País plano pero pasión escarpada, Bélgica no escapa a la fiebre que se apodera de todo país cuando sus dos principales clubes se enfrentan. Aquí no valen medias tintas. Hay que elegir entre los Rojos del Standard o los Malvas del Anderlecht. Este domingo, el infierno de Sclessin, barrio de Lieja donde está situado el estadio del Standard y teatro del primer clásico de la temporada, fue el centro de todas las miradas.

Es cierto que la máxima cita del fútbol belga se ha devaluado un tanto por el abismo que se ha abierto entre el Anderlecht y el Standard en los últimos quince años. Pero esta pugna no se deja medir por los puntos o por el puesto en la clasificación. Nada más aparecer los nuevos calendarios, se marcan las fechas del derbi. Y cuando alguno de los dos equipos celebra un título de campeón, la fiesta no está completa si se ha caído contra el eterno rival en el transcurso de la temporada. Una victoria en el clásico equivale a un renglón más en el palmarés del club.

Este año, el choque llegó en la undécima jornada. Los de Lieja ocupaban el quinto lugar de la tabla y se encontraban a seis puntos de los de Bruselas, segundos. Prohibido perder para los compañeros de equipo de Milan Rapaic y Sergio Conceiçao, si querían mantener su papel de primeros actores esta temporada. Para los Malvas de Bart Goor y Nicolas Frutos, la apuesta era triple. Primero, no despegarse de la rueda del Genk, líder de la clasificación con 27 puntos. Segundo, maquillar la pálida actuación que están protagonizando en Liga de Campeones, en donde acumulan dos empates y dos derrotas, la última de ellas en San Siro frente al Milan (4-1). Tercero, refrendar la supremacía que le confiere el peso de la historia.

En efecto, en 156 confrontaciones, los de la capital se habían impuesto en 72 ocasiones, habían perdido en 44 y empatado en 40. Cierto que las cifras no significan nada cuando el balón echa a rodar sobre el césped. Pero, como suele ocurrir en este tipo de rivalidades, a los seguidores del Anderlecht les gusta restregar el 6-0 infligido en Sclessin en 1999 por la cara de los hinchas de su rival. Y como no podían ser menos, los seguidores del Standard no pierden ocasión de recordar la victoria por 4-1 conseguida en el estadio Parc Astrid en noviembre de 2003. Otro motivo de orgullo rojillo es haber sido los primeros en ganar el duelo. Fue el 4 de enero de 1920 en Bruselas y por 1-0, pues el primer encuentro entre ambos adversarios, disputado el 19 de octubre de 1919 en Lieja, terminó en tablas (2-2).

En tablas también ha terminado el enfrentamiento más reciente, el disputado el domingo 5 de noviembre. El partido tuvo lugar en un estadio de Sclessin que lució sus mejores galas, todo pintado de rojo para la ocasión. A pesar de todos los preparativos la afición no vio ningún gol, en parte debido a la espléndida actuación de ambos porteros: Olivier Renard por parte del Standard y Daniël Zitka por el Anderlecht se mostraron intratables. Sin goles, sólo cuatro cartulinas amarillas (dos en cada bando) fue un partido tranquilo y equilibrado. Tras este empate, el Anderlecht continúa segundo de la clasificación con 24 puntos, cinco menos que el Genk, mientras que el Standard pierde un puesto y se sitúa sexto con 18 unidades.

Más que fútbol
Un Standard-Anderlecht es mucho más que un partido de fútbol. Es un choque de historia, de política, de cultura y de sociología. Es una rivalidad sin par, y a veces sin límites.

Comencemos por darle al César lo que es del César cuando se trata de fútbol: el duelo deportivo. La rivalidad entre los de Lieja y los de Bruselas es ante todo una cuestión de supremacía en el fútbol nacional y europeo. Y en este campo, el Anderlecht le saca más de una cabeza al Standard. Con sus 28 títulos de liga, siete Copas de Bélgica, dos Recopas de Europa, una Copa de la UEFA, y dos Supercopas de Europa, el Royal Sporting Club de Anderlecht es el club belga más grande de la historia.

Los Rojos, por su parte, cuentan en sus vitrinas con ocho títulos de liga, cinco títulos de Copa, dos Supercopas de Bélgica, y una final de la Recopa de Europa. O sea, nada de qué avergonzarse. Sólo el Brujas lo ha hecho mejor a la sombra del coloso de Bruselas.

Pero desde hace bastantes años, el Standard parece haberse perdido en un laberinto de despropósitos. No conquista ningún título desde 1993, y tras una larga serie de ambiciones frustradas y fichajes fracasados, el rojo de su camiseta ya no luce tan vivo como antes. Para colmo de la amargura, los Malvas> ganan un título tras otro, y todos los años acuden a la prestigiosa fiesta de la Liga de Campeones. Es como para descorazonar a cualquiera.

"Se puede cambiar de sexo, pero no de club"
Pero no a los Rojos. "La adhesión a su club de fútbol es mucho más importante que el nivel de juego del equipo", explica Jean-Michel De Wael, sociólogo del deporte en la Universidad Libre de Bruselas, a propósito del amor que profesan los seguidores del Standard de Lieja a su club a pesar de las desilusiones. "Se puede cambiar de nacionalidad, se puede cambiar de trabajo, se puede cambiar de sexo, ¡pero no se puede cambiar de club!", sentencia.

Además de una lucha deportiva, cada cruce entre los dos clubes más populares del país expresa la competencia entre dos ciudades y dos mentalidades bien distintas, pues en este "país plano", el fútbol es una cuestión de identidad cultural. Lieja, la Ciudad Ardiente, es la primera urbe de Valonia, región de larga tradición industrial. De ahí la imagen sencilla y popular de sus habitantes. En contraste, Bruselas es conceptuada como la metrópoli rica, poderosa y burguesa.

No es de extrañar, por tanto, que el Standard haga de la voluntad y del compromiso sus principales consignas, mientras que los Malvas opten por la gracia y la elegancia como su estandarte. A los espectadores del estadio Maurice Dufrasne, sede del Standard, les gusta el fútbol en mono de trabajo, sea cual sea el resultado. Sus homólogos en el estadio de Parc Astrid tienen fama de exigentes, y de no entusiasmarse gran cosa con victorias sin espectáculo. A decir verdad, esta noción es harto exagerada, pues los artistas que han vestido la camiseta roja son tan numerosos como los obreros que han defendido la del Anderlecht.

Para poner un poco de pimienta en una rivalidad ya exacerbada, no hay nada mejor que los partidos antológicos, con problemas o con escándalo, o los jugadores y entrenadores que se pasan al otro bando.

El último episodio en este sentido ocurrió el pasado 21 de abril, en la 32ª jornada de liga. Por primera vez desde 1995, el encuentro entre los dos colosos iba a decidir nada menos que el título de campeón. A tres jornadas para el final de la temporada, el Standard visitaba a su antagonista con un punto de ventaja. Una victoria le hubiera permitido retomar un título que se le escapa desde 1983. Pero los Malvas vencieron 2-0 y encarrilaron la conquista de su 28º título liguero. Fue una dolorosa repetición para los Rojos, quienes, 11 años antes a las órdenes de Robert Waseige, dejaron al Anderlecht de Johan Boskamp adjudicarse el título de liga con su victoria en Parc Astrid en la 30ª jornada.

La sombra de Raymond "la Ciencia"
Pero el Standard nunca ceja en su empeño de aguarle la fiesta al coloso de Bruselas. Así, por ejemplo, después de que el Anderlecht se hiciera con todos los títulos de liga entre 1964 y 1968, el club de Lieja puso fin a la hegemonía metropolitana alzándose con tres títulos consecutivos (1969, 1970, 1971).

Durante los años 80, el Anderlecht le pagó al Standard con la misma moneda. A la sazón los Rojos atravesaban su época de vacas flacas, y los únicos éxitos con los que pudo alimentar a sus seguidores fueron tres finales de la Copa de Bélgica, las de 1984, 1988 y 1989. En las dos últimas, los Rojos hincaron la rodilla ante el eterno rival. Para colmo de desdichas, el entrenador del equipo capitalino, Raymond Goethals, era quien había escrito las más bellas páginas de la historia del Standard. Raymond "la Ciencia" falleció hace casi dos años, pero su fantasma planeó una vez sobre el clásico.

Hoy en día los dos equipos están dirigidos por dos leyendas de su club respectivo, y también del fútbol belga. Tanto Michel Preud'homme, al timón rojo, como Franky Vercauteren con los malvas, brillaron juntos en los años 80 con la camiseta de los Diablos Rojos. A imagen y semejanza de estos ídolos consagrados del deporte nacional, los grandes nombres no han dejado de sonar en las filas de ambos clubes. Los seguidores del Standard de Lieja han podido vibrar al ritmo de Eric Gerets, Horst Hrubesch, Robert Prosinecki y Marc Wilmots. Los de Bruselas a su vez han aplaudido a Hugo Broos, Luc Nillis, Vincenzo Scifo y Paul van Himst.

El sueco Pär Zetterberg, uno de los últimos ases del Anderlecht, se retiró del fútbol profesional la temporada pasada. Él sabe mejor que nadie lo que representa un partido en el infierno de Sclessin. "Cuanto más se acerca al estadio el autobús que nos transporta, más nos damos cuenta de que nos encontramos en territorio enemigo", advierte. "No es que los seguidores nos lancen objetos, pero más nos vale no fijarnos en las señales que nos envían. De hecho, enseguida se hace patente que, para los seguidores, es el partido del año...".