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20 de agosto de 2001     

Israel - Palestina: la paz imposible
Adrián Mac Liman*


El coche lleva matrícula diplomática. Aún así, tardamos más de tres cuartos de hora en recorrer los ocho kilómetros que separan el suburbio jerosolimitano de A Tur de la ciudad palestina de Ramallah. El tráfico es caótico; no queda más remedio que armarse de paciencia y aguantar estoicamente el calor del verano.

"¿Eso te recuerda la primera Intifada?", pregunta mi compañero de viaje.

La verdad es que resulta sumamente difícil explicarle que allá, por la década de los 80, solíamos tardar menos de 15 minutos en cubrir el trayecto. Otros tiempos... Sí, recuerdo que durante los primeros meses de la Intifada, solía refugiarme en la amable ciudad-jardín. Desde la explanada del Paseo de la Radio se divisaba la planicie costera, los primeros rascacielos blancos de Tel Aviv, el Mediterráneo. Antes de la puesta del sol, dirigía la mirada hacia el mar, el Mar Sereno, como lo llaman los árabes, tratando de imaginarme la paz, la ansiada paz en esta tierra de Palestina. Hace doce años, me despedí de esos dos países, Israel y Palestina, desde el mirador del Paseo de la Radio. En aquel entonces, mi acompañante y amigo Emil Ashrawi, fotógrafo y director de teatro, me confesó que soñaba con el día en que palestinos e israelíes, árabes y hebreos, estén en condiciones de emular a los europeos, edificando a su vez un continente sin fronteras, sin barreras ideológicas, sin guerras. Tuve que recordarle que la unión del Viejo Continente se forjó justamente a raíz de los conflictos entre grandes naciones, como reacción contraria a la escalada de violencia que había azotado a los europeos.

"Es lo que está sucediendo aquí, lo que nos está pasando a nosotros, los árabes, con los judíos", repuso Emil. "Antes de la Intifada, Hanan y yo bajábamos a Tel Aviv cada semana; teníamos buenos amigos israelíes. En fin, aún tenemos amigos judíos. Algún día vendrán a visitarnos de paisano. Hoy por hoy, sólo suben a Ramallah vestidos de uniforme. ¿Volverás a ver el cambio, verdad?".

Prometí volver y regresé varias veces a aquél añorado país -Palestina-Israel- armado de mi pluma estilográfica, único "artefacto peligroso" que llevo encima desde hace más de cuatro décadas.

Al acercarnos a Ramallah, me acordé de la última tarde en casa de los Ashrawi. Sí, Emil; han pasado más de diez años y la paz, nuestra ansiada paz, parece estar más lejos que nunca.

Las ruinas de los edificios modernos interrumpen mis pensamientos.

"¿Te recuerdan algo...?", pregunta Jean-Marie, el eterno cooperante que recorrió medio mundo antes de anclar su velero en la milenaria Jerusalén.

"¿Te recuerdan algo...?"

"Beirut..." Sí, estos edificios destrozados por el impacto de los misiles me recuerdan la "operación Paz en Galilea", la guerra del Líbano, aquel verano de 1982, cuando el entonces titular de Defensa israelí, Ariel Sharón, llevó a las tropas de Tsahal hasta la capital libanesa, con el firme propósito de acabar con la plana mayor de la OLP. Mas en aquella guerra no hubo vencedores ni vencidos. Sharón se apuntó el éxito militar; Arafat, la victoria política. Israel no llegó a firmar la paz con su vecino del Norte; la derrotada OLP fue acogida en Túnez con todos los honores.

Beirut... Ramallah. Hoy en día, los protagonistas de aquel conflicto, convertidos en septuagenarios ancianos, siguen plantándose cara.

Empezamos nuestro periplo en MA'AS, el Instituto de Investigaciones Económicas de Palestina, creado en los años 90 para facilitar la presencia de capital extranjero en los territorios palestinos. Centro de consultoría especializado, el MA'AS solía publicar excelentes informes sectoriales sobre la economía palestina. Pero hoy en día, después de diez meses de inestabilidad política, de caos económico y de constantes interrupciones de las actividades empresariales, los investigadores del Instituto se limitan a contabilizar las pérdidas registradas por los habitantes de los territorios.

Se calcula que desde el inicio de la segunda Intifada, en septiembre de 2000, dichas pérdidas han alcanzado la astronómica cifra de 6.000 millones de dólares. A ello se suma una tasa de paro superior al 37 por ciento y otro dato muy inquietante, corroborado también por las estadísticas israelíes: los ingresos percibidos por el 65 por ciento de los pobladores de Gaza y Cisjordania son inferiores al "limite oficial de pobreza" fijado por el Banco Mundial.

En ATS - Agricultural Techincal Services - empresa dedicada a promocionar las exportaciones de productos agrícolas palestinas a Europa, nos hallamos ante un panorama igual de pesimista. Hasta mediados del pasado año la ATS se dedicaba a fichar profesionales altamente cualificados para sus oficinas de Oslo y Amsterdam. Hoy en día, la plana mayor de la empresa se limita a supervisar desde Ramallah el cumplimiento de los contratos internacionales."Poco se puede hacer desde aquí; estamos en guerra, una guerra no declarada, pero una guerra con todas las de la ley...", asegura Majdí, responsable de la zona Europa septentrional. Obviamente, la economía palestina se está asfixiando.

"Sí, hermano; esta es una guerra. Los políticos nos han metido en esto... guste o no. Los nuestros y los de enfrente, Arafat y compañía", asegura José Kolman, judío argentino que llegó a Israel en la década de los 70.

José llegó a Eretz Israel (Tierra de Israel) por convicción. "A mí no me perseguían los "milicos". Llegué aquí por confiar que esta era la Tierra Prometida, mi tierra. Pronto descubrí que había que compartirla con los árabes, con esa gente que ustedes, los occidentales, se empeñan en llamar "palestinos". Pues bien, convivir con los palestinos fue mi meta hasta junio del 2000. Pero los políticos me defraudaron. Empezando por Barak y Arafat, por los dos "socios" incapaces de negociar una paz justa y equitativa. En esta guerra, todos tenemos razón: judíos y árabes. Los únicos incapaces de comprenderlo, de encontrar el termino medio, el compromiso, son los políticos. Renuncié a la militancia en la izquierda, rompí mi carné del Partido Laborista, prefiero lo que ustedes llaman los "malos modales" de Sharón... Yo, con mis antecedentes trotskistas, imagínate... De todos modos, no soy el único; la sociedad israelí exige cambios, cambios radicales".

José tiene dos hijos en el ejército. Reza todas las noches para que vuelvan a casa sanos y salvos. Y cuando se le pregunta por la "responsabilidad ética" de Israel en la guerra no declarada, se limita a contestar con un sugestivo: "¿Por qué me venís con esa milonga? ¿Mi responsabilidad? ¿Y la responsabilidad de los kamikaze de Hamas? ¿Y la del "señor" Arafat, que no quiere controlar a sus huestes? Es cierto, los radicales judíos mataron a Rabín. Pero fueron los fanáticos de Hamás que acabaron con la esperanza de paz"

Resulta sumamente difícil explicarle la José que el "raís" no controla a los radicales. O que no tiene intención alguna de convertirse, en el ocaso de su vida política, en gendarme de Israel a cambio de... nada. Como resulta difícil explicarle que la ANP supeditó durante años sus planes de edificar el Estado Palestino a las prerrogativas de la política israelí. O que la actual operación anti-Intifada fue ideada por el Estado Mayor del ejército de Tel Aviv a finales de 1999, como posible alternativa al estancamiento de las consultas bilaterales.

"En estas latitudes, conviene olvidarse de los maniqueísmos", confiesa un veterano diplomático occidental. "Los israelíes tienen derecho a reclamar su seguridad; los palestinos, su Estado; Norteamérica, su parte del pastel energético; Europa... Pero por cierto: ¿qué pinta Europa? Hasta el 2000, confiábamos en los dotes de negociador de Miguel Ángel Moratinos, ahora se nos insinúa que debemos apostar por el pragmatismo de Javier Solana, de mister PESC. Pero a la hora de la verdad, parece que los "eurócratas" se resisten a reconocer el hecho de que aquí hay una guerra, una guerra impulsada por extremistas de ambos bandos, por grupúsculos violentos. Una guerra no declarada, pero una guerra que, tarde o temprano, acabará afectando la estabilidad de Europa, sus relaciones con los países del contorno mediterráneo. Es preciso olvidarse de la retórica y buscar soluciones. La paz no se edifica sólo con declaraciones de buenas intenciones, con palabras, con frases huecas..."

* Escritor y periodista, miembro del Grupo de Estudios Mediterráneos de la Universidad de La Sorbona (París)

 

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