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La creencia de Frondizi y Frigerio en la inevitabilidad de la coexistencia pacífica, los llevó a considerar que dicha situación generaría condiciones favorables al desarrollo nacional independiente de países como la Argentina, siempre que éstos acertaran en el diseño de sus políticas. Este planteo llevaba implícitas las buenas relaciones con todos los países, lo cual hizo objeto al gobierno de Frondizi de gran incomprensión, pues fue acusado por un lado de comunista y por otro de entregarse al imperialismo yanqui. Frigerio sostuvo que si bien la historia, la cultura y las posibilidades de obtener financiamiento ubicaban al país en el campo occidental, ellos consideraron posible y conveniente mejorar las relaciones con los soviéticos. Esto se llevó a cabo en función de ese criterio y no de ideologías. (1)  
    Inicialmente, el gobierno de Frondizi fue visto con simpatía en la Unión Soviética. Así, una delegación soviética, encabezada por el vicepresidente del Presidium del Soviet Supremo, M.P. Tarasov, estuvo presente en la asunción del mando, mantuvo entrevistas con Frondizi y el vicepresidente Gómez, visitó empresas y consideró la venta de carnes a la Unión Soviética. Tarasov señaló que su país podía exportar a la Argentina y a otros países latinoamericanos maquinarias y equipos, especialmente para la actividad petrolera. En el informe a su gobierno, Tarasov señaló que el encuentro con el presidente argentino lo había dejado satisfecho y que éste le había expresado que el comercio bilateral aumentaría. El funcionario soviético además había aprovechado su paso por la Argentina para enviar mensajes indirectos a Brasil y Chile, países con los cuales la Unión Soviética no mantenía relaciones diplomáticas. (2)  
    Luego del anuncio de su política petrolera en julio de 1958, Frondizi decidió enviar una misión a la Unión Soviética, encabezada por el diputado José V. Liceaga, con el propósito de acordar un convenio comercial y obtener un crédito para la compra de material para la industria del petróleo. El envío de Liceaga tenía dos motivos adicionales, por un lado compensar el hecho de los contratos petroleros en vías de establecerse con grupos norteamericanos, y por otro tratar de conformar al ala izquierda del grupo gobernante, descontenta con el acercamiento hacia Estados Unidos. (3)  
    El 28 de octubre de 1958, la misión argentina llegó a un acuerdo con el gobierno soviético, firmando Liceaga con el ministro de Comercio Exterior, N. Patolichev, un convenio por el cual la Unión Soviética otorgaba a la Argentina un crédito de 400 millones de rublos (100 millones de dólares) para la compra de material para la industria del petróleo, a un interés del 2,5% anual y a pagarse en tres años. Liceaga señaló que el acuerdo era conveniente para su país porque el interés era bajo y se pagaría en productos argentinos. 
    Por otra parte, algunas instituciones establecidas en Buenos Aires, como la Corporación Argentina pro Fomento del Intercambio (CAFI), constituida por empresarios, trataban de promover el comercio con el Este. La CAFI organizó una conferencia donde algunos de los participantes, como Felipe Freyre, elogiaban el comercio con la Unión Soviética porque se realizaba en un plano de igualdad. El CAFI fue de alguna manera el antecedente de la Cámara de Comercio Argentino-Soviética.
   
Pero a comienzos de 1959 la implementación del plan de estabilización provocó un gran descontento económico-social, que se tradujo en huelgas generales e incidentes en las calles. Algunos de los últimos fueron atribuidos a elementos comunistas, incluso a miembros de la embajada soviética y de otras representaciones de países del Este. El 8 de abril un consejero de la primera fue declarado persona no grata y obligado a dejar el país. Otros tres diplomáticos soviéticos y un rumano fueron también expulsados. El 11, el embajador soviético Kostylev negó toda participación de sus subordinados en los hechos y calificó la actitud argentina de inamistosa. Por cierto, la campaña anticomunista arreciaba, y un diario como La Prensa advertía que se estaría frente al accionar de países revolucionarios a través de sus agentes diplomáticos. También se apuntaba a miembros del gobierno, sobre todo a los que habían tenido simpatías comunistas, como era el caso de Frigerio. En este clima, el gobierno se vio obligado a prohibir, el 27 de abril, las actividades del Partido Comunista Argentino. Asimismo, el gobierno dio por cumplida la compra de equipos para petróleo, cuando había utilizado sólo la tercera parte del crédito. Incluso la Cancillería negó las visas para el ingreso al país de los especialistas en el montaje y manejo de los equipos adquiridos. Por último, la obstaculización a la labor del Instituto para las Relaciones Culturales Argentinas con la URSS convenció a los soviéticos de que el gobierno argentino quería congelar las relaciones entre los dos países. (4)  
    Los hechos preocuparon al gobierno soviético, y en mayo el encargado de negocios de la embajada argentina en Moscú, Rivarola, mantuvo una conversación con el ministro de Asuntos Exteriores, Andrei Gromyko, sobre el asunto. El ministro señaló que la expulsión de los diplomáticos no se había basado en razones válidas y que el gobierno argentino sabía que esto era así. En un encuentro posterior de Rivarola con el viceprimer ministro Kunistov, éste expresó su desagrado por las expulsiones, por la suspensión de las adquisiciones de petróleo y por las medidas que no permitían la publicación de un boletín por la embajada en Buenos Aires. (5)
    La situación pareció mejorar a comienzos de 1960. Con motivo de los actos por el sesquicentenario de la revolución de mayo, una delegación soviética liderada por el vicepresidente del Consejo de Ministros, Alexei Kosiguin, visitó Buenos Aires. Kosiguin entregó a Frondizi una carta de Nikita Kruschev, que expresaba la coincidencia de ambos países respecto de algunas cuestiones internacionales, particularmente en la del desarme. Pocos días después, se firmó un protocolo adicional al convenio argentino-soviético de 1958 que fue ratificado por el Congreso. El protocolo estipulaba que la Unión Soviética proveería, además de equipos para la industria del petróleo, otros para la construcción de carreteras, para elevación y transporte, para la industria minera y grupos electrógenos y material electromecánico. No obstante, el convenio no habría de tener cumplimiento pleno, debido, por un lado a que técnicamente los equipos soviéticos no se adaptaban a las necesidades de los argentinos y, por otro a los acontecimientos que a fines de 1961 tornarían las relaciones muy conflictivas. (6)  
    Entre abril y septiembre de 1961, se produjeron ataques contra la embajada de la Unión Soviética en Buenos Aires. La Cancillería soviética elevó en octubre una protesta, denunciando la presunta complicidad del gobierno argentino, ante la sospecha de la participación de agentes de la Secretaría de Informaciones del Estado (SIDE) en los mismos. A la vez, el gobierno argentino presionaba para que se redujera el personal diplomático acreditado en el país. El embajador argentino en Moscú, César Barros Hurtado, planteó la cuestión a Nikita Kruschev el 7 de agosto, empleando el argumento de la intervención en los asuntos internos. Kruschev le respondió que si el objetivo argentino era discriminarlos como potencia, retirarían a todo su personal de la Argentina. Barros Hurtado no respondió y el asunto no fue vuelto a considerar oficialmente. 
   
De esta manera, las relaciones mantuvieron un perfil conflictivo, pero la posibilidad de una ruptura nunca llegó a considerarse. Por cierto, la ruptura de relaciones de Frondizi con Cuba, luego de la Reunión de Consulta de Punta del Este, fue atribuida por los diarios soviéticos a las presiones militares, desapareciendo, a partir de ese momento, toda referencia al gobierno argentino. Por otra parte, a comienzos de 1962, se produjo un mejoramiento notable en las relaciones de la Unión Soviética con el gobierno brasileño de Joao Goulart, el cual fue considerado por los soviéticos hasta su derrocamiento, producido dos años más tarde, tan “progresista” como el cubano. La caída de Goulart se daría al mismo tiempo que la de Kruschev. A partir de entonces, los políticos pragmáticos que sucedieron al último no tendrían inconvenientes en estrechar relaciones con gobiernos militares. (7)

  1. Isidoro Gilbert, El oro de Moscú, Buenos Aires, Planeta, 1994, pp. 202-203.

  2. Mario Rapoport, El laberinto argentino, Buenos Aires, EUDEBA, 1997, pp. 349-351; I. Gilbert, op. cit., p. 201.

  3. M. Rapoport, op. cit., pp. 352-354; I. Gilbert, op. cit., pp. 204-206.

  4. “Ingerencia extranjera en el orden nacional”, La Prensa, 10 de abril de 1959, citado en M. Rapoport, op. cit., pp. 356-357; I. Gilbert, op. cit., p. 206.

  5. AMREC, URSS, 1959, Rivarola a Florit, 8 de mayo de 1959, y Rivarola a Diógenes Taboada, 31 de mayo de 1959, cit. en M. Rapoport, op. cit., p. 357.

  6. Ibid., pp. 358-360; I. Gilbert, op. cit., pp. 209-210.

  7. M. Rapoport, op. cit., pp. 360-364.

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