|
Cuando la música norteamericana nacida en Louisiana llegó a Buenos Aires, muchos músicos de talla aprovecharon el tirón comercial del jazz y se pasaron con sus instrumentos al filón que representaba el swing de esta modalidad inventada por los negros del norte. Y desertaron de las filas del tango algunos que habían dejado sus señas de identidad en la música porteña y creado páginas perdurables. Incluso hubo familias que dividieron a sus integrantes entre uno y otro ritmo, como los Lomuto, los Caló, los Schiffrin, los Lipesker. O los hermanos Horacio Deval (Adolfo Tudisco) y su hermano Alberto Deval que comenzó cantando con la típica de Roberto Dimas y luego se pasaría a la Jazz Santa Anita (ritmo en el alma). Más tarde llegarían los ritmos tropicales de Centroamérica y muchas orquestas típicas incorporaron a su repertorio los foxtrots, pasodobles, corridos, porros, “marchinhas” y demás expresiones musicales populares, siendo algunas muy prolíficas en este sentido, como Francisco Canaro o Enrique Rodríguez. Los reclamos del público terminaron por crear el binomio Típica-Jazz para amenizar las veladas bailables multitudinarias que se producían los fines de semana o en los festejos carnestolendos que se prolongaron por muchos años.
La orquesta Panamericana de Eugenio Nóbile brilló en el laberinto de la noche porteña, en boites, radios, escenarios y bailes. Tocaba música romántica, melódica y también canciones pegadizas caribeñas que invitaban a mover el cuerpo. Las maracas y el bongó habían sacado carta de ciudadanía y el conjunto de este notable violinista sumó adeptos a toda velocidad. Había estudiado con maestros de calibre grueso y de niño intervenido en orquestas que hacían zarzuelas y operetas, pero el tango lo atrapó tempranamente por influencias familiares y se alineó en la orquesta de Augusto P. Berto, el autor de La Payanca y en la del legendario Juan Maglio Pacho. Con el pianista Juan Polito formó una orquesta que grabó en Brunswicck y luego se largó solo con su conjunto en los cines Guaraní y Paramount. Tuvo en su elenco a músicos de la talla de José Pascual el autor de Arrabal, tango con el que toda su carrera comenzaba Osvaldo Pugliese las actuaciones. También pasaron por el mismo, fueyes pichones como Eduardo Del Piano o Héctor Varela y hasta el mismo “Mono” Villegas, pianista que luego trasladaría su talento al jazz. Nóbile tocó con Maffia reemplazando a Elvino Vardaro y con Juan Carlos Cobián. Firmó un hermoso tango-romanza: Quimeras que grabó Julio De Caro y era su orgullo y otros como Rico tipo, Se fini, El Lido y Cholita que le grabaría Roberto Firpo. En 1939 se alejó del tango y formó su renombrada orquesta Panamericana. En una lista reducida podríamos incluir a Los muchachos de antes, el grupo que armó el glosista “Lopecito” con los músicos de jazz: Panchito Cao en clarinete, el “Nene” Aldo Nicolini al bajo y Horacio Malvicino en guitarra acústica. Fue a fines de 1959 y tuvieron un éxito impresionante, aunque pasajero, reverdeciendo la interpretación de temas de la guardia vieja según los cánones aproximados a la etapa primitiva del tango. Lopecito, criado en un Despacho de bebidas del Paseo Colón de propiedad de su padre, había visto desfilar en el mismo a infinidad de payadores, guitarreros y cantores y sostenía que la letra de Sentimiento Gaucho, le había sido inspirada al platense Juan Andrés Caruso en aquel local. Y una fiera de la batería como Tito Alberti, recordaba que en su Zárate natal habían armado de pibes un trío con los hermanos Expósito. Él en batería, Virgilio al piano y Homero en ukelele. En Buenos Aires formaría en orquestas como la de Panchito Cao y con José Finkel fundaría la afamada Jazz Casino. .
venerada Misntiguette -, con el Follies Bergere, Moulin Rouge, y en el Casino de París en los años veinte. También acompañó a Ana Pavlova en el Coliseo y la rusa se lo llevaría a una gira por medio continente. A comienzos del 20 también merodeaba el jazz pero destacó firmemente en el tango. Grababa en la orquesta de la RCA que dirigía Adolfo Carabelli y reforzaba conjuntos como el de Francisco Lomuto o el de Juan Carlos Cobián en el disco. Era muy amigo de Gardel, con quien comía a veces, y éste lo felicitó por su tango Normiña (Norminha) que había obtenido el 2º premio en un concurso del Grand Splendid y que Eduardo le había dedicado a una muchacha que conquistó en Brasil. Como no tenía letra, Gardel se lo llevó a Antonio Capone, portero del Tabarís, que se la hizo de inmediato y el Morocho la grabó el día de Nochebuena de 1926. A pedido de Canaro, que reclamaba material, compuso como 20 tangos. Fundaría la orquesta Armani-Cóspito (otro que grabó tangos como Don Goyo) y luego tuvo la propia jazz con su cantante Helen Jackson que destacó en los ambientes aristocráticos o bailes cajetillas de los clubes Italiano o Gimnasia y Esgrima, junto a Osvaldo Fresedo su socio en la boite Rendez Vous. Firmó el porro que llegó a Colombia como gran éxito: “Santa Marta, Santa Marta, tiene tren pero no tiene tranvía. / Si no fuera por la zona, caramba, Santa Marta moriría, ay ombe..”. Hizo cine y su orquesta mantuvo un sello de distinción.
bailarín negro los llevó a Europa. Radicado en Madrid, Josephine Baker se entera de sus cualidades y lo hace buscar. Con ella trabajó en el Casino de París, triunfó y al estilo de Django Reinhardt, armaría el Quinteto del Hot Club de Francia. Tocó jazz al lado de los grandes como Duke Ellington, Louis Amstrong o Billy Coleman en encuentros privados. Cuando regresó al país trabajó en la renovación estética del tango y formó el “Trío Víctor” (o Les Loups) con Elvino Vardaro y Gastón Lobo. Grabó tangos como Recóndita, Página Gris o El presumido y también su tema Guitarra que llora con guitarras hawaianas en 1928. Con letra de Cadícamo, D’Agostino-Vargas dejaron una hermosa versión del tango en 1943. Luego Alemán se dedicó al jazz, la música brasileña y tropical y fue todo un suceso. Hizo dúo también con el genial violinista chileno Hernán Oliva. Los vi actuar en una boite de la calle Cerrito interpretando algunos tangos y recuerdo especialmente lo que hacían ambos con Canaro en París que obligaba a la gente a levantarse de sus asientos y ovacionarlos. Era graciosísimo en el escenario. Una noche de carnaval en el Club Huracán estaba haciendo sus tradicionales piruetas tocando con la guitarra en la espalda y un reo de Soldati le gritó: “¡Bien, Blancanieves!”. Dejó de tocar, buscó al chistoso y apuntando su dedo índice al techo le replicó: “Para vos me sobra un enanito…”. Dante Amicarelli representa toda una jerarquía en la música argentina. Fue arreglador y director de la orquesta estable de Radio Belgrano. Pianista de formación clásica se integró rápidamente en el jazz y formó en la orquesta de Eduardo Armani. Luego, independizado con el cantor de dicha orquesta formaron en 1946 el dúo Amicarelli-Farrel. Posteriormente se quedaría solo con el conjunto. Casado con la prestigiosa concertista de piano Carmen Scalcione, su casa respiraba música a todas horas. Con Horacio Salgán crearon un Instituto de estudios Musicales y grabaron en dúo de pianos dos discos para Philips: Dos virtuosos del piano y El Bosque mágico, con el acompañamiento de contrabajo y batería. Ahí registraron temas tan diversos como Las Hojas muertas, la Zamba de vargas, Garota de Ipanema o Fuegos Artificiales. También dejó en la placa folklore con Domingo Cura, Oscar Cardozo Ocampo, Jorge López Ruiz, Mariano Tito y Jorge Padín. En 1969 Astor Piazzolla lo llamó para grabar con un quinteto en el que estaban Antonio Agri en violín, Astor en fueye, Oscar López Ruiz en guitarra y Kicho Díaz al bajo. Astor había escrito un solo de piano complicado al principio de Adiós Nonino y en el primer ensayo Amicarelli lo interpretó con facilidad, lo que motivó la bronca orgullosa del director, porque había previsto dificultades para el pianista. Entonces los citó para el día siguiente y trabajó durante la noche en armarle un bosque de problemas y trampas de todo tipo de difícil sustanciación sin un estudio previo, a Dante. A la hora del ensayo, Piazzolla distribuyó las partituras y le endosó a Dante la suya con esa entrada y el solo de minuto y medio de duración, que luego sería el deseo de todo pianista que se precie, por ejecutarlo. Ante la mirada expectante de los cuatro, Amicarelli, que no conocía la partitura, se lo despachó de un saque, sin un solo error y con una vibrante digitación que produjo un clima especialísimo. Al terminarlo, hizo un gesto de aprobación moviendo la cabeza, como no dándole mayor importancia y dijo: “Está lindo el arreglito…”. Astor se quería comer el bandoneón de la bronca. José
María Otero (*) “Inclaudicable porteño de Parque Patricios, milonguero y futbolero. Periodista del diario La Razón, fue Jefe de Deportes de los canales 7 y 9. Tuvo programas en varios canales de televisión y radio. Habitante de la noche porteña en 1974, después del Mundial de Alemania, se radicó en España, donde entre otras cosas fundó la revista Mundo Argentino que co-dirige desde hace 11 años con Osvaldo Parrondo. Es historiador de tango, poeta lunfa y enseña a Bailar tango.
AVISO
LEGAL: www.buenosairesantiguo.com.ar
no se hace responsable por las notas firmadas
por terceras personas, son exclusiva
|