiva a la advocación de esta dolorosa en Huelva como Victoria de la Fe. La expectación se mascaba en los accesos al recinto. Los hermanos no podían contener la emoción e incluso su hermano mayor, Isidoro Olivero solicitó al alcalde de Huelva, Pedro Rodríguez, padrino de la Coronación representando al pueblo de Huelva, que entre los títulos y escudo de la localidad se incluya el de muy mariana ciudad.
Procesión oficial
Primeras chicotás Coronada en Huelva
Con un cortejo muy representativo partió María Santísima ya coronada por las calles de Huelva. Se levantó a pulso por la cuadrilla comandada por Enrique Izquierdo que ordenó a sus costaleros: ¡Vámonos con la Virgen de la Victoria ya coronada
Apoteosis en sus barrios
Un rosario de petaladas infinitas
De vuelta al Matadero, una vez terminada la procesión oficial una marea humana abrazó el palio de María Santísima de la Victoria en las primeras horas de la madrugada. Quedaba el reencuentro con su barrio, con su gente.